GUAL, Pedro; Su participación en la vida de la Iglesia
El capítulo general del año 1856
Hay referencias –a través de un artículo crítico aparecido el 20 de noviembre de 1856 en el periódico “La República” de un viaje a Europa de Gual, seguramente para participar en el capítulo general de ese año. El 10 de mayo 1856 se reunió el capítulo general de Roma en el convento de Aracoeli. Uno de sus decretos establecía que uno de los doce definidores generales, sería «ex missionibus» y el nuevo cargo fue otorgado a Gual el 15 de mayo, quien lo detentaría hasta 1862. Con este cargo, Gual adquiría más responsabilidades de gobierno dentro de la Orden. Igualmente, en dicho capítulo general se le designó también prefecto de misiones de Propaganda Fide, en el colegio de Lima y, para que pudiera ejercer sus nuevos oficios, se le cesaba en el cargo de comisario general delegado. En 1856 recibió el cargo de examinador sinodal del Arzobispado de Lima, cargo para el que sería de nuevo designado en 1862. Una nueva dificultad surgió para los colegios en 1856. El obispo de Chachapoyas, D. Pedro Ruiz, necesitado de clero en su diócesis, redactó tres memoriales dirigidos uno al papa Pío IX (fechado el 11 de julio), otro a la S. C. de Propaganda Fide y el último al ministro general de la orden franciscana, en los que solicitaba misioneros de los colegios de Ocopa y de Lima, no para que predicasen sus misiones sino para que administrasen las parroquias y dirigiesen el seminario de su diócesis. Para ello pedía que se cambiase el fin y la organización de los colegios, ya que su vida era tan austera y dura que los religiosos morían pronto o caían enfermos, frustrando las esperanzas de la Iglesia. Este testimonio es una muestra bien expresiva del celo que ponían los frailes en la práctica de la pobreza franciscana. A instancias de la Santa Sede, el ministro general de la Orden, Bernardino de Montefranco, pidió información al Perú y la respuesta de los padres Gual y Pallarás supuso una defensa clara de la organización de los colegios. La situación terminó solucionándose de modo favorable a los religiosos, como atestigua la respuesta del ministro general, fechada en septiembre de 1857. Hemos podido saber que Gual no solo desempeñó cargos de gobierno, pues en los capítulos del colegio de Lima celebrados en 1857 y 1860, fue elegido lector de teología dogmática, cargo que le convertía en profesor de teología dogmática dentro de su Orden. La tercera de sus obras, «Triunfo del catolicismo en la definición dogmática del augusto misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, obra escrita por el M. R. P. Pedro Gual, misionero apostólico de la Orden de menores Observantes de San Francisco contra un anónimo impugnador del dogma», fue publicada por la imprenta de José María Masías en Lima, en1859. La siguiente fundación realizada por los franciscanos descalzos fue la de Cuzco. Entre septiembre y octubre de 1859, la predicación de misiones en dicha ciudad suscitó el deseo de los cuzqueños de contar con un colegio de misioneros en su ciudad. Las gestiones fueron realizadas por el vicario capitular doctor Mariano Chacón y Becerra, ayudado por el canónigo doctor Julián Ochoa y por el R. P. Fr. Mariano Cornejo. El vicario se dirigió al general de la Orden Bernardino de Montefranco y al definidor general Fr. Pedro Gual, con el objeto de transformar el convento de Recolección de Cuzco que pasaría a constituirse como colegio de misioneros. La respuesta fue favorable y, a finales de junio de 1860, entraba en funcionamiento el colegio de San Antonio de Padua. Durante ese tiempo, Gual supo compaginar las funciones de gobierno con su trabajo como teólogo. Gracias a ello pudo publicar en Lima, en 1862, «La moralizadora y salvadora del mundo es la Confesión Sacramental». En portada de esta obra se dice que Gual era definidor general de su Orden y examinador sinodal del arzobispo de Lima, cargo que Gual ocupó con el arzobispo Goyeneche y después con Orueta.
El oficio de comisario general El Capítulo General de Roma del 7 de junio de 1862, celebrado en el convento de Aracoeli, obligó a Gual a trasladarse hasta Italia, en donde pudo asistir también a la canonización de unos franciscanos martirizados en Japón. Este hecho le serviría de inspiración para componer al año siguiente un escrito dedicado a sus hermanos misioneros del Japón. Tenemos noticias de que por aquel entonces Gual era ya doctor en teología y derecho, lo que seguramente predispondría a los superiores franciscanos para hacer recaer sobre él todavía más cargos de gobierno dentro de la Orden. Además también en la diócesis limeña recurrieron a sus servicios con cierta regularidad. En Roma dio cuenta sobre la restauración de la Orden y el desarrollo de los nuevos colegios. Uno de los problemas tratados por iniciativa de Gual, fue el de las continuas peticiones llegadas al definitorio general solicitando la restauración del antiguo oficio de comisario general residente en aquellas regiones. La propuesta fue aceptada y aprobada, y el 5 de julio de 1862 el definitorio general nombró tres comisarios para América, uno de los cuales fue Gual. El asunto fue después propuesto al papa Pío IX, quien lo aprobaría a través de su decreto «Vivaevocis oráculo». De este modo, Gual fue nombrado comisario general de todos los religiosos y religiosas residentes en los colegios y conventos en las Repúblicas de Chile, Perú, Ecuador, Nueva Granada (Colombia) y Venezuela por el ministro general de la Orden, Rafael de Pontículo, a través de sus cartas patentes con fecha 16 de julio de 1862 y por el término de tres años. El nombramiento le concedía todos los privilegios y derechos de los antiguos comisarios generales regionales, y la facultad de erigir nuevos colegios en aquellos conventos en donde no se guardase la observancia común. La duración del cargo se estableció en tres años y obligaba a remitir una relación detallada con todos los actos de gobierno al Definitorio General. En este capítulo se nombra un nuevo definidor general, el P. Rafael Sans, que recibió del propio Gual la noticia de que le sustituía en dicho oficio. Gual desempeñó ese cargo residiendo en América, cuando lo normal era que los padres definidores generales viviesen en Roma. El 13 de julio de 1862 Gual vio realizada otra de sus aspiraciones, pues recibió la patente de delegado del P. Vicente Albiñana, vicecomisario apostólico de la Orden en España, para fundar un colegio de misiones, destinado a formar religiosos que después podrían marchar al Perú. Gual desempeñó el cargo de comisario general para las repúblicas de Chile, Perú, Ecuador, Nueva Granada y Venezuela, hasta 1872, dedicándose a restaurar la observancia regular en estos países. Otra de las medidas adoptadas por el capítulo fue la admisión de los nuevos estatutos para los colegios de América elaborados por Gual. Con la emancipación de las repúblicas americanas respecto de la corona española, los seminarios apostólicos tuvieron que adecuarse a las nuevas circunstancias. Desaparecido el Patronato Regio y su régimen, y a causa de los continuos recursos, dispensas y acomodaciones de los antiguos estatutos, se planteó la necesidad de estudiar la viabilidad de los antiguos estatutos inocencianos por los que se reglan hasta entonces las misiones en aquellas tierras. Al comprobar que su aplicación no se adecuaba a las necesidades de aquella época, se optó por aprobar los nuevos estatutos redactados por Gual. Para poder sacar adelante la nueva fundación en España, Gual se dirigió a su antiguo convento de Amelia, en donde encontró los misioneros que necesitaba para organizar el nuevo colegio. Con ellos volvería a la península ibérica, dirigiéndose al lugar elegido para la nueva fundación, el antiguo colegio de Santo Tomás de Riu de Peras de Vic. Desde su llegada el 30 de agosto de 1862, el local pasó a ser un noviciado para las propias misiones del Perú. La compra del edificio fue hecha por un particular dejándoselo luego en usufructo a los franciscanos, medida adoptada por Gual en previsión de futuros problemas, como de hecho ocurrió. El 30 de octubre de 1862 Gual firmó el decreto sobre los estatutos municipales del colegio reformado, mandándolos observar y firmar a los cinco religiosos fundadores. Mientras ponía en marcha este nuevo colegio, Gual aprovechó su estancia en Barcelona para predicar una misión, que tuvo un éxito notable. A comienzos de noviembre de 1862 regresó a Lima, y desde el colegio de Vic le enviaron al Perú las cuentas de la nueva fundación desde el día 1 de noviembre hasta el 23 de enero del año siguiente, pidiendo su aprobación. El 17 de febrero de 1863 Gual dio a conocer en América el nombramiento de comisario general en una patente expedida en el colegio de Nuestra Señora de los Ángeles de Lima. En su misiva decía que abrazaba con gusto los trabajos, sinsabores e incluso peligros de la prelacía. Animaba después a sus hermanos a vivir la observancia regular, para reparar los daños producidos por “las quiebras padecidas por la familia seráfica en América”. Su labor como escritor continuó y en 1863 publicó: «Compendio de la vida, martirio y canonización de veintitrés Santos Mártires Franciscanos del Japón recién canonizados por nuestro Ssmo. Papa Pío IX».
Las visitas reformadoras a Ecuador y Chile Perú no fue el único país beneficiado por la obra apostólica de los misioneros franciscanos. En 1863 era presidente de Ecuador Gabriel García Moreno (1860-1875), quien destacaría por su labor de apoyo a la Iglesia. Deseoso de contar con religiosos franciscanos para llevar a cabo la reforma de las órdenes y para la atención espiritual del pueblo ecuatoriano, escribió al papa pidiéndole su ayuda. La respuesta no se hizo esperar y el ministro general de la Orden escribió a Gual para que se dirigiese a Quito en compañía de algunos religiosos de los colegios peruanos. Los elegidos para iniciar los trabajos de reforma en Ecuador fueron los PP. Felipe Martínez y José Alveras del colegio de Ocopa, los padres Manuel de Antuñano y Francisco Cams junto con los coristas Andrés Oms y Santiago Llambí del colegio de Lima. Todos ellos acompañaron al P. Gual y a su secretario el P. Risco en el viaje a Ecuador. Dado su nombramiento de comisario general, el P. Pedro Gual poseía licencia para erigir colegios de misioneros en los conventos de la Orden en donde no se guardase la observancia y vida común. En julio de 1863 se dirigió a Ecuador para establecer allí la reforma de la Orden y restaurar sus conventos. Guayaquil fue la primera ciudad visitada; allí predicaron tanto al pueblo como a las diversas comunidades religiosas de la ciudad durante quince días. En Quito, el convento de San Francisco y su iglesia habían sufrido las consecuencias del terremoto de 1859, pero aún no se habían emprendido las obras de reparación, por lo que Gual urgió al superior provincial para que reconstruyera el edificio cuanto antes. Habida cuenta de las dificultades surgidas para introducir la observancia regular entre los religiosos del convento de San Francisco en Quito durante la visita canónica, el 25 de septiembre de 1863 Gual decidió establecerse con sus compañeros en el convento de San Diego perteneciente a los Descalzos, que pasó a constituirse en colegio de misiones. El local que ocupaba dicho colegio sufría también los daños ocasionados por el terremoto del año 1859, pero fue reparado y pasó a constituir el primer núcleo de la observancia en Ecuador. En 1872 también el convento de San Francisco terminó incorporándose a la observancia, y en 1874 se unió al colegio de S. Diego, constituyendo un solo colegio. Un decreto de la Santa Sede en 1875 erigió en colegio de misioneros de Propaganda Fide el convento de San Francisco. Al año siguiente le tocó a Chile recibir la visita del comisario general de la Orden. Existe una carta del 17 de febrero de 1863, dada en el colegio de Lima, en la que se anuncia la llegada de Gual y se exhorta a las comunidades chilenas a abrazar la reforma. A mediados del mes de enero de 1864 llegó al puerto de Valparaíso, siendo recibido por el provincial junto con su definitorio. Desde esta ciudad emprendió la reforma de los conventos de la Orden en Chile. El día 8 de febrero se dirigió a Santiago, en donde adoptó como primera medida oír a todos los religiosos –incluidos los donados– para conocer sus problemas y necesidades, antes de proceder a iniciar la reforma. No todos los religiosos estaban a favor de la reforma, pues algunos de ellos acudieron al arzobispo D. Miguel Dávila con el objeto de obtener su mediación e impedir que emprendiese medidas reformadoras. Tras arduas conversaciones, el día 19 de febrero la situación se resolvió, transformando el convento de la Recolección de Santiago en colegio apostólico de misiones. Los religiosos que no desearon adoptar la reforma tuvieron libertad para trasladarse al convento de Rengo, que dejaba de estar sujeto al de Santiago, aunque siguió dependiendo del limeño. De nuevo en Lima concluía en 1865 otra de sus obras: «La vida de Jesús, por Ernesto Renán ante el tribunal de la filosofía y la historia». La portada del libro, editado en Lima al año siguiente, confirma que Gual desempeñaba por esas fechas el cargo de comisario general de su Orden en la América Meridional, así como el de examinador sinodal del arzobispado de Lima. Al finalizar en 1865 el periodo de tres años para el que había sido nombrado comisario general, se dirigió al ministro general para recordárselo y solicitar el nombramiento de un sustituto. La respuesta de Roma solicitaba que enviase una lista con sus posibles sucesores. Pero, pese a sus deseos de no continuar en el cargo y las continuas misivas enviadas a Roma, la respuesta se hizo esperar. En unas patentes del día 3 de febrero de 1866 dadas en el Colegio de Nuestra Señora de los Ángeles, Gual informaba de cómo habiendo terminado su periodo de gobierno, había solicitado a Roma que se le exonerase del oficio y se nombrase a otro para el cargo. Su petición había recibido como respuesta, el 18 de julio de 1865, la solicitud del general para que enviase la relación de los posibles sucesores con sus respectivas calificaciones. Gual respondió proponiendo tres candidatos, pero no obtuvo respuesta a su carta ni a otras tres posteriores en las que pidió se nombrase al menos un visitador y un presidente para el próximo capítulo guardián al del colegio de Lima. Dado que se cumplía el tiempo de realizar la visita canónica, en conformidad a lo establecido por Gregorio XIV sobre la duración del oficio de comisario general del Perú –esto es, que permanecería en el cargo hasta la llegada del sucesor– y por lo establecido por los estatutos de Segovia y Toledo, así como por lo dispuesto por el último capítulo general de 1862 y en los Estatutos allí aprobados para restablecer los comisarios generales en América, Gual abrió la visita canónica y convocó a los vocales para la celebración del capítulo guardianal, mediante las letras patentes del 3 de febrero de 1866. El capítulo guardianal fue el quinto que se celebró en el colegio desde su refundación. Tuvo lugar el 11 de febrero de 1866 y fue presidido por Gual. Como examinador sinodal, uno de sus encargos fue el de revisar y censurar los escritos que sobre cuestiones religiosas se publicaban en el arzobispado de Lima. Un ejemplo de ello lo encontramos en la obra de José Luis Torres, «Compendio de devocionario poético para la Semana Santa». En el título de la misma se indica que la obra ha sido mandada revisar y censurar por el Ilmo. Sr. arzobispo de Lima y que ha sido aprobada previo informe del R. P. F. Pedro Gual. Este devocionario salió de la imprenta de J. Ravanal de Lima en 1866 y consta de ochenta y cuatro páginas. No siempre resultó tranquila la vida en los colegios. La guerra con España de 1864-1866 dio lugar a que las autoridades peruanas recelasen de los religiosos por ser españoles en su mayoría. De hecho, en abril de 1866 una orden de arresto les prohibió salir del convento y obligaba a reunir a todos los religiosos españoles de los demás conventos. Gual, como guardián del convento de los Descalzos de Lima, acusó recibo. El día 14 de abril José F. Andraca, jefe del cuerpo de vigilantes de Lima, dio orden de registrar el convento de los Franciscanos Descalzos en Lima, acusándoles de dar asilo a españoles; sin embargo, no encontraron en las dependencias del convento ningún refugiado. Por ello el 15 de abril el arresto fue mitigado, permitiendo la salida de los religiosos cuando fuese necesario en función de su ministerio.
La oposición de la masonería El 29 de mayo de 1866 algunos masones peruanos intentaron desprestigiar al padre Gual tratando de reclutarle en sus filas. Para ello se comisionó a dos miembros de la Sociedad Filantrópica Peruano Extranjera, que se presentaron en el convento de San Pedro de Lima en la noche del mencionado día, con el fin de entregarle la invitación por escrito. Uno de los comisionados era Augustus Le Plongeon. En la misiva se le explicaba que el fin de dicha sociedad, a la que se le invitaba a formar parte, era la de auxiliar a los enfermos de fiebre amarilla. Gual no quiso caer en la trampa tendida por la masonería, que sin duda buscaba poner a prueba su fidelidad a la Iglesia católica, y declinó la invitación. Días después, Gual dio cuenta a la opinión pública peruana de dicha invitación a través del diario «El Comercio» del 28 de agosto de 1866, escribiendo bajo el seudónimo «unos Limeños». Otra oleada de críticas, desatada también por miembros de la masonería a través de la prensa, imputaba a los franciscanos el no haber acudido al puerto del Callao en auxilio de los heridos durante el combate sostenido por los peruanos contra los barcos españoles de Méndez Núñez, el 2 de mayo de 1866. Del mismo modo se acusaba a los religiosos de haber dado refugio en su convento a muchos españoles, para evitar que estos fuesen apresados. Para disipar las dudas sobre su fidelidad a la nación peruana, Gual escribió lo siguiente en el diario «El Nacional» del lunes 3 de diciembre de 1866: “No habrá un hombre sensato en toda la República, que después de veintiún años que se nos observa, no esté convencido de que nosotros, en ningún sentido, pertenecemos a España, y que somos más peruanos de corazón y deseamos más su independencia y felicidad, que más de cuatro que hacen alarde de su patriotismo”. Otro artículo escrito por Gual también bajo el seudónimo de «unos Limeños» en «El Comercio» el 28 de agosto de 1867, defendía a los miembros de su Orden, seguramente de los ataques de algunos masones, quienes les acusaban de haber movilizado a las mujeres limeñas para que presionasen a los parlamentarios que en marzo de 1867 votaron la ley de tolerancia de cultos. De todos modos, la principal ocupación de Gual durante esos años fue la tarea de gobierno en la orden seráfica. Una de las medidas de gobierno adoptadas por Gual durante ese periodo, fue el decreto fechado en el colegio de Ocopa el 20 de agosto de 1867, por el que uniformaba el modo de proceder en los colegios con respecto a los misioneros que pasaban a misiones. El decreto establecía que los gastos de viaje de los que partían hacia misiones de infieles debían correr a cargo de las misiones y no de los colegios, salvo en el caso de que las misiones no tuviesen recursos. En dicha circunstancia, los colegios de donde procediesen los religiosos deberían prestar el dinero, con obligación de reembolsarlo las misiones si posteriormente el colegio lo exigía y las misiones tenían posibilidad de hacerlo. También hablaba el decreto sobre los sufragios que debían ofrecer los religiosos de las misiones por los guardianes de los colegios de donde procedían, y de los sufragios de los religiosos de los colegios por los difuntos de sus propios colegios. Respecto a la actividad misionera, esta continuó produciendo buenos resultados. Las predicaciones en Cajamarca durante los años 1867 y 1868 por los descalzos de Lima y Ocopa, dieron lugar a numerosas peticiones para que los franciscanos se establecieran en la ciudad. Su actividad como escritor no decayó, y en 1867 editaba en Lima la continuación de su refutación a Renán (La vida de Jesús...,) en dos nuevos volúmenes. De 1868 hay constancia de otros dos artículos de Gual en «El Comercio», uno del 28 de agosto en el que rechaza las acusaciones de la masonería a propósito del lenguaje que empleaba desde el púlpito, considerado poco apropiado por los masones. Además aquí Gual da cuenta de su visita a Le Plongeon, cuando este se encontraba enfermo de fiebre amarilla. El enfermo, pese a la gravedad de su estado, se negó a recibir sus auxilios. El otro artículo que también firmó con el seudónimo de «unos Limeños», era del 29 de agosto, y en él defendía la práctica de la confesión, seguramente como reacción a la negativa de Le Plongeon. Otro franciscano, el padre José Masiá, tuvo también que hacer frente a las críticas vertidas en la prensa por los masones. El motivo de las mismas fue la acogida prestada por los frailes descalzos a un niño judío, José Johnson, que deseaba convertirse al catolicismo pese a la oposición de su madre. La conversión del muchacho fue usada por ciertos masones para provocar un escándalo que saltó a la prensa el 12 de octubre de 1868. En 1868 se produjeron dos hechos que debieron causar un profundo dolor al padre Gual. El primero fue la noticia de los daños ocasionados por un terremoto al colegio de San Diego en Quito. Desanimado pediría entonces a sus moradores que regresasen a Lima, aunque finalmente, con la ayuda financiera procedente del arzobispo doctor José Ignacio Checa y Barba, y de los colegios de Lima y Ocopa, se pudieron reparar la iglesia y el convento, lo que permitió continuar la labor allí desarrollada. La segunda adversidad procedía de España, en donde la revolución de 1868 obligó a los religiosos que residían en el convento de Vic a dispersarse, pues el colegio noviciado fue suprimido cuando empezaba a producir sus primeros frutos. La revolución había estallado en Cádiz durante el mes de septiembre, pero los religiosos permanecieron algunos días en el colegio hasta que la junta revolucionaria los expulsó. El colegio vacío permaneció siendo propiedad de los religiosos, gracias a la previsión de Gual, quien había depositado su titularidad legal en manos de un laico. El edificio del colegio fue entonces encomendado al cuidado de un sacerdote. En 1878 el P. Gual haría cesión del mismo a la Provincia de Cataluña, restaurada ese mismo año. Hacia el 4 de julio de 1869, otra patente de Gual dirigida a los religiosos del Colegio de Santa Rosa de Ocopa, comunicaba la renuncia del ministro general de la orden franciscana, Rafael de Pontículo, y el nombramiento de su sucesor, Bernardino de Portu Romatino, hecho por el papa Pío IX. Gual añadía en la patente que había escrito al nuevo ministro general pidiéndole la aceptación de su renuncia al cargo. Sin embargo, añadía que cuatro días después de haberle escrito, recibió una misiva el 15 de mayo de 1869 del nuevo ministro general. En esta carta se le confirmaba de nuevo en el oficio por tiempo indefinido y también se le comunicaba que, según lo establecido por el papa Pío IX, el generalato y los demás oficios nombrados por él debían durar doce años. Por último, el ministro general le exponía las dificultades económicas de la Orden en Italia y le solicitaba el envío de limosnas. En otra patente, fechada el 4 de julio de 1869, el comisario general de Perú informaba que, con motivo de su traslado a Roma, dejaba como vicecomisario general al P. José Masiá, en quien delegaba todas sus facultades. Dicho nombramiento lo confirmó después por escrito en las patentes dadas el 21 de agosto de 1869.
La asistencia al Concilio Vaticano I En 1869 Gual fue designado procurador del arzobispo de Lima Mons. Sebastián de Goyeneche, en el Concilio Vaticano I, lo que le llevó de nuevo a Roma. El 27 de julio el arzobispo le otorgaba plenos poderes para intervenir y asistir en su nombre al concilio. Antes de emprender el viaje, Mons. Sebastián le manifestaba por escrito su pesar por no acudir él a Roma, a causa de sus muchos años y lo largo del viaje. Contó, eso sí, con la compañía del sobrino del arzobispo, José de Goyeneche y Gamio conde de Guaqui y Duque de Villahermosa, que portaba un presente de su tío para el Papa, y con un secretario nombrado por el arzobispo, D. Manuel Tovar, sacerdote y redactor del diario católico «La Sociedad». Coincidiendo con su estancia en Europa, fue publicada en París otra de sus obras: «Oracula Pontificia praesertim encyclicae Quanta Cura et Syllabi errorum a S.S. D. N. Pío IX damnatorum ante concilium oecumenicum, et modernam illustrationem vel civilitatem». Una vez en Roma, Gual y los representantes del obispo de Coro (Venezuela) José H. Ponte, y del obispo de Medellín y Antioquia (Nueva Granada) Emmanuel C. Restrepo, enviaron un memorial –fechado el 17 de noviembre de 1869– a la congregación central. En él solicitaban poder intervenir en las sesiones conciliares, dado que representaban a unos obispos que a causa de sus enfermedades no habían podido trasladarse hasta Roma, delegando en ellos sus facultades para intervenir en dicho concilio. A su vez hacían hincapié en que, de no poder participar activamente, su presencia en Roma era innecesaria, siendo preferible el regreso a sus respectivos países para atender sus obligaciones. La congregación no les concedió lo solicitado por entender que no era necesaria la presencia de la totalidad del Colegio Episcopal para que las decisiones acordadas fuesen vinculantes. El 11 de enero del año siguiente, Gual y otros diez procuradores, dirigieron al Santo Padre, una nueva solicitud con el fin de poder tener voz consultiva en la congregación general. Se apoyaban para ello –entre otras razones– en la propuesta hecha por sesenta y cuatro obispos el 13 de diciembre de 1869 para darles voz consultiva en las congregaciones generales, y asignar a los procuradores un puesto junto a los abades y los generales de las órdenes religiosas. En esta ocasión la petición fue satisfecha, pero solo en parte, ya que solo se concedió lo solicitado a los procuradores de mayor edad. Por ello seguramente el P. Gual, al no ser de los más ancianos no fue designado y optó por volverse a Perú, ya que sabemos que no permaneció en la ciudad eterna hasta el final de las sesiones conciliares. Durante su estancia en Europa, un nuevo colegio se había erigido en Arequipa en la antigua Recoleta de San Genaro. La erección había sido hecha por el P. José Ma Masiá, y Gual la ratificó mediante un decreto fechado en Lima el 4 de mayo de 1870. En él instituía como presidente a Fr. Pedro Serra y confirmaba en su cargo, por un trienio, a los padres que habían sido designados para formar el discretorio del nuevo colegio arequipeño. Posteriormente, en ese mismo año, otro colegio de misiones se sumó al anterior en la ciudad de Cajamarca. Este, como en casos anteriores, fue el resultado de las misiones predicadas en esta ciudad por el padre Elías del Carmen Passarell, autor con los años de una pequeña biografía sobre el padre Gual, acompañado del P. Buenaventura Soley de Ocopa, del P. Pedro Serra del Cuzco, los PP. José Ma Masiá, Rafael Llauradó, Juan Estébanez y el hermano José Alvarez de Lima. La erección del nuevo colegio no fue fácil por las críticas surgidas, encaminadas a impedir el establecimiento de los misioneros en el monasterio de la Recoleta de dicha ciudad. Pese a todo, el empeño del pueblo arequipeño, la energía del P. Gual y el apoyo del presidente de la República, el coronel José Balta (1868-1872) quien expidió el decreto de aprobación, hicieron posible la nueva fundación. El local lo proporcionó finalmente el antiguo convento de San Antonio perteneciente a la orden franciscana. La erección fue aprobada por Gual el 7 de agosto de ese año. Por las mismas fechas sabemos que recibió dos cartas del ministro general. Posteriormente Gual las transcribió en una letra circular despachada desde el colegio de Nuestra Señora de los Ángeles, el día 24 de agosto de 1870, dirigida a sus subordinados en Perú, Chile, Ecuador, Nueva Granada y Venezuela. El ministro general le ordenaba suprimir del calendario del comisariato todos los santos diocesanos y nacionales. A su vez le mandaba que cada guardián de colegio o presidente de hospicio hiciese el registro local y personal de cada colegio u hospicio, indicando el día de erección, el título del convento, colegio y hospicio, así como el nombre, apellidos y edad de todos y cada uno de los religiosos, para que una vez concluidos se los enviasen juntos a Roma. Gual añadía después algunas paternales amonestaciones a los religiosos, exhortando a vivir la obediencia y la pobreza. Sobre este último tema descendió a detalles como el de no hacer uso de relojes personales de oro o plata, sino de metal, y solo en el caso de los misioneros mientras durase su misión, debiendo los demás servirse de los relojes comunes del colegio, convento u hospicio. También recordó a los novicios y coristas la prohibición existente sobre el consumo de tabaco, salvo caso de estar habituado y que dicha prohibición diese lugar a alguna enfermedad a juicio de los médicos. Luego afirmó que los padres solo podrían fumar una vez al año y en su celda. Además insistió a los prelados sobre la necesidad de permanecer en los límites de su guardianía, y les animó a evitar el traslado de sus súbditos a otros colegios sin el permiso correspondiente del vicecomisario general. Hizo alusión al decreto del 7 de febrero de 1862 del papa Pío IX, que establecía la obligación de observar, en todas las órdenes e institutos regulares, que los profesos de votos simples, al terminar el trienio de su profesión, no podrían emitir la profesión solemne si primero no eran admitidos por la mayor parte de la comunidad. Esta decisión se debía tomar en el capítulo conventual, no teniendo derecho a voto los profesos simples. El 17 de diciembre de 1870, el ministro general Bernardino de Portu Romatino decidió aumentar el número de comisarios para América hasta cinco. Para ello dividió los territorios existentes. Así Gual vio reducido el ámbito de su jurisdicción únicamente a Perú y Ecuador, desgajándose de su jurisdicción los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Chile. Además se establecía que el cargo de comisario general tendría una duración de seis años, pudiendo el ministro general revocar la facultad delegada y nombrar otro comisario. Se decía que la elección del comisario correspondía al ministro general con el consejo de su definitorio, pero prescribía el decreto que, salvo indicación contraria, se designase por escrutinio en cada uno de los colegios y conventos de misiones. Este decreto no fue recibido por Gual hasta el 17 de agosto de 1871, ya que una primera carta se perdió y fue necesario que el ministro general escribiese de nuevo a sus hermanos americanos el 25 de junio de 1872. Desde el punto de vista de su producción teológica, en 1870 se publicaron otras dos obras suyas: «El dogma de la infalibilidad del Romano Pontífice y sus definiciones ex Cathedra sobre las verdades de fe y moral cristiana, definido solemnemente por el Ecuménico Concilio Vaticano»; y después: «Concilio ecuménico Vaticano en latín y castellano». Al año siguiente salió de la imprenta «El abogado del Señor Barrenechea y el doctor Tovar, o sea el racionalismo liberal y el catolicismo». También se le atribuye otra obra aparecida en 1871 que llevaba por título: «Meditaciones que pueden hacerse junto con los fieles en las Santas Misiones de los PP. Menores del Sacro Retiro». Gual todavía conocería el establecimiento de otro colegio en la ciudad de Ica. Allí, ya en 1846, se habían hecho gestiones con este fin, aunque posteriormente los religiosos vieron más conveniente orientar esos esfuerzos hacia la fundación limeña del colegio de Nuestra Señora de los Ángeles. Pero de nuevo en 1871 se vio la posibilidad de realizar la fundación en Ica y en esta ocasión se llevó a cabo. El 13 de septiembre de 1871 el delegado apostólico, Mons. Serafín Vannutelli, nombró visitador apostólico y restaurador del convento de Ica al P. Gual. En el convento franciscano de la ciudad vivían entonces solo dos religiosos, que dejaron el local en manos del P. Gual. Este designó como nuevos moradores a los PP. Agustín Safón, José Rodó, Francisco Solano Bruiget, Santiago Vilanova, Francisco Bohigas y al corista Felices Martínez. La ocupación tuvo lugar el 27 de septiembre de ese año, aunque la nueva fundación tuvo el carácter de hospicio hasta 1879. Simultáneamente Gual continuó su trabajo como teólogo. En 1872 publicó en Lima: «El derecho de propiedad en relación con el individuo, la sociedad, la Iglesia y las corporaciones religiosas».
Últimos años Al acercarse el fin de su comisariato, Gual dirigió a sus súbditos –el 22 de febrero de 1872– unas letras patentes desde el colegio de Nuestra Señora de los Ángeles de Lima, comunicándoles las disposiciones del ministro general sobre el rezo de los nuevos oficios. Aprovechó también para despedirse y animó a vivir la observancia de la Regla, de los tres votos, encareciendo después la práctica de la oración continua. Su último decreto de gobierno como comisario general está fechado el 8 de abril de 1872 en el Colegio de Nuestra Señora de los Ángeles. Suprime la dispensa en el uso de la disciplina en los días de oficio de rito doble mayor dedicados al Señor y a la Virgen. Gual fue sucedido en el cargo de comisario general el 26 de abril de 1872 por el P. José Ma Masiá, pudiendo dedicar más tiempo a la redacción de sus libros. En 1873 salió de la imprenta en Lima «Antítesis y censura de la tesis sostenida por D. César A. Cordero». Masiá desempeñó su oficio por dos años hasta que fue desterrado del Perú por el Ministro de Instrucción, Culto, Justicia y Beneficencia, José Eusebio Sánchez, en junio de 1874. La causa del destierro fueron unas misiones predicadas en Arequipa en las que desaconsejó, por su contenido no cristiano, la lectura de «El Educador popular», un periódico auspiciado por el gobierno peruano. Al exiliarse el comisario general en Panamá, Gual fue nombrado por el mismo Masiá delegado suyo en Perú mientras permaneciese en el destierro. En 1875, en Lima se editaba «La herejía de la libertad», un librillo anónimo, que algunos autores atribuyen a Gual. Mientras tanto Masiá se estableció en Ecuador, donde fue presentado por el presidente de la república, García Moreno, “para el obispado de Loja, siendo promocionado por el papa en el consistorio del 17 de septiembre de 1875”. Por esta razón, al regresar al Perú, una vez finalizado su destierro forzoso, dirigió una carta el 25 de octubre de 1876 a los descalzos del Perú y Ecuador en donde comunicaba su promoción y designaba suplente en el oficio de comisario general al P. Gual. Este hubo de continuar en el oficio de comisario general interino hasta junio de 1877, cuando fue nombrado el P. Leonardo Cortés. El 8 de enero de 1876, el ministro general Bernardino de Portu Romatino había ratificado el nombramiento de Gual en el oficio de comisario (general) provisorio de los conventos y colegios de misioneros del Perú y Ecuador hasta el nombramiento de uno nuevo. No obstante, el ministro general estableció que no podría ejercer el oficio hasta que el nuevo obispo de Loja hubiese salido del Perú. También se le daban indicaciones a Gual para que convocase un escrutinio en todos los colegios y conventos, con el fin de elaborar una lista de tres candidatos, para que se pudiese designar al nuevo comisario general. Dicho decreto fue publicado por Gual desde el colegio de Nuestra Señora de los Ángeles en Lima el 3 de noviembre de 1876. En esta circular además, manifestaba de nuevo su sorpresa por haber recibido una vez más el yugo de la prelacía. Animaba a vivir la observancia y a que los limosneros no faltasen a los ejercicios espirituales anuales de sus respectivas comunidades. Al asumir el P. Cortés el comisariato, Gual dedicó más tiempo a las tareas apostólicas, pasando a ocuparse de los terciarios franciscanos. Junto con las misiones populares, los franciscanos se habían empeñado en fomentar las hermandades de la Tercera Orden Franciscana, que, tras la independencia del Perú, comenzaron con la llegada de los primeros religiosos al restaurado colegio de Ocopa y después también desde Lima. En 1878 las hermandades dependientes de Lima –que incluían también el Callao y Balnearios– se habían incrementado notablemente, por lo que se hizo necesario el nombramiento de un visitador de la Tercera Orden, para lo cual fue designado Gual. En su necrológica se dice también que fue director y fundador en 1878 de la Tercera Orden en Lima, y que la fundó así mismo en el Callao, en agosto de 1876. Comprendía esta fundación una iglesia y un pequeño convento. Parece ser que Gual ocupó durante varios años el cargo de rector de la Tercera Orden. Su producción teológica no se detuvo y en 1878 publicó en Lima «La India Cristiana». Después al año siguiente, en 1879, salía de la imprenta «Cuestión Canónica entre el limo. Sr. Obispo del Paraguay y los RR.PP. Jesuitas», y también es de ese año la publicación de la «Regla y Estatutos para las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco que viven en Congregación en el Venerable Beaterío de Viterbo de Lima». De 1879 –año de la guerra con Chile– datan otras misiones predicadas por Gual, Bernardino González, Ferriol, Luis Torrá, Juan Ferrer, Lucas Garteiz y Elias Amézarri, en Lima y el Callao. Se conserva un dato de aquellos días durante la guerra, que prueba la fama de Gual como confesor. El contralmirante Miguel Grau, antes de partir para su último combate, acudió a confesarse con el P. Gual, de quien recibiría una pequeña medalla de oro. No es este el único caso. Sabemos también de otras personas destacadas de la sociedad peruana que acudían a Gual en busca de consuelo espiritual. La que sería fundadora en Lima de la Congregación de Reparadoras del Sagrado Corazón en 1896, María Teresa del Sagrado Corazón, tenía dirección espiritual con él. Además, hemos podido saber que fue a Gual a quien habló por primera vez acerca de su vocación a la vida religiosa. También le debió a Gual su vocación la venerable Narcisa de Jesús Martillo Morán, que le había conocido en Guayaquil y, por consejo de este, se trasladó a Lima en 1868. Allí residió como seglar en el convento de las dominicas, en donde falleció el 8 de diciembre de 1869. Además fue el director espiritual de la mujer del general Pezet, de la esposa del coronel Prado, y de don José Risco, obispo de Chachapoyas. Un artículo de la Revista Descalzos dice que eran muchas las personas ilustres en el Perú que le buscaban para pedirle consejo para solucionar todo tipo de problemas tanto domésticos como sociales, pero especialmente religiosos. Cuando viajó a Roma el comisario general P. Leonardo Cortés en 1880, recayó de nuevo en Gual el nombramiento como comisario general delegado, que ostentó hasta el regreso del P. Cortés. La encíclica «Humanum Genus» de León XIII, de 1884, sobre la masonería, dio lugar a que el arzobispo de Lima, D. Francisco de Orueta y Castrillón, dispusiera que se organizasen misiones en la ciudad. Pidió a los misioneros franciscanos que las predicasen, y para ello fueron encargados los PP. Gual y Cortés. Las misiones comenzaron el 1 de septiembre y tuvieron lugar en la catedral. El método de estas misiones fue publicado por Gual en tres volúmenes, los dos primeros ese año de 1884 en Barcelona con el título «Curso de Misiones Apostólicas»; el tercero se editó dos años después. En el informe de diciembre de 1885, sobre el último volumen que el censor Fr. Hermenegildo M. Vidau dirigió a Fr. Ignacio Sans, comisario general, se dice entre otras cosas que Gual era por aquel entonces guardián de La Recoleta de Lima, por lo que –según Calvo Moralejo– habría que suponer que en el capítulo del año 1884 debió ser elegido otra vez guardián del colegio de Lima. En el siguiente capítulo de 1887 fue elegido primer discreto o consejero, cargo que ocuparía en dicho colegio hasta cuatro veces, así como el de director de la casa de ejercicios dependiente del colegio, cargo que desempeñó en nueve ocasiones.
NOTAS
MARCELINO CUESTA ALONSO
©RPHE, 12 (2010) 89-152