ARGENTINA; consecuencias de la expulsión de los jesuitas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Las circunstancias históricas y el significado de la expulsión


Las consecuencias que la expulsión de la Compañía de Jesús tuvo para la cultura y la vida del Virreinato de la Plata rige particularmente para Córdoba, cuya Universidad le pertenecía y porque su influencia educativa y cultural fue de enorme importancia

Naturalmente la expulsión no tiene sentido si no se atiende a las circunstancias no solamente políticas sino principalmente doctrinales de Europa del siglo XVIII. La enseñanza de la filosofía en Córdoba en manos de los jesuitas, significó la afirmación de la tradición recogida por la segunda escolástica sin menoscabo de lo sanamente nuevo y moderno. Nuestros filósofos, como Muriel, Rufo o Peramás (para citar solamente a los más importantes) se opusieron tenazmente a una concepción del pensamiento que reduce su ámbito al de la mera naturaleza donde la razón es el criterio de todo (iluminismo y enciclopedismo). También encontraron sus más enconados enemigos en el jansenismo y el regalismo y en el consiguiente avance del poder secular sobre la independencia de la Iglesia.

Fueron precisamente la ilustración y el enciclopedismo, el jansenismo y el absolutismo de Estado (despotismo borbónico) las verdaderas causas de la expulsión de los jesuitas de los principales reinos europeos y del vasto territorio del Imperio Español. Causa desazón repasar las interminables intrigas y presiones, hasta en la misma Roma, para allanar el camino tanto de la expulsión como de la extinción de la Compañía.[1]Asistimos primero, a la acción anticatólica y racionalista del Marqués de Pombal en Portugal hasta lograr la expulsión de la Compañía el 19 de febrero de 1759; en segundo lugar asistimos a la acción más profunda, si cabe, del racionalismo galicano que, como hace notar el P. Montalvan,[2]no ataca ya a los individuos de la Compañía sino al Instituto de San Ignacio en cuanto tal hasta decretar la expulsión, por obra del ministro Choiseul, el 6 de agosto de 1762; asistimos por fin a las intrigas de los representantes de la ilustración española por medio de los ministros del rey Carlos III, Campomanes y el Conde Aranda, este último ejecutor de la expulsión por decreto del 27 de febrero de 1767.

Se ha insistido que el rey Carlos III era un buen cristiano y que actuó no por espíritu anticatólico. Esta afirmación puede ser subjetivamente verdadera, pero no lo es menos que a él le cabía la suprema responsabilidad de un acto evidentemente injusto. Si a ello se agrega el contagio de las ideas racionalistas del ambiente, cabe a la Casa de Barbón la grave responsabilidad de lo que, en el fondo, constituía un ataque a la Iglesia Católica dentro del progresivo cerco que contra Ella ha ido construyendo el inmanentismo moderno.

El Papa Clemente XIII resistió estoicamente las presiones y murió el 2 de febrero de 1769. Su sucesor, Clemente XIV, no tuvo ni la energía ni la entereza necesarias al ceder a las presiones de las cortes borbónicas de toda Europa, y decretar por fin la extinción de la Compañía. Los enemigos del Instituto de San Ignacio fueron los encargados de la preparación de la bula; pese a las dilaciones, el 21 de julio de 1773, el Pontífice que tanto había cedido, no tuvo más remedio que poner su firma en tan trascendental documento.


Consecuencias de la expulsión en la Universidad de Córdoba.


Las consecuencias que siguieron a la expulsión fueron de tal magnitud en las Provincias americanas del Imperio que, pese a las múltiples investigaciones ya existentes, no han sido aun suficientemente valoradas;[3]basta recordar las secuelas que, en la filosofía tuvo la expulsión.

En efecto, encargado de la ejecución de la Bula el gobernador de Buenos Aires, don Francisco de Paula Bucareli y Ursúa, envió a Córdoba a un sargento mayor, don Fernando Fabro, para hacer efectiva la expulsión. Este acto fue sorpresivo e indigno y los Padres fueron conducidos en carretas hasta Buenos Aires. En esas condiciones estuvieron conocidos nuestros como el ex-rector Juan Andreu, el P. Gaspar Pfitzer, el ex-rector Manuel Querini, Ladislao Orosz, Luis de Los Santos, Tomás Falkner, José Guevara, Mariano Suárez, Gaspar Juárez y el propio Peramás que ha dejado una dramática narración de aquel acontecimiento.

Las temporalidades de los jesuitas fueron víctimas del desorden, de la codicia y de la incuria. El archivo del Colegio Máximo, lo mismo que la Librería Grande de la Universidad, fueron las víctimas principales del expolio y con ello, la misma cultura universitaria de Córdoba y del Río de la Plata.[4]

En la pertinente Instrucción del ministro Conde de Aranda, se ordenaba sustituir a los jesuitas en la Universidad “con eclesiásticos seculares, que no sean de su doctrina". Es sabido que el clero de Córdoba en su totalidad había sido educado por los Padres de la Compañía. Esto creaba una situación especial y se prefirió desobedecer la letra del decreto obedeciendo el espíritu contrario a la Compañía, encargando la regencia de la Universidad no a los seculares sino a los Padres Franciscanos.[5]

En verdad, la expresión "que no sean de su doctrina" tiene mucho significado considerada desde el punto de vista filosófico y teológico. Para el despotismo ilustrado, el racionalismo y el regalismo, no era deseable que los jesuitas siguieran enseñando, por ejemplo, la doctrina de Suárez sobre la soberanía y los límites del poder del Príncipe, poder que a su vez está subordinado al bien común trascendente que es Dios. No era tampoco conveniente que sus profesores, aunque mucho más al día que los "ilustrados" españoles y más "modernos" que la mayoría de ellos, mantuvieran a toda costa la esencia del pensamiento tradicional.

Esta conjunción de pensamiento tradicional y moderno, de ciencia y filosofía, de saber profano y teología, no podía ser bien mirado por el espíritu iluminista (y siempre naturalista) de fines del siglo XVIII. Y fue precisamente esta suerte de síntesis entre lo tradicional y lo moderno lo que había caracterizado la enseñanza de la filosofía y de la teología en la ciudad de Córdoba del Tucumán, irradiando su doctrina en los vastos territorios del Virreinato del Río de La Plata.

Lo dicho no' agota cuánto podría decirse acerca de los perjuicios que acarreó la expulsión de la Compañía; el Padre Francisco Javier Miranda describió, en apretada sinopsis, los daños que se siguieron tanto en el orden espiritual cuanto en el orden temporal.[6]En la filosofía enseñada en la Universidad, ese daño no se produjo afortunadamente, gracias a la buena calidad intelectual de los frailes franciscanos que siguieron a los jesuitas en la enseñanza de la filosofía.

Por supuesto que hubo todo un tejido de intrigas y sordas luchas que se siguieron del reemplazo de los jesuitas por los franciscanos, contradiciendo los deseos de los seculares a quienes correspondía la regencia de la Universidad de acuerdo a la letra de la Instrucción del Conde de Aranda. Los seculares, encabezados por el Dr. Gregorio Funes y su hermano Ambrosío, no cejarán hasta que se cumpla la letra del decreto, lo cual ocurrirá mucho más tarde en 1807.

Es verdad, como se ha insistido con razón, que al cesar la Compañía de Jesús, a la cual pertenecía la Universidad de Córdoba con independencia del Estado, hasta el punto de nombrar sus autoridades y profesores, la Universidad cesaba legalmente. Se había producido un corte. Pero también es verdad que, de hecho, como dice el P. Bruno, "los estudios de Córdoba siguieron funcionando con título de Universidad bajo la dirección de la Orden franciscana".[7]El Estado así lo avaló de hecho y la Universidad de Córdoba continuó con una breve interrupción de las clases de sólo treinta y nueve días: la Casa fue abandonada por los Padres jesuitas el día' 12 de julio y las clases recomenzaron el 22 de agosto. Durante cuarenta años alternaron en las cátedras de la Universidad profesores franciscanos.

NOTAS

  1. Cf L. von Pastor, Historia de los Papas, vols. 27-39, trad. esp. Barcelona, 1949/61: M. Aragones Virgili, Historia del Pontificado, 3 vols. Barcelona, 1945; Feo. J. Montalvan - B. Llorca - R. Villoslada, Historia de la Iglesia Católica, vol. IV, c. 8, p. 301-326, 3a ed., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1963.
  2. Francisco J. Montalvan, Historia de la Iglesia Católica, IV, p. 311.
  3. Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, vol. VI, caps. 3 y 4, Editorial Don Bosco, Buenos Aires, 1970.
  4. Cayetano Bruno, Op. cit., VI, c.5; Juan M. Garro, Bosquejo histórico de la Universidad de Córdoba, p. 119·123, Buenos Aires 1882.
  5. Juan M. Garro, op. cit., p. 127/8.
  6. Cf, Guillenno Furlong, Francisco J. Miranda y su Sinopsis, ed. Theoría Buenos Aires, 1963,p. 57·92. El título completo de la obra de Miranda: Sinopsis o ensayo de los daños en lo espiritual y en lo temporal, seguidos del destierro de los jesuitas de la Provincia que fue del Paraguay; y por 'identidad o semejanza de razón, de los daños de una y otra clase seguidos en las dos Américas septentrional y meridional.
  7. Cayetano Bruno, Op. cit., VI, 515.

ALBERTO CATURELLI