Diferencia entre revisiones de «DÍAZ BARRETO, Pascual»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Revisión del 10:21 27 jun 2015

(Zapopan, 1876; México, 1936) Arzobispo, Jesuita

Nació el 22 de junio de 1875 en Zapopan, Jalisco, en el seno de una familia de la etnia de los huicholes. A los siete años su padre, don José Díaz, quien era organista en el Templo parroquial de Zapopan, lo inscribió en el Colegio Apostólico para que estudiara música. Poco después ingresó en el Seminario de Guadalajara, y el 17 de septiembre de 1898 fue ordenado sacerdote.

Atraído por el carisma de la Compañía de Jesús, decidió unirse a ella y el 9 de octubre de 1905 hizo sus primeros votos como religioso jesuita. Fue enviado a estudiar filosofía a España y Bélgica y, además de aprender perfectamente la lengua francesa, obtuvo el doctorado en filosofía. Regresó a México para impartir la cátedra de filosofía en el Colegio jesuita de Tepoztlán. En 1915 la persecución desatada por la revolución carrancista lo obligó a ocultarse y cambiar su nombre; al apaciguarse la revolución pasó a la residencia de la Sagrada Familia en la ciudad de México. El 10 de diciembre de 1922 fue nombrado obispo de Tabasco, tomado posesión de su diócesis el 2 de febrero de 1923.

En esos días una feroz persecución religiosa había sido desatada en Tabasco por el gobernador Tomás Garrido Canabal, quien lo acosó duramente, a pesar de que en una ocasión el obispo le salvó la vida; ello no fue obstáculo para que finalmente, el 10 de mayo de 1924, Garrido Canabal lo expulsara del Estado obligándolo a abordar un barco platanero que lo llevó a Galveston, Texas. Regresó a México para ser nuevamente expulsado en abril de 1927; esta vez durante la persecución desatada por el presidente de la República Plutarco Elías Calles, la cual desencadenó la Cristiada o «guerra de los cristeros». En esta ocasión la expulsión fue de casi todos los obispos mexicanos, pero a diferencia de la mayoría que fijaron su residencia en San Antonio Texas, él se estableció en Nueva York.

Pero “a mitad de 1928, los cristeros no podían ya ser vencidos militarmente; y el gobierno menos todavía: sostenido por los Estados Unidos, que no podían permitirse la perspectiva de un vacío político en un país difícilmente estabilizado desde 1920.”[1]EL embajador de los Estados Unidos en México Dwight Morrow encabezó los intentos para dar solución al “problema religioso”, y a través de los jesuitas norteamericanos Wilfrid Parsons y Edmund Walsh, hizo contacto con el obispo de Morelia Leopoldo Ruiz y Flores, y con el de Tabasco Pascual Díaz, quien ya en 1926 había escrito al abogado Eduardo Mestre, funcionario de Calles: “…hubiera visto el Sr. Presidente la buena disposición de que estamos animados para colaborar con él por el bien de la Patria.”[2]

Finalmente fue el gobierno norteamericano por medio de su embajador Morrow quien diseñó el engaño de los “arreglos” llevados a cabo con los obispos Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz y Flores. “Los representantes del Comité Episcopal, los obispos Ruiz y Flores y Pascual Díaz, creen ingenuamente en las buenas intenciones del gobierno, y lo seguirán creyendo hasta que la testaruda realidad les hará caer tardíamente, tras los «arreglos» en el engaño. Aquellos tenues y tímidos intentos de encuentro son interrumpidos cuando el delegado apostólico hace saber a los obispos que la Santa Sede es contraria a los mismos por las modalidades y la situación de la cuestión religiosa al momento. Algunos obispos mexicanos presentes en Roma, especialmente el arzobispo de Durango, monseñor José María González y Valencia, eran radicalmente contrarios a todo acuerdo llevado de aquella manera, es decir, a un compromiso en el que la Iglesia tenía todas las de perder e iba a someterse simplemente a las leyes del gobierno callista.”[3]

Sin embargo los obispos Ruiz y Flores y Pascual Díaz «verbalmente» hicieron los “arreglos”, desoyendo a otros obispos como José María González y Valencia, arzobispo de Durango, José de Jesús Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla, Leopoldo Lara y Torres, obispo de Tacámbaro, Manuel Fulcheri, obispo de Zamora, y al obispo de San Luis Potosí Miguel María de la Mora, a quien incluso en la víspera de los “arreglos” se negaron a recibir en tres ocasiones.[4]Esos “arreglos” pusieron fin a la «guerra de los cristeros» pero no a la persecución religiosa, como posteriormente lo denunció el Papa Pío XI en su encíclica «Acerba Animi» firmada el 29 de septiembre de 1932. Esos “arreglos” establecieron un especial «modus vivendi» que, con diferentes énfasis, tuvo vigencia hasta 1992.

Cuatro días después de que los “arreglos” fueron acordados, la Santa Sede designó arzobispo de México a Pascual Díaz Barreto, en sustitución de Mons. José Mora y del Río quien había fallecido en el exilio texano en abril de 1928. Pascual Díaz recibió el Palio arzobispal el 17 de septiembre de 1929 en la Basílica de Guadalupe. “Sus casi siete años al frente de la Iglesia fueron amargos y difíciles, porque ni el gobierno cumplió sus promesas, ni sectores de la misma Iglesia mexicana dejaron de manifestar su disconformidad con los acuerdo de 1929.”[5]Pascual Díaz y Barreto falleció en la ciudad de México el 19 de mayo de 1936. Sus restos reposan en la cripta de los arzobispos de la Catedral de México.


NOTAS

  1. Meyer, p. 235.
  2. Citado por González Fernández, p. 554
  3. González Fernández, pp. 554-555
  4. Cf. González Fernández, p.624
  5. O´Neill p. 1115

BIBLIOGRAFÍA

Meyer Jean. Historia de los cristianos en América Latina, siglos XIX y XX.

González Fernández Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo. Arquidiócesis de Guadalajara, 2008, T. I

O´Neill Charles, Domínguez Joaquín, Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Costa Rossetti-Industrias, Comillas,

JUAN LOUVIER CALDERÓN