IMPERIO ESPAÑOL; razones de su ocaso

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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HACIA EL OCASO DE UN GRAN IMPERIO

El siglo XVII español, y por lo tanto también el hispano-americano, en la medida en que avanza se llena de incertidumbres. Es símbolo de esta situación la misma vida biológicamente incierta del último rey español de la casa de Austria: Carlos II, quien nació el seis de noviembre de 1661 y que morirá al concluir ese siglo; el 1 de noviembre de 1700.

La misma situación europea sumía en mayores incertidumbres a la española, sobre todo por las claras pretensiones francesas de adueñarse de los dominios españoles y de heredar la Corona española tras la muerte de Carlos II, ya que dejaba sin herederos directos a la Corona. Los personajes mismos que rodeaban al joven y enfermizo rey eran mediocres, y a veces mayoritariamente religiosos. Además, la hacienda pública seguía en su endémica debilidad y el malestar social crecía.

Todo en la sociedad española de la época acusa sintomas de debilidad, por lo que las potencias europeas esperan el desenlace español como una ocasión para restablecer un equilibrio de poderes políticos y sociales en la fuerte concurrencia económica y social desencadenada por las potencias europeas: las antiguas, España y el Imperio, por una parte; Francia por la otra, y con frecuencia aliada con las potencias emergentes protestantes como Inglaterra, Holanda y algunos principados alemanes y sus aliados, los reinos luteranos de Dinamarca y Suecia; todos ellos implicados en mayor o menor grado en la larga «guerra de los 30 años» (1618-1648) que al final, con la «paz de Westfalia» habían trazado un nuevo mapa europeo e instaurado una política de frágil equilibrio.

Por ello, a finales del siglo XVII, la herencia española se constituye en el problema capital europeo, y las potencias marítimas, Inglaterra y Holanda, en defensa de sus intereses en auge, se van a eregir en arbitros del pleito hereditario entre Francia y el Imperio de los Absburgo sobre los destinos de la monarquía española. En ello estaba también en juego el destino inmediato de los españoles y de su vasto imperio, el mayor de aquellos momentos.

Por lo tanto durante el reinado de Carlos II, cuando el Imperio ultramarino español se encontraba ya practicamente consolidado, se abre un periodo incierto que llevará a guerras interiores en la península y en el continente europeo, y que con los tratados de Utrecht, en 1714, marcará el transito de una España y de su imperio, que sale de un largo ciclo histórico y se encauza hacia nuevos planteamientos, nuevas ideas y nuevas formulas de gobierno y de convivencia.

Tras Utrecht empieza ya con segura estabilidad la instauración de la dinastía de los Borbones en España con el francés Felipe V, muy lejos, en ciertos aspectos, del estilo de la antigua dinastía de los Austrias (o Absburgos) españoles. Aquel estilo nuevo implantará también en la España peninsular y en sus dominios ultramarinos, un nuevo modo de concebir la política, la administración y la configuración del Estado. Este nuevo modo impondrá una concepción colonial y mercantilista en lo económico; del más puro regalismo en sus relaciones con la Iglesia; y de un agudo centralismo y absolutismo estatal ilustrado en la concepción política del Estado.

Toda esta coyuntura repercute profundamente en los territorios españoles americanos: recesión y depresión económica (lo mismo que en toda Europa); estancamiento administrativo tanto civil como eclesiástico; y decadencia del ímpetu misionero. En una palabra: somnolencia espiritual y miedo a todo tipo de novedad tanto social como religiosa que pudiese parecer un peligro para el «status quo» social, político o eclesiástico de la concepción borbónica. Como escribe Pierre Vilar “el siglo XVII es para España el siglo de las catástrofes”.[1]

En América se reflejan decisivamente todas las dificultades económicas, culturales y espirituales de la península casi con mayor agudeza. Además de la recesión económica, del ocaso del antiguo esplendor, del triunfo del provincialismo, de la ñoñería y, paradójicamente, del boato y de las aparencias en las cortes virreinales y en las casas de los criollos pudientes, crecen las formas de pauperismo en las masas indigenas y populares, la distancia entre las clases, la ficción y la aparencia. Estamos ya muy lejos de aquellos espiritus recios, a pesar de todos sus defectos, protagonistas tanto de la Conquista como de la Misión.

En otro orden de cosas, el siglo XVII americano, especialmente en su segunda mitad, fue una época burocrática y papelista, complicada y anquilosada; la máquina administrativa, tanto eclesiastica como civil, acusa cada vez más los efectos negativos de la lejanía de la metrópoli y la necesidad de una reforma. Es sintomático que pertenezcan a esta época los debates jurídicos, que ya se insinuan regalistas, sobre la concepción del Patronato y las pretensiones jurídicas de la Corona al respecto.

Los componentes del Consejo de Indias son frecuentemente gente perteneciente a la nueva burocracia, en algunos casos mediocre, que intervienen meticulosamente en los asuntos y hacen pesar su mediocridad con sus continuas trabas e injerencias en los asuntos de Indias. Las palabras de Sor María de Ágreda de Jesús[2]a Felipe IV ya a mediados de siglo, cobran un especial significado, proyectadas a la coyuntura histórica americana: “Suplico a V.M. solicite noticias, hable a muchos y oiga a los más retirados; que los que gobiernan es imposible conozcan el efecto de sus ordenes; mejor lo ven los que oyen sus ecos y experimentan sus trabajos”.[3]

Pero además hay otros índices de cambios profundos, tales como la descentralización progresiva, la diversificación regional en las Américas, la drástica reducción del comercio con España e incluso las trabas y la prohibición del comercio intercolonial, dando lugar a que “las distintas regiones indianas tiendan a aislarse y diferenciarse de las demás. La sociedad indiana, hasta entonces relativamente uniforme, va adquiriendo personalidad propia y diferente en cada ámbito geográfico, lo que prepara la formación de una serie de comunidades prenacionales, que resistirán el uniforme centralismo borbónico en el siglo XVIII y florecerán a partir de la etapa de la independencia”.[4]

España ya no es la señora absoluta en aquel Continente; en el siglo XVII comienzan a establecerse las colonias inglesas, francesas y holandesas en el la parte septentrional atlántica del Continente y en el Caribe; sobre todo como enclaves para el tráfico de esclavos africanos, arrancados a aquel continente y arrastrados inicuamente como trabajadores forzados a las plantaciones que surgían en América; todo ello es simbólo claro de la decandencia española en aquellos mares.

Se notan también cambios en la inmigración de españoles al Nuevo Mundo: disminuyen andaluces y extremeños y aumentan los procedentes del norte de España. Pero además se da un nuevo fenómeno: crece la inmigración extranjera, con una infiltración considerable de judíos, sobre todo portugueses o descendientes de portugueses. El hecho se explica por la anexión de la Corona de Portugal por la Española. Los judíos portugueses, muchos de ellos procedentes de España cuando en 1492 fueron expulsados, vivieron en Portugal bajo duras condiciones que les impedían, por motivos económicos, salir de Portugal. Con la incorporación de Portugal a la corona española caen aquellas trabas; la mayoría abandonan Portugal eligiendo como nuevo asentamiento el Nuevo Mundo, en la mayoría de los casos de manera subrepticia. El caso de estos judíos, conversos o no y con frecuencia judaizantes, explica el trabajo creciente de los tribunales de la Inquisición durante este periodo.[5]

Este cuadro general nos ayuda a entender la crisis general del siglo XVII que afecta a todos los estractos de la sociedad, aristócratas, nobles, hidalgos y plebeyos. Crece el malestar rural y urbano; las cortes, tanto la de Madrid como las virreinales son cada día más refugio natural para muchos nobles arruinados por la crisis y alivio de una nobleza parasitaria.[6]Además el peso de la vida pública; impuestos y servicio militar, caen cada vez más sobre las clases pobres, como ya reconocia en 1640 Gutiérrez de los Ríos.[7]

Son muchos los síntomas de la época que nos hablan de una conciencia colectiva de decadencia y al mismo tiempo de miopía, de limitaciones y quebrantos que como escribía ya Quevedo en tiempos de Felipe IV: “Toda España está en un tris, y a pique de dar un tras...” “El mal es pronto y el remedio tardo”


LAS ACTUACIONES DE LA INQUISICIÓN EN ESTE PERIODO

Todo esto nos explica por una parte la miopía, y por otra una conciencia reformista en muchos. Explica también la crisis social y de creencias, y como consecuencia las actitudes a veces cerradas o aferradas a una tradición ya enquilosada como las actitudes y la acción de censura inquisitorial en muchos.

No es el objetivo de este artículo analizar ni estas actitudes ni la acción inquisitorial, sea en sentido amplio como el referido a la actuación de los Tribunales de la Inquisición en el Nuevo Mundo. Sin embargo queremos señalar algunos puntos de estas actitudes en el mundo eclesiastico y civil, que fueron cortapisas a los espiritus más creativos e innovadores.

Frecuentemente exponentes tanto del campo civil como del eclesiástico, solían apelarse a la tradición o a motivos de fe para justificar sus actuaciones o sus posiciones inmovilistas. Si nos fijamos en las actuaciones de la Inquisición en este periodo, la vemos implicada en asuntos que tienen que ver poco con cuestiones de fe y mucho con asuntos políticos. Además los temas de la superstición, la hechicería y el cripto-judaísmo, aparecen como los grandes delitos religiosos del siglo.

“En un clima maravillosista se constituye el substrato espiritual del siglo. Con toda naturalidad, religiosos y personas importantes acudían a consultar a religiosas aureoladas con clima de prestigio. Es como si la sociedad siguiera el ejemplo del rey [Felipe IV], que, durante veinte años mantuvo correspondencia con Sor María de Agreda”.[8]

A lo largo del siglo XVII abundan las mujeres iluminadas con fama de visionarias y milagreras. Nos encontramos por lo tanto en un mundo de fronteras imprecisas entre lo auténtico y lo supersticioso, diablos y agua bendita. Es un siglo rico en supuestas revelaciones, que en muchos casos muestran un halo de hipocresía. Se vive un clima de prodigios muy contagiosos que se desarrollan a veces alrededor de personas “misticas y milagreras”.

Abundan las apariciones, verdaderas o imaginadas; se levantan ermitas o santuarios recordando hechos prodigiosos en los que cristos y virgenes reparten abundantes gracias y milagros. Se difunden muchos libros con estas historias prodigiosas. Este fenomeno caracteristico del siglo XVII se encuentra difundido por toda Europa, también en el iconoclasta mundo protestante, a veces incluso con mayor intensidad. También la “devoción” y “culto” a la muerte tienen multitud de expresiones culturales y cultuales. Como escribe el ya citado Perez Villanueva “la sociedad buscaba asidero en creencias trascendentes, para salir de la evidente crisis que atravesaba[9]. Por lo tanto podemos decir que este siglo de crisis profundas es un siglo que rebosa de contrastes muy dramáticos, causados por los fenomenos ya apuntados: económicos, sociales, políticos y religiosos.[10]

Este clima de inestabilidad, caracteristico tanto de España como del resto de Europa, repercute también en la sociedad virreinal, a cuyas ciudades llegan en este periodo buen número de indios y mestizos, ya cristianizados, y por lo tanto al menos semi-integrados en la nueva sociedad eclesial y política.

No es de extrañar tampoco un cierto clima de sospecha y vigilancia por parte de las autoridades eclesiasticas y de la Inquisición por todos los motivos arriba apuntados. Estudios como Historia de la Inquisición en España y America, obra dirigida por Joaquin Perez Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet, nos ofrecen un cuadro completo de las intervenciones del Santo Oficio, que curiosamente vive ya también un periodo de crisis. En la citada obra se dan algunas indicaciones y muestras de los cambios ideológicos y sus alternativas en cuanto a las desviaciones del dogma y el interés de la Inquisición por atajarlas.

En el siglo XV un teólogo había clasificado las herejías de esta manera: proposiciones heréticas, erroneas, temerarias, escandalosas; venían luego los resabios de herejía: apostasía de la fe, apostasía de la religión (religión entendida como orden religiosa propia), blasfemias hereticales en número muy variado: demonios, brujerías, astrología y quiromancia; decir Misa sin sacerdote; sacerdotes solicitantes (en confesión), sacerdotes casados, bígamos; quebrantadores de células de excomunión, excomulgados por un año; quebrantadores de ayunos y los que no cumplían por Pascua; los que tomaban varias hostias o particulas, los que disputaban casos prohibidos; fautores, defensores y recibidores de herejes; magistrados que decretaban algo que impedía la jurisdicción inquisitorial.[11]Estos datos nos ayudan a entender también las intervenciones del Santo Oficio en estos campos.


¿UN AMBIENTE INHIBIDOR Y PROHIBITIVO?

A la luz de este ambiente y de esta mentalidad podemos entender los temores de que entrasen en el Nuevo Mundo ideas consideradas peligrosas o heterodoxas, procedentes de la vieja Europa. De aquí la vigilancia y control sobre los libros importados de Europa, y sobre las publicaciones de libros en el Nuevo Mundo bajo el estricto control real y de la Inquisición, la vigilancia sobre la enseñanza en colegios y universidades, y la atención a frecuentes fenómenos de falso misticismo, el no raro pulular de visionarios, apariciones de cristos, vírgenes y santos, retoños de antiguos cultos religiosos paganos y de formas de antiguas idolatrías sumergidas, a veces en bajo formas de cultos católicos en modalidades de claro sincretismo, llegaron a vigorizar la vigilancia de los tribunales de la Inquisición local bajo la tutela generalmente de los obispos.

Por ello se encuentran frecuentes tratados sobre el tema de la idolatría en tratados específicos, catecismos y sermonarios. Y partir de la segunda mitad del siglo XVI, con la unificación de las Coronas española y portuguesa bajo el reinado de Felipe II, agudizó ese tipo de vigilancia y rigor ante la llegada a América de nuevos emigrados cripto-judaizantes españoles que se habían refugiado en Portugal, y cripto-protestantes.

Con el paso del tiempo, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVII en adelante, en la práctica la vigilancia se fue aflojando cada vez más. La desconfianza generalizada hacia las nuevas modas y hacia un mundo que rompía los marcos tradicionales en el campo cultural y religioso, provocaba sospechas infundadas y medidas de control severo.

Así, por ejemplo, las reacciones en México ante la extraordinaria personalidad de una mujer polifacética como sor Juana Ines de la Cruz, monja, literata, humanista, filosofa y teóloga; o figuras literarias o artísticas singulares eran vistas como anómalas. No estaba el ambiente para acoger figuras de este tipo. Además en el caso específico de México el ambiente se encontraba agudamente enrarecido por fenómenos místicos o de apariciones marianas (como había sucedido con el muy conocido caso de las de Guadalupe en el Tepeyac).

Todo ello suscitaba desde hacía tiempo una cadena interminable de polémicas y disputas civiles y eclesiásticas, a veces de carácter teológico, pero con mayor frecuencia de carácter jurisdiccional, de intereses de poder y de cuestiones quisquillosas filosófico-teológicas a todos los niveles: obispos con virreyes, obispos con regulares, cabildos con obispos, cabildos con virreyes, seculares con regulares y regulares entre sí, discusiones sobre la autenticidad o engaños de visiones, apariciones y fenómenos místicos.

Como lo demuestra el discutido caso del obispo de Puebla Don Juan Palafox y Mendoza, el mismo Tribunal de la Inquisición reflejaba ya una honda crisis humana, y un desvío del area de la ortodoxia al area de la política. El Santo Oficio, que por aquellos años había trabajado a tope para extirpar el criptojudaismo que había brotado fuerte en México con la llegada de numerosos judíos portugueses, como los Carbajal, “estaba ya minado por desviaciones fundamentales: instrumento del estado, avispero de rencillas”.[12]

No fue el catolicismo el que menguó o censuró la vida y la producción poética de personajes eminentes, como la citada sor Juana Inés de la Cruz u otras grandes personalidades del mundo del arte y las letras. La fe católica no coartó su libertad humana ni su creatividad artistica; tampoco el hecho de su vida religiosa y de sus votos censuraron su vena literaria, como parecen insinuar a veces algunos críticos literarios modernos.

Al contrario, tal insinuación la contradice la historia de la literatura española medieval y de su Siglo de Oro, que coincide en parte con esta época del barroco. Buena parte de aquellos genios de la literatura son frailes o sacerdotes seculares. La historia del arte en sus diversas manifestaciones y la historia de la literatura está llena de clérigos y religiosos de manera predominante; basta pensar a personalidades literarias como Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Lope de Vega..., por citar a algunos casos.

Clérigos y religiosos se destacan en el mundo de las artes, de las letras y del humanismo, tanto español como europeo. Protagonizan con frecuencia la vida social y política, ocupando puestos fundamentales en la historia del momento. Además, la temática tanto literária como artística de todo el barroco expresa con claridad una experiencia de fe que se hace cultura.

En el mapa latinoamericano surgen precisamente de la experiencia cristiana-católica diversas escuelas artísticas de pintura y escultura; como la cuzqueña, la quiteña, la mexicana, o las notables experiencias de las Reducciones jesuíticas del Paraguay, las franciscanas de Sierra Gorda y del Norte de México y California; además de los colegios y universidades como centros de promoción cultural, que en su mayoría han surgido, como en la Edad Media europea, alrededor de los conventos y que fueron fomentadas precisamente por las órdenes religiosas.

El hecho mismo de que el catolicismo se haya presentado en la experiencia latinoamericana como una forma carnal que supo acoger distintos elementos culturales de las antiguas culturas amerindias, es prueba de la capacidad de apertura del catolicismo, que ha sido capaz de dialogar con las culturas de los pueblos e inculturar la fe.

Por el contrario, otras formas de cristianismo desembarcadas en el siglo XVII en el Norte del Continente americano o en África del Sur (caso de los calvinistas holandeses, hugonotes y boers), se demuestran incapaces de tal diálogo precisamente por su posición ideológica, de fondo contraria a todo mestizaje –biológico y cultural- y de hecho han propugnado principios ideológicos de discriminación social y religiosa.[13]

Al contrario, el catolicismo, pese a los pecados, abusos y errores de sus miembros, ha sido siempre potencialmente un factor de integración entre las personas y los pueblos. En el caso de inteligencias artísticas, como la poética de sor Juana Inés de la Cruz y de los muchos escritores y artistas, con frecuencia anónimos del barroco iberomaericano, el ambiente y los factores negativos señalados no son fruto de la fe católica en cuanto tal. Más bien los factores negativos surgen de no ceñirse a ella.

Las controversias y las posiciones que afectaron la vida y la producción literaria de estos genios de la literatura y del arte son hijas de la situación, de la crisis socio-religiosa y del ambiente enrarecido y polémico del momento. Estas graves limitaciones se dan también con colores diversos en todo el siglo XVII europeo. En el caso del Imperio español son agudos, debido al desgaste del mismo y a los factores políticos, económicos, sociales y al deterioro de algunas expresiones religiosas en sus formas externas de devoción. Todo esto afecta por lo tanto a personalidades egregias en su genio artístico y literario. A estas personalidades se les pueden aplicar las palabras de Ortega y Gasset al definir la persona “yo soy yo y mis circustancias”.

Ciertamente en ocasiones, circunstancias precisas limitaron la expresividad literaria de algunos de ellos, pero lo que no limitaron su experiencia y su expresividad fue la fe católica y su apertura a la caridad con los prójimos dolorosamente más sufridos: la dedicación heróica en servicio de los menos favorecidos y los discriminados por servidumbres, esclavitudes y pestes. Muchos misioneros dejaron sus vidas a lo largo de difíciles caminos –desde las serranías del norte de México hasta la cordillera andina y las selvas amazónicas- y arduas empresas en regiones inhospitalarias como en las fundaciones misioneras de las Reducciones o en las duras sendas de la Sierra Gorda del norte de México y en las Californias.

NOTAS

  1. Pierre Vilar, El tiempo del Quijote, en Crecimiento y desarrollo, p.434; Cf. J. PÉREZ VILLANUEVA, en Historia de la Inquisición en España y América..., BAC, Madrid 1984, p.1003.
  2. María di Ágreda de Jesús (María Fernández Coronel y Arana: Ágreda, 2 abril 1602 – Ágreda,24 mayo 1665), mística, perteneciente a la Orden de la Concepcionistas; ha sido declarada “venerable” y tiene incohado su proceso de canonización. Ha pasado a la historia por sus numerosas experiencias místicas, visiones y bilocaciones. Las más famosas de ellas han sido las que experimentaron los misioneros franciscanos en sus arduos intentos de evangelizar los territorios del Norte del actual México y sur de los Estados Unidos ( Texas, Arizona, California y Nuevo México) donde encontraban una fuerte hostilidad de los indios apaches, navajos y comanches, entre otros, que los asesinaban. Estos misioneros, especialmente después de 1622, bajo la dirección de fray Alonso de Benavides intentan fundar una misión fortificada. Los frailes empiezan a recibir inesperadamente la visita de los jefes Xumanas, una de las tribus más agresivas, que pedían a los frailes el envío de sacerdotes pues habían sido convencidos por una “Señora vestida de azul”, que les aparecía, les hablaba y hacía milagros. La descripción de la misma correspondía a María de Jesús de Ágreda, que nunca había salido de su convento. Aquellos indios demostraban un cambio de actitud radical y su preparación para recibir el bautismo. Los hechos fueron rigurosamente examinados por la Inquisición española, constatando la veracidad de los mismos, hechos reconocidos hoy por la historiografía también no católica. La monja de Ágreda reconoció ante la Inquisición haber visitado cientos de veces aquellas tierras, si nsaber explicar el modo material o espiritual de aquellas visitas. Además supo describir a fray Alonso con suma precisión a los frailes que allí trabajaban así como muchos episodios que el mismo fraile ya había olvidado. El mismo arzobispo de México pudo constatar que Sor María Ágreda describía las tierras americanas con una precisión familiar increible. Todos estos hechos llamaron fuertemente la atención de Felipe IV, que la iba a encontrar con frecuencia y con la que mantuvo una correspondencia en la que la religiosa aconsejaba al rey y lo corregía en sus frecuentes errores con una lbiertad y fuerza poco comunes; el rey le correspondía con suma franqueza intentando seguir sus consejos espirituales. Sor María de Ágreda nos ha dijado numerosas obras, entre las que destaca Mística Ciudad de Dios, obra, que a decir de la Venerable, se la habría inspirado la misma Virgen María, con datos sobre su vida. La obra, escrita en 1637, fue quemada en 1645 por orden de su confesor, de nuevo reescrita en 1650 por orden de un uevo confesor, fray Andrés de Fuenmayor, con añadidos sobre la vida misma de la Venerable y de otras gracias recibidas. El libro, tras numerosas dificultades (había sido incluído por la Inquisición entre los libros prohibidos) fue aprobado por la misma en 1686. Su correspondencia con Felipe IV, hoy conocida y publicada, es fundamental para conocer la historia también política de Felipe IV.
  3. Silvela, Cartas de la Venerable Madre Sor María de Águeda y del Señor Rey Felipe IV, t. I, p.210, cit. en Historia de la Inquisición en España y América, I, p.1004.
  4. G. Céspedes, Las Indias durante los siglos XVI-XVII, en Historia social y económica de España y America, dirigida por J. Vicens Vives (vol III), cit. en Historia de la Inquisición..., p.1004.
  5. Tomas Escribano Vidal, La vida colonial neogranadina a través de los procesos de Inquisición (1650-1700), p.43; Ídem, en Historia de la Inquisición..., p.1005. La emigración extranjera solía escoger el puerto de Cartagena de Indias, debido a su posición central como puerta de entrada en los territorios españoles; éste fue uno de los motivos que se alegaron en favor de su candidatura a sede del Tribunal de la Inquisición.
  6. J. Pérez Villanueva en Historia de la Inquisición..., p.1011.
  7. Ibíd., p.1011.
  8. J. Pérez Villanueva en Historia de la Inquisición..., p. 1017; Idem, Sor María de Ágreda y Felipe IV: un epistolario en su tiempo, en Historia de la Iglesia en España, vol. IV (1959); RONALD CUETO RUIZ, La tradición profetíca en la monarquía católica en los siglos XV, XVI y XVII, en Arquivos do Centro Cultural Potugues, Paris 1982. Es interesante la cantidad de procesos famosos de la Inquisición a hombres políticos en desgracia por asuntos de Estado.
  9. J. Pérez Villanueva, Historia de la Inquisición.., p.1018.
  10. I. Wallerstein, Y a-t-il une crise du XVIIe siècle?, en Annales, (enero-febrero 1979); CHARLES VOVELLE, Vision de la Mort et de l'au-dela en Provence du XVe au XXe siècle, en Cahier des Annales, 29 (A. Colin 1970). El siglo XVII fue también en Europa el siglo de las grandes guerras de religión que la desolaron; la mayor fue la guerra de los Treinta Años (1618-1648).
  11. J. Pérez Villanueva, Historia de la Inquisición..., pp. 1022-1023; J. CARO, El señor inquisidor..., p.25; Roberto López Vela, Los calificadores en el siglo XVII. Los mecanismos de identificación de la eterodoxia.
  12. A. Huerga, Historia de la Inquisición..., p.1130; Idem, Palafox y Mendoza, Jean, en Dictionnaire de Spiritualité, XI, col.71-79; El V. obispo Juan de Palafox y Mendoza, Madrid 1977; Positio....
  13. A. Placucci, Chiese bianche schavi neri. Cristianesimo e schiavitù negra negli Stati Uniti d'America (1619-1865). Piero Gribaudi Editore. Torino 1990.

BIBLIOGRAFÍA

CUETO RUIZ RONALD, La tradición profética en la monarquía católica en los siglos XV, XVI y XVII, Arquivos do Centro Cultural Portugués, Paris 1982.

PLACUCCI A., Chiese bianche schavi neri. Cristianesimo e schiavitù negra negli Stati Uniti d'America (1619-1865). Piero Gribaudi Editore. Torino 1990.

PÉREZ VILLANUEVA J. Historia de la Iglesia en España, vol. IV, 1959

PÉREZ VILLANUEVA J., Historia de la Inquisición en España y América, BAC, Madrid 1984


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ