SANTUARIOS MARIANOS EN MÉXICO; Ciudad de México

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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FUNDACION DE LA DIOCESIS

La diócesis de México fue erigida canónicamente por la bula «Sacri Apostolatus» del papa Clemente VII del 2 de septiembre de 1530, apenas a nueve años de la caída de México- Tenochtitlán, y fue elevada a arquidiócesis el 12 de febrero de 1546; su primer obispo y arzobispo fue el franciscano fray Juan de Zumárraga.

Hasta inicios del siglo XXI ha habido 34 arzobispos de México, de los cuales siete llegaron a ostentar al mismo tiempo el cargo de virrey de la Nueva España, conjuntando así los principales cargos del reino. En el siglo XIX, el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos fungió como miembro de la Junta de Regencia del emperador Maximiliano de Habsburgo, siendo el último prelado que ha ostentado un cargo de carácter político.

Ya desde mediados del siglo XX, la Santa Sede hizo de facto de la Arquidiócesis de México sede cardenalicia. El arzobispo suele ser elevado al cardenalato de la Iglesia; es decir en miembro del antiguo Clero romano encargado de las diversas basílicas romanas titulares, correspondientes a las modernas parroquias, servidas por un «cardenal presbítero» o por un «cardenal diácono» según los casos.

Cuando el Papa nombra un cardenal le asigna una basílica romana como titular de la misma. En Roma por ello se ve en las fachadas de las basílicas el escudo cardenalicio del cardenal «titular» de la misma, que cambia según quien sea su titular. Por lo tanto no existen «sedes cardenalicias» fuera de Roma, aunque de hecho frecuentemente los Papas suelen hoy día nombrar cardenales a distintos eclesiásticos que suelen ocupar como obispos residenciales, importantes sedes episcopales del mundo, y generalmente también todos aquellos eclesiásticos que están al frente de uno de los Dicasterios (Secretarías o Ministerios) de la Curia Romana, pero ello no es automático.

Los cardenales no eran ni son tampoco hoy necesariamente obispos, ya que no se requiere el orden episcopal para serlo, sino sólo tener alguna de las órdenes mayores, diaconado o presbiterado. San Juan XXIII dispuso que todos los nombrados cardenales pueden acceder al episcopado, pero lo dejó a la libre elección de los nombrados.

Entre las Sedes episcopales de antiguo abolengo episcopal en el continente americano se encuentra la de la ciudad de México; por ello los Papas ya en el siglo XX quisieron distinguirla nombrando a sus arzobispos cardenales. Ya en tiempos del Siervo de Dios Luis María Martínez, el Santo Padre parece que quiso nombrarle cardenal, pero el gran Prelado declinó el nombramiento por considerar que su edad y mala salud no le permitirían cumplir con las responsabilidades.

El Santo Padre nombró por aquellos años a monseñor José Garibi Rivera, arzobispo de Guadalajara, como primer cardenal mexicano. Ya en el siglo XIX el Papa Pío IX había designado al primer cardenal mexicano en la persona del arzobispo de Morelia-Michoacán, Clemente de Jesús Munguía, nombramiento que le llegó cuando ya había fallecido. Y regresando al caso de la archidiócesis de México, luego de la muerte de monseñor Martínez, desde el nombramiento del arzobispo Miguel Darío Miranda (1956-1977), todos los arzobispos primados de México han sido creados cardenales por el Papa. El papa Francisco, tuvo a bien nombrar al cardenal Carlos Aguiar Retes el 7 de diciembre de 2017 como Arzobispo Primado de México.

ANTECEDENTE DE LA CATEDRAL METROPOLITANA: LA IGLESIA MAYOR

Tras el regreso de Hernán Cortés de su exploración de la actual Honduras, los conquistadores decidieron construir una iglesia en el lugar en el que se encontraba el Templo Mayor de la ciudad de Tenochtitlán. El arquitecto Martín de Sepúlveda fue el primer director del proyecto entre 1524 y 1532, siendo el franciscano Fray Juan de Zumárraga el primer obispo de esta sede episcopal.

La Iglesia Mayor se encontraba en la parte noreste de lo la que es la actual catedral. Tenía tres naves separadas por columnas toscanas, el techo central presentaba intrincados grabados realizados por Juan Salcedo Espinosa, y dorado por Francisco de Zumaya y Andrés de la Concha. La puerta principal era probablemente de estilo renacentista. El coro tenía 48 sitiales realizados a mano por Adrián Suster y Juan Montaño en madera de ayacahuite. Para la construcción, utilizaron las piedras de las pirámides de los aztecas.

Este templo pronto fue considerado insuficiente para la creciente importancia de la capital del virreinato de Nueva España. Esta primera iglesia fue elevada a catedral por el rey-emperador Carlos I de España y V del Sacro Romano Imperio y el papa Clemente VII, según la bula del 9 de septiembre de 1534 y, posteriormente, nombrada metropolitana por Paulo III en 1547.

Esa iglesia pequeña resultó insuficiente y en 1544 se ordenó que se levantase un nuevo templo, de proporcionada suntuosidad a la grandeza del Virreinato. Viendo que la conclusión de la iglesia nueva iba para largo, en el año de 1584 se decidió reparar totalmente la antigua Iglesia Mayor para poder celebrar en ella el tercer Concilio Mexicano.

La iglesia tenía de largo poco más que el frente de la catedral nueva; sus tres naves no alcanzaban 30 metros de ancho y estaban techadas, la central con una armadura de media tijera, las de los lados con vigas horizontales. Además de la puerta del Perdón había otra llamada de los Canónigos, y quizás una tercera quedaba a la placeta del marqués. Años más tarde, la catedral quedó pequeña para su función.

La Nueva Catedral

Los planes iniciales para la erección de la nueva catedral comenzaron en 1562, dentro del proyecto para la edificación de la obra, el entonces arzobispo Alonso de Montúfar habría propuesto una monumental construcción compuesta de siete naves y basada en el diseño de la Catedral de Sevilla; un proyecto que a palabras del propio Montúfar llevaría 10 o 12 años.

El peso de una obra de tales dimensiones en un subsuelo de origen pantanoso requeriría de una cimentación especial. Inicialmente se colocaron vigas cruzadas para construir una plataforma, algo que requería altos costos y un constante drenado; al final dicho proyecto se abandonaría no solo por el mencionado coste, sino por las inundaciones sufridas por el centro de la ciudad.

Es entonces que, apoyados en técnicas indígenas, se inyectan sólidos pilotes de madera a gran profundidad, alrededor de veinte mil de estos pilotes en un área de seis mil metros cuadrados. El proyecto es disminuido de las siete originales naves a solo cinco: una central, dos procesionales y dos laterales para las 16 capillas. La construcción comenzó con los diseños y modelos creados por Claudio de Arciniega y Juan Miguel de Agüero, inspirados en las catedrales españolas de Jaén y Valladolid.

En 1571, con algo de retraso, el virrey Martín Enríquez de Almansa y el arzobispo Pedro Moya de Contreras colocaron la primera piedra del actual templo. La catedral comenzó a construirse en 1573 en torno a la iglesia existente que fue derribada cuando las obras avanzaron lo suficiente para albergar las funciones básicas del templo. El inicio de las obras se encontró con un terreno fangoso e inestable que complicó los trabajos, debido a ello, el tezontle y la piedra de chiluca fueron favorecidos como materiales de construcción en varias áreas, sobre la cantera, al ser estos más livianos.

En 1581, se comenzaron a levantar los muros y en 1585 se iniciaron los trabajos en la primera capilla, en esos momentos los nombres de los canteros que trabajaban en la obra eran: en las capillas las labraba Juan Arteaga y los encasamentos Hernán García de Villaverde, que además trabajaba en los pilares torales cuyas medias muestras esculpía Martín Casillas. En 1615 los muros alcanzaron la mitad de su altura total. Las obras del interior comenzaron en 1623 por la sacristía, derribándose a su conclusión la primitiva iglesia.

El 21 de septiembre de 1629 las obras fueron interrumpidas por la inundación que sufrió la ciudad, en las que el agua alcanzó los dos metros de altura, causando daños en lo que actualmente es la plaza del Zócalo y otras partes de la ciudad. A causa de los daños, se inició un proyecto para construir la nueva catedral en las colinas de Tacubaya, al oeste de la ciudad, pero la idea fue descartada y el proyecto continuó en la misma ubicación, bajo la dirección de Juan Gómez de Trasmonte.

El arzobispo Marcos Ramírez de Prado y Ovando realizó la segunda dedicación el 22 de diciembre de 1667, año en que se cerró la última bóveda. A la fecha de consagración, careciendo, en ese momento, de campanarios, fachada principal y otros elementos construidos en el siglo XVIII, el coste de lo construido era equivalente a 1 759 000 pesos.

Dicho coste fue cubierto en buena parte por los reyes de España Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Anexos al núcleo central del edificio se agregarían con el paso de los años el Colegio Seminario, la Capilla de las animas, y los edificios del Sagrario y de la Curia.

CATEDRAL DE NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN

En 1675 fue concluida la parte central de la fachada principal, obra del arquitecto Cristóbal de Medina Vargas, que incluía la figura de la Asunción de María, advocación a la que está dedicada la catedral, y las esculturas de Santiago el mayor y San Andrés custodiando. Durante lo que resta del siglo XVII se construye el primer cuerpo de la torre del oriente, obra de los arquitectos Juan Lozano y Juan Serrano. La portada principal del edificio y las del lado del oriente fueron construidas en 1688 y la del poniente en 1689. Se concluyeron los seis contrafuertes que sostienen la estructura por el lado de su fachada principal y los botareles que apoyan las bóvedas de la nave mayor.

Durante el siglo XVIII poco se hizo para adelantar en el término de la construcción de la Catedral; en gran medida porque, ya concluida en su interior y útil para todas las ceremonias que se ofrecían, no se presentaba la necesidad urgente de continuar trabajando en lo que faltaba.

Aunque la obra hubiese sido suspendida de hecho, algunas obras al interior continuaron; hacia 1737 era maestro mayor Domingo de Arrieta. Él hizo, en compañía de José Eduardo de Herrera, maestro de arquitectura, las tribunas que rodean el coro. En 1742 Manuel de Álvarez, maestro de arquitectura, dictaminó con el mismo Herrera acerca del proyecto de presbiterio que presentó Jerónimo de Balbás.

En 1787, el arquitecto José Damián Ortiz de Castro fue designado, tras un concurso en el que se impuso a los proyectos de José Joaquín de Torres e Isidro Vicente de Balbás, a dirigir las obras de construcción de los campanarios, la fachada principal y la cúpula. Para la edificación de las torres, el arquitecto mexicano Ortiz de Castro diseñó un proyecto para hacerlas eficaces ante los sismos; un segundo cuerpo que parece calado y un remate en forma de campana.

Su dirección en el proyecto continuó hasta su fallecimiento en 1793; momento en el que fue sustituido por Manuel Tolsá, arquitecto y escultor impulsor del Neoclásico, quien llegó al país desde España en 1791. Tolsá se encarga de concluir la obra de la catedral. Reconstruye la cúpula que resultaba baja y desproporcionada; diseña un proyecto que consiste en abrir un anillo mayor sobre el que edifica una plataforma circular, para levantar desde ahí una linternilla mucho más alta. Integra los flameros, las estatuas y las balaustradas. Corona la fachada con figuras que simbolizan las tres virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad.

LA CATEDRAL EN EL CAMINAR HISTÓRICO DE MÉXICO

Concluida la independencia de México, la catedral no tardó en ser escenario de capítulos importantes de la historia del nuevo país. Al ser el principal centro religioso y sede del poder eclesiástico fue parte de distintos acontecimientos que involucraba la vida pública del México independiente.

El 21 de julio de 1822 se realizó la ceremonia de coronación de Agustín de Iturbide como emperador de México. Desde temprano sonaron las salvas de veinticuatro cañones, se adornaron balcones y las fachadas de los edificios públicos fueron engalanadas, así como atrios y portales de iglesias. Terminada la ceremonia, el tañido de las campanas y el estrépito de los cañones comunicaron al pueblo que la coronación se había consumado.

En 1825 las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, rescatadas y resguardadas tras haber permanecido colgadas frente a la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, fueron trasladadas desde la Parroquia de Santo Domingo hasta la Catedral Metropolitana en una procesión solemne. La marcha de los cráneos resguardados en una urna cubierta con terciopelo negro fue acompañada por el repicar de las campanas, las voces del Coro del Cabildo y las cofradías que en aquel entonces eran las responsables de las capillas de la Catedral.

Meses antes, esos mismos cráneos pendían frente a la Alhóndiga y ahora el arzobispo Pedro José de Fonte y Hernández Miravete daba autorización de que la Puerta Jubilar del recinto fuese abierta de par en par para recibir a los ya llamados «héroes» de la Independencia. También se recibieron los restos de José María Morelos, Francisco Javier Mina, Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana.

Los restos fueron colocados en la Cripta de los Arzobispos y Virreyes y en aquel entonces se escribió: “A los honorables restos de los magnánimos e impertérritos caudillos, padres de la libertad mexicana, y víctimas de la perfidia y el nepotismo, la patria llorosa y agradecida erigió este público monumento”.

Sin embargo, allí no permanecieron mucho tiempo; hacia 1885, por órdenes del presidente Porfirio Díaz los restos fueron sacados de la Cripta y llevados en procesión hacia el recinto catedralicio; pero esta vez, la procesión estaba encabezada por el presidente de la República, los Ministros y Secretarios de Ayuntamiento, autoridades civiles, organizaciones populares, banderas mexicanas y estandartes laicos que reflejaban el carácter de la época. De nueva cuenta, la Puerta Jubilar vio desfilar a los héroes de la Patria, aunque esta vez sin Morelos.

Entonces fueron colocados en la Capilla de San José, y allí estuvieron cerca de cuarenta años hasta que en 1925 salieron de la Catedral para ser colocados en la base de la Columna del Ángel de la Independencia sobre Paseo de la Reforma. El gobierno mexicano no se llevó el cuerpo, sin embargo, del libertador Agustín de Iturbide, que permanece en la Capilla de San Felipe de Jesús.

Siendo Arzobispo de México José Lázaro de la Garza y Ballesteros, se pronunció en contra de las Leyes de Reforma contenidas en la Constitución de 1857. En marzo de 1857, declaró durante un sermón, que las nuevas leyes eran «hostiles a la Iglesia». El 17 de abril, envió una circular a todos los sacerdotes de su diócesis “previniendo que no se absolviera sin previa retractación pública a los fieles que hubiesen jurado la constitución”. Su postura fue escuchada por muchos empleados que se negaron a jurar la Carta Magna, quienes fueron destituidos de sus puestos por el gobierno mexicano. En diferentes partes del país, se realizaron diferentes pronunciamientos y levantamientos armados bajo el grito de «Religión y fueros».

En consecuencia, la sociedad mexicana quedó dividida en dos facciones. Los liberales que apoyaron las reformas a la Constitución y los conservadores que la detractaban apoyando al clero. Estalló la Guerra de Reforma en el territorio mexicano, estableciéndose dos gobiernos. Por una parte, el Constitucional a cargo de Benito Juárez y el promulgado por una Junta del Partido Conservador bajo el mando de Félix María Zuloaga.

El 23 de enero de 1858 el gobierno conservador quedó formalmente establecido, y el gobierno liberal tuvo que escapar de la capital. El Arzobispo ofició una misa en la Catedral y para celebrar el acontecimiento se cantó el Te Deum. El 12 de febrero De la Garza envió una carta al presidente interino Zuloaga para congratular a su gobierno de forma oficial y brindarle su apoyo.

Durante buena parte de los siglos XIX y XX, una serie de diversos factores influyeron para una parcial perdida de su patrimonio artístico; al natural deterioro del tiempo se le sumaron, los cambios generacionales en el gusto, los incendios, los robos, pero también la falta de un marco normativo y de una conciencia para la conservación del inmueble y sus propiedades, esto claro, tanto por las autoridades eclesiásticas como las gubernamentales.

De esta manera ambos entes hicieron uso de los tesoros artísticos para solventar las consecuencias de la inestabilidad política y económica del país. Por ejemplo, las lámparas y atriles de plata, así como los vasos de oro y otras joyas se fundieron para financiar las guerras de mediados del siglo XIX. El cambio en la moda artística también influyo cuando el altar mayor del siglo XVII fue sustituido con un ciprés barroco en el siglo XVIII hecho por Jerónimo de Balbás; mismo que fue sustituido por el de Lorenzo de la Hidalga de estilo neoclásico y retirado para mejorar la visibilidad del Altar de los Reyes en 1943.

El 12 de junio de 1864 fue parte de la fastuosa recepción en la Ciudad de México de los emperadores Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia, quienes asistieron a una misa de acción de gracias ese día en el inmueble.

Como parte de la serie de eventos que derivaron en el desencadenamiento de la Guerra Cristera, el 4 de febrero de 1926, el periódico «El Universal» publicó una protesta en contra de la nueva Constitución que había declarado el arzobispo José Mora y del Río nueve años antes, pero la nota se presentó como una noticia nueva, es decir, como si se tratase de una declaración reciente. Por órdenes del presidente Calles, quien consideró la declaración como un reto al Gobierno, Mora y del Río fue consignado ante la Procuraduría General de Justicia y detenido; se clausuraron varios templos, entre ellos la misma Catedral y se expulsó a los sacerdotes extranjeros.

El artículo 130 constitucional fue reglamentado como la Ley de Cultos (mejor conocida como Ley Calles), se cerraron las escuelas religiosas y se limitó el número de sacerdotes para que solo uno oficiara por cada seis mil habitantes. El 21 de junio de 1929, durante la presidencia de Emilio Portes Gil, el Gobierno bajo la tutela del gobierno norteamericano, impulsó unos «arreglos» que pusieron oficialmente fin a las hostilidades en el territorio mexicano, con lo cual quedó reabierto el recinto.

El 26 de enero de 1979 recibió por primera vez en la historia la visita un sumo pontífice de la Iglesia católica: el Papa San Juan Pablo II, quien, en medio de un acto multitudinario, ofreció una histórica misa en la que habría de pronunciar una de sus célebres frases: «¡México siempre fiel!» El 13 de febrero de 2016 habría de sucederse una nueva visita por parte de otro Papa, cuando el Papa Francisco acudió a una reunión con todos los obispos de las diócesis de México.

NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD

El culto de Nuestra Señora de la Piedad, en la Ciudad de México nos remonta a la fundación de un convento de dominico que se estableció en las afueras de la ciudad de México. En los libros «Crónicas de la historia de la provincia de Santiago de la Orden de Santo Domingo en México» escrita por Fray Hernando de Ojea OP, nos narra en el capítulo 7 del Libro Tercero la fundación del Convento de Nuestra Señora de la Piedad de México y añade la vida del Siervo de Dios, Canónigo Juan González y García, quien fue el intérprete del náhuatl al castellano entre Juan Diego Cuauhtlatoatzin y el Obispo Fray Juan de Zumárraga, por lo que este sacerdote, es muy importante para el Acontecimiento Guadalupano.

El joven español Juan González y García llegó a la Nueva España en 1528, a la edad de 18 años; era sobrino del Capitán Ruy González y García muy pronto aprendió náhuatl, deseó de ser sacerdote y fue bien aceptado por los clérigos del naciente obispado y por el obispo Fray Juan de Zumárraga. En diciembre de 1531, San Juan Diego llevó al Obispo el mensaje de la Virgen de Guadalupe en náhuatl, y se llamó al joven interprete Juan González y García.

En 1534 Zumárraga lo ordenó sacerdote para la diócesis de México y lo hizo su confesor y secretario. Se matriculó en la apenas fundada Real y Pontifica Universidad de México. Fue designado representante de los alumnos y fue su tercer Rector por dos períodos 1555-56 y 1556-57. En 1564, cuando se encontraba en la cumbre de la fama, renunció al canonicato, para irse a la conversión de los indios, a los que ya desde muchos años antes atendía con abnegación.

Finalmente se retiró a una vida de oración y penitencia construyendo la Capilla de la Visitación, (actualmente la esquina sureste de la Avenida Cuauhtémoc y Obrero Mundial) cerca de lo que fue años después el Convento Dominico de Nuestra Señora de la Piedad. Después de 26 años de vida de ermitaño, murió el 5 de enero de 1590, con fama de santidad. Fue enterrado con toda solemnidad en la catedral de México y ahí continúan sus restos en la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe.

En 1718, el Claustro de la Real y Pontifica Universidad de México, pidió al arzobispo Fray José Lanciego y Eguilaz que se iniciara su proceso de beatificación. El arzobispo accedió y se realizaron primeros pasos y quedo patente la fama de sus virtudes que permanecían vivas a más de un siglo de su fallecimiento.

Podemos reflexionar dos elementos muy importantes, el intérprete del Acontecimiento Guadalupano, vivió igual que Juan Diego, en una ermita entregado a la oración bajo la protección de la Virgen María, en su advocación de la «Visitación», quizás en recuerdo del gran hecho de que Santa María de Guadalupe había «visitado» el Nuevo Mundo en 1531. A finales del siglo XVI, un noble caballero llamado Juan Guerrero de Luna, Alcalde de la Ciudad de México, ofreció la propiedad a los Padres Dominicos, la cual contaba con la pequeña ermita «de la Visitación» del Canónigo Juan González y García que estaba en ruinas a un cuarto de legua de la ciudad, en un barrio de Ahuehuetlán. Aquel lugar inspiró a que los frailes dominicos dedicaran una iglesia a la Virgen santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de la Piedad.

Los dominicos recibieron esta casa y ermita tomando posesión de ella jurídicamente el 12 de marzo de 1595, hallándose presente el virrey don Luis de Velasco. El sitio, aunque cenagoso, y cercado de pantanos, era muy apacible, porque había una arboleda.

El primer dato sobre la existencia de fieles que iban a la ermita de La Piedad y al Convento Dominico es de 1603, cuando el virrey conde de Monterrey ordenó el arreglo de la calzada que llegaba a dicho sitio, para permitir el tránsito de los devotos que la visitaban y de los viajeros que se dirigían a las distintas zonas que ésta comunicaba.

A la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad empezaron a acudir fieles de la ciudad para efectuar novenas y peregrinaciones, y obsequiar dones de cera y las limosnas. La asistencia de fieles se multiplicaba los sábados de Cuaresma, pues en ese periodo se daban indulgencias y gracias. Ese incremento en el culto llevó a que el conjunto conventual y la imagen mariana se volvieron el mejor referente del lugar donde se establecieron, a principios del siglo XVII era el pueblo de Santa María Atlixuca, que paso a ser conocido como el pueblo de Nuestra Señora de La Piedad.

Los años 1595-1652 fueron cruciales en el desarrollo del culto de la imagen de Nuestra Señora de la Piedad, que inició con la fundación del convento que la albergó, con el surgimiento y consolidación de la devoción entre los habitantes de la ciudad de México y con su veneración como imagen milagrosa.


El origen de la imagen original de Nuestra Señora de la Piedad se remonta a un fraile dominico que la trajo desde Roma. Este religioso mandó pintar esta imagen a un reconocido pintor romano, teniéndola éste solamente delineada y en los primeros bosquejos; fue cuando se le pidió a dicho religioso salir de Roma destinado a México, y él resolvió traerla así como estaba, con la esperanza de que alguno de los pintores de la ciudad la acabase de terminar.

Y aquí una vez más nos encontramos con la narración de un hecho extraordinario y milagroso, en una versión particular. Llegando a México, al desenvolver el lienzo, el fraile dominico habría hallado ya toda la imagen perfecta y acabada. Casi un siglo después, algunos describieron la imagen; entre ellos el padre jesuita Francisco de Florencia, quien redactó su «Zodiaco Mariano» a finales del siglo XVII pero editado por Juan de Oviedo a mediados del siglo XVIII.

La túnica de María era roja y su manto azul, y era prácticamente del mismo tamaño que la imagen de la Virgen de Guadalupe del Tepeyac. Así mismo, el citado autor especificó que la parte superior izquierda de Jesús estaba sobre el regazo de su madre y la parte inferior de su cuerpo en la tierra, en postura muy natural.

Algunos estudios sobre esta imagen y culto especifican que esta advocación mariana habría surgido en la región del Rio Rhin, entre los siglos XIII y XV, desde donde fue difundida a diferentes rincones europeos. Se le conoció como Virgen de la Piedad, Virgen del Mayor Dolor o Virgen del Traspaso, y se le ha encuadrado dentro de los llamados «Dolores de María», los cuales, con base en diferentes momentos de la vida de Cristo, enfatizaron la angustia de la Virgen.

El fervor a La Piedad había ido creciendo no sólo en la Nueva España sino en toda la América, debido a dos sucesos que nada tenían que ver con el relato sobre la efigie. El primero de ellos fue el apoyo de Mariana de Austria para que en los territorios españoles se oficiara la misa de Dolores el viernes previo al Domingo de Ramos. Los testimonios de los milagros de la Virgen de rostro sufriente fueron atrayendo a numerosos fieles que peregrinaban hasta aquel lugar, ya fuera de la ciudad para conocerla, por lo que se convirtió en un importante centro de peregrinaje durante la época Virreinal por el fervor que la Virgen de la Piedad atraía a los peregrinos.

La iglesia era de una sola nave y corría de Oriente a Poniente, con una puerta principal; en el retablo mayor se encontraba la imagen de Nuestra Señora de la Piedad; el templo estaba bellamente adornado con ornamentos de plata; contó con ocho altares en los que se apreciaban obras de los pintores Miguel Cabrera y Velázquez, pero durante la Guerra de Reforma y la persecución religiosa de 1926, el templo fue profanado, quedando en el abandono, convertido primero en cuartel militar y luego estación de policía.

Finalmente, el templo de Nuestra Señora de la Piedad fue demolido para construir la Octava Delegación de Policía, hecho que representó la desaparición del pueblo de la Piedad y el nacimiento de la llamada colonia Narvarte. Pese a la desaparición del templo, el culto a Nuestra Señora de la Piedad siguió adelante, y a finales de la década de los años cincuenta del siglo XX, fue construida la ahora Parroquia de Nuestra Señora de la Piedad, que alberga en su interior la imagen original que durante siglos recibió a decenas de peregrinos y es considerada protectora del sur de la Ciudad de México.

MONS. JORGE ANTONIO PALENCIA RAMÍREZ DE ARELLANO