TARIJA; El Convento Franciscano

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Lingüística y solidaridad en las reducciones franciscanas chaqueñas

Los franciscanos llegaron a Tarija (entonces Virreinato del Perú y hoy República de Bolivia) en 1606, tras un pedido de la población a las autoridades religiosas y civiles españolas de tener un convento de esta orden en dicha ciudad.

Las autoridades recibieron con beneplácito la petición, pero manifestaron no tener las condiciones económicas para sostener una casa religiosa en el pequeño poblado; ante esta respuesta, los pobladores, en un cabildo, decidieron asumir los costos de construcción del convento y la manutención de los religiosos. Este compromiso generó un fuerte vínculo entre los religiosos y la población que ha perdurado a través del tiempo.

La vida franciscana se presenta brevemente en tres periodos:

  • PROTO-MISIÓN: primer periodo de vida conventual, entre 1606 a 1755, que se caracteriza por una intensa vida espiritual marcada por el estilo de vida del primer guardián Fr. Antonio de San Buenaventura, la atención de las capellanías y la predicación.
  • MISIÓN: este periodo comprende desde la erección del convento de Tarija en Colegio de Propaganda Fide en 1755, hasta su supresión en 1918, para dar paso a la creación del Vicariato del Chaco (1919). El colegio fue un centro de formación de misioneros, tanto para las misiones populares como para las misiones entre pueblos indígenas. Las misiones populares se realizaban en un amplio territorio: todo lo que abarcaba la Audiencias de Charcas, (hoy Bolivia), el sur del Perú, el norte de Chile, llegando hasta Tucumán en Argentina. El otro campo de acción del Colegio de Tarija fueron las misiones con indígenas en la región de la Cordillera del Chaco (desde el norte argentino hasta el actual departamento de Santa Cruz).
  • POST-MISIÓN: este periodo comprende la acción del convento desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, donde la comunidad religiosa ha tenido una gran influencia en la consolidación de la identidad del pueblo tarijeño. Las acciones de los franciscanos se describen como sociales, pastorales e intelectuales.

Las obras sociales fueron impulsadas por la encíclica «Rerum Rovarum», que en la recepción local se dio en las Obras Antonianas, fundadas a fines del siglo XIX, con obras de caridad para la atención a los pobres; la educación desde el Colegio Antoniano y la escuela para artesanos; y el «Periódico Antoniano», como una voz católica en la prensa nacional hasta 1953.

La actividad pastoral se caracterizó, primero, por la provisión de religiosos para la atención de las capillas, en los valles del sur de Bolivia y la provisión de religiosos a las parroquias del vicariato del Chaco; y segundo, desde la parroquia San Francisco de Tarija, creada en 1975.

La actividad intelectual del convento fue un aspecto transversal, pues fue un centro de formación de misioneros; por eso se consolidó una biblioteca especializada y el archivo con la documentación de las misiones.

El comienzo de una experiencia misionera franciscana singular

Los franciscanos levantaron una estación o doctrina misionera en Tarija el 18 de mayo de 1606; más tarde, en 1755, fue trasformada en el «cuartel general» de los misioneros franciscanos del sudeste de Charcas.

Por las características de la labor apostólica, los franciscanos prefirieron la ciudad de frontera, que era Tarija, a la de Chuquisaca, centro civil y político de la configuración de Charcas, para desplegarse más allá de los límites considerados «civilizados» e internarse en los «bárbaros», que eran residencia de los pueblos originarios guaraníes, chaneses, tapietes, tobas y noctenes.

Esta estrategia justificó la creación de los llamados Colegios de Propaganda Fide en el Continente americano, destinados a la formación de misioneros para las tierras fronterizas; estos colegios de formación misionera eran sustentados por los otros colegios franciscanos. Ellos fomentaron nuevos contenidos y metodología misionera que fueron la base de la evangelización de muchos pueblos de frontera.

Su denominación se debe a la aprobación que le dio el Dicasterio misionero de Propaganda Fide en Roma. Los papas Inocencio XI, Inocencio XII, Pío VI y Pío IX aprobaron esas iniciativas; favorecieron una legislación particular dentro de la orden franciscana y de la organización eclesial, y dieron orientaciones según las circunstancias de los tiempos y lugares. La novedad de los Colegios de Propaganda Fide, ubicados en lugares fronterizos a lo largo de la geografía americana, era que representaban centralidad de acción, diversificación de labores y multiplicidad de iniciativas.

Estaban siempre ubicados alrededor de un centro urbano, lo que les permitía un régimen de supervivencia económica que sustentaba la actividad misionera entre los pueblos no cristianos y la predicación del Evangelio entre fieles católicos, con frecuencia con raíces cristianas aún muy débiles. Por tanto, la preocupación apostólica hacia otros pueblos mantenía un espíritu de comunión con lo ya existente. La figura del padre prefecto de misiones era central tanto para las comunicaciones internas de la vida conventual, como para el ordenamiento de las nuevas realidades de fe y para las relaciones con Roma.

La metodología que se implantó fue la de las reducciones, iniciada por el padre Luis de Bolaños O.F.M. (1580) en Paraguay, y que los franciscanos trasladaron a todo el continente hispano, desde California hasta las islas de Chiloé (Chile). La nueva realidad reunía a la entidad indígena bajo la guía del padre conversor, pero manteniendo la unidad étnica y cultural alrededor de sus caciques tradicionales. Escuela y economía colectiva fueron factores de persuasión. Otro elemento de continuidad fue la solidaridad entre las reducciones, que intercambiaban bienes entre sí y salvaguardaban una estructura de mutua ayuda.

Sobre esa base se estructuró el territorio, que adquirió unidad simbólica en una arquitectura de almacenes, talleres, poblados, templos y actividades artísticas. El conjunto de todas estas iniciativas y construcciones era iniciado y concluido por los mismos componentes de la reducción.

Con motivo del IV centenario del convento franciscano de Tarija

Se quiso celebrar el IV centenario del convento franciscano de Tarija en el 2006, publicando una obra monumental dirigida por el historiador franciscano de Tarija: Lorenzo Calzavarini O.F.M., «Presencia franciscana y formación intercultural en el sudeste de Bolivia. Documentos del Archivo Franciscano de Tarija, 1606-1936. IV Centenario de la fundación del convento de Nuestra Señora de los Ángeles (Colegio de Propaganda Fide 1755-1921) de Tarija (1606-2006)».

Se trata de una obra de 3 500 páginas, índices generales con entradas de 1 477 topónimos y de 6 516 onomásticos, 1 400 ilustraciones iconográficas que visualizan el decurso histórico a través de la selección de 266 documentos del Archivo Franciscano de Tarija, la trascripción de 327 biografías de religiosos inscritos al Colegio de Propaganda Fide de Tarija, desde 1755 a 1921, y las crónicas conventuales y misioneras de 1879 a 1936.

Estos datos iluminan la amplitud de la acción del Colegio de Propaganda Fide de Tarija y la profundidad de su acción misionera, que va desde la «implantatio ecclesiae» hasta su realización como vicariato de Cuevo-Camiri. Discurriendo las páginas encontramos amplios espacios de vida, diagramados por temas específicos y según un ordenamiento de sucesión histórica.

La obra está dividida en dos grandes apartados, que corresponden a la etapa bajo el dominio español y a la etapa republicana independiente, y esta última, hasta el año de 1936 cuando terminó la guerra del Chaco, que ensangrentó todo el territorio de las ex reducciones franciscanas. La obra es fundamental para conocer los comienzos y el desarrollo de la acción evangelizadora de los franciscanos en las extensas regiones que entonces comprendían buena parte de los territorios andinos. Lo hace ofreciendo una antología impresionante de documentos de archivo, conservados en dicho convento.

Cuatro siglos de historia han atesorado testimonios de conflictos, divergencias, consentimientos y de grandes cambios sociales y religiosos. La selección de documentos ha sido una labor científica de muchos años. En la exposición y trascripción de los mismos se ha tratado de mantener una estricta lógica en la sucesión de los hechos, que introducen al lector en un cuadro de acciones, actores y situaciones, que muestran el acontecer de la historia.

Un trabajo meticuloso, riguroso y paciente

Lo que se puede definir como «temas específicos» se entiende como organización de facetas de una biografía colectiva. Se inicia con la vida y el complejo conventual franciscano; la institucionalidad del Colegio de Propaganda Fide y su acción misionera; la conflictividad entre instituciones de los pueblos originarios y el gobierno de Charca y el difícil formalizarse del contexto hispanoamericano, que se concluyó en 1825. El paso de un momento histórico a otro, representó un gran sacrificio para la Iglesia.

El convento de Tarija –destinado a ser secularizado por decisión del mariscal Sucre, primer presidente de Bolivia– fue salvado por los simples fieles, por lo cual, archivo y biblioteca no sufrieron pérdidas. Fue el presidente Santa Cruz quien, en 1833, encargó al padre Andrés Herrero repoblar los colegios de Propaganda Fide en Bolivia. El de Tarija volvió a la vida con religiosos italianos, que, siguiendo la herencia de los hermanos españoles, se integraron fácilmente en el universo misional y eclesial.

Esta es la respuesta del porqué la novedad italiana no fue conflictiva. Además, hay que reconocer que las modalidades de vida de los frailes y la visión teológica franciscana tenían raíces profundas en el contexto del sureste de Bolivia (departamento de Tarija y regiones chaqueñas). Varios documentos testimonian estos aspectos de conexión estrecha con el pueblo.

El documento I.19 nos habla de los tiempos y modalidades para ir de limosna; el documento V.1, de las «Pías Memorias o Capellanías» muestra cómo el conjunto agrícola, a razón del recuerdo de los difuntos, mantenía estrechas relaciones con el convento; y el documento V.2, «Manual de misioneros», es un modelo de animación catequética –redactado en poesía– aglutinando dimensión teológica, actitudes devocionales, vida sacramental y sentido comunitario de la fe. La estructura de las misiones populares, que se repetía en varios lugares y tiempos, plasmaba la conciencia y memoria cristiana en una dinámica psicológica, artística y social.

El padre Lorenzo Calzavarini –editor de la obra– nos comunica que, por evidentes razones de tiempo y costo, han sido sacrificados para la antología los sermones de los religiosos. Se trata de manuscritos de un promedio de entre 500 y 700 páginas, cosidos y forrados en cuero, de formatos de 10 por 8, de 15 por 10 y de 20 por 14; medidas aptas para ser llevadas en las alforjas de los frailes.

Se trata de una colección de 27 manuscritos, todos de la época española, lo que los pone en directa conexión con el «Manual de Misioneros», cuya redacción final data de 1803. Entre ellos se incluyen dos manuscritos de medicina, que era práctica obligatoria por los misioneros en su estadía en el colegio.

Así es que el monumental documento del padre Antonio Comajuncosa: «El comisario- prefecto de misiones instruido en sus facultades, cargos y obligaciones, y en varios puntos concernientes al régimen temporal y espiritual, político y económico de los padres conversores, e indios de su cargo», que es un escrito de derecho eclesial indiano, indica en sus páginas cómo deben estar en la sacristía, los instrumentos para la operación cesárea, describiendo, a la vez, los varios pasos a seguirse.

Entre los títulos, existe también: «Doctrina cristiana según la mente de San Carlos (Borromeo) y del Catecismo romano». La indicación de San Carlos se explica en función de la corriente de teología popular que él representó y que tuvo gran repercusión en la América española.

Fue el espacio de las devociones populares lo que nos remite al substrato humanístico de las vivencias católicas del continente, centrado en los santuarios de la Virgen y del Santo Cristo. Allí es donde se da el encuentro intercultural de los pueblos originarios con las novedades cristianas. La abundancia de las ilustraciones insertadas en la obra, muestra que la elaboración artística era expresión del estupor espiritual.

El esquema de selección y ordenamiento de documentos de la época española sigue en la época republicana independiente, como constante del actuar eclesial y misionero de los franciscanos. Su síntesis la encontramos en el documento de los «Estatutos Municipales del Colegio de Nuestra Señora de los Ángeles de Tarija, ordenado por primera vez en 1801, y arreglado en 1879, a la novísima Constitución Apostólica [del Papa Pío IX], dada por el gobierno de los Colegios de América» (VI. 2). En él se desglosan el espíritu franciscano, las modalidades de la vida comunitaria, la acción misionera y conventual, los privilegios otorgados por los papas y la estructura del gobierno reduccional, religioso, político y económico entre los indios.

El documento es el apogeo de la configuración reduccional, ya consolidada en sus pasos eclesiales y civiles. Se publicaron, después, los catecismos bilingües (guaraní-castellano), diccionarios lingüísticos, historias misionales y redacciones de exploraciones, que tenían su punto de apoyo en la misma territorialidad reduccional. Este último aspecto desencadenó apresuradas soluciones políticas de lo que parecía una contradicción interna al concepto del Estado moderno.

La historia de la Bolivia independiente marcada por un rosario de conflictos fratricidas

La historia de Bolivia tras la independencia de España, a partir de los levantamientos criollos de independencia en 1809 en Chuquisaca y La Paz durante la invasión napoleónica de España y comenzados en nombre del rey Fernando VII, preso de Napoleón, culminaron tras 16 años de guerras realmente civiles, lideradas por los criollos venezolanos Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, con la proclamación de la independencia el 6 de agosto de 1825.

A partir de entonces la historia boliviana fue un continuo subseguirse de guerras internas civiles y de enfrentamientos con las nuevas repúblicas hermanas independientes, formando a veces confederaciones, rompiéndolas otras, enzarzándose en sangrientas y desastrosas guerras civiles y fratricidas, con resultados desastrosos para la joven república boliviana, que perdió buena parte de su primitivo territorio el cual pasó a sus vecinos: Chile, Paraguay, Argentina, Brasil y Perú.

Bolivia, desde su independencia, perdió más de la mitad de su territorio en favor de los países hermanos. En 1909 perdió la cuenca del río Madre de Dios y el territorio de los Purus en la Amazonia, en favor de Perú. Perdió también la región de Acre en la guerra llamada de Acre, región importante por su producción de goma. Se enfrentó a Brasil que lo forzó a firmar el Tratado de Petrópolis en 1903, cediéndole ese riquísimo territorio.

Pero sobre todo la inestabilidad política crónica que permea toda su historia a lo largo de los siglos XIX y XX, le llevó a una cadena de conflictos con Perú que le restó importantes partes de su territorio, y sobre todo con la guerra del Pacífico con Chile (1879-83); este país ocupó vastos ricos territorios en recursos naturales en la parte suroeste de Bolivia, incluyendo la costa atlántica de Bolivia. Chile ocupó la región actual de Chuquicamata, los campos de salitre y el puerto de Antofagasta, entre otros territorios bolivianos.

El país, diezmado por estas continuas guerras y a pesar de su riqueza natural, sobre todo en plata, fue sucumbiendo bajo el peso de una pobreza crónica en las clases populares y bajo gobiernos controlados por grupos económicos que los imponían según sus intereses. Estos gobiernos –con frecuencia liberales hostiles a la Iglesia– iban secularizando a capricho las instituciones eclesiásticas y religiosas y sus conventos.

Política laicista, secularización de las obras de la Iglesia y restructuración de las mismas

Los documentos eclesiásticos y religiosos de este largo periodo de conflictos civiles, muestran los rasgos de violencia contra la acción evangelizadora y educadora de la Iglesia. La secularización de las misiones, dictada unilateralmente (1905) de nuevo por un gobierno liberal, rompió la regionalización de los pueblos originarios.

La transformación en entidades parroquiales impulsó la creación del vicariato del Gran Chaco (hoy Camiri), lo que llevó a una nueva organización misional. Se cerraron los colegios de Propaganda Fide, y se confió a una sola provincia religiosa la responsabilidad del personal misionero. En el caso de Tarija, los franciscanos tendrían que acudir pidiendo ayuda a sus hermanos franciscanos de Toscana.

Como antecedente de tal proyecto, podemos contemplar el conjunto fotográfico que relata el viaje del enviado del Santo Padre, Rodolfo Caroli, internuncio en Bolivia entre 1917-1921, que, en un extenuante viaje de seis meses entre ríos y selvas, frío y calores, recorrió todas las latitudes orientales para programar la nueva configuración eclesiástica.

Sobre la base de la creación de los vicariatos del Beni y Camiri –en 1917 y 1919– nacieron en 1924 las diócesis de Tarija, Potosí y Oruro. Otros espacios de presencia franciscana se transformaron en vicariatos y diócesis, a partir de los años 1930. Está confirmado que la muerte del internuncio, en 1921, se debió a la fatiga de su largo viaje.

La obra del Centro Eclesial de Documentación (CED), ligado al convento de San Francisco de Tarija, muestra cómo la acción misionera ha sembrado líneas cálidas de formación de pueblos y mutua comunicación, explicitados por los términos de formación e interculturalidad llevada a cabo por los franciscanos a partir de su antiguo convento misionero de Tarija.

La documentación histórica de dicho convento es un tesoro que habla de por sí de la obra ingente de la acción misionera franciscana en estos últimos siglos de presencia en esta inmensa región del corazón de Suramérica y que, además, la visión interdisciplinaria ha permitido una antología de textos que cubre los diferentes aspectos de la convivencia civil y religiosa. El archivo, biblioteca y trabajo de los franciscanos en Tarija es un acicate para incentivar iniciativas similares e identificar espacios eclesiales, donde la fe se muestra siempre en situación misionera.


Aporte cultural de los franciscanos en este convento misionero

El aporte de la documentación lingüística (diccionarios, devocionarios) como acción religiosa y más, como espacio de solidaridad de los misioneros franciscanos con los pueblos originarios del Chaco, ha sido desde su fundación una de las dimensiones de más envergadura de este colegio misionero de Propaganda Fide.

Esa documentación ha surgido siempre como factor de «defensa» contra las autoridades, sea de las virreinales como de las republicanas, que querían menguar la unidad de la «nación» Chiriguana (Guaraní). Sabemos ya que la actividad misionera mantuvo dos vertientes de acción lingüística: la capacidad de comunicación con el universo estatal y la identidad cultural en sí; diríamos, una «lengua de uso» y una «lengua de unidad étnica».

La primera, para anular el aislamiento del contexto más grande, y la segunda, como unidad de los pueblos originarios. El padre Doroteo Giannecchini observaba cómo la lucha en contra de la escuela misional, que insistía en la lengua autóctona, escondía una pretensión de dominación de clases pudientes en contra de la entidad indígena.[1]

La solución misional fue que la escuela debía insistir en la enseñanza de la lengua materna, y secundariamente, del castellano. No resulta raro que escritos (ideológicos) sobre la acción misional pospongan el valor de la solidaridad, intercambiándolo con motivaciones de dominación.


Lingüística y misión

Con la creación del colegio de Propaganda Fide (1755) la necesidad lingüística fue prioritaria. El padre franciscano Comajuncosa, en sus encíclicas o cartas circulares, afirma la necesidad del conocimiento de la lengua indígena en estas palabras: “… si hablamos a los Indios en un lenguaje desconocido para ellos …será predicar y hablar al aire; pues sin su inteligencia [lenguaje] no serán nuestras palabras más que un sonido de voces, que para ellos no tendrán significación: por lo que, si nosotros no entendemos ni hablamos el idioma de los Indios, ellos serán bárbaros para nosotros, y nosotros bárbaros para ellos”.[2]

Más que por simple comunicación lingüística, en su «Encíclica Sexta» afirma la necesidad de la unidad de las creencias en ocasión de la consigna a los padres conversores, de un texto de «Doctrina cristiana y el catecismo, por preguntas y respuestas, en ambos idiomas».

Además, nos hace conocer que “por el texto de la doctrina cristiana y del catecismo… nos hemos valido del Reverendo Padre fray Pedro León de Santiago, al cual consideramos como el sujeto más a propósito por esta versión, en cuanto se ocupó muchos años en estudiar a fondo, aprender y averiguar la mejor propiedad del idioma chiriguano.[3]Por lo que pondrán vuestras reverencias, el mayor cuidado en copiarlo con brevedad, y enseñarlo con toda exactitud a los indios de su cargo: de suerte que quedando siempre en la Misión un ejemplar fielmente traducido y de buena letra, en todo tiempo se enseñe la misma doctrina y con unas mismas palabras con atención a las advertencias que están en el principio del cuaderno, en el fin del texto”.

En el archivo del convento de Tarija existe «Las Advertencias» (“Elogio de la lengua Chiriguana”), escritas por el padre León de Santiago (sin el catecismo), donde muestra, además de algunos principios sintácticos, la gran capacidad que tiene el guaraní para expresar verdades cristianas. Ya en 1794, existía el diccionario del padre León de Santiago –«Diccionario Guaraní-Castellano y Castellano-Guaraní» –[4]que, sobre la base del lenguaje, retrata la percepción humanística, filosófica y política de los guaraníes.

Analizando el conjunto motivacional y las razones declaradas, el estudio de las lenguas correspondía al movimiento de ir «hacia ellos» y de ellos para con nosotros. Muchas veces, los escritos misioneros insisten, tipificando su acción como «civilizadora», que se ha entendido siempre como premisa de desarrollo para los pueblos originarios.

Los aspectos mencionados relevan el otro proceso, que es el de comunicación como solución de concierto de pueblos, de muchas voces, en la dimensión latinoamericana. En la oposición, anotada por el padre Antonio Comajuncosa, de “bárbaros ellos y bárbaros nosotros para con ellos”, el proceso misionero se impuso como tercera vía; establece una base de comprensión mutua más allá de la negación del otro, que nace siempre de un espíritu de dominio.


La complejidad del proceso misionero

El padre Doroteo Giannecchini afirma, en su citado libro, una tradición lingüística franciscana de origen rioplatense: la imagina como una línea desde Buenos Aires y Paraguay hacia Bolivia. Los grandes nombres son fray Luis de Bolaños y San Francisco Solano. Desde esta línea, él anota también una conexión con el diccionario del padre jesuita Antonio Montoya, «Tesoro de la lengua guaraní» (Madrid, 1639), presente en el Archivo Franciscano de Tarija.

Será precisamente la lingüística guaraní la que otorgará diversificación lingüística a la Audiencia de La Plata (Charcas). En esa perspectiva se puede entender la decisión del Colegio, de establecerse en Tarija y no en Chuquisaca. Las razones, más allá de la justificación del padre Mingo “Ubi est honos ibi est onus”.[5]La solución favorable para Tarija estaba en la conexión política con la acción misionera.

En aquel tiempo, la Provincia Franciscana de San Antonio de los Charcas era tan solo dimensión altiplánica, desde Cuzco a Potosí y, por tanto, entre territorio colonial consolidado. Esta parece ser la postura cerrada del provincial Domínguez que, para permitir la creación del colegio en Tarija, exigió que el mismo se hiciera cargo también de las reducciones en Apolobamba (norte de La Paz).

Y así fue por lo que seis misioneros debieron tomar la ruta hacia aquella región. Por tales malos pasos, el Archivo Franciscano de Tarija posee una linda descripción desde Mojos a La Paz, que puede ser considerado como documento de consigna de las realidades franciscanas de Apolobamba.

Entendemos ahora cómo la denominación de Colegio de Propaganda Fide, ligada a todo el continente latinoamericano, fue una reforma de la orden franciscana y de la acción misionera. Sus premisas son las conexiones prioritarias con Roma y sucesivamente con el rey de España. Por tanto, debemos incluirla en otro momento político del ser de este periodo histórico del dominio español.

Además, los colegios eran producto de un proceso ligado a la historia de las recoletas (casas o conventos reformados de estricta observancia) que, de actividades prioritariamente espirituales, pasaron a lo que definimos como nueva acción política dentro del contexto de los tiempos de la dominación española, que diferenció la presencia franciscana respecto a la organización en «provincia». Ambas subsistirán; sin embargo, con aspectos muy diferenciados que conllevarán a formas de incomprensión en los momentos más difíciles de las guerras de independencia.

Otra premisa es la figura del prefecto de Propaganda Fide, que unía «privilegios» civiles y eclesiásticos. En el plan civil, él trataba con las autoridades de gobierno, y en el plan religioso tenía características casi episcopales. Resulta una razón de autonomía que le permitía una estrategia de acción en un territorio establecido, una población específica y todo lo que conlleva el control de un proceso social, antropológico, y de constitución de una entidad poblacional.

La composición reduccional

Era característica normativa de los colegios de Propaganda Fide, la relación entre grupo conventual y destino misional, tanto que ninguna persona podía ser elegida guardián [prior del convento] sin haber tenido una experiencia entre los guaraníes. Lo mismo debe decirse del prefecto de misiones. La definición del padre Antonio Comajuncosa respecto al colegio era de «cuartel general» de los franciscanos en el sudeste de Bolivia.

En Tarija, los padres aprendían conocimientos agrícolas, oficios, salud, y costumbres ligadas a los pueblos originarios, y la lengua. La agricultura se practicaba en la gran huerta conventual y más en el contexto tarijeño; los oficios de carpintería, herrería, transformación de productos; la salud, en la enfermería conventual; y lenguas y costumbres, eran parte de una enseñanza casi escolar.

Para esta última, se nombraba a un encargado. En el archivo existe la notificación de que el padre Mandiola fue nombrado maestro de lenguas en los años de 1790; seguramente, antes que él, era actividad del padre Manuel Mingo de la Concepción, que unía al cargo de bibliotecario y archivero. La creación de la reducción era, asimismo, problemática. De hecho, más que una estructuración prediseñada, se debe pensar en un paquete de elementos que se iban formalizando en una nueva práctica de vida entre los pueblos originarios.

El contrato inicial se formalizaba en la petición de la reducción, de parte de los caciques regionales, y en la aceptación de parte del misionero. Ambos se comprometían sobre la base de elementos prácticos: los originarios entregaban el núcleo central de sus tierras, y el franciscano se comprometía a la economía colectiva y a la creación de la escuela. El elemento religioso se diferenciaba en la denominación de misión, que era parte del anuncio evangélico.

Quedaba superior a este, la parte más propiamente civil (la reducción), que unía infieles y neófitos en el mismo espacio y los mantenía en un destino común. Lo que favoreció al régimen franciscano chaqueño fue la política imperante del régimen virreinal que actuaba en los territorios circundantes. Podemos definir este proceso como tercera vía de convivencia respecto al proceso de «dominio» sobre los pueblos originarios.

El paquete de los elementos reduccionales terminó en un modelo de acción que incluía: unidad territorial (regionalización chaqueña), una fuerza económica de mutua ayuda, una dimensión técnica y una relación étnica entre escuela e identidad cultural. Por lo tanto, fue el aporte de la lógica guaraní que definió el modelo reduccional.

Los estudios lingüísticos reduccionales tienen dos connotaciones: la primera, ligada a la vida cotidiana, y la otra, como defensa última de la entidad guaraní sobre la base de la lengua. Seguramente, cada franciscano confeccionaba pequeños textos de referencia personal que terminaban en la extensión de diccionarios completos. De estos, existen los del padre León de Santiago (1794), y del padre Doroteo Giannecchini (incompleto por su muerte en 1900), editado en 1916 por el padre Santiago Romano y Hermann Cattunar.

Se puede pensar que más allá de la capacidad lingüística de los autores, funcionara otro mecanismo de selección de los mismos. Era tradición, en las fiestas chaqueñas, el juego en la plaza entre de dos conversores que se enfrentaban pugnando entre sí para determinar quién mejor se expresaba en guaraní, siendo jueces los caciques en su función de decretar al ganador (comunicación oral del P. Maldini).

El factor lingüístico, de hecho, era parte de la batalla entre franciscanos y autoridades civiles, con razones contrapuestas. En el periodo virreinal se los acusaba de no hablar perfectamente el guaraní, y en la República, de usar –sobre todo– esta lengua en cuenta del castellano. Era el gobernador Pino de Manrique, quien escribía en el tiempo de la polémica entre franciscanos contra el intendente de Cochabamba Francisco de Viedma, que, hasta el hermano fray Francisco del Pilar –después de 40 años de vida chaqueña– no se expresara correctamente en guaraní, y extendía tal apreciación a todos los padres franciscanos.

La acusación venía de un mestizo paraguayo, que, por razones de polémica, falsificaba la verdad: el citado hermano no habría podido tener tanto éxito en la fundación de las 22 reducciones sin contacto fluido con los guaraníes y seguramente la citada autoridad no conocía el diccionario del padre León de Santiago, de 1794. Él escribía su acusación en el año de 1800.

La polémica entre Viedma y los franciscanos, en la que el primero quería separar las reducciones más avanzadas económicamente para unirlas al obispado de Santa Cruz, dividiendo así la entidad regional guaraní, se aclara en la afirmación del padre Antonio Comajuncosa: “Ninguna «nación», sea por razones ni de Gobernación, ni de Obispado, podía ser separada”.

En tal contexto, el escribir diccionarios recibía connotación política en defensa de la unidad de los pueblos originarios. Según nosotros, tales motivaciones se mantuvieron también en el momento republicano. El padre Giannecchini fue encargado –de parte del colegio– de escribir el «Diccionario», en medio de la lucha contra las autoridades liberales.

La acusación del informe contra los misioneros del delegado gubernamental para el Chaco (1884) don Daniel Campos era tajante: sin hablar perfectamente el castellano, los guaraníes no podían considerarse ciudadanos de Bolivia. La edición, en 1916, del «Diccionario», de parte de los padres Santiago Romano y Herman Cattunar, cubría el tiempo de la secularización de las misiones cuando, destrozando el régimen reduccional, las zonas chaqueñas fueron asumidas directamente por los departamentos de Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz.

En el momento republicano, otras entidades indígenas fueron marcadas por la presencia franciscana. Así, a los diccionarios y cuadernillos guaraníes se juntaron los de los tobas y noctenes.


NOTAS

  1. Doroteo Giannecchini, Historia natural, etnográfica, geográfica, lingüística del Chaco boliviano, (1898), 375-76.
  2. Antonio Comajuncosa, “Encíclicas o cartas circulares a los P. conversores”, 1794-1799, H-22, AFT
  3. El guaraní oriental de Bolivia, o ava guaraní, es un pueblo indígena anteriormente conocido como chiriguanos o indios chiriguanos. Destacados por su carácter bélico, los chiriguanos conservaron sus tierras en las estribaciones de los Andes del sureste de Bolivia desde los siglos XVI al XIX defendiéndose primero, del Imperio Inca, más tarde del Imperio Español y, aún más tarde, de la Bolivia independiente. Los chiriguanos fueron finalmente subyugados en 1892.

    Los chiriguanos de la historia casi desaparecieron de la conciencia pública después de su derrota en 1892, pero renacieron a partir de la década de 1970. En el siglo XXI, los descendientes de los chiriguanos se llaman a sí mismos guaraníes, lo que los vincula con millones de hablantes de dialectos y lenguas guaraníes en Paraguay, Argentina y Brasil.

    El censo de 2001 contabilizó 81 011 guaraníes, en su mayoría chiriguanos, mayores de 15 años residentes en Bolivia. Un censo de 2010 contabilizó 18 000 Ava Guaraní en Argentina. El idioma guaraní de Bolivia oriental fue hablado por 33 000 personas en Bolivia, 15 000 en Argentina y unos pocos cientos en Paraguay. Colaboradores de Wikipedia, “Eastern Bolivian Guaraní”, Wikipedia, The Free Encyclopedia, https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Eastern_Bolivian_Guaran%C3%AD&oldid=970192684 (consultado el 25 de agosto de 2020).

    Los chiriguanos son una población amerindia de lengua tupi-guaraní, localizada en la región de Yunga, en Bolivia, junto al Río Grande de Bolivia. Son originarios del Paraguay, de donde emigraron entre los siglos XV y XVI. Durante sus emigraciones exterminaron a unos 60 000 aruaches de la tribu chnè. Acogieron el dominio español y lo sostuvieron en la conquista del Alto Perú. En 1880 organizaron una violenta rebelión contra el gobierno republicano boliviano. En el pasado practicaban la antropofagia y los sacrificios humanos. A comienzos del siglo XXI se calcula que sean unos 20.000 individuos, dedicados principalmente a la agricultura y a la ganadería familiar; conservan en buena medida sus antiguas tradiciones culturales y también religiosas de carácter monástico. Son famosos por la elaboración de la cerámica de tipo andino donde combinan armoniosamente formas decorativas geométricas diversas.
  4. Pedro León de Santiago e Iván Nasini y Ortiz, “Diccionario Guaraní-Castellano y Castellano-Guaraní”, (Tarija: Centro Eclesial de Documentación, 1998).
  5. Manuel Mingo de la Concepción, Historia de las Misiones Franciscanas de Tarija entre chiriguanos (Tarija: Centro Eclesial de Documentación, 1996), 76.


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