Diferencia entre revisiones de «MASONERÍA EN URUGUAY»
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FERNÁNDEZ TECHERA, SJ, Julio., Jesuitas, masones y universidad, Tomo II 1860-1903, Montevideo, 2010; PELÚAS, Daniel, El ojo que todo lo ve. Para entender a las logias uruguayas, Montevideo, 2012. | FERNÁNDEZ TECHERA, SJ, Julio., Jesuitas, masones y universidad, Tomo II 1860-1903, Montevideo, 2010; PELÚAS, Daniel, El ojo que todo lo ve. Para entender a las logias uruguayas, Montevideo, 2012. | ||
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Revisión del 08:48 10 abr 2015
No hay ninguna prueba documental que registre la presencia de masones o logias masónicas durante el período colonial español o portugués. El primer testimonio que se conserva de presencia masónica en Montevideo es de 1807. La ciudad estaba ocupada por tropas británicas desde el año anterior, durante el episodio que se conoce como las Invasiones Inglesas. El periódico bilingüe «The Southern Star» señalaba que “El miércoles 24 del corriente [junio] se celebró en esta ciudad el día de San Juan Baptista por el Cuerpo de Francmasones”. También se conserva el certificado de afiliación de un criollo, Miguel Furriol, a una de las logias militares inglesas. Poco después las tropas británicas fueron desalojadas.
Durante el período revolucionario y la dominación portuguesa, existieron varias sociedades secretas, que deben ser consideradas como paramasónicas. Estas sociedades utilizaban a veces símbolos de origen masónico o similar, pero no fueron propiamente masónicas, porque se organizaron con claros objetivos políticos. Algunas estuvieron vinculadas a la célebre logia «Lautaro» de Buenos Aires, como la organizada por el porteño Carlos de Alvear y la llamada «Orden de los Caballeros Orientales», formada por elementos hostiles a la dominación portuguesa. Entre los afectos al régimen lusitano se organizaron por lo menos dos sociedades secretas: la llamada «logia lecorista» o «Club del Barón», presidida por el Barón de la Laguna, brigadier general Federico Lecor, e integrada por orientales que le eran adictos; la otra estuvo formada por soldados portugueses de ideología liberal, que tuvieron una importante actuación en Montevideo en 1821, obligando a Lecor a jurar la constitución liberal portuguesa de 1820.
Las primeras logias propiamente masónicas de las que se tiene información se establecieron en 1828. La primera, formada por inmigrantes franceses, se llamó «Les Enfants du Nouveau Monde». En 1842 cambiaría su nombre por el de «Les Amis de la Patrie» y llegaría a tener una larga permanencia, hasta 1937. Fue regularizada en 1843 por el Gran Oriente de Francia y en ella fue iniciado como masón Giuseppe Garibaldi. La otra logia se llamó «Asilo de la Virtud» y estuvo integrada por orientales y extranjeros, siendo regularizada por el Gran Oriente de Pensilvania en 1832.
Durante el decenio que duró la llamada Guerra Grande (1839-1852), no hay más constancia de actividad masónica que la de la logia «Les Amis de la Patrie». Con el fin de la guerra civil recomenzó la actividad, y en los primeros años de la década de los 50 se contabilizaban seis logias. Hasta 1854 estas logias dependían de obediencias extranjeras, sobre todo del Gran Oriente de Brasil. En los primeros meses de 1855, “volvieron a la vida” las “adormecidas” logias «Asilo de la Virtud» y «La Constante Amistad», integradas por algunos destacados miembros del patriciado y gobierno nacionales, como Florentino Castellanos, Salvador Tort y Santiago Vázquez. Los meses siguientes fueron de efervescencia masónica. Se fundaron siete nuevas logias en Montevideo y el interior.
El 17 de septiembre de 1856 se celebró la “tenida suprema” con la que se formalizó la instalación del Gran Oriente del Uruguay. Había entonces doce logias. Respondiendo a este impulso de la actividad masónica, el vicario apostólico de Montevideo, José Benito Lamas, publicó e hizo leer en todas las iglesias, el 22 de julio de 1855, la bula de León XII en la que condenaba a las sociedades secretas y a la masonería.
El año 1857 fue muy importante en la historia de la masonería oriental o uruguaya, porque la epidemia de fiebre amarilla que asoló Montevideo durante tres meses, le permitió mostrarse como una agrupación filantrópica, que se destacó en la atención de los afectados y sus familias, y en la lucha contra la enfermedad. Las logias se transformaron en cauces para muchas personas que deseaban servir a la comunidad. Probablemente esa haya sido la causa principal de su auge en esos años, transformándose en foco de atracción para muchos católicos que se integraron entonces a la hermandad masónica.
El crecimiento de la masonería se detuvo hacia 1860. Ese año había en Montevideo diez logias y ocho en el interior. Cuatro años después sólo seguían funcionando en el interior tres logias y en Montevideo no aumentaban. El hecho de que la masonería fuese una realidad relativamente nueva y poco conocida hacia 1855, que la Iglesia oriental no tuviese una estructura jerárquica y doctrinal fuerte, y que la masonería se presentara como una asociación benéfica en tiempos muy necesitados de esa acción, explicaría su difusión y éxito en un medio católico poco formado, escaso de clero y de asociaciones de beneficencia de la Iglesia.
El carácter principalmente benéfico, que parece haber sido la característica principal de la masonería de la década de los 50, fue contrarrestado por la acción misionera de Mons. Jacinto Vera, el apostolado de los jesuitas y la acción de las Sociedades de San Vicente de Paul. Estas últimas fueron introducidas en Montevideo y Buenos Aires por un marino francés, con el apoyo del padre jesuita José Sató. El superior jesuita vinculó, en 1858, a Fouët con algunos de los más destacados miembros del laicado católico de la época. Dos años más tarde Jacinto Vera comunicaba al delegado papal Mons. Marino Marini que “con la instalación de las Conferencias de San Vicente de Paul y las misiones que se han dado y dan en todos los pueblos, se ha contenido el progreso de tales vedadas sociedades”. A fines de 1860 había tres conferencias en Montevideo y cuatro en el interior, con 167 miembros activos, 34 aspirantes y 251 suscriptores.
La actividad masónica se reactivó a finales de los años 70, sobre todo por la acción directiva del Dr. Carlos de Castro, que asumió el cargo de soberano gran maestro gran comendador del Gran Oriente del Uruguay, el 3 de abril de 1879. Ese año había en Montevideo ocho logias y seis en el interior, todas dependientes del Gran Oriente del Uruguay. Seguían funcionando la logia francesa «Les Amis de la Patrie», la inglesa «Acacia» y se habían formado seis italianas. En los años siguientes la masonería viviría su segundo momento de auge, alcanzando en 1882 –según informe de Carlos de Castro- el número de 552 masones en todo el país.
El influjo de los masones de origen italiano garibaldino, de la masonería francesa, y el liberalismo propio del ambiente uruguayo, explican el tenor anticlerical que tuvo la masonería desde mediados del siglo XIX, que se fue radicalizando con el paso de los años. Aunque no se puede afirmar que los masones hayan sido los principales artífices del proceso de secularización y laicización que vivió el Estado uruguayo, ya que sus principales promotores no pertenecieron a la masonería (Manuel Herrera y Obes, José Pedro Varela, Alfredo Vázquez Acevedo, Máximo Santos, Juan Lindolfo Cuestas, José Batlle y Ordoñez), está claro que muchos masones participaron de dicho proceso, y que la masonería en cuanto institución se pronunció repetidamente a favor de ese proceso.
La historia de la masonería, a partir de 1890 y en el siglo XX, ha sido muy poco estudiada, aunque según publicaciones propias de la masonería, después de la fuerte crisis económica de 1890, la masonería prácticamente dejó de funcionar, exceptuando la logia «Les Amis de la Patrie». En el siglo XX la institución vivió diversos momentos de crisis interna y divisiones. En sus vínculos con la masonería internacional, el hecho más significativo fue la pérdida de su carácter “regular”, es decir su reconocimiento por parte de la Gran Logia Unida de Inglaterra en 1950, debido a que la Gran Logia de la Masonería del Uruguay no respetaba algunos principios básicos de las Constituciones de Anderson.
En concreto, no se observaba la exigencia de creer en el Gran Arquitecto del Universo por parte de sus miembros, ni la presencia del Libro de la Ley -la Biblia- en todas las tenidas, sobre el cual debían jurar sus miembros. Según algunas publicaciones, el abandono de estos principios estuvo vinculado al ingreso a las logias de diversos miembros de origen republicano español. Esta situación de irregularidad comenzó a modificarse a partir de 1970 y se revirtió completamente en 1990, siendo gran maestro el Cr. Carlos Bolaña, aunque esto provocó otra división en la masonería uruguaya, creándose el Gran Oriente de Uruguay.
La última década del siglo XX y primera del siglo XXI han sido de efervescencia masónica en el Uruguay. Ha crecido fuertemente el número de adeptos y se ha multiplicado el número de grupos y corrientes masónicas. A la Gran Logia del Uruguay y la logia Acacia, que tiene su origen en el siglo XIX y que pertenece al Distrito Sur de la Gran Logia Unida de Inglaterra, se han sumado el Gran Oriente de Uruguay, la Orden Masónica Mixta Internacional «Le Droit Humain», el Gran Oriente Latinoamericano, el Gran Oriente de la Franc-Masonería del Uruguay y la Gran Logia Femenina, además de otros grupos menores.
Aunque las publicaciones sobre la masonería se han multiplicado a comienzos del siglo XXI y el tema se ha popularizado, en general se trata de publicaciones periodísticas y con frecuencia de poco rigor, por lo que resulta difícil tener un conocimiento científico de la historia y actividades de la institución. Sus archivos están cerrados a los investigadores.
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FERNÁNDEZ TECHERA, SJ, Julio, Jesuitas, masones y universidad, Tomo I 1680-1859, Montevideo, 2007;
FERNÁNDEZ TECHERA, SJ, Julio., Jesuitas, masones y universidad, Tomo II 1860-1903, Montevideo, 2010; PELÚAS, Daniel, El ojo que todo lo ve. Para entender a las logias uruguayas, Montevideo, 2012.
JULIO FERNÁNDEZ TECHERA, S.J. .