Diferencia entre revisiones de «PRO, Miguel Agustín»
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José Ramón Miguel Agustín nació el 13 de enero de 1891 en el pueblo de Guadalupe, Zacatecas, y fue bautizado el día 16 en la Capilla de Nápoles, adjunta al convento de Guadalupe. Sus padres fueron Miguel Pro, ingeniero de minas, y Josefa Juárez de Pro, quien formaba parte de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Fue el tercer hijo del [[MATRIMONIO_EN_CHILE | matrimonio]] Pro Juárez. Tuvo dos hermanas mayores, María Concepción y María de la Luz, y ocho hermanos y hermanas menores: Josefina, que murió a los trece años; Ana María; Edmundo; Amalia y Amelia, gemelas que murieron muy pequeñas; Alfredo que murió de dos años y medio; Humberto y Roberto, quienes acompañarían a su hermano Miguel en su detención y martirio. | José Ramón Miguel Agustín nació el 13 de enero de 1891 en el pueblo de Guadalupe, Zacatecas, y fue bautizado el día 16 en la Capilla de Nápoles, adjunta al convento de Guadalupe. Sus padres fueron Miguel Pro, ingeniero de minas, y Josefa Juárez de Pro, quien formaba parte de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Fue el tercer hijo del [[MATRIMONIO_EN_CHILE | matrimonio]] Pro Juárez. Tuvo dos hermanas mayores, María Concepción y María de la Luz, y ocho hermanos y hermanas menores: Josefina, que murió a los trece años; Ana María; Edmundo; Amalia y Amelia, gemelas que murieron muy pequeñas; Alfredo que murió de dos años y medio; Humberto y Roberto, quienes acompañarían a su hermano Miguel en su detención y martirio. |
Revisión del 09:35 7 ago 2015
Sumario
(Zacatecas, 1891 – Ciudad de México, 1927)Sacerdote jesuita, Beato, Mártir
José Ramón Miguel Agustín nació el 13 de enero de 1891 en el pueblo de Guadalupe, Zacatecas, y fue bautizado el día 16 en la Capilla de Nápoles, adjunta al convento de Guadalupe. Sus padres fueron Miguel Pro, ingeniero de minas, y Josefa Juárez de Pro, quien formaba parte de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Fue el tercer hijo del matrimonio Pro Juárez. Tuvo dos hermanas mayores, María Concepción y María de la Luz, y ocho hermanos y hermanas menores: Josefina, que murió a los trece años; Ana María; Edmundo; Amalia y Amelia, gemelas que murieron muy pequeñas; Alfredo que murió de dos años y medio; Humberto y Roberto, quienes acompañarían a su hermano Miguel en su detención y martirio.
Cuando el pequeño Miguel tenía un año de edad, su padre decidió mudarse a la capital del país en busca de mejores oportunidades, por lo que aprovechó una invitación de su cuñado Florentino Juárez, quien vivía en México y tenía una posición social desahogada. No obstante, a finales de 1896 la familia Pro Juárez se mudó nuevamente, en esta ocasión a la ciudad de Monterrey, donde permanecerían hasta 1898 cuando se trasladaron a Concepción del Oro, Zacatecas. En este pueblo zacatecano pasó Miguel Pro buena parte de su infancia y juventud. Ahí recibió la Primera Comunión junto con sus hermanas mayores, de manos del padre Mateo Correa, quien tiempo después moriría mártir durante la Cristiada.
El pequeño Miguel se caracterizó por ser sumamente activo, travieso y bromista. Sin embargo, disfrutaba ayudar a su madre a dar de comer a los pobres, y junto con sus hermanas le acompañaba cuando era el día de raya de los mineros, a quienes les tomó gran afecto; incluso llegó a obtener permiso de sus padres para bajar a las minas y conocer las condiciones en las que trabajaban sus pobres. Asimismo, participó activamente en el proyecto que tenía su madre de fundar un hospital para pobres. Sin embargo, su participación en él duró poco menos de dos años debido a que en 1906 fue nombrado un presidente municipal que ordenó se recibieran en el pequeño hospital toda clase de enfermos, sin importar antecedentes ni credo, y prohibió la administración de sacramentos en él; ante tal situación, don Miguel decidió que su familia se separara del proyecto.
Desde muy niño su madre le inculcó un profundo amor a la Virgen, el cual procuró durante toda su vida especialmente con el rezo del rosario. Cuando tenía cuatro años de edad enfermó de sarampión, cayó inconsciente por la fiebre y entró en agonía; ante la gravedad del niño, su padre lo llevó en brazos ante una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe pidiéndole: “Madre mía, consérvame a mi hijo” e inmediatamente el pequeño recobró el conocimiento y le dijo a su madre: “Mamá, ¿me das un cocol?, por esta razón recibió el sobrenombre de “cocol”[1]. Su piedad era sincera y profunda pero le desagradaban los extremismos y los ascetismos en público. En una ocasión que visitaba el convento de Guadalupe, leyó el archivo en el que se hallaban registrados los milagros y favores de diversos religiosos, después de lo cual exclamó: “de estos santos quiero ser yo: que duermen, comen y hacen sus travesurillas y obran muchos milagros”[2].
Durante gran parte de su infancia, debido a los cambios de residencia y a la ausencia de centros educativos adecuados, los hermanos Pro realizaron sus estudios en casa con profesores particulares y por algún tiempo, su padre fue quien les enseñó. En 1901, cuando Miguel tenía diez años, fue enviado a la capital a cargo de su tío Florentino Juárez para que estudiara en el Colegio San José, pero el cambio de ciudad y la ausencia de su familia hicieron que regresara a Concepción del Oro con sus padres. Tiempo después fue enviado a un colegio internado en Saltillo, de donde se decía respetaban las creencias religiosas de los alumnos. Sin embargo, Miguel fue obligado a asistir a la capilla protestante del plantel y se le negó el permiso de asistir a misa; después de algunas dificultades para comunicarse con su familia, finalmente consiguió contarle a su padre todo lo ocurrido y Don Miguel fue por él para llevarlo de regreso a casa, de donde ya no se alejaría hasta su ingreso en la Compañía de Jesús.
A partir de 1906 Miguel dejó de estudiar y comenzó a ayudar a su padre en sus negocios de la Agencia Minera de la Secretaría de Fomento en Concepción del Oro; poco tiempo después, don Miguel fue nombrado agente Oficial de dicha Secretaría y tomó a su hijo como colaborador directo en su oficina para que aprendiera el manejo de los documentos, habilidad que desarrolló con tal rapidez que cuando tenía 18 años de edad manejaba perfectamente más de dos mil documentos relativos a las minas y tomaba parte en litigios y arbitrajes. Era un joven normal caracterizado por un trato muy agradable, solía asistir a reuniones y cortejaba a las muchachas; tenía gran facilidad para componer en prosa y verso; aprendió francés y algo de inglés e italiano, así como a tocar la mandolina y la guitarra.
En 1910 la hermana mayor de Miguel, María de la Luz, ingresó en Aguascalientes al convento de la Congregación de la Pureza de María, fundada por la Madre Julia Navarrete. La decisión de su hermana y una conversación que sostuvo con la Madre Navarrete en una ocasión que se hospedó en casa de los Pro, le ayudaron a clarificar su vocación religiosa, sobre la cual llevaba ya tiempo pensando. Después de esta conversación habló con su confesor, el padre Alberto Cuscó Mir, y solicitó su entrada a la Compañía de Jesús. Sin embargo, no comunicó a su familia el deseo de volverse religioso sino hasta después de que su hermana María de la Concepción hiciera lo propio, ya que también decidió ingresar al mismo convento que María de la Luz. Una vez aceptado en la Compañía, Miguel viajó con su padre para despedirse de sus hermanas en Aguascalientes y de ahí partieron hacia El Llano, Michoacán, lugar en el que se encontraba la casa del Noviciado. Ingresó el 10 de agosto de 1911 y el día 15 tomó la sotana, acompañado aún de su padre. Pasados los primeros días en aquél lugar se presentó ante el padre Manuel Santiago, Rector de la Casa y Maestro de Novicios, para comunicarle su deseo de abandonar el postulantado y regresar a Concepción del Oro agobiado por las dudas que tenía sobre su vocación. Pero el padre Santiago, después de escucharlo, le ayudó a resolver dichas dudas, por lo que decidió continuar en la Casa.
En el exilio
Durante el segundo año de su noviciado, llegaron a El Llano las primeras noticias del tinte antirreligioso que había tomado la revolución carrancista. La familia Pro no se salvó de las agresiones de los revolucionarios: buscaron a don Miguel para asesinarlo y robarlo porque tenía un hijo en la Compañía de Jesús, un puesto en el gobierno y una buena casa. La familia Pro perdió sus bienes pero sus integrantes salieron ilesos; Doña Josefa se refugió con sus hijos en Guadalajara, aunque el paradero de Don Miguel se desconoció durante muchos meses. En agosto de 1914 los revolucionarios comenzaron a saquear las propiedades aledañas a El Llano por lo que los Hermanos salieron en busca de refugio, en grupos pequeños y disfrazados de seglares. El grupo del hermano Pro caminó hasta Zamora donde se hospedó en la casa de la familia de uno de ellos; en esta ciudad permanecieron durante catorce días hasta que el general Joaquín Amaro, dueño de la plaza, ordenó el cierre de las iglesias y la captura de los sacerdotes, algunos de los cuales lograron escapar a los montes. Entonces se unieron a otro grupo de hermanos y juntos viajaron a Guadalajara, donde el hermano Pro se encontraría con su madre; días después, el 3 de octubre, emprendieron el viaje hacia la Alta California en los Estados Unidos, donde fueron recibidos por los jesuitas de la Provincia de Nueva Orleáns. El siguiente destino de su destierro fue España donde los novicios continuaron con sus estudios, siendo este traslado costeado por la Provincia de Toledo.
Desde su ingreso a la Compañía, e incluso durante las tribulaciones del destierro, mantuvo el hermano Pro su carácter alegre; en uno de los muchos testimonios que años después se recabaron, dice uno de sus compañeros: “a pesar de su jovialidad, fue siempre un excelente religioso, observante de las Reglas y prácticas piadosas acostumbradas”. Asimismo, lo recuerdan como alguien que siempre se ofrecía para servir en lo que hiciera falta: “Quería muy de corazón a sus Hermanos, no era de vanas fórmulas corteses, sino de caridad muy sincera y varonil, demostrada en gozar con el que goza y sufrir con el que sufre, en prestar sus servicios con gusto, ofreciéndose al trabajo y a la molestia”[3]. Algunas veces los hermanos le gastaban bromas que se tornaban molestas para él, pero sabía controlar su temperamento sanguíneo y nunca protestaba; ninguno de sus compañeros recordaba haberlo oír hablar de defectos ajenos o murmurar de las disposiciones de sus superiores.
Desde su estancia en la casa de El Llano comenzó a sufrir por su salud, especialmente recurrentes dolores de estómago y jaquecas, aunque siempre trataba de esconderlo con bromas; consideraba el dolor físico como un regalo de Dios y visitaba frecuentemente el Sagrario. El hermano Pro tenía limitadas dotes intelectuales: no aspiraba a triunfos académicos, más bien deseaba ser un padre para los pobres y los obreros; con todo, no descuidaba sus deberes escolares y mostraba gran tenacidad en el estudio.
Cumplió el ejercicio de apostolado acostumbrado en la Compañía de Jesús, que consistía en la enseñanza del catecismo a la gente necesitada y a los niños, en pueblecitos de la Vega de Granada en los cuales comenzaba a propagarse el comunismo, razón por la cual muchas veces eran mal recibidos. En este apostolado demostró un celo incansable por el bien de las almas así como una asombrosa habilidad y variedad de recursos para enseñar la fe, características que le hicieron muy querido entre los aldeanos. En 1920 fue enviado durante dos años a Nicaragua para ejercer su magisterio en el Colegio Centro América del Sagrado Corazón, años que fueron muy difíciles a causa de las circunstancias –como el clima- y su enfermedad. Permaneció en Nicaragua hasta el año de 1922 cuando recibió la orden de regresar a España, al Colegio de Sarriá, para continuar con sus estudios de Teología. Tiempo después prosiguió con sus estudios en Bélgica, en el teologado de Enghien. A este país fue enviado por el padre Camilo Crivelli –provincial de la Provincia de México- con el objetivo de prepararse en cuestiones sociales para ejercer su ministerio entre los comunistas de Orizaba e impulsar el movimiento social católico, como había hecho en su momento el padre Tomás Ipiña con el padre Alfredo Méndez Medina, amigo muy cercano de la familia Pro. Según el padre Crivelli, el hermano Pro cubría las características que se necesitaban para trabajar con los obreros mexicanos: “un hombre popular entre los obreros, que tenga trato familiar con ellos, que sepa adaptarse a sus costumbres, que no sólo en sus sermones, sino hasta en su manera de hablar y conversaciones los atraiga, un hombre que sepa infiltrarles y conservarles el buen humor; que los entienda y a quien ellos puedan acudir gustosos y sin embarazo”[4].
El 19 de julio de 1925 recibió el hermano Pro el subdiaconado de manos de Mons. Rasneur, el diaconado el 25 de julio de manos de Mons. Gibelet y finalmente el 30 de agosto de ese mismo año, el presbiteriado de manos de Mons. Lecomte. No obstante, el siguiente mes se agravó el estado de salud del padre Pro, por lo cual fue enviado a la Clínica de Saint-Remy para su tratamiento, interrumpiendo indefinidamente sus estudios. Tuvo que ser intervenido en varias ocasiones y su recuperación fue larga. Mientras se encontraba en ella se enteró de la muerte de su madre. Meses después fue enviado a una casa de convalecencia en Hyéres, atendida por religiosas franciscanas. Finalmente, el doctor que estaba a cargo del padre Pro decidió comunicarles a los superiores de éste la gravedad de su condición. El padre Picard, nuevo rector del Teologado de Enghien, decidió enviarlo de regreso a México explicándole que su enfermedad no tenía remedio: “Regresa Usted para morir en su patria”[5].
Antes de zarpar hacia Cuba el 20 de junio de 1926, realizó un viaje a Lourdes a partir del cual se le vio con fuerzas renovadas que le permitieron trabajar extenuantemente hasta el día de su martirio, sin necesidad de atenciones médicas especiales. De este viaje escribió el padre Pro: “Ha sido uno de los días más felices (…) Mi viaje por mar ya no será tan duro como pensaba, pues la Virgen me lo ha dicho”[6].
De regreso en México
El traslado a México transcurrió sin mayor contratiempo a pesar del panorama negativo en el que permanecía el país a partir de las leyes anticatólicas aprobadas por el presidente Plutarco Elías Calles. Desembarcó en Veracruz el 7 de julio y llegó a la capital al día siguiente donde se presentó ante el Provincial Luis Vega, quien decidió que el padre Pro no sería destinado a Orizaba sino que ayudaría por un tiempo en la Curia Provincial y posteriormente sería enviado al Colegio de Chihuahua, aunque la persecución impidió la realización de su envío a Chihuahua. Al día siguiente volvió a ver a su familia: su padre, su hermana Ana María, y sus hermanos Humberto y Roberto, quienes pertenecían a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.
El trabajo en la Curia Provincial era agotador, pero a partir de la suspensión de cultos en agosto de 1926 se volvió extenuante, ya que debía que realizarlo a escondidas y cambiando constantemente de lugar para evitar ser apresado. Además de su labor ministerial, el padre Pro retomó los estudios de teología que había dejado inconclusos en Enghien a causa de su enfermedad; durante ocho meses estudió hasta presentar los exámenes que aprobó con notas más que satisfactorias, tomando en cuenta las circunstancias.
Al mismo tiempo, el padre Pro colaboró con la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) a través de conferencias, exponiendo la parte doctrinal del tema en cuestión. Socorría constantemente a los pobres al punto de poner su propia vida en peligro; sobre la caridad del futuro mártir, el padre Dragón indicó: “Dios sabe hasta dónde la caridad hubiera arrastrado al P. Pro si la persecución no lo hubiera detenido”[7]. Cabe destacar que la caridad del P. Pro no se limitaba a los pobres, sino se extendía a sus perseguidores: nunca se le escuchó hablar con odio del gobierno o de Calles ni se ha encontrado alguna carta en la que se exprese mal de él, al contrario, pedía oraciones por el alma del gobernante; es más, junto con la Madre Abadesa Sor María Concepción Acevedo y de La Llata hizo el ofrecimiento de su vida por la salvación eterna del presidente Calles y por su conversión, durante un misa solemne en septiembre de 1927. Desde su ingreso a la Compañía externó su deseo de morir mártir, decía que deseaba el martirio físico y moral y rogaba a los demás que pidieran para él la gracia del martirio. Sin embargo, nunca buscó directamente poner su vida en peligro sino que tomaba las precauciones necesarias.
Estableció las “Estaciones Eucarísticas” que consistían en determinadas casas, convenidas de antemano, a las que llevaba la Comunión a personas que así lo deseaban. Señala Ramírez Torres “Y el número de comuniones subía y subía; el promedio del primer mes fueron 300; el del segundo, 800, el del tercero, 950. En noviembre llegó hasta 1,300. Y todo entre carreras, escondidas, contraseñas, peligros de cárcel y de muerte. Unas veces en coche, otras en la bicicleta de Humberto y otras a pie”[8]. Tenía una gran devoción a la Eucaristía y una vez ordenado sacerdote, oficiaba la Santa Misa con un fervor que llamaba fuertemente la atención de los fieles. Al respecto, encontramos el testimonio de las religiosas que lo conocieron en el sanatorio de Saint –Remy donde se recuperó antes de regresar a México: “En el altar no parecía estar sobre la tierra” y el de la Superiora del mismo: “¡Qué piedad la suya durante la celebración de la misa! Durante su oración me causaba suma impresión! Me decía yo misma muchas veces: este Padre es un santo. No he conocido otro como él”[9].
Para 1927, por órdenes de sus superiores se volvió más cauteloso pues corría mucho peligro a raíz de varias órdenes de aprehensión que se habían librado en su contra, así como del encarcelamiento que había sufrido en una ocasión y del que había sido liberado por falta de pruebas. De vez en cuando tenía algunas recaídas en su salud pero nada correspondiente a las circunstancias en que vivía, el trabajo tan arduo que desempeñaba y la dieta que llevaba. Así, a escasos dos meses del ofrecimiento de su vida por la conversión del presidente Calles sucedió el evento que desencadenaría el martirio del Padre Pro.
El martirio
El Comité de Acción Directa de la Liga defensora de la Libertad Religiosa presidido por el ingeniero Luis Segura Vilchis, decidió eliminar al ex presidente el Gral. Álvaro Obregón debido a que era considerado la principal cabeza de la persecución y había anunciado su regreso a la Presidencia de la República al término del periodo de Calles. El plan para eliminar a Obregón consistía en darle alcance en su automóvil y arrojarle una bomba; para llevarlo a cabo era necesario otro automóvil, por lo cual pidieron ayuda a la Liga que le proporcionó un automóvil “Essex”, registrado a nombre de uno de los hermanos Pro. El domingo 13 de noviembre de 1927, Segura Vilchis acompañado de Nahum Ruiz y Juan Tirado alcanzó al vehículo de Obregón y le arrojó la bomba, pero a pesar de hacer explosión no le hizo daño alguno. Entonces, la escolta de Obregón le disparó al Essex, perforando el tanque de gasolina e hiriendo a Nahum Ruiz quien perdió la vista y fue trasladado al hospital, donde moriría pocos días después; antes de morir fue engañado por el agente Antonio Quintana, quien se hizo pasar por sacerdote y en supuesta confesión logró que revelara datos de la conspiración.
Juan Tirado fue apresado y torturado pero no lograron obtener información de él. Los hermanos Pro fueron encarcelados, acusados de haber planeado y dirigido el atentado, debido a que las investigaciones policiacas encontraron en una de las casas que usaba el Comité que presidía Segura Vilchis uno de los maletines con artículos religiosos que usaba el padre Pro para administrar los sacramentos, además de que en la documentación del Essex aparecía el apellido Pro.
Segura Vilchis había logrado escapar y minutos después se había acercado al propio Obregón para ofrecerle sus servicios. Esa misma tarde fue a la Plaza de Toros donde sabía que acudiría el Gral. Obregón, se aseguró de que éste lo viera e incluso le saludó, de manera que cuando el ingeniero fue apresado se declaró inocente señalando como testigo al propio Obregón, quien ratificó su versión. No obstante, al enterarse Segura Vilchis de la aprehensión de los hermanos Pro, acudió a confesar su autoría intelectual y material del atentado con el Jefe de Policía, Gral. Roberto Cruz, pidiéndole dejara en libertad a los Pro. Sin embargo, no les fue otorgada la libertad y sin juicio alguno se mandó fusilar a los cuatro detenidos. Fueron encarcelados en los calabozos sin mueble alguno, cacheados, despojados y fotografiados.
La ejecución tuvo lugar en la Inspección General de Policía de la ciudad de México el 23 de noviembre de 1927. Esa mañana llegaron a la Inspección una gran cantidad de coches, tropas, ambulancias militares, invitados del cuerpo diplomático, así como también fotógrafos y reporteros, ya que el gobierno callista quería dar la mayor publicidad al fusilamiento para que sirviera de escarmiento. Esta es la razón de que el martirio del padre Pro sea el más conocido de la persecución religiosa en México y tal vez “el más documentado en los dos mil años de historia de la Iglesia”[10].
A las diez de la mañana el jefe de comisiones de seguridad, José Mazcorro, bajó por el padre Pro y gritó “¡ Miguel Agustín Pro!”, éste le dijo a su hermano “Nos veremos en el cielo”. De camino al paredón uno de sus aprehensores, Antonio Quintana quien se había hecho pasar por sacerdote ante Nahum Ruiz, le pidió “Padre, perdóneme” y él le contestó “No sólo te perdono, sino te doy las gracias”. Al llegar al lugar de la ejecución se le preguntó por su última voluntad y el pidió que le dejaran rezar. Se hincó unos momentos con recogimiento y besó el crucifijo y el rosario que llevaba en las manos; al levantarse abrió los brazos en cruz y gritó “Viva Cristo Rey”[11]. El piquete le disparó al pecho y un soldado se acercó a darle el tiro de gracia. Posteriormente fueron fusilados Luis Segura Vilchis, Humberto Pro y Juan Tirado. Roberto Pro salvó la vida en el último momento gracias a la intervención del embajador de Argentina quien trató de evitar los fusilamientos, pero fue demasiado tarde. Un testigo narró que después de las ejecuciones varios soldados comenzaron a recoger piedras bañadas con la sangre de los mártires, argumentando que eran reliquias.
Los funerales de los cuatro mártires fueron multitudinarios, la gente salió a las calles desafiando al gobierno: se calcula que participaron quinientos automóviles y más de veinte mil personas que gritaban ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! y entonaban himnos a Cristo Rey. Los restos del padre Pro se veneran en la parroquia de la Sagrada Familia en la ciudad de México. Fue beatificado en Roma por S.S. Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.
Louvier Calderón, Juan. Con letras de sangre. UPAEP, México, 2005.
Ramírez Torres, Rafael S.J. Miguel Agustín Pro. Tradición, México, 1976.
SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA