Diferencia entre revisiones de «GONZÁLEZ VALENCIA, José María»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Barquín y Ruiz, Andrés. '' José María González Valencia Arzobispo de Durango''.  JUS,  México, 1967.
 
Barquín y Ruiz, Andrés. '' José María González Valencia Arzobispo de Durango''.  JUS,  México, 1967.
  
Meyer, Jean. '' La Cristiada. Tomo 1 La guerra de los cristeros''. 5ª ed. Siglo XXI Editores, México, 1977.
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Revisión actual del 13:39 9 ago 2020

(Michoacán, 1884– Durango, 1959) Obispo.


Nació en Cotija de la Paz, Michoacán, el 27 de septiembre de 1884. Era primo de Francisco María González Arias, obispo de Campeche, y de Antonio y San Rafael Guízar y Valencia, obispos de Chihuahua y Veracruz respectivamente. Realizó sus estudios de instrucción primaria y parte de los de preparatoria en el Colegio San Luis Gonzaga, en su ciudad natal. Más tarde ingresó al Seminario de Zamora donde permaneció cuatro años estudiando el curso de filosofía y parte del de teología; destacó de entre sus compañeros por su conducta y aprovechamiento, razón por la cual fue enviado a Roma para continuar sus estudios en el Colegio Pío Latino Americano, a donde arribó en octubre de 1905.


Recibió la tonsura y las cuatro órdenes menores en Zamora. El 28 de octubre de 1906 recibió el subdiaconado, el Sábado Santo de 1907 el diaconado y el 28 de octubre de ese mismo año, el presbiterado de manos del cardenal Pedro Respighi en la Capilla del Colegio Germánico, en Roma. Una vez ordenado sacerdote permaneció en Roma durante dos años y medio en el Pío Latino, hasta obtener el doctorado en Filosofía, Teología y Derecho Canónico. Una vez finalizados sus estudios, en septiembre de 1910, regresó a México y a partir de este momento pasó siete años en el Seminario de Zamora como profesor de las cátedras de Filosofía, Teología, Instituciones Canónicas, Historia Eclesiástica y Sagrada Escritura. En 1912 le fue encomendada la disciplina del Seminario Mayor y ocupó el puesto de vicerrector en ambos Seminarios. En sus tiempos libres durante el ciclo escolar se dedicaba al confesionario, y durante sus vacaciones acudía a su tierra natal para auxiliar al Párroco.


Una vez iniciada la Revolución Mexicana, decidió solicitar licencia para unirse como agregado a la Brigada de la Cruz Roja, y asistir a los necesitados en los campos de batalla en el norte del país durante el levantamiento de Pascual Orozco contra Madero; una vez vencida esta rebelión, regresó a sus labores en Michoacán. Durante las campañas revolucionarias contra la Iglesia, el padre González Valencia decidió permanecer al lado de sus fieles, a pesar de haber recibido el ofrecimiento de su amigo el arzobispo de Puebla, Mons. Enrique Sánchez Paredes, para mudarse con toda su familia a dicha ciudad y convertirse en profesor del seminario. Decidió permanecer junto a sus fieles, aunque fue testigo del incendio de un par de templos y de su propia casa. Asimismo sufrió la pérdida de una de sus hermanas a manos de los revolucionarios, al defender su virginidad; otra de ellas recibió graves heridas que requirieron numerosas intervenciones quirúrgicas.


En 1922 fue designado arzobispo auxiliar de la arquidiócesis de Durango, contando con sólo treinta y ocho años de edad; dentro de su labor episcopal se desempeñó como un férreo defensor de la Iglesia ante los embates del gobierno mexicano de esa época. En julio de 1923 falleció el arzobispo de Durango, Mons. Francisco Mendoza y Herrera, y Mons. González Valencia fue designado para sustituirlo.


Tomó posesión de la arquidiócesis el 11 de abril del año siguiente; el 15 de agosto recibió el palio arzobispal de manos de su primo Mons. Antonio Guízar y Valencia, obispo de Chihuahua. En 1925 fue designado por el Episcopado mexicano para ir a Roma junto con Mons. Miguel María de la Mora y de la Mora, con la misión de informar a Pío XI sobre la persecución religiosa que se estaba desatando en México, y obtener instrucciones sobre la defensa de la libertad de la Iglesia. Estas instrucciones se concretaron en la carta apostólica “Paterna sane sollicitudo” del 2 de febrero de 1926 en la que se mandaba la resistencia católica frente a la persecución.


A su regreso de Roma, Mons. González Valencia reunió a una comisión de teólogos para resolver la acción a seguir en caso de que se hiciera efectivo el artículo 130 de la Constitución, en el cual se exigía que para poder ejercer su ministerio, los sacerdotes debían inscribirse en un registro municipal o estatal. El estudio de los teólogos arrojó una negativa ante tal sujeción, por lo que la hizo imprimir y distribuir entre los sacerdotes de su diócesis. Días después, el obispo de Colima Mons. José Amador Velasco y Peña, hizo lo propio. Este documento sirvió posteriormente cuando el Episcopado resolvió decretar la suspensión del culto público. Cuando Mons. Manríquez y Zárate fue encarcelado a causa de su Sexta Carta Pastoral del 10 de marzo de 1926, en la cual condenaba las acciones del gobierno mexicano en contra de la Iglesia Católica, Mons. González Valencia le escribió una carta abierta en la que manifestaba su adhesión, la cual remitió a todos los periódicos católicos.


Fue elegido presidente de la Comisión de Obispos mexicanos residentes en Roma ante la Santa Sede, a donde llegó el 15 de octubre de 1925 acompañado de los preados Valverde y Téllez, secretario de la Comisión, y Méndez del Río, vocal de la misma. Antes de partir nuevamente hacia Europa, Mons. González Valencia escribió una Instrucción Pastoral fechada el 17 de septiembre de 1926 en la cual aplaude el que las corporaciones católicas hubieran “secundado la labor pacífica de resistencia, iniciada intrépidamente por la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa[1].


No obstante, en la Carta Pastoral del 11 de febrero de 1927, señala: “Nos nunca propiciamos el movimiento armado. Pero una vez que, agotados los medios pacíficos, ese movimiento existe, a Nuestros hijos católicos que anden levantados en armas por la defensa de sus derechos sociales y religiosos, después de haberlo pensado largamente ante Dios, y de haber consultado a los teólogos más sabios de la Ciudad de Roma: debemos decirles: estad tranquilos en vuestras conciencias y recibid nuestras bendiciones[2]. La Comisión defendió el movimiento cristero señalando que “se trata, no de una rebelión, sino de un movimiento de legítima defensa[3].


En efecto, la postura del episcopado mexicano sobre el movimiento armado no era unánime. Como señala Jean Meyer, “(…) la mayoría de los prelados, indecisa, dejó en toda libertad a los fieles de defender sus derechos, como mejor les pareciera, una decena les negó el derecho de levantarse, y tres los alentaron a tomar las armas”. Mons. González y Valencia era uno de esos tres últimos, los cuales, “hasta fines de 1926 habían prohibido todo recurso a la violencia[4]pero ante el desarrollo de los acontecimientos, cambiaron de opinión.


Mons. González Valencia escribió una segunda Carta Pastoral el 7 de octubre de 1927, como respuesta a las quejas recibidas de sus diocesanos y de los jefes de la Liga respecto a los rumores sobre un posible arreglo entre el Episcopado mexicano y el gobierno de Calles en la que decía: “Nuestra fe de católicos, nuestro deber de Prelados, nuestra dignidad, el respeto que debemos a las víctimas, el puesto que hemos conquistado ante el mundo, y finalmente la conciencia que tenemos de nuestra fuerza moral y espiritual, que centuplica nuestra misma fuerza física, todo nos hace repetir día a día, momento por momento, las palabras de la Carta Pastoral Colectiva: trabajaremos porque ese decreto y los artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta verlo conseguido[5].


Más tarde fue disuelta la Comisión de Obispos mexicanos residente ante la Santa Sede razón por la cual Mons. González Valencia se trasladó a San Maximino, Francia. Mientras se encontraba en San Maximino recibió una invitación de la Autoridad Eclesiástica de Münich para asistir a un mitin de protesta contra la persecución al catolicismo en México; pasó tres meses en Alemania realizando acción cívica episcopal, y manifestando en cada ocasión su confianza en el triunfo de la Liga.


Después de los Arreglos recibió la orden de permanecer indefinidamente en el destierro, ya que fue condición para la firma de éstos que salieran al destierro Mons. Francisco Orozco y Jiménez y que permanecieran en él Mons. Manríquez y Zárate y Mons. González Valencia; sin embargo este último regresó a México tiempo después. Cuando inició la guerra civil española, Mons. González Valencia fue el primero en manifestar públicamente su adhesión al Alzamiento Nacional, al igual que más tarde lo harían novecientos obispos católicos. Falleció el 27 de enero de 1959 como resultado de su quebrantada salud, a la edad de setenta y cinco años.


Notas

  1. Barquín y Ruiz, p. 38.
  2. Meyer, pp. 16-17.
  3. Barquín y Ruiz, p. 49.
  4. Meyer, p. 19.
  5. Barquín y Ruiz, p. 80.

Bibliografía

Barquín y Ruiz, Andrés. José María González Valencia Arzobispo de Durango. JUS, México, 1967.

Meyer, Jean. La Cristiada. Tomo 1 La guerra de los cristeros. 5ª ed. Siglo XXI Editores, México, 1977.


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA