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De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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PRÓLOGO
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==PRÓLOGO==
  La historia de la mariología católica presenta los desarrollos teológicos con respecto a la Madre de Jesús desde la Iglesia primitiva hasta el siglo XXI. La mariología es un estudio teológico eclesiológico dentro de la teología que se centra en la relación entre María y la Iglesia. Teológicamente, trata no solo de su vida, sino de su reverencia en la vida diaria, la oración , el arte, la música, la arquitectura, a lo largo de los siglos.  
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La historia de la mariología católica presenta los desarrollos teológicos con respecto a la Madre de Jesús desde la Iglesia primitiva hasta el siglo XXI. La mariología es un estudio teológico eclesiológico dentro de la teología que se centra en la relación entre María y la Iglesia. Teológicamente, trata no solo de su vida, sino de su reverencia en la vida diaria, la oración , el arte, la música, la arquitectura, a lo largo de los siglos.  
  
 
Los católicos han construido iglesias para honrar a la Santísima Virgen. Hoy en día, existe un gran número de templos dedicados a la Santísima Virgen en todos los continentes y, en cierto sentido, su arquitectura en evolución cuenta la historia del desarrollo de la mariología católica. La veneración a la Santísima Virgen María ha llevado a la creación de numerosos objetos de arte  que no sólo son patrimonio de la historia de la literatura y del arte, sino que forman parte de la mariología católica .  
 
Los católicos han construido iglesias para honrar a la Santísima Virgen. Hoy en día, existe un gran número de templos dedicados a la Santísima Virgen en todos los continentes y, en cierto sentido, su arquitectura en evolución cuenta la historia del desarrollo de la mariología católica. La veneración a la Santísima Virgen María ha llevado a la creación de numerosos objetos de arte  que no sólo son patrimonio de la historia de la literatura y del arte, sino que forman parte de la mariología católica .  

Revisión del 13:52 15 ene 2022

La historia de la mariología católica presenta los desarrollos teológicos con respecto a la Madre de Jesús desde la Iglesia primitiva hasta el siglo XXI. La mariología es un estudio teológico eclesiológico dentro de la teología que se centra en la relación entre María y la Iglesia. Teológicamente, trata no solo de su vida, sino de su reverencia en la vida diaria, la oración , el arte, la música, la arquitectura, a lo largo de los siglos.

Los católicos han construido iglesias para honrar a la Santísima Virgen. Hoy en día, existe un gran número de templos dedicados a la Santísima Virgen en todos los continentes y, en cierto sentido, su arquitectura en evolución cuenta la historia del desarrollo de la mariología católica. La veneración a la Santísima Virgen María ha llevado a la creación de numerosos objetos de arte que no sólo son patrimonio de la historia de la literatura y del arte, sino que forman parte de la mariología católica .

La mariología católica es el estudio sistemático de la persona de María, la madre de Jesús , y de su lugar en la economía [plan] de la salvación. María tiene un papel único en el Misterio de la Encarnación del Verbo hecho carne (Jn 1, 14), y por lo tanto una dignidad singular única sobre los santos. El Credo de la Iglesia Católica enseña que María fue concebida sin pecado original porque elegida por Gracia divina para ser la Madre del Verbo Encarnado, es la base de su dignidad única. La mariología por tanto, estudia no solo su vida, sino también la veneración a ella en la vida cotidiana, la oración, el canto, el arte, la música y la arquitectura en el cristianismo a lo largo de los siglos.

LOS DOGMAS MARIANOS

Los cuatro dogmas marianos de la fe católica son: 1- Madre de Dios 2-Su virginidad perpetua. 3- Su Inmaculada Concepción 4-Su Asunción a los cielos en cuerpo y alma. Sin embargo el razonamiento teológico y la tradición de la Iglesia han desarrollado otras doctrinas sobre la Virgen María con referencia a la Sagrada Escritura. El desarrollo de la mariología está en curso y desde sus orígenes ha continuado siendo moldeada por análisis teológicos, escritos de los santos y declaraciones papales.

Mientras que los dos primeros dogmas marianos fueron declarados desde la Iglesia antigua, los otros dos fueron definidos en los siglos XIX y XX, y las enseñanzas papales sobre María han acompañado siempre la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos. Así junto a la doctrina mariológica tradicional de siempre, en la edad moderna se han ido desarrollando algunos temas mariológicos que pueden llamarse de profundización de la fe católica en relación al papel de María en la historia de la salvación, siempre relacionada y dependiente del papel único y central del Verbo encarnado, Cristo Redentor.

Algunos acatólicos pretenden ver la mariología como algo no bíblico y una negación de la singularidad de Cristo como redentor y mediador. Quieren interpretar psicológicamente la veneración católica de María como el equivalente a la de diosas míticas que van desde la griega Diana hasta la Tonantzin azteca. En 1988 San Juan Pablo II abordó estas equivocadas interpretaciones mariológicas en la Carta Apostólica «Mulieris dignitatem» (sobre la dignidad y vocación de la mujer), con motivo del Año Mariano, donde también coloca en su justa y debida misión el genio femenino en referencia a la vida de la Madre de Dios.

ESTUDIO DE MARÍA Y SU LUGAR EN LA IGLESIA Contexto y componentes El estudio de María y su lugar en la Iglesia Católica se ha realizado desde varios puntos de vista y en varios contextos. El Papa Benedicto XVI en su discurso al XXIII Congreso mariológico internacional el 8 de septiembre de 2012 sobre el tema: «La mariología a partir del concilio Vaticano II. Recepción, balance y perspectivas», dijo:

“El beato Juan XXIII quiso que el concilio ecuménico Vaticano II se inaugurara precisamente el 11 de octubre, el mismo día en que, en el año 431, el concilio de Éfeso había proclamado a María «Theotokos», Madre de Dios (cf. AAS 54, 1962, 67-68). En esa circunstancia comenzó su discurso con palabras significativas y programáticas: «Gaudet Mater Ecclesia quod, singulari divinae Providentiae munere, optatissimus iam dies illuxit, quo, auspice Deipara Virgine, cuius materna dignitas hodie festo ritu recolitur, hic ad Beati Petri sepulchrum Concilium Oecumenicum Vaticanum Secundum sollemniter initium capit».”

El sentido de la fiesta de la Natividad de la Virgen María nos lo recuerda san Andrés de Creta, que vivió entre los siglos VII y VIII, en su «Homilía en la fiesta de la Natividad de María», en la que el evento se presenta como un extraordinario mosaico que es el designio divino de salvación de la humanidad: “El misterio del Dios que se hace hombre y la divinización del hombre asumido por el Verbo representan la suma de los bienes que Cristo nos ha regalado, la revelación del plan divino y la derrota de toda presuntuosa autosuficiencia humana. La venida de Dios entre los hombres, como luz esplendorosa y realidad divina clara y visible, es el don grande y maravilloso de la salvación que se nos concede. La celebración de hoy honra la Natividad de la Madre de Dios. Pero el verdadero significado y el fin de este evento es la encarnación del Verbo. De hecho, María nace, es amamantada y educada para ser la Madre del Rey de los siglos, de Dios”.

Este importante y antiguo testimonio nos introduce en el corazón de la temática sobre la que el concilio Vaticano II quiso subrayar en el título del capítulo VIII de la constitución dogmática «Lumen gentium» sobre la Iglesia: «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia». Se trata del «nexus mysteriorum», de la íntima conexión entre los misterios de la fe cristiana, que el Concilio indicó como horizonte para comprender los distintos elementos y las diversas afirmaciones del patrimonio de la fe católica.

Sigue diciendo el Papa Benedicto: “En el Concilio, en el que participé como experto siendo joven teólogo, pude ver los diferentes modos de afrontar las temáticas relativas a la figura y al papel de la santísima Virgen María en la historia de la salvación. En la segunda sesión del Concilio un grupo numeroso de padres pidió que de la Virgen se tratara dentro de la constitución sobre la Iglesia, mientras que otro grupo igualmente numeroso sostenía la necesidad de un documento específico que pusiera adecuadamente de relieve la dignidad, los privilegios y el papel singular de María en la redención realizada por Cristo. Se decidió optar por la primera propuesta y el esquema de la constitución dogmática sobre la Iglesia se enriqueció con el capítulo sobre la Madre de Dios, en el cual la figura de María, releída y propuesta de nuevo a partir de la Palabra de Dios, con los textos de la tradición patrística y litúrgica, así como con la amplia reflexión teológica y espiritual, aparece en toda su belleza y singularidad, e íntimamente insertada en los misterios fundamentales de la fe cristiana.

María, de la que se subraya ante todo la fe, se comprende en el misterio de amor y comunión de la Santísima Trinidad; su cooperación al plan divino de la salvación y a la única mediación de Cristo está claramente afirmada y puesta debidamente de relieve, presentándola así como un modelo y un punto de referencia para la Iglesia, que en ella se reconoce a sí misma, su propia vocación y misión. Por último, la piedad popular, desde siempre dirigida a María, se apoya en referencias bíblicas y patrísticas.

Ciertamente, el texto conciliar no trató exhaustivamente todas las problemáticas relativas a la figura de la Madre de Dios, pero constituye el horizonte hermenéutico esencial para cualquier reflexión ulterior, tanto de carácter teológico como de carácter más propiamente espiritual y pastoral. Representa, además, un valioso punto de equilibrio, siempre necesario, entre la racionalidad teológica y la afectividad creyente. La singular figura de la Madre de Dios se debe ver y profundizar desde perspectivas diversas y complementarias: aunque sigue siendo siempre válida y necesaria la «via veritatis», se deben recorrer también la «via pulchritudinis» y la «via amoris» para descubrir y contemplar aún más profundamente la fe cristalina y sólida de María, su amor a Dios y su esperanza inquebrantable. Por eso, en la Exhortación apostólica «Verbum Domini» dirigí una invitación a proseguir en la línea marcada por el Concilio (cf. n. 27)».”  


La posición de María en la Iglesia se puede comparar con el misterio del Papa en cuanto sucesor de San Pedro en un doble sentido. Esta perspectiva sobre la dualidad de los papeles de María y Pedro destaca la santidad personal del corazón y la santidad de la estructura de la Iglesia. En esta dualidad el oficio petrino examina lógicamente los carismas por su solidez teológica, mientras que el papel mariano subraya el sentido espiritual a través del servicio del amor maternal. La mariología y el ministerio de la autoridad en la Iglesia no son aspectos ni contrapuestos ni secundarios en la vida de la Iglesia; son como la autoridad institucional jerárquica y los carismas reconocidos en general, centrales e integrantes de la misma.

Como se menciona en la Encíclica de Pío XII «Mystici Corporis» de 1943, el «sí» de María dio consentimiento para un matrimonio espiritual entre el Hijo de Dios y la naturaleza humana, dando así a la humanidad los medios para la salvación. En tal sentido vemos a lo largo de la historia salvífica cómo este actuar de María, como en el caso de las bodas de Caná (Jn 2, 1-12) produce el primer milagro de Jesús. Maximalismo y minimalismo mariológico La mariología es un campo en el que, las creencias piadosas profundamente sentidas de los fieles, pueden desviarse de la sana doctrina de la fe de la Iglesia. Estas tendencias heterodoxas en la praxis piadosa, estaban ya en las exposiciones escritas en 1300 por Guillermo de Ware, quien se refiere a la tendencia de algunos a atribuir casi todo a María. San Buenaventura advirtió contra el maximalismo mariano. La mariología (el estudio de María) se ha relacionado con la cristología (el estudio de Cristo). El Papa San Juan Pablo II expone el «lugar preciso de María» en el plan de salvación en la encíclica «Redemptoris Mater» (25 de marzo de 1987) donde declara que: “Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo enfatizar la presencia especial de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y su Iglesia. Por eso es una dimensión fundamental que surge de la Mariología del Concilio”. Los teólogos católicos han estudiado la naturaleza entrelazada de la mariología y la cristología. El Papa Benedicto XVI afirma que desde sus inicios “la cristología y la mariología están inseparablemente entrelazadas”. Los papas han destacado desde siempre el vínculo interno entre las doctrinas marianas y la comprensión completa del tema cristológico, como lo declara explícitamente el Concilio de Éfeso del 431. Porque la Iglesia vive su relación con Cristo siendo el Cuerpo de Cristo, también tiene una relación con su Madre, cuyo estudio es el tema de la Mariología Católica. El Papa San Pío X en «Ad diem illum Laetissimum» ( 2 de febrero de 1904) declaraba: “Nadie en el mundo más que ella ha conocido a fondo a Jesús; nadie es mejor maestro y mejor guía para conocer a Cristo. Consecuentemente, como ya hemos dicho, nadie es más eficaz que la Virgen para unir a lo hombres a Jesús. Si, de hecho, según el Maestro Divino: «La vida eterna consiste en conocerte a Ti que eres el único, el verdadero Dios y a aquel que han enviado, Jesucristo», como nosotros llegamos a través de María a conocer a Jesucristo, así también a través de Ella nos es más fácil obtener aquella vida de la que Él es el principio y la fuente”. Historia y desarrollo Los primeros cristianos centraron su piedad al principio sobre todo en la veneración de los mártires, testigos de la fe que tenían ante sus ojos; pero ya enseguida vieron en María la testigo fiel que acompaña a su Hijo desde su concepción Virginal hasta su estancia en pie junto a la Cruz. La primera oración a María registrada es el «Sub tuum praesidium», fechada al menos alrededor del año 250. En Egipto, la veneración de María la encontramos ya extendida en el siglo III. El término «Theotokos» fue utilizado por el Padre de la Iglesia Orígenes de Alejandría (184 – 253). Fue el III Concilio Ecuménico de Éfeso (431) donde se proclama el dogma de fe mariológico sobre María como Madre del Verbo Encarnado: Theotokos (Θεοτόκος, en griego, Dei Genitrix o Deipara, en latín: Madre de Dios). El papa Sixto III le dedica en Roma en la colina del Esquilino, la grandiosa basílica conocida como Santa María la Mayor, construida sobre otra anterior dedicada también a la Virgen. A lo largo de la Edad Media, la teología y el culto debido a la Virgen María tuvo un desarrollo imponente en todo el mundo cristiano oriental y occidental. Con el Renacimiento se registró un crecimiento espléndido en el arte mariano. Puede bien afirmarse que a partir de este momento no hay pintor o escultor de renombre o por humilde que sea, que no consagre primorosamente algunas de sus obras a celebrar a la Virgen María en los diversos Misterios de su vida. En el Renacimiento se produjeron obras maestras como las de Botticelli , Leonardo da Vinci, Rafael. Michelangelo, por citar algunos ejemplos. En España pinturas y esculturas ya muy conocidas llenan, catedrales, iglesias, monasterios, palacios y galerías en todos los rincones de la Península, y muchos ejemplos pasarán ininterrumpidamente a la América Española, llenando sus lugares sacros y sus edificios civiles, incoando casi inmediatamente un arte plástico «mestizo» único en su género y en su número. Sólo en el siglo XVI están catalogados más de doscientos. En el siglo XVI, el Concilio de Trento confirmó la tradición católica de pinturas y obras de arte en las iglesias, lo que resultó en un gran desarrollo del arte mariano durante el último periodo renacentista hispano en sus diversas formas y categorías; basta recordar como ejemplos considerados máximos los nombres de Diego Velázquez, Bartolomé Esteban Murillo y Francisco Zurbarán. Esta tradición, aunque con características diversas desde el punto de vista del arte pictórico llenan también el siglo XVIII con un listado de no menos del medio millar.

Se debe notar  entre los aspectos de la Mariología que buena parte de la Iglesia hispana defiende y difunde tanto en la Península como en las Américas, se encuentra la doctrina de la Inmaculada Concepción y la de la Asunción de la Virgen, así como todos los Misterios de la Vida de Cristo donde se encuentra presente la Virgen María, desde la Encarnación, el Nacimiento hasta la Pasión y Muerte y lógicamente la Resurrección y en la vida de la Iglesia.

A partir de 1517 con la ruptura luterana, la Iglesia Católica defendió la mariología contra las opiniones protestantes. La dimensión mariana se incrementó notablemente en la vida de la Iglesia católica tocando los campos devocionales, las dedicaciones de iglesias, cofradías y devociones marianas también en nuevos pequeños o grandes santuarios lugares de constantes peregrinaciones de fieles. La literatura sobre María experimentó un crecimiento extraordinario con centenares de publicaciones de todo tipo.

La devoción mariana tuvo también motivo de un intenso resurgimiento en momentos particularmente difíciles para la cristiandad europea acosada por la amenaza turca. Un caso especialmente significativo fue con motivo de la victoria en la batalla de Lepanto, que los cristianos atribuyeron a la ayuda implorada de la Virgen. Por ello el papa San Pío V instituyó precisamente la Fiesta del Rosario en honor de la Virgen María para el 7 de octubre, fecha de la gran batalla.

OTRAS DOCTRINAS MARIANAS Aparte de los cuatro dogmas marianos ya mencionados (Madre de Dios, Su virginidad, su Inmaculada Concepción y su Asunción), la Iglesia Católica posee otras doctrinas sobre la Virgen María que se han desarrollado a partir de referencias a las Sagradas Escrituras, el razonamiento teológico y la tradición de la Iglesia. Entre ellas hay que recordar títulos como: Reina del cielo. La doctrina de que la Virgen María fue coronada Reina del Cielo se remonta a algunos escritores patrísticos de la Iglesia primitiva, como San Gregorio Nacianceno (c. 330- c. 390), “la Madre del Rey del universo”, y la “Madre Virgen que dio a luz al rey del mundo entero”. El escritor hispano Aurelio Clemente Prudencio (348-c. 410), se pregunta: la madre “quién dio a luz a Dios como hombre, y también como rey supremo”: y San Efrén (306-363): “Que el cielo me sostenga en su abrazo, porque soy honrado por encima de él. Por el cielo, no fue tu madre, pero tú hiciste tu trono. Cuánto más honorable y venerable que el trono de un rey es su madre.” La Iglesia Católica a menudo ve a María como una reina en el cielo, con una corona de doce estrellas. (Apocalipsis 12, 1). Muchos Papas han rendido homenaje a María en este sentido, por ejemplo: María es la Reina del Cielo y de la Tierra, (Pío IX), Reina y Soberana del Universo (León XIII) y Reina del Mundo (Pío XII). y la razón de ser de estos títulos reside en el dogma de María como Madre de Dios, que como Madre de Dios participa en su plan de salvación. La fe católica enseña que María, la Virgen Madre de Dios, reina con la preocupación de una madre sobre el mundo entero.

Ciertamente, en el sentido pleno y riguroso del término, sólo Jesucristo, el Hombre-Dios, es el rey; pero también María, como Madre del Verbo Encarnado está a su lado en el momento Supremo de la Cruz (la Mater Dolorosa, en compañía profunda con el sentir y de ofrecimiento de su vida de su Hijo en la Cruz (cf. Juan, 19, 25-27) en la redención, en su lucha con sus enemigos y en su victoria final sobre ellos, participa, aunque de manera limitada y análoga, en su dignidad real (cf. Apocalipsis 12).

Por su unión con Cristo se alcanza una eminencia radiante que trasciende la de cualquier otra criatura; de su unión con Cristo recibe la Gracia de interceder por nosotros pecadores: “ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”; de su unión con Cristo deriva la eficacia inagotable de su intercesión materna ante su Hijo y ante el Padre Celestial. María como Madre de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la Virgen María es la madre de la Iglesia y de todos sus miembros, es decir, de todos los cristianos: “La Virgen María ... Es reconocida y honrada como la verdadera Madre de Dios y del Redentor ... porque colaboró con su caridad unida en el nacimiento de los fieles en la Iglesia, que son miembros de su cabeza”. “María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia”. El Papa San Pablo VI en el «Credo del Pueblo de Dios» declara: “Que la Madre de la Iglesia ejerza su papel maternal en el cielo con respecto a los miembros de Cristo, cooperando en el nacimiento y desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos”.

En la encíclica «Redemptoris Mater» de San Juan Pablo II se hace referencia al «Credo del Pueblo de Dios» de San Pablo VI, como una reafirmación de la declaración de que María es “la madre de todo el pueblo cristiano, tanto de los fieles como de los pastores”, y escribió que el Credo “reiteró esta verdad con más fuerza”. El Papa Benedicto XVI también se refirió al «Credo» de San Pablo VI y afirmó que resume todos los textos bíblicos que se refieren al tema. En su homilía del día de Año Nuevo de 2015, el Papa Francisco dijo que Jesús y María, su madre, son «inseparables», al igual que Jesús y la Iglesia, que es la madre de toda la humanidad, que lleva a sus hijos a Dios.

El título «Madre de la Iglesia» fue otorgado a la Virgen María durante el Concilio Vaticano II, por el Papa San Pablo VI . Este título se remonta a San Ambrosio de Milán (c. 340 - 397). En el siglo XX este título lo difunde el jesuita alemán y teólogo Hugo Rahner (1900-1968). La mariología de Hugo Rahner, siguiendo a Ambrosio, vio a María en su papel dentro de la Iglesia, y cómo de él ha dicho el Papa Benedicto XVI “su gran contribución [a la teología] fue su descubrimiento en los Padres de la indivisibilidad de María y de la Iglesia”. La Mariología de Hugo Rahner, basada en los escritores primitivos, ejerció una influencia notable en la redacción del Vaticano II en el capítulo VIII sobre la Constitución sobre la Iglesia, «Lumen Gentium», que, citando a San Ambrosio, declaró a María como «Madre de la Iglesia».

Benedicto XVI atribuye a Hugo Rahner el gran influjo sobre la atribución de este título a María en el Concilio. El mismo Cardenal Ratzinger señala que no fue algo accidental o secundario el que el Concilio pasase la mariología al ámbito de la eclesiología. Pero esta relación ayuda a entender lo que es realmente la «Iglesia», como sostiene Ratzinger: “Hugo Rahner muestra que la Mariología fue originalmente eclesiología; la Iglesia es como María”.

La Iglesia es virgen y madre; ella es inmaculada y lleva las cargas de la historia. Ella sufre y es asunta a los cielos. Despacio, la Iglesia aprende que María es su espejo, que ella es persona en María. Por su parte, María no es una persona aislada, que permanece sola. Ella lleva el misterio de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI se lamentaba que esta unidad de la Iglesia y de María había sido ensombrecida a lo largo de los últimos siglos, cargando a María de privilegios y colocándola lejos. Tanto la mariología como la eclesiología han sufrido por ello. Una visión mariana de la Iglesia y una visión eclesiológica de María en la historia de la salvación lleva directamente a Cristo. Saca a la luz cuanto significa la santidad y el hecho de que Dios se haya hecho hombre. Mediadora. La fe católica confiesa que Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre. Él solo reconcilió con su muerte en la Cruz el Creador y la creación. Pero esto no excluye un papel secundario de intercesión de María en las necesidades de la humanidad pecadora, como Madre que es del Redentor del Género Humano. La enseñanza de que María intercede por todos los creyentes y especialmente por aquellos que piden su intercesión con la oración se ha mantenido en la Iglesia desde los primeros tiempos, por ejemplo, por el Padre de la Iglesia San Efrén, el sirio. La fe católica atribuye el papel de intercesores a todos los santos que gozan de la Presencia y Gloria de Dios, ¡cuanto más entonces se le debe atribuir tal gracia concedida a María por Dios por ser la Madre del Verbo Encarnado! La oración a María más antigua que se conserva es el «Sub tuum praesidium», escrito en griego y que expresa precisamente este sentido. María ha sido vista cada vez más como una dispensadora de las gracias que los fieles imploran con confianza a Dios y como defensora del pueblo de Dios. Se la menciona como tal en varios documentos del Magisterio Pontificio de la Iglesia. El Papa beato Pío IX usó el apelativo en la bula «Ineffabilis Deus» de la definición dogmática de la Inmaculada (1854). En «Supremi Apostolatus officio (1883), la primera de sus llamadas «encíclicas del rosario», el Papa León XIII llama a María “la guardiana de nuestra paz y la dadora de las gracias celestiales”.

Al año siguiente, 1884, habla de las oraciones que se le presentaron a Dios a “través de Ella para alcanzar las gracias celestiales”. El Papa san Pío X empleó este título en la encíclica «Ad diem illum laetissimum» del 2 de febrero de 1904 para celebrar el 50 aniversario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción (1854); el Papa Benedicto XV lo introdujo en la liturgia mariana cuando creó la fiesta mariana de María, Mediadora de todas las Gracias en 1921; Pío XII en su encíclica «Ad Caeli Reginam» sobre la realeza de la santísima Virgen María y la institución de su fiesta,11 de octubre de 1954, confirma tal título.

El título de «corredentora» que algunos grupos católicos han querido atribuir a la Virgen María, en cuanto participante en el proceso de salvación, por ser Madre del Verbo Encarnado, nunca ha sido acogido por el Magisterio de la Iglesia. Otra cosa es que María con su perfecto «fiat» (hágase tu voluntad) haya asumido libremente la vocación y la gracia divina de ser Madre del Verbo Encarnado, como ya recuerda el padre de la Iglesia Ireneo a finales del siglo II. Algunos Documentos Pontificios Mariológicos de los últimos Papas Intervenciones solemnes de los Papas fueron importantes en la formación de los aspectos teológicos y devocionales de las perspectivas católicas sobre la Virgen María. Así, dejando aparte los numerosos discursos, homilías y otras intervenciones pontificias, los Papas han siempre destacado el vínculo entre María y Jesucristo en sus diversas Constituciones Apostólicas y Encíclicas. Recordemos algunas:

Pío IX : Constitución Apostólica «Ineffabilis Deus»;

León XIII. Sus documentos referidos al Rosario como devoción popular recomendada por la Iglesia son los siguientes:«Supremi apostolatus officio» (1883); «Superiore anno» (1884); «Vi è ben noto» (1887); «Octobri mense» (1891); «Magnae Dei Matris» (1892); «Laetitiae sanctae» (1893); «Iucunda semper expectatione» (1894); «Adiutricem populi» (1895); «Fidentem piumque animum» (1896); «Augustissimae Virginis Mariae» (1897); Diuturni temporis (1898).

Pio X. «Ad diem illum laetissimum» (1904)

Pío XI, «Lux veritatis» sobre el XV centenario del Concilio de Éfeso (1931); «Ingravescentibus malis» sobre el rezo del Santo Rosario (1937) Pío XII. «Deiparae Virginis Mariae» sobre la definición del dogma de la Asunción de la Virgen María (1946); «Sempiternus Rex Christu» en el XV centenario del concilio ecuménico de Calcedonia (1951); «Ingruentium Malorum» sobre el rezo del en el mes de octubre (1951); «Fulgens Corona»: convocación del año mariano (1953); «Ad Caeli Reginam» sobre la dignidad real de la Virgen María (1954); «Mystici Corporis Christi» sobre el Cuerpo Místico de Jesucristo (1943); «Le Pèlerinage de Lourdes» en el centenario de las apariciones de la Virgen en Lourdes (1957); «Memores iuvat» sobre oraciones en la novena de la Asunción de la Virgen María (1958). Pío XII proclama el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo con la Constitución Apostólica «Munificentissimus Deus» (1 de noviembre de 1950).

Juan XXIII. «Grata recordatio» sobre el rezo del Rosario (1959);

Pablo VI. «Mense Maio» sobre el rezo a María en el mes de mayo (1965); «Marialis cultus» sobre la unión indisoluble de la naturaleza divina con la naturaleza humana en el Misterio de la Encarnación del Verbo y la devoción mariana (1974).

Juan Pablo II. «Redentoris Mater» sobre la Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina (1987); «Rosarium Virginis Mariae».


Benedicto XVI. Como teólogo escribió numerosas obras donde trata el tema mariológico y fue uno de los redactores de la «Lumen Gentium» del Vaticano II.

REPRESENTACIONES MARIANAS EN LA IGLESIA OCCIDENTAL

A lo largo de los siglos, los católicos han visto a la Virgen María desde varios puntos de vista, a veces derivados de atributos marianos específicos que van desde la realeza a la humildad y otras veces basados en las preferencias culturales de los eventos que han acontecido en momentos específicos de la historia. Paralelamente a los enfoques tradicionales de la mariología, feministas, psicólogos y católicos liberales han pretendido presentar interpretaciones del culto mariano basados en lecturas subjetivas a partir de análisis sociológicos y de carácter de la psicología cultural de las poblaciones involucradas. Lógicamente estas interpretaciones, desde su perspectiva socio-psicológico-cultural excluyen a priori toda intervención y lectura de carácter teológico sobrenatural.

Cuanto se ha dicho metodológicamente sobre el estudio de la Hagiografía se puede también aplicar al estudio de las expresiones de culto mariológico. Cada época ha subrayado aspectos sobre María, que apoyándose en la mariología ya existente y entonces más generalmente acogida según las sensibilidades culturales populares de cada época, entran en las devociones y veneraciones. Así se explican las insistencias de devociones populares expresadas en la iconografía sobre la imagen de María como reina celestial o como la madre humilde, la del «Magnificat» (cf. Lc. 1,46-55).

Las representaciones de la Virgen María como reina del cielo y su coronación eran comunes ya en el siglo XIII, como se puede ver en el mosaico absidal de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma de Jacopo Torriti (Incorporación de María e Historias de María), fechados en 1295. Si trata de una de las primeras representaciones en mosaicos antiguos de la «Coronación de la Virgen absidal». Sentada en el mismo rico Trono, junto al Redentor, María está revestida con los hábitos reales, típicos del módulo bizantino de la época y también específicos del culto mariano en Roma.

En Santa María «in Domnica», conocida como «Santa Maria alla navicella», en el Celio, es un «Titulus» (Iglesia Titular), instituido en el 678 por el papa Agatone, pero ya recordada por el papa Simmaco en el 499 en un sínodo. Su gran esplendor lo alcanzará en tiempos del papa Pascual I a comienzos del siglo IX, que reconstruyó la basílica entre el 818 y el 822, decorándola de ricos mosaicos. Pues bien, en ella vemos que en el mosaico el ábside representa a la Virgen en el Trono entre dos filas de Ángeles, tema probablemente tomado de un ícono más antiguo.

Otra preciosa basílica mariana de Roma es la muy antigua de Santa María en el Transtiber, con el mismo tipo de representación mosaicístico de la Virgen coronada y sentada en el Trono junto a su Hijo Jesucristo; sus grandiosos mosaicos se deben a Pietro Cavallini y son de finales del siglo XIII. En numerosas iglesias y basílicas en el resto del mundo cristiano se encuentran figuraciones semejantes, por lo que el sentido mariológico predominante es todas ellas el de la Virgen como «Señora» unida en profunda comunión con su Hijo del que recibe tal dignidad.

Otro aspecto devocional y que encuentra su expresión iconográfica frecuente es el de la maternidad divina de María, muy unida al misterio de la Encarnación del Verbo (su humanidad). Lo vemos sobre todo en la iconografía de la Virgen María como una madre amamantando al Niño Jesús que es bastante extendida a partir del siglo XII, como se puede ver en numerosas tallas y en los pórticos de iglesias y catedrales románicas y góticas para extenderse luego en pinturas y esculturas a partir del siglo XIV, y esto en lugar de su representación como reina en la escena de la coronación.

La afirmación que a veces se encuentra en artículos y manuales sobre el tema contraponiendo la iconografía mariológica de la «realeza» contra la de la «humildad», que tendría orígenes «franciscanos» que ensalzan tal virtud, se demuestra bastante limitada a la luz simple de un repaso a los millares de representaciones marianas en los lugares citados.

Ya desde los albores de la edad moderna (siglo XIII en adelante), pintores y escultores suelen representar a la Virgen María como tierna Madre que lleva entre sus brazos o estando sencillamente sentada, contempla a su pequeño Niño Jesús a su lado en diversas posturas o lo lleva en sus brazos como cualquier madre con su criatura, pero siempre ricamente vestida y en un entorno que se podría llamar idílico y monumental. Las tesis sostenidas por algunos que a través del influjo de los mendicantes se cambia totalmente la iconografía mariana queriendo subrayar el aspecto de la humildad de María son discutidas simplemente mirando a toda la iconografía del tiempo.

Tal iconografía mariana sigue nuevos cánones pictóricos, donde vemos combinados en un estilo muy nuevo la representación de la Virgen tanto Madre Inmaculada con el Niño Jesús, como la Virgen espléndidamente bella de las pinturas y frescos de los tiempos como las del dominico el beato Fray Angélico (c. 1395-1455) con sus preciosas pinturas con temas marianos como la «Pala di Fiesole» (c. 1424-1425) en la iglesia de Santo Domingo de Fiesole, considerada su primera obra, y sus otros cuadros entre los que destaca la «Anunciación a María» conservado en el Museo del Prado de Madrid, tema muy querido a la pintura florentina del tiempo; o las de Domenico di Bartolo (1400/1404-1444/1447), de la escuela de Siena y donde destaca su «Madonna dell’Umiltà» (1433), pedida por círculos cercanos a San Bernardino de Siena, franciscano, entonces todavía en vida.

Estas y otras pinturas de la de Florencia del tiempo y de otros centros culturales que se fueron formando en la Italia, el nacimiento y desarrollo del Renacimiento, llenan las páginas de las historias del arte. Basta recordar al florentino Massaccio (Tommaso di Ser Giovanni di Mòne di Andreuccio Cassài: 1401-1428), cuyas pinturas representan el progreso de toda una escuela pictórica en la que emergen temas mariológicos tan delicados como el de la Virgen, el Niño y Santa Ana, el «Triptico de San Giovenale» y el «Polittico de Pisa», entre otros.

Otro florentino de primer orden es el carmelita Filippo Tommaso Lippi (c. 1406-1469) con sus también pinturas mariológicas de belleza incomparable. En esta falange ilustre de pintores ya renacentistas sobresale Raffaello Sanzio de Urbino (1483-1520), uno de los pintores más célebres del Renacimiento y considerado uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, ya que su obra marcó unas trazas imprescindibles. Entre sus obras mariológicas más conocidas se deben recordar: el «Matrimonio de la Virgen» (1504), «Piccola Madonna» (1505), la «Madonna Sistina» (1512), la «Madonna del Belvedere» (1506), la «Madonna del Cardelino» (1506), la «Madonna della Seggiola» (1514), y varias más que demuestran su precisa atención y preferencias sobre temas mariológicos.

La lista de los grandes artistas del Renacimiento con obras de tema mariológico es muy larga, y en ninguno de ellos faltan pinturas o esculturas donde no sea representada María, con frecuencia unida o al Niño Jesús o al Misterio de la Pasión y Muerte del Señor. Basta señalar a la obra maestra de «La Pietà» (1498-1499) de Miguel Ángel (1475-1564), hoy en la Basílica de San Pedro. Otro tipo de figuración de María es la de la Inmaculada, que llena la iconografía tanto escultural como pictórica de la época a la que nos referimos, especialmente en el mundo hispano.


NOTAS

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FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ