Diferencia entre revisiones de «RUIZ Y FLORES, Leopoldo»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Revisión actual del 05:47 16 nov 2018

(Querétaro, 1865; Morelia, 1941) Arzobispo y Delegado Apostólico

En Santa María Amealco, Querétaro, nació Leopoldo Ruiz y Flores el 13 de noviembre de 1865; realizó sus primeros estudios en su ciudad natal y a los once años ingresó al Colegio Josefino de la ciudad de México, destacando por su gran capacidad intelectual. Al manifestar su deseo de seguir la carrera eclesiástica, el arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Dávalos le propuso que siguiera sus estudios en Roma en el Colegio Pío Latinoamericano, al cual ingresó en 1881 para cursar en la Universidad Gregoriana los doctorados de Filosofía, de Teología y, posteriormente, el de Derecho canónico.

Fue en Roma donde recibió la ordenación sacerdotal en 1888, después de obtener el doctorado en filosofía en 1883 y el de teología en 1886. Todavía permaneció en Roma tres años más para cursar el doctorado en Derecho Canónico, obteniendo ese tercer doctorado en 1889, año en el que regresó a México para impartir la cátedra de Teología Moral en el Seminario Conciliar de la Arquidiócesis de México.

En 1900 S.S. León XIII lo nombró obispo de León, y en 1907 San Pío X lo designó arzobispo de Linares (Monterrey), permaneciendo en esa diócesis cinco años. En 1912 fue trasladado al arzobispado de Morelia; en esa ciudad lo sorprendió la persecución iniciada por la revolución carrancista en 1914 y durante algún tiempo tuvo que irse a vivir a la ciudad de Chicago. Diez años después, en diciembre de 1924, tomó posesión de la presidencia de la República Plutarco Elías Calles, quien desató una nueva y más radical persecución religiosa que decretó la expulsión de todos los obispos mexicanos en abril de 1927. Monseñor Ruiz y Flores nuevamente partió al exilio en los Estados Unidos.

El 22 de abril de 1928 moría en el exilio en San Antonio Texas, el arzobispo de México José Mora y del Río, quien también era presidente del Comité Episcopal Mexicano. “Algunos obispos mexicanos, reunidos en San Antonio, Texas, elegían al arzobispo de Morelia, Ruiz y Flores, como su sucesor en la presidencia del Comité Episcopal.”[1]Este nombramiento lo situará en el centro del conflicto religioso, precisamente cuando el gobierno mexicano a través del Lic. Eduardo Mestre, empezaba a buscar un acercamiento con los obispos para acabar con la Cristiada.

El recién designado embajador de los Estados Unidos Dwight W. Morrow, buscando salvar al gobierno de Calles en beneficio de los intereses petroleros de los norteamericanos, daba algunos tímidos pasos para buscar un posible “arreglo” al conflicto religioso. Inicialmente Morrow buscó una posible solución al conflicto a través del padre John J. Burke[2], cruzándose al respecto varias cartas con diversos agentes del gobierno mexicano, he incluso logrando que el religioso norteamericano tuviera un encuentro secreto con el mismo presidente Calles en un cuartel de San Juan De Ulúa.[3]Nada se logró en esa reunión.

Pero por medio de los jesuitas norteamericanos Wilfrid Parsons y Edmund Walsh, el embajador Morrow había ya establecido contacto con Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores y con el obispo de Tabasco, Mons. Pascual Díaz Barreto, partidario este último de “dar los pasos necesarios para llegar a unos arreglos, cueste lo que cueste…De hecho escribe una carta a Calles en tal sentido.”[4]

Enterado S.S. Pío XI de las ambiguas y confusas proposiciones a los obispos de parte del gobierno mexicano, el 5 de agosto de 1927 el obispo de León, Monseñor Emeterio Valverde y Téllez, trasmitió al Comité Episcopal en el exilio nueve normas dadas por la Santa Sede para llegar a un posible «arreglo» del conflicto religioso:

“En orden a esos pretendidos arreglos, el Santo Padre se dignó dar las siguientes normas:

1° Oigan los obispos las proposiciones hechas por los agentes del gobierno, sin hacerles ellos ninguna.
2°Si las proposiciones no son aceptables, dese por terminado el intento de arreglos
3° Si parecen aceptables, antes de proseguir exíjanse a los dichos agentes del gobierno credenciales auténticas y satisfactorias
4° Si no las presentaran, dese por terminadas las negociaciones
5° Si las presentaran, pídaseles sus proposiciones por escrito y firmadas
6° Si no las dan en esta forma, téngase por terminados los trabajos
7° Si las proposiciones fueren presentadas en la forma dicha antes, adviértase a los representantes del gobierno que es necesario no menos de un mes para resolver; mientras tanto comuníquese sin demora a cada uno de los obispos y a la Liga Defensora de la Libertad Religiosa; pidiéndoles a aquellos y a éste que den por escrito su dictamen sobre las dichas proposiciones
8°Envíese las proposiciones del gobierno y los dictámenes de cada obispo y de la Liga a la Santa Sede
9° Espérese la resolución del Papa.”[5]

El panorama político de México dio un cambio brusco el 17 de julio de 1928, día en que el general Álvaro Obregón fue asesinado cuando en un banquete festejaba su re-elección como presidente de la República, ahora para el periodo 1928-1932. Entonces Plutarco Elías Calles, presidente saliente, hizo que se le proclamara “jefe máximo de la revolución” e impuso como presidente interino al Lic. Emilio Portes Gil. Inconformes con lo anterior, varios generales se levantaron en armas contra Calles y Portes Gil, poniendo al gobierno aún más «contra la pared». El apoyo del gobierno norteamericano a través de Morrow se volvió entonces absolutamente imprescindible, al igual que la solución a la «guerra de los cristeros», que para 1929 tenían ya alrededor de cincuenta mil hombres en armas.[6]La exitosa campaña política del Lic. José Vasconcelos buscando la Presidencia de la República agravó el panorama para Calles y Portes Gil.

Morrow intensificó entonces sus gestiones sobre los “arreglos”, mientras que el 2 de mayo el presidente provisional Portes Gil, en una entrevista con el periodista norteamericano Dubose, refiriéndose a la Iglesia utiliza un lenguaje conciliador.[7]Pocos días después en la capital de los Estados Unidos el arzobispo Ruiz y Flores declaraba: “Las palabras del presidente Portes Gil son de mucha importancia…En México la iglesia católica no pide privilegios. Pide tan sólo que sobre la base de una amistosa separación de la Iglesia y el Estado, se le permita la libertad indispensable para el bienestar de la nación. Los ciudadanos católicos de mi país, cuya fe y patriotismo no se pueden poner en duda, aceptarán sinceramente cualquier arreglo que pueda celebrarse entre la iglesia y el gobierno.”[8]

El 18 de mayo de 1929, el Papa Pío IX nombró Delegado Apostólico en México a Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores. El comunicado de la Santa Sede decía: “Me es grato comunicarle que el Santo Padre el 18 del corriente ha tenido a bien nombrar al Sr. Arzobispo de Morelia, D. Leopoldo Ruiz, Delegado Apostólico de México con especial encargo de unificar el pensamiento y la acción del episcopado en las presentes circunstancias, y con autorización especial de conferenciar con el Gobierno de México «ad referendum» reservándose el Santo Padre la aprobación definitiva de los acuerdos a que pueda llegarse.”[9]

En los primeros días de junio los obispos Leopoldo Ruiz y Pascual Díaz, acompañados del embajador Morrow, salieron de San Luis Missouri rumbo a México en el exclusivo vagón de ferrocarril que usaba el diplomático. Al llegar a la estación de Tacuba esperaba a los dos obispos un automóvil que los condujo a la casa de la familia Legorreta donde fueron alojados; en esa residencia no quisieron hablar ni recibir a nadie, ni siquiera al obispo Miguel de la Mora, que inútilmente tres veces solicitó ser recibido.[10]Los dos obispos se entrevistaron con el Presidente Portes Gil los días 12 y 13 de junio.

El día 21 de junio fueron dados a conocer los “acuerdos” logrados en esas entrevistas, y el diario “El Universal” de la ciudad de México encabezó así su edición: “El conflicto religioso terminó ya”. En páginas interiores apareció el siguiente comunicado firmado por Mons. Ruiz y Flores:

“El obispo Díaz y yo hemos tenido varias conferencias con el C. Presidente de la República y sus resultados se ponen de manifiesto en las declaraciones que hoy expidió. Me satisface manifestar que todas las conversaciones se han significado por un espíritu de mutua buena voluntad y respeto. Como consecuencia de dichas declaraciones hechas por el C. Presidente, el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo con las leyes vigentes. Yo abrigo la esperanza que la reanudación de los servicios religiosos pueda conducir al pueblo mexicano, animado por un espíritu de buena voluntad, a cooperar en todos los esfuerzos morales que se hagan para beneficio de todos los de la tierra de nuestros mayores. México, D.F., 21 de junio de 1929. Leopoldo Ruiz y Floress, Arzobispo de Michoacán y Delegado Apostólico.”

Estos “acuerdos” fueron sólo verbales y nunca se pusieron por escrito. En su autobiografía titulada “Recuerdos de Recuerdos”, Mons. Ruiz y Flores explica por qué no pidió que los “arreglos” se pusieran por escrito: “No creí que constara esto en estipulaciones escritas y firmadas por ambas partes, porque tenía yo de testigo por mi parte al Sr. Obispo Díaz y por parte del Presidente al Licenciado Canales”

Portes Gil prometió dar amnistía a los cristeros y a restituir a la Iglesia los templos, las parroquias y los obispados, y que las leyes podrían ser modificadas más adelante mediante solicitud presentada a la Cámara de Diputados. Por su parte, los dos obispos se comprometieron a reanudar el culto público y a solicitar a los cristeros que depusieran las armas. La Iglesia cumplió, el gobierno no. “Sobre aquello no había nada escrito. Y nada se cumplió…Portes Gil pidió que el arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez; el de Durango, González y Valencia; y el de Huejutla, Manríquez y Zárate fuesen deportados.”[11]Después de los “arreglos”, en México se estableció un especial « Modus Vivendi» que, con diferentes énfasis según las circunstancias, estuvo vigente hasta el año de 1992 cuando, como condición puesta por S.S. Juan Pablo II para reanudar relaciones diplomáticas, fueron modificados los artículos 3°, 5°, 27° y 130°, los más jacobinos de la Constitución de 1917.

El 29 de septiembre de 1932 el Papa Pío XI dio a conocer una nueva encíclica sobre México; la «Acerba Animi» en la que denunciaba: “violadas abiertamente las condiciones estipuladas en la conciliación, se levantó una nueva persecución cruel…con una descarada violación de las promesas hechas, muchos clérigos y seglares que habían defendido valientemente la fe de sus mayores fueron entregados al odio vengativo de sus enemigos.”[12]

Al conocerse en México ese documento, el gobierno apresó a Mons. Ruiz y Flores por su calidad de Delegado, y el 4 de octubre fue expulsado del país, enviándolo custodiado por dos agentes policiacos a los Estados Unidos en un vuelo especial. En los Estados Unidos Monseñor Ruiz y Flores tuvo varias discrepancias con el padre paulista John Burke, el colaborador inicial de Morrow en los inicios de los “arreglos”, y con el Delegado Apostólico para los Estados Unidos, Amleto Cicognani.[13]En 1937 Leopoldo Ruiz y Flores fue removido de su cargo como Delegado, y al año siguiente pudo regresar a México para celebrar sus bodas de oro como sacerdote. Falleció en Morelia el 12 de diciembre de 1941.

NOTAS

  1. González Fernández, 2008, p.574
  2. En ese entonces, Secretario de la National Catholic Welfare Council de los Estados Unidos
  3. González Fernández, 2008, p. 571, y Flores Torres, p. 355 (éste último señala que la entrevista fue en un barco anclado en el mismo lugar)
  4. González Fernández, 2008, p. 568
  5. González Fernández, 2008, p. 564
  6. Meyer, 1993, p.104
  7. Cfr. González Fernández, 2008, p.606
  8. González Fernández, 2008, p. 607
  9. González Fernández, 2008, p. 618
  10. González Fernández, 2008, p. 624
  11. González Fernández, 2008, p.624
  12. Párrafo 11 de la Carta Encíclica Acerba Animi, sobre la injusta situación del catolicismo en la Republica de México, 29 de septiembre de 1932 (AAs,24,1932).
  13. Cfr. Solis, Yves pp. 121-176

BIBLIOGRAFÍA

Flores Torres Oscar. El otro lado del espejo: México en la memoria de los jefes de misión estadounidenses. (ISBN-10: 9709504002) Universidad de Monterrey, 2007.

González Fernández Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo. T.I. Arquidiócesis de Guadalajara, Guadalajara, 2008.

Meyer Jean. La Cristiada. T. III. Siglo XXI, México, 11 ed. 1993

Solís Yves. Divorcio a la italiana: La ruptura entre el delegado apostólico de los Estados Unidos y el delegado apostólico de México durante la segunda Cristiada. Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, núm. 24, 2008

JUAN LOUVIER CALDERÓN