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(Palencia, 1527- México, 1597). Médico, Fundador de Hospitales Datos biográficos La figura de Pedro López de Medina es bastante conocida entre los especialistas. Un resumen de su vida puede ser el siguiente. Pedro López nació hacia 1527 en la villa de Dueñas, en Palencia. Estudió Medicina en Valladolid. Pasó a México muy joven. Conocemos el nombre de su mujer, Juana de León, y de sus seis hijos: José, que fue cura de la catedral mexicana, Catalina, Agustín, María, Juana y Nicolás. En 1585, en un memorial al Tercer Concilio Mexicano, afirmaba el doctor López que “va para treinta y cinco años que estoy en esta tierra”. En agosto y septiembre de 1553 incorporó los grados de Licenciado y Doctor en Medicina en la Universidad de México. El cabildo le nombró protomédico para el control de las farmacias y otros menesteres de confianza. En 1571 sufrió un proceso ante la Inquisición de la ciudad de México que no tuvo sentencia final, por falta de pruebas. Murió en la ciudad de México en el año de 1597. Su dimensión profesional Destaca su celo en la fundación de hospitales en la ciudad de México. Concretamente, fueron dos los institutos hospitalarios surgidos por su iniciativa. En 1572, tras conseguir licencia del arzobispo Montúfar, abrió sus puertas el hospital de San Lázaro, dedicado a los leprosos de todas las categorías sociales. Como explica un informe de 1583, “fundóse con industria e instancia del doctor Pedro López, médico, persona devota, cristiana y caritativa, con limosnas que ha pedido y recogido para este efeto en esta ciudad y arzobispado, con las cuales se sustentan, acudiendo el dicho doctor a la cura de los enfermos con mucho cuidado y a hacerles proveer de todo lo necesario [...] Dice misa en el dicho hospital el maestro Joseph López, hijo del dicho doctor”. Se trataba de un «hospital nacional», pues era el único especializado en leprosos –por otra parte más bien escasos– de toda Nueva España. Don Pedro y su mujer fueron los patronos fundadores. A la muerte del doctor López, en 1597, sus hijos se ocuparon de la cobertura económica del hospital. El segundo hospital fundado por nuestro personaje fue el inicialmente llamado de la Epifanía (1582), dedicado a los mestizos, mulatos y negros libres. Al hospital se agregó un torno para niños expósitos. Fue gran amigo de las órdenes religiosas, particularmente de los dominicos, a quienes atendía profesionalmente. Su vida llamó la atención entre sus contemporáneos. Ya en el siglo XVII, en 1651, el arzobispo de Santo Domingo Juan Díaz de Arce llama al galeno «Padre de los pobres», que es un título clásico que se da a las personas que han descollado por las obras de caridad. Se sabe que la comunidad dominica de la Ciudad de México guardó un muy grato recuerdo de él. Los cronistas Dávila Padilla, Hernando Ojea, y Alonso Franco, le dedican un capítulo en sus crónicas. La lista de referencias podría seguir durante el siglo XVIII. Quizás lo más significativo es que en una obra de alcance universal, como la continuación de los «Annales ecclesiastici» de Jacobo Laderchio, de 1737, encontramos una elogiosa página dedicada a Pedro López. Parece que en el siglo XIX el recuerdo de su figura se fue desdibujando, como declara Joaquín García Icazbalceta a fines de esa centuria: “ni una estatua, ni un monumento, ni una triste inscripción recuerdan al pueblo lo que debió a aquel doctor caritativo: ningún asilo de la desgracia lleva su nombre”. En la actualidad podemos afirmar que los descubrimientos de nuevos manuscritos en el Archivo General de Indias (AGI), en el Archivo General de la Nación de la Ciudad de México (AGN), en la Bancroft Library de Berkeley, han abierto a los investigadores nuevas posibilidades para entender nuestro interesante personaje. Solamente quiero apuntar algunos aportes decisivos: – en 1991 Josef Metzler, con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América, publicó una selección de documentos principalmente del Archivo Secreto Vaticano, llamada «América Pontificia». . En el vol. 2 se encuentran copias de algunas peticiones y respuestas de Pedro López a la Santa Sede. – en 2005 Natalia Ferreira y Nelly Sigaut publican el testamento custodiado en el AGNM. La importancia de este documento para conocer la vida espiritual de su autor es fundamental. – en 2006 Alberto Carrillo Cázares publica el primer tomo de los «Manuscritos de la Bancroft Library», entre los que se encuentran los cinco interesantes memoriales escritos por el médico eldanense. Son sólo algunos hitos, unidos a tantos estudios de archivo que han llevado a cabo diversas personalidades, entre ellas el Dr. Richard Greenleaf, la Dra. Josefina Muriel, la Dra. Rodríguez Sala, y el Dr. José Abel Ramos.
Su dimensión religiosa ¿Quién era Pedro López? Evidentemente un hombre muy capaz, padre de familia numerosa, con talento para los negocios, médico y protomédico, totalmente integrado en aquel grupo de profesionales que ejercieron su medicina en la segunda mitad del siglo XVI. Sus obras hablan por él, y también sus escritos. Intentemos abrirnos paso en su dimensión religiosa, sabiendo que nunca podremos juzgarle bien sin considerar sus contextos. Fue bautizado con gran probabilidad en la iglesia de Santa María de Dueñas. Perseveró en el catolicismo hasta la muerte. Así reza su testamento, en donde se reconoce hijo de la Iglesia romana y abominador de todos los herejes. Quizás el primer hecho religioso destacable del que tenemos noticia es el primer escrito enviado al Papa en 1569, donde le habla del canto gregoriano en la catedral y que denota, por un lado, la presencia activa de López en los oficios litúrgicos del templo principal de la ciudad, cosa que no era obligatoria, y de otra, su sensibilidad para el canto del Gloria en esos momentos de oración pública. Sobre la devoción a la Santísima Trinidad hay también datos en uno de los memoriales al Tercer Concilio de México y, por supuesto, en el testamento. Un hecho es evidente, y es el de la ordenación sacerdotal de sus dos primeros hijos varones, Giuseppe y Agustín. Con los antecedentes que ya conocemos, es fácil deducir que sólo en una familia con fuerte espiritualidad – en donde siempre hay que contar con la esposa y madre, Juana de León – pudieron cuajar esas vocaciones levíticas. El proceso de Inquisición que sufrió López en los años 1570-1571, estudiado por Greenleaf y Ramos no logró mermar su prestigio, como ha señalado Rodríguez Sala. El proceso se evaporó por falta de pruebas y el médico castellano continuó con una carrera de obras de caridad cada vez más intensa. ¿Por qué acometió esas actividades en los últimos años de su vida? Probablemente las cuestiones familiares estaban ya encaminadas. Había llegado quizás el momento de ejercer importantes servicios a la sociedad de la Ciudad de México. Una rápida enumeración de los proyectos de esos años resulta elocuente: fundación de dos hospitales, atención de la población negra de la ciudad, erección de una casa cuna, activa participación en el Tercer Concilio de México. Desde un punto de vista sociológico, De la Torre Villar ha subrayado la vivacidad de los peninsulares, que llegaban a Nueva España capaces de salir adelante “aun trabajando”, dice, mientras que los primeros criollos eran “graciosos, elegantes, finos y llenos de simpatía”, pero poco propensos al “arrojo y capacidad de acción”. Desde luego que López entra claramente en esta caracterización del maestro de la Torre. En particular, se puede calificar su caridad como realista y efectiva: vio los problemas concretos a los que podía dar respuesta y lo hizo con sentido práctico. Fue un movimiento de benevolencia que absorbió muchas energías: preocupaciones jurídicas, económicas, de búsqueda de colaboradores, de aprobaciones civiles y eclesiásticas, etc. Es quizás un caso único entre los fundadores de instituciones caritativas en México. Lo habitual era que los laicos adinerados y de buenos sentimientos religiosos contribuyeran con sus limosnas a las instituciones llevadas adelante muchas veces por órdenes religiosas, o bien se trataba de médicos que prestaban su servicio en los hospitales. Aquí hay, sin embargo, una gestión personal que coordina las fuerzas para desarrollar proyectos de envergadura, como es la fundación y sustentamiento de dos instituciones hospitalarias. Algunas pinceladas más y tendremos una base para una primera valoración religiosa de nuestro personaje. En su testamento explica que el hospital de San Lázaro lo edificó “a gloria de Dios”, para curar a los leprosos de la tierra. En el caso de los desamparados habla de su intención de llevarlo adelante “a gloria de Dios y de su bendita madre”, añadiendo que la iglesia está dedicada a los Reyes Magos, “conforme a los que allí se curan”, aludiendo probablemente al carácter multi-racial de los enfermos. En cuanto a los cinco memoriales al Tercer Concilio de México, es muy claro el nervio ético-religioso de sus peticiones; algunas veces en forma muy explícita como en los memoriales sobre negros. Suena auténtica su frase “pido misericordia con justicia”. También al tocar los temas económicos, estudiados por Martínez López-Cano, resulta evidente la búsqueda de la justicia por parte del doctor, que no desea sacrificar la ética en el altar del beneficio económico, y pregunta por la licitud de los nuevos tipos de contratos. Una cuestión merece ser resaltada, y es la petición sobre los niños recogidos en el torno. Así dice el doctor: “Que pues nuestro Señor me a hecho tan grand merced de que sea yo padre de niños huérfanos y desamparados, que en el torno que tengo puesto en el hospital me echan, y los crío, que son al día de oy, por la bondad de Dios, más de quarenta, suplico yo a vuestra señoría ilustrísima (...) los admita, si es justo, a que sean aptos a ser sacerdotes y a legitimarlos para esto y darles los privilegios”. Salta a la vista en primer lugar la gran implicación personal de López hacia esos niños. Pide al obispo que preside el concilio que considere la posibilidad de dispensar el origen ilegítimo de ellos (no olvidemos que eran expósitos), para que en un futuro pudieran ser recibidos al orden sacerdotal. Nuestro médico, que ya era padre de dos sacerdotes, desea que a los varones de sus hijos expósitos se les dispense de un impedimento de ilegitimidad para que también sean, en el futuro, hijos suyos sacerdotes. Y habla de infantes a los que nunca podría ver vistiendo la sotana. No sabemos nada sobre la respuesta del concilio a la petición de López. Por otro lado, no se puede perder de vista que en 1576 el papa Gregorio XIII había concedido a los obispos de Indias la facultad de dispensar la ilegitimidad a mestizos y españoles para permitir su ordenación sacerdotal. En cualquier caso, sólo el que conociera la sensibilidad religiosa de López podría comprender la petición, que hunde sus raíces en su veneración por el sacerdocio. Dos palabras sobre su relación de amistad con el dominico Fray Juan de Paz (1521ca-1597), enfermero del convento de Santo Domingo por cuarenta años. Con un estilo quizás exagerado, el fraile expone que su amigo “era muy espiritual, confesaba y comulgaba cada día, al cual serví yo algunas veces en estos ministerios y le hallé siempre como un ángel”. Siendo muy difícil dar crédito íntegro a tal elogio del galeno eldanense, no cabe duda que es coherente con lo que ya sabemos, y es interesante por la referencia a la frecuencia de sacramentos. El documento definitivo para escrutar la espiritualidad de nuestro autor es su testamento, que da fe del final de un camino de vivencias y de proyectos, llevados adelante con Juana, su «buena compañera». Su mujer asoma pocas veces en la documentación, pero no parece razonable que la identidad espiritual de su marido fuera comprensible sin el apoyo de su esposa. Su testamento Como es bien conocido, los testamentos habitualmente iniciaban con una profesión de fe en la Trinidad, en la divinidad de Jesucristo, etc. Sin embargo, López decide anteponer a la confesión un párrafo que se nos antoja muy personal. Está escrito en forma de diálogo. Dice así: “Oid cielos y los bienaventurados de la corte celestial, sepa la tierra con todos los moradores que en ella habitan; sea manifiesto al príncipe de las tinieblas y a todo su reino y habitadores del infierno, cómo yo el doctor Pedro López, médico, ante el trono de la misericordia del rey de gloria Jesucristo mi bien, el cual siendo sin principio Dios quiso nacer hombre de la sacratísima Virgen María Nuestra Señora, para principio de un testamento que quiero hacer, al presente hago primero la confesión...” Llega a desconcertar la magnificencia de este pórtico, como si la última voluntad de un médico novohispano debiera interesar a toda la tierra, a todos los ángeles y demonios. Más allá de la fuerte carga retórica, López quizás expone que no tiene nada que ocultar, nada vergonzoso ha llevado a cabo en su vida, como ángeles y demonios van a comprobar, los unos para gozar, los otros para rabiar, como cualquier persona podrá verificar. El testamento va a ser la prueba de la vida cristiana del autor. Las expresiones dialógicas respecto a la dependencia absoluta de López a la Divinidad resultan sinceras: “confieso de todo mi corazón y conozco con la lumbre que me diste, ser muy grande verdad que yo soy tuyo y me debo a ti”, y más adelante “yo soy tuyo en tantas maneras, yo lo quiero ser y me precio de ello y de ninguna cosa tanto como de ésta suplícote me poseas enteramente todo”. Quizás no sea descabellado afirmar que estamos delante de expresiones místicas.
La fe de López se muestra también en modo negativo, pues rechaza explícitamente la doctrina de numerosos herejes, como el «abominable» Mahoma, el «perverso» Lutero, además de Filipo Melanton y Colampadio, con expresiones habituales del momento. Más adelante nos enteramos de los santos de su devoción: el ángel custodio personal, dos grupos de santos que hacen referencia a sus hospitales (San Lázaro y los tres Reyes Magos), San José (patrón de la Nueva España desde 1555), San Roque (López pidió al Tercer Concilio Mexicano que su fiesta fuera de precepto), y Santa Catalina Mártir.
Cierra la lista la Virgen María, en su advocación de Reina de los Ángeles. En toda esta primera parte la tensión religiosa es muy alta, como lo demuestra la construcción del texto en modo de diálogo con el Creador. En otro momento se referirá López a su pertenencia a trece cofradías, lo cual sólo puede ser explicable en una persona de dinero y dispuesta a desarrollar personalmente al menos algunas de las diversas obras de caridad exigidas a los cofrades.
Hay que considerar también que toda la segunda parte del testamento, donde se trata de los repartimientos de sus bienes, de las personas que le nombraron albacea, de las mandas, de la situación económica y jurídica de los hospitales, de los censos, etc., todo perfectamente anotado en sus libros, no es algo superpuesto a la primera parte, que hemos calificado de mística. Se trata de la gestión en el mundo de las problemáticas de un hombre con tantas preocupaciones como tenía el galeno castellano, pero llevadas a cabo con sentido de justicia. Concluyamos. En primer lugar, hay que resaltar que estamos delante de un laico, un profesional de la medicina, no de un fraile. López fue una personal real, un médico, enamorado de su esposa, padre de familia, hombre de negocios, implicado en importantes instituciones de la ciudad como la Universidad y el cabildo.
Al mismo tiempo, y no en forma separada o yuxtapuesta, fue un cristiano consecuente, de fe interiorizada. Los memoriales al Tercer Concilio de México, y el testamento, donde lo profano y lo divino se entremezclan, dan testimonio de su fuerte personalidad de creyente y de comprometido en las cosas mundanas. Su vida no fue algo ajeno a la historia de México. Fue un novohispano con las categorías mentales de su época, que actuó con iniciativa personal en su contexto social, procurando hacer el bien a los más desamparados.