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Su ingreso en la Orden Franciscana
Hay dudas acerca de cuándo y dónde ingresó como novicio en la orden franciscana. Según unas fuentes, tomó el hábito a los diecinueve años en Gerona, el 3 de abril de 1832. Otros, sirviéndose como fuente de la nota necrológica de las «Acta Ordinis Fratrum Minorum» de 1890, adelantan un año su ingreso en la Orden y la sitúan el 28 de febrero de 183l, en el convento de Jesús en Barcelona –también llamado de los Misioneros Descalzos– después de haber abandonado el hábito clerical de la Orden de los Regulares Menores de la Observancia. Esteban Pérez aclara que el 5 de abril de 1832 fue la fecha de la profesión y que tuvo lugar en Gerona. El libro XX, Registro de los Religiosos del Archivo Provincial, Comisaría General de Perú, dice que vistió el hábito en Gerona el día 3 de febrero de 1831, y que profesó al año siguiente hacia el mes de abril, habiéndosele dilatado la profesión a causa de una grave enfermedad. Igualmente Juan de C. Puig y Elías del C. Passarell, Luis Arroyo y Julián Heras, que seguramente se basan en la misma fuente, nos dicen que tomó el hábito franciscano el 3 de febrero de 1831 en Gerona y profesó en abril de 1832. Miguel Ramírez también sostiene que tomó el hábito el 3 de febrero de 1831, pero en el convento de los franciscanos de la ciudad de Barcelona. Gaspar Calvo Moralejo, estudiando la cuestión, descubrió la existencia de distintas fechas y lugares; y cayó en la cuenta de la dificultad real para establecer con exactitud tanto la fecha y el lugar tanto de su ingreso, o toma de hábito, como de su profesión dentro de la orden. Finalmente sitúa su entrada en el convento el 3 de abril de 1832 y afirma que la profesión debió de tener lugar al año siguiente. Sin embargo, este autor toma como fuente el Libro de filiaciones de la Provincia de Cataluña. Allí, aunque el número que designa el día de la incorporación de Gual a la orden franciscana en Gerona es un poco confuso de interpretar, tras un detenido examen caligráfico hemos llegado a la conclusión de que se trata de un 5 en vez de un 3 y que, por lo tanto, se dice que la incorporación tuvo lugar el 5 de abril de 1832. Por otro lado, se ha de tener en cuenta que el libro recoge únicamente la fecha de su incorporación a la orden, el 5 de abril de 1832, pero no especifica si por tal incorporación se entendía la toma del hábito o la profesión. Respecto a la nota necrológica de las «Acta Ordinis Fratrum Minorum», 9 (1890), hemos comprobado que la fecha mencionada por distintos autores sobre su toma de hábito –28 de febrero de 1831– es correcta, y lo mismo ocurre con la que aparece en la nota necrológica de Esteban Pérez en la “Revista Franciscana” sobre su profesión, el 5 de abril de 1832. Una vez estudiadas todas las fuentes, pensamos que Gual debió ingresar en primer lugar en la Orden de los Regulares Menores de la Observancia, el 3 de febrero de 1831 en Gerona. Después, abandonando el hábito de los Observantes, debió tomar el hábito de los Descalzos en el convento de Jesús en Barcelona el 28 de febrero de 183l. La Orden de los Regulares Menores de la Observancia se unió con el tiempo a los Descalzos y a otras ramas de la Orden de Menores Franciscanos, por lo que posiblemente muchos autores debieron interpretar que su entrada en la Orden tuvo lugar el 3 de febrero. Seguramente de Barcelona le destinaron a Gerona, en donde permaneció durante el año de su noviciado y allí tuvo también lugar su profesión el 5 de abril de 1832, pues así lo afirman casi todos los autores. Tras su profesión debió volver a Barcelona en donde sabemos que estudió filosofía. Conocemos el nombre de uno de sus profesores de filosofía, el P. Matías Espinosa. Sobre su ordenación subdiaconal, tampoco hay acuerdo. Mariano Acebal Luján dice que la recibió en Barcelona en 1835. Gaspar Calvo Moralejo discrepa y dice que tuvo lugar en Tarragona, si bien no aporta la fecha del evento. Cayetano Barraquer y Roviralta nos dice que en julio de 1835 se encontraba en el convento de San Francisco de Barcelona, que era subdiácono y que tenía 21 años, aunque en realidad –como observa Gaspar Calvo Moralejo– tenía 22 años. De su vida en la Orden franciscana antes de su ordenación sacerdotal, apenas hemos encontrado datos, pero tenemos información acerca de cómo era la vida de los novicios y de los coristas franciscanos de la Orden de Menores.
La formación filosófica y teológica franciscana Por aquel tiempo de principios del siglo XIX, cuando un joven entraba en un convento en donde hubiese noviciado, y antes de 1835 solo lo había en Barcelona, Reus y Gerona, debía vivir con todo rigor las reglas establecidas. No salía del convento durante el primer año, tras el cual profesaba. Posteriormente el novicio era destinado al mismo convento o a otro, para esperar allí el comienzo del curso, que tenía lugar a partir del día 4 de octubre, fiesta del santo fundador. Para realizar los estudios de filosofía, el nuevo fraile debía trasladarse a los conventos en donde por aquel entonces se cursaban dichas materias, esto es, en Barcelona, Gerona, Lérida, Bellpuig, Reus, Tarragona, Montblanch, Villafranca del Panadés, Berga, Figüeras, Horta y Riudeperas. El año académico finalizaba el 13 de julio. Concluida la filosofía, el franciscano comenzaba los estudios de teología dogmática, que podía seguir en Barcelona, Gerona, ROUB, Tarragona, Tortosa, o Riudeperas. Los estudios finalizaban con la teología moral que se podían realizar en Barcelona, Reus, Tarragona, Gerona o Riudeperas. Estas actividades se compaginaban con el coro, y los ejercicios de piedad. Las clases de teología duraban dos horas por la mañana y una hora y cuarto por la tarde. Las vacaciones eran aprovechadas para estudiar retórica, escribir sermones y resolver cuestiones filosóficas. Por otro lado la vida contemplativa incluía varias prácticas religiosas como la meditación, el coro con oficio divino, la misa conventual, la lectura espiritual, los exámenes de conciencia y otras prácticas piadosas. A todas estas actividades formativas se unían además todo tipo de labores materiales dentro del convento. Sabemos que durante su noviciado, Gual sirvió a uno de los donados del convento, Antonio Viró, quien se encontraba convaleciente de alguna enfermedad. El joven franciscano destacó entonces por el celo que puso en el desempeño de tal menester. El programa de estudios de los religiosos en la primera mitad del siglo XIX, era fruto de la restauración iniciada dentro de la orden, una vez superado el período de gobierno liberal conocido por el nombre de trienio constitucional (1820-1823). El P. Cirilo Alameda trató de devolver a la vida franciscana todo su sentido de observancia regular, y siguiendo este criterio elaboró la reforma de los planes de estudio el 16 de diciembre de 1826. En ese periodo de tranquilidad se produjo una proliferación de manuales destinados a formar a los nuevos religiosos. Sin embargo, a todo este esfuerzo no se le pudo sacar, a corto plazo, el partido deseado. La exclaustración de 1835 –como veremos a continuación– impediría durante unos años el que se pudiesen formar en España los novicios franciscanos. La situación política española por aquellos años era bastante compleja y no exenta de dificultades para los religiosos. Las continuas persecuciones a que se vieron sometidos los religiosos debieron dejar una impronta profunda en Pedro Gual. Contexto político de España En el año 1833 se había desatado en España la primera guerra carlista en la que se enfrentaron de un lado los herederos de los ilustrados del siglo anterior, partidarios de los derechos de la hija de Fernando VII, la futura reina Isabel II, y de otro, aquellos que optaron por la continuidad del antiguo régimen apoyando la candidatura al trono de D. Carlos María Isidro, hermano del difunto rey. Los carlistas se erigieron en defensores de la Iglesia y de la monarquía, lo cual sería luego empleado como excusa por el bando contrario para desatar una campaña persecutoria contra la Iglesia. Dentro del bloque denominado de los liberales, se fueron perfilando a su vez dos grupos: por un lado el de los moderados, y por otro el de los progresistas. Desde el 15 de enero de 1834 Francisco Martínez de la Rosa, líder de los moderados, ocupó la presidencia del gobierno. Desde el comienzo de su legislatura mostró un denodado interés por intervenir en los asuntos eclesiásticos, con vistas a controlar en el futuro los bienes de la Iglesia. El 9 de marzo en ese mismo año, el gobierno prohibió por decreto la provisión de canonjías y las demás prebendas eclesiásticas sin cura de almas, las de oficio y las dignidades con presencia en los cabildos. Los bienes pertenecientes a las mismas fueron acaparados por el Estado, que buscaba con ello paliar la ruinosa situación de la hacienda pública. Unos días más tarde, el 26 de ese mismo mes, otro decreto establecía la supresión de aquellos conventos y monasterios en donde se hubiesen producido fugas de religiosos, a quienes se suponía huían para unirse a los rebeldes, si en el plazo de 24 horas no se denunciaba su huida a las autoridades. Igualmente se tomó como pretexto para cerrar casas de religiosos el hecho de que una sexta parte de la comunidad se hubiese fugado, o se hubiese prestado cualquier tipo de apoyo a los carlistas. El 26 de abril el gobierno dispuso la creación de una Junta Eclesiástica encargada de llevar a cabo una reforma del clero regular. Entre sus primeras medidas dispuso que los conventos de mendicantes guardasen la debida proporción con las necesidades de las diócesis respectivas, para desempeñar el papel que se les asignaba como auxiliares de las mismas. El segundo grupo liberal, más extremista en sus planteamientos políticos, alcanzó el poder en 1835 y propició el desencadenamiento de una serie de medidas persecutorias contra la Iglesia, como incendios y cierres de conventos, nacionalización de bienes eclesiásticos, abolición del diezmo, introducción de misiones protestantes y matanzas de frailes. Paradójicamente, junto al empeño por separar a la Iglesia del Estado, se observa en la España liberal un continuo afán por parte de los gobiernos liberales, de inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos. Destaco esta idea porque más adelante veremos cómo Gual la recoge en varias de sus obras para defender la libertad de la Iglesia. “Este ataque frontal del liberalismo progresista a la Iglesia no tuvo como objeto ni el fomento de la herejía ni la formación de un Estado moderno, tolerante y laico. Se buscó más bien la perpetuación del regalismo y del jansenismo político de finales del siglo XVIII, aunque provocó un matiz diferencial nuevo: la violencia popular antirreligiosa, inédita hasta el momento en España, pero de tanto futuro”. La llegada al poder del Conde de Toreno el 7 de junio de 1835, dio lugar al estallido de la anarquía y la agitación. Durante los tres meses que duró su gobierno se suprimió la Compañía de Jesús mediante un decreto fechado el 4 de julio de ese mismo año; posteriormente un informe de la Junta Eclesiástica del 23 de julio propuso reducir las casas de monacales a una cuarta parte, no permitiendo más que la existencia de una casa por provincia. Estas casas pasarían a su vez a la jurisdicción del obispo diocesano y el resto de las casas junto con todos sus bienes pasarían a manos del Estado. Como resultado de dicho informe, el 25 de julio un decreto establecía la supresión de las casas de religiosos en donde no hubiese más de doce profesos. La vida de la Junta Eclesiástica fue bastante breve, pues desapareció el 6 de diciembre, fecha en la que se constituyó la Comisión de Regulares. De este organismo se serviría después Mendizábal para llevar a cabo su famosa desamortización en 1835-1836. En la persecución religiosa de 1835 Pedro Gual se encontraba en 1835 en el convento de San Francisco de Barcelona cuando se desató la persecución religiosa. En la noche del 25 de julio, el convento de San Francisco fue atacado por la turba enfurecida que procedió a quemar una de las puertas del convento. Los franciscanos, para evitar males mayores, abandonaron su casa y buscaron refugio en el cercano fuerte de Atarazanas, en donde poco a poco se fueron reuniendo otros muchos religiosos. Las autoridades, para garantizar su seguridad los concentrarían después en las fortalezas de Montjuic y de la Ciudadela. Gual, en concreto, fue de los que se refugió en Montjuic. Desde las fortalezas muchos de ellos saldrían hacia Niza y Génova. Pedro Gual, como otros muchos, tuvo que firmar el 3 de agosto de ese mismo año un memorial pidiendo el pasaporte, para poder salir del país.
La praxis pastoral italiana Una vez en Italia, Gual, siendo aún corista se trasladó a Roma para dedicarse allí a completar sus estudios en Teología y Derecho. Fue ordenado sacerdote –con dispensa de la edad canónica– por el cardenal vicario de Gregorio XVI, Odescalchi, el 19 de septiembre de 1835. También Juan de C. Puig, Elías del Carmen Passarell, Miguel Ramírez, Luis Arroyo y Julián Heras aportan la misma fecha, lo que nos hace suponer nuevamente, que seguramente los cuatro debieron consultar la misma fuente: el citado libro XX, Registro de Religiosos del Archivo Provincial, Comisaría General de Perú. No obstante tampoco sobre esta fecha hay unanimidad entre los autores, pues Juan Meseguer Fernández afirma que la ordenación tuvo lugar al año siguiente. Posiblemente a este autor la fecha anterior le pareció un poco precipitada, teniendo en cuenta que Gual acababa de llegar a Italia. Sin embargo, dadas las excepcionales circunstancias, no nos parece ilógica su ordenación al poco tiempo de establecerse en Italia. Tres años más tarde, el 26 de junio de 1839, finalizó su formación eclesiástica siendo declarado «absoluto o cumplido» en los estudios teológicos, y fue certificado el evento por el comisario apostólico, P. José Vidal y Galiana. Siendo imposible su regreso a España por estar vigentes aún una serie de leyes persecutorias, Gual decidió unirse al grupo formado en el convento del Retiro de la Anunciata en Amelia, Terni. Allí, presididos por el padre José Cóstes, algunos misioneros aprendían las prácticas misioneras experimentadas durante muchos años en el Colegio de S. Miguel de Escomalbou, en Cataluña. El P. José Cóstes de Portella (1793-1856) había animado un movimiento de espiritualidad y apostolado entre los franciscanos de Italia central. Formado también en la provincia de Cataluña e incorporado desde 1828 al colegio de misioneros de Escomalbou, se distinguió por su dedicación a la reforma interna de las casas de retiro italianas, tratando por todos los medios de unir esa reforma a una intensa acción apostólica. Con la autorización y aprobación del por aquel entonces ministro general de la orden P. Venancio de Celano, desde 1851 instituyó varios colegios, dotados de estatutos particulares dentro de la Orden. Los franciscanos formados por él, recorrían las diócesis de la Italia central, predicando misiones entre los pueblos, para lo cual contaban siempre con la aprobación de los obispos. El P. José Cóstes, según diría Gual años más tarde, fue su maestro en el ministerio apostólico. Por encargo suyo y del arzobispo de Lima, D. Francisco Luna Pizarro, Gual tradujo y reelaboró en Perú los sermones compuestos por el P. José Cóstes en italiano, en el Retiro de la Anunciata de Amelia, para que pudiesen ser utilizados por los otros compañeros de misión. La llegada a Roma en septiembre de 1844 del comisario colectador, a la sazón el P. Femando Pallarás procedente del Perú, trajo consigo un profundo cambio en la vida del P. Gual. Autorizado por el ministro general de la Orden, Pallarás escogió una serie de misioneros con el objeto de que se trasladasen a tierras del Nuevo Mundo para desarrollar allí su misión pastoral. Muchos de los candidatos procedían de la Provincia de Cataluña, y poseían bastante experiencia en las tareas apostólicas, gracias a las misiones que habían predicado en Italia. Uno de los elegidos fue precisamente Gual, en quien recayó además, el 30 de enero de 1845, el nombramiento de visitador general del Colegio de Santa Rosa de Ocopa en el Perú.
Misionero en Perú Aunque no era esta la única misión del P. Pallarés, puesto que el guardián de Ocopa –P. Juan Crisóstomo Cimini de Montesola– le había entregado una serie de cartas dirigidas a los superiores de la orden en las que exponía un problema surgido a propósito de la legitimidad de la restauración de dicho colegio; a la vez informaba también de una serie de intervenciones del arzobispo diocesano en la vida de la comunidad, que contrastaban con el deseo expreso de los religiosos, quienes preferían permanecer bajo la plena obediencia de su ministro general. Pallarés reunió finalmente diecinueve misioneros. De ellos, doce eran sacerdotes, cinco hermanos legos y dos terciarios que embarcaron en Génova el 14 de mayo de 1845 con destino al Callao, arribando a dicho puerto el 17 de septiembre. Junto con Gual –que sería llamado después padre de los colegios del Perú, definidor general por América y comisario general de los colegios en varias ocasiones– embarcaron también, entre otros, el P. Vicente Calvo (+1872), misionero entre infieles y prefecto de misiones, el P. Pablo Bastarrás (+1854), el P. Domingo Salvador (+1880), el P. Buenaventura Martí (+1868), el P. Salvador Vergés (+1871) y el P. José Amado (+1891), todos ellos destacados predicadores. De los dos hermanos legos, destacó Fr. Amadeo Bertona por ser compañero en el martirio del P. Juan Crisóstomo Cimini de Montesola (+1852). Algunos de los miembros designados para formar parte de esta expedición se unieron a ella posteriormente en el Perú. Tal fue el caso del P. Francisco Grau (+1858), que se encontraba aún en Roma el 18 de enero de 1846, y del lego Fr. Isidro Martorell, quien llegó después a Ocopa, procedente de Barcelona. Pero esta no fue la única expedición de franciscanos que procedentes de Europa fueron destinados al Nuevo Mundo: ya anteriormente habían partido las expediciones del P. Andrés Herrero, en 1834 y 1837. Posteriormente a la del padre Pallarás, en 1845, tuvieron lugar la del padre Grau en 1848 y la del padre Bastarrás en 1854. Todas ellas estaban compuestas por franciscanos de la Provincia de Cataluña y que tuvieron como destino el Colegio de Santa Rosa de Ocopa. Estos religiosos, al igual que otros llegados con anterioridad al Perú, propiciaron una relación mucho más fluida con la Santa Sede y con el general de los franciscanos. No obstante, con ello no pretendemos afirmar que no hubiese relaciones entre la América Española y la Santa Sede durante la época colonial; tan solo hacemos hincapié en las dificultades habidas durante el periodo de la independencia hispanoamericana, pues por aquel entonces, Roma actuó con mucha prudencia a la hora de reconocer a las nuevas repúblicas, para evitar de este modo herir la susceptibilidad del monarca español, y ello implicó unas relaciones entre Roma y las nuevas naciones menos fluidas de lo que se hubiese deseado. Así, pues, el nuevo impulso de Roma y la llegada de religiosos europeos permitieron la renovación de los religiosos en la mayor parte de Hispanoamérica, quienes habían salido bastante mal parados de la etapa independentista. La llegada de Manuel Ignacio de Vivanco a la presidencia de la República (1843-1844) trajo consigo una etapa de paz para los misioneros, que permitió la llegada de una nueva remesa de misioneros, la de 1845, en la que se encontraba Gual.
NOTAS
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MARCELINO CUESTA ALONSO
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