Diferencia entre revisiones de «TONÁNTZIN (Cihuacóatl o Centeótl)»
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Revisión del 18:57 8 ago 2014
La diosa Tonántzin (nuestra madre) era considerada por los aztecas como una de las deidades más importantes. Bernardino de Sahagún la identifica como la diosa Cihuacóatl “que daba cosas adversas como pobreza, abatimientos, trabajos (…) Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire; esta diosa se llama Cihuacóatl, que quiere decir mujer de la culebra; y también la llamaban Tonántzín, que quiere decir nuestra madre.” [1]Por su parte, Francisco Javier Clavijero la identifica como la diosa Centeotl: “Tonántzin: el nombre significa nuestra madre, y no dudo que era una misma con la diosa Centeótl.[2]”
Cihuacóatl-Tonántzin era representada con una falda de serpientes y “los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los cabellos los tocaba de manera que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente; dicen también que traía una cuna a cuestas, como quien trae a su hijo en ella, y poníase en el tianquiz entre las otras mujeres, y desapareciendo dejaba allí la cuna. Cuando las otras mujeres advertían que aquella cuna estaba allí olvidada, miraban lo que estaba en ella y hallaban un pedernal como hierro de lanzón, con que ellos mataban a los que sacrificaban; en esto entendían que fue Cihuacóatl la que dejó allí”[3].
Debido al Acontecimiento del Tepeyac ocurrido en 1531 en el mismo lugar donde se rendía culto a Tonántzin, pocas deidades del politeísmo indígena han despertado tanto el interés de distintos historiadores e investigadores y sido motivo de tantas polémicas como la figura de esta deidad. Así Clavijero escribe que “Tonántzin tenía un templo en un monte distante una legua de México al norte, y era allí venerada de los pueblos con un gran número de sacrificios. Hoy está al pie del mismo monte el más célebre santuario de toda la América, dedicado a la Madre de Dios, convirtiéndose en propiciatorio aquel lugar de abominación y derramando el Señor abundantemente sus gracias en beneficio de aquellos pueblos en aquel lugar bañado con tanta sangre de sus antepasados”[4].
Y sobre eso mismo, pero desde otra perspectiva, Sahagún escribe hacia el año de 1570 que en la orilla de la ciudad de México “está un montecillo que se llama Tepeápac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonántzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas, de todas estas comarcas de México (…) y ahora que está allí edificada la Iglesia de Ntra. Señora de Guadalupe también la llaman Tonántzin, tomada ocasión de los Predicadores que a Nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonántzin. De donde haya nacido esta fundación de esta Tonántzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonántzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonántzin, sino Dios y Nantzin; parece que ésta invención satánica, para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonántzin, y vienen ahora a visitar a esta Tonántzin de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejas tierras a esta Tonántzin, como antiguamente”[5].
Esta adición de fray Bernardino a su célebre obra ha sido el texto principal en el que se sustentan quienes han visto en el culto a Nuestra Señora de Guadalupe el mayor ejemplo de «sincretismo religioso»; pero en Santa María de Guadalupe no hay sincretismo sino «transfiguración».
Siguiendo al célebre teólogo francés Jean Daniélou, Alberto Caturelli afirma que “María representa a la gracia que prepara…y predispone al reconocimiento de Cristo por medio de María”[6]. La cosmovisión náhuatl consideraba “la noción suprema de la divinidad en la general concepción dualista del mundo. Semejante noción suprema es la de Ometéotl, el dios de la dualidad…Este principio, a la vez engendra (señor dual) y concibe (señora dual); es, por ello, el padre y la madre de los dioses, el que da la vida. Si bien se trata sólo de un supremo principio cósmico que genera todo lo que hay en el universo, la presencia de lo femenino como madre «de los dioses», como madre «nuestra», posibilita una remota preparación mariana”[7].
El sincretismo, que es sólo un intento de conciliación extrínseca entre doctrinas distintas, no aparece en el Acontecimiento Guadalupano del Tepeyac “porque allí se presenta, precisamente, como Madre, pero a la vez como creatura, negando implícita pero enérgicamente el dualismo cósmico; el quincunce grabado sobre su vestido a la altura del vientre precede el nacimiento del sol que es Hijo de mujer. La imagen ha eliminado el significado mítico y, por detrás de la «madre de los dioses» que no existen, surge esplendorosa la Madre del Dios vivo, Salvador de los hombres”.[8].
Notas
Bibliografía
- Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México. Porrúa, quinta edición, México, 1976
- Caturelli, Alberto. El Nuevo Mundo. Edamex-Upaep, México, 1991
- Sahagún, Bernardino de. Historia general de las cosas de Nueva España, Porrúa, séptima edición, México, 1989
JUAN LOUVIER CALDERÓN