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*González Fernández, Fidel. ''Sangre y Corazón de un Pueblo'', Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. | *González Fernández, Fidel. ''Sangre y Corazón de un Pueblo'', Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. | ||
* ''Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum'', volumen II. | * ''Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum'', volumen II. | ||
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'''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ''' | '''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ''' |
Revisión del 10:56 31 may 2014
CORREA MAGALLANES, San Mateo Sacerdote y mártir (Tepechitlán, 1866 ; Durango, 1927).
Sumario
Un pastor de sus ovejas en el sentido pleno del Evangelio
El padre Mateo Correa Magallanes tenía 60 años de edad y 33 de sacerdote cuando fue fusilado por orden del general Eulogio Ortiz, cerca del cementerio de Durango el 6 de febrero de 1927. Se desempeñaba como párroco de Valparaíso, Zacatecas, cuando sufrió su martirio. Su celo pastoral es resaltado por todos los testigos; y el mismo hecho de sus diversos encarcelamientos por su fidelidad al ministerio y luego su misma muerte por ello, lo demuestra. Fue un pastor de sus ovejas en el sentido pleno del Evangelio[1].
Había nacido el 22 de julio de 1866 en el pequeño pueblo de Tepechitlán, Zacatecas, hijo de Rafael Correa y de Concepción Magallanes, quienes lo bautizaron al día siguiente de su nacimiento, en el templo parroquial de ese mismo lugar. Su familia fue pobre y humilde y el niño recibió su educación primaria en Jerez, Zacatecas, y en la ciudad de Guadalajara, en donde vivió desde 1879 a 1881. Entró en el seminario de Zacatecas y allí cursó todos sus estudios. Como era un estudiante aplicado y ejemplar, el seminario le concedió una beca. Fue ordenado sacerdote el 20 de agosto de 1893 y en la parroquia de Fresnillo, Zacatecas, cantó su primera misa.
El cura de todos
Durante los 34 años de su vida sacerdotal recorrió muchos lugares en la diócesis, porque siempre estaba dispuesto a trabajar en donde le señalara su obispo, aunque otros no habían aceptado; por eso sus compañeros le decían "El Correlón" y de verdad que recorrió la diócesis de Zacatecas. En los primeros años atendió sucesivamente como capellán las haciendas del Mezquite, Trujillo, San Miguel de Valparaíso, Zacatecas, y también Mezquitic, Jalisco, localidades que entrarán en la historia heroica de la Cristiada por una parte, y en la vergonzosa historia de la opresión callista, por otra.
Luego, como párroco, ejerció su ministerio en Concepción del Oro, Zacatecas, donde administró la primera comunión al futuro mártir jesuita beato Miguel Agustín Pro y bautizó a su hermano Humberto, fusilado con él en la misma ocasión. También trabajó apostólicamente en Colotlán, Jalisco; Noria de los Ángeles, Zacatecas; Huejúcar, Jalisco; y Guadalupe y Tlaltenango, Zacatecas. De la última localidad citada volvió a Colotlán, donde estuvo tres años, y en febrero de 1926 fue destinado a Valparaíso, donde permaneció el último año de su vida y tuvo que soportar la persecución encarnizada y constante de los federales, capitaneados por el general Eulogio Ortiz, quien odiaba a muerte a los sacerdotes.
El señor cura Mateo Correa, en todos los lugares en donde ejerció el ministerio sacerdotal, apareció siempre como un sacerdote, un pastor de sus ovejas en el sentido pleno del Evangelio, hasta dar su vida por ellas. Acogía a todos, chicos y grandes, amigos y enemigos, con una amabilidad, modestia y cariño que conquistaba los corazones de cuantos lo encontraban. Lo llamarían el "cura de los pobres, de los niños y de los jóvenes". Era el cura de todos.
Los testigos hablan de él como
“un sacerdote edificante, abnegado, humilde, muy caritativo, amante de la pobreza, y del trato con los pobres; sencillo, de corazón noble...; muy devoto del Santísimo Sacramento. Se levantaba muy temprano para estar con el Santísimo. Sacramento”, “como a las dos o tres de la mañana”; “causaba impresión verlo celebrar la Misa por su modo edificante de celebrarla”[2].
Perseguido
El 2 de marzo de 1926 llegó a Valparaíso el general Ortiz y supo que en ese lugar los jóvenes de la Acción Católica (ACJM) daban a conocer el manifiesto del comité central que expresaba el sentir de los católicos ante las leyes injustas de la Constitución, y juntaban firmas para pedir al Congreso de la Unión que se derogaran dichas leyes. De inmediato metió en la cárcel a los jóvenes y lleno de ira mandó traer a su presencia a los sacerdotes del lugar, J. Rodolfo Arroyo y al párroco recién llegado Mateo Correa. "Labor de paz", es cuanto se hace, le contestó el santo sacerdote padre Mateo a la interpelación del militar. El general les mostró el manifiesto y la lista de firmas y les dijo: "¿Esta es labor de paz?". El padre Arroyo indicó entonces que el señor cura no sabía nada del manifiesto, “porque acababa de llegar”. Entonces el general les dijo que por sediciosos se los iba a llevar presos a Zacatecas[3].
Al ver que el pueblo tenía los ánimos exaltados, no obstante que los dos sacerdotes trataban de calmarlos, el general Ortiz y los quince soldados que con él habían llegado al pueblo, se retiraron de Valparaíso el día 3 de marzo tem¬prano. Pero antes de marcharse dejó al presidente municipal la orden para que le remitiera a Zacatecas a los dos sacerdotes y a los jóvenes de Acción Católica.
No quiso abandonar su parroquia; como podía buscaba esconderse de los perseguidores en casas y ranchos. En los once meses que estuvo en Valparaíso fue encarcelado cuatro veces por ser sacerdote. El general Ortiz lo amenazó de muerte si volvía a la parroquia, pero volvió para asistir a sus feligreses. El padre Correa le comunicó esta amenaza al obispo de Zacatecas, Ignacio Plascencia, y con su aprobación volvió a Valparaíso con prudentes cuidados para atender a sus feligreses.
Hacia el martirio
El señor José María Miranda, dueño de la hacienda de San José de Yanetes, invitó al señor cura a pasar unos días en su casa a fines de diciembre de 1926, y desde allí atendía los servicios a los cristianos. El 30 de enero de 1927 Eleuterio García, del rancho Las Mangas, cercano a la hacienda de Sauceda, vino a pedir al señor cura que fuera a dar los auxilios espirituales a su madre enferma. El sacerdote salió pronto a atenderle, acompañado de su anfitrión José María Miranda; sin embargo, en el camino se tropezaron con los federales, y el agrarista Encarnación Salas reconoció al señor cura Correa. Lo denunció inmediatamente al mayor José Contreras, quien los detuvo y les ordenó que se volvieran a la hacienda de Yanetes. En este lugar el padre Mateo Correa rápidamente le entregó a Cuca, la hija de José Miranda, el relicario con el Santísimo para que lo llevara a la capilla de San José. Se despidió y se fue para Fresnillo en el carro del señor Miranda, acompañado de su madre, de su hermana Doña Guadalupe y de dos soldados que lo vigilaban. Al padre Mateo y a José María, el dueño de la Hacienda que lo había acogido, los encarcelaron en Fresnillo; a las demás personas las dejaron libres. En la cárcel los presos se burlaban del señor cura y le decían injurias, que él soportaba pacientemente.
El 1 de febrero, por órdenes del general Eulogio Ortiz, tras¬ladaron en tren a los dos presos a la ciudad de Durango y los metieron a la cárcel. El sacerdote se despidió de los acompañantes y les dijo que no lloraran (allí estaba también su hermana) que él iba contento. Lo tuvieron preso tres días en una cárcel común. Desde allí escribió a sus hermanas: “Tiempo es ya de padecer por Cristo Jesús, que murió por nosotros”[4]. Aquí el señor cura rezaba el rosario con los detenidos y los alentaba a vivir con fe y esperanza cristianas.
Mártir también del sigilo sacramental
El día 5 de febrero, después de la cena, el general Ortiz lo hizo llamar ante sí. En los procesos de martirio aparecen unos datos que tienen un valor excepcional, pues ante todo vemos a un sacerdote fiel hasta la muerte antes de romper el sigilo sacramental de la confesión. Esto es lo que pasó: tenía allí detenidos el general Ortiz a unos cristeros y le pidió al padre Mateo que los confesara: "Primero va a confesar a esos bandidos rebeldes que ve ahí, y que van a ser fusilados en seguida, después ya veremos qué hacemos con usted." El Padre Mateo confesó a aquellos condenados a muerte y los preparó a bien morir. Cuando acabó de confesarles, el general le quiso obligar a desvelar el secreto de la confesión: "Ahora va usted a decirme lo que esos bandidos le han dicho en confesión". "¡Jamás lo haré!", fue la respuesta. "¿Cómo, que jamás?", le replicó el general, y le gritó: "¡Voy a mandar que lo fusilen inmediatamente!". "Puede hacerlo, —dijo el señor cura—; pero no ignora usted, general, que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. Estoy dispuesto a morir"[5].
El general ordenó que los fusilasen. Quería fusilar también a José María Miranda, quien todavía le acompañaba preso, pero el sacerdote le alcanzó la gracia de su liberación[6]. Unos soldados testigos nos han transmitido una conversación entre el militar y el sacerdote: El general le dijo “Cura, le dije a Usted que no se volviera a presentar en Valparaíso y no me hizo caso, ¿no lo recuerda?, se lo va a llevar Usted... [malas palabras]”. El Sacerdote contestó: “Haga de mí lo que guste, yo andaba cumpliendo con mi misión, pero le pido piedad y misericordia para mi compañero, que tiene varios hijos”. La respuesta del General fue: “También a ése le so va a llevar la... [malas palabras]”. El padre Mateo contestó: “Yo llegaré primero a la presencia de Dios y no le pasará nada a mi compañero”. Todo esto lo oyeron unos soldados que lo contaron después[7].
El 6 de febrero, de madrugada, los soldados llevaron al sacerdote a un lugar solitario, a un kilómetro del panteón oriente de Durango, y lo fusilaron. Un testigo presencial narraría luego los detalles de su muerte: “Se veía muy calmado y sereno. Mostró paciencia cristiana en sus sufrimientos...”[8]. Allí mismo abandonaron su cadáver, el cual fue encontrado el 8 de febrero por José María Martínez, quien dio parte a la Inspección de Policía. Encontraron su cuerpo incorrupto, “no exhalaba mal olor de ninguna clase como era de esperarse por el tiempo que tenía muerto”[9]. El padre Correa cumplió su palabra: inexplicablemente al día siguiente de su martirio, el general Ortiz liberó a José María Miranda.
Las autoridades enterraron el cuerpo del padre Correa en el mismo lugar donde lo encontraron. Tiempo después, el 8 de mayo de 1928, los restos del párroco de Valparaíso fueron exhumados y trasladados al Panteón Municipal de Durango, por orden del presidente municipal de la capital durangueña[10]. Actualmente los restos del señor cura Mateo Co¬rrea Magallanes se veneran en la capilla de San Jorge Mártir de la Catedral de Durango.
Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.
Notas
- ↑ Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, Summarium, 429-430, &1591, 428, & 1585; 442, &1641; 432, & 1600; 428, & 1583 etc.
- ↑ González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 1003.
- ↑ Barquín y Ruíz, Andrés. Los Mártires de Cristo Rey. Tomo I. Ediciones Criterio, México, 1937, p. 38.
- ↑ Positio Magallanes, II, Summarium, 440, & 1634.
- ↑ González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 1007.
- ↑ El general Eulogio Ortiz acabaría su vida de manera miserable: encontrándose en el Estado de Querétaro con la comisión de obligar a los rancheros a sacrificar su ganado para evitar la infección de la fiebre aftosa, intentó detener en la carretera una camioneta que corría a alta velocidad; se atravesó en la carretera y fue atropellado. Murió a los pocos días en el hospital.
- ↑ Positio Magallanes, II, Doc. Extraproc., 549-550, CCLXXVII.
- ↑ Positio Magallanes, II, Summarium, 434, & 1610; 434, 1612; 444, & 1648; 439, & 1632; 440; 1633; III, Doc. Extraproc., 534-535, CCLXXI
- ↑ Positio Magallanes, II, Doc. Proc., 154, CXVI.
- ↑ Barquín y Ruíz, Andrés. Obra citada, p. 60.
Bibliografía
- Barquín y Ruíz, Andrés. Los Mártires de Cristo Rey. Tomo I. Ediciones Criterio, México, 1937.
- González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.
- Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, volumen II.
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ