Diferencia entre revisiones de «VARGAS GONZÁLEZ, Jorge y Ramón»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En Guadalajara Jorge estudió secundaria y preparatoria, y después consiguió trabajo como empleado en la Compañía Hidroeléctrica. Nadie, por aquel entonces, hubiese podido imaginar que el joven empleado bien pronto se iba a convertir en un mártir de la fe católica. Le gustaba la caza; era servicial y caritativo con los más pobres; tenia una novia con quien pensaba casarse; se llevaba muy bien con sus padres y hermanos; era cordial con todos; fiel en su trabajo; amante de la Iglesia; iba con frecuencia a Misa y a confesarse; era devoto de la Virgen, especialmente bajo la advocación de Guadalupe; incluso rezaba el rosario todos los días. Estos son los trazos que los parientes, amigos y cuantos lo conocieron nos dan de Jorge. Son rasgos comunes a muchos jóvenes católicos de su generación<ref>Summ., Proc., D, Test. Ill,  13 1, § 348; Summ., Proc., D, Test. 11,  127, § 336.</ref>. Así lo recuerda su hermana más pequeña María Luisa en su declaración en el Proceso de Martirio: ''“Era de clase media alta, Su ocupación, empleado. Su conducta moral: era piadoso, obediente, vivía cristianamente. [ ... ] Era dócil a sus superiores y le gustaba la cacería. Frecuentaba los sacramentos de la reconciliaci6n y Eucaristía. Acostumbraba rezar diario el santo rosario. Su adolescencia y juventud la pasó en Guadalajara. La relación con sus padres era cordial. En su trato era reservado. Hablaban ordinariamente de sus estudios. Perteneció a la A.C.J.M. Estudió secundaria y preparatoria y después consiguió trabajo. Ya no estudió más. Era de estatura mediana. Apacible. Tenia una novia con quien pensaba casarse”''<ref>Summ., Proc., D, Test. III,  130, § 342.</ref>.
 
En Guadalajara Jorge estudió secundaria y preparatoria, y después consiguió trabajo como empleado en la Compañía Hidroeléctrica. Nadie, por aquel entonces, hubiese podido imaginar que el joven empleado bien pronto se iba a convertir en un mártir de la fe católica. Le gustaba la caza; era servicial y caritativo con los más pobres; tenia una novia con quien pensaba casarse; se llevaba muy bien con sus padres y hermanos; era cordial con todos; fiel en su trabajo; amante de la Iglesia; iba con frecuencia a Misa y a confesarse; era devoto de la Virgen, especialmente bajo la advocación de Guadalupe; incluso rezaba el rosario todos los días. Estos son los trazos que los parientes, amigos y cuantos lo conocieron nos dan de Jorge. Son rasgos comunes a muchos jóvenes católicos de su generación<ref>Summ., Proc., D, Test. Ill,  13 1, § 348; Summ., Proc., D, Test. 11,  127, § 336.</ref>. Así lo recuerda su hermana más pequeña María Luisa en su declaración en el Proceso de Martirio: ''“Era de clase media alta, Su ocupación, empleado. Su conducta moral: era piadoso, obediente, vivía cristianamente. [ ... ] Era dócil a sus superiores y le gustaba la cacería. Frecuentaba los sacramentos de la reconciliaci6n y Eucaristía. Acostumbraba rezar diario el santo rosario. Su adolescencia y juventud la pasó en Guadalajara. La relación con sus padres era cordial. En su trato era reservado. Hablaban ordinariamente de sus estudios. Perteneció a la A.C.J.M. Estudió secundaria y preparatoria y después consiguió trabajo. Ya no estudió más. Era de estatura mediana. Apacible. Tenia una novia con quien pensaba casarse”''<ref>Summ., Proc., D, Test. III,  130, § 342.</ref>.
  
==Miembro activo de la A.C.J.M.==
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'''Miembro activo de la A.C.J.M.'''
  
 
Jorge ingresó muy pronto como miembro activo en la recién fundada Asociación Cató1ica de Juventud Mexicana. Como muchos jóvenes cató1icos participó con convicción y fuerza, incluso arriesgando a diario su vida, en las inquietudes de quienes miles de jóvenes católicos mexicanos que no se amedrentaban ante el flagelo de la persecución religiosa. Siempre estuvo dispuesto a todo por defender su fe y ejemplos de coherencia en su familia no le faltaron, pero por encima de ellos lo impulsaba sin duda el fuerte testimonio de su madre. Como recuerda su hermana “manifestaba que estaba primero a morir que a traicionar el amor de Dios” .
 
Jorge ingresó muy pronto como miembro activo en la recién fundada Asociación Cató1ica de Juventud Mexicana. Como muchos jóvenes cató1icos participó con convicción y fuerza, incluso arriesgando a diario su vida, en las inquietudes de quienes miles de jóvenes católicos mexicanos que no se amedrentaban ante el flagelo de la persecución religiosa. Siempre estuvo dispuesto a todo por defender su fe y ejemplos de coherencia en su familia no le faltaron, pero por encima de ellos lo impulsaba sin duda el fuerte testimonio de su madre. Como recuerda su hermana “manifestaba que estaba primero a morir que a traicionar el amor de Dios” .

Revisión del 18:26 12 jun 2014

[1] Beatos y Mártires

Ahualulco, el pueblo de Jalisco que les vio nacer

Esto ocurrió en Guadalajara en el año de 1927 y pudo pasarte a ti”. Así comienza el precioso testimonio de una hermana de dos de los Beatos Mártires de la persecución religiosa en México en las primeras décadas del siglo XX. Se trata de la hija menor de la familia Vargas González, María Luisa, que nos ha dejado un precioso testimonio ocular de aquellos días tremendos y cuyo título es ya elocuente: “Yo fui testigo[2].

“En el año de 1914 llegó a radicar a esta ciudad de Guadalajara la familia Vargas González... te los mostraré uno a uno tal como vivían y se les conocía en el año 1927. El padre de familia: Dr. Antonio M. Vargas, quien radicaba en Ahualulco; la madre: doña Elvira González de Vargas, quien vivía en [la calle] Mezquitán 405, en Guadalajara; (los hijos e hijas del matrimonio): Maria (la Nina), recibida de corte [y confección] de ropa; Antonio (Toño), procurador en el Estado de Colima; Francisco (Pancho), doctor en medicina, quien estaba casado y vivía en su casa; Guadalupe (Lupe), química farmacéutica, quien tenía y cuidaba su propia botica, "EI Tepeyac", situada en la esquina de la misma casa; Jorge, empleado de la Compañía Hidroeléctrica; Florentino (Chicho), estu¬diante de leyes; Ramón (el Colorado), estudiante de medicina; Clara (Clarita), quien estudiaba para profesora normalista en un internado de Puebla; José, quien vivia en los Estados Unidos de América; Ignacia (Nacha), quien ayudaba a su madre en los quehaceres de su casa; Maria Luisa (la Nena), la más chica de la familia y autora de este relato, quien cursaba el quinto año de instruc¬ción primaria”[3].

María Luisa será la única sobre¬viviente de los hermanos carnales a la fecha del proceso diocesano sobre el Martirio de sus hermanos.Esta familia numerosa y con raíces fuertemente cristianas dará a la Iglesia dos mártires: Jorge, el quinto de los hijos, y Ramón, el séptimo. Habría podido haber dado incluso tres, ya que Florentino, el sexto, por ese misterio insondable de la Providencia, fue soltado por los verdugos en el último momento, al considerarlo erróneamente demasiado joven, más joven que su hermano Ramón, que era en realidad el menor de los hermanos detenidos. Hoy, las reliquias de los dos hermanos Mártires Jorge y Ramón reposan en el crucero izquierdo, cerca del presbiterio y del altar mayor, de la Iglesia parroquial de Ahualulco, donde habían nacido y se habían criado.

A su lado, en dos nichos hermanados, descansan los restos mortales de sus padres. Todo allí habla elocuentemente de esta historia de testigos vivos de Cristo. No lejos de la hermosa Iglesia parroquial se encuentra el solar donde surgía la amplia casa familiar donde el papá de la familia, el Dr. Antonio Vargas tenía también su consulta médica y se desvivía con ánimo cristiano por los enfermos de la localidad. Entre los miembros de la familia Vargas destaca el obispo don Francisco Melitón Vargas, que fue rector del seminario de Guadalajara, y luego primer obispo de Colima y más tarde de Puebla de los Ángeles en 1888[4].

La ciudad de Ahualulco de Mercado (Jalisco) se asienta en la cuenca alta del río Ameca y limita al este con la sierra de Ameca y al oeste de la ciudad de Guadalajara. Ahualulco se deriva de la palabra náhuatl “Ayahualulco” o Ayahualolco que que, según algunos autores, se forma por las voces Olco=Rincón, Yahualli=Coronado y Atl=Agua)- que se traduce como "rincón coronado por el agua", “lugar coronado de agua” o “lugar que rodea el agua”, "donde hace remolino el agua". La población es rica en historia y cultura, caracterizada por sus orígenes prehispánicos y luego por sus profundas raíces cristianas, tras su evangelización por parte de los franciscanos. De hecho su nombre original, una vez constituida la ciudad por obra de esos misioneros se llamaba San Francisco de Ayahualolco.

JORGE VARGAS GONZÁLEZ. (Ahualulco, 1899; Guadalajara, 1927)

Nació en Ahualulco el 28 de septiembre de 1899. El recién nacido fue bautizado el 17 de octubre, en la parroquia de Ntra. Señora de Ahualulco por el sacerdote Don Sabino Álvarez, con el nombre de Jorge Ramón, aunque durante su vida utilizó únicamente el primero[5]. Fueron sus padrinos el sacerdote Don Mauricio Carrillo, maestro de ceremonias de la Catedral, y la señorita María Concepción González.

Los Vargas González eran gente acomodada que gozaba de una buena situación económica. Podría ser catalogada entre las familias de abolengo criollo, donde se respiraba un ambiente sano y cristiano en el que los hijos recibían una esmerada formación[6]. Jorge bebió así desde su infancia los valores humanos y cristianos de aquella tradición. Asistió, como todos sus hermanos, a la escuela parroquial y recibió la primera comunión en Ahualulco. Quiénes los conocieron lo describen como un joven reservado, pero cordial, piadoso y servicial siempre con todos. Profundamente cristianos, Jorge, como sus hermanos, pertenecía a una asociación católica llamada “los Luises”[7]. Era, se puede decir, un joven normal, como los de su generación; le gustaba, por ejemplo y como a muchos jóvenes de su edad el deporte, sobre todo el béisbol[8].

En Guadalajara

Una familia acomodada como la de los Vargas González, podía permitirse cambios de domicilio para dar una mejor educación a los hijos. Por aquel entonces, Ahualulco no ofrecía escuelas o instituciones de enseñanza superior para los planes que la familia tenía sobre sus hijos. Por ello en 1914 la familia decidió trasladarse a Guadalajara. Allá se fueron la madre Doña Elvira y todos los hijos, mientras que el padre Don Antonio se quedaba en Ahualulco para continuar con su profesión médica y dirigir sus negocios. En Guadalajara se domiciliaron en una amplia casa de la calle de Mezquitán. Jorge tenía entonces 15 años y Ramón nueve y por ser pelirrojo todos le llamaban cariñosamente con el sobrenombre de Colorado.

En Guadalajara Jorge estudió secundaria y preparatoria, y después consiguió trabajo como empleado en la Compañía Hidroeléctrica. Nadie, por aquel entonces, hubiese podido imaginar que el joven empleado bien pronto se iba a convertir en un mártir de la fe católica. Le gustaba la caza; era servicial y caritativo con los más pobres; tenia una novia con quien pensaba casarse; se llevaba muy bien con sus padres y hermanos; era cordial con todos; fiel en su trabajo; amante de la Iglesia; iba con frecuencia a Misa y a confesarse; era devoto de la Virgen, especialmente bajo la advocación de Guadalupe; incluso rezaba el rosario todos los días. Estos son los trazos que los parientes, amigos y cuantos lo conocieron nos dan de Jorge. Son rasgos comunes a muchos jóvenes católicos de su generación[9]. Así lo recuerda su hermana más pequeña María Luisa en su declaración en el Proceso de Martirio: “Era de clase media alta, Su ocupación, empleado. Su conducta moral: era piadoso, obediente, vivía cristianamente. [ ... ] Era dócil a sus superiores y le gustaba la cacería. Frecuentaba los sacramentos de la reconciliaci6n y Eucaristía. Acostumbraba rezar diario el santo rosario. Su adolescencia y juventud la pasó en Guadalajara. La relación con sus padres era cordial. En su trato era reservado. Hablaban ordinariamente de sus estudios. Perteneció a la A.C.J.M. Estudió secundaria y preparatoria y después consiguió trabajo. Ya no estudió más. Era de estatura mediana. Apacible. Tenia una novia con quien pensaba casarse”[10].

Miembro activo de la A.C.J.M.

Jorge ingresó muy pronto como miembro activo en la recién fundada Asociación Cató1ica de Juventud Mexicana. Como muchos jóvenes cató1icos participó con convicción y fuerza, incluso arriesgando a diario su vida, en las inquietudes de quienes miles de jóvenes católicos mexicanos que no se amedrentaban ante el flagelo de la persecución religiosa. Siempre estuvo dispuesto a todo por defender su fe y ejemplos de coherencia en su familia no le faltaron, pero por encima de ellos lo impulsaba sin duda el fuerte testimonio de su madre. Como recuerda su hermana “manifestaba que estaba primero a morir que a traicionar el amor de Dios” .

RAMÓN VARGAS GONZÁLEZ. (Ahualulco, 1905; Guadalajara, 1927)

Ramón nació en Ahualulco el 22 de enero de 1905[11], y ese mismo día fue bautizado en la iglesia parroquial por el sacerdote Julián Ruiz Velasco, recibiendo el nombre de Ramón Vicente, pero durante su vida únicamente utilizó el primero de éstos. Cuando su familia se trasladó a Guadalajara, Ramón continuó sus estudios y al terminar la preparatoria ingresó en la universidad, en la Escuela de Medicina, siguiendo los pasos vocacionales de su padre y de su hermano Francisco. Allí destacó por su dedicación a los estudios, su buen humor, su camaradería para con todos y su bien definida y clara identidad de cató1ico practicante. Fue, como sus hermanos, miembro activo de la A.C.J.M. Su fe cristiana estaba por ello bien cimentada; para él la participación asidua a los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía, así como el rezo diario del rosario entraban totalmente en sus hábitos de cristiano practicante. Nos lo recuerdan los testigos, que lo trataron, en el Proceso de martirio cuando afirman que: “Tenía una fe profunda. La manifestó siempre con valentía: era cristiano práctico”; “una gran fe, bien cimentada”[12].

Su hermana María Luisa declaraba de manera lacónica en el Proceso sobre su martirio: “Era amistoso, fomentaba el compañerismo. Tenía sus amistades en la facultad de medicina. No eran amantes de consumir alcohol. Amante de la paz. Frecuentaba los sacramentos. No se dejaba llevar por ningún vicio. Era tranquilo, optimista, alegre. Rezaba el santo rosario”[13].

Un joven respetuoso con las mujeres, centrado en sus cosas, equilibrado y caritativo con los más necesitados: son cualidades que los testigos, independientemente los unos de los otros, apuntan al describir el carácter del joven Ramón[14]. En una palabra, Ramón tenía una buena y cordial relación con sus padres y maestros; era, lo que se dice, un muchacho sano y sin vicios, que le gustaba el estudio, las amistades y el deporte; de hecho practicaba especialmente el básquetbol que se le facilitaba por su estatura; le gustaban también los juegos de mesa. Su preocupación por los más necesitados la muestra bien pronto, pues ya como estudiante de medicina le gustaba prodigarse por los menesterosos sin cobrar por ello un peso. El joven Ramón criado así en un ambiente de clara fe católica, encontrará normal acoger en su vida a cuantos se veían perseguidos por la fe católica, y en su momento daría él mismo la vida por ella.

La casa de los Vargas González, refugio de sacerdotes perseguidos

Desde que el episcopado mexicano ordenó cerrar el culto público en julio de 1926, muchos hogares cristianos abrieron las puertas de sus casas y de sus corazones a los sacerdotes perseguidos. Los Vargas González no fueron la excepción. Acogían a los sacerdotes y a grupos pequeños de seminaristas arriesgando así “ vidas y haciendas”. Entre ellos hay que recordar al sacerdote Lino Aguirre García, futuro obispo de Culiacán[15], que se refugió en la casa de los Vargas González en 1926. María Luisa, llamada cariñosamente “La Nena”, recuerda aquellos momentos:

“Era el mes de julio de 1926. El Callismo había decretado la restricción de cultos, los templos cerrados, las campanas silenciosas, los sacerdotes escondidos huyendo de aquí y allá, ellos no podían vivir en sus domicilios, fue así como les buscaban sus familiares casas de familias cristianas que quisieran hospedarlos; y así llegó a Mezquitán 405, el padre Lino Aguirre (después obispo de Sinaloa), su juventud, su carácter alegre y jovial, su sencillez y rectitud hicieron que bien pronto fuera como algo de nuestra familia, bromeaba, platicaba con todos, jugaba frontón conmigo que era entonces una niña y aunque con las penas propias de una persecución a Cristo vivíamos tranquilos. La vida transcurría calladamente ocultando él su sacerdocio y diciendo misa en el último rincón de la casa, fue por eso que mis hermanos lo apodaron “san Lino”. “San Lino” iba cada ocho días a cumplir con su comisión que le había asignado el obispado, estaba encargado de una casa conventual. Todos los viernes lloviera o tronara salia en su bicicleta, en pantalón de mezclilla y con su camina de obrero, abandonaba la casa a las cuatro de la tarde para regresar a las ocho de la noche [ ... ] Después de varias salidas, Jorge, que era su compañero de cuarto, le dijo: "No está bien san Lino que se vaya usted solo, le puede pasar algo, desde hoy yo seré su guardaespaldas". Una sonrisa franca y abierta fue la contestación de consentimiento a tan bondadoso ofrecimiento y desde entonces Jorge se venia pronto del trabajo; se alistaba rápidamente y para las cuatro de la tarde, en overall y mangas de camisa salía en su poderosa bicicleta custodiando a san Lino. “Vámonos con las pecadoras, san Lino”, y san Lino repetía: Vámonos”. “Son tan pecadoras que cada ocho días partimos y duramos toda la tarde”. “Ja, ja, ja”. Contestaba san Lino por toda respuesta, cruzando el pasillo, y Jorge lo seguía a una distancia y así ocurría un día si y otro también, cada ocho días, no había excepción”[16].

Pero el P. Lino tuvo que irse pronto para no levantar sospechas. Un buen día con tristeza les anunció su partida: “Varios meses habían transcurrido durante lo cuales san Lino vivió con nosotros, pero un día estábamos en el comedor, toda la familia Vargas González que entonces vivíamos en Mezquitán 405: mi mamá, tres hermanos, tres hermanas y yo; merendábamos con alegre algarabía propia de una familia numerosa y feliz. Llegó san Lino, calladamente, ocupó la cabecera y su silencio nos hizo enmudecer; no era natural; algo iba a anunciar. Hubo un silencio aún más profundo; nos miramos; san Lino nos miró también para decir: « EI domingo me voy, tengo que cumplir una nueva comisión que me ha asignado el obispado; me voy a la barranca a asistir ahora a los seminaristas». Un rayo en seco, no hubiera sido, tan fatídico para toda la familia como semejante noticia; todos sentimos que se nos iba el sacerdote, el amigo, el hermano. Yo me atreví a preguntar: «Y, ¿se va a estar mucho?». «No lo sé, tres o cuatro meses, quizá un año; tal vez no vuelva». Jorge se adelantó: «Usted, san Lino, no se va solo, yo lo acompañaré hasta donde el secreto me sea permitido dejarlo». «Si, dijo mi mamá, acompáñalo Jorge», y luego añadió dirigiéndose a san Lino: «Aquí siempre tendrá esta casa a sus órdenes».”[17]

Los Vargas González esconden a Anacleto González Flores

Ya entrado el año de 1927, doña Elvira González recibió en su hogar a Anacleto González Flores, columna vertebral de la resistencia cató1ica en Jalisco. Por ello la policía lo buscaba y le daba caza con ahínco. Los Vargas González sabían muy bien a lo que se exponían escondiéndole en su casa. Sin embargo asumieron aquella decisión con responsabilidad y conciencia total. Muy pronto significaría para ellos persecución, cárcel y muerte como mártires para Jorge y Ramón.

A Anacleto “Lo llevaban de la casa en donde estaba para trasladarlo a una casa por las colonias, cuando al cruzar Herrera y Cairo y Moro (hoy Federalismo), el coche sufrió un desperfecto; se paró. ¿A dónde ir?, los ocupantes temblaron, ¡si nos agarran aquí...! «No, no, por aquí cerca, una casa segura, ¿dónde?, ¿dónde?». Alguien dijo: «Ahí en Mezquitán viven los Vargas» «Ahí, ahí», dijo don Nacho Martínez que era quien lo cambiaba. A pie fue conducido el jefe a su nuevo hogar. Al llegar con él, mi mamá, mi Nina y Lupe que ahí estaban se miraron asombradas y le abrieron las puertas de par en par. Por la noche cuando nos reunieron a cenar, todos nos dimos cuenta de lo acontecido. Anacleto, el Maestro, estaba en casa y se iba a quedar con nosotros por algún tiempo. Ya habíamos tenido en casa a virios sacerdotes y a grupos pequeños de seminaristas, pero nunca al jefe de los cristeros; la responsabilidad de alojarlo era enorme; pero imposible cerrarle las puertas, ¡eso nunca! Nadie protestó; la reunión fue breve; no hubo discusiones ni presentaciones; todos conocíamos al Maestro; así es que aceptamos gustosos la acogida que mi madre le brindara. Poco a poco la elocuencia, la verba y la fe del Maestro se fue adueñando de nuestros corazones.”[18]

Sin embargo ninguno de los hijos de los González Vargas se vio implicado en la campaña militar o tomaron las armas, como concuerdan los testigos en los Procesos de martirio: Jorge “no tomó las armas. La situación que se vivía en ese tiempo era de persecución contra la religión cató1ica. Jorge era consciente del peligro que corría su vida”, recuerda un vecino suyo en Ahualulco[19]. La familia Vargas González vivía una vida de trabajo honrado y una vida de fe católica convencida. En estos sentidos la vida de la familia transcurría normalmente. Sin embargo vivían aquella fe con todas sus consecuencias. Ello fue lo que les hizo acoger en su casa al amigo Anacleto González Flores. Anacleto, como lo habia hecho el Padre Aguirre, compartía también la recámara con Jorge.

Muy pronto el Maestro Anacleto advirtió las grandes cualidades de Ramón, quien tenía entonces 22 años de edad y cursaba ya el cuarto año de medicina. Anacleto le propuso ir a los campamentos de los cristeros para atender a los heridos. Ramón con gran franqueza le dijo que no. No por falta de valor sino porque estaba convencido de que el camino de las armas, por muy justo que fuese, no iba a resolver los grandes problemas de los derechos y de la libertad de los católicos. También Anacleto lo sabia, pero le parecía que una vez invocado aquel camino había que ir adelante. Todos se daban cuenta de que aquellas difíciles y complejas decisiones podían provocar una mayor espiral de violencia.

Un extraño presentimiento turbó el ánimo del Colorado la víspera de su detención y martirio; así lo confesó a su amigo Rodolfo Pérez, compañero de estudios y de su mismo equipo de básquetbol, después del partido de básquetbol que jugaron por la tarde del jueves 31 de marzo de 1927. Rodolfo le propuso que se quedara a dormir esa noche en el hospital, pero por no preocupar a su madre y a sus hermanos que estaban al pendiente si no llegaba, Ramón decidió irse a su casa, máxime que no existía un motivo concreto para temer. Sin embargo aquella casa estaba ya bajo las sospechas de la policía. El domicilio de los Vargas González en Guadalajara era ideal, por su ubicación, para esconder a sacerdotes y a otros católicos; se extendía hasta la encrucijada de dos calles, y en la esquina la familia regentaba una botica que disimulaba la salida y entrada continua de la gente, y por ello la presencia constante de católicos comprometidos con la resistencia, que acudían a informar y pedir orientación a González Flores.

“Por la farmacia El Tepeyac, que era la botica que atendía mi hermana Lupe, tenían acceso todos los que querían tatar asuntos con Anacleto. Así nadie se daba cuenta del movimiento, ni de entradas ni de salida. Sin embargo, no faltaban preocupaciones; un día catearon la casa de la contra esquina. Se le avisó a don Nachito Martínez, un viejito listo como una ardilla y a los tres días llegó a la casa para llevarse a Anacleto: «Señora, dijo clavando sus ojitos saltarines, es preciso llevármelo; hay peligro; mucho peligro». Y Anacleto se despidió con la tristeza reflejada en su rostro. Habían pasado unos ocho días; lupe, mi hermana, estaba tranquilamente sentada cuidando su botica, cuando entra por sus proios pies un señor barbudo, vestido con pantalón de mezclilla. «!Don José!» [era el nombre que había adoptado Anacleto], «Chist, chist», contestó él poniendo el índice sobre sus labios y traspsando rapidamente las puertas hasta llegar al corredor de la casa. «!Mamá, mamá, mira quién está aquí!»

«Soy yo, señora, me he venido a esta casa porque es el único lugar donde puedo moverme a mis anchas». ¿Cómo?, preguntó mi mamá. «Sí, en donde quiera que estoy me tienen encerrado en un cuarto oscuro, no puedo ni ver la luz del sol». «Pero, ¿es posible eso?». «En ninguna parte me quieren, todos tienen un miedo que ya». «Pase, don José, pase». «Mire, señora, ne le vaya a deciur a Concha mi esposa, si viniere, porque por seguirla a ella me pueden coger a mi». «No tenga pendiente, así se hará». «No crea que me voy a estar mucho tiempo, de aquí me voy para el cerro, porque en ninguna parte me quieren». «No, por nosotros no se preocupe, ésta es su casa¡». Y nuevamente Anacleto vino a formar parte de nuestra familia; se le acogió cariñosamente para ayudarlo”[20].

El Viernes Santo de los Mártires

El viernes l° de abril, en las primeras horas de la madrugada, llamaron a la puerta de la casa de la familia Vargas González solicitando un medicamento y Ramón lo atendió por la ventana de la botica. Momentos más tarde, con golpes más fuertes y persistentes volvieron a llamar, anunciando que traían orden de cateo. Salió Florentino que estudiaba Leyes y conocía a mucha gente del Gobierno, pero en cuanto entreabrió la puerta fue amagado con una pistola y los esbirros se apoderaron del zaguán para introducirse inmediatamente en la casa, la cual se encontraba ya totalmente sitiada por los muros y azoteas. El que dirigía la maniobra era Atanasio Jarero, jefe de la policía del Estado de Jalisco.

Ya para esos momentos toda la familia se encontraba despierta. Los policías detuvieron a todos los presentes a punta de pistola. Enseguida comenzaron a catear todos los rincones de la casa. Toda la familia fue detenida, incluyendo a los huéspedes y a los sirvientes. En el ambiente se presentía una inminente tragedia y aunque muy indignados por el agresivo comportamiento de los policías, Ramón y sus hermanos mantuvieron la calma. Leámos el testimonio directo de la hermana menor de los mártires, presente en aquellos dramáticos momentos y también detenida con toda la familia:

“A las 5 de la mañana tocan a la ventana de Herrera y Cairo y después a la puerta de Mezquitán. «¿Qué se les ofrece?», pregunta mi mamá que ya se había levantado como de costumbre, pues diario a las 4 de la mañana ya estaba rezando el rosario. «Queremos una medicina», contestó la voz desde afuera [...]. «Ramón», suplicó mi mamá dirigiéndose hacia donde dormía Ramón; «ven que quieren una medicina». «Diles que no, mamá; ya ves llegué noche y estaba estudiando». «¡Pobre gente!; sabe qué querrán». «Bueno, voy a ver». «Pero no vayas por la puerta; ve por la ventana; no te vaya a pasar algo».” “Para esto, ya los secretas al mando de Atanasio Jarero habían es¬calado los muros para sitiar la casa y darse cuenta de su posición. ¿Qué quieren?, preguntó Ramón desde dentro. «Una inyección de alcanfor». «Aquí está», dijo Ramón recibiendo las dos monedas, mismas que encontró Lupe después de los acontecimientos cuando fue a abrir la casa. Nuevos toques en el zaguán de la casa; ahora más fuertes y se¬guidos. Sale nuevamente mi mamá. «¿Qué desean?». «Señora, abra la puerta en nombre de la ley; traemos orden de cateo». ” Florentino Vargas está junto a su madre y pregunta: “¿dónde está la orden de cateo?. «Ésta es» , dice uno sacando la pistola (era Graciano Ochoa), seguido de Ata¬nasio Jarero. «No hay más de qué hablar» , Florentino abre la puerta y muy pronto la casa de llena de secretas.”


Detención de todos los habitantes de la casa de la familia Vargas

Tras registrar la casa y sufrir vejaciones y sobresaltos, toda la familia fue detenida por los subordinados del jefe de la policía de Guadalajara, que dirigió personalmente la operación. Continúa la hermana de los Mártires, María Luisa: “Mi mamá corre a la puerta donde está Anacleto y dice: «Don Jo¬sé, don José, ya están aquí, brínquese por la huerta del corral, apresúre¬se». Anacleto está visiblemente perturbado, no atina a decir ni a hacer nada. «Pero, mamá, dice Jorge (compañero de cuarto de Anacleto) si ya están ahí» , [...] dijo señalando a un secreta que apostado en el muro que dividía el primer patrio del segundo apuntaba hacia abajo pistola en ma¬no...

«Sabe, don José, agrega Jorge quien tenía muy buena puntería, mejor saco mi pistola y de un balazo tumbo a ése, para que usted pueda escapar». «No, se atreve a contestar Anacleto, no, no» y ayudado por mi mamá va a salir. (…) Una voz fuerte grita desde arriba: «¿Adónde va usted?, si da un paso más adelante lo mato» . Ana¬cleto retrocede y va a esconderse debajo de la mesa del comedor que no tiene carpeta ni nada, está completamente descubierta. Entra Jarero al comedor, se agacha, coge al Maestro de la peche¬ra del pantalón lo jala, enderezándolo lo sacude un poco y agrega: ¡Éste es!, y diciendo esto, comienza cl cateo, abren cómodas y cajones, regis¬tran acá y allá. Anacleto traía las manos empuña¬das, fuertemente apretadas, entonces se acerca un secreta y le pregunta: ¿Qué trae en esa mano?. «Nada», contesta el interrogado. ¿Cómo que nada?, agrega el hombre. El Maestro abre su mano pálida, muy pálida, en ella guardaba como mil pedacitos de papel, probablemente una carta destruida en pequeñísimos fragmentos. ¿Qué es esa carta?. «No sé, es una carta de esta familia», contesta Anacleto. «¿Sí?, ¡hable!», presiona el otro golpeando al Maestro en el hombro con la cacha de la pistola y añadiendo: «Ya hablará» . En esto se acerca Ramón y le dice al golpea¬dor: «Lo que es al Maestro no le pega; lo que tenga que ver con él avén¬gaselas conmigo» . «También para usted tengo», dijo el sujeto volviéndo¬se hacia Ramón para golpearlo igualmente en el hombro [...]. La casa de Mezquitán es un batidillo aquel 1° de abril de 1927; sus moradores estamos temerosos y seguros de que se nos ave¬cina una tragedia. « Pero, Sr. Jarero, ¿también a mi mamá se la va a lle¬var?», interroga Florentino. «Si, a todos»”.

Ya en la calle, antes de partir hacia la inspección de policía, debido al tumulto reunido junto a la casa de los Vargas González, y a que los rasgos físicos de Ramón lo distinguían del resto de sus hermanos, pudo pasar en medio de los policías sin que éstos lo advirtieran; era la oportunidad de oro que se le ofrecía para escapar; pero al llegar a la esquina de la calle lo pensó y dio vuelta atrás para unirse al grupo y ser así apresado y vejado: “Con Ramón sucedió algo digno de notar: como era en lo físico un poco distinto al resto de la familia, al llegar los soldados se salió de la casa pasando por en medio de ellos y no lo detuvieron, pensando que no era de la familia. Pero él recapacitó que no era correcto dejar a todos en cl problema y él escaparse; por eso regresó y también se entregó a la fuerza pública” .


Un secreta que estaba custodiando dizque la puerta de entrada y había presenciado todo, sin duda cae en la cuenta de lo ocurrido, con¬vencido de su ineficacia y colérico consigo mismo, recala con el Colorado (Ramón) a quien luego que hubo traspuesto cl zaguán le da un tremendo empujón haciéndole que pegue contra el filo de la pared para abrirle el labio superior que sangra.(…) luego partimos, y después en otro carro parten todos los hombres, a nosotras nos dejaron en la presidencia municipal. A Anacleto lo dejan en la misma inspección (ahora palacio municipal); a los Vargas los conducen al Cuartel Colorado, a Feliciano Estrada y a un mozo de nosotros de toda la vida, Bernardino Vega, también a la inspección, pero separados de Anacleto”.

En las mazmorras policiales

Todos los detenidos fueron llevados a los calabozos que la policía tenía en varios edificios de Guadalajara, auténticas mazmorras, húmedas, inmundas y malolientes. Flo¬rentino Vargas, testigo ocular, compañero de detención y de prisión de sus dos hermanos mártires, en narración recogida por su hermana María Luisa, dice: “De Mezquitán nos llevaron al Cuartel Colorado cerrándonos a los tres en un cuarto. Como una hora después de que nosotros llegamos, oímos rechinar de cerrojos; nos asomamos por las rejas de la puerta y vimos que en el cuarto de enfrente, encerraban a Anacleto [González] y a Luis [Padilla]; sólo nos separaba de ellos el pasillo de la entrada, así es que veíamos y apreciábamos perfectamente todos sus movimientos: Luis se sentó, quedando casi enfrente de nosotros y el Maestro con los brazos hacia atrás se paseaba nerviosamente de un lado a otro del calabozo.”

María Luisa narra lo ocurrido con las mujeres detenidas: “Cuando entramos al calabozo, una pieza como de unos tres metros cuadrados, había allí varias personas: la mamá y las hermanas de Luis Padilla [otro de los Mártires], cuya casa habían cateado según eso a las dos de la madrugada; la esposa de don Nacho Martínez, cuya casa catearon después, quien se escapó brincándose por la azotea a la casa vecina, resguardado por la sombra que a la luz de la luna proyectaba y, untado el viejito en la pared, no pudo ser visto por sus perseguidores [por más esfuerzos que hicieron para capturarlo no pudieron conseguirlo y se salvó, sus tres hijos jesuitas, sin duda alguna, rogaban ¬constantemente por él]. Una señora Maria Luisa [Me parece que se apellidaba García España] y sus dos hijos pequeños, un niño y una niña como de 4 y 8 años respectivamente; ella estaba allí porque en su hogar habían hallado a un sacerdote diciendo misa [...]” .

María Luisa (la Nena) logra escaparse confundida con otros

“A las once de la mañana entra un hombre además del guardián del calabozo y dice: ‘«La Sra. Maria Luisa García España y sus hijos están en libertad, pueden irse». «Ándale, Nena; me empuja dulcemente mi Nina [su hermana mayor María]; corre con ellos». «Sí, sí, agrega Lupe [la otra hermana], salte como hija de la señora; pero no vayas a correr cuando te veas en la calle; te vas a Pedro Loza [una de las calles]; ahí avisas a las tías, a Pancho González Núñez [que entonces era magistrado] y a ver que se puede hacer». Yo me resisto, no quiero salir sola, máxime que la señora mencionada coge a sus hijos, uno de cada mano y yo quedo rezagada; pero al fin me atrevo; el joven calabocero me empuja hacia afuera y un intruso me intercepta a paso preguntándome: ¿Cómo te llamas? «María Luisa» , contesto yo. ¡Ah! y me deja pasar. Salgo por una puerta que había por la calle de Independencia y al llegar a la de Pedro Loza corro como un gamo; no volteo ni me detengo en las bocacalles y así a fuerza de carrera, como si me viniera persiguiendo un tropel de soldados, ¬llego a la casa de [la calle de] Pedro Loza 313 donde vivían mis tías y Pancho mi hermano, en otra ala de la casa que era muy grande”.

Así la pequeña testigo logró escapar y salvarse. Continúa su narración: “Nos llevaron presos a todos, «Y los hombres, tus hermanos, ¿dónde están?». «No sabemos, no lo hemos sabido».‘«Sabes, ahora mismo me acompa¬ñas, voy a hablar con Ferreira a tramitar un amparo» , le dijo su hermano Pancho. Y tomándome de la mano salimos de Pedro Loza para dirigirnos al edificio que actualmente ocupa la XV. Zona militar. Pancho entró sin ninguna dificultad al interior del recinto. No hizo antesala, pues inmediatamente pasó a un gran aposento. Yo permanecí afuera esperándolo; no me dejaron pasar... Salió como a eso de las dos de la tarde. «Conseguí el amparo», me dijo sonriendo [efectiva¬mente, el amparo llegó, según supimos, pero ya era tarde; los mucha¬chos ya habían muerto]. ‘Pero, ¿dónde estarán tus hermanos?, ¿dónde?, ¿en dónde?, ¡si tan sólo eso pudiéramos saber!’”.


Los tres hermanos Vargas González, Jorge, Ramón y Florentino, fueron conducidos junto con Anacleto González Flores al Cuartel Colorado. El médico José Robles Martínez, vecino y amigo de los Mártires resume laconicamente los hechos de aquel día así en el Proceo del martirio: “Pensaba la gente que los habían llevado a la inspección de policía, pero los llevaron al Cuartel Colorado. EI jefe de operaciones militares era un tal Ferreira, muy sanguinario. Estuvieron prisioneros algunas horas. Como a las cinco de la mañana los tomaron presos y ese mismo día los fusilaron. Ni siquiera les ofrecieron la libertad, porque sabían que no renegarían de su fe.” Las mujeres detenidas serían puestas en libertad por la tarde; probablemente cuando ya habían martirizado y asesinado a los Mártires.


El martirio

La hora de la ejecución llegó antes de lo imaginado; como normalmente acaeció y acaecerá durante la persecución religiosa en México donde los ejecutores del Estado se dieron siempre prisa para ejecutar sus planes, saltando toda norma y apariencia jurídica, incluso de simulacro de proceso legal. También aquí el tiempo les apremiaba y les urgía matarlos cuanto antes. En un rasgo hipócrita de piedad y que habla por sí sólo, el General. Ferreira, responsable militar y policial, ordenó que fuera separado el menor de los tres hermanos Vargas González. El menor era Ramón de apenas 22 años. Esta fue la segunda magnifica oportunidad que tuvo para escapar de la muerte, del martirio. No la quiso. Hizo pasar por hermano menor a Florentino para beneficiarle de aquel “indulto”. El mismo Florentino dará testimonio de lo sucedido en ese momento crucial en un diálogo familiar recogido por su hermana María Luisa a los pocos días de sucedidos los hechos:

«Chicho (Florentino) continúa: Así permanecimos platicando y bromeando un buen rato, cuando se acercó un soldado y yo le pregunté: "Oye, ¿nos matarán?". "No, ¡qué va!, contestó el interpelado, ustedes están demasiado jóvenes; no harán eso". Pero a los pocos minutos llega otro soldado y dice: "Levántese de entre éstos el más chico". Ramón (el de menos edad) se pone de pie y contesta: "Éste es el más joven. Levántate tú, Narciso", (así le llamaba a veces de cariño); me empuja y yo permanezco parado; entonces el soldado coge a mis hermanos y los saca fuera del calabozo, yo quedo solo; me asomo al cuarto de enfrente y veo que también se llevan a Anacleto [González Flores] y a Luis [Padilla Gómez]; estoy seguro que en esos momentos se llevaron a los cuatro juntos para fusilarlos. ..Después de que hubieron sacado a mis hermanos llegaron unos soldados y me sacaron a mi". "¿Adónde?", preguntamos nosotras. "Uno de ellos me dijo: sígueme joven, vamos al panteón de Belén”.... Me bajan haciéndome miles de preguntas acerca de la organización cristera, sobre los lideres, ¡qué sé yo!, a lo que contesté siempre: "No sé nada y si supiera, no se lo diría". Tras de esto me formaron el cuadro varias veces dizque [dice que] para fusilarme... era nomás para asustarme. Yo insistía: 'Ya les dije que no sé nada...Me regresaron al Cuartel Colorado; yo creo que esto de sacarme lo hicieron mientras, para sacrificar a los muchachos y a Anacleto. Al volver al calabozo, lo encuentro vacío; entonces pregunto enojado: bandidos, ¿qué han hecho con mis hermanos?, a lo que uno contestó: “Ahí están boca abajo para que no se anden metiendo con curas. Eran las tres de la tarde.».

Y con fuerza concluye Florentino Vargas González: “Pero como quiera que haya sido, yo estoy seguro que murieron como dos valientes, porque ni un momento los vi acobardados y podría apostar que su último grito fue: iViva Cristo Rey!”.


En las últimas horas de vida de los mártires se descubre bien delineada la fuerte decisión con la que vivían su fe católica y la delicada y convencida oblación y en¬trega de sus vidas a Cristo. Tanto Jorge como Ramón, y está claro que lo mismo hay que subrayarlo de Anacleto González Flores y de Luis Padilla Gómez, martirizados juntos en el mismo lugar y día, sabían muy bien a lo que se habían expuesto y a lo que se exponían por profesar sin titubeos su fe católica y por ser activos confesores y militantes de ella. Su fe católica pública estaba bien definida y todos ellos eran bien conscientes del grave peligro en el que se encontraban por ello; por lo que con ple¬na convicción de su fe y esperanza cristianas supieron afrontarlo sin perder la paz.

La noticia del martirio: llegan los cadáveres de los mártires a su casa

«La noticia de la muerte de los Vargas se extendió como reguero de pólvora por toda la ciudad de Guadalajara y muy pron¬to la casa se vio llena de parientes, amigos, compañeros de los mucha¬chos, conocidos y demás; no había curiosidad en los semblantes, más, bien sombra de tristeza en unos, mezcla de asombro, dolor y enojo en otros, pero todos acudían a darles el postrer saludo a sus compañeros y amigos que a las ocho de la noche llegaron en sendas cajas, todavía bor¬botando la sangre del pecho de Ramón, por lo menos así me pareció a mi. Pero grande fue la sorpresa de todos nosotros cuando nomás llega¬ron dos cadáveres debiendo ser tres. 'Y el otro, ¿dónde está?', preguntó mi mamá. No hubo respuesta alguna.“Seguramente lo enterraron ahí donde lo mataron, como era tan hablador...", argumentó la madre.

Carolina González Núñez limpió los cadáveres, pero no los exa¬minó en lo absoluto; mi mamá no había querido. Jorge no llevaba zapa¬tos, le quitaron un crucifijo que traía en la mano junto al pecho. Ramón tenía el pecho levantado y la mano derecha doblada haciendo la señal de la cruz. Llegaron mis tías González y una de ellas lloraba en forma exa¬gerada; entonces mi mamá la calmó: "No, cállate, cállate, Clara, ¿qué es, eso? Acuérdate que nuestra misión como madres es llevar a los hijos al cielo y yo ya tengo tres", (pensaba que Florentino también había muer¬to)...A las diez de la noche, Lupe se acercó a mi mamá para decirle: "Mamá, mamá, ven, aquí está Florentino, anda, sal a recibirlo". La ma¬dre sale precipitadamente de la sala donde estaban sus hijos muertos y corre al encuentro del hijo que había perdido y al verlo entrar lo abraza diciéndole: "¡Ay, hijo!, ¡qué cerca estuvo de ti la corona del martirio; debes ser más bueno para merecerla!".

Profundas lágrimas de dolor de Chicho sellan en silencio la dulce queja de dolor de la madre a quien abraza conmovido y luego pregunta: “Y el Colorado, ¿dónde está”. Mi mamá lo toma de la mano y lo lleva hasta la sala en donde están sus hermanos y é1 afligido y lloroso se abraza a la caja de Ramón diciendo entre sollozos que no puede contener: "¡Ay, Colorado, mejor hubiera muerto yo que tú!, no voy a poder llevar la vida sin ti”».

Veneración de todo un pueblo

«Pero los Vargas no han estado solos. Durante toda la noche ha desfilado frente a ellos multitud de personas, no sabemos cuántas, tal vez cientos, quizás miles; todos llegan a rendir homenaje a los caídos. Muestras de cariño unos, tristeza muchos, admiración los otros, 1ágrimas las mujeres, consternación los niño [...]..En Ahualulco de Mercado, pueblito situado cerca de Guadalajara y en donde nacimos todos, reside el Dr. Vargas, quien se ha quedado ahí para acompañar a sus hermanas. Él no sabe nada de los acontecimientos ocurridos en Guadalajara, como por carta nada se podía decir y hace va¬rios meses que no visita a su familia...

El 2 de abril de 1927, mi papá se dirige tranquilamente a la esta¬ción para tomar el tren que lo conducirá a la ciudad. ‘Buenos días don Antonio, ¿a dónde va?’. ‘Voy a Guadalajara porque recibí un telegrama que dos de mis hijos están graves, espero que no sea cosa de cuidado". El tren es lento, se detiene en todas las estaciones [...]. Así es de que llegaba a Guadalajara ya en la tarde; mi mamá manda una persona para que reciba a mi papá, pero no sé, cosas del des¬tino, no se encuentran y mi papá llega a su casa solo a la hora en que sa¬len los cadáveres y una muchedumbre incontenible rodea la casa y la ca¬lle de Pedro Loza está intransitable. A empujones llega don Antonio al amplio pasillo por donde ahora salen sus hijos en hombros de sus ami¬gos. Lupe, que ha salido hasta el cancel divisa a mi papá que en estos momentos extiende la mano derecha para bendecir a sus hijos que ya parten, corre hacia é1, lo abraza y tomándolo de la mano lo jala suave¬mente: ‘Ven, papá, ven, yo te lo contaré todo, tus hijos están en el cie¬1o’.

Don Antonio enjuga sus 1ágrimas y tranquilo y sereno se deja arrebatar de la multitud por mi hermana, quien lo conduce al interior de la casa para relatarle todos los acontecimientos... Cuando ésta hubo terminado su narración, mi papá exclama: "Ahora sé que no es el pésame lo que deben darme, sino felicitarme porque tengo la dicha de tener dos hijos mártires”.


NOTAS

  1. Cfr. Summ., Doc. Personales, 13), 493.
  2. En ello coinciden todos los testigos: cfr. Summ., Proc., D, Test. 11, 127, § 336; Summ., Proc., D, Test. X, 140, § 373.
  3. Summ., Proc. C, Test. X, 116, ad 5; Summ., Proc. C, Test. VI, 111, § 290; Proc. C, Test. V, 110, ad 5; Summ., Proc. C, Test. XIV, 124, § 328.
  4. Summ., Proc. C, Test. I, 102, § 268; Proc. C, Test. V11, 112, ad 5; Proc. C, Test. XIV, 124, § 327.
  5. Summ., Proc. C, Test. I, 102, § 268
  6. Summ., Proc. C, Test. III, 105 106, § 274 y § 275.
  7. Summ., Proc. C. C, Test. III, 107, § 280.
  8. Cfr. Summ., Doc. Personales, 16), 494.
  9. Summ., Proc., D, Test. Ill, 13 1, § 348; Summ., Proc., D, Test. 11, 127, § 336.
  10. Summ., Proc., D, Test. III, 130, § 342.
  11. Summ., Proc., D, Test. IX, 139, § 370; Proc., D, Test. III, 13 1, § 348.
  12. Diócesis erigida por León XIII en 1883 con el nombre de Sinaloa, adoptó el nombre de Culiacán en 1959. Don Lino Aguirre García fue nombrado su obispo (el séptimo) en 1944.
  13. Summ., Documento XXVII, 630: M. L. VARGAS GONZÁLEZ, Yo fui testigo.
  14. Summ., Doc. XXVII, 631.
  15. Summ., Doc. XXVII, 632.
  16. Summ., Proc. C, Test. XII (Octaviano Navarrete Yáñez, sastre de profesión), 120, § 315. Declarará que lo mataron simplemente “por odio a la fe católica”.
  17. Summ., Doc. XXVII, p 632-633: M. L. VARGAS GONZÁLEZ, Yo fui testigo.
  18. Summ., Doc. XXVII, 634.
  19. Summ., Doc. XXVII, 635.
  20. Summ., Doc. XXVII, 636-637.