Diferencia entre revisiones de «SOLANO, San Francisco»

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(Montilla, 1549 – Lima, 1610) Santo, Religioso franciscano, Apóstol de Argentina y del Perú

Francisco Solano fue uno de aquellos cinco testigos que hicieron que el siglo XVII fuera para el Perú la «época dorada» de la santidad. Junto a él destacan las figuras de Toribio de Mogrovejo (1538-1606), segundo arzobispo de Lima y gran organizador de la Iglesia, según el espíritu reformador del concilio de Trento; Rosa de Lima (1586-1617), “la primera flor de santidad en el Nuevo Mundo” y patrona de América; Martín de Porres (1579-1639), el primer santo mulato del nuevo continente; y Juan Macías (1585-1645), canonizado por el papa Pablo VI en 1975.

Un obispo, un franciscano sacerdote, dos dominicos laicos y una terciaria dominica; un castellano, un andaluz, un extremeño, una criolla y un mulato mestizo, representan la fotografía poliédrica de una de las tomas religiosas más vistosas del Perú apenas en los inicios del mestizaje. Todos ellos se nutrieron de una riqueza espiritual americana “integrada por elementos milenarios del pueblo antiguo […] y del nuevo”. A su vez, la «santidad canonizada» dinamizó transversalmente la cultura político-social de los primeros tres siglos de la historia mestiza americana.

Francisco Sánchez Solano Jiménez nació en Montilla, Córdoba, el 10 de marzo de 1549. Los datos disponibles sobre su vida son relativamente escasos. Sus biógrafos toman como fuentes principales los documentos de sus procesos de beatificación y canonización, y algunas «Vidas» de autores coetáneos al santo. Las principales biografías solanistas del siglo XVII fueron escritas por los observantes Jerónimo de Oré, proto-biógrafo, y Diego de Córdova.

Ambos autores coinciden en presentar a Solano como el segundo hijo de una familia relativamente pudiente y profundamente piadosa, en cuyo seno, ya desde sus primeros años, se descubre un alma profundamente contemplativa; elemento que caracterizaría su estilo de vida religiosa y que, a través de un genuino espíritu poético y musical, potenciaría su vena artística.

Después de realizar sus estudios con los jesuitas en el colegio de su ciudad natal, tentó por algún tiempo la carrera de Medicina; sin embargo, siguiendo anhelos aún más profundos, habría respondido a su llamado a la vida religiosa ingresando en el noviciado de los Hermanos Menores. Contaba entonces veinte años. Tuvieron que transcurrir otras dos décadas para que, en la plena madurez de su vida, acogiera una nueva llamada: la propagación de la fe en tierras americanas. Sin embargo, antes de embarcarse sin retorno hacia el Nuevo Continente, su vida religiosa en la península ya había dejado entrever las características que se ajustaban al perfil deseado del «Hermano Menor». De hecho, la hagiografía solanista fue proclive a presentar al fraile como un «alter Franciscus», un segundo Francisco de Asís para el Nuevo Mundo.

El fraile franciscano reformado en España

Durante su itinerario de vida religiosa transcurrido en la España peninsular, Solano tuvo algunos cargos de gran responsabilidad que prestó con espíritu de pobreza y desprendimiento: director de coro en Sevilla, maestro de novicios en Córdoba, predicador en Andalucía y guardián en Granada. Además, su retiro en un eremitorio de la Sierra Morena y su asistencia a los enfermos en la pequeña ciudad de Montoro, diezmada por la fiebre tifoidea, pondrían en evidencia su alta valoración de las dimensiones contemplativa y caritativo-social de la Orden.

A la luz de los datos precedentes, se podría colegir que la decisión que tomó fray Francisco Solano de dejar España a principios de 1589, no fue de ningún modo improvisada. No obstante, es probable que América no hubiese sido el lugar inicialmente deseado por él. Según alguna interpretación tal vez hubiese preferido predicar el evangelio en el África musulmana, deseoso de seguir las huellas de Francisco de Asís, en pos de la palma del martirio. Sin embargo, la obediencia franciscana lo destinó al Nuevo Mundo.

Del convento de Zubia (Granada) al Tucumán (actual Argentina); 2 años de viaje: de 1588 a 1590

Hay que tener en cuenta la dureza de dejar para siempre una patria y unos lazos familiares y de amistad, emprendiendo un viaje sin retorno en la mayoría de los casos. Uno de los modernos biógrafos escribe a este respecto que el 8 de noviembre de 1588 pasó por Montilla, “Con el corazón henchido de gozo, fue a dar el último adiós a su madre anciana y ciega” . Se cerraba así la primera etapa de su vida. En aquellos tiempos, irse a América era irse para siempre. De Montilla pasó a Sevilla para embarcarse. En Sevilla estaba la Casa de Contratación, que por aquel entonces centralizaba todo el comercio con la América española.

La expedición la comandaba Don García Hurtado de Mendoza y Manrique, IV Marques de Cañete, nombrado VIII Virrey del Perú. La flota partió de la bahía de Cádiz el 13 de marzo, se componía de un total de 36 naos, a bordo de las cuales iban unos 300 soldados y 70 misioneros entre Franciscanos, Dominicos, Agustinos, Mercedarios y Jesuitas. La nave en la que viajó fray Francisco Solano era la «Santa Catalina».

La flota no tocó Canarias por saber de la existencia de corsarios, pero la embarcación fue invadida por una plaga de piojos. La primera escala en tierras americanas tuvo lugar en la isla Dominica, y el siguiente destino fue Cartagena de Indias, adonde llegaron el día 7 de mayo. Desde allí partieron el 16 de junio hacia el punto final del viaje por el Atlántico: el puerto Panameño llamado «Nombre de Dios».

En la ciudad de Panamá, fray Francisco Solano permaneció durante 3 o 4 meses en el Convento de los Franciscanos antes de salir hacia el Perú el día 28 de octubre. Para iniciar la segunda etapa, los biógrafos de Fray Solano subrayan el abandono en la Providencia y el espíritu abnegado del fraile. Llegar a tierra firme a Cartagena de Indias no aseguraba necesariamente el éxito de la empresa. Luego se debía atravesar Portobelo y, más adelante, el istmo de Panamá, donde debió llegar Fray Francisco Solano a fines de junio de 1589.

En el viaje de Panamá a Perú, el barco encalló frente a la isla Gorgona, entre Colombia y Ecuador. Francisco fue el último en subir al bote de salvamento. En Isla Gorgona pasaron muchas penalidades, alimentándose de cangrejos, peces y culebras grandes. Algunos de los frutos y hierbas eran venenosos y causaron la muerte a más de un náufrago. Fray Francisco Solano predicó en Navidad prometiendo que pronto llegaría el ansiado socorro, como así fue; llegó un barco de salvamento que los condujo hasta el puerto Peruano de Payta, desde donde emprendieron viaje por Huacachira, Piura y Trujillo hasta la ciudad de Santa, para adentrarse después en el interior del continente llegando a Lima, capital del Virreinato del Perú. Tres de los frailes que acompañaban a Francisco Solano habían fallecido ya durante el trayecto.

Cuando por fin llegaron a Lima, el nuevo virrey, don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, comenzaba su mandato. El exhaustivo itinerario hasta la capital virreinal había tenido una duración de casi un año, pero el viaje no había terminado para algunos, entre ellos el fraile franciscano Solano, destinado a San Jorge de Tucumán. Para llegar a su destino le quedaba a Solano aún más de tres mil kilómetros por recorrer. La doble acción de colonización y evangelización tuvo lugar desde la costa del Pacífico hacia el interior, es decir, de oeste a este. Así pues, la ruta natural era lo que actualmente sería Perú-Bolivia-Argentina, teniendo que cruzar la cordillera de los Andes. Los caminos eran tortuosos y estrechos, y en altitud existía el problema del «soroche» o enrarecimiento del aire. Fray Francisco Solano, siguiendo dicha ruta, trasmontó los Andes y, luego de cruzarlos, llegar hasta el Cuzco, para tomar después el camino que conduce a la meseta frígida y casi desnuda de vegetación que domina la actual Bolivia y que se prolonga hasta casi los confines del Norte Argentino. Aquí comenzaba la bajada abrupta y sinuosa hasta Salta, y más abajo a las llanuras del Tucumán.

Realizó la mayor parte del camino a pie, otras en pobres cabalgaduras, sufriendo las consecuencias de la falta de abrigo y de las rigideces del clima. Si por allí habían pasado los conquistadores y capitanes en busca del Dorado y del rico cerro de Potosí, ¿iban a mostrarse menos animosos los discípulos de Cristo, los conquistadores de las almas? Basta fijar los ojos en un mapa de América para darse cuenta del inmenso y áspero espacio a atravesar. Los religiosos misioneros eran conscientes “de los peligros de un viaje en el que se exponían a los ataques de los indios de los Andes boliviano-argentinos”.

“Cada jornada caminan unos 50 kilómetros, y el mundo indiano, Huaca, Chira, Tangarará, Piura, Motupe, Jayanca, Trujillo… por ojos y oídos, se les va entrando en el corazón”. Uno de los cronistas de esta peripecia relata lo siguiente: “…repuestas las fuerzas, fray Francisco Solano reinicia el camino a pie, desde Lima destino Tucumán. Siguiendo el camino de los Incas, por la sierra, fue hasta Jauja (a unos 300 kilómetros al este de Lima). Allí permaneció durante un tiempo para descansar y para aclimatarse. Después prosiguió su camino, pasando por Ayacucho, Cuzco, Pucará, Puno, Copacabana (a orillas del lago Titicaca), La Paz, Potosí (célebre por su abundancia de plata), Humahuaca, Jujuy, Salta, San Miguel de Tucumán, Esteco y por fin, el final del su trayecto, Santiago del Estero.”

En el Tucumán, milagros que obró: del año 1590 al 1598

El Tucumán era una región situada en el norte de la actual Argentina, tierra muy fértil y de extensos campos y llanuras, denominada el «Edén de América». Comprendía lo que hoy en día se conoce como Región Noroeste de Argentina. Su superficie es aproximadamente de un millón de kilómetros cuadrados. El superior de la expedición franciscana, fray Baltasar Navarro, informó mediante carta al Rey Felipe II de la llegada al Tucumán (fray Francisco Solano contaba ya 41 años): “…a 15 de noviembre del año 1590 llegué a esta Gobernación del Tucumán con ocho religiosos de la orden de mi Padre San Francisco, de los once que Su Majestad me mandó traer a dicha Gobernación; dos murieron en Panamá y uno se ahogó en un naufragio que padecimos en el Mar del Sur”.

Allí encontraron la Misión Franciscana llamada “la Custodia de San Jorge del Tucumán”, fundada en 1565. En todo aquel inmenso territorio solo había cinco ciudades: Santiago del Estero, Córdoba de la Nueva Andalucía, San Miguel del Tucumán, Nuestra Señora de Talavera del Esteco, y Lerma en el valle de Salta. Poco tiempo después, el 20 de Mayo de 1591, se fundaría «Todos los Santos de la Nueva Rioja», donde Fray Francisco Solano haría muchos prodigios milagrosos. Solo había dos Obispados, el del Tucumán y el del Río de la Plata. El primero era tan pobre; decía su Obispo, fray Fernando Trejo, en 1601, que su catedral carecía de ornamentos decentes y no tenía cómo poder levantar el seminario.

Los Franciscanos, Dominicos y Mercedarios habían penetrado en la región años hacía, pero su número era muy escaso. Tras ellos vinieron los padres de la Compañía de Jesús, pocos también. En 1610, veinte años después de la llegada de fray Francisco Solano a la zona, los Franciscanos poseían seis conventos: en Tucumán, Córdoba de la Nueva Andalucía, Santiago del Estero, Rioja, Talavera y Salta, pero en el que más había seis o siete frailes y en el que menos dos o tres; los Mercedarios tenían también seis casas, en las mismas ciudades, pero su número de frailes era menor; los Dominicos sólo tenían un convento en Córdoba de la Nueva Andalucía; finalmente, los Jesuitas sólo poseían casas en Córdoba y Tucumán, aunque en el primero los religiosos pasaban de los veinte.

Fray Francisco Solano fue pronto nombrado Custodio de la Provincia del Tucumán, encargado de visitar las misiones de la región. Las distancias entre convento y convento eran enormes, y además estaba la gran barrera del idioma. En el Tucumán había más de 20 lenguas, muy diferentes entre sí. La mayor dificultad era por lo mismo la variedad de idiomas. Se afirma que Fray Solano a los 6 meses de estar con los nativos podía entender y hablar su lengua, por esa razón mediante su mucha caridad y sus prédicas, convertía y bautizaba a muchos de los naturales.

Esta observación de algunos biógrafos hace parte del estilo hagiográfico del tiempo, pero lo que se sabe con certeza es que Fray Solano aprendió el Tonokoté, hablado por los indígenas en Santiago del Estero, el Guaraní y el Quechua, y que los indios lo consideraban un hechicero por su dominio de los distintos idiomas.

Misionero en Tucumán

Su obra en el Tucumán fue gigantesca, según los biógrafos del tiempo que hablan de miles de indios bautizados, aunque ya se sabe el valor figurativo de los números en tales crónicas. Es cierto que la primera preocupación de los Franciscanos era la de bautizar a los indígenas, pero lo hacían individualmente, conforme al aprovechamiento de la doctrina que cada uno mostraba. Prestaban especial atención a los niños, para los que había escuelas en todos los conventos. La vida del fraile misionero Fray Francisco fue toda ella caracterizada por una rígida ascesis y por un acendrado moralismo en algunos comportamientos, tal cual los describen los tratados de vida ascética comunes en la época.

Aquel rigorismo era en aquel entonces considerado necesario en un buen religioso o clérigo, sobre todo en una sociedad en la que, con relativa frecuencia, el comportamiento de encomenderos e incluso de algunos «doctrineros» era motivo de escándalo. Cuenta fray Diego de Córdoba y Salinas que el padre Solano, “…ordenó que, desde trecho de a cien pasos de su celdilla pobre donde se recogía, no pudiese pasar alguna india, ni llegase a hablarle, si no fuese en la iglesia, para confesarse o cosa necesaria; y si alguna pasaba la señalación, la hacía castigar con los fiscales de la doctrina, y con esta tregua se aseguraba de las astucias del enemigo”.

A San Francisco Solano se le conoce también como «el Taumaturgo del Nuevo Mundo», por la gran cantidad de prodigios y milagros que habría realizado. Los hagiógrafos abundan en este tipo de narraciones, sobre todo queriendo subrayar la santidad extraordinaria de un personaje; por ello el historiador se ve obligado a un cuidadoso examen crítico en este campo. Sin embargo esta abundancia demuestra una notable fama que tuvo que gozar de una correspondencia en los hechos constatados o transmitidos por una tradición viva.

Entre los muchos hechos extraordinarios de carácter milagroso que dicha hagiografía le atribuye, se pueden señalar algunos particularmente llamativos: En la ciudad de Trancas, cuando el pueblo originario comenzaba a abandonar la tierra debido a una larga sequía, Fray Francisco Solano clavó su bastón en la tierra e hizo brotar agua. El manantial, que se conoce como «el Pozo del Pescado», nunca se secó. Hoy en día se consideran sus aguas milagrosas y numerosos peregrinos las utilizan para bendecir sus casas y haciendas, e incluso para bañar en el propio manantial a enfermos.

Tucumán se convirtió muy pronto en el centro de la actividad itinerante de Solano. Fue nombrado Custodio de la Provincia franciscana de Tucumán. Su función evangelizadora la desempeñó sobre todo como «doctrinero de indios» en Socotonio y La Magdalena, y luego como superior de los franciscanos –custodio– en la mencionada región. Durante este período aumentó la fama de taumaturgo del fraile, difundiéndose su poder de intercesiones milagrosas y extendiéndose particularmente en el vasto –aunque poco poblado– territorio que había sido encomendado a los franciscanos.

Dicho territorio comprendía: San Miguel de Tucumán, Nuestra Señora de Talavera del Esteco, Córdoba de la Nueva Andalucía, Santiago del Estero y Lerma (Valle de Salta), pero la labor del misionero también se extendió a las regiones del Chaco paraguayo, y a los territorios limítrofes del actual Uruguay rioplatense. En efecto como «doctrinero», la labor evangelizadora de Fray Solano habría sido acompañada por abundantes hechos sobrenaturales como: Bilocación, perfume sobrenatural, levitación, resplandores sobrenaturales, conocimiento sobrenatural, éxtasis y milagros (entre los que destacan diez resurrecciones; tres de éstas en vida), que motivarían la conversión de muchos jefes indígenas y, como consecuencia, la cristianización masiva de los nativos del lugar.

Más allá de los numerosos eventos prodigiosos que se atribuyen a su intercesión, es de destacar la capacidad comunicativa del fraile misionero, quien, según sus biógrafos, llegaba a comunicarse en diversas lenguas y dialectos locales, pues tuvo una gran facilidad para aprender las lenguas nativas como el Tonokoté, hablado por los indígenas en Santiago del Estero, el Guaraní y el Quechua,  ayudado por la música de su rabel, un instrumento musical pastoril compuesto de tres cuerdas que se hace sonar con un arco, por lo que se asemeja al violín. 

Sobre los milagros atribuidos al Santo franciscano

Ya se ha referido a la fama de taumaturgo del santo fraile misionero. Fueron incontables los milagros que los autores de la época y los sucesivos le atribuyen y que pasarán también a las declaraciones procesuales para su canonización. Los hechos milagrosos ya habían sucedido en España: a un niño enfermo de peste bubónica –alguno habla de lepra-, le lamió las llagas y al día siguiente quedó curado. En otra ocasión, conmovido por la tristeza de una madre ante su niño muerto, oró a Dios pidiéndole que le devolviera la vida y el niño resucitó.

En América: en la ciudad de Trancas, clavó su bastón en la tierra e hizo brotar agua durante una terrible sequía; en San Miguel de Tucumán calmó a un toro bravo escapado de una lidia, el toro terminó por arrodillarse y lamerle las manos y se dejó conducir de regreso al corral. En la Nueva Rioja espantó plagas de langostas que se comían el trigo. También en La Rioja del Tucumán, salvó a la ciudad de ser arrasada por numerosos indios Diaguitas, conducidos por 45 caciques que, cansados de los abusos que los colonos españoles cometían contra ellos, se dispusieron a atacar y arrasar la ciudad.

Fray Francisco Solano salió a hablarles; los Diaguitas depusieron su actitud al escuchar sus palabras y muchos solicitaron ser bautizados, pero con la condición de no tener como autoridad a ningún alcalde español. Fray Francisco les propuso que la autoridad máxima del lugar fuera la imagen de un Niño Jesús Alcalde. Todos lo aceptaron y se hizo la paz. La entronización del Niño Dios como Alcalde, dio origen a la fiesta llamada «Tinkunaco», una de las más importantes del Tucumán, que se celebra el 31 de diciembre al mediodía, bajo el sol riojano, con la asistencia de numerosas autoridades e incontables fieles.

En otra ocasión, fray Francisco Solano volvía de la provincia de Tucumán con una tropa de carros cargada de madera para la iglesia que mandó edificar en Santiago del Estero. La tropa se detuvo al paso del Río Dulce, que, muy crecido en ese momento, bramaba como un torrente y arrastraba árboles y peñascos. Otras carretas aguardaban también detenidas. Aseguraban los carreteros que el paso del río era allí muy hondo. Se desataron los bueyes. Mientras bestias y personas tomaban un descanso, fray Francisco, apartado, oraba. Al rato, ordenó uncir los bueyes y continuar el viaje. Todos le miraron con asombro, pero obedecieron. Fray Solano montó en su mulita y encabezó la marcha. Al entrar en el río, levantó el cordón de su hábito, y la masa de agua se abrió dejándole paso. Como el Santo, con su gracejo andaluz, dijera en tono de broma: “- ahí tienen el río hondo…”. Desde entonces se llamó Río Hondo a esa parte del Río Dulce, así como a la población que se halla a sus orillas. También se cuenta que antes de poder cruzar el río y no teniendo que comer, fray Solano se puso a pescar y sacó tal cantidad de peces que alcanzó para todos.

También predijo terremotos. De su estancia en Lima destaca un sermón que predicó en la Plaza Mayor -el famoso sermón de Lima del 21 de diciembre de 1604-; conmovió tanto a toda la población que se dice que tuvieron que abrir esa noche todas las iglesias para atender la necesidad de oración y penitencia de los habitantes, se dijo “fue el más grande testimonio de conversiones que se haya visto en el Perú”; tanto alboroto causó el sermón que la Inquisición examinó el contenido de dicho sermón, sin encontrar algo contra le fe católica.

El capitán Cristóbal Barba de Alvarado da testimonio de que, viajando en funciones de teniente del Gobernador, con Fray Solano y una importante comitiva de españoles e indios, vinieron a encontrarse en peligro grave por la sed. El fraile le dijo: “Señor capitán, caven aquí. Al punto lo puso por obra el capitán. Cavó en la parte y lugar que Fray Francisco le había señalado. Y salió un golpe de agua con la cual bebieron todos los que se hallaron presentes, y las cabalgaduras y animales que traían”; y no fue la única vez que hizo esto según la tradición de sus «milagros». En Santiago del Estero se cuenta que guardan una cuerda de su rabel que les hace muchos «milagros», sobre todo a las señoras para tener un buen parto.

En el Perú colonial y barroco

Después de 8 años de labor evangelizadora en el Tucumán, sus superiores le ordenaron venir a la Provincia de los Doce Apóstoles, a la comunidad de Lima, en la que pasaría el resto de sus años. . Llegó como Guardián del nuevo Convento de La Recolección (Recoleta) de Santa María de los Ángeles, llamada de la Porciúncula, que fue el primer convento franciscano recoleto en Lima. Se trata de un nuevo giro de su vida: pasaba de haber desarrollado al máximo un carisma misionero-itinerante a una forma de vida sedentaria, teniendo que desarrollar otro tipo de carisma: el que exige la intensa vida comunitaria en el convento.

Entonces se llamaba Perú a todo el territorio español de América del Sur. Acabada la conquista del gran Imperio Incaico, que se extendía desde el sur de la actual Colombia hasta el norte de Chile y el noroeste de Argentina, los Misioneros de las distintas Órdenes religiosas iniciaron la evangelización de estos extensos territorios. En Perú la presencia de frailes misioneros, dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios y jesuitas, sin olvidar a clérigos seculares, en sucesivas llegadas y etapas, corre paralela con la de los conquistadores, desde Pizarro (1534) en adelante.

Desde Perú se extendió la evangelización por todos los territorios vecinos de los países y regiones actuales, como Chile, Bolivia y Tucumán. En tierras del Plata la evangelización floreció cuando a partir de 1547 se estableció por el Chaco el enlace con Perú. A fines del siglo XVI comienza el trabajo evangelizador en territorios del actual Paraguay y Uruguay. Ya muy pronto se comenzaron a celebrar en Perú sus primeros Concilios Provinciales y se dieron las primeras normas pastorales para la evangelización de los pueblos indígenas.

Con ese fin se instituyeron las llamadas «doctrinas» o parroquias de indios. Se publicaron los primeros catecismos. Un Concilio celebrado en Lima en 1567 hizo obligatorio para los Misioneros el aprendizaje de las lenguas indígenas. Sus obispos como Gerónimo de Loaysa y su sucesor Santo Toribio de Mogrovejo, recorrieron en incansables visitas pastorales, que duraban años, sus inmensas diócesis. En esta primera hora de la evangelización, estuvo en primera línea la Orden Franciscana con la figura de San Francisco Solano que trabajó en muchos de los territorios arriba mencionados.

Por todo ello se constata que la fisionomía evangelizadora del Perú a comienzos del siglo XVII se hallaba en plena efervescencia. En líneas generales, se distinguen dos grandes etapas en la evangelización franciscana en el Perú en el siglo XVI: la cristianización intensiva (1532-1551) y el período constitutivo (1551-1606). En el primer caso, que se abre con la llegada de los españoles al Perú, se buscó la masificación del cristianismo, la abolición del culto oficial incaico y la implantación de la jerarquía eclesiástica. En cambio, el objetivo primordial de la segunda etapa –delimitada por la convocatoria del primer Concilio Provincial Limense y la muerte de Toribio de Mogrovejo– fue la realización de una acción misionera uniforme y persistente, de la que las Órdenes religiosas serían las grandes protagonistas.

Por otra parte, A. Tibesar señala tres grandes períodos de la presencia inicial de los franciscanos en el Perú: En el primer período (1533-1548), la labor franciscana fuera de la ciudad fue escasa; básicamente, los misioneros se desplazaban de provincia en provincia instruyendo a los nativos. En el segundo período (1548-1570), las misiones empezaron a ser dotadas de conventos, a manera de centros de retiro, coordinación y solaz; durante este período los franciscanos asumieron por primera vez en el Perú algunas parroquias de indios o doctrinas. El último período (1570-1600) constituye un progreso en términos de dinamismo pastoral y claridad jurisdiccional; en éste, se precisa la función del fraile doctrinero, junto con la potestad y los límites de su trabajo pastoral y misionero.

A inicios del siglo XVII, la sociedad colonial limeña transpiraba religiosidad cristiana. El día a día del hombre común discurría bajo un compás litúrgico; eran las campanas las que marcaban sus horas, y éstas a su vez eran el eco fiel de sus propios sentimientos, amplificándolos con repiques o redobles: alegría o tristeza; fiesta o luto. Esta religiosidad popular no garantizaba la calidad de la vida moral, como sucede hoy en día en muchas sociedades confesionalmente cristianas. Fue esta sociedad colonial limeña y peruana donde se encuadra el último periodo del Fraile misionero.

Los últimos años de su vida en Trujillo y en Lima

A los 49 años de edad Fray Solano inició el viaje de vuelta a Lima, lento, y agotador, pues lo hizo de nuevo a pie y enfermo. El itinerario fue prácticamente el inverso al de su llegada al Tucumán. Pasó por Sucre y Potosí, La Paz, Copacabana, Cuzco, Ayacucho y finalmente Lima. Lima era la ciudad más floreciente de América del Sur, capital del Virreinato del Perú que alcanzaba desde Panamá hasta el Estrecho de Magallanes. También era sede del Arzobispado y de la Audiencia Real. Tenía muchos colegios, conventos y hospitales, así como la Universidad de San Marcos, la primera fundada en el Nuevo Mundo.

Lima era un gran mosaico de razas y categorías sociales. Predominaban los andaluces, pero también había portugueses y sefardíes, afro-americanos arrancados como esclavos de su África natal, indios de diversas etnias y mestizos. Una rica economía donde abundaba el oro y la planta como otros muchos productos – se acuño ya entonces la frase -“¡esto vale un Perú!”- hizo crecer los negocios mercantiles. Las mujeres rivalizaban en lujos y despilfarros, e incluso las esclavas o sirvientas vestían de seda y con joyas. Empezaron a proliferar los lugares de diversión y fiestas tales como tabernas, garitos, mancebías y corrales de comedias, siendo que éstos últimos estaban prohibidos en el reino de España desde el 2 de mayo de 1598. Se cuenta que Fray Francisco Solano solía entrar en dichos lugares predicando la vida ordenada y el volver los ojos hacia Dios.

La Lima de inicios del siglo XVII ha sido descrita como una ciudad barroca, moderna y sorprendente: “un espacio inhabitable de barro y ladrillos, compuesto por una multitud de personas capaces de realizar todo tipo de oficio y ritos”. Pues bien, como había sucedido en Tucumán, en la Ciudad de los Reyes la fama de santidad de Solano se extendería también en todos los ambientes sociales, debido al rigor que ejercía consigo mismo, a través de una vida de austeridad y penitencia, y a la caridad exquisita que demostraba hacia las demás personas.

Se podría suponer que su labor evangelizadora no fue diversa que la de los demás religiosos misioneros; al fraile misionero se le veía en las plazas públicas, en las escuelas, en las distintas comunidades y grupos sociales; pero, sobre todo, orando desde el convento, tratando de atraer a las almas a la Iglesia, llamada a ser no sólo el centro espiritual, sino también social, cultural e incluso económico. Los frailes supervisaron y a veces enseñaron en la escuela local, ayudaron a fundar hospitales y obrajes, y organizaron las sociedades religiosas de la comunidad.

La conversión del indio se llevó a cabo según un plan estrictamente supervisado, modelado en la vida conventual de los frailes, que ofrecían un proceso continuo de enseñanza del nativo en la vida cristiana. Al mismo tiempo, buscaban vestigios de la antigua religión tradicional, sobre todo en lo que podría ser considerado como restos de idolatría, o de cultos fácilmente sincretistas que descubiertos, se destruyeron. El paso de Solano por el “convento de los descalzos” se vio interrumpido un trienio cuando fue nombrado guardián (superior) del convento de la Encarnación de Trujillo.

En octubre de 1605, Fray Francisco Solano tuvo que pasar a la enfermería del convento de San Francisco de Lima. Postrado y gravemente enfermo del estómago, apenas si podía salir a predicar y a visitar a los enfermos. Procuraba asistir a la comida en el refectorio junto con los demás frailes, pero comía muy poco, tan sólo unas hierbas cocidas, debido a su avanzada edad. Además, seguía excediéndose en sus penitencias y no miraba por su delicada salud. Durante su última enfermedad, el santo fraile era poco más que un esqueleto viviente. Sin embargo su postración física, según los testigos de entonces, no le quitó su sencillez franciscana y su amor a la naturaleza.

Florecillas franciscanas y elogio del creado

La cándida alegría de Fray Francisco Solano y su gracejo andaluz, lo manifestaba incluso en los momentos más probados por la enfermedad. La fuerza de tal gozo era la llave que abría los corazones de criollos y de indios. Fray Solano, en aquel marco de vida tan inhóspito y confuso, como manifiestan aquellos testimonios, “no sólo lo llevaba todo con paciencia, sino con demostraciones de grandes júbilos en el paraje y despoblados donde se hallaban. Lo solemnizaba danzando y cantando cánticos en loor y alabanza de Cristo nuestro Señor y de la Santísima Virgen María”. Así dice fray Diego de Córdoba y Salinas, resumiendo los testimonios del proceso de beatificación.

Siguiendo la tradición franciscana, también en este santo franciscano se repiten muchas escenas de «Las Florecillas» de San Francisco de Asís, donde se narra que también cantaba muchas veces con júbilo al Señor, especialmente cuando estaba de camino o en el bosque, y a veces en francés, cuando estaba más alegre.

Fue en Trujillo cuando añadió a sus formidables aptitudes expresivas un elemental rabel, que llevaba consigo bajo el manto. Con él hacía grandes cortesías musicales ante el Santísimo, y ante cada uno de los altares de la iglesia. Estos conciertos devotos se prolongaban especialmente por las noches, cuando ya todos se habían retirado, en el coro.

Así como San Francisco de Asís, o como san Pedro Betancur (en Guatemala), que en la Navidad “perdía el juicio”, así Fray Solano en ese día fácilmente venía al éxtasis musical, como en la Navidad de 1602, cuando el provincial Otálora visitaba el convento trujillano y testimoniará: “Estando los religiosos regocijándose con el Nacimiento, cantando y haciendo otras cosas de regocijo, entró el padre Solano con su arquito y una cuerda en él, y un palito en la mano, con que tañía a modo de instrumento. Entró cantando al Nacimiento con tal espíritu y fervor, cantando coplas a lo divino al Niño, y danzaba y bailaba, que a todos puso admiración y enterneció de verle con tan fervoroso espíritu y devoción, que todos se enternecieron y edificaron grandísimamente”.

En la huerta del convento, acompañado de bandadas de pájaros que se iban cuando él se retiraba, hallaba también Fray Francisco Solano un marco perfecto para su amor. “Le decía [a su amigo Avendaño] que salía a aquella huerta para ver a Dios y aquellos árboles, hierbas y pájaros, de donde habría materia para alabar a Dios y amarle”. Muchos fueron los testigos asombrados de aquellas sinfonías espirituales de la huerta, que se producían ordinariamente.

El licenciado Francisco de Calancha pudo verlo una vez y quedó pasmado. “Esto, que no había visto vez alguna, y haber visto callar a los pájaros después que el padre volvió las espaldas, quedó sumamente asombrado y fuera de sí de ver tal maravilla. Díjole al religioso que estaba allí que le parecía sueño, y que apenas si creía lo que había visto. El religioso le respondió que cada día favorecía Dios a todos los religiosos de aquella casa con que viesen éstos y otros favores que Dios le hacía”.

Y otro cronista, fray Juan de Vergara, compañero suyo, narra que Fray Solano, a parte de la música, había mostrado siempre una especial amistad con los pajarillos. El cronista, cuenta de él que “…después de comer se iba a un montecillo que allí cerca estaba, desmigajando un pedazo de pan, que era el ordinario sustento que les llevaba. Llegábanse tantas aves sobre el siervo de Dios, que era cosa maravillosa, y estaban sobre su cabeza, hombros y manos hasta tanto que les echaba su bendición y entonces se iban”.

El final de un camino terreno de vida cristiana intensa

En 1604 fue de nuevo trasladado desde Trujillo a Lima; antes de volver a Lima, predijo que vendría una gran ruina sobre la ciudad de Trujillo y, a los 3 meses, Trujillo fue asolada por una pestilencia que mató a más de 800 personas, acompañada de un aguacero que desoló la ciudad y de una plaga de moscas y sabandijas.

Al regresar a Lima contaba 55 años. Ese mismo año, el día 21 de diciembre predicó un famoso sermón en la Plaza Mayor según los cánones más apocalípticos de la predicación penitencial del tiempo. Pidió que se arrepintieran y se encomendaran a Dios, que los terremotos y diluvios que se venían dando en Lima y ciudades cercanas se debían a sus pecados: “…si no hay arrepentimiento, si no hay penitencia, si no se pide clemencia, Lima se hundirá en su ruina moral, se hundirá espiritualmente”.

El efecto del sermón fue inmediato; durante toda esa noche las iglesias se abrieron; se expuso el Santísimo y se realizaron procesiones de penitencia, oraciones y promesas de buenas obras. La ciudad entró en aflicción y la gente, se dice en los Procesos, trataba de arreglar sus vidas con Dios. Se ha dicho que este fue el más grande testimonio de conversiones que se haya visto en el Perú. Fue tal la conmoción y alboroto que provocó su sermón en la población que el Arzobispo, el tribunal de la Inquisición y la Audiencia real, entre otros, pidieron se examinase el sermón.

En la audiencia examinadora, fray Francisco Solano expuso que estando en su cuarto en oración, pensando en qué predicaría ese día en la Plaza, su pensamiento se iluminó. Debía predicar lo dicho por el Apóstol Juan: “Que los vicios de la carne, la avaricia y vanidad habían de destruir al mundo y que siendo esto así: ¿Cómo Lima no estás destruida con tantas torpezas y carnalidad, tanta soberbia y vanidad, tanta avaricia y malos tratos? Mira que si no te arrepientes, si no te enmiendas, te ha de destruir Dios muy pronto y quizá será esta noche. Dios no quiere la muerte del pecador, sino la conversión y que salve su espíritu; y que esto había dicho porque se enmendasen y no porque hubiese tenido revelación Divina de que fuera a ser destruida la ciudad esa noche”.

Muerte y canonización

El último médico que le atendió en la enfermería del Convento de San Francisco de Lima fue Pedro Rodríguez, quien testificó que tenía debilidad en todo su cuerpo, que los continuos ayunos, las penitencias, la mala cama, le estaban descarnando y aumentaban sus fuertes dolencias de estómago.

Poco antes de morir escribió una carta dirigida a su hermana Inés, en Montilla (España) en la que le decía: “La gracia del Espíritu Santo sea siempre en su alma, hermana mía. No tengo otra plata ni oro que enviarle sino palabras, y no mías, sino de Jesucristo, que por eso me atrevo a escribirlas. Dice el dulcísimo Jesús por San Mateo: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia»; en este lugar es amar a Dios según lo declaran algunos doctores y santos, pues bienaventurada el alma que en esta vida padece hambre y desea hartarse en el Señor, encendiéndose en su amor. Si vuestra merced, hermana mía, quiere ser dichosa y bienaventurada en esta vida y en la otra, tenga hambre y sed de servir a Dios, de amarle, poseerle y gozarle; quiera y ame a tan buen Dios de todo corazón, de toda su alma y con todas sus fuerzas. …y ofrézcale en sacrificio todos los trabajos, pobrezas y necesidades que padece, con hambre y sed de gozar de aquellas riquezas, delicias y regalos del Cielo, que es el centro de nuestro descanso... A todos mis sobrinos dará mis recomendaciones, encargándoles de mi parte sirvan a Dios y no le ofendan”.

Desde el 6 de junio de 1610 ya no abandonó su lecho de enfermo. El padre guardián fray Pinedo, declaró que era admirable ver cómo pasaba tantos días sin comer; sufría de mucho frío; se le abrigaba bastante; padecía de debilidad, de los dolores estomacales y de calambres en las piernas. A pesar de todos esos males, su rostro permanecía alegre y manifestaba estar contento con la voluntad de Dios. Decía que Dios le había quitado todas las fuerzas del cuerpo para que no le pudiera ofender, y se hacía leer textos que le llenaran de gozo y paz interior.

El 14 de julio de 1610, memoria del santo doctor franciscano Buenaventura, las cuerdas del rabel del músico de Montilla dejaban de sonar. Ese mismo día y a la misma hora se produjo un toque de campanas en el convento de Loreto, en Sevilla, donde había estudiado Filosofía. Sin embargo, la melodía de Fray Francisco Solano continuaría propagándose para encandilar los territorios de los Andes.

Sus biógrafos presentan su entierro, el 15 de julio de 1610, como un evento que congregó a la Lima de entonces, desde el virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero (tercer arzobispo de Lima, 1609-1622) y a toda la población en masa. La gente ya lo canonizó aquel día, tratando de recortarse una reliquia del buen fraile, trozos de su hábito que tuvieron que reponer cinco veces, y hasta el exagerado fervor religioso que llevó a alguien a cortarle un dedo y llevarse un diente del cadáver.

Se le dio sepultura en el presbiterio de la Catedral de Lima. Ese mismo día, antes del entierro se realizaron dos retratos, en lienzo, del Santo, los pintores fueron, Juan de Aguayo y el capitán Pedro Coelho, natural de Madrid, que conocía a Fray Solano desde hacía años. Como por las prisas ninguno de los dos retratos quedó bien, el Virrey, habiendo transcurrido unas horas del funeral, mandó que se abriera la sepultura y que los mismos pintores realizaran dos nuevos retratos del cadáver. Un grupo de frailes franciscanos daba luz con hachones encendidos, se desenterró el cuerpo que no había sufrido nada de corrupción y no tenía nada de mal olor y parecía como dormido. La orden era pintar sólo el rostro y las manos. Una vez realizado el trabajo, lo volvieron a enterrar.

Procesos de Canonización

El «Apóstol de Argentina y Perú» encarnó ya ante la gente andina de su tiempo los ideales de la caridad y la pobreza franciscanas. Por ello, se quiso abrir inmediatamente en Lima su proceso de canonización, a pocos días de su muerte, reuniendo tanto en la llamada Ciudad de los Reyes, como en otros lugares del mundo andino peruano, en Tucumán y luego en la lejana España, un considerable número de testigos. De lo que documentalmente tenemos constancia es que, apenas llegó la noticia de su muerte a Europa, el Comisario General de la Orden franciscana, Fray Diego de Altamira, solicitó a la Congregación de Ritos de la Santa Sede (el entonces organismo curial encargado de las investigaciones de las Causas de Canonización) la introducción de la Causa. Ya entonces en 1611 y 1612 fueron construidos los Procesos ordinarios, que se llamaban «compulsoriales» . Su beatificación fue solicitada por los reyes de España Felipe III y Felipe IV y por numerosas ciudades, tanto americanas como españolas, pero debido a las severas normas promulgadas por el Papa Urbano VIII, no sería beatificado sino hasta el 25 de enero de 1675. De hecho ya era venerado en innumerables iglesias y reconocido como Patrono de numerosas localidades americanas y benefactor de su ciudad natal. Esta devoción creciente demostraba la persistente y creciente fama de santidad existente. El Papa Urbano VIII, precisamente para responder a las múltiples controversias levantadas en campo protestante contra la veneración de los santos, y los frecuentes abusos que en el campo católico se habían dado ya desde la baja Edad Media, había reservado en exclusiva para la Santa Sede las decisiones en el campo de las canonizaciones, estableciendo aquellas normas que perduran sustancialmente hasta el día de hoy, y fomentando rigurosamente los estudios históricos hagiográficos en un tiempo, como en el Barroco, cuando las biografías de los santos y su culto caían con frecuencia en fáciles milagrerías y abusos contrarios a una sana tradición de la veneración dada a los mártires y a los santos. Debido tanto a las indiscreciones del fervor popular, como a la falta de cuidado de algunos obispos en averiguar a fondo las vidas de aquellos que permitían fuesen honrados como santos, Urbano VIII quiso poner orden en esta clase de cultos abusivos o no bien fundados. En este contexto preciso hay que entender las restricciones y la severidad aplicada también al caso de Fray Francisco Solano, cuyo culto se había extendido al margen de las disposiciones canónicas pontificias del tiempo, las cuales velaban de manera especial para evitar las exageraciones hagiográficas, así como la difusión indebida del culto y de las reliquias. Por ello fray Pedro Arauz, Calificador del Santo Oficio y Ministro Provincial de la Provincia de los Doce Apóstoles del Perú, dicta una patente de no culto desde el Convento de Jesús de Lima, el 13 de noviembre de 1659, por la que ordena: “se quite y hagan quitar de las Iglesias las imágenes o pinturas que por devoción se haya hecho del Santo Varón fray Francisco Solano y que se cumpla este mandato”. Pero la veneración popular a Fray Francisco Solano crecía por todos los lugares y se hablaba de nuevos milagros, curaciones y gracias recibidas que se atribuían al Santo, en una época muy propicia a difundir tal religiosidad. La beatificación era precisamente un paso necesario para la canonización, y restringía el culto a lugares especialmente reconocidos como unidos a la vida y fama de santidad del nuevo beato reconocido. El Papa Benedicto XIII lo canonizará el 27 de diciembre de 1726. Parte de sus reliquias se venerarán en la iglesia del convento de San Francisco de Lima, ciudad de la que es co-patrono, pero fueron en parte robadas. Su memoria fue fijada por el Papa Benedicto XIII para el día 14 de julio, pero como coincidía con la festividad de San Buenaventura, el Papa Benedicto XIV la pasó al día 24. San Pío X, en el año 1913, nuevamente la trasladó al día 14. Debido a esto, en diversas diócesis y en la gran familia franciscana es celebrado el 13, el 21 o el 24 de julio. En Montilla (España), lugar del nacimiento del Santo, en 1773 le fue dedicada la nueva iglesia parroquial construida en el lugar ocupado por su casa paterna. La Lima de la época de San Francisco Solano fue una Lima de Santos particularmente significativos: Santa Rosa de Lima, oblata dominica, patrona de América Latina, junto con la Virgen de Guadalupe (que lo es de todo el Continente y de las Filipinas); San Martín de Porres, dominico, San Juan Macías, dominico, y del gran arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de todo el episcopado latinoamericano. Las reliquias de estos santos se veneran en el Convento de Santo Domingo de la Ciudad de Lima, en el Convento de San Francisco (las de San Francisco Solano) y en la Catedral (Santo Toribio de Mogrovejo).

San Francisco Solano es Patrono de los Terremotos, de los Navegantes, de la Mar del Sur, de la Unión de Misioneros Franciscanos, y del Folclore Argentino. También es Patrono de Montilla (España) y de numerosas ciudades americanas como Lima, La Habana, Panamá, Cartagena de Indias, La Plata, Ayacucho y Santiago de Chile, entre otras.


Una vida entre dos Mundos

La vida de Francisco Solano transcurrió, pues, entre dos «Mundos» y entre dos siglos de descubrimientos y cambios. En la primera etapa de la vida de Solano se destaca su infancia en Montilla: la paz de su ciudad natal y su cálido ambiente familiar; los signos persistentes de una vocación religiosa que abrazará recién a los veinte años; las etapas iniciales de su vida franciscana y sus primeras funciones de responsabilidad dentro de la Orden.

En la segunda etapa, los biógrafos de Solano muestran cómo sus deseos de martirio son sublimados y convertidos en un celo ardiente por la salvación de las almas. Su acción misionera es acompañada por hechos extraordinarios acaecidos durante sus itinerarios constantes en territorios que hoy ocupan cinco países de Sudamérica. En su paso por Tucumán (actual Argentina) y derredores afloran sus dotes taumatúrgicas y su alta capacidad comunicativa. Su establecimiento definitivo en Lima sería el epílogo de una vida de caridad sin límites, hasta su muerte en olor de santidad. Sus atributos iconográficos son la cruz, elevada en alto, y el violín o rabel, precursor del violín, símbolos armoniosos de una vida por una parte de rígida austeridad, y por otra de gozo acogedor; espíritu penitencial y música perenne; soledad contemplativa y celo evangelizador. Tocaba también la flauta pastoril, instrumentos musicales que usaba para entonar salmos, himnos y los cantos a la Virgen, y en la evangelización de los pueblos indígenas. Cantaba y danzaba para honrar y alabar a Dios, a la Virgen y a los Santos. Cantaba coplas de amor al Divino Niño Jesús, sobre todo en la Navidad, e invitaba todos los frailes a cantar.

Sus excesivas penitencias y su espíritu de oración no le impedían ser alegre con los demás. Francisco Solano fue el Santo de la alegría y de la caridad. Acudía siempre a servir a los pobres y necesitados, hacía de enfermero, les llevaba medicamentos, les confesaba, les repartía las cosas que obtenía mediante limosna, les pedía que volvieran sus ojos a Dios y les ayudaba a bien morir. Sus principales armas fueron un rabel y una cruz que alzaba con su mano al predicar.

La muerte de Solano marcó a la sociedad limeña del tiempo. Pronto se multiplicaron los milagros atribuidos a su intercesión. La orden franciscana podía proponer a ambos Mundos la vida irreprochable de un representante eximio de la América Hispánica. Sin restar mérito alguno al fraile andaluz, es probable que nos encontremos frente a una «construcción» hagiográfica cuya lógica subyacente pudo haber sido la siguiente: Si América es «buena», bien podría ofrecer a la humanidad el testimonio de un nuevo Francisco de Asís, un «alter Franciscus» (Otro Francisco). La bondad del Nuevo Mundo quedaría demostrada a través de su capacidad para generar frutos de santidad. El árbol franciscano podría ser trasplantado sin reparos en suelo americano, echar raíces y seguir dando frutos, de los buenos.

La historia curiosa de una reliquia suya en España

Al estallar la Guerra Civil en España (1936-1939), y para proteger las obras de arte relacionadas con el culto religioso de los ataques destructores de grupos anarquistas, marxistas y anticlericales, el Gobierno Republicano puso en marcha una Junta de Incautación a fin de salvar el patrimonio artístico de España. Con todas estas obras se creó el Tesoro Artístico Nacional que viajó, en cajas, junto al Gobierno de la República, desde Madrid a Valencia, desde aquí a la frontera con Francia y finalmente, en febrero de 1939, a Ginebra (Suiza), donde fueron depositadas en el Palacio de las Naciones.

En el archivo de la Iglesia Parroquial de La Puebla de Castro (España) se conserva un acta del 27 de noviembre de 1937, por el que una delegación de la Junta Central del Tesoro Artístico, recibe del concejo municipal de La Puebla de Castro varios objetos preciosos de culto, entre los que se encuentran los preciosos relicarios con los huesos de San Francisco Solano y de Santa Rosa de Lima.

Un primer inventario de aquellos objetos y relicarios se realizó al llegar a Ginebra con las anotaciones manuscritas del experto Neil MacLaren, Director de la National Gallery de Londres; en dichas anotaciones y en posteriores atestados, aparecen citados, entre otros, los objetos evacuados de La Puebla de Castro. Durante los meses de mayo y junio de 1939, las cajas del Tesoro Artístico Nacional regresaron a España. La Puebla de Castro recuperó el hueso de San Francisco Solano. En la actualidad dicho relicario que contiene el hueso cúbito del antebrazo del llamado Apóstol de Suramérica, San Francisco Solano, se guarda en el Joyero-Museo de la Iglesia Parroquial de Santa Bárbara de La Puebla de Castro (Huesca, Aragón).


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