Diferencia entre revisiones de «APARECIDA: Cristología de la vida (III)»
(→NOTAS) |
|||
Línea 60: | Línea 60: | ||
* Se agradece la colaboración de los Profesores de la Universidad Urbaniana M. Gronchi, J. Pirc, F. González F. | * Se agradece la colaboración de los Profesores de la Universidad Urbaniana M. Gronchi, J. Pirc, F. González F. | ||
+ | |||
+ | <references/> |
Revisión del 19:55 1 ago 2020
Algunos preliminares sobre Jesucristo: El Jesús histórico es el Cristo de la Fe
La totalidad del Documento surgido de la V Conferencia General del CELAM celebrada en Aparecida en 2007, evidencia la gran importancia del discurso cristológico, en el contexto de un Continente que se debate entre grandes signos de fe y esperanza, que impulsan hacia la construcción de una nueva sociedad, a la vez que entre signos de muerte y destrucción, los cuales amenazan la vida misma de los seres humanos que habitan en esta parte del mundo.[1]
En las actuales circunstancias, gracias a la acción renovadora del Espíritu Santo, por medio de la Iglesia, Latinoamérica se prepara a vivir una nueva etapa en su historia de evangelización: a través de una «Misión continental».[2]
El Documento Conclusivo de Aparecida (DCA) proclama a Jesús como el Cristo a partir de su resurrección, de tal manera que posibilita un discurso de la «vida nueva» a partir de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Bajo la categoría de «Vida plena» otorgada por Jesucristo, el DCA se refiere a la restitución de las condiciones de vida digna y plena de los que sufren en Latinoamérica y el Caribe, bajo los signos de muerte.
Al resaltar la confesión de Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre,[3]el DCA, enfatiza sobre la posibilidad de la «vida nueva»[4]para toda la humanidad. De esta manera el DCA, presenta la «Buena Nueva» de Jesucristo, que afirma y promueve la vida, sin dejar de lado ninguna de las dimensiones humanas,[5]el DCA, concede a la categoría «vida», especiales connotaciones, al hacer referencia a la misma, como don y como tarea, como gracia y como compromiso de construcción de una sociedad más justa y solidaria en donde la Iglesia está llamada a ser, “sacramento de comunión de los pueblos”.[6]
Por otra parte, es importante resaltar el contexto de una cristología trinitaria en las afirmaciones que hace el DCA. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, permite al ser humano, superar el egoísmo para encontrarse plenamente con el otro, a través del servicio.[7]A su vez, el DCA, hace énfasis en la categoría de «encuentro personal» con Jesucristo;[8]se trata de recuperar el sentido de comunión que posee la vida del discípulo misionero, que es invitado por Dios mismo al encuentro y adhesión personal al Hijo, enviado en la plenitud de los tiempos, acompañado de la fuerza del Espíritu Santo. Esta adhesión, le permite, al discípulo misionero, superar los errores y debilidades humanas, para entrar en la dinámica de la comunicación generosa, a ejemplo del amor trinitario.[9]
El DCA, concede especial importancia al encuentro con Jesucristo como acontecimiento y como persona, dando de esta forma un contexto vital a la experiencia entre Él y el discípulo que le sigue cuando escucha su llamada personal.[10]Esta importancia que concede el DCA al encuentro personal con Jesucristo guarda perfecta consonancia con la Doctrina de la Iglesia, para quien el encuentro es el momento culminante en donde se inicia un camino de conversión que hace de quien escucha y sigue la llamada, un auténtico discípulo.
Si se concibe este encuentro personal como «acontecimiento», siempre existe la posibilidad para el discípulo de abrirse a la experiencia con Jesucristo de manera dinámica, de tal forma que su seguimiento se transforma en un constante responder al llamado a la vida nueva en Él, que hace Dios al hombre, a través de la misma historia.
Desde la categoría «vida» acentuada por el DCA, la cristología, adquiere vitalidad en el sentido teológico e histórico. Se trata de abrir caminos de reflexión, diálogo y de interacción entre fe-vida, entre palabra-realidad y entre encuentro-seguimiento, partiendo desde Jesucristo y teniendo presente la realidad del pueblo latinoamericano y caribeño actual, que se debate entre signos de vida y muerte, y para el cual la fe en Jesucristo, sigue siendo sustancialmente significativa.
La Cristología se constituye, sin lugar a dudas, en el eje central y el punto cardinal de toda la teología dogmática y de todo tratado teológico sistemático en la actualidad. Al referirse a la totalidad del acontecimiento de Jesucristo, su ser, actividad y esencia, no es un simplemente un tratado acerca del «logos» preexistente; al contrario, la cristología actual recupera el estudio sobre Jesús de Nazaret, desde las más plurales disciplinas y desde diversas ópticas y posiciones teológicas. No cabe duda que Jesús de Nazaret marcó notablemente el paso de la historia desde su nacimiento hasta la época presente y de una manera u otra toda, como personaje histórico, sigue despertando el interés por el estudio y reflexión sobre su existencia, su obra y su mensaje de salvación, la cual, hasta hoy en día, sigue trascendiendo el espacio y el tiempo, aún desde fuera del contexto cristiano.
Desde la óptica actual, la cristología ha recuperado tres dimensiones de capital importancia para continuar su labor teológica: la dimensión trinitaria, la dimensión histórica y la dimensión pascual. Estas tres dimensiones, ayudan a que el discurso cristológico de hoy, apunte a ser integral, abriéndose al diálogo con el hombre moderno, con la misma ciencia y con la misión de la Iglesia (Cfr. Jn 20, 21-23). Particularmente, la continuidad de la misión redentora del Jesús de la historia y del Cristo de la fe en la historia misma, indican que, de manera especial, la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II, ha impulsado, desde una fuerte conciencia antropológica y eclesial, el estudio de la cristología.
Es así como la cristología hoy por hoy, no es un estudio de Jesucristo hecho de manera aislada, sino que partiendo del dato de la revelación de Dios como plenitud encarnada en la historia humana, reflexiona sobre los presupuestos y la estructura interna de la fe en Jesús como el Cristo resucitado, fundamento y convicción para la Iglesia, de que Dios ha llevado a cabo escatológica e históricamente en Jesús de Nazaret, su voluntad de salvación universal: Él, no solamente es la plenitud de la salvación, sino que también es la plenitud de la revelación de Dios hecha al hombre.
El Concilio Vaticano II centró su atención en la persona de Jesucristo, así como en el tema de la Iglesia. Los fundamentos bíblicos sobre Jesucristo, desde la inteligencia de la fe, de la relevancia soteriológica del mensaje sobre el Hijo de Dios, de su centralidad para la exacta comprensión de todos los otros aspectos de la teología y de la vivencia cristiana, son algunas características que se pueden ver a lo largo de los documentos del mismo Concilio.
Este cuidado y atención que debe tenerse a la hora de hablar de la persona de Jesucristo, tanto si se utiliza el método histórico-crítico, el hermenéutico, así como el fenomenológico o el método de exégesis canónica, de reciente data, debe estar acompañado, como lo recuerda Benedicto XVI en su obra «Jesús de Nazaret», por la tradición viva de toda la Iglesia, las analogías de la fe y las correlaciones internas de la misma fe (Cfr. Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 12).
“Ciertamente la hermenéutica cristológica, que ve en Cristo Jesús la clave de todo el conjunto y, a partir de Él, aprende a entender la Biblia como unidad, presupone una decisión de fe y no puede surgir del mero método histórico. Pero esta decisión de fe tiene su razón, una razón histórica, y permite ver la unidad interna de la Escritura y entender de un modo nuevo los diversos tramos de su camino sin quitarles su originalidad histórica”.
La categoría «vida» constituye uno de los aspectos fundamentales del Misterio de Jesucristo. Al contextualizarla en Jesucristo, como acontecimiento de “vida en abundancia” (Cfr. Jn 10,10) y de revelación plena de Dios en la historia del ser humano, se hace importante ubicar el significado y la importancia que tiene el mismo término «vida», desde las fuentes bíblicas y las tradiciones cercanas a la misma.
En el DCA se recorre el camino de exposición y fundamentación teológica del término vida en el Antiguo Testamento.; en el Nuevo, con amplias referencias sobre todo al Evangelio según San Juan. Se explica a la luz de estos textos cómo Jesucristo es la vida nueva en el amor. Se hace una lectura de la «vida nueva» en Jesucristo en el discurso teológico actual. Se centra el tema de la resurrección de Jesucristo como vida plena en el Nuevo Testamento. Tras estos fundamentos ve las implicaciones de la vida resucitada en Jesucristo para el discípulo misionero hoy, en el caso concreto de las situaciones presentes del Continente Latinoamericano.
Implicaciones de la Vida Resucitada en Jesucristo para sus discípulos y misioneros. Aplicaciones al mundo actual de América Latina Múltiples son las implicaciones que tiene la resurrección de Jesucristo, como acontecimiento histórico, soteriológico, escatológico y eclesial. La vida del discípulo, leída desde la resurrección de Jesucristo, se configura como un «talento» que debe dar fruto generosamente y no como un tesoro que se custodia con egoísmo; ella misma, ha sido creada como un don que se comparte con alegría y se entrega con generosidad. Desde la misma resurrección de Jesucristo, la vida del creyente cobra un nuevo dinamismo, aún en medio de una sociedad y una cultura moderna que, muchas veces, se vanagloria de ser desacralizada.
Este reencontrar el auténtico rostro de Dios, en un mundo desacralizado, implica que el discurso sobre la resurrección se verifica en Jesucristo, pero llega al hombre concreto a través de la mediación de una comunidad real y visible: la Iglesia. Así pues, la misma comunidad eclesial se convierte en el espacio propicio, para vivir y experimentar a Jesucristo resucitado; de esta forma, la nueva vida del cristiano que ha nacido del agua y del espíritu, entra en la dinámica de la resurrección del Hijo de Dios.
La vida del cristiano que ha resucitado en Jesucristo, es vida que busca y promueve la recuperación y la salvación de todos los hombres; es vida que va en busca de todos los que están perdidos y se preocupa de no causar daño a ninguna vida a su alrededor. Esto, de igual manera, implica comprometer la propia vida del discípulo de Jesucristo, en la construcción de un mundo más digno y humano, siendo como la semilla que germina y da fruto, aún en terrenos áridos.
La tarea de llevar a todos aquellos que sufren los rigores de la violencia, el dolor y el sufrimiento, a una vida más digna según Jesucristo, implica una mayor conciencia de la importancia de la resurrección, en la vida de fe de los creyentes: gracias a la fuerza de la misma resurrección, son invitados los creyentes, a una vida nueva en Jesucristo. Un ejemplo claro, a nivel de las Sagradas Escrituras, es la experiencia de los discípulos con el Maestro en el camino de Emaús (Lc 24,15-21), la cual refleja los efectos que causa en los mismos, el encuentro con el resucitado: después de partir el pan, sufren una transformación total, al saber que aquel desconocido, con el que han hablado, es precisamente el mismo Jesucristo, y creen, que ha resucitado realmente. De esta manera, ya no sólo tenían la fe en la persona con la que han compartido, sino que, mediante la experiencia real y directa con el maestro, están preparados para dar testimonio de Jesucristo resucitado.
El mismo bautismo es una experiencia de transformación del creyente, pues mediante la gracia sacramental se puede resucitar en Él y por Él, a una nueva experiencia de vida. Este es el signo más evidente de que la vida verdadera comienza desde Dios nuevamente. El gesto nace de Dios, y el cristiano renace por medio del agua y del espíritu de Dios, a una nueva vida en Jesucristo y por Jesucristo.
La resurrección implica para el discípulo de Jesucristo, vivir para el amor y el servicio hacia los demás (Rom 13,8-10; 14,1ss). Es una vida, que se construye y se realiza en la tensión dialéctica del ya pero todavía no (Gál 5,25): ya está aquí pero todavía no se ha manifestado del todo, es una realidad pero al mismo tiempo es algo futuro (Col 3,3). Es una vida que hace presente, de manera permanente, el Reino de Dios en medio del mundo, a la vez que espera su plenitud, de aquí la imagen de la vida futura junto a Dios: Él habitará con ellos, enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte, ni luto ni llanto ni dolor, pues la vida antigua ha pasado (Ap. 21,3ss).
En la sociedad latinoamericana y caribeña actual, el discípulo que sigue a Jesucristo muchas veces encuentra que su capacidad casi infinita de dar vida y crear vida a su alrededor, contrasta con la creciente incapacidad de muchas situaciones y personas, que poco captan o valoran el sentido de la misma: los asesinatos en conflictos armados, las muertes crueles y sin sentido de personas inocentes, el hambre y la miseria, hacen que para numerosos seres humanos, la experiencia de la muerte se convierta en la experiencia dominante de su vida, provocando así paradójicamente, con una profundidad enorme, una crisis radical en la concepción y el sentido que posee la misma vida. Algunos pensadores incluso llegan a afirmar que cada día se sabe más de la vida, pero a la vez se sabe menos de cómo vivirla dignamente.
Así mismo, la inseguridad, la desorientación, la apatía y la mediocridad, con demasiada frecuencia, hacen que muchas personas renuncien a las exigencias de una vida plena y de calidad, ya sea por medio de un distanciamiento de los problemas del hombre moderno, llevando una vida autosuficiente y egoísta, o por medio de un huir del compromiso de construir un mundo más humano. Ante estas situaciones, urge con mayor fuerza, recuperar el mensaje cristiano de la vida como un don del amor de Dios, y como un compromiso con los demás, a ejemplo de Jesucristo, quien, al asumir su propia vida afirma la vida en plenitud, restituyéndola a su rango original en su ser y en su propia obra.
La resurrección de Jesucristo, leída desde la realidad contemporánea, indica que el discípulo seguidor del mensaje evangélico, desde su testimonio cotidiano, necesita un acto consciente de fe para aceptar la propia vida y la de los demás como experiencia de gratuidad y de amor. A través de su participación e intervención en pro de la verdadera vida, el discípulo debe comprometerse con la realización de proyectos de vida más dignos y humanos, especialmente dirigidos a los más pobres y necesitados; a su vez, debe aceptar el reto de asumir, con creatividad, el sentido de la vida misma de manera integral: histórica, social, corporal y espiritualmente.
La afirmación de la vida nueva en Jesucristo invita al discípulo a la solidaridad, y a la atención de las exigencias cotidianas en un mundo que se debate entre signos de muerte y destrucción y en donde, de muchas maneras, se niega la vida, en sus distintas manifestaciones. La resurrección de Jesucristo, implica para el discípulo misionero hoy en Latinoamérica y el Caribe, hacer de nuevo la opción por aquellos que están al margen de ella o sienten en su carne, amenazada su dignidad humana y su propia vida.
Así lo expresa el cardenal J. Urosa: “Estamos obligados a trabajar con decisión, con intensidad, con ardor para que nuestros hermanos pobres, enfermos, presos, excluidos y marginados o disminuidos en cualquier aspecto de su existencia, tengan una vida mejor, y sientan cerca, en su corazón, junto con nuestra mano amiga, la mano amorosa de Cristo”. Al hacer esta opción por la vida, en la persona de todos aquellos que sufren los signos de muerte, la resurrección de Jesús impulsa en los discípulos misioneros el ardor por construir una Iglesia viva.
NOTAS
- Se agradece la colaboración de los Profesores de la Universidad Urbaniana M. Gronchi, J. Pirc, F. González F.
- ↑ Cfr. APARECIDA, Documento conclusivo, Ediciones Paulinas, Bogotá 2007. No. 5. 8.
- ↑ Ibidem, No. 551. 247.
- ↑ Ibidem, No. 102. 61.
- ↑ Ibidem, No. 102, 62.
- ↑ Ibidem, No. 106. 63.
- ↑ Ibidem, No. 524. 236.
- ↑ Ibidem, No. 240. 115.
- ↑ El encuentro personal con Jesucristo, es la meta final de todo el camino que recorre el creyente dentro del seno de la Iglesia. Dicho encuentro es sinónimo de la experiencia Dios, en la misma realidad concreta de toda persona humana en cualquier situación o circunstancia en que se encuentre. En tal sentido la realidad es siempre positiva. Una novedad cristológica reconocida en el DCA es el énfasis que hace el mismo documento, en la categoría “encuentro” a la hora de hablar de la relación de Jesucristo con el discípulo misionero. Cfr. APARECIDA, Documento conclusivo, Nos. 11, 14, 29, 95, 99, 167, 226a, 240, 248, 249, 251, 254, 257, 273, 278a, 289, 312, 319, 336, 343 y 446c.
- ↑ Ibidem, No. 109. 64.
- ↑ Se trata de un encuentro de fe con la persona de Jesús (Jn 1, 35-39), recordando así, la experiencia de los primeros discípulos que como Juan y Andrés (Jn 1, 38) son invitados a ir y ver dónde vive el maestro, quedándose finalmente con Él (Jn 1, 39).