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Prólogo Las misiones jesuitas de la Sierra de Nayarit representan la última obra fundacional, y la de más breve permanencia de la Compañía de Jesús en la Nueva España. Con la toma del sitio llamado «La Mesa del Tonati», en 1722, se conquista el único reducto que permanecía fuera de todo control, tanto religioso como político y militar. Con ello se inicia la obra misional de los jesuitas en esa indómita serranía, que se vio truncada en 1767 tras la abrupta expulsión de los jesuitas de todos los territorios del Imperio Español.
Presentamos los orígenes, fundación y desarrollo de la obra material construida por los misioneros de la Compañía de Jesús en la provincia de San Joseph de Toledo del Gran Nayar, incluyendo la arquitectónica y la de los bienes decorativos y artísticos que tuvieron sus recintos; es decir, sus retablos, la pintura, la escultura y los ornamentos. Se parte para ello de la enumeración de bienes que se llevó a cabo en 1768, a raíz de la expulsión de los jesuitas, y se compara, en algunos casos, con inventarios que se habían hecho en 1753.
Al analizar la arquitectura de esas regiones serranas encontraremos que hay diferencias muy grandes en cuanto a calidad en relación con otras regiones de misiones jesuitas. Por otro lado, las misiones nayaritas se hicieron ya avanzado el siglo XVIII, tomando en cuenta que fueron las últimas fundaciones misionales efectuadas por la Compañía que tuvieron bajo su custodia entre 1722 y 1767, periodo breve en el que fundaron pequeños pueblos y misiones, concentraron a los dispersos nayaritas, sedentarizaron y evangelizaron en siete u ocho misiones, tres pueblos de visita; obra de no más de siete u ocho «obreros evangélicos».
Observar los materiales empleados en cada tipo de construcción devela las enormes dificultades con las que se toparon los misioneros y la carencia de materiales adecuados para edificar. Pero, paradójicamente, al mismo tiempo sorprende encontrar retablos tallados en piedra y saber que los hubo en madera. Del patrimonio ornamental, que debieron haber tenido, quedan tan sólo algunas constancias. Por fuentes escritas se conoce la existencia de algunas pinturas y de un considerable número de esculturas de talla en madera, de utensilios de plata y de ornamentos textiles para las celebraciones litúrgicas. Las misiones de la sierra del Nayar Al iniciar el siglo XVIII, toda tentativa de penetración de tropas y misioneros en el Nayar había fracasado. Por ello fue que Felipe V dispuso en Cédula Real del 31 de julio de 1709 que se hicieran nuevos intentos. Como las sublevaciones no cesaban se llevaron a cabo acciones más rigurosas, a principios de 1722. Fue así que con la toma y destrucción del estratégico sitio llamado «La Mesa del Tonati» se cerró el capítulo de la «conquista» del Nayar, a la que Jean Meyer nombra «reducción», como fue conocida en su momento. Fue entonces cuando llegaron los padres de la Compañía de Jesús, por petición expresa de los indios coras, a fundar los primeros pueblos y misiones. Inicialmente fue el de La Mesa del Tonati, el que se puso bajo la advocación de la Santísima Trinidad; luego el de Quaimaruzi, que quedó bajo la de Santa Teresa de Jesús; luego los de Santa Gertrudis, Dolores, Jesús, María y José, Nuestra Señora del Rosario, San Juan Peyotán, San Pedro Iscatán y San Ignacio Guainamota. Estas fundaciones estuvieron regidas por medio de dos instituciones virreinales: la misión y el presidio, medios ya probados en las misiones jesuitas de Baja California, Sonora y Sinaloa. Así, en todos los pueblos mencionados del Nayar se fundó una misión y fueron establecidos tres presidios, aunque hubo en algún momento, en cinco sitios: primero fue el llamado real de San Francisco Xavier de Valero, además de los de San Ignacio Guainamota, San Salvador el Verde, Santa Gertrudis y San Pedro Iscatán, siempre con la presencia militar para asegurar y defender el trabajo misional.
Las fuentes escritas sobre las misiones del Nayar
La obra material y espiritual de las misiones quedó inconclusa tras la expulsión de los jesuitas; a pesar de ello, hay constancias en diversos escritos de la época, que ahora son testimonios únicos, del trabajo realizado en esa región. A través de ellos podemos conocer cómo se fundaron las misiones, cómo fueron las primeras edificaciones y los modestos avances arquitectónicos. También mediante esos escritos es posible revisar el estado material en el que estaban las misiones cuando fueron recibidas por la orden franciscana en 1768.
El jesuita Joseph de Ortega, tlaxcalteca formado en el noviciado de Tepotzotlán, aporta datos valiosos en su obra «Maravillosa reducción y conquista de la Provincia de San Joseph del Gran Nayar, Nuevo Reino de Toledo», con la que se convierte en el cronista de la obra misional en la sierra de Nayarit. Además de la información que vuelca en diversas cartas que dirige al padre provincial (el 22 de noviembre de 1745) y al padre J.A. Baltasar (el 29 de septiembre de 1750), escritas con el amor que le dedicó a esa serranía gran parte de su vida y en las que él mismo destaca su obra personal.
Otra fuente es el informe de octubre de 1745 del padre Jacome Doye —belga que llegó en 1714 a las misiones norteñas y quien residió en El Nayar desde 1729 hasta su muerte en 1749— de la misión de Santa Teresa Quaimaruzi. De enorme importancia fueron los datos aportados en el «Informe» de la visita que llevó a cabo el padre Aarón Domínguez a las misiones nayaritas a finales del año 1755, que es un breve escrito inédito que se encuentra en la Benson Latin American Collection, en la Universidad de Texas.
Pero sin duda el documento más completo e importante sobre las misiones y su estado al momento de la expulsión, es el manuscrito que se custodia en la Biblioteca de Antropología e Historia y que dio a conocer el historiador Jean Meyer en una coedición entre el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos y el Instituto Nacional Indigenista en 1993. Fue escrito por el padre visitador Joseph Antonio Bugarín, comisionado por el obispo de Guadalajara para efectuar una inspección a las misiones de la sierra del Nayar en 1768-1769, mismas que habían sido entregadas a la orden franciscana de la provincia de Jalisco.
Bugarín, que era vicario del pueblo de San Diego Huejuquilla, las recorrió todas para averiguar y registrar “de qué fábrica material es la iglesia, qué ornamentos, alhajas y música tiene cada una”. Las misiones que visitó y de las que hizo minuciosas anotaciones basándose en un riguroso cuestionario fueron siete: La Mesa, Jesús, María y José, Santa Teresa, San Pedro Iscatán, El Rosario, San Ignacio Guainamota y San Juan Peyotán. Por lo tanto, fueron los franciscanos quienes, ya encargados en ese momento de las misiones, dieron respuesta a dicho cuestionario.
Todos estos documentos se convierten en fuente fundamental sobre las siete misiones y a partir de ellos se pueden sacar múltiples conclusiones. Entre las que ahora nos interesa destacar se encuentran su origen y fundación, el modo en que organizaron pueblos, la arquitectura que desarrollaron y los materiales que emplearon, los retablos que se tallaron y los bienes artísticos que tuvieron. Así, partiendo de esos escritos destaco y comento las noticias que ofrecen sobre las misiones nayaritas, y no sólo de las siete enumeradas y visitadas por Bugarín, sino de las de Santa Gertrudis y Dolores, las cuales ya estaban abandonadas para 1768, motivo por el cual no fueron tomadas en cuenta por el visitador; menciono, además, a los pueblos de visita San Francisco de Paula, Santa Rosa y San Juan Corapa.
NOTAS
CECILIA GUTIÉRREZ ARRIOLA
© Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas: vol.29 no.91 México 2007.