Diferencia entre revisiones de «CATECISMO LIMENSE»

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Prólogo

La «Doctrina Cristiana y Catecismo para Instrucción de los Indios» fue un fruto maduro del Tercer Concilio Provincial de Lima, convocado por santo Toribio de Mogrovejo y celebrado el año 1583. Constituye una obra maestra de la evangelización del indígena, que merece toda nuestra atención e interés. Esta obra encierra gran valor desde diferentes aspectos: • Bibliográfico, por ser la primera obra impresa en América del Sur, • Lingüístico, por la traducción y estudio de las lenguas quechua y aymara, • Etnográfico, por el conocimiento que nos ofrece de las costumbres y ritos del indígena, • Misionero sobre todo, sirvió como instrumento de evangelización para muchos hombres desde el siglo XVI hasta el XIX.

Conciencia misionera

El sentido evangelizador y misionero que tuvo el descubrimiento y conquista de América no fue algo accesorio o de carácter secundario, sino de primera importancia. La cristianización de los pueblos de América fue una obligación que el papa encomendó a los monarcas españoles, y estos descargaron en los misioneros de las diferentes órdenes religiosas y en el clero secular.

En los reyes se descubre una auténtica preocupación por la evangelización del indio y de ello hay abundantes testimonios. En una Instrucción del rey Felipe II al virrey don Luis de Velasco dice lo siguiente: “Lo primero y más principal que os encargo es que tengáis especial cuidado de la conversión de la cristiandad de los indios y para que en cosa de tan gran importancia ya que me siento tan obligado: os informéis si hay ministros suficientes que les enseñen la doctrina y les administren los sacramentos y si estos cumplen con sus ministerios”.

Durante el siglo XVI los reyes solicitaron de forma reiterada a las órdenes religiosas, principalmente a los franciscanos, la participación en la evangelización de los naturales. El número de religiosos enviados de las distintas órdenes religiosas fue muy alto, en menor número del clero secular. Pedro Borges contabiliza en el siglo XVI un total de 6.039 religiosos españoles que viajaron a América y Filipinas, sufragados por la corona.

Las órdenes religiosas llamadas a evangelizar fueron principalmente las grandes órdenes de la época: franciscanos, dominicos, mercedarios, agustinos y los entonces recientemente fundados jesuitas. Las tres primeras llegaron a Perú en la primera expedición de los conquistadores, en tomo a 1532. Los agustinos y jesuitas llegaron varios años más tarde, en 1551 y 1568 respectivamente. A todos ellos se les asignaron «doctrinas de indios», llegando a los lugares más alejados y de difícil acceso del virreinato. Precisamente por el crecido número de estas doctrinas de indios, a los pocos años de la llegada de los españoles aparecieron las primeras gramáticas y vocabularios que permitían aprender su lengua, y los primeros catecismos manuscritos en lenguas nativas donde se vertía lo esencial de la fe cristiana. La labor de los misioneros reclamaba textos traducidos a las lenguas de los pueblos evangelizados, que incluyeran la exposición elemental de las verdades de fe y que respondieran a las peculiaridades culturales de los oyentes.

Entre estos primeros catecismos que no fueron publicados se encuentra el del dominico Fray Tomás de San Martín, primero que hizo una Gramática o Arte de la lengua (1560) y Lexicón o Vocabulario (1560) en quechua. No se conoce la fecha exacta de su aparición, sabemos que fue antes de 1550.

También los jesuitas, según Torres Saldamando, acordaron en la congregación provincial celebrada en Lima en enero de 1576, preparar en lengua quechua y aymará dos catecismos uno pequeño y otro mayor. El mismo autor indica que para el mes de octubre del mismo año, el padre Alonso de Barzana acababa de corregir el catecismo breve, arte y confesionario en las dos lenguas. Según Luis Resines este catecismo llegó a imprimirse en la imprenta de Antonio Ricardo antes de 1590.

El padre agustino Diego Ortiz compuso una «Doctrina Cristiana y Sermones en lengua quichua». Este texto quechua debió ser anterior a 1571, fecha en la que murió Diego Ortiz a manos de los indios. Las otras órdenes religiosas, especialmente los franciscanos, con un número muy alto de misiones, debieron de utilizar algún catecismo en lenguas indígenas; desgraciadamente no hay huella de ellos.

Los instrumentos de catequesis «doctrinas, catecismos y confesionarios» elaborados por los religiosos españoles durante el siglo XVI, considerado el siglo de oro de la catequesis, fueron numerosos. Sin embargo podemos observar que las obras traducidas a las lenguas generales del virreinato peruano son notablemente inferiores que las destinadas a Méjico. Según los estudios de José Sánchez Herrero las obras escritas en el siglo XVI según las órdenes religiosas fueron las siguientes:

— Los franciscanos escribieron sesenta y siete obras de las cuales ninguna fue en lengua quechua o aymará, treinta y nueve en lenguas indígenas principalmente mejicanas y el resto en español y latín. — Los dominicos escribieron treinta y dos de ellas dos en la lengua general del Perú y veintisiete en lenguas mejicanas. — Los agustinos escribieron doce, de ellas ninguna en lengua del Perú. — Los jesuitas escribieron diecinueve obras, ocho en quechua y diez en aymará. Mexicana sólo una.

           Los jesuitas se incorporaron tardíamente a las misiones de América por estar recién fundados (1539), tuvieron una contribución notablemente mayor en lo que se refiere a la elaboración de instrumentos de catequesis en las lenguas generales del Perú.

Por otra parte el arzobispo Loayza en 1545 publicó un memorial en el que pedía doctrinar a los indios “en la lengua latina o romance conforme a lo contenido en las cartillas que de España vienen” y utilizar “ciertos coloquios o pláticas que están hechos en su lengua, en los cuales se trata de la creación y de otras cosas útiles mediante las cuales podrán más presto venir en conocimiento de Dios...”. El primer Concilio Límense (1552) dispuso la redacción de una cartilla o catecismo «menor» en castellan, y unos coloquios en la lengua de la tierra donde se pudiera explicar de forma más extensa las verdades de la referida cartilla.

En el segundo Concilio Límense (1568) urgió de nuevo la redacción de un «catecismo único». La redacción fue postergada en espera de tener el catecismo del Concilio de Trento o «Catecismo Romano». No obstante se resolvió que cada obispo sufragáneo de Lima redactara una cartilla o un compendio de la Doctrina Cristiana de uso obligatorio. El contenido debía ser explicado en la lengua de los indios, por tanto los doctrineros debían conocerla. El uso de latín que Loayza aconseja en el memorial de 1545 se destierra completamente; las lenguas nativas adquieren cada vez mayor importancia.

Fueron pasando los años y postergándose la redacción del catecismo único. El arzobispo Loayza y el rey Felipe II sintieron la necesidad de convocar un nuevo concilio provincial, ante los graves problemas que se presentaban en relación con la evangelización. Lo impidió la salud deteriorada del anciano arzobispo y la ausencia del virrey; el deseado concilio no se convocó hasta después de la llegada del arzobispo Toribio de Mogrovejo al virreinato del Perú.

El santo arzobispo llegó a Lima en mayo de 1581 y a los pocos meses, el 15 de agosto, publicó el edicto de convocatoria del concilio. Se convocó para el 15 de agosto del año siguiente 1582, es decir daba un año de plazo para que llegasen a Lima todos los obispos sufragáneos, que eran todos los de América del Sur desde Nicaragua hasta Concepción en Chile.

Se inició el III Concilio como se había previsto el 15 de agosto de 1582 y Uno de los primeros temas tratados fue la catequesis y evangelización de los indios. Se sentía una viva necesidad de subsanar las dos carencias fundamentales habidas hasta entonces: la falta de uniformidad en el texto castellano (se enseñaba sin criterio único y esto acarreaba muchas confusiones) y la falta de catecismos traducidos a las lenguas de la tierra, cuyas traducciones fueren aprobadas. En este sentido el llamado Catecismo Límense quiso responder a estas necesidades.

En el decreto tercero de la segunda acción del concilio se dice: “para que los indios que están aún muy faltos en la doctrina cristiana, sean en ella mejor instruidos y haya una misma forma de doctrinarlos, pareció necesario siguiendo los pasos del concilio general tridentino, hacer un catecismo para toda esta provincia por el cual sean enseñados todos los indios conforme a su capacidad”. Se pide que todos utilicen el mismo catecismo bajo pena de excomunión “y porque para el bien y utilidad de los indios importa mucho que no sólo en la substancia, y sentencia haya conformidad, sino también en el mismo lenguaje y palabras”.

El primer trabajo consistió en la elaboración de un texto único en castellano y para ello el concilio propuso una comisión de teólogos que seleccionasen los contenidos fundamentales: “y por ser cosa tan conforme a lo que el Sacro Concilio de Trento encarga de la doctrina, señaló con maduro acuerdo este Sínodo Provincial algunas personas doctas religiosas y expertas que compusieran un catecismo general para todas estas provincias, encargándoles que en cuanto a la sustancia orden siguiesen en todo lo posible el catecismo de la santa memoria de Pío V y cuanto al modo y estilo procurasen acomodarse al mayor provecho de los indios”.

La elaboración del texto castellano fue encomendado por el concilio a un equipo de «personas, doctas religiosas y expertas». Los mejores estudios del catecismo, el del padre León Lopetegui y el del padre Juan Guillermo Durán, atribuyen al padre José de Acosta una participación protagónica en este equipo de teólogos, por considerar que la obra tiene una unidad de estilo y unas características similares a las otras obras escritas por él:

“A su experta mano se deben atribuir por tanto todas aquellas cualidades o logros que hacen de estos escritos una verdadera joya catequética, dentro del marco de la literatura misional hispanoamericana del siglo XVI, como son: calidad de contenido, claridad y sencillez de estilo, acomodación didáctica a la idiosincrasia de los catecúmenos tinte teológico-popular, etc.”. El padre Enrique Bartra, agrega como colaboradores del padre Acosta al jesuita Juan de Atienza y al canónigo Juan de Balboa.

Tomaron como base el texto del catecismo romano de san Pío V, sin duda estuvo presente el catecismo propuesto en los anteriores concilios provinciales y algunos otros que circulaban procedentes de España. De todos ellos se seleccionó como contenidos fundamentales: el símbolo de la fe, los sacramentos, los mandamientos y la oración del Padre Nuestro. El compendio del catecismo elaborado recientemente por el papa Benedicto XVI, toma como fundamentales los mismos contenidos. Este primer catecismo se inspiró en los otros anteriores, pero no fue copia de ninguno. Se acomodaba a la mentalidad y creencias del indígena; para ellos estaba destinado y en este sentido fue original. Se pidió que para su mayor aplicación fuese presentado a modo de preguntas y respuestas, y que se tradujese a las dos lenguas generales del Perú. A modo de ejemplo vamos a transcribir las primeras preguntas del catecismo menor: “P. Decidme ¿hay Dios? R. Sí padre, Dios hay. P. ¿Cuántos dioses hay? R. Uno solo, no más. P. ¿Dónde está ese Dios? R. En el cielo, y en la tierra y en todo lugar. P. ¿Quién es Dios? R. Es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo: que son tres personas y un solo Dios. P. ¿Cómo son tres personas y no más de un solo Dios? R. Porque de estas tres personas el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo. Ni el Hijo no es el Padre, ni el Espíritu Santo. Pero todas tres personas tienen un mismo ser, y así son no más de un solo Dios. P. ¿Pues el sol, la luna, estrellas, lucero, rayo no son Dios? R. Nada de eso es Dios, mas son hechura de Dios que hizo el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos para el bien del hombre”.

Vemos cómo en este caso desea corregir las creencias extendidas de que la luna, el sol, y otros seres de la creación son dioses a los que hay que dar ofrendas. En cuanto a la traducción se nombró una comisión para el quechua y otra para el aymará. Conocemos la comisión encargada del quechua, en el códice límense figuran los nombres de los participantes:

“El doctor Juan de Balboa, de la Santa Iglesia de los Reyes, el canónigo Alonso Martínez, prebendado de la Santa Iglesia del Cuzco, el padre Bartolomé de Santiago, de la Compañía de Jesús y Francisco Carrasco, clérigo presbítero, decimos que nosotros hemos traducido la Doctrina Cristiana y Catecismo por el Santo Concilio Provincial nos fue cometido, y de romance castellano le hemos vuelto a la lengua general del Cuzco, guardando en todo y por todo el sentido del original que se nos dio, y en ello hemos puesto la diligencia que nos ha sido posible, procurando hacer la traducción más propia, fiel e inteligible que hemos podido alcanzar. Y de unos fe que la dicha traducción es la que se contiene en este cuaderno de catorce hojas. Y en testimonio de verdad lo firmamos de nuestros nombres”.

No se conoce con la misma precisión el equipo que tradujo al aymará, aunque parece que el jesuita mestizo Blas Valera fue uno de los principales protagonistas. El padre Enrique Bartra agrega como colaboradores al jesuita Bartolomé de Santiago, mestizo, y al clérigo Francisco Carrasco.

En el concilio se urgió a los obispos sufragáneos a que tradujeran el catecismo a las lenguas propias de sus obispados. Hubo en efecto muchas traducciones. En Quito se tradujo a la lengua tollana, cañari, purgay, quillasinga. En el sur del Perú, entre Arequipa, Moquegua y Cuzco al puquina. En Chile al araucano. En Paraguay al guaraní y en Santa Fe de Bogotá al muisca.

En cuanto a la impresión, viendo que era muy difícil imprimir la obra en España “por no se poder llevar a imprimir a nuestro reinos de Castilla por no poder ir allá los correctores de las dichas lenguas quechua y ajanará”, y que en Perú no había autorización para imprimir libros, encomendaron el trabajo a Antonio Ricardo, impresor que había llegado con su imprenta a Lima procedente de Méjico en 1581. Empezaron a trabajar antes de haber obtenido la licencia, por considerar que no se podía perder tiempo y que el rey, vista las circunstancias y el interés que tenía en la evangelización de los indios, a pesar de la resistencia, la iba a conceder.

Antonio Ricardo se instaló en el colegio de San Pablo de los jesuitas, el mismo local que hoy corresponde a la Biblioteca Nacional. La impresión de la obra tuvo un gran mérito: en primer lugar por ser el primer libro impreso en Perú, en segundo lugar por su extensión casi 800 páginas y en tercer lugar por presentar simultáneamente los textos en las tres lenguas: castellano, quechua y ajanará, es una verdadera joya bibliográfica.

¿En qué consiste este catecismo? Suele suceder que cuando escuchamos esta palabra, recordamos los sencillos catecismos utilizados en nuestra infancia. Sin embargo el catecismo límense está muy lejos de ser un libro breve. La edición facsímil de la obra completa de la primera edición del catecismo, realizada el año 1985 con motivo del cuarto centenario de su publicación, tiene un total de 777 páginas. Es una obra muy extensa con una presentación organizada y didáctica, que contiene diversos instrumentos catequéticos de uso común en la época: catecismo menor y mayor, confesionario, exhortaciones para bien morir, sermonario. No siempre se publicó toda ella junta, lo más común fue publicar algunas de las partes sueltas según las necesidades o exigencias del momento. Para su estudio muchos autores han dividido el catecismo en tres partes, las que corresponden a los tres volúmenes entregados a la imprenta: • La primera parte se titula «Doctrina Cristiana y catecismo para instrucción de los indios, y de las demás personas que han de ser enseñadas en nuestra Santa Fe con un Confesionario y otras cosas necesarias para los que doctrinan.» Fue publicado en 1584. • La segunda parte se titula «Confesionario para los curas de indios con la instrucción contra sus ritos», publicado en 1585. • La tercera y última parte se titula «Tercero Catecismo y exposición de la Doctrina Cristiana por sermones para que los curas y otros ministros prediquen y enseñen a los indios y a las demás personas», publicado en 1585.

Nosotros no vamos a seguir esta clasificación, sino que vamos a tratar de desarrollar y explicar los diferentes instrumentos de evangelización tal como aparecen: «cartilla, catecismos y confesionario y preparación para el artículo de la muerte». «La Cartilla» llamada también «Doctrina Cristiana» se compone de un formulario escueto, sin ningún tipo de explicación adjunta, de las oraciones y de los contenidos fundamentales de la fe: las oraciones del Padre nuestro, Ave María, Salve, y Credo, sacramentos, mandamientos, obras de misericordia, potencias del alma, virtudes teologales y cardinales. La aprendían, generalmente, de memoria cantándolo a coro. Este instrumento por su sencillez, y por la facilidad de su aplicación, fue uno de los más utilizados en la evangelización.

Las cartillas utilizadas en las escuelas para el aprendizaje de la lectura no eran más que un par de hojas con abecedario y silabario y una Doctrina Cristiana donde se contenían las oraciones y las fórmulas de la fe, sin ninguna explicación adjunta. Estos libritos recibían el nombre de «Cartillas de la Doctrina Cristiana». Se podría decir que estas cartillas tenían más de catecismo que de cartilla, y que fueron instrumentos fundamentales tanto para el aprendizaje de la lectura y escritura, como para la evangelización. Llegaron en buen número ya impresas de España. Otras muchas se imprimieron aquí, todas ellas en castellano a excepción de la Doctrina Cristiana contenida en este catecismo.

En unas ordenanzas dirigidas a los maestros de Lima el año 1592 se decía cómo se aprendía esta Doctrina Cristiana “después que hayan tomado la lección todos y corregido, rezarán en tono la doctrina cristiana en esta manera: por la mañana las cuatro oraciones, los mandamientos, la confesión en romance y por la tarde las demás restantes de suerte que cada día recen toda la cartilla”. Esta costumbre de aprender de memoria la Doctrina Cristiana en la escuela era heredada de España, donde todas las cartillas para aprender a leer fueron libritos donde se contenía la Doctrina Cristiana.

“En el terreno de la enseñanza popular de la doctrina cristiana la imprenta había propagado hasta entonces «cartillas» que servían para enseñar a leer y en las cuales se encontraba al lado de las oraciones usuales, unas coplillas versificadas en estilo llano, que permitían aprender de memoria los datos esenciales sobre el credo, los mandamientos, los sacramentos, las obras de misericordia, los pecados, las virtudes, las potencias del alma, los frutos del Espíritu Santo, todo ello en el mismo plano sin nada que apelara a la inteligencia o la conciencia”.

Los niños recibieron una instrucción religiosa más intensa que los adultos. Eran adoctrinados diariamente, mientras que los adultos sólo dos o tres veces por semana. Además existían las escuelas de primeras letras donde también aprendían la Doctrina. Cuando habla de «catecismos» se refieren al «Catecismo Breve para rudos y ocupados y Catecismo Mayor».

El «Catecismo Breve» es un instrumento muy similar a la «Doctrina Cristiana» en cuanto a contenidos se refiere, pero se presenta formulado a modo de preguntas y respuestas breves, acompañadas de explicaciones concisas adaptadas a las creencias y mentalidad del indígena. Fue el segundo instrumento más utilizado después de las «Doctrinas Cristianas».

Se prestaba más al diálogo comprensivo y a la explicación, era un complemento y ampliación al aprendizaje memorístico. Los contenidos como ya se ha dicho eran: el símbolo de la fe, sacramentos, mandamientos y la oración del Padre Nuestro.

Tras el Catecismo Breve aparece una hoja con el abecedario en mayúscula y minúsculas y un sencillo silabario, probablemente con la finalidad de que se utilizase en la escuela junto con el Catecismo Breve como cartilla. Sin embargo no nos consta que este catecismo se utilizase en la escuela para aprender a leer y escribir, era más económico y fácil conseguir las cartillas (en castellano) impresas en España; los niños las rompían mucho. Las muchas ediciones del catecismo límense, fueron destinadas a los doctrineros y párrocos de indios.

El «Catecismo Mayor para los que son más capaces», presentado también en forma de preguntas y respuestas, aborda los mismos contenidos que el catecismo menor, los desarrolla con mayor extensión y profundidad, y presupone una enseñanza anterior. Este catecismo está destinado para la preparación de catequistas y doctrineros.

El «confesionario» tenía como objeto facilitar la administración del sacramento de la penitencia a los indios. Muchas veces los curas de indios no conocían suficientemente la lengua y escuchaban las confesiones sin comprender lo que decía el indio, dando la absolución sin grandes exigencias. En este sentido el concilio recuerda a los sacerdotes, que tienen la obligación de entender lo que dice el penitente, y que la confesión no es válida si el penitente no confiesa todos los pecados mortales. El confesionario comienza con un conjunto de preguntas para antes de la confesión. Le preguntaban si estaba bautizado, si sabía rezar, cuándo confesó la última vez, si en la última confesión confesó todos los pecados, si estaba casado, amancebado, soltero, si tenía deseo de salir del pecado y de ser perdonado, etc.

Tras las primeras preguntas hay una exhortación en la que recuerda al penitente lo fundamental del sacramento de la confesión y de la doctrina cristiana: “Óyeme hijo antes que comiences. Sabe que todos los cristianos para librarse de los pecados que después del bautismo han cometido y de la pena del infierno que por ellos merecían se confiesan al sacerdote que está en lugar de Dios, manifestándole todos sus pecados que han hecho por obra o por palabra o por pensamiento...”.

Después viene lo que es propiamente el Confesionario, que consiste en un conjunto de preguntas para cada uno de los mandamientos. Son abundantes las preguntas sobre sus creencias, costumbres y prácticas religiosas y sobre ciertos desórdenes como las borracheras o la infidelidad matrimonial. En el primer mandamiento pregunta:

- “¿Has adorado huacas, villcas, cerros, ríos, al sol, u otras cosas? ¿Hasles ofrecido ropa, coca, cuy, o otras cosas, y qué son esas cosas y cómo las ofreciste? - ¿Haste confesado con algún hechicero? - ¿Haste curado con algún hechicero? - ¿Haslo llamado o hecho llamar para tus necesidades?...”

A las preguntas sobre cada uno de los mandamientos siguen un conjunto de preguntas específicas sólo para los caciques y curacas; los alcaldes y fiscales; los hechiceros.

Finaliza con una exhortación en la que se le vuelve a preguntar al penitente si ha omitido algo, y se le hace una recomendación sobre la salvación eterna. La lectura reposada del Confesionario nos lleva a concluir que se valoraba mucho el sacramento de la confesión como medio para alcanzar la salvación eterna. El indio no es un hombre de segunda categoría, igual que todos los hombres tiene un alma que salvar y una responsabilidad frente a sus obras, y hay que enseñárselo. Se hace de la confesión un instrumento personalizado de evangelización por el examen minucioso de lo que debe corregir y practicar.

Tras el confesionario se incluye una Instrucción contra las ceremonias y ritos que usan los indios conforme al tiempo de su infidelidad, desarrollado en ocho capítulos y escrita sólo en español y destinada sólo a los misioneros, donde se analiza las múltiples creencias mágico-religiosas de los catequizandos. Es un verdadero estudio etnológico del hombre andino Se finaliza con la «Exhortación o preparación para bien morir», compuesta por dos partes: Exhortación Breve para que los indios que están ya muy al cabo de la vida para que el sacerdote o algún otro les ayude a bien morir; y otra Exhortación más larga para los que no están tan al cabo y tienen necesidad de disponer su ánima.

El instrumento final del catecismo es un Sermonario escrito “conforme a lo que en el Santo Concilio Provincial de Lima se proveyó”. Es decir, así como todos los instrumentos anteriores son obra directa del concilio, esta tercera parte es una obra sugerida y solicitada por el Concilio, atribuida al jesuita padre José de Acosta. Santo Toribio de Mogrovejo la aprobó considerándola “católica y sana doctrina y por muy útiles y provechosos para que se predique y enseñe por ellos la Doctrina Cristiana a los indios y que así se publiquen e impriman juntamente con el catecismo según y cómo están escritos y se contienen en este original”.

Es la parte más extensa, consta de treinta y un sermones, desarrollados en 444 páginas. Es para uso exclusivo de los párrocos y doctrineros. Exponen los contenidos de la doctrina cristiana de modo más desarrollado, con explicaciones abundantes y detalladas y como todas las demás adaptadas al indio.

Se ofrecen en el prólogo del «Sermonario» un conjunto de avisos y orientaciones pastorales muy útiles y de gran valor educativo, que recuerdan la experiencia descrita en la obra del padre Acosta «De Procurando Indorum Salute»:

1. Aconsejaba adaptarse en todo lo posible al auditorio. El misionero tenía que ofrecer una explicación elemental y sencilla, pero completa del misterio cristiano, debía procurar enseñar lo esencial no deteniéndose en aspectos difíciles o secundarios que cansasen a los oyentes sin ayudarles en nada. 2. Otra de las recomendaciones es la frecuente repetición. Tanto los que se están preparando para el bautismo, como los nuevos cristianos, tienen muy arraigadas otras creencias, y sólo asimilan con la repetición. 3. La forma de enseñarles ha de ser sencilla: “el modo de proponer esta doctrina y enseñar nuestra fe que sea llano, sencillo, claro y breve en cuanto se compadezca con la claridad necesaria”. El catecismo está lleno de ejemplos que se adaptan a los oyentes. Por ejemplo cuando hablan del matrimonio monógamo, les dicen que el rey Felipe, con ser tan grande, sólo tiene una mujer. Que si oyen a los viracochas (españoles) jurar o los ven hacer agravios a los indios, el Dios del cielo los castigará y el rey también aunque sea viracocha. 4. Por último aconsejan persuadir más por afectos que por razonamientos “persuadir no tanto por razones muy sutiles ni argumentos muy profundos, razones llanas y de su talla y algunos símiles de cosos entre ellos usadas”.

Como vemos la instrucción catequética se impartía en varios niveles, desde el más sencillo o elemental como la «Doctrina Cristiana» y el «Catecismo Menor», hasta la exposición más desarrollada extensa y profunda que se encuentra en el Sermonario, con el deseo de llegar a todos desde los más sencillos a los más capaces.

El catecismo trilingüe fue el más utilizado por los misioneros; tuvo numerosas ediciones. No fue el único, circularon otros, como los elaborados por el franciscano Luis Jerónimo de Oré, «Rituale seu Manuale Peruvianum, Símbolo Católico Indiana». Se tradujeron también los catecismos más importantes de la época: Astete, Ripalda, y la «Doctrina Cristiana» del cardenal Bellarmino (1649). No se puede entender este libro, sin ver detrás la profunda fe y la tenacidad de Santo Toribio que en medio de las grandes dificultades que se desencadenaron en el Tercer Concilio Provincial, encontró un grupo de colaboradores eficaces que lo llevaron a cabo. La obra evangelizadora de América es sin duda una obra impresionante. Fueron muchos los hombres y mujeres de gran valía que, renunciando a sus intereses personales incluso los más legítimos, dedicaron su vida a trasmitir lo más valioso que ellos tenían, la fe en Cristo, a una población numerosa, dispersa, con una lengua desconocida y una forma de vida primitiva.


NOTAS

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