Diferencia entre revisiones de «FILIPINAS; Metodología misionológica-pastoral»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Fundación de poblados

En Filipinas, lo mismo que en toda Hispanoamérica, la evangelización se basó en la congregación en «reducciones» o poblados de los nativos que ancestralmente vivían aislados y practicaban un semi-nomadismo que impedía su desarrollo. La labor ingente de los misioneros en el archipiélago filipino queda recogida en la siguiente estadística: Los agustinos llegaron a fundar 251; los franciscanos, 233; los dominicos, 83; los recoletos, 191. De los jesuitas nos faltan datos estadísticos precisos, pero sabemos que administraban en la fecha triste de su expulsión (1767) 72 poblados.

Sistema de adoctrinamiento

Si para los misioneros una dificultad no fácilmente salvable era un adecuado conocimiento de las lenguas nativas como medio indispensable para comunicarse con los nativos, sabemos que en los primeros instantes y años de la evangelización se tuvieron que servir de intérpretes, que repetían a aquellos su catequesis y sus palabras; fue así como los franciscanos, con perseverante paciencia, pudieron enseñar a los indígenas en el norte de Ilocos y crear dos escuelas, donde se formaron estupendos catequistas.

En la Laguna y región tagala contaron con el dominio del lenguaje de a1gunos militares, pero, especialmente, con los servicios del niño Salvador de Talavera, natural de Nueva Granada y hermano del canónigo don Pablo de Talavera, que pasó a Filipinas con el adelantado López de Legazpi y residió en Cebú hasta la ocupación de Manila.

Aprendió rápidamente, en el trato con los niños de su edad, el visaya, y luego, ya en Manila, el tagalo; niño travieso y vivaracho, sus padres le confiaron al padre Plasencia para que le ayudara y sirviera; sus conocimientos de idiomas le fueron de gran utilidad y ayuda en los primeros meses y luego también para la preparación del «Catecismo y Bocabulario» (sic) tagalos. Profesó más tarde en la Orden franciscana y su apostolado fue en verdad fecundo, pues se manifestó excelente predicador y extraordinario organizador de pueblos con los indígenas dispersos por los montes a quienes lograba «concentrar». Ha pasado a la historia como fray Miguel de Talavera.

EI «Catecismo», que, con algunos retoques, fue aprobado en el sínodo de Manila de 1586 y que se llevó a la imprenta en 1593, se hizo con el trabajo e inteligencia del padre Plasencia. Sus discípulos lo mejoraron indudablemente y además prepararon otro más amplio para catequistas y doctrineros (responsables de reducciones, estancias y poblaciones indígenas), uno de los cuales fue el padre Juan de Oliver.

Los agustinos, pioneros en lo misional, trabajaron asimismo los propios, bien que todos ellos tenían como modelo los publicados en España y México. He aquí una lista de tales «Catecismos», titulados también «Doctrinas cristianas»:

Doctrina cristiana en castellano y tagalog, por eI P. Juan de Plasencia, Manila, 1593. Doctrina o Catecismo en chino, por el dominico P. Juan Cobo, Manila, 1593. Doctrina cristiana de Belarmino, en lengua bisaya, 1610. Catecismo y Doctrina cristiana en lengua pampanga, por eI P. Francisco Coronel, 1621. Explicación de la Doctrina cristiana en tagalog, por el franciscano P. Alonso de Santa Ana, 1628. Explicación del Catecismo, por el dominico P. Francisco Blancas, 1645. Explicación de la Doctrina cristiana en bico, por el franciscano P. Domingo Martínez, 1708. Catecismo del Cardernal Belarmino en idioma pampango, por el P. Juan Medrano, 1717. Catecismo tagalo-español, por eI P. Tomás Ortiz. Catecismo de la Doctrina cristiana en la lengua de los Baatanes, por un Padre dominico, Manila, 1834. Declaración de los Mandamientos de la ley de Dios, por el franciscano P. Juan de Oliver, autor asimismo de otro: Catecismo para los niños, y un tercero, más amplio y comentado, para catequistas y misioneros. Vida sacramental

No tenemos estudios particulares sobre la vida sacramental en la cristiandad filipina, pero las Crónicas de las Órdenes misioneras reflejan vivamente cuál era la vida y la frecuentación de los sacramentos por los nativos. Refiriéndose a todos los sacramentos en general, el Padre Marcelo de Ribadeneira, franciscano, afirma lo siguiente en 1601:

“Aunque a muchos se les hace muy dificultoso de aprender la doctrina cristiana, como los religiosos que la tradujeron en la lengua tagala hacen que los muchachos de las escuelas la digan en la iglesia en alta voz los domingos y fiestas, y con otras particulares diligencias que se hacen antes del bautismo, la vienen a saber. Porque estimasen en más las cosas divinas se han hecho siempre con gran solemnidad el bautismo público y los oficios divinos y la administración de los demás sacramentos” (Historia, 71).

EL BAUTISMO. De manera similar al Padre Ribadeneira, también el Padre Diego Aduarte, dominico, relata al detalle cómo se iban bautizando los primeros nativos de la región de Bataán antes de la llegada de los dominicos.

Destacamos antes el número de conversiones y bautismos administrados en los años 1565-1566, datos expresivos de la respuesta nativa a la fe. Sin embargo, con el correr de los años parece ser que se introdujeron abusos en la recepción de los sacramentos, pues se decía que la gracia estaba en relación directa del tenor de vida del ministro; que como los sacramentos aumentaban la gracia, algunos se bautizaban hasta tres veces, con lo que conseguían triple beneficio, pues los padrinos pagaban los gastos de los banquetes y las fiestas se multiplicaban, o que los fetos, al no tener alma racional, no eran objeto del sacramento.

Al vivir los cristianos en algunas zonas mezclados con los mahometanos, se introdujeron ciertas prácticas y usos prohibidos, como la circuncisión de los pequeños. En otras partes la fórmula del bautismo no era la correcta, y el sínodo de 1771 hubo de tomar medidas para que se ajustara a la católica, exigida por los concilios.

LA CONFIRMACIÓN. La administración de este sacramento ofreció no pocas ni pequeñas dificultades por la configuración del terreno, las malas comunicaciones y el régimen de lluvias y de los monzones. Se dijo que algunos obispos no visitaron sus diócesis por esas razones, a las que debemos añadir la edad de varios de los residenciales.

Tenemos, sin embargo, ejemplos maravillosos de voluntad y sentido de la responsabilidad en otros, cual el del obispo de Camarines, Ilmo. señor Matos, quien, encargado también de la atención a otros obispados por la muerte de los titulares, giró la visita pastoral a su diócesis y con arrestos juveniles hizo asimismo la de Nueva Segovia, recorriendo todas aquellas provincias de abajo arriba, de Camarines al norte, atravesando Luzón en servicio pastoral. Visita en la que administró 114.000 confirmaciones y ordenó a 26 nuevos sacerdotes.

LA CONFESIÓN Y COMUNIÓN. Algunos ponen en duda la reverencia y aplicación de los filipinos a la confesión y comunión. El Padre Ribadeneira, testigo excepcional de la vida cristiana de los nativos, nos declara cuál era la postura de los misioneros, algún tanto reticentes sobre la conveniencia o no de facilitar estos sacramentos. He aquí sus palabras:

“Ha sido tanta la devoción de aquellos indios [indígenas] que se tiene aquella provincia de Camarines por la más principal de aquellas islas... Con la mucha diligencia de los ministros se reconcilian con la Iglesia, haciendo penitencias públicas o secretas, según los casos. Y cuando algunos muestran ser más devotos y desean saber las cosas espirituales, tiénese gran cuenta con enseñarles en ellas. Y sobre todo, de que frecuenten el sacramento de la confesión y de cuando en cuando, mirada la fe y cristiandad de cada uno, se les da la sagrada comunión”. (Historia, 78-79)

EL VIÁTICO Y LA EXTREMAUNCIÓN. También se ha afirmado que en los años finales del siglo XVIII muchos cristianos dejaban esta vida sin recibir los últimos sacramentos y que sobre este extremo informó el sínodo de Calasiao, como también el de Manila (1771). Ambos pusieron el acento en tomar disposiciones para su administración a los enfermos terminales, aunque los sacerdotes adujeron las razones ya apuntadas de la dificultad en las varias estaciones del año.

Sabemos que por los monzones, algunas provincias e islas quedaban cerradas al tráfico y comunicación durante meses y que algún misionero quedaba aislado y no podía comunicarse ni siquiera con el más inmediato; pero esto no ocurría en las provincias tagalas y mucho menos en el Bicol, donde no fallecía cristiano alguno sin recibir los auxilios espirituales de la Iglesia, al menos en la administración franciscana, por la ayuda y vigilancia de los hermanos terciarios, que avisaban de los enfermos en cada parroquia y barrio y les procuraban la asistencia. El Padre Juan Bautista de Puga escribió así en su «Crónica»:

“Hacen piadosas exequias a sus hermanos difuntos. Asisten a los vivos, hombres y mujeres, con las velas encendidas en las manos e hincados de rodillas ante el Santísimo Sacramento, que se saca del sagrario o para la renovación o para las visitas de los provinciales o comisarios o para dar el viático a algún enfermo” (Libro I, cap. 1).

La piedad popular

La vida cristiana de los filipinos encontró desde los primeros días de la evangelización, cauces y medios de organización eclesial para su fomento.

LAS ASOCIACIONES PIADOSAS. Entre ellas, la «Orden Tercera Franciscana», establecida en 1611 por el Padre José de Santa María, guardián de San Francisco, adquirió un desarrollo espectacular. Sin embargo, no parece que hubo mucha atención y diligencia en registrar las tomas de hábito de los hermanos y el Padre Vicente Inglés, ministro provincial, se vio obligado a acudir al comisario general de Nueva España pidiendo autorización para erigirla de nuevo y subsanar al tiempo los fallos producidos, lo que realizó por decreto del 22 de abril de 1731.

Sus efectos se dejaron sentir inmediatamente, porque con la organización y división en grupos ayudó a la profesión de la fe, a la atención a los enfermos y al remedio de sus necesidades materiales y espirituales. Los Terciarios velaban por las buenas costumbres, se corregían los vicios, se asistía a los moribundos, se hacían las exequias por los difuntos, creándose por estos medios fuertes vínculos de fraternidad.

Los ejercicios del Vía Crucis, las procesiones de Regla y Constituciones, el Santoral, Semana Santa, la Sabatina y el culto a la Inmaculada fueron en todo momento la expresión de su fe comunitaria; y nada digamos de la adoración al Santísimo Sacramento.

Estadísticamente, la Tercera Orden Franciscana de Manila -para solos los españoles- tuvo entre 800 y 2000 afiliados hasta la fecha de 1898; la de Sampaloc, que agrupaba a 105 pueblos de la administración tagala, entre 18.000 y 20.000, sin contar los inscritos en las restantes parroquias, que sumaban miles.

La «Orden Tercera Dominicana», cuyos orígenes son algo oscuros, también se organizó pronto, aunque la información fehaciente arranque de 1698. Su acogida por el elemento seglar fue grande y en ella formaron autoridades, militares y fieles en gran número.

Las «Hermandades», cuyo objetivo era el fomento de la devoción popular, tuvieron asimismo mucho arraigo en el pueblo filipino. Entre éstas cabe destacar la «Cofradía del Rosario», de los padres dominicos, que aparece ya existente en 1598, y la del «Santo Nombre de Jesús», que conoció días de esplendor y que al decaer se fusionó con la anterior, formándose de este modo la «Sociedad del Santo Nombre».

LAS DEVOCIONES. Entre las devociones cabe destacar la asistencia a misa, de la que dice el padre Ribadeneira:

“A los cristianos, a los que se les concedía por su aprovechamiento, es cosa para alabar a Dios ver la devoción que le tienen y la reverencia con que asisten al santísimo sacrificio de la misa. Porque en el tiempo que dura siempre están las dos rodillas puestas en tierra y procuran oírla cada día, no contentándose con una si pueden oír muchas”. (Historia, 61-62).

Merece destacarse también la devoción a la Virgen, especialmente a la Inmaculada, titular de la iglesia catedral y de otras muchas. Su devoción corrió pareja con la de las otras naciones hispánicas y vale la pena poner de relieve las fiestas de Manila de 1621, las de la declaración de patrona de España de la Inmaculada por Carlos III y especialmente las de la definición dogmática de 1854.

Gozaron de especial devoción las imágenes de Nuestra Señora de los Remedios (Malate), la Candelaria de la Laguna de Bay, Nuestra Señora del Rosario de Manaoag (Pangasinan) y Sapao de Morong.

Existieron además santuarios muy frecuentados por los fieles, como el de Nuestra Señora de la Peña de Francia (Dilao), la Soterraña, la Peregrina, los Remedios, Montserrat, etc.

ANTOLÍN ABAD © Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, Vol. II: BAC-Estudio Teológico de San Ildefonso de Toledo- Quinto Centenario, Madrid 1992.