Diferencia entre revisiones de «EDUCACIÓN EN AMÉRICA LATINA. Época contemporánea»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda
Línea 12: Línea 12:
 
Fue el francés Augusto Comte (1798-1857) quien desarrolló la ideología  «positivista»,  basándola en su «teoría de los tres estadios», según la cual el primer «estadio» correspondería a la «infancia» de la humanidad; es decir cuando los hombres primitivos tratando de explicar lo que les rodeaba, inventaron a los dioses (dios de la lluvia, dios del trueno, etc.) y con ello surgió la metafísica.   
 
Fue el francés Augusto Comte (1798-1857) quien desarrolló la ideología  «positivista»,  basándola en su «teoría de los tres estadios», según la cual el primer «estadio» correspondería a la «infancia» de la humanidad; es decir cuando los hombres primitivos tratando de explicar lo que les rodeaba, inventaron a los dioses (dios de la lluvia, dios del trueno, etc.) y con ello surgió la metafísica.   
 
El segundo estadio sería la «adolescencia» de la humanidad, en la cual los hombres ya no aceptan las explicaciones metafísicas y buscan explicaciones más racionales, constituyendo así el «estadio» de la filosofía y la moral. Es del todo paradójico que el pensamiento positivista que desdeña la filosofía, sea por completo una «filosofía antifilosófica».
 
El segundo estadio sería la «adolescencia» de la humanidad, en la cual los hombres ya no aceptan las explicaciones metafísicas y buscan explicaciones más racionales, constituyendo así el «estadio» de la filosofía y la moral. Es del todo paradójico que el pensamiento positivista que desdeña la filosofía, sea por completo una «filosofía antifilosófica».
  El tercer estadio correspondería a la «adultez» de la humanidad, en la cual será la «ciencia positiva» o «experimental» la que, además de encontrar supuestamente todas explicaciones de la realidad, proporcionaría las soluciones a todos los problemas de la humanidad: el hambre, las guerras, las enfermedades, desaparecerán gracias a la ciencia «puesta» por el hombre. Según Comte sería exclusivamente la «experiencia» y no la «razón», lo único que los hombres deben usar y aceptar; por eso el positivismo es realmente una ideología que poco o nada tiene que ver con la verdadera ciencia experimental.
+
   
 +
El tercer estadio correspondería a la «adultez» de la humanidad, en la cual será la «ciencia positiva» o «experimental» la que, además de encontrar supuestamente todas explicaciones de la realidad, proporcionaría las soluciones a todos los problemas de la humanidad: el hambre, las guerras, las enfermedades, desaparecerán gracias a la ciencia «puesta» por el hombre. Según Comte sería exclusivamente la «experiencia» y no la «razón», lo único que los hombres deben usar y aceptar; por eso el positivismo es realmente una ideología que poco o nada tiene que ver con la verdadera ciencia experimental.
 
Es del todo cierto que por medio de la ciencia experimental es eficaz y por medio de ella el hombre puede desentrañar realidades poco evidentes. La aplicación de los descubrimientos científicos es lo que constituye la técnica, y por medio de ella la humanidad ha logrado alcanzar un admirable dominio de la naturaleza. Así la ciencia experimental y la técnica a coadyuvado a cumplir el mandato: “henchid la tierra y enseñoreaos de ella” (Gen. 1,28).
 
Es del todo cierto que por medio de la ciencia experimental es eficaz y por medio de ella el hombre puede desentrañar realidades poco evidentes. La aplicación de los descubrimientos científicos es lo que constituye la técnica, y por medio de ella la humanidad ha logrado alcanzar un admirable dominio de la naturaleza. Así la ciencia experimental y la técnica a coadyuvado a cumplir el mandato: “henchid la tierra y enseñoreaos de ella” (Gen. 1,28).
 
Salta a la vista que el problema no es la ciencia experimental, sino «su ideologización»; es decir, esa absolutización que niega la existencia e importancia otras realidades humanas y sociales como la libertad, la justicia, la solidaridad y el amor. Las guerras mundiales, las hambrunas y epidemias, los campos de exterminio, que proliferaron en el siglo XX, son evidencia «experimental» de las falacias del positivismo.
 
Salta a la vista que el problema no es la ciencia experimental, sino «su ideologización»; es decir, esa absolutización que niega la existencia e importancia otras realidades humanas y sociales como la libertad, la justicia, la solidaridad y el amor. Las guerras mundiales, las hambrunas y epidemias, los campos de exterminio, que proliferaron en el siglo XX, son evidencia «experimental» de las falacias del positivismo.

Revisión del 09:02 26 abr 2025

Las independencias de los virreinatos hispanoamericanos, provocadas por factores externos como lo fue la invasión napoleónica a España, sorprendieron a la Iglesia «en una profunda siesta» fomentada por el Regalismo borbónico.

El despertar que desde Buenos Aires hasta la ciudad de México, provocaron en 1808 los movimientos insurgentes, situó a los distintos estamentos de la Iglesia (obispos, sacerdotes y seglares) en posiciones distintas: unos, la mayoría, apoyaron a los insurgentes en distintas formas, y otros, los menos, los combatieron. Lo anterior, independientemente de las condiciones particulares de cada virreinato, hizo del todo evidente la gran influencia que la Iglesia y la Doctrina Católica tenían en las sociedades hispanoamericanas. Tras la marginación que, de una u otra forma, se hizo sobre los políticos insurgentes que lograron su independencia, Hispanoamérica fue gobernada por nuevas élites políticas que en las logias masónicas hacía poco desembarcadas, abrevaron una mentalidad anticlerical, positivista e iluminista.

Simultáneo a este proceso, las nuevas élites políticas propiciaron la difusión de la “hispanofobia de la Enciclopedia con su puje de dicterios (que) condiciona las mentes con la aceptación de la «leyenda Negra», como si el origen de las desventuras de Hispanoamérica radicara en su ancestro español y católico” Ese contexto nos ayuda a entender porque desde mediados del siglo XIX la «trinchera» de la educación, fuera especialmente asaltada en Latinoamérica, abarcando todos sus aspectos: desde la confiscación de edificios, y bibliotecas, hasta la expulsión y supresión de las Órdenes religiosas dedicadas a la educación, pasando obviamente por la imposición de políticas «laicistas». LAICIDAD, LAICISMO Y POSITIVISMO Aunque muchos confunden los términos «laicidad» y «laicismo», estos no son sinónimos pues se refieren a perspectivas y actitudes muy distintas ante el hecho religioso, presente en todos los hombres de todos los tiempos. «Laicidad» indica que una realidad simplemente no es religiosa o confesional; mientras que «laicismo» indica una posición indiferente, generalmente hostil, al hecho religioso. Una ideología eminentemente «laicista» y que ayudó de gran manera a la propagación del laicismo fue el «positivismo», el cual considera que la religiosidad corresponde a épocas ya superadas que quizá se justificaron en su momento, pero que hoy constituyen un lastre al progreso de la humanidad, por lo que los restos de teología, religión y moral que aún subsistan deben ser extirpados de la vida de las sociedades. Fue el francés Augusto Comte (1798-1857) quien desarrolló la ideología «positivista», basándola en su «teoría de los tres estadios», según la cual el primer «estadio» correspondería a la «infancia» de la humanidad; es decir cuando los hombres primitivos tratando de explicar lo que les rodeaba, inventaron a los dioses (dios de la lluvia, dios del trueno, etc.) y con ello surgió la metafísica. El segundo estadio sería la «adolescencia» de la humanidad, en la cual los hombres ya no aceptan las explicaciones metafísicas y buscan explicaciones más racionales, constituyendo así el «estadio» de la filosofía y la moral. Es del todo paradójico que el pensamiento positivista que desdeña la filosofía, sea por completo una «filosofía antifilosófica».

El tercer estadio correspondería a la «adultez» de la humanidad, en la cual será la «ciencia positiva» o «experimental» la que, además de encontrar supuestamente todas explicaciones de la realidad, proporcionaría las soluciones a todos los problemas de la humanidad: el hambre, las guerras, las enfermedades, desaparecerán gracias a la ciencia «puesta» por el hombre. Según Comte sería exclusivamente la «experiencia» y no la «razón», lo único que los hombres deben usar y aceptar; por eso el positivismo es realmente una ideología que poco o nada tiene que ver con la verdadera ciencia experimental. Es del todo cierto que por medio de la ciencia experimental es eficaz y por medio de ella el hombre puede desentrañar realidades poco evidentes. La aplicación de los descubrimientos científicos es lo que constituye la técnica, y por medio de ella la humanidad ha logrado alcanzar un admirable dominio de la naturaleza. Así la ciencia experimental y la técnica a coadyuvado a cumplir el mandato: “henchid la tierra y enseñoreaos de ella” (Gen. 1,28). Salta a la vista que el problema no es la ciencia experimental, sino «su ideologización»; es decir, esa absolutización que niega la existencia e importancia otras realidades humanas y sociales como la libertad, la justicia, la solidaridad y el amor. Las guerras mundiales, las hambrunas y epidemias, los campos de exterminio, que proliferaron en el siglo XX, son evidencia «experimental» de las falacias del positivismo.

EL POSITIVISMO EN LATINOAMÉRICA La corriente educativa dominante en Latinoamérica desde la segunda mitad del siglo XIX ha sido el positivismo; sin embargo, dada la diversidad social y política del subcontinente, la intensidad con la que fue acogida esa ideología laicista no fue homogénea en cada nación. En Argentina, mientras se iniciaba un arribo masivo de inmigrantes europeos -especialmente italianos-, con asombro se sabía que el hombre ya podía volar (1903), que Marconi había hecho posible la comunicación inalámbrica (1899), superando así al ya asombroso telégrafo, etc. Estos indudables logros parecían dar la razón a la ideología positivista que, paradójicamente, despreciaba a la razón dando origen al irracionalismo contemporáneo (vitalismo, historicismo, evolucionismo, etc.) Esta contradicción que ofendía a la razón, llevó a varios pensadores europeos como lo fueron entre otros Maurice Blondel, Louis Lavelle, Michelle Federico Sciacca, y el argentino Alberto Rouges, a retomar los principios de la filosofía clásica, interiorista y cristiana, Por lo que se refiere a las instituciones educativas argentinas de tradición cultural cristiana, generalmente fueron respetadas por las autoridades, pese al anticlericalismo de no pocos personajes. En la ciudad de Córdoba, “la situación de las casas de estudios no es brillante, si se recuerda la extinción de la antigua Facultad de Artes y la expulsión de la Teología. Pero como por una suerte de exigencia de la naturaleza cuando ha sido vulnerada, las humanidades tienden a reaparecer o a refugiarse en la Facultad de Derecho.” Con matices propios fue la instauración del positivismo en Uruguay, donde las polémicas en torno a la vida académica de la Universidad de la República impregnaron a toda la sociedad. Fue hacia 1875 cuando José Pedro Varela propuso que la educación en Uruguay debería seguir un positivismo agnóstico y ecléctico que el llamaba «racionalista» que debía superar la enseñanza de toda pretensión metafísica. El positivismo triunfante en Uruguay tuvo sus oponentes: Julio Herrera y Obes, presidente de la República entre 1890 y 1894, planteó un discurso filosófico-político en el que el fundamental argumento contra el determinismo positivista era la afirmación radical de la libertad humana. También se levantó la voz netamente filosófica de Prudencio Vázquez y Vega, quien destacó la incapacidad moral del positivismo para explicar la búsqueda del bien en el obrar humano. La evolución del más apto y el más adaptado estarían glorificando el egoísmo humano. Por el contrario “las acciones nobles que tienen por objeto el bien de los demás, el desprendimiento, la abnegación, el sacrificio heroico por nuestros amigos, por nuestra familia, por la patria, no lo busquéis como coronamiento del transformismo”. También tomó parte en la polémica Mons. Mariano Soler quien escribió y disertó sobre la temática, especialmente sobre el darwinismo. Retomaba Soler el concepto de Naturaleza que proponía Darwin: “¿Es la naturaleza, ese agente universal por cuyo impulso y dirección se explican las infinitas transformaciones del ser y de la vida? ¿Es inteligente, libre, todopoderoso, independiente? ¿O ciego, que obra por necesidad, dependiente de leyes que no impuso ni puede quebrantar?” Se contestaba: si es lo primero se sustituye a Dios por la Naturaleza, si es lo segundo no tiene sentido hablar ni de la ontogenia ni de la filogenia. EL POSITIVISMO RADICAL MEXICANO Sería en México donde, a diferencia de las corrientes moderadas del positivismo sudamericano, el positivismo del siglo XIX adquirirá un carácter sumamente radical que, en el siglo XX, desembocaría en violentas persecuciones contra la Iglesia y el pueblo católico. Fue Gabino Barreda (1818-1880) quien introdujo en México el positivismo, ideología que bebió directamente de Augusto Comte cuando Barreda estudiaba en París la carrera de medicina. Fanático de la ideología positivista, a su regreso a México Barreda recibió el encargo de Benito Juárez de redactar un plan para reglamentar la educación, ya que el haber prohibido la educación religiosa, clausurado todas las instituciones educativas desde la primaria hasta la universidad, y expulsado a todos los profesores, había producido en la vida nacional un gran vacío que evidentemente estaba eliminando toda posibilidad de un progreso real. El 2 de diciembre de 1867 Juárez publicó la ley que establecía el positivismo como única orientación de la instrucción en México. Gabino Barreda fue designado «Director de la Escuela Nacional Preparatoria», que sería cuna de generaciones de “indiferentes y comodinos, que no tuvieron más dios que el estómago y la bolsa, mina de pedantes, negadores de todo lo sobrenatural y fríamente enfrentados a la vida con una actitud que puede encerrarse en el verso de un poeta de aquellos días: «ni amor al mundo, ni piedad al cielo».” El enfrentamiento entre los dos jefes liberales más importantes en esos momentos, el político Benito Juárez y el militar Porfirio Díaz, culminó cuando Juárez falleció de un ataque al corazón, y Díaz estableció una larga dictadura de cuño liberal. En aras de no alterar una paz hasta hacía poco impensable, el «porfirismo» fue disminuyendo su anticlericalismo volviéndose «tolerante»: permitió el regreso de las Órdenes religiosas expulsadas anteriormente y el arribo de otras que nunca habían estado en México, especialmente las dedicadas a la enseñanza como los «lasallistas» y los «maristas», la apertura de muchas escuelas, lo mismo en el campo que en las ciudades, y el establecimiento de dos universidades: la Universidad de México en 1896 y la Universidad Católica de Puebla en 1907. Pero el positivismo liberal ya había adquirido «carta de ciudadanía» en varios ambientes sociales, especialmente entre los dominados por aquellas personas que se habían beneficiado con el despojo delos bienes de la Iglesia y de las comunidades indígenas, teniendo en el llamado grupo de «los científicos» (consejeros del dictador) a su mejor expositor. Los «científicos» renegaban por igual de las raíces indígenas, hispanas y católicas de la nación. En contraposición a «los científicos», en octubre de 1909 surgió en la ciudad de México un grupo de jóvenes intelectuales bajo el nombre de «Ateneo de la Juventud», el cual organizaba conferencias y debates públicos de fuerte crítica a la educación positivista. Con unos cien miembros, entre los que destacaban José Vasconcelos y Antonio Caso, el Ateneo de la Juventud logró una notoria influencia que sobrevivió a su desintegración, la cual ocurrió en 1914 gracias a la anarquía desatada por la revolución carrancista. LA «PIQUETA LIBERAL» SUSTITUIDA POR LA «PIQUETA TOTALITARIA» Cuando parecía que los daños causados por la piqueta liberal del siglo XX estaban ya en buena parte superados, sobre la educación en México cayó una nueva piqueta: la totalitaria, que no solo destruyó mediante la violencia todo lo que con grandes esfuerzos estaba rehaciéndose, sino que puso a la educación una «camisa de fuerza» muy semejante a la que, pocos años después, establecerían en Europa los regímenes fascista y nazi. Venustiano Carranza y su facción revolucionaria, después de imponerse militarmente a las demás facciones -la de Emiliano Zapata y la de Francisco Villa-, convocó a un Congreso Constituyente para redactar una nueva Constitución Política que, desde el positivismo jurídico, atentaría contra varias libertades fundamentales, especialmente la libertad de educación. Las intenciones de los constituyentes quedaron abiertamente señaladas por el diputado José Natividad Macías quien, desde la Tribuna no tuvo empacho en señalar abiertamente: “hay un sentimiento religioso hondo en este pueblo, y las costumbres de los pueblos no se cambian de la noche a la mañana; «para que el pueblo deje de ser católico», para que el sentimiento que hoy tiene desaparezca, es necesaria una educación, y no una educación de dos días ni de tres; el pueblo mexicano seguirá tan ignorante, supersticioso y enteramente apegado a sus antiguas creencias si no se le educa” Un jacobismo sectario fue establecido en el artículo 3° de la Constitución de 1917 como el único criterio educativo en México. La pérdida de las libertades sociales y la persecución religiosa desatada por los gobernantes, llevaron a los católicos mexicanos a la resistencia armada. La «Cristiada» concluyó en 1929 con unos supuestos «acuerdos», que más tardaron en hacerse públicos que en ser descaradamente violados por el Gobierno en muchas de sus partes. La llamada «familia revolucionaria» que desde entonces detentaría el poder en México, llegó a la conclusión que podía ceder en algunos puntos menos en uno: el campo educativo. El 20 de Julio de 1934 desde el balcón de Palacio de Gobierno de Guadalajara y acompañado por el “candidato oficial” a la Presidencia Lázaro Cárdenas, el autonombrado «jefe máximo de la Revolución» Plutarco Elías Calles, emulando a Hitler decretó una especie de «expropiación de las conciencias» en lo que se conoce como el «Grito de Guadalajara»: “Es necesario que entremos en el nuevo período de la Revolución…debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud, porque son y deben pertenecer a la Revolución.” Siguiendo las instrucciones del «jefe máximo», el 10 de octubre de ese mismo año de 1934 el Congreso incorporó el «grito de Guadalajara» a la Constitución mediante una modificación del Artículo 3° cuyo texto quedó así: “La educación que imparta el Estado será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del Universo y de la vida social”.

A los trece días de tomar posesión de la Presidencia, Lázaro Cárdenas hizo publicar en el Diario Oficial la reformas al Artículo tercero, agregándole que “Solo el Estado –Federación, Estados y Municipios– impartirá educación”. Y dado que “la educación que imparta el Estado será socialista”, el socialismo quedó oficialmente impuesto como «criterio único» para educar a los mexicanos. Por medio de la violencia fueron nuevamente clausuradas las pocas instituciones educativas que empezaban a reanudar sus actividades, como fue el caso del Colegio Teresiano de Puebla, en cuya clausura fueron asesinados varios padres de familia que se oponían a su clausura. El monopolio educativo revolucionario se radicalizaba con la finalidad nazi-fascista de “apoderarse de las conciencias de la niñez y de la juventud”.

El contexto mundial que ya presagiaba un gran conflicto entre los regímenes totalitarios y las democracias occidentales, obligó a la familia revolucionaria a cambiar el perfil de su candidato a la presidencia de la República: el radical Francisco J. Mújica fue sustituido de último momento por un militar «moderado», el general Manuel Ávila Camacho.

El régimen de Ávila Camacho (1940-1946) inauguró un «modus vivendi» que permitió el ejercicio de libertades y derechos, pero sin modificar las leyes persecutorias, las cuales permanecieron en la Constitución hasta 1993. En el campo educativo esto se tradujo en un frágil equilibrio que durante medio siglo osciló entre laicidad y laicismo.


NOTAS