Diferencia entre revisiones de «GONZÁLEZ FLORES, Anacleto»
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Anacleto González Flores y sus ocho compañeros mártires, beatificados el 20 de noviembre de 2005 en la ciudad de Guadalajara, encarnan lo más noble del espíritu mexicano que se encaró virilmente al vejamen de la sangrienta persecución religiosa desatada por el Gobierno de Plutarco Elías Calles contra la Iglesia y el pueblo católico mexicano, entre los años de 1926 y 1929. | Anacleto González Flores y sus ocho compañeros mártires, beatificados el 20 de noviembre de 2005 en la ciudad de Guadalajara, encarnan lo más noble del espíritu mexicano que se encaró virilmente al vejamen de la sangrienta persecución religiosa desatada por el Gobierno de Plutarco Elías Calles contra la Iglesia y el pueblo católico mexicano, entre los años de 1926 y 1929. |
Revisión del 16:39 2 jun 2014
(Tepatitlán, 1888- Guadalajara, 1927). Beato, Mártir, Abogado.
Anacleto González Flores y sus ocho compañeros mártires, beatificados el 20 de noviembre de 2005 en la ciudad de Guadalajara, encarnan lo más noble del espíritu mexicano que se encaró virilmente al vejamen de la sangrienta persecución religiosa desatada por el Gobierno de Plutarco Elías Calles contra la Iglesia y el pueblo católico mexicano, entre los años de 1926 y 1929.
Hijo legítimo de Valentín González y de María Flores, nació Anacleto el 13 de julio de 1888 en el pueblo de Tepatitlán, Estado de Jalisco, y fue bautizado al día siguiente en la Parroquia de San Francisco con los nombres de José Anacleto por el sacerdote Miguel Pérez Rubio, vicario de la Parroquia y que moriría asesinado en Poncitlán, Jalisco, en 1915 . Anacleto fue el segundo de doce hijos, tres mujeres y nueve varones; su niñez transcurrió en medio de una situación económica sumamente precaria pues su padre, que padecía de malaria, difícilmente podía cubrir las necesidades más elementales de su familia fabricando rebozos en un pequeño telar que tenía en su misma casa. “Fue una familia sumamente pobre, declarará uno de los testigos del proceso de martirio y pariente de Anacleto y vecino de Tepatitlán, Juan Flores García”
La desnutrición clavó sus garras en el cuerpo de Anacleto, manifestándose en un asomo de joroba la cual posteriormente quedó disimulada debido a su porte altivo y enérgico. Las carencias económicas en las que transcurrió su niñez, lejos de envilecer su espíritu, le sirvieron de acicate; en la escuela buscaba alcanzar los primeros lugares y fuera de ella capitaneaba a cuadrillas de sus amigos en sus riñas con otros mozalbetes. Había en él una innata nobleza en su repugnancia por las palabras gruesas y el trato soez. Escribe su amigo de toda la vida Antonio Gómez Robledo: “…el temperamento natural, brioso y altivo, fue la palanca que le impidió zozobrar en el marasmo familiar. Instintivamente inquieto y pendenciero, era el campeón escolar para vengar agravios propios y extraños… De la escuela salió en lo material como había entrado: descalzo y con las greñas flotantes. En los mejores tiempos «andaba con un zapato sí y otro no», decía la madre.”
Cursó sus primeros estudios en la escuela pública de Tepatitlán donde enseñaba un maestro totalmente influenciado por el pensamiento de los liberales anticlericales llamado Heriberto Garza y que inducía a los niños en esa mentalidad: «Dios está aparte»; quizá por ello Anacleto no aceptaba del todo a la religión. Sin embargo, su vida dio un giro espectacular: “Tenía 17 años cuando un sacerdote fue de Guadalajara a predicar misión, y en aquella redada quedó prendido un pez gordo (…) De aquel horno salió transformado Anacleto: más grave que antes, la joroba tomó proporciones alarmantes y fue apodado «camello». Su conversión fue total y definitiva”. El nuevo prisionero de la gracia consolidó la victoria con dos medios simples y enérgicos: el coloquio cara a cara con Dios, y la caridad activa con el pueblo.
Por otra parte su amor a la lectura le llevó a leer cuanto libro caía a su alcance, especialmente libros de moral social y de filosofía, como Estudios filosóficos sobre el cristianismo, de Augusto Nicolás, que influiría notablemente en él. Cerca de cumplir los veinte años, el canónigo don Narciso Cuéllar le propuso cursar el bachillerato en el seminario auxiliar de San Juan de los Lagos; el mismo canónigo le ayudó a pagar los gastos y en noviembre de 1908 ingresó como alumno externo. “Durante su estancia en San Juan fue creciendo en él una fe viva que se manifestaba en su vida eucarística y en su pasión por la vida social, fundando una organización cívica con un centenar de estudiantes a la que llamó «Patriae Phalanax»”. Por ese entonces Anacleto conoció a otro joven, pequeño de estatura, pero apuesto, rubio y entusiasta, aunque de escasa cultura; era Miguel Gómez Loza, “el Chinaco”, también futuro mártir y beatificado en la misma ceremonia. Gómez Loza llegaría a ser el sucesor de Anacleto como jefe de la Unión Popular. Ambos jóvenes se presentaron a la convención del Partido Católico Nacional que se celebró en 1913 en la ciudad de Guadalajara, como representantes de Tepatitlán y El Refugio.
Terminados sus estudios de bachiller, en julio de 1913 se trasladó a Guadalajara para estudiar en la Escuela Libre de Leyes, pues le fue claro que el camino del sacerdocio no era el suyo, sino el del compromiso en la vida política y social. Sus calificaciones en la Escuela de Leyes fueron siempre sobresalientes, estudiando además griego y francés. Con frecuencia sus maestros le pedían que los supliese cuando por algún motivo no podían dar clases; con tal motivo sus compañeros le empezaron a llamar con el apelativo de «el maestro Cleto». “Los hechos fueron aureolando el apodo. Empezaba a cautivar vehementemente aquel joven harto grave para su edad, cuya jovialidad repentina iba alternando con largos ratos de taciturnidad (…) Las palabras le fluían firmes y acompasadas, citaba muchos autores, y por encima de todo, tenía fuego.”
Comenzó a ganar algún dinero componiendo versos e interviniendo como orador en distintas festividades, y dando clases de latín y de historia en algunos colegios católicos; pudo entonces ganarse la vida y prescindir de la ayuda de bienhechores. Anacleto y seis de sus compañeros en la Escuela de Leyes rentaron una casa humilde atendida por una señora a la que llamaban “Doña Giro” y a la casa “la Gironda”; ellos mismo se bautizaron como “los girondinos”. El grupo de amigos estudiaban y leían, y en medio de sus penurias económicas no les faltaba ni la alegría ni la fuerza del ideal cristiano. Su amigo, Efraín González Luna, publicará en 1930 una semblanza de Anacleto como prólogo a la obra póstuma de Anacleto El plebiscito de los mártires en la cual escribe: “Era el alma de una especie de pequeña comunidad de muchachos procedentes de varias poblaciones de Jalisco, todos estudiando diversas disciplinas en Guadalajara y viviendo pobremente en una mísera casa que se hizo legendaria como centro de intachable y bulliciosa alegría de vida bohemia y cristiana al mismo tiempo.” En 1914 el joven estudiante de leyes forma algunos sindicatos católicos de obreros, y junto con su amigo Gómez Loza, círculos de estudio social en los que se analiza y estudia a autores del mundo católico, como los pensadores españoles Donoso Cortés y Jaime Balmes, el periodista Aguilar y Morocho, y el alma de la caridad social de Francia Federico Ozanam (hoy beatificado), pero sobre todo la Doctrina social y política del Papa León XIII. En julio de ese año de 1914 irrumpieron en la ciudad de Guadalajara las tropas revolucionarias del general carrancista Álvaro Obregón, cometiendo una serie de desmanes y abusos inauditos hasta ese entonces: encarcelaron a más de cien sacerdotes y expulsaron a los extranjeros; los templos fueron saqueados y la catedral convertida en cuartel, desenterrando los cadáveres de los obispos que ahí reposaban; las religiosas también fueron expulsadas; el seminario y los demás edificios eclesiásticos fueron expropiados; colegios y escuelas superiores, así como los talleres del periódico El Regional fueron destruidos, lo mismo ocurrió con los hospitales y las bibliotecas del seminario y del colegio San José. Guadalajara quedó sin escuelas y Anacleto se quedó sin trabajo, viéndose obligado a desempeñar diferentes oficios. El gobierno carrancista negó validez a los estudios cursados en los seminarios, por lo que el “maestro Cleto” debió recomenzar a estudiar cuando tenía ya 25 años de edad. Un político le ofreció revalidar sus estudios y un buen sueldo a cambio de servir como orador en su campaña, pero ello significaba claudicar de sus ideales; por eso, con la congruencia que siempre lo caracterizó, Anacleto se negó a ello rotundamente. Entonces decidió cursar simultáneamente preparatoria y derecho, trabajando de noche en una panadería, e incluso como capataz de albañiles. Con el decidido apoyo del arzobispo de Guadalajara don Francisco Orozco y Jiménez, en julio de 1916 se fundó en esa ciudad la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), la cual se había creado tres años antes en la ciudad de México con el objetivo de “coordinar las fuerzas vivas de la juventud católica para restaurar el orden social cristiano en México”. Para Anacleto, quien frecuentemente repetía: “Hay jóvenes; nos hace falta juventud”, la ACJM vino a ser el complemento en su programa de organización en Jalisco. Todo el contingente que él tenía reunido en “la Gironda” pasó a incorporarse a la ACJM. Mientras tanto el gobierno carrancista del Estado de Jalisco continuaba implementando una política radical contra las libertades religiosas y civiles, para lo cual había promulgado un decreto conocido como “decreto 1913”. Valientes artículos de Anacleto contra ese decreto aparecían los periódicos católicos Restauración y El Chispazo. Una lluvia de telegramas y escritos de protesta llegaban todos los días al Congreso local, y frecuentes y nutridas manifestaciones se realizaban por calles y plazas. La represión del gobierno era también habitual y constante, llenando las cárceles con los católicos; entre rezos y canciones las cárceles se convirtieron en oratorios festivos. En una de esas manifestaciones una gran multitud se presentó ante el general carrancista Manuel M. Diéguez, gobernador militar de Jalisco, para demostrarle que el pueblo en masa pedía la derogación del ya citado decreto. El militar, con actitud amenazadora y risa burlona dijo: “Ustedes no son el pueblo y están engañados por los curas”. Se escuchó un ¡No! Atronador de la multitud mientras un orador surgía en hombros de sus compañeros; era Anacleto que con voz potente contestaba las amenazas del gobernador, el cual montó en cólera y ordenó a las fuerzas policiacas que arremetieran contra la multitud indefensa: “Señoritas, niños, ancianos, jóvenes, cuantas personas tuvieron la desgracia de hallarse al alcance de aquellos cosacos, recibieron macanazos, caballazos y machetazos.” Con otros manifestantes, el Maestro Cleto fue hecho prisionero y llevados ante el presidente municipal quien les advirtió de parte del gobernador que de mantener esa actitud el gobierno tomaría medidas más enérgicas, y dirigiéndose en particular a Anacleto le dijo: “Usted acabará fusilado”. El 5 de febrero de 1917 fue promulgada una nueva Constitución la cual contenía varios artículos antirreligiosos que lesionaban la libertad religiosa de los mexicanos, y “legalizaba” la agresión de los revolucionarios carrancistas al pueblo católico que constituía más del 90% de la población. Ante esto, el 1° de julio de 1917 Anacleto fundó La Palabra, un semanario católico en el que fustigaba las tropelías de los anticlericales y también la débil resistencia opuesta hasta entonces por los católicos; por esos días publicó también su primer libro: Ensayos, prologado por su amigo Efraín González Luna. Para esos momentos Anacleto era ya el alma de la lucha cívica católica en Jalisco. A pesar de sus múltiples ocupaciones no descuidó en absoluto su vida espiritual, participando diariamente en la Eucaristía y dedicando tiempo a la oración y a la contemplación. Finalmente se recibió de Abogado en 1918, pero sus estudios no le fueron reconocidos a causa de la situación persecutoria que se vivía. El arzobispo Orozco y Jiménez no aceptó la intransigencia de las autoridades de Jalisco y, como medida de protesta, ordenó la suspensión del culto en todo ese Estado, adelantándose con esto siete años al resto del Episcopado Mexicano, que en julio de 1916 tuvo que tomar la misma medida. La férrea resistencia pacífica de los católicos duró ocho meses. El arma principal fue el boicot a las escuelas oficiales, a los comerciantes que apoyaban al gobierno, a los espectáculos públicos y a los transportes urbanos. Fue una verdadera huelga general promovida desde la base de la gente y que demuestra la existencia de la subjetividad social, es decir, de un sujeto social, de un pueblo que será el verdadero protagonista de un movimiento que finalmente triunfará, a pesar de los intentos de derrotarlo mediante una riada de sangre. El 4 de febrero de 1919, el “decreto 1913” fue derogado alegando que la ley era impracticable. La tregua duró poco; el 21 de mayo de 1920 fue asesinado el Presidente Venustiano Carranza por sus antiguos y principales aliados revolucionarios: Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta. Este grupo, conocido como “los sonorenses” por haber nacido los tres en el Estado de Sonora, representaba la facción más radical del carrancismo y se hizo del poder político tras el asesinato de su antiguo líder. Los “sonorenses” habrían de endurecer la persecución anticatólica. La primera señal de ello fue la colocación de una bomba de dinamita oculta en un ramo de flores que hicieron estallar el 11 de noviembre de 1921 en la Basílica de Guadalupe a los pies de la Sagrada imagen de la Virgen impresa en la Tilma de Juan Diego. En 1920 el entonces obispo auxiliar de Morelia Luis María Martínez fundó la «Unión de Católicos Mexicanos», cuyo fin era procurar por todos los medios lícitos y posibles la restauración del reinado de Cristo; seleccionaba minuciosamente a sus miembros, que debían ser honrados e intachables y quienes debían hacer un juramento de obediencia a los superiores en todo aquello que fuera lícito y honesto, y a dar la vida, si fuera necesario, en defensa de los derechos de Dios y los de su Iglesia. Debido al ambiente hostil y persecutorio de las autoridades revolucionarias, la Unión de Católicos Mexicanos ocultaba sus bases, sus jefes y pretendía ocultar incluso su misma existencia; sus miembros se referían a ella simplemente como “la U”. Jalisco fue uno de los primeros estados donde la “U” se organizó, y Anacleto ingresó a ella. Entre 1920 y 1921 se celebró en Guadalajara un Congreso de la Confederación Nacional Católica del Trabajo; dicho Congreso fue clausurado con un discurso de Anacleto González Flores. En abril de 1922 se celebró, también en Guadalajara, el segundo Congreso de la Confederación; Anacleto tomó parte activa como coordinador del mismo, al lado del padre José Garibi Rivera, futuro cardenal arzobispo de Guadalajara y entonces secretario del arzobispo Orozco y Jiménez. En ese tiempo Anacleto González Flores pudo acabar nuevamente su carrera de derecho cursada ahora en la Escuela Libre de Derecho, obteniendo su título en abril de 1922 con un brillante examen en el que obtuvo la máxima calificación posible. Su situación económica mejoró un poco y ocho meses después, el 17 de noviembre, contrajo matrimonio con María Concepción Guerrero Figueroa. El matrimonio González-guerrero engendró tres hijos: Francisco, que murió muy pequeño de fiebre aftosa; Anacleto de Jesús; y Raúl. El 22 de diciembre de 1924 el Seminario Conciliar de Guadalajara organizó una velada literario-musical por el primer centenario de la muerte del célebre obispo de Guadalajara Juan Ruiz de Cabañas, quien en 1821 había apoyado significativamente al movimiento que consumó de la Independencia de México. En esa velada intervino Anacleto hablando de “La persistencia de los muertos”. Al día siguiente, el gobernador del Estado, José Guadalupe Zuno, clausuró el Seminario. Los demás centros de enseñanza católicos también fueron clausurados y para oponerse a la avalancha de agresiones sistemáticas, los católicos jaliscienses dirigidos por Anacleto, formaron en los primeros días de 1925 un “Comité de Defensa” que poco después se transformó en la “Unión Popular”, organización inspirada en la Wolksverein (unión del pueblo) de Alemania; uno de los autores que Anacleto cita con frecuencia en sus escritos es Ludwig Windthorst, fundador de la Wolksverein “La Unión Popular proliferó abundantemente porque nació del abrazo de una gran ilusión con las exigencias más concretas y nimias de la realidad. Por una parte proclamaba el maestro en todos los tonos, como una epopeya solemne, las victorias del Centro germánico: la derrota del Kulturkampf, la libertad de conciencia y de culto, la creciente representación parlamentaria…la proporcionalidad escolar, y en suma, la retirada del Canciller de hierro ante el empuje indomable civil de la Pequeña Excelencia. ¿no sería posible aquí lo que se hizo allá? ¿Se pensaría quizás que la energía del revolucionario mexicano sería superior a la de Bismarck?”
En una magna asamblea celebrada para elegir las autoridades de la Unión Popular fueron designados: Anacleto como presidente, Luis Padilla como secretario, y Miguel Gómez Loza como tesorero; los tres pertenecían también a la ACJM y los tres morirían mártires de la fe. Como reconocimiento de sus servicios a la Iglesia perseguida, en mayo de 1915 el arzobispo de Guadalajara, en nombre de la Santa Sede, entregaba la cruz Pro Ecclesia et Pontifice a Anacleto González Flores, a Miguel Gómez Loza y a Maximino Reyes (presidente de la Confederación Nacional Católica del Trabajo) e Ignacio Orozco (secretario general). Recibieron tal condecoración tras ser liberados de uno de sus tantos ingresos a la cárcel.
En 1924 Álvaro Obregón entregó la presidencia de la República a otro de “los sonorenses” participantes en el golpe de estado contra Carranza; el general Plutarco Elías Calles quien se propuso extinguir definitivamente el catolicismo en México. Primero trató de crear una iglesia cismática apoyándose en un sacerdote apóstata, el tristemente célebre “patriarca Pérez”, proyecto éste que, ante el total rechazo de la población, tuvo un rápido y rotundo fracaso. El presidente Calles quiso entonces no sólo aplicar radicalmente los artículos anticlericales de la Constitución de 1917, sino además agregar al Código Penal Federal sanciones concretas a las violaciones de dichos artículos. La así llamada “ley Calles”, sancionada por el Congreso de la Unión, entraría en vigor el 1° de agosto de 1926. Ante tal situación un grupo de seglares católicos de la ciudad de México decidió organizarse en defensa de sus derechos cívicos y religiosos formando entonces la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, a la cual se afiliaron en unos pocos meses más de dos millones de católicos (el 10% de la población de la República en ese tiempo). “Nacida de una reacción de defensa, la Liga se convirtió inmediatamente en un movimiento político, llevada por los acontecimientos y embriagada por un crecimiento prodigioso.” La Liga emprendió de inmediato una lucha para tratar de impedir la aprobación y la puesta en vigor de la ley Calles, utilizando para ello todos los medios legales, y al no tener éxito, una resistencia por medios pacíficos. Por su parte el Episcopado mexicano, agotados todos los recursos, tomó una decisión singular y única en la historia contemporánea de la Iglesia: suspender el culto público en todas las diócesis de México en el momento en que entrara en vigor la ley Calles, comunicando a todos los fieles esa decisión. El 31 de julio de 1926 sería pues el último de culto público; la Iglesia en México sería a partir de ese momento y por casi tres años una “Iglesia de catacumbas”. Sobre esta situación, Anacleto escribió: “Por vez primera después de cuatrocientos años va a estar ausente de la Casa de Dios el Sacerdote Eterno, Jesucristo. El Episcopado no puede traicionar a Dios ni convertir a la Iglesia de Jesucristo en Iglesia del Estado.” La formación de la Liga significó un conflicto para Anacleto y los católicos de Jalisco, puesto que ellos, agrupados en la Unión Popular, se encontraban ahora ante otra organización católica que en la práctica proponía lo mismo, pero cuyo carácter nacional y no regional rebasaba los alcances de la Unión. No sin sufrida y profunda reflexión, Anacleto decidió incorporar la Unión Popular a la Liga, acatando las órdenes de ésta última; entonces las autoridades de la Liga nombraron a Anacleto responsable regional con el nombre de ambas organizaciones: “Unión Popular de Jalisco LNDLR”. Sin embargo había un punto muy importante en el que Anacleto y los dirigentes de Jalisco diferían con los dirigentes de la Liga en la ciudad de México: la opción al uso de la fuerza. Anacleto siempre fue contrario a todo lo que fuera violencia, mientras que los dirigentes de la Liga si contemplaban la opción de la legítima defensa mediante el uso de la fuerza. En un principio no hubo conflicto, en cuanto lo primero que la Liga ordenó fue una resistencia pacífica, en la cual los jaliscienses tenían ya una buena y exitosa experiencia por haberla puesto en práctica en 1918. Pero la Liga adoptó el uso de la fuerza cuando a mediados de 1926 la persecución religiosa arreció en violencia y ferocidad, y por varias partes surgieron grupos de católicos que tomaron las armas para defenderse dando inicio a la «Cristiada». Anacleto dijo en ese entonces: “Yo no estoy a favor de la lucha armada, pero la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa me impone que yo por disciplina no hable en contra de ella”. Efectivamente, nunca hizo propaganda, solamente por disciplina dejó de hablar en contra de la lucha armada. “Ya no pudo oponerse al movimiento armado, que bajaba como alud por todas partes. La Liga urgía, los pronunciamientos espontáneos menudeaban.” Con el movimiento cristero en pleno desarrollo, el gobierno federal incrementó aún más la persecución. Anacleto sabía que en esas circunstancias él tenía únicamente una gran autoridad moral, y para que fructificara era preciso no alejarse del centro urbano. Se vio obligado a esconderse y ya no pudo seguir dando conferencias o encabezando mítines. Solo la revista Gladium –ahora clandestina- seguía publicando sus escritos; en el último afirmó: “Hoy debemos darle a Dios fuerte testimonio de que de veras somos católicos. Mañana será tarde.” El gobierno buscaba especialmente el paradero de Anacleto y él era consciente del peligro que corría su vida; “Anacleto estaba en la mira del gobierno, por lo que la policía le daba caza como a un criminal peligroso. Tenía que esconderse continuamente y ello se hacía cada día más difícil (…) Andaba a salto de mata, donde se dormía no amanecía.” Tres días antes de su muerte se atrevió a ir a su casa y pasar la noche con su esposa. La casa de la familia Vargas González fue su último escondite; era una casa grande que tenía comunicación interna con una farmacia propiedad de los Vargas que estaba en la esquina, lo que ayudaba a comunicarse con algunas personas de la Unión Popular sin levantar sospechas. Pero el viernes 1° de abril de 1927 a las cinco de la mañana, la policía rodeó y cateó la casa aprendiendo a Anacleto junto con cinco de los hermanos Vargas González: Jorge, Ramón, Florentino, Ángela y María Luisa. Los prisioneros fueron llevados al Cuartel Colorado, sede de la Jefatura militar de Jalisco. A ese mismo lugar fue llevado también Luis Padilla, secretario de la ACJM y de la Unión Popular, apresado en su domicilio casi al mismo tiempo que a Anacleto y los hermanos Vargas. Separaron a las mujeres que fueron posteriormente dejadas en libertad junto con su hermano Florentino por considerarlo menor de edad; el resto de los varones fueron conducidos ante el general Jesús María Ferreira, un militar que tenía fama por su crueldad y que fungía como comandante de la XV Zona Militar. Ferreira quería saber donde se ocultaba el arzobispo Orozco y Jiménez, así como datos precisos sobre el movimiento de los cristeros. Como los detenidos se negaban a hablar el militar ordenó que los torturaran. “Querían que dijeran todo lo que sabían: ¿dónde había más? Los levantaban del cuello con una cuerda y les preguntaban ¡Dinos todo lo que sabes! Ellos lo único que decían era: ¡No sé nada, Viva Cristo Rey!”. Antes de matar a Anacleto el general Ferreira le dijo: “¿No se le ofrece nada? Anacleto dijo sus últimas palabras: No, no se me ofrece nada. Y a Usted, ¿no se le ofrece nada para donde yo voy? No se olvide que aquí fui abogado y allá puedo ser abogado para Usted. ¡Viva Cristo Rey!” Le cortaron la lengua, le desollaron los pies y le hicieron caminar en arena y lo fusilaron cerca de las tres de la tarde. Fusilaron primero a los hermanos Vargas González (Jorge y Ramón) y a Luis Padilla. Los cadáveres fueron trasladados en una ambulancia a la Inspección de Policía donde fueron entregados a sus familiares. Un testigo declara en el proceso de beatificación: “Lo vi muerto en su casa. Tenía los dedos desarticulados por lo que hace suponer que lo torturaron horriblemente.” Durante la tortura y martirio estuvieron presentes, además del general Ferreira, José Guadalupe Zuno y el jefe de la Policía Atanasio Jarero. Anacleto González Flores, Jorge y Ramón Vargas González, y Luis Padilla fueron beatificados el 20 de noviembre de 2005, junto con otros seis mártires laicos: Miguel Gómez Loza; los hermanos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez; Luis Magaña Servín; Leonardo Pérez Larios y el niño José Sánchez del Río. Obras: Ensayos; Tú serás Rey; El Plebiscito de los Mártires.