Diferencia entre revisiones de «EVANGELIZACIÓN Y EDUCACIÓN; Colegios y Universidades»
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4° Los maestros universitarios buscaron solucionar los problemas de la sociedad americana naciente de acuerdo con los valores cristianos y, en determinados casos, contribuyeron a la adopción de medidas más justas. | 4° Los maestros universitarios buscaron solucionar los problemas de la sociedad americana naciente de acuerdo con los valores cristianos y, en determinados casos, contribuyeron a la adopción de medidas más justas. | ||
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3.3. Sobre los teólogos mexicanos del siglo XVI, cfr.: V. CARRO, La teología y los teólogos-juristas españoles ante la Conquista de América, Biblioteca de Teólogos Españoles, Salamanca 2 ed.1951 M. GALLEGOS ROCAFULL, El hombre y el mundo de los teólogos españoles del Siglo de Oro, Stylo, México 1946; ID., La filosofía en México en los siglos XVI y XVII, en VV.AA., Estudios de historia de la filosofía en México, UNAM, México 1963; ID., El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, UNAM, México 2' ed. 1974; M. BEUCHOT, Filósofos dominicos novohispanos (entre sus colegios y la Universidad), UNAM, México 1987; E. DE LA TORRE VILLAR, Notas para el estudio de la Teología en la Nueva España, en VV.AA., Studia humanitatis. Homenaje a Rubén Bonifa: Nuño, UNAM, México. | 3.3. Sobre los teólogos mexicanos del siglo XVI, cfr.: V. CARRO, La teología y los teólogos-juristas españoles ante la Conquista de América, Biblioteca de Teólogos Españoles, Salamanca 2 ed.1951 M. GALLEGOS ROCAFULL, El hombre y el mundo de los teólogos españoles del Siglo de Oro, Stylo, México 1946; ID., La filosofía en México en los siglos XVI y XVII, en VV.AA., Estudios de historia de la filosofía en México, UNAM, México 1963; ID., El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, UNAM, México 2' ed. 1974; M. BEUCHOT, Filósofos dominicos novohispanos (entre sus colegios y la Universidad), UNAM, México 1987; E. DE LA TORRE VILLAR, Notas para el estudio de la Teología en la Nueva España, en VV.AA., Studia humanitatis. Homenaje a Rubén Bonifa: Nuño, UNAM, México. | ||
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Revisión del 08:56 9 oct 2014
La labor evangelizadora americana nos presenta un trabajo apostólico concebido como verdadera tarea de educación del indígena, y también del descendiente de los españoles y de los portugueses. La meta de incorporar a los pueblos del Nuevo Mundo a la buena nueva de la doctrina cristiana fue, ya desde los comienzos, planteada como exigencia de educación. Al mismo tiempo la necesidad de hacer arraigar la fe y la vida cristiana en los criollos, en aquella sociedad naciente, fue estímulo de un proyecto educativo que haría nacer instituciones de enseñanza o todos los niveles.
Instituciones educativas en el Nuevo Mundo
Nos preguntamos cómo se forjaron las personalidades cristianas en el Nuevo Mundo, esos hombres y mujeres que acogieron el cristianismo con la madurez que expresa el que conmemoremos el 500 aniversario de una evangelización transmitida de generación a generación hasta este tiempo nuestro. Y al indagar en el importante tema de la educación que recibieron los americanos, reflexionamos en esta ponencia sobre las instituciones educativas americanas.
Aquellos hombres, civiles y eclesiásticos, que se plantearon la labor educadora del Nuevo Mundo llevaban consigo una tradición institucional que ellos mismos habían vivido. Podemos afirmar, con Jacques Verger, que «una de las grandes originalidades de la civilización medieval, en materia de educación, es sin duda la de haber constituido, del siglo XI al siglo XV, a través de todo el Occidente, un entramado sólido de escuelas, en el sentido preciso del término». Estas escuelas, diversas entre sí, se unían por una nota común, la de ser instituciones, dotadas de una organización, unos programas, unos métodos, y una extracción de alumnos y de profesores, precisos y definidos. La red institucional que entonces surgió, «modificada, seleccionada, ampliada, es el origen de la geografía y de la organización escolar de la Europa moderna y contemporánea».
1.1. Centros de educación para indígenas Concebida la educación como componente esencial de la conversión de los indígenas al cristianismo, la diversidad de circunstancias, respecto a las peninsulares, fue indudable incentivo de búsqueda de soluciones variadas. De otra parte, la inserción en la nueva sociedad de los pueblos indígenas con la problemática consiguiente, por ejemplo, en cuanto a la función rectora o no de sus clases principales que, como es sabido, cambiaría a lo largo del siglo XVI, de mayor a menor peso en el gobierno y decisiones de la comunidad, o en el tema importante del acceso o no a las órdenes clericales, etc., también fueron factores influyentes en el planteamiento y evolución de las instituciones educativas.
Surgieron en el Nuevo Continente un amplio y original abanico de centros de educación para indígenas, que alcanzaron un total de nueve instituciones educativas. Ocho de ellas se desarrollaron en tierras americanas; cinco dirigidas a los niños: escuelas elementales, colegios de niños nobles, internados interclasistas, centros inter-raciales, y colegios de enseñanza media; y tres para la mujer india: escuelas externas, internados y colegios. El noveno es el recurso a centros educativos de la península, trasladando a los niños americanos para que se formaran integrados con los demás alumnos o constituyendo un grupo aparte.
Las escuelas elementales eran centros en régimen de externado, para los hijos de los macehuales o pertenecientes al pueblo (o también para todos, es decir, unidos los anteriores con los hijos de caciques si no había colegio para los segundos); muchas de estas escuelas estaban en el interior del recinto del convento (con salida al atrio) y es una solución que adoptaron los misioneros novohispanos en línea con la tradición mexica de impartir la enseñanza en el recinto del templo. Se enseñaba el catecismo, la lectura, escritura, cuentas y música; con frecuencia se completaba esta escuela con un centro de formación profesional cercano, en el que se transmitían los conocimientos y técnicas de algunos oficios y artesanías. Se tienen datos de que existieron en las Antillas ya desde muy a comienzos, aunque se desconocen los resultados que obtuvieron; se consolidarán a partir de la escuela que implantó en Texcoco fray Pedro de Gante en 1523 y se extendieron por todo el continente hasta el momento de la independencia, en que aún funcionaban. En Brasil, ya en 1549, al año siguiente de su llegada al Estado recién erigido, uno de los jesuitas, el P. Vicente Rijo, tenía «escuela de leer y escribir». Las cofradías de indígenas impulsaron en ocasiones la existencia de estas escuelas y costearon con sus bienes los gastos de los maestros.
El colegio para hijos de caciques nació con régimen de internado en las zonas en que la población indígena más evolucionada presentaba un volumen de elementos directivos que lo justificase. Además de las primeras letras, proporcionaba los conocimientos de gramática o de «latinidad» que abría las puertas a la formación superior. Fue promovido por los franciscanos de la Española, entre 1502 y 1509, Hernán Cortés lo impulsó en 1524 imponiendo a los encomenderos los costes de su sostenimiento; recién llegados los «Doce» franciscanos a la capital de la Nueva España se hicieron cargo de su formación, inicialmente en el colegio de San José de los Naturales -anexo al convento grande de San Francisco de México- y poco después se trasladó esta labor al colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco, fundado en 1536, y quedó San José de los Naturales convertido en escuela elemental.
Las autoridades eclesiásticas y civiles los promovieron. En 1604 fray Luis López de Salís, obispo de Quito, fundó un colegio seminario para hijos de caciques; en el mismo edificio funcionó separadamente otro para españoles. Por impulso del Virrey D. Francisco de Toledo, los mercedarios fundaron un colegio de nobles indígenas en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia y otro similar en la ciudad del Cuzco, en Perú. En 1576, la Audiencia de Santa Fe, la actual Santafé de Bogotá, fundó un colegio dirigido a los hijos de los caciques y señores de la provincia. A principios del siglo XVII sufrieron un eclipse, sin duda paralelo al abandono de la política oficial de apoyarse en la nobleza indígena para ejercer la autoridad del grupo o poblado; en el siglo XVIII la política del regalismo ilustrado de Carlos III y de sus ministros, se propuso revitalizarlos para acrecentar la cohesión de los territorios americanos con la Corona.
Los internados de indios interclasistas, promovidos por los jesuitas, que los denominaron «seminarios de indios», eran internados selectivos, con un criterio cualitativo y personal de selección. La Congregación Provincial de los jesuitas de México, celebrada en 1577, contempló la fundación de estos colegios. Así erigieron los jesuitas los Seminarios de Indios de Tepotzotlán y de San Gregario de México, el de San Luis de la Paz para indios chichimecas, algunos en Sonora y Sinaloa y otro en la ciudad de Borja, en el Ecuador, dentro de las misiones de Mainas. Varios alumnos indios formados en el internado de la Compañía en Tepotzotlán pasaron a México donde cursaron retórica y artes en los colegios de los jesuitas e ingresaron posteriormente en la Universidad mexicana. Uno de ellos, Don Gregorio, fue ordenado sacerdote; otro, Don Fernando, se graduó en Artes en 1642 y prosiguió estudios de Teología.
Los Centros interraciales a los que acudían niños indios, preferentemente hijos de caciques y niños criollos; alguna vez se unieron también mestizos y negros. Unos fueron de enseñanza elemental, como la escuela de gramática para españoles e indios que tenía, hacia 1530, en la ciudad de México el bachiller Gonzalo Valverde, o el internado de los jesuitas en La Habana en 1568. También el colegio externo de San Juan de Oaxaca fundado en 1575 por los jesuitas, al que acudían en 1599 ciento setenta alumnos indios, españoles, negros y mestizos. En la actual capital del Paraguay, Asunción, los jesuitas tenían una escuela con alumnos indios y españoles. Hubo varios centros interraciales a nivel superior como el colegio de los agustinos en Tiripetío (Michoacán) al que, además de los novicios, asistían algunos indios no seminaristas, o el colegio-seminario de San Nicolás de Pátzcuaro para indios, españoles y mestizos.
Colegio de enseñanza media para indios considera Gómez Canedo el famoso de Santa Cruz de TIaltelolco, en el que se impartían los estudios de gramática y retórica, es decir, la formación en «latinidad» requerida para el ingreso en la Universidad y también para acceder al sacerdocio. El mismo carácter tuvo un colegio para indios establecido por los franciscanos en Quito. Surgieron asimismo en América centros de educación para la mujer indígena. El licenciado Vaca de Castro en el Perú, en el año 1540, sugiere la fundación de colegios para indias semejantes a los ya existentes para niños nobles. Se crearon para las niñas indígenas los siguientes tipos de centros educativos: las escuelas elementales externas, como las promovidas en Yucatán por el franciscano Diego Martín, entre 1530 y 1569, o las que funcionaron anexas al monasterio de Santa Clara del Cuzco en el siglo XVI; los recogimientos para niñas indias, con carácter de internado, como los iniciados por Zumárraga y que encomendó a las beatas de la Tercera Orden de San Francisco, llegadas en 1530, y a las ocho mujeres seglares enviadas por la Emperatriz Isabel en 1534.
Las dificultades del proyecto, llevado a cabo con estas educadoras seglares, hizo desistir de él al primer obispo mexicano y abogar por la venida a la capital de la Nueva España de las monjas concepcionistas para que se hicieran cargo en su convento de la educación de las niñas indígenas, procedimiento usual entonces en toda Europa y muy extendido en los reinos hispanos; el colegio para indias, institución provista de unas constituciones que regulaban su función educativa, no aparece propiamente hasta el siglo XVIII, siendo uno de los primeros el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de mediados de siglo.
Por último se intentó la educación de indígenas en España. Durante el primer tercio del siglo XVI se trajeron a España algunos grupos de niños, hijos de caciques, para ser educados en centros peninsulares. Nicolás de Ovando, gobernador de la Española, envió en 1503-1504 al hijo de un cacique para que «volviendo, aproveche a los de allá para beneficio de sus ánimas». Hacia 1508-1510, autorizaba Fernando el Católico a algunos pobladores de La Española a remitir a España a hijos de caciques, con la misma finalidad. En 1526 una Real Cédula enviada a todas las zonas de América pobladas por españoles ordenaba el envío a la península de doce niños nobles de cada región de hasta diez o doce años, para que se educasen en conventos.
En algunas zonas, como México y Cuba, se negaron los padres indígenas a enviar a sus hijos, y se desistió del proyecto. Se conservan sin embargo datos aislados de niños indígenas que se educaron en España: en 1530 los jerónimos de Sevilla se hicieron cargo, a petición de la Corona, de la educación de tres indígenas traídos por Sebastián Caboto del Río de la Plata; en 1533 un hijo y un sobrino de Moctezuma, y otro cacique me-xica, se educaban en San Francisco el Grande de Madrid; desde la Florida llegaron a España cinco niños, enviados por Pedro Menéndez de Avilés, que se educaron en el colegio de jesuitas de Sevilla, uno de los cuales fue bautizado solemnemente en 1573. A estos se añade la iniciativa de los dominicos Pedro de Córdoba y Antonio de Montesinos, hacia 1512, de establecer en Sevilla una especie de seminario menor donde quince indígenas recibieran educación, con la esperanza de que al acabar su formación pudieran ingresar en la Orden. El arzobispo de la ciudad, el dominico Diego de Deza, se haría cargo de sostenerlo. Aunque se inició con algunos frutos, no parece que perdurase esta labor.
1.2. Escuelas para los criollos Se crearon también en América instituciones educativas para los criollos. En el primer nivel, es decir, la transmisión de los primeros conocimientos o de «las primeras letras» a los criollos, surgieron en el Nuevo Mundo siete soluciones escolares: cuatro de enseñanza externa y tres concebidas como internado. Las soluciones de enseñanza externa fueron las siguientes: la instrucción a niños criollos impartida en los conventos de frailes y religiosos, de modo similar a lo que realizaban con los niños indios; las escuelas surgidas en torno a las catedrales, como las que aparecen en pleno siglo XVI, por iniciativa del cabildo, en Puebla y en Guadalajara, destinadas, como los centros similares de Europa, a la formación de los acólitos empleados en el servicio de la catedral de los que saldrían los futuros sacerdotes; las escuelas externas de maestros en el «nobilísimo arte de leer y escribir» que poco a poco se reglamentaron formando el gremio de San Casiano, dotado como todas las restantes agrupaciones profesionales de una normativa propia.
La enseñanza interna dio lugar al nacimiento de verdaderos colegios con régimen de internado, como el de San Juan de Letrán, de México que, aunque se fundó para los niños mestizos, poco a poco, se dedicó a la educación del criollo. Para educar a las niñas se adoptan tres soluciones: una de escuela externa, la instrucción por maestras seglares en las llamadas escuelas «de amiga» que se difundieron por ciudades y pueblos americanos, y dos tipos de internados: los internados o recogimientos de niñas en los conventos de monjas que las recibieron en ellos para educarlas, y los colegios con régimen de internado, como los de la Caridad o de Niñas de México, de la primera mitad del siglo XVI, el de Belén, también en la capital del Virreinato de la Nueva España, que se inició a principios del siglo XVII, donde surgirán nuevos centros en el XVIII: Colegio de las Vizcaínas, el de Covadonga, el de la Enseñanza.
Todas estas escuelas enseñaban el catecismo y las primeras nociones de lectura, escritura y aritmética. La abundancia de escuelas primarias en la Nueva España ha sido puesta de relieve en estudios recientes, como los realizados por Dorothy Tank de Estrada, quien afirma que durante la colonia no solamente había en la capital de la Nueva España muchas escuelas privadas para niños y niñas, sino también escuelas gratuitas de la Iglesia, del municipio, de las comunidades indígenas y de asociaciones piadosas; entre todas impartían la instrucción primaria a millares de alumnos.
Para los criollos que se proponían acceder a la Universidad y para los que se preparaban al sacerdocio, se iniciaron también en las principales ciudades del Nuevo Mundo, unas instituciones docentes que enseñaron lo que se llamó «latinidad» o también « gramática» -asimilable al segundo nivel escolar- que les haría posible cursar los estudios superiores que se impartían en ella.
América no conoció una de las instituciones educativas típicas de la Península: el estudio de latinidad municipal. En algunas zonas de Perú y de Guatemala había preceptores de gramática traídos por los obispos o por los virreyes. En México la iniciativa partió de las Órdenes religiosas. Fundaron los agustinos en 1575 el Colegio de San Pablo, por iniciativa de fray Alonso de la Vera Cruz, para el que construyeron un edificio con capacidad de alojar a veinte alumnos internos. Formó fray Alonso las Constituciones que fueron análogas a las que con anterioridad había establecido para el colegio de Tiripetío, dedicado sólo a alumnos de la propia Orden, pero adaptándolas al carácter abierto de la nueva escuela. Como muestra de la permeabilidad entre los distintos niveles en las escuelas americanas, en el mismo Colegio de San Pablo se fundaron cátedras de Artes y de Teología.
Los jesuitas configuraron y difundieron de modo definitivo la enseñanza media o secundaria del criollo americano. Fue muy temprana la llegada de la Compañía al Brasil. Vinieron con el primer Gobernador General del nuevo Estado de Brasil, Tamé de Sousa, en 1549 los primeros seis jesuitas --entre ellos el P. Manuel de Nóbrega- y desde sus comienzos abren el primer colegio de enseñanza en Bahía, al que seguirían los de Olinda, Rio de Janeiro, Sao Paulo, Recife, Maranháo y Pará. En el momento de la extinción de la Compañía había centros similares en todas las ciudades del Estado brasileño y, a diferencia de los territorios que se integraron en la Corona española, en Brasil fue la Compañía de Jesús la que llevó el peso de la formación de las generaciones descendientes de portugueses, como también lo llevó de los indígenas en las misiones.
El 18 de octubre de 1574, dos años después de su llegada a la capital de la Nueva España, empezaron la enseñanza en su Colegio de San Pedro y San Pablo. Se fundó a petición de las fuerzas vivas de la ciudad que, admirados de la acertada intervención de los jesuitas en el acto de doctorado de fray Bartolomé de Ledesma, acudieron al Provincial P. Pedro Sánchez solicitando que se hiciesen cargo de la instrucción de la juventud criolla. Explicaron en ese año el primer curso de latinidad y llegaron a reunir entre 300 y 400 alumnos de todo el virreinato. Para poder alojar a los que venían de las provincias mexicanas se proyectaron y realizaron los tres colegios-convictorios de San Bernardo, San Gregario y San Miguel; los cuatro se unirían en 1576, en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo.
En 1568 llegaron los jesuitas al Perú y, gracias a la donación del Licenciado Juan Martínez Rengifo y de su esposa Bárbara Ramírez de Cartagena, pudieron disponer del solar en el que fundaron el Colegio Máximo de San Pablo, para la educación de la juventud criolla.
1.3. Universidades americanas Dos instituciones surgen en la América hispana en el nivel superior de enseñanza, y en esto siguen la praxis peninsular: la Universidad y el Colegio universitario. Durante el siglo XVI se erigen seis Universidades en los territorios americanos: dos en Santo Domingo -la de Santo Tomás y la de Santiago de la Paz-, y una en las ciudades de México, Lima, Bogotá y Quito. La centuria siguiente vio un gran florecer de Universidades en América: se establecen dos centros universitarios en Santiago de Chile, Cuzco, y Bogotá, Quito ve nacer la segunda Universidad, y se erigen universidades en las ciudades de Mérida (Yucatán), Guatemala, Huamanga, Charcas, La Plata o Chuquisaca (actual Sucre) y Córdoba (Argentina). En el siglo XVIII nacerán las tres Universidades de La Habana, Caracas y San Felipe de Chile, y un buen número de las consideradas menores: Mérida (Venezuela), Popayán (Nueva Granada), Panamá, Concepción (Chile) y Asunción (Paraguay); se tramita el establecimiento de las de Buenos Aires y Oaxaca (México), pero no llegaron a entrar en funciones.
Tres de ellas -Santo Domingo, México y Lima- fueron denominadas «universidades mayores» en la Recopilación de las Leyes de Indias (1680). La de Santo Domingo, decana; México y Lima, que se disputan, a su vez, la primacía, fueron las de mayor entidad y peso en cuanto al volumen de alumnos y a la proyección de sus estudios. Aunque es clara la influencia que la universidad peninsular y, especialmente, la de Salamanca, tuvo en la configuración de las universidades del Nuevo Mundo, se perciben también en las americanas características y modalidades específicas que responden a las circunstancias en que nacieron. Veamos el origen y fundación de las Universidades «mayores».
La Universidad de Santo Tomás de Aquino, en Santo Domingo, está relacionada desde sus inicios con los dominicos asentados en la ciudad, desde finales de 1510; los frailes de este primer grupo, encabezados por fray Pedro de Córdoba, procedían del convento de San Esteban de Salamanca; entre ellos figuraban Antonio de Montesinos, Domingo de Betanzos y Tomás de Berlanga, antiguos alumnos de la Universidad salmantina, en la que Betanzos y Berlanga se habían graduado. El capítulo general de la Orden, celebrado en La Española en 1518, aprobaba la erección en el convento de la isla de una Escuela o estudio, semejante al de San Esteban de Salamanca, con los mismos derechos que el salmantino; en 1537 fue erigido como estudio general, aún sin facultad de conferir grados.
Paulo III, por la bula In Apostolatus culmine, del 28 de octubre de 1538, concedió que pudiera erigirse en Universidad, según el modelo de Alcalá de Henares. Esto implicaba el que funcionara como Colegio-Universidad, estructura institucional dada por Cisneros a la Universidad de Alcalá, en la que el rector era el mismo para ambas instituciones; en la de Santo Domingo, el rector sería el prior del convento de los dominicos, sus alumnos podrían recibir grados y gozarían, los maestros y los alumnos, de los privilegios, indultos y exenciones que gozaban los de las Universidades de Alcalá y de Salamanca. Aunque siguió funcionando, la primacía en la isla la tendría la segunda Universidad nacida en ella.
Fue en efecto de realización posterior la Universidad de Santiago de la Paz de Santo Domingo, aunque con un temprano origen relacionado con la gestión realizada ante la Corona por el obispo de aquella diócesis, Sebastián Ramírez de Fuenleal, que en 1529 solicitó un Estudio general para la ciudad de Santo Domingo, «donde fuesen enseñados en la fe los naturales; y los hijos de los que han venido tendrán maestros de todas las ciencias»; ofrecía Ramírez de Fuenleal la renta de dos de sus casas para hacer posible el proyecto. Concedido por la Emperatriz, el 26 de noviembre de 1530 tuvo lugar la fundación de una Escuela de tipo catedralicio. Pasados unos años -en 1537- gracias a la donación de un vecino acaudalado, Fernando de Gorjón, para establecer dos cátedras, se iniciaron estudios de gramática; la ciudad -representada por su Ayuntamiento- y el obispo Alonso de Fuenmayor, solicitaron a la vez de la Corona el establecimiento de un Estudio general y obtuvieron de Carlos V, en 1540, que solicitase del Papa el reconocimiento del Estudio al que se aplicarían los privilegios de Salamanca. Sería sólo en 1550 cuando Felipe II aceptaría que se estableciese la nueva Universidad y le otorgaría los privilegios de la salmantina, excepto los de exención de la jurisdicción civil y del tributar.
La Universidad de San Marcos de Lima, se inicia, de modo semejante a la de Santo Tomás de La Española, vinculada a los dominicos de la ciudad; reunido el Capítulo provincial de la Orden, en la ciudad del Cuzco, el año 1548, acordó fundar un Estudio General en su convento limeño para la formación intelectual de los jóvenes religiosos dominicos. Regente de estudios fue el provincial de la Orden fray Tomás de San Martín y catedrático de Escritura fray Domingo de Santo Tomás, autor de la primera gramática quechua. Dos años más tarde, en 1550, el cabildo secular de Lima envió a la Corte al regente dominico Tomás de San Martín y al capitán Jerónimo de Aliaga, para gestionar, entre otras cosas, la fundación de una Universidad, con los privilegios de la de Salamanca, ya que la distancia impedía «a los jóvenes españoles e indios ir a estudiar a España, y por falta de posibilidad algunos se quedan ignorantes».
Resultado de la gestión de los procuradores fue la Real Cédula del 12 de mayo de 1551, otorgada por el rey Carlos V, que autorizaba la erección de un Estudio general en el convento de Santo Domingo de Lima, «entretanto que se da orden como esté en otra parte donde más convenga»; formulaba así la tarea futura de separarla del convento dominico y darle vida autónoma, que va a presidir los primeros años de la Uni-versidad limeña; se le concedieron - como a la de Santo Domingo- los mismos privilegios que a la Universidad de Salamanca, excepto los de la exención de la jurisdicción ordinaria y de los impuestos. El 2 de enero de 1553 se publicaba la Real Cédula en la sala capitular del convento dominico, con asistencia del Virrey D. Antonio de Mendoza y del Arzobispo Jerónimo de Loaysa, dando comienzo de modo solemne la Universidad peruana. El Breve pontificio «Exponi Nobis», del 25 de julio de 1571, confirmaba la erección y completaba la legislación de la fundación universitaria limeña.
Veinticinco años después, el 25 de mayo de 1578, el Virrey Francisco de Toledo firmó una provisión por la que concedía al Rector de San Marcos la jurisdicción «sobre los doctores, maestros y oficiales de la dicha Universidad y sobre los lectores, estudiantes y oyentes...» en todas las causas criminales, por delitos cometidos en el recinto universitario y fuera de él, si se trataba de asuntos relativos a la Universidad. Se exceptuaban los casos en que la pena implicase derramamiento de sangre. El 31 de diciembre de 1588, una Real provisión de Felipe II concedía a los graduados de Lima gozar «en todas las Indias Occidentales, Islas y Tierra Firme del mar océano, de las libertades y franquezas de que gozan en estos Reinos los que se gradúan en el Estudio y Universidad de Salamanca, ansí en el no pechar, como en todo lo demás». Adquiere con ello San Marcos la autonomía universitaria de que gozaba la universidad salmantina.
Los comienzos de la Universidad de México se centran en torno a las gestiones realizadas por el obispo Zumárraga en 1537, a través de sus procuradores en Trento, solicitando su erección. Fue determinante para ello la intervención del Cabildo de la ciudad, que lo pidió a la Corona por sus procuradores en Corte. La Real Cédula del 3 de octubre de 1539 ordenaba al Virrey la construcción de un edificio para escuela de artes y de teología, y le indicaba que tratara con el obispo la provisión de cátedras. El Virrey y el obispo nombraron catedrático de Teología a Juan Negrete, que empezó sus enseñanzas en un aula, «general muy suntuoso», que construyó el obispo, y después, en casa del Virrey.
Tras estos precedentes se llegó a la Real Cédula de erección del 21 de septiembre de 1551, firmada por el príncipe Felipe. Otra disposición de la misma fecha asignó a la nueva institución mil pesos de renta. Por último una tercera Real Cédula -ésta del Emperador-, concedía a la de México los privilegios de la universidad de Salamanca, excepto la jurisdicción propia y la exención tributaria. Hasta el 24 de mayo de 1597 no se concedió a la universidad de México la autonomía jurisdiccional de que gozaba Lima desde el 31 de diciembre de 1588.
El 25 de enero de 1553, fiesta de la conversión de San Pablo, tuvo lugar la inauguración. El virrey nombró rector al oidor de la Audiencia Antonio Rodríguez de Quesada, y canciller al oidor D. Gómez de Santillana, realizando así una intervención extraordinaria para poner en marcha la institución que después proveería por sus mismos órganos consultivos a la elección de rector. La lección inaugural a cargo de Francisco Cervantes de Salazar, catedrático de Retórica, se celebró el 3 de junio.
Así pues, en cuanto al origen se perciben ya algunas peculiaridades en estas Universidades americanas: de impronta eclesiástica, en concreto del clero regular, son las de Santo Tomás dominicana y la de San Marcos de Lima; con más peso el 17 de diciembre de 1590, se inicia en la ciudad de los Reyes el Colegio Seminario o Colegio de Santo Toribio, por iniciativa del arzobispo de la sede limeña el que luego sería Santo Toribio de Mogrovejo. Autorizado por Felipe II y confirmado por Gregario XIII, inició su actividad con veintinueve alumnos. Por una Real Cédula de 1592 el Colegio -destinado a la formación del clero secular- pasaba a la total dependencia del Arzobispo de Lima. Las Constituciones de 1609 reglamentaron la asistencia de sus colegiales a las cátedras de la Universidad de San Marcos, las horas de estudio en el colegio, el orden y la disciplina interior de la vida de sus alumnos.
2. Formación escolar americana Exponemos a continuación cuál era la formación que proporcionaba el plantel institucional de la Modernidad americana que hemos expuesto. El primer nivel escolar se ocupaba, al igual que en la península, de transmitir los conocimientos básicos o «las primeras letras», juntamente con la instrucción catequética. En el Nuevo Mundo esas «primeras letras» impartidas a los indígenas se identificaron en algunas épocas con la «castellanización». La recitación de las oraciones del cristiano y el aprendizaje del catecismo iban unidos al estudio de abecedarios que iniciaban en la lectura y de la escritura.
El contenido de esta instrucción, además de los conocimientos de la doctrina cristiana, era la lectura y escritura; en algunos casos se añadían las primeras nociones de aritmética. Las escuelas que se ocupaban sólo de los indígenas, en ocasiones impartieron la formación en otros campos, como el de la música, y los oficios y artes. Se configuraba pues una formación catequética que, a veces, abarcaba el ámbito profesional.
La «escuela de latinidad» o «de gramática», el nivel secundario, transmitía el conocimiento del latín y de la cultura latina. Estos contenidos le permitirían al alumno captar los ideales humanos que el mundo clásico había configurado y que, fundidos y permeados por la fe cristiana, Cisneros impulsó a través de la Universidad de Alcalá, y que Salamanca irradió desde sus aulas. El aprendizaje del latín y el conocimiento de los autores clásicos vinieron a ser así el núcleo central de los estudios que prepararon a la juventud americana para ingresar en la Universidad, de modo análogo a lo que sucedía en la península.
El sistema de enseñanza seguido en los colegios de la Compañía, el denominado Parisiense-Romano, fue implantado en México por el Padre Vincenzo Lanuchi, llegado a la Nueva España en 1574. La enseñanza de la lengua y literatura latinas recogía el contenido del antiguo trivium -gramática, retórica y dialéctica-, en tanto que las materias del quadrivium -aritmética, geometría, música y astronomía- se integraron en la facultad de Artes, de nivel universitario, aunque propedéutica de las facultades llamadas universitarias mayores: Teología, Cánones y Derecho civil. Estos estudios de Artes se podían cursar también en los colegios, durante tres cursos. En el primero se estudiaba la lógica y la introducción a las ciencias; en el segundo cosmología, psicología y física; en el tercero y último, metafísica y filosofía moral.
Principio fundamental del sistema era el de garantizar que el alumno, al pasar a un curso superior, dominase suficientemente la materia del anterior. Se hacía con los datos del aprovechamiento demostrado a lo largo del curso y con un examen final ante un tribunal presidido por el prefecto de estudios que expedía el pase correspondiente. La disciplina, fomentada mediante premios y castigos, el método de enseñanza y la promoción para pasar de un curso a otro, son innovaciones pedagógicas renacentistas que los colegios de la Compañía supieron aplicar en sus colegios. Con estos elementos se configura un sistema educativo que tiende a la formación integral de la persona, es decir, a proporcionar no sólo conocimientos, sino también posibilitar la práctica de la virtud.
Culminaba la Universidad la formación humanista que se implantó en los reinos americanos. De sus aulas se aspiraba que salieran los cuadros administrativos civiles, y los que desempeñarían el gobierno eclesiástico en el Nuevo Mundo. Entre los objetivos que se habían propuesto para su erección se encontraban el bien de la evangelización de los indígenas -formar expertos en los temas doctrinales que ayudarían a afrontarla y enseñaría las lenguas indígenas a los futuros sacerdotes doctrineros-, y el bien de la formación cristiana de los criollos, que serían educados en el estudio de todas ciencias y se ocuparían «en toda virtud e buenos ejercicios», como afirmaba el Ayuntamiento de México al solicitar su erección.
Estos objetivos, que sólo se alcanzarían si sus alumnos eran llevados a la ciencia y a la virtud, se esperaban lograr a este nivel, mediante las dos instituciones paralelas: la Universidad que había de contribuir al encuentro de la verdad por sus alumnos, y los Colegios universitarios, que, facilitando una vida ordenada según virtud, transmitiría el estilo de vida universitaria. Veamos los medios que dispusieron ambas instituciones para obtenerlos.
2 .1. La formación en la Universidad Tres elementos concurren a la formación universitaria: la transmisión del saber, la asimilación del mismo por el alumno y la participación del universitario al funcionamiento de la institución. a) Transmisión del saber: configurada la Universidad americana en el marco de la Modernidad cristiana, enlazó en sus enseñanzas el humanismo clasicista y los principios de la doctrina cristiana que alentaron sus ideales educativos. Al saber propedéutico filosófico de la facultad de Artes, seguían las tres facultades mayores: la de Cánones, o Derecho canónico, la de Leyes o Derecho Civil, y la de Teología que coronaba el panorama de los estudios universitarios con la luz de la ciencia de la realidad sobrenatural: Dios revelado. Estructura similar a la de Salamanca que alcanzó en el siglo XVI un notable desarrollo teológico. También se creó una cátedra de Medicina, que a mediados del siglo XVII daría origen a la Facultad de Medicina como tal, tanto en México, como en Lima.
El número de cátedras de las universidades americanas fue siempre menor que en la de Salamanca. A principios del siglo XVII México contaba con veintitrés, por las mismas fechas Salamanca disponía de treinta y ocho; en 1689, la universidad de Lima disponía solo de diecisiete cátedras. En la de Santo Domingo se suprimió en el siglo XVII la cátedra de Medicina, debido a la notable escasez de alumnos por la des-población de la isla. La erección de cátedras de lenguas o idiomas nativos en ambas universidades refleja la adaptación de sus estudios a la finalidad evangelizadora que las anima desde su fundación. Las universidades americanas otorgaron los mismos grados académicos que las peninsulares: bachiller, licenciado y doctor. b) Asimilación de los estudios: adoptaron las enseñanzas universitarias americanas las tres técnicas didácticas consagradas por la enseñanza bajomedieval. La lectio o exposición de un tema que hacía el maestro apoyándose en algún texto de los autores consagrados de la Antigüedad; el maestro transmitía su propia elaboración sobre el tema que, como nos dan a conocer las glosas, o comentarios de textos que se han con-servado, llevaba a cabo aplicando los conocimientos de que disponía y también los datos de observación que consideraba pertinentes al tema.
La collatio y la disputatio eran procedimientos didácticos que se desarrollaban mediante la intervención activa del alumno. La collatio era un diálogo alumno-maestro, que podría relacionarse con la didáctica socrática, en el que se ponía en ejercicio el interés del que aprendía y su iniciativa para abordar el tema y asimilar su contenido de verdad. La disputatio, que hacía ejercitarse en la dialéctica -arte de razonar por medio de proposiciones verosímiles-, requería el estudio y la reflexión personal, y la comparación y el contraste de las diversas opiniones; era una técnica didáctica para aprender a pensar y a expresar con precisión el propio pensamiento. Ha sido aún poco destacado el aprendizaje activo del sistema escolar que del Medioevo pasó al Renacimiento, y que indiscutiblemente contribuyó a la asimilación personal del contenido de los saberes y a la formación de hábitos de trabajo intelectual en el alumno. c) Participación del universitario al gobierno y funcionamiento de la Universidad: es éste un espléndido medio de formación personal. El claustro era la principal autoridad universitaria, y le correspondía el gobierno de la institución. Los había de dos tipos: plenos y ordinarios, y ambos eran presididos por el rector, cabeza visible del centro universitario. Tanto en el claustro pleno, como en los ordinarios estaba prevista la intervención de los alumnos, con voz y voto, uno de los cuales era elegido por el rector. Los Colegios incorporados a la Universidad asistían con uno o varios representantes. Convocados por el rector, entre sus funciones se incluía la aprobación de los programas que se explicarían en cada cátedra durante el curso, y el nombra miento de los examinadores de alumnos de Artes que debían acceder a las Facultades mayores.
La Universidad de México tuvo, según las Constituciones de Cerralvo, de 1626, ocho consiliarios que debían ser estudiantes mayores de 20 años y que hubieran aprobado ya dos cursos; Palafox redujo a tres el número de consiliarios estudiantes e incluyó cuatro catedráticos y un religioso; su función era -como afirman las Constituciones de Palafox- la de «asistir al rector y tener voto consultivo y decisivo en los claustros que se hicieren para vacar las cátedras y en todo lo conveniente a la provisión de ellas». En los claustros plenos, los consiliarios tenían voz activa, si eran mayores de 25 años.
El claustro de diputados de la Universidad mexicana tuvo ocho diputados, dos catedráticos elegidos anualmente por el rector y el maestrescuela, y los otros elegidos por los catedráticos respectivos; dos de Teología, uno de Leyes, uno de Cánones y los otros dos por turno entre las demás Facultades. Este claustro se reunía unas cuatro veces al año, para tratar de la administración del patrimonio de la Universidad. El rector era elegido anualmente por el claustro pleno, entre los componentes del «gremio de la Universidad», maestros y estudiantes.
Excepcionalmente el primer rector de la Universidad mexicana fue nombrado por el virrey. En México la práctica fue la elección de estudiantes: en 1561 se eligió al bachiller Álvaro de Vega, que frecuentaba sus aulas. Poco a poco se introdujo la costumbre de elegir oidores de la Audiencia, contra esta injerencia intervino la Corona. Las funciones del rector alcanzaron el ámbito académico, económico, judicial y personal o representativo: desde la aprobación de planes de estudio y provisión de cátedras, nombramiento de examinadores, hasta visitar dos veces al mes toda la Universidad para revisar el cumplimiento de las obligaciones de todos sus miembros. De todo ello se deduce la función educadora que tuvo sobre los universitarios el desempeño de los cargos de rector o de consiliarios de la institución. Es un tema de enorme interés pedagógico como investigaciones recientes están poniendo de relieve.
El número de alumnos de las universidades mayores de México y Lima creció con el paso de los años: en 1630 la de México tenía 427 alumnos matriculados que se distribuían entre las facultades en la siguiente proporción: Retórica, 109; Artes, 187; Teología, 42; Cánones, 65; Leyes, 10, y Medicina, 14. En 1648, había en la universidad de Lima «casi cien doctores», lo que «nos habla del esplendor de la vida universitaria en la capital peruana». De la universidad mexicana sabemos que en sus 222 años de vida salieron de sus aulas 29,882 bachilleres.
La promoción de estos universitarios, la labor que realizaron en el asentamiento de la vida cristiana en las tierras americanas han de ser estudiadas delimitando campos concretos que permitan un análisis pormenorizado del tema. Estudios recientes llevados a cabo por C. I. Ramírez González y A. Pavón Romero, por ejemplo, nos informan que, en 1603, 10 de los 14 catedráticos de la universidad de México habían estudiado en sus aulas; estos estudios parciales darán una amplitud de perspectiva que permitirá dar una respuesta más precisa.
2.2. Formación impartida por los Colegios universitarios Tuvieron los Colegios Mayores un papel fundamental en la formación de los universitarios americanos. No solo en cuanto que harían posible el acceso a los estudios superiores de los que tuvieran dificultad para hacerlo, por falta de medios económicos, o por residir en zonas distantes a la sede docente, sino primordialmente porque habían de contribuir a la formación integral de la juventud que se alojaba en ellos, participando en un estilo de vida universitaria que se apoyaba en virtudes cristianas.
Fueron una pieza esencial dentro de la formación humanista que caracterizó a la Universidad que llegó a América. Crearon en torno a la Universidad focos culturales que, en no pocos casos, vitalizaron el ámbito intelectual universitario. Por otro lado, la vida de sus colegiales, regulada por las Constituciones del Colegio respectivo, conforme con los principios de la moral cristiana, facilitaba su dedicación al estudio. Surgidos los del Nuevo Mundo en un clima de reforma eclesiástica, participaron de los mismos ideales cristianos. La calidad obtenida está presente en el reconocimiento de la sociedad. Afirma Cervantes de Salazar sobre los Colegios mexicanos que «apenas sale quien no pueda ser oidor o presidente de alguna Audiencia real, u obtener cualquier otro empleo en el orden civil o eclesiástico». Lograrían sus objetivos mediante el cuidado de tres aspectos fundamentales en la vida del colegial: un buen rendimiento en el estudio, la participación en el gobierno y en la vida del mismo Colegio y un alto nivel religioso y moral. Veamos como lo planteaban las Constituciones del Colegio Mayor mexicano de Todos Santos.
Para el rendimiento en el estudio: se garantizaba la selección de los alumnos que accederían a las diez becas del colegio para estudiantes criollos pobres, siendo ya bachilleres en la Facultad de su especialidad -no solo en la de Artes-, y tener más de veinte años; el colegial había de empeñarse para completar sus estudios y para esto se prescribe que la estancia en el colegio no podía prolongarse más de siete años. Se facilitaba un clima de estudio serio en los colegiales. Desde sus orígenes estaba prescrito que en él se hablaría en latín, la lengua oficialmente universitaria. Diversos ejercicios estimulaban el rendimiento de sus colegiales: en los estatutos añadidos en 1644 se reglamentaba que cada colegial había de leer -esto es impartir una lección- una hora mensualmente, sobre un tema asignado previamente; también se prevén las llamadas «sabatinas»: acto semanal en el que se desarrollarían tres conclusiones morales.
Se establecía, además, que se debía proporcionar a cada colegial los libros de texto de su Facultad. Especial importancia tenían las oposiciones internas entre los colegiales, reguladas minuciosamente. Antes de optar a una cátedra universitaria, los colegiales se examinaban en el Colegio ante un tribunal presidido por su rector e integrado por varios colegiales, que garantizarían el nivel del oponente.
Participación en el gobierno y en la vida del Colegio: las Constituciones trazaban la autonomía e independencia del Colegio. El rector que estaría al frente como garante de su cumplimiento sería elegido anualmente, el día de Todos los Santos, entre los mismos colegiales. Estos, a la vez, participarían todos con voto personal en la elección y no podrían ser reemplazados por nadie en el ejercicio de este derecho. Se elegían también por votación de los colegiales dos consiliarios para asesorar al rector.
El conjunto de los colegiales era a su vez garantía y órgano consultivo del rector en su doble función de la administración de la economía del Colegio y del cuidado de la disciplina y orden del mismo. Todos los colegiales se reunirían mensualmente para asuntos de administración y al final de cada año revisarían el memorial de las rentas del colegio. Anualmente se nombraba a un colegial que debería atender a la conservación del edificio y que contaría con la autorización del rector y de los consiliarios para las reparaciones de mayor cuantía. Las Constituciones prescribían una visita anual del centro realizada por uno de los componentes del cabildo catedralicio, que sería elegido por votación de todos los colegiales.
Formación espiritual y moral: determinaban las Constituciones diversas prácticas de piedad que configuraban el estilo colegial de Todos Santos; la bendición de la mesa, el silencio durante las comidas en las que se leería algún libro, control de la portería, estableciéndose unas horas determinadas, al comienzo y final del día, para abrir y cerrar la puerta.
El rector debería cuidar del cumplimiento de estas normas y las Constituciones establecían medidas concretas que castigaban a los que las transgredían, hasta prever la expulsión del Colegio en caso de pertinacia. Los consiliarios, a la vez, deberían cuidar de la rectitud de gestión del rector, pudiendo revocar sus determinaciones en caso de que fuesen contrarias a las normas del Colegio, y proceder incluso a la priva-ción del oficio.
Pasados los años -ya a finales de la colonia- seguía esperándose del Colegio Mayor de Todos los Santos la función educativa que había desempeñado desde la época fundacional, aunque acomodada al espíritu de la época. Así lo afirmaba un Real Decreto del 12 de septiembre de 1790, sobre la visita practicada al Colegio Mayor de Todos los Santos: «habiendo examinado este asunto con la atención que merece por tratarse de la Visita y reforma de un Colegio de Jóvenes dedicados a la carrera de Letras, de cuya educación buena o mala ha de sufrir las resultas la causa pública y el Estado; reconoce la exactitud, esmero y cuidadoso trabajo con que el Arzobispo de México, ha desempeñado la Real confianza ... dictando unas Providencias llenas de cristiandad y de prudencia; de modo que exactamente observadas es de esperar que con el tiempo prosperen las rentas del Colegio, se aumente el número de Colegiales y aprovechen en la virtud y en la ciencia».
3. contribución a la cultura de la Modernidad cristiana americana Al indagar sobre la influencia evangelizadora de las instituciones educativas americanas, nos planteamos también su contribución positiva a esa cosmovisión cristiana que el americano ha transmitido de generación en generación y que, en parte, se ha nutrido de la investigación y el estudio de la problemática que el Nuevo Continente presentaba. Sería preguntarnos si efectivamente la Universidad americana -es el nivel al que corresponde esta tarea- llevó a cabo la labor de expertos en los saberes legislativos, en la filosofía y teología, y dio soluciones acertadas a los temas que la vida de las nuevas cristiandades presentasen.
La respuesta a esta temática exige una investigación honda y pormenorizada que, en parte, está por hacer. Tenemos respuestas parciales. Veamos cómo lo realizaron tres maestros mexicanos del XVI que se enfrentaron con los temas surgidos de las necesidades evangelizadoras.
Alonso de la Vera Cruz, OSA (1507-1584), primer catedrático de Sagrada Escritura de la Universidad novohispana, escribe su Releetio de dominio (1553-1554) negando toda intervención con armas con fin de hacer llegar el Evangelio a nuevos pueblos; también la Releetio de decimis (1554-1555) sobre el controvertido tema de los diezmos de los indígenas y el importante opúsculo Speeulum eoniugium en el que aborda el matrimonio de los nuevamente convertidos a la fe cristiana.
Bartolomé de Ledesma, OP (1525-1604), catedrático de prima de Teología en la Universidad de México, de 1567 a 1582, pasó a Perú, donde enseñó también en la de San Marcos. Se ha perdido su De iustitia et iure, que recogería su magisterio universitario sobre la problemática social de su época; sin embargo, a través de sus dictámenes sobre la Releetio de decimis de Alonso de la Vera Cruz, se conocen sus puntos de vista sobre la polémica eclesiológica en torno a la exención. En cuanto al tema de los justos títulos, siguiendo a Francisco de Vitoria y a Alonso de la Vera Cruz, declaró la ilicitud de la guerra a los infieles para llevarles la fe cristiana; pero, discrepando de ambos, le pareció lícito emplear armas, si se oponían a la predicación pacífica; también sostuvo, disintiendo de Tomás de Aquino, que podría hacerse violencia a los padres infieles -bien aprisionados en guerra justa o, en el caso de África o las Indias orientales, esclavizados por otros procedimientos-, imponiéndoles el bautismo de sus hijos.
Pedro de Pravia, OP (1525-1590), era catedrático en Artes de la Universidad de México en 1553, en 1582 obtuvo la cátedra de prima de Teología, que regentó hasta su muerte en 1590. Fue un maestro fecundo en obras de rico contenido social. En 1556 firmó, con el agustino Alonso de la Vera Cruz, el franciscano Juan Focher y varios frailes más, un dictamen sobre los diezmos, dirigido al rey, titulado Pareseer de los religiosos, de gran importancia en el desarrollo del tema que se había planteado entre la jerarquía y las Órdenes mendicantes, contemporáneo a la Releetio de decimis de Alonso de la Vera Cruz; en él sale en defensa de la exención de los indígenas, exención que llevaba consigo su inserción en el marco misional y no en las doctrinas regentadas por curas seculares. Es también coautor del famoso dictamen al Tercer Concilio Mexicano (Parescer de la Orden de Santo Domingo) sobre la guerra de los chichimecas, del 5 de mayo de 1585, en el que sale en defensa del más débil, aunque suspende el juicio acerca de la licitud del conflicto armado.
Coautor asimismo del Parescer concorde de todas las Ordenes y Consultores de estos repartimientos del 18 de mayo de 1585, en el que condena el modo en que se lleva a cabo este sistema de trabajo, y no la institución en sí; tres años más tarde en una Carta a Felipe II, del 8 de diciembre de 1588, sobre el mismo tema de los repartimientos de indios, escribe al rey en descargo de su conciencia y se pronuncia en contra de toda comunidad de indios con españoles para impedir las vejaciones que supone toda posible comunicación. La propuesta praviana de separar las comunidades de españoles e indios no debe interpretarse como un intento de crear una especie de república autónoma, independiente de las autoridades españolas, sino como un deseo de evitar el mal ejemplo que, en algunos casos, los españoles daban a los naturales, y protegerles así de las vejaciones que, en ocasiones también, debían sufrir de parte de los colonizadores.
Son tres ejemplos los que he traído de maestros universitarios que contribuyeron con su trabajo a plantar las bases de una sociedad cristiana más justa y que, indiscutiblemente, lo sostendrían en la cátedra ante sus alumnos. La entidad de la contribución del magisterio universitario a la configuración cristiana de la sociedad americana ha de ser estudiada a la luz de las investigaciones pormenorizadas de los profesores que enseñaron en sus aulas a lo largo de los siglos de la colonia.
Conclusiones La Iglesia que llegó a América, dotada de una espiritualidad de alto nivel y de una doctrina profundamente arraigada, evangelizó llevando a cabo una labor educadora a través de una gama amplia de instituciones de enseñanza. Hemos visto trabajar en esta tarea a todos los miembros del Pueblo de Dios en el Nuevo Continente: Jerarquía, clero regular y secular, laicos indígenas y criollos, realizaron una inculturación de la fe que ha llegado hasta nuestros días. La Sede Apostólica impulsó esta labor en numerosos documentos, desde la bula Inter cetera, del 3 de mayo de 1493. Apuntamos los siguientes aspectos conclusivos:
1° Las instituciones educativas americanas de todos los niveles responden a la configuración institucional que forjó la cultura bajo-medieval; en ellas se encuentra también la huella de elementos valiosos de las culturas autóctonas. Se plantearon todos los niveles de enseñanza -incluído el universitario- abiertos a los indígenas, aunque después la situación socio-cultural hizo que, de hecho, el acceso de los naturales fuera sólo excepción.
2° En todos los niveles educativos interviene la Iglesia desde el primer momento, y en todos ellos se plantea como finalidad la formación integral de la persona, a la que se proporcionan conocimientos y también los medios para asentar una vida cristiana mediante el progreso en las virtudes. Expresivo de este ideal educativo es el planteamiento de la Universidad y de los Colegios universitarios, según hemos señalado.
3° En los tres ciclos educativos (elemental, secundario y universitario), y tanto en la instrucción directamente religiosa como en la enseñanza de disciplinas estrictamente civiles, se planteó adecuadamente la inculturación de la fe. Los educadores supieron asimilar los elementos más valiosos de las culturas autóctonas, enriqueciéndolos debidamente y complementándolos con los aportes de la cultura cristiana, que, hasta entonces, había sido principalmente europea y que, desde entonces, será verdaderamente cosmopolita.
4° Los maestros universitarios buscaron solucionar los problemas de la sociedad americana naciente de acuerdo con los valores cristianos y, en determinados casos, contribuyeron a la adopción de medidas más justas.
BIBLIOGRAFÍA
1. Sobre la educación del indígena 1.1. Sobre la educación del indígena en América Latina en los siglos XVI y XVII no se tiene un estudio de conjunto. Hay que acudir a las primeras crónicas sobre las distintas misiones. Una buena síntesis del tema educativo en el contexto de la evangelización se encuentra en P. BORGES MORÁN, Misión y civilización en América, Alhambra, Madrid 1986, que proporciona una amplia bibliografía: tanto de crónicas misionales, como de tratados clásicos y de obras recientes, a la que remitimos. Se complementa con la obra ya más clásica: ID, Métodos misionales en la cristianización de América. Siglo XVI, CSIC, Madrid 1960. También clásicas son: R. RICARD, La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572, trad. casto de A. M. Garibay, FCE, México 2' ed. 1986. Muy valiosa es la obra de L. GÓMEZ CANEDO, Evangelización y conquista. Experiencia franciscana en Hispanoamérica, Porrúa, México 2' ed. 1988. Perspectivas interesantes y documentadas en: L. Díaz- TRECHUELO López -Spínola, La contribución de los seglares a la evangelización de América, en VV.AA., Evangelización y Teología en América (siglo XVI), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 1990, pp. 643-656; J. SÁNCHEZ HERRERO, Alfabetización y catequesis en España y en América durante el siglo XVI, en VV.AA., Evangelización y Teología en América (siglo XVI), cit., pp. 237-271, Á. HUERGA, Las Órdenes religiosas, el clero secular y los laicos en la evangelización americana, en ibídem. pp. 569-602; M. B. PÉREZ ÁLVAREZ, Las Órdenes religiosas y el clero secular en la evangelización del Perú. Proyección de su labor misionera, en ibídem, pp. 699-711; C. BAYLE, El clero secular y la evangelización de América, CSIC, Madrid 1950; A. DE LA HERA, El sentido misional del descubrimiento, en La huella de España en América. Descubrimiento y fundación de los Reinos de Indias (1475-1560), Madrid 1988, pp. 165-177.
1.2. Hay buenos estudios sobre algunas áreas geográficas determinadas o relativas a sectores sociales concretos. De indiscutible valor la obra de L. GÓMEZ CANEDO, La educación de los marginados durante la época colonial, Porrúa, México 1982, que une una notable labor investigadora de fuentes, con una buena exposición sintetizadora de las instituciones educativas franciscanas. Ver también ID., Pioneros de la Cruz de México. Fray Toribio de Motolinía y sus compañeros, BAC, Madrid 1988. Muy apreciable la obra de J. M. KOBAYASHI, La educación como conquista, El Colegio de México, México, 2' ed. 1985, que tiene el valor original de estudiar la inculturación educativa mexicana realizada por los franciscanos, desde la perspectiva de su formación cultural japonesa. Muy completa la obra de P. GONZALBO AIZPURU, Historia de la Educación en la Época colonial. El mundo indígena, El Colegio de México, México 1990. Para la zona del incario conviene acudir a las referencias al tema en: F. DE ARMAS MEDINA, La cristianización del Perú (1532-1600), C.S.LC., Sevilla 1953. L. PEREÑA (Dir.), Doctrina cristiana y Catecismo para instrucción de los indios. Introducción: del genocidio a la promoción del indio, CSIC, Madrid 1986. Para otras áreas: B. SUÑÉ, La educación en Guatemala (siglo XVI) como un proceso de inculturación-aculturación, en «Anuario de Estudios Americanos», 38 (1982); C. SÁEZ DE SAN- TAMARÍA, Historia de la educación jesuítica en Guatemala. Siglos XVI-XVII, Madrid 1978; G. M. FOSTER, Cultura y conquista. La herencia española de América, Xalapa, 1962. F. J. LASPALAS PÉREZ, Una vista de la obra educativa de España (siglo XVI) y su relación con los modelos peninsulares, en VV.AA., Evangelización y Teología en América (siglo XVI), cit., pp. 141-149; CJ. ALEJOS GRAU, Fray Pedro de Gante y la Escuela de San José de los naturales, Facultad de Filosofía y Letras (Sección de Geografía e Historia), Universidad de Navarra, Pamplona 1991, pro manuscrito.
2. Educación del criollo 2.1. Sobre la educación del criollo en América Latina en los siglos XVI y XVII no se dispone de un estudio de conjunto. Hay que acudir, de una parte a los tratados de Historia de la Educación que proporcionan encuadres generales al tema, como en: G. MIALARET J. VIAL, Histoire mondiale de l'éducation, 2. De 1515 a 1815, PUF, Paris 1981 (el apartado correspondiente lo realizan M. A. GALINO Y J. RUIZ, L'éducation en Espagne et en Amérique latine; y también ID., Textos pedagógicos hispanoamericanos, Narcea, Madrid 1982. Proporcionan datos y perspectivas para el tema las historias de la Iglesia, entre ellas la de P. BORGES (Dir.), Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, I, BAC Maior, Madrid 1992: valiosos los capítulos de J. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, La Iglesia y la enseñanza superior (pp. 699-713) e ID., La Iglesia y la enseñanza elemental y secundaria (pp. 715-729); L. LOPETEGUI y F. ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia en la América Española desde su descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX, BAC, Madrid 1965, 2 vols. Para México se dispone, entre otras, de las ya clásicas: M. CUEVAS, Historia de la Iglesia en México, 4 vols., Revista Católica, El Paso, Texas 1928; R. RICARD, La conquista espiritual de México, Fondo de Cultura Económica, México 2° ed. 1987; C. ALVEAR ACEVEDO, La Iglesia en la Historia de México, JUS, México 2 ed. 1988. Para Perú: R. VARGAS UGARTE, Historia de la Iglesia en el Perú, Aldecoa, Burgos 1960, I, pp. 329-331.
2.2. También hay buenos estudios sobre algunas zonas determinadas. Sobre las del Virreinato de la Nueva España: Vid. bibliografía sobre el tema en E. LUQ.UE ALCAIDE, La Educación en Nueva España en el siglo XVIII, Sevilla 1970. De indiscutible valor la obra de L. GÓMEZ CANEDO, La Educación de los marginados durante la Época colonial, Edit. Porrúa, México 1982, que se apoya sobre una notable labor investigadora. Con diversa perspectiva la obra de P. GONZALBO AIZPURU, Historia de la educación en la época Colonial. La educación de los criollos y la vida urbana, El Colegio de México, México 1990; J. M. KOBAYASHI, La educación como conquista, El Colegio de México, México 1974; C. BAYLE, España y la educación popular en América, Federación de Amigos de la Enseñanza, Madrid 1932;J. L. BECERRA, La organización de los estudios en la Nueva España, Cultura, México 1963; J. BRAVO UGARTE, La educación en México, JUS, México 1966; muy básico y con visión parcial el de F. LORROYO, Historia comparada de la educación en México, Porrúa, México 6 ed. 1962; J. A. CALDERÓN QUIJANO, La proyectada universidad de Cortés en Coyoacán, en «Anales de la Universidad Hispalense», (1965) 123-128; E. DE LA TORRE VILLAR, Historia de la educación en Puebla (época colonial), Universidad Autónoma de Puebla, Puebla 1988; sobre la educación en Perú: F. BARREDA LAOS: Vida intelectual del Virreinato del Perú, Talleres Gráficos Argentinos, Buenos Arres 1937: con enfoque parcial, proporciona algunos datos valiosos; R. VARGAS UGARTE, Historia del Perú. Virreinato (1551-1590), Lima 1942; F. MATEOS, Escuelas primarias en el Perú del siglo XVI, en «Missionalia Hispanica» 8 (1951) 591-599; B. S. BLANCO, La educación en Guatemala (Siglo XVI) como proceso de enculturación-aculturación, en «Anuario de Estudios Americanos», 1981, pp. 239 ss.; A. CHANETON, La instrucción pública en la época colonial, Buenos Aires, 1942.
2.3. Sobre la educación de la mujer: P. Foz y Foz, La revolución pedagógica en la Nueva España, 1754-1820, C.s.I.e., Madrid 1981,2 vols.; P. GONZALBO AIZPURU, Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, El Colegio de México, México 1987; J. MURIEL DE LA TORRE, Conventos de monjas en la Nueva España, Ed. Santiago, México 1946; ID., Los recogimientos de mujeres: respuesta a una problemática novohispana, UNAM, México 1974; ID., Cultura femenina novohispana, UNAM, México 1982; E. LUQUE ALCAIDE, El Colegio de las Vizcaínas, iniciativa vasco-navarra para la educación de la mujer en la Nueva España en el siglo XVIII, en VV.AA., Evangelización y Teología en América (siglo XVI), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 1990, pp. 1443-1454; ID., Colegio de la Candad, primer establecimiento educativo para la mujer en el México virreinal. Estudio de sus constituciones, en «Suplemento del Anuario de Estudios Americanos», 47 (1990) 3-25; ID., Autonomía jurídica del Colegio de las Vizcaínas, en «Anuario Mexicano de Historia del Derecho», Universidad Nacional Autónoma de Mé-xico,2 (1990) 151-167.
2.4. Sobre la educación en los colegios de la Compañía: G. DECORME, La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial 1572-1767, 2 vols., Antigua Librería de Robredo, México 1941; A. GÓMEZ ROBLEDO, Humanismo en México en el siglo XVI. El sistema del colegio de San Pedro y San Pablo, UNAM, México 1954; 1. OSORIO ROMERO, Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en la Nueva España. 1572-1767. UNAM, México 1979; ID., Floresta de gramática, poética y retórica en Nueva España. UNAM, México 1980; P. GONZALBO AIZPURU, La educación popular de la Compañía de Jesús en la Nueva España, Universidad Iberoamericana, México 1989.
3. Educación universitaria
3.1. Para la Universidad son fundamentales las obras de C. M. A y G. M. SÁINZ DE ZÚÑIGA, Historia de las universidades hispánicas. Orígenes y desarrollo desde su aparición hasta nuestros días. Centro de Estudios e Investigaciones y CSIC, Ávila 1957-1977, 10 vols.; y las de A. M. RODRÍGUEZ CRUZ, Historia de las Universidades hispanoamericanas. Período hispánico, Imp. Patriótica Caro y Cuervo, Bogotá 1973, 2 vols.; ID., Salmantina docet. La proyección de la Universidad de Salamanca en Hispanoamérica, Universidad de Salamanca. Salamanca 1977; ID., El oficio de rector en la Universidad de Salamanca y en las universidades hispánicas, desde sus orígenes hasta principios del siglo XIX, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1979; H. A. STEGER, Las universidades en el desarrollo social de América Latina, Fondo de Cultura Económica, México 1974; R. L. KAGAN, Universidad y sociedad en la España moderna, Tecnos, Madrid 1981. Sobre la vida de la Universidad de México son valiosos los estudios que está realizando el CESU de la UNAM: es muy útil la obra La Real Universidad de México. Estudios y textos, CESU-UNAM, México 1987: para consulta bibliográfica se puede acudir al apartado de A. PAVÓN ROMERO Y M. MENEGUS BORNEMAN, La Real Universidad de México. Panorama historiográfico. Vid. también: L. M. LUNA DÍAZ Y A. PAVÓN ROMERO, El claustro de consiliarios de la Real Universidad de México, de 1553 al segundo rectorado de Farfán, en VV.AA., Universidades españolas y americanas. Época colonial, Generalitat Valenciana, Valencia 1987, pp. 329-350; C. 1. RAMÍREZ GONZÁLEZ y A. PAVÓN ROMERO, De estudiantes a catedráticos. Un aspecto de la Real Universidad de México en el siglo XVI, separata del libro Claustros y Estudiantes, Valencia 1989. Fundamental para la Universidad mexicana es el libro de C. B. DE LA PLAZA y JAÉN, Crónica de la Real y Pontificia Universidad de México, UNAM, México 1931, 2 vols. Para la Universidad peruana, la de L. A. EGUIGUREN, Historia de la Universidad [de Lima], Lima 1951,2 vols.; ID., Alma Mater. Orígenes de la Universidad de San Marcos y sus colegios, Lima 1939; ID., Diccionario histórico-cronológico de la Universidad Real y Pontificia de San Marcos y sus colegios, Lima, 1940-1949. De consulta obligada las de A. M. CARREÑO, La Real y Pontificia Universidad de México. 1536-1865, UNAM, México 1961; ID., Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México, UNAM, México 1963; A. Jiménez, Historia jurídica de la Universidad de México, UNAM, México 1955; j. Jiménez RUEDA, Las constituciones de la antigua universidad de México, UNAM, México 1951; j. T. LANNING, Reales Cédulas de la Real y Pontificia Universidad de México, de 1551 a 1816, UNAM, México 1946; C. MEDINA, Indios caciques graduados de bachiller en la Universidad; en «Boletín del Archivo General de la Nación», México X, 1-2 (1969) 5-50; S. MÉNDEZ ARCEO, La Real y Pontificia Universidad de México, UNAM, México 1952; G. PÉREZ SAN VICENTE, Manual de las fórmulas de los juramentos que han de hacer los rectores, consiliarios y oficiales electos de esta preclara e imperial Universidad de México, UNAM, México 1967; ID., Las cédulas de fundación de las universidades de México y Lima, en «Estudios de Historia Novohispana», UNAM, México 1970; M. GALLEGOS ROCAFULL, El pensamiento mexicano de los siglos XVI y XVII, UNAM, México 2' ed. 1974. Estudios más modernos sobre la Universidad mexicana del siglo XVI: F. MARTÍN HERNÁNDEZ, A. ORTEGA, R. HERNÁNDEZ MARTÍN, Humanismo cristiano, Caja de Ahorros de Salamanca, Salamanca 1989, que recoge aspectos de interés sobre el tema. Aspectos particulares de la formación universitaria: j. R. DÍAZ ANTOÑANZAS, Relación de teólogos de la Real y Pontificia Universidad de México (siglo XVI), en VV.AA., Evangelización y teología en América (siglo XVI), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1990, pp. 1141-1165; ID., Colación de grados de Teología en la Real y Pontificia Universidad de México (siglo XVI), en VV.AA., Evangelización y teología en América (siglo XVI), cit., pp. 1167-1184.
3.2. Sobre colegios universitarios españoles y americanos, además de lo dicho en el capítulo IV, supra, bibliografía, proporciona buenas perspectivas la obra de L. SALA BALUST, Reales reformas de los antiguos colegios de Salamanca anteriores a las del reinado de Carlos IJI (1623-1770), CSIC-Universidad de Valladolid, Valladolid 1956; ID. (ed.), Constituciones, Estatutos y Ceremonias de los Colegios seculares de la Universidad de Salamanca, Salamanca 1964. Vid. también F. MARTÍN HERNÁNDEZ, La formación clerical en los colegios universitarios españoles. 1371-1563, Vitoria 1961; L. DÍAZ- TRECHUELO, La vida universitaria en Indias. Siglos XVI y XVII, Universidad de Córdoba, Córdoba 1982. Para los Colegios y Seminarios peruanos es de mucha utilidad la consulta de la «Revista Peruana de Historia Eclesiástica», Instituto Peruano de Historia Eclesiástica, Cuzco-Perú 1 (1989), número monográfico dedicado a este tema.
3.3. Sobre los teólogos mexicanos del siglo XVI, cfr.: V. CARRO, La teología y los teólogos-juristas españoles ante la Conquista de América, Biblioteca de Teólogos Españoles, Salamanca 2 ed.1951 M. GALLEGOS ROCAFULL, El hombre y el mundo de los teólogos españoles del Siglo de Oro, Stylo, México 1946; ID., La filosofía en México en los siglos XVI y XVII, en VV.AA., Estudios de historia de la filosofía en México, UNAM, México 1963; ID., El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, UNAM, México 2' ed. 1974; M. BEUCHOT, Filósofos dominicos novohispanos (entre sus colegios y la Universidad), UNAM, México 1987; E. DE LA TORRE VILLAR, Notas para el estudio de la Teología en la Nueva España, en VV.AA., Studia humanitatis. Homenaje a Rubén Bonifa: Nuño, UNAM, México.
ELISA LUQUE ALCALDE © Simposio CAL 1992