Diferencia entre revisiones de «SANTA MARIA DE GUADALUPE; La Primera Misionera»
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− | ALTAMIRANO IGNACIO MANUEL, La fiesta de Guadalupe. Imprenta y Litografía Española, México 1884 | + | ALTAMIRANO IGNACIO MANUEL, ''La fiesta de Guadalupe''. Imprenta y Litografía Española, México 1884 |
− | ALVA IXTLILXOCHITL FERNANDO DE, Compendio Histórico del Reino de Texcoco, Tomo II. Ed. UNAM, México 1985 | + | ALVA IXTLILXOCHITL FERNANDO DE, ''Compendio Histórico del Reino de Texcoco'', Tomo II. Ed. UNAM, México 1985 |
− | BENAVENTE TORIBIO DE, Historia de los indios de la Nueva España. Ed. Porrúa, México 1984 | + | BENAVENTE TORIBIO DE, ''Historia de los indios de la Nueva España''. Ed. Porrúa, México 1984 |
− | CUEVAS MARIANO, Historia de la Iglesia en México. Vol. I Ed. Cervantes, México 1942 | + | CUEVAS MARIANO, ''Historia de la Iglesia en México.'' Vol. I Ed. Cervantes, México 1942 |
− | DIAZ DEL CASTILLO BERNAL, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Ed. UNAM, México, 2005 | + | DIAZ DEL CASTILLO BERNAL, ''Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España,'' Ed. UNAM, México, 2005 |
− | GROUSSET RENÉ., Il bilancio della storia. Ed. Jaca Book 1980 | + | GROUSSET RENÉ., ''Il bilancio della storia''. Ed. Jaca Book 1980 |
− | MADARIAGA SALVADOR DE, Hernán Cortés. Buenos Aires 1941 | + | MADARIAGA SALVADOR DE, ''Hernán Cortés''. Buenos Aires 1941 |
− | MENDIETA JERONIMO DE, Historia Eclesiástica Indiana, El Colegio de Michoacán, México 1996 | + | MENDIETA JERONIMO DE, ''Historia Eclesiástica Indiana,'' El Colegio de Michoacán, México 1996 |
− | RODRIGUEZ MADARIAGA OSCAR, Misioneros de la primera hora. Ed. Esquila, México 1990 | + | RODRIGUEZ MADARIAGA OSCAR, ''Misioneros de la primera hora''. Ed. Esquila, México 1990 |
− | SAHAGUN BERNARDINO DE, Historia de las cosas de la Nueva España, Ed. Porrúa, México, 1989 | + | SAHAGUN BERNARDINO DE, ''Historia de las cosas de la Nueva España'', Ed. Porrúa, México, 1989 |
− | TAVIANI PAOLO EMILIO, Il viaggi di Colombo. Vol. II. Novara 1985 | + | TAVIANI PAOLO EMILIO, ''Il viaggi di Colombo''. Vol. II. Novara 1985 |
'''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ''' | '''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ''' |
Revisión del 19:25 15 ene 2017
Sumario
- 1 El «acta de nacimiento» del catolicismo latinoamericano
- 2 Los reinos de la región lacustre del Anáhuac
- 3 El significado de Quetzalcóatl
- 4 ¿Una primera relación basada en la ambigüedad?
- 5 ¿Cómo vivieron los misioneros el encuentro?
- 6 Miserias y fe en los conquistadores
- 7 Lo que pasó en el cerro del Tepeyac
- 8 El porqué del nombre Guadalupe
- 9 El Acontecimiento guadalupano: un hecho histórico de significado trascendente
- 10 Origen de una identidad
- 11 La Iglesia: como en la Edad Media
- 12 NOTAS
- 13 BIBLIOGRAFÍA
El «acta de nacimiento» del catolicismo latinoamericano
El primer encuentro del mundo indo-americano con el Acontecimiento cristiano sucede a través de la mediaci¢n española con toda la complejidad y problemática que entraña tal mediación.
El CELAM (Consejo Episcopal latino americano) ha declarado en Puebla: “Es el Evangelio, encarnado en nuestros pueblos, lo que los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe, que se yergue al inicio de la evangelización”.[1]Por tanto, el Acontecimiento Guadalupano puede ser leído como el «acta de nacimiento» del catolicismo latinoamericano.[2]
Después del primer encuentro del mundo hispano con las Antillas americanas, el encuentro con mayores consecuencias va a ser el que se realiza desde México. En febrero de 1519 un grupo exiguo de españoles bajo el mando de Hernán Cortés zarpaba desde Cuba hacia México. En marzo de aquel año fundaba ya en territorio mexicano la ciudad de Veracruz. En agosto de 1521 caía definitivamente en su poder Tenochtitlán, la capital de los aztecas. Se iniciaba así la presencia española en el seno del continente.
Aunque desde el principio acompañaban a Cortes dos sacerdotes, en octubre de 1522 pidió al Rey de España, Carlos V, que le enviase “religiosos santos y reformados” para la evangelización. El emperador envía así los primeros franciscanos. Los tres primeros llegan en agosto de 1523, y en junio de 1524 llegan los llamados «Doce Apóstoles de México». Entre los tres primeros se encuentra Fray Pedro de Gante, pariente del emperador, y en el grupo de «los doce» fray Toribio Paredes de Benavente, a quien los indígenas llamarán «Motolinía».[3]
Los reinos de la región lacustre del Anáhuac
¿Qué mundo encontraron aquellos españoles en el corazón del actual México centrado en valle lacustre del Anáhuac? El dominio político de la región estaba en manos del imperio azteca-mexica. La capital de esta ciudad-estado era Tenochtitlán, asentada en un islote en medio del Lago de Texcoco, rodeada por otras ciudades-estado (un poco parecido al de la antigua Grecia, con una lengua común: el náhuatl. Tenochtitlán estaba regida por un emperador-sacerdote azteca (tlatoani). Estos estados, aunque florecían en un mismo espacio geográfico, no siempre mantenían relaciones estables de amistad. La «conquista» fue la ocasión que les permitió dirimir sus diferencias. Los españoles se aprovecharon de las luchas y divergencias entre estas ciudades-estado en su proceso de conquista. Fueron ayudados -entre otros- por los tlaxcaltecas y totonacas, que en un principio creían que los recién llegados eran dioses procedentes del mar.
El significado de Quetzalcóatl
Los indios del valle del Anáhuac tenían la creencia del retorno liberador de una figura mesiánica llamada Quetzalcóatl. Esta confusión de los indios constituyó -según algunos- un apoyo sólido de la conquista. Los indios habrían visto en los españoles el cumplimiento de aquella profecía-tradición. Escritores indígenas como el mestizo y noble chichimeca, don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, y algunos misioneros de la primera hora,[4]nos hablan de esta creencia. Así escribe Ixtlilxóchitl:
“Llegó a esta tierra un hombre a quien llamaron Quetzalcóatl y otros Huemac por sus grandes virtudes, teniéndolo por justo, santo y bueno; enseñándoles por obras y palabras el camino de la virtud y evitándoles vicios y pecados, dando leyes y buena doctrina, y para refrenarles de sus deleites y deshonestidades les constituyó el ayuno (...) Era Quetzalcóatl hombre bien dispuesto, de aspecto grave, blanco y barbado, su vestuario era una túnica larga (...) Viendo el poco fruto que hacía con su doctrina, se volvió por la misma parte de donde había venido, que fue la de oriente, desapareciendo por la costa de Coatzacoalco, y al tiempo que se iba despidiendo de estas gentes les dijo, que los tiempos venideros, en un año que se llamará acatl, volvería, y entonces su doctrina sería recibida y sus hijos serían señores y poseerían la tierra, y que ellos y sus descendientes pasarían muchas calamidades y persecuciones; y otras muchas profecías que después muy a las claras se vieron”.[5]
¿Una primera relación basada en la ambigüedad?
La primera e inmediata relación entre los indios y españoles habría que verla pues bajo esta luz. Pero se da también otro elemento político. Las ciudades-estado enfrentadas con los dominadores aztecas vieron la ocasión propicia para levantarse contra su dominio. Se daban además entre los pueblos mexicas numerosas «guerras floridas», las que tenían como único objeto el apoderarse de víctimas humanas para los numerosos sacrificios que jalonaban su calendario anual. Ahora llegaban los hijos de Quetzalcóatl para encabezar una "«guerra florida» jamás vista.[6]
¿Cómo vieron los naturales la llegada de los españoles?
Los indígenas mexicanos acogieron con respeto el mundo religioso de los recién llegados.[7]Poseían un sentido religioso profundo y una conciencia de dependencia del Dios Supremo, “aquel por quién se vive” como había cantado el rey-poeta de Texcoco Netzahualcóyotl. No fue por ello difícil a los primeros misioneros franciscanos anunciar el Evangelio. Estos misioneros amaron entrañablemente a los indios, aprendieron su lengua y sus costumbres, y con profundo espíritu evangélico les enseñaron la doctrina cristiana.
Pertenecían a las llamadas «congregaciones de observancia» de las antiguas Órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios, trinitarios). A estos pioneros del Evangelio se sumaron, entre otros, en la segunda mitad del siglo XVI, los jesuitas y en el siglo XVII los capuchinos.
Pero el «idílico encuentro» de los comienzos, basado sobre un equívoco, acabó enseguida en una amarga desilusión. El primer encuentro había sido mas religioso que bíblico. Pasado aquel primer momento nacen la violencia y las alianzas guerreras coyunturales. Se inicia una gran guerra de conquista contra los aztecas-mexicas.
Los indios que habían acogido a los españoles estaban convencidos de ser sus salvadores y los verdaderos ganadores de la guerra contra los aztecas-mexicas. Los textos indígenas mexicas nos testimonian el trauma profundo de la derrota de todos, como lo expresa claramente el llamado «canto triste» o «iconocuicatl»: “En los caminos yacen dardos rotos; los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas. Enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan calles y plazas”.
¿Cómo vivieron los misioneros el encuentro?
Una sensación semejante se tiene al leer las relaciones de algunos de los primeros misioneros tras la conquista. Uno de los «Doce Apóstoles», Fray Toribio de Benavente, Motolinía, en una «Carta al Emperador Carlos V», escrita años después (1555), describe las “plagas...con las que hirió Dios y castigó esta tierra, y a los que en ella se hallaron, así naturales como extranjeros (...). Quedó tan destruida la tierra de las revueltas y plagas ya dichas, que quedaron muchas casas yermas del todo, y en ninguna hubo a donde no cupiese parte del dolor y llanto, lo cual duró muchos años; y para poner remedios a tan grandes males, los frailes se encomendaron a la Santísima Virgen María, norte y guía de los perdidos y consuelo de los atribulados...”.[8]
El juicio de los misioneros dominicos no es menos severo. Ya habían sido ellos los primeros que habían levantado su voz en defensa del indio.[9]Fue gracias a los misioneros que lucharon con ahínco en favor de los derechos de los indios, que la legislación española reconoció tales derechos naturales a los indios, mientras que la legislación de otras colonias (anglosajonas, holandesas, y también francesas) se mostró irreductiblemente hostil al reconocimiento de los mismos hasta el siglo XIX.
Miserias y fe en los conquistadores
Fray Torio de Benavente Motolinía dice en su relación a Carlos V que la décima plaga era “las divisiones y bandos que hubo entre los españoles que estaban en México”. Los motivos de conflicto eran sobre todo, los deseos de riquezas y de poder. En el conquistador vemos gracia y pecado: a veces predomina el alma generosa, ancha como los campos de Castilla, forjada en una historia cristiana de reconquista como dice Grousset,[10]y otras veces se impone el contradictorio y mezquino espíritu del rudo caminante del que habla Antonio Machado en su poesía «Por tierras de España».[11]
De todos modos, en la mayor parte de ellos latía un alma convencida de su fe cristiana. Más allá de todo juicio maniqueo, serán también ellos instrumentos en el nacimiento de un pueblo cristiano. Sin temor de exagerar podemos afirmar que la concepción cristiana y católica del mundo, constituyeron el pilar esencial y primario de la personalidad de la mayor parte de ellos, desde el descubridor Cristóbal Colón, hasta Hernán Cortés. Y no existe contradicción entre esta afirmación y la otra tan categórica de que no fueron santos.
Vemos en ellos a veces mezcladas a la fe acrisolada e incluso a la humildad, a la resignación y a la generosidad, con el orgullo, el apego al dinero y a los privilegios, a la sospecha, la parcialidad y la estrechez de miras. No fueron ni grandes ni pequeños santos. Fueron generalmente a lo largo de su existencia convencidos, profundos y tenaces «defensores fidei».[12]
El símbolo de todas estas contradicciones podría ser Hernán Cortés, quien tuvo siempre presente que el objetivo de la conquista era la evangelización. Esta conciencia emerge en numerosos gestos que resumimos en aquel que realizó en Cempoala. Al caer de la tarde sonó la campana del Ave María. Los españoles se arrodillaron y el cacique Teuhtile y sus compañeros contemplaron desconcertados a aquellos temibles guerreros blancos humillándose ante la Cruz. El cacique indio preguntó a los españoles por qué se humillaban ante aquel palo. Al oirlo Cortés le dijo al fraile de la Merced que le acompañaba: “Bien es agora, Padre, que hay buena materia para ello, que les demos a entender con nuestras lenguas las cosas tocante a nuestra santa fe”.[13]
A pesar de sus grandes flaquezas, tenía una profunda convicción cristiana. Cumplió a la letra las órdenes del gobernador de Cuba que le había dicho: “El principal motivo que vos e todos los de vuestra compañía habéis de llevar, es y ha de ser para que en este viaje sea Dios servido y alabado, e nuestra Santa fe católica ampliada. Pues la principal cosa porque se permiten que se descubran tierras nuevas es para que tanto número de almas (...) que han estado (...) fuera de nuestra fe, trabajareis por todas las maneras del mundo para les informar de ella”.[14]
Conquistada definitivamente Tenochtitlán, Cortés prohibió terminantemente los sacrificios humanos y el culto tradicional de los aztecas. Estas Ordenanzas se adelantaban y ponían en práctica las disposiciones de la famosa Cédula Real de Carlos V emanada el 26 de junio de 1523.
Lo que pasó en el cerro del Tepeyac
Diez años después de la llegada de los españoles, nos encontramos con que el anuncio del Acontecimiento cristiano se va amostrar con evidencia inteligible para los indios en el rostro en Santa María de Guadalupe. Ella fue de nuevo Madre de la Vida y de la Comunión que Jesucristo dona para indios y españoles. Fue el lugar humano donde conquistados y conquistadores encontraron un nuevo techo.[15]
Todo comenzó en una mañana de diciembre de 1531, en un cerrito llamado Tepeyac, al borde de la Gran Laguna de México. Era la colina consagrada por los mexicas a la diosa-madre Tonatzin, nombre que significa «Nuestra Venerable Madre», y lugar donde los aztecas sacrificaban tradicionalmente numerosas víctimas humanas. En el misterio de la historia Dios escogió aquel lugar para que su Madre se apareciese y anunciase allí el curso de la Nueva Historia.
En el hecho guadalupano vemos tres protagonistas: un indio de unos 50 años llamado Juan Diego, el nuevo obispo de México, el franciscano español Juan de Zumárraga, y el sujeto principal del Hecho, la Virgen María, Madre de “Aquel por quien se vive”.
En aquella mañana, la Madre de Dios se aparece al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Cuauhtlatoa en lengua náhuatl significa «Águila que habla»), que se encaminaba a la misión franciscana de Santiago Tlatelolco. Juan Diego era uno de los primeros indios bautizados por Fray Toribio de Benavente Motolinía.
La Virgen lo envió como su mensajero ante el obispo de México, quien solicitó “una prueba”. María accedió a ello con el milagro de las rosas «castellanas», desconocidas en México, recogidas en aquel cerro yerto por Juan Diego en su tilma (especie de capa tejida con fibras de maguey). Al abrirla ante el obispo, sus ojos contemplaron atónitos la imagen mestiza, ni india ni española, de María estampada en la tilma del indio.
Juan Diego fue enviado también por María a su pueblo. Todo en el Acontecimiento guadalupano es pedagógico: el lugar de las apariciones, el vidente indio, la pintura grabada en la tilma guadalupana, los símbolos pictóricos mexicas que explican el Misterio de Jesucristo nacido de Santa María Virgen.
El primer catecismo impreso por los misioneros, el de Fray Pedro de Gante, se caracteriza por haber sido precisamente un catecismo que usó por vez primera los símbolos pictóricos comprensibles a la mente de los aztecas.
El porqué del nombre Guadalupe
Según el documento indio más antiguo sobre las apariciones, el «Nican Mopohua» (aquí se narra), la Virgen pidió a Juan Diego que “bien habría de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe”. Aquella indicación tenía un doble sentido: evitar la confusión con los antiguos cultos paganos, y enviar una señal clara al obispo de que se trataba de la Santísima Virgen.
Porque no es sólo el rostro dejado en la tilma del indio, sino también el nombre que lleva consigo el marco del mestizaje. Guadalupe es la advocación de la Virgen en el antiquísimo santuario de Extremadura (España), patria de muchos conquistadores, empezando por Cortés. De Extremadura habían salido también los «Doce apóstoles de México». Pero también podría ser la corrupción hispana de la palabra náhuatl «Tecoatlacupe», “la que le aplastó la cabeza a la serpiente” para designar a la Virgen Madre de Dios.
Es profundamente significativo y providencial que Dios haya querido que el mismo título «Guadalupe», de su Madre, Reina de España, viniese a convertirse en el corazón y el alma de América Latina. Nada más apropiado para quien declaró al vidente Juan Diego que venía a ser “Madre Compasiva...de todos los que en esta tierra estáis en uno” (Nican Mopohua).
El Acontecimiento guadalupano: un hecho histórico de significado trascendente
Las fuentes históricas del Acontecimiento guadalupano son numerosas y constantes. Entre las fuentes indígenas del siglo XVI se citan al menos doce fuentes importantes, entre ellas el «Nican Mopohua» y el «Nican Motecpana». Entre las fuentes españolas del siglo XVI se cuentan por lo menos doce documentos importantes. Las fuentes históricas de los siglos XVII y XVIII son muy numerosas. La constancia de las mismas subraya cómo el pueblo y la jerarquía eclesiástica han percibido «in crescendo», la importancia evangelizadora del hecho. Los Reyes de España, los virreyes y los obispos la han venerado. Los papas la han reconocido hasta su declaración como patrona de todas las Américas por San Pio X en 1910.
Ante la situación dramática descrita sucede el milagro implorado por los frailes; uno de aquellos «gestos de Dios en el tiempo» de los que es rica la Historia de la Iglesia: la intervención de la Virgen. El enviado-embajador de Santa María de Guadalupe, como lo llama el «Nican Mopohua», fue el indio Juan Diego. No era ni un español llegado con Cortés, ni un misionero franciscano español. Pertenecía únicamente a aquel viejo mundo, pero por el bautismo formaba ya parte de una nueva historia de salvación.
El encuentro que Motolinía, en su carta a Carlos V señalaba como humanamente imposible, si no intervenía Santa María, se convirtió así en realidad. Aquellos dos mundos, con todas las premisas para no entenderse, se reconocen ahora en aquel rostro humano de María, imagen de Iglesia. Este aspecto fue también subrayado por Juan Pablo II en su segunda visita a México en el mes de mayo de 1990 al proponer al indio Juan Diego como apóstol de su pueblo e intérprete del inicio de una historia de gracia liberadora que parte de Santa María de Guadalupe.
Lo confiesa también un fresco pintado de 1613 en el antiguo convento franciscano de Ozumba, donde se representa el comienzo de la historia cristiana de México con la llegada de los «Doce apóstoles franciscanos» a Tenochtitlán en junio de 1524, el martirio de los tres adolescentes indios protomártires del continente americano,[16]y las Apariciones de Santa María de Guadalupe donde se ve al indio Juan Diego con la aureola de santo.
Origen de una identidad
La importancia del Acontecimiento guadalupano incluso en la gestación de la identidad mexicana lo reconocía ya en el siglo pasado un pensador liberal mexicano, Ignacio Manuel Altamirano, un indígena como Juárez, que combatió en las filas liberales en la Guerra de la Reforma: “En ella (La Virgen de Guadalupe) están acordes no sólo todas las razas que habitan el suelo mexicano, sino lo que es más sorprendente, a todos los partidos que han ensangrentado el país por espacio de medio siglo...Todos estos partidos están acordes, y en último extremo, en los casos desesperados, el culto a la Virgen mexicana es el único vínculo que los une...Allí son igualados todos, mestizos e indios, aristócratas y plebeyos, pobres y ricos, conservadores y liberales. El obispo español Zumárraga y el indio Juan Diego (...) comulgaron juntos en el banquete social, con motivo de la Aparición, (...) se presentan en la imaginación popular, arrodillados ante la Virgen en la misma grada...En cada mexicano existe siempre una dosis más o menos grande de Juan Diego”.[17]
En la Plaza de las Tres Culturas (prehispánica, colonial y moderna) de la Ciudad de México, hay una lápida que reza así:
- “El 13 de agosto de 1521,
- Heroicamente defendido por Cuauhtémoc,
- cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés.
- No fue triunfo ni derrota;
- fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo
- que es el México de hoy”
Esta lápida colocada allí por un gobierno liberal, confiesa sin quererlo que aquel nacimiento fue posible gracias al Acontecimiento cristiano. Los pueblos de América Latina, desde California y Texas hasta la Tierra de Fuego, se reconocen “en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la evangelización”.[18]
La Iglesia: como en la Edad Media
Como escribe un obispo latinoamericano: “Si miramos los siglos que mediaron desde la caída del Imperio (Romano) de Occidente hasta la reforma cluniacense (siglos V al XI) con todos los crímenes y todas las guerras, con todos los muertos y todas las injusticias que tuvo ese largo periodo de historia en el que la cultura romana se «encontró» con las culturas bárbaras, produciendo la maravilla de la Europa medieval, no podemos menos de hacer dos reflexiones: por una parte, el que no se nos puede juzgar como lo ha pretendido la «leyenda negra», y por otra, que en todo el proceso de mezcla y de inculturación tanto en Europa como en América, estuvo presente el bálsamo reconciliador de la Iglesia”.[19]
Allí fueron los benedictinos, aquí los dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios, jesuitas y muchos más. Allí fueron los grandes evangelizadores como un san Bonifacio, un san Oscar, un san Columbano, los santos hermanos Cirilo y Metodio; aquí los «Doce Apósteles de México», un santo Toribio de Mogrovejo, un san Francisco Solano, un don Vasco de Quiroga, san Pedro Claver y tantos otros.
En la Edad Media la Iglesia creó aquellos lugares humanos de libertad que fueron los monasterios, un arte propio (el románico y el gótico), unos lugares de saber (las escuelas y las universidades). En América Latina hizo lo mismo con las misiones y las reducciones, las universidades y la imprenta, los hospitales y otras numerosas obras de caridad; creó el arte barroco colonial y mestizo, fomentó y enriqueció una cultura y una lengua.
Como ha escrito el historiador mexicano José Vasconcelos, debemos intensificar la valoración del mestizaje plurimorfo, no como un simple fenómeno biológica, sino como un mestizaje cultural, inmensamente rico en posibilidades y en expresiones. Pues bien, en el fondo de este sustrato cultural encontramos que hay algo que le da profunda unidad, y es el «sustrato católico», del que hablan los Obispos Latinoamericanos.[20]La Virgen de Guadalupe es un temprano signo de la finura y de la fuerza del mestizaje cultural creado por el catolicismo.
El gran milagro de América Latina es que esta conciencia de pertenencia católica haya llegado hasta hoy a lo largo de ya más de cinco siglos, superando las numerosas peripecias, con frecuencia dramáticas, de su historia. Por ejemplo, en el caso de México ni las luchas intestinas que ensangrientan su historia de los últimos 150 años, ni las represiones sangrientas de la masonería y del radicalismo liberal contra la Iglesia como la persecución de los años veinte del pasado siglo, ni las agresiones exteriores han podido extirpar tal conciencia de pertenencia católica.
La pregunta es si esta conciencia resistirá las insidias de la cultura dominante de hoy, más peligrosa que las sangrientas persecuciones de ayer. El olvido del Acontecimiento cristiano produjo de nuevo grandes rupturas y antagonismos a partir del siglo XVIII y XIX aún vigentes. Solo el reconocimiento de una pertenencia al Acontecimiento cristiano puede recomponerlos de nuevo.
NOTAS
- ↑ Tercera Conferencia del CELAM, Documento de Puebla, 1979, n°s. 445-446.
- ↑ Documento de Puebla, n°. 446.
- ↑ Así, JERONIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica Indiana, Libro III, c. XII. El autor fue un fraile misionero franciscano contemporáneo de los hechos. BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, c. CLXXI. El autor fue testigo y soldado de Cortés.
- ↑ BERNARDINO DE SAHAGUN, Historia de las cosas de la Nueva España, libro II. TORIBIO DE BENAVENTE, Historia de los indios de la Nueva España. Ed. Porrúa, México 1984, p. 51.
- ↑ FERNANDO DE ALVA IXTLILXOCHITL, Compendio Histórico del Reino de Texcoco, Tomo II. Ed. UNAM, México 1985, p. 8
- ↑ TORIBIO DE BENAVENTE, Historia..., 213; FERNANDO DE ALVA, Ibidem; HERNAN CORTES, Cartas de Relación. 1963, 117.
- ↑ BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Ed. Porrúa, México 1985, 415.
- ↑ TORIBIO DE BENAVENTE, Historia, 205.
- ↑ Fueron los misioneros españoles, especialmente los dominicos, los que más influyeron en las leyes españolas defensoras de la dignidad del indígena, como las Ordenanzas de Burgos (1512-1513), Las Leyes Nuevas de Indias (Valladolid, 1542); ellos solicitaron la bula Sublimis Deus, y otros dos breves (1537) de Paolo III condenando la esclavitud y las tesis racistas y afirmando la dignidad de la persona humana: indios y negros por igual.
- ↑ R. GROUSSET, Il bilancio della storia. Ed. Jaca Book 1980, 54-55.
- ↑ “El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños transumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
(...)El numen de estos campos es sanguinario y fiero
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bíblicas y páramos de asceta
(...) son tierras para el águila, un trozo de planeta (...)”. - ↑ Cfr. cuanto escribe P.E.TAVIANI, I viaggi di Colombo. Vol. II. Novara 1985, pp. 323-325.
- ↑ SALVADOR DE MADARIAGA, Hernán Cortés. Buenos Aires 1941, 596.
- ↑ MARIANO CUEVAS, Historia de la Iglesia en México. I, 117-119.
- ↑ Nunca fue más certera la aplicación de cuanto San Pablo escribe a los Efesios, 2, 11-20, que en este caso. Lo afirman con fuerza también el Documento de Puebla, n°s. 1-13, 51-53, 412-419, 444-453.
- ↑ Se trata de tres Niños Indios Tlaxcaltecas: Juan, Cristóbal y Antonio, hijos de nobles indios que habían apoyado la conquista de Cortés. Estos adolescentes educados por los franciscanos se convertirán en los primeros catequistas mártires del Nuevo Mundo. Fueron martirizados por sus mismos padres. Fueron beatificados por Juan Pablo II en mayo de 1990 junto con el indio Juan Diego en la Basílica de Guadalupe.
- ↑ IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO, La fiesta de Guadalupe. México 1884, 1130-1133.
- ↑ Documento de Puebla, n°. 446.
- ↑ OSCAR RODRIGUEZ MADARIAGA, Misioneros de la primera hora. Ed. Esquila, México 1990, 278-279.
- ↑ Documento de Puebla, n°s. 1, 7, 412.
BIBLIOGRAFÍA
ALTAMIRANO IGNACIO MANUEL, La fiesta de Guadalupe. Imprenta y Litografía Española, México 1884
ALVA IXTLILXOCHITL FERNANDO DE, Compendio Histórico del Reino de Texcoco, Tomo II. Ed. UNAM, México 1985
BENAVENTE TORIBIO DE, Historia de los indios de la Nueva España. Ed. Porrúa, México 1984
CUEVAS MARIANO, Historia de la Iglesia en México. Vol. I Ed. Cervantes, México 1942
DIAZ DEL CASTILLO BERNAL, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Ed. UNAM, México, 2005
GROUSSET RENÉ., Il bilancio della storia. Ed. Jaca Book 1980
MADARIAGA SALVADOR DE, Hernán Cortés. Buenos Aires 1941
MENDIETA JERONIMO DE, Historia Eclesiástica Indiana, El Colegio de Michoacán, México 1996
RODRIGUEZ MADARIAGA OSCAR, Misioneros de la primera hora. Ed. Esquila, México 1990
SAHAGUN BERNARDINO DE, Historia de las cosas de la Nueva España, Ed. Porrúa, México, 1989
TAVIANI PAOLO EMILIO, Il viaggi di Colombo. Vol. II. Novara 1985
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ