MÉXICO; Su Iglesia entre dictaduras, revoluciones y persecuciones

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En el siglo XX la Iglesia de México crecerá “entre dictaduras, revoluciones y persecuciones”.[1]Durante los treinta años de la dictadura porfirista la Iglesia había respirado un poco. Crecieron las diócesis, los sacerdotes, los seminarios y las obras católicas; se celebraron concilios y sínodos provinciales y diocesanos, y se crearon numerosas obras católicas de apostolado y de acción social; se promovieron encuentros y semanas de estudio.

A pesar de la legislación contraria, la Iglesia estaba presente en la vida pública, sobre todo a través de los seglares activos en la vida política y social. El gobierno toleraba aquella situación, que fue reemplazada por la persecución desatada por la facción carrancista en la revolución mexicana.

Entonces los obispos se vieron obligados a tomar el camino del exilio, hacia Estados Unidos e informaban a la Santa Sede de la situación: persecución al clero, encarcelamiento de sacerdotes y religiosos, profanaciones de los templos, atentados contra los sacramentos, contra el culto católico y la jurisdicción eclesiástica, saqueos continuos, impuestos de guerra exorbitantes a la Iglesia y a los particulares, extorsiones, incautación a la población de semillas, alimentos, animales, violaciones de domicilios y de personas, encarcelamientos, fusilamientos sin parar de gente inocente y situación anárquica generalizada de la nación mexicana.[2]

Los obispos mexicanos continuarían informando la Sede Apostólica de aquella penosa situación.[3]El de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, escribía así al Papa en un memorándum: Iglesia Mexicana, tierra fecunda en fervor y virtudes, en amor el más acendrado hacia la iglesia Santa y fiel hija del Supremo Pastor…, ahí la tenéis desprovista de sus pastores, disperso el clero, desterrados los tan florecientes Institutos Religiosos, todas las obras católicas desarrolladas en alto grado ahora por tierra. Las Iglesias clausuradas, el culto suprimido y la confesión sacramental aún en los extremos de la vida, prohibida aún con la pena de muerte”.[4]

Aquella situación se prolongará con altibajos hasta 1940. En el caso de los seminarios, al ser suprimidos y confiscados, los seminaristas se dispersaron para evitar ser obligados a entrar en las filas de las bandas armadas revolucionarias. Volvían a sus casas o se escondían como podían.[5]No acababan sus estudios y por ello la formación del clero quedó interrumpida por largo tiempos.

La vida de los seminarios, que en la historia de México había sido uno de los pilares de su conciencia nacional y de su crecimiento, quedaba así truncada. Los edificios pasaron al Estado; sus bibliotecas perecieron de mala manera, fueron fragmentadas quemadas o dispersas. Muchos tesoros culturales de las iglesias y conventos acabaron en las fogatas de la soldadesca, en manos de los nuevos caciques militares y políticos, o en las de vendedores sin escrúpulos que los malvendieron en el extranjero.

Los archivos sufrieron la misma suerte, no se salvaron de la quema y el latrocinio. Los gabinetes de física, química, astronomía y meteorología que con notable tesón se habían creado en seminarios y escuelas de la Iglesia, fueron penosamente saqueados y con frecuencia sus instrumentos vendidos como chatarra. A los profesores se les humillaba o se les mandaba a la cárcel.

Seminarios prohibidos

En 1910 veintiocho diócesis de las treinta y dos existentes tenían sus seminarios en pleno funcionamiento. México estaba viviendo un momento de renovación, causado también por el influjo de sus concilios recientes, especialmente del Plenario Latino Americano. En él habían participado trece de sus obispos. Los pontificados de León XIII y de Pío X habían influido notablemente en aquella renovación; incluso algunos de estos seminarios, como los de Puebla, México y Yucatán podían otorgar grados académicos universitarios. Los seminarios eran las pupilas de los obispos mexicanos, como diría años más tarde, en plena persecución el santo obispo de Jalapa, Rafael Guízar y Valencia.


Los seminarios en México se encontraban ubicados en las ciudades metropolitanas de: Puebla, Ciudad de México, Oaxaca, Michoacán ( Morelia), Guadalajara, Yucatán, Durango, Linares-Monterrey. Había también seminarios que funcionaban más precariamente en algunas diócesis como: Huajuapan de León, Chilapa, Cuernavaca, Tulancingo, Veracruz, Chiapas, Tehuantepec, Tabasco, Campeche, Chihuahua, Sinaloa, Sonora, Saltillo, San Luís Potosí y Tamaulipas.

“Los seminarios más desprovistos estaban en el norte y en el sur del país. Se puede destacar la pobreza sufrida por las diócesis de Tehuantepec, que habiendo podido fundar su seminario, tiene que clausurarlo por falta de recursos, Veracruz que no pudo tener un claustro de profesores adecuado y tuvo que echar mano de los propios seminaristas; Campeche ni siquiera pudo tener su propio seminario y el de Tabasco padeció también la pobreza de medios, personal, vocaciones, etc. Tamaulipas tampoco pudo sostener un seminario que había sido fundado en las postrimerías del siglo XIX”.[6]


Pero con la revolución carrancista los seminarios estarán marcados por la persecución. Con continuos sobresaltos, expropiación de los edificios que el Gobierno convertía frecuentemente en cuarteles de soldados o los usaba para otros menesteres. Todo ello llevaba consigo dispersiones e incertidumbres. Llegando el año 1914, preñado de desórdenes de todo género, la Iglesia se vio duramente golpeada por medidas de generales anticlericales y hostiles a ella.

La Iglesia, despojada de todos los bienes, difícilmente podía asumir el peso de sostener a los seminaristas «prófugos» trasladándose de lugar en lugar, de edificio en edificio ocasional. Los seguidores de Carranza, de Obregón y de los nuevos caudillos del Norte, enseguida se mostraron duramente hostiles a la Iglesia, incautando sus escasos bienes y despojándola de sus templos y de sus seminarios. Este odio era declarado por los «constitucionalistas» a cada paso en leyes arbitrarias y órdenes tajantes de despojo. Consideraban a los sacerdotes sus peores enemigos e intentaron por todos los medios prohibir el ministerio sacerdotal, concentrar a los sacerdotes y expulsarlos de cada Estado; incluso del país. Así, como botón de muestra, en San Luís Potosí el gobernador Eulalio Gutiérrez (primero carrancista y luego villista) mandaba una orden apenas tomada la ciudad, al vicario general de presentarse con todos los sacerdotes de la diócesis para ser expulsados. Decía textualmente:

“El Ejército Constitucionalista ha tenido en el clero romano uno de sus peores enemigos y, habiendo llegado ya la hora de poner dique a todos los desmanes de los que han obrado en contra nuestra y por ende en contra de los intereses de la Patria por la cual luchamos… , se le previene a usted de la manera más terminante que mañana a las seis en punto a.m., se presente usted en la estación de Ferrocarril Nacional de México, junto a todos los demás sacerdotes de la ciudad, a efecto de que sean embarcados rumbo a Laredo. Solamente podrán quedar diez curas que serán elegidos por una comisión que ya se nombra al efecto.

Debe usted estar entendido de que, si con motivo de esta expulsión tratan ustedes de causar el menor escándalo, el Gobierno sabrá reprimirlo con mano de hierro, fusilando, si es preciso a cuantos se opongan a sus determinaciones. Por lo mismo, se presentarán ustedes con el mayor orden y acatarán esta disposición que tiene por objeto limpiar nuestro país de todo elemento nocivo y contrario a su bienestar”.[7]

No obstante la escasez de un clero preparado para formar a los seminaristas y de los demás problemas ya apuntados, las diócesis fueron remontando las dificultades y creando clandestinamente nuevos seminarios. Tal fue el caso de Guadalajara en los años más duros del vendaval perseguidor. De esos seminarios saldrán la casi totalidad de los mártires canonizados o beatificados; incluso algunos de los mártires laicos habían sido antes seminaristas.

También por este tiempo habían llegado a México algunos institutos religiosos de Europa como la Congregación de la Misión, los Sacerdotes Operarios Diocesanos, los padres Eudistas, los misioneros claretianos y otros. Todos ellos darán su contribución en algunos casos muy notables.

Una Iglesia viva en medio de conflictos sin fin

Este es el cuadro general de la vida de la Iglesia a la llegada de la Revolución y el paso a una etapa de su historia contraseñada por los conflictos, una “Iglesia entre dictaduras, revoluciones y persecuciones”[8]. Un delegado apostólico en México, Tommaso Boggiani,[9]mandaba una relación sobre México a la Santa Sede en la que describía la desastrosa situación política que sufría México.[10]

El sentimiento religioso, decía, era común a todos los mexicanos, profundamente esculpido en ellos. Pero creía que era un sentimiento más bien natural y despojado de la instrucción necesaria en todas las clases sociales, con la agravante de que las clases llamadas «cultas» estaban imbuidas de liberalismo fuertemente anticlerical. El delegado del Papa escribía que había una sincera y profunda veneración hacia el Papa y un gran culto a la Santísima Virgen, a la Sagrada Eucarística y al Sagrado Corazón de Jesús, pero pensaba que el todo era muy superficial.

Entonces el delegado apuntaba las causas de aquellos hechos en la situación de postración en la que vivía reducida la Iglesia debido a las leyes promulgadas a partir de 1857, al ateísmo oficial del Gobierno y de la escuela laicista, a la escasez de un clero bien formado y a la falta de un auténtico celo pastoral en los mismos obispos y sacerdotes. Y notaba, como signo preocupante, la falta de unión entre los obispos.

La conmoción social que vivirá México desde 1910 a 1940 con la Revolución, los levantamientos militares casi siempre anticlericales, incluso abiertamente anticristianos en sus proclamas y en sus fechorías, destructores de todo lo que se les ponía por delante, sumirá a la sociedad mexicana en un largo túnel del que no se veía ni luz ni salida. Aquellas zarandeadas violentas sacudieron la vida de la Iglesia.

Se quiso herir su corazón desterrando a sus obispos, borrando del mapa los sacerdotes, limitando absurdamente su número, cerrando seminarios e iglesias al culto, oprimiendo toda obra que supiese de católica, encarcelando y matando a sus líderes mejores. Sin embargo, en medio de aquella persecución, siguió habiendo vocaciones al sacerdocio en seminarios precarios y clandestinos.

Los seminaristas debieron aprender que ser sacerdotes en México no era un privilegio sino un riesgo y una aventura que humanamente podía serles fatal. El Estado naciente de la Revolución empleó muchos años para encontrar un equilibrio e introducirse en la modernidad de un Estado laico sin los afanes de aquel anticatolicismo mordaz y cruel que lo había acunado.

También a la Iglesia le tocaba aceptar aquella nueva situación. Deberá aprender a convivir con aquel estado de cosas a través del sufrimiento y el despego de todo privilegio. El aprendizaje pasará a través del martirio de unos y de la duda en otros sobre el camino a seguir sobre la defensa de los derechos a la libertad religiosa. Luego llegarán unos «arreglos» del Estado con una Jerarquía eclesiástica que buscaba un acuerdo para asegurar simplemente un espacio mínimo de libertad religiosa para los católicos.

Fueron un engaño por parte de un Estado que demostró no tener ni dignidad ni palabra. Los cristeros depusieron las armas. Se les prometió un indulto. Pero mataron a cuantos les vino en gana. Aquello fue simplemente horrendo.

De todos modos, los vencidos vencieron y los humillados triunfaron. Como dice el canto de la Virgen María en el «Magnificat»: “Dios extendió su brazo poderoso; confundió a los soberbios en los pensamientos de su corazón; los derribó de sus tronos y exaltó a los humildes; llenó de bienes a los hambrientos y expulsó a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia” (Lucas 1, 46-55).

Este es el método de Dios en la historia, que es siempre terca en su realidad. Dios escribe derecho muchas veces con renglones torcidos. Así sucedería en la historia de México. La Iglesia y sus católicos al final ganaron la guerra de la libertad, aunque fueron duramente machacados en muchas batallas sólo aparentemente perdidas. La Iglesia de México ganaría en madurez y en autonomía, y con el andar del tiempo, en libertad.

NOTAS

  1. EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ, La Iglesia de México entre dictaduras, revoluciones y persecuciones, Ed. Porrúa, México 1998.
  2. Informe que rinden al Excmo. Mons. Delegado Apostólico en Washington los infrascritos Prelados Mexicanos, refugiados en San Antonio, Texas. Septiembre 21 de 1914. Archivo de la delegación Apostólica de México, en ASV, Messico, B, 34, F. 121, 1915, 10. En F. VERA SOTO, MSPS, La formación del clero diocesano durante la persecución religiosa en México 1910-1940. Roma 2003, 585.
  3. Mandan otro informe a Benedicto XV sobre aquella situación en junio de 1915: cfr. en F. VERA SOTO, Ibidem, 586.
  4. Crónica de la audiencia de Benedicto XV con los mexicanos residentes en Roma el 12 de diciembre de 1914, citado en VERA SOTO, Ibidem, 586.
  5. Cf. F. VERA SOTO, MSPS, La formación del clero diocesano durante la persecución religiosa en México 1910-1940. Roma 2003. El trabajo ofrece datos abundantes sobre la situación del clero en México durante este periodo con relativa documentación.
  6. Ibidem, 590.
  7. Orden del gobernador carrancista de San Luís Potosí Eulalio Gutiérrez al vicario general de la diócesis Sr. Jiménez el 25 de julio de 1914, en VELÁSQUEZ, Historia de San Luís Potosí, IV, 258-259; VERA SOTO, Ibidem, 584.
  8. CHÁVEZ SÁNCHEZ, Iglesia entre dictaduras, revoluciones y persecuciones, Ed. Porrúa, México 1998.
  9. Tommaso Boggiani, dominico, misionero en Turquía, profesor más tarde en Génova, visitador apostólico de seminarios durante la crisis modernista, fue nombrado obispo de Adria y Rovigo en 1808, y en 1912 delegado apostólico en México. Era un hombre intransigente en aquellos momentos de lucha antimodernista. Este temperamento se refleja en sus informes más bien duros a Roma sobre la situación de México. Fue secretario del conclave que eligió a Benedicto XV; será creado cardenal en 1916 y nombrado arzobispo de Génova en 1919. Tuvo que dejar Génova en 1921, debido a su fuerte intransigencia y trasladado a la Curia Romana. Muere en 1942. Este delegado apostólico salió de México el 30 de enero de 1914, desde los Estados Unidos redactó un informe sobre la situación de la iglesia en México, para el Secretario de Estado, cardenal Rafael Merry del Val.
  10. Rapporto finale di Mons. T. Boggiani, Del. Apco. Al Messico negli anni 1912-1913. New York, 12 febbraio 1914. Archivo Delegación Apostólica en México, en ASV, México, B. 19, F. 88, 1914, 119.


BIBLIOGRAFIA

CHÁVEZ SÁNCHEZ EDUARDO, La Iglesia de México entre dictaduras, revoluciones y persecuciones, Ed. Porrúa, México 1998

VERA SOTO F, La formación del clero diocesano durante la persecución religiosa en México 1910-1940. Roma 2003

VELÁSQUEZ, P.F. Historia de San Luís Potosí, IV, Imprenta del Editor, S.L.P


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ