URUGUAY; Protestantismo
El estudio del protestantismo en Uruguay es, en buena medida, una materia pendiente, una tarea por hacer. La mayoría de los abordajes realizados hasta el momento han referido a la peripecia de cada una de las denominaciones o a determinados momentos en los que el protestantismo tuvo una mayor incidencia pública. En el primer caso, el tono apologético y de crónica ha prevalecido sobre la visión histórica, salvo raras excepciones; en el segundo, es posible advertir una visión más objetiva, pero ha abarcado períodos muy limitados. Por otra parte, los esfuerzos globalizadores han sido en la práctica, inexistentes y a veces no muy logrados, pues se han sustentado en un tono confesional, subjetivo, militante.
En el proceso histórico de implantación de las iglesias reformadas en el país es posible distinguir dos tipos de protestantismo, uno misionero y otro de inmigración. Se ha llamado protestantismo de misión a aquel que desarrolló una importante acción proselitista en el medio, una tarea de evangelización, adaptando su estructura institucional a las realidades del medio en el que actuaba y, hecho destacado, predicando en el idioma del país. Este tipo de iglesias presentaban, en sus inicios, una relación muy estrecha con agentes de alguna sociedad bíblica y una marcada presencia urbana. En Uruguay, el caso paradigmático, en su momento, fue el de los metodistas.
Iglesias de inmigración o étnicas fueron aquellas conformadas en torno a grupos inmigratorios, y cuya función principal fue la preservación del grupo en cuanto tal. En otras palabras, cumplieron un papel determinante en la conservación de la identidad, y su perfil proselitista fue muy bajo o prácticamente inexistente: lo que importaba era conservar unido al rebaño. El investigador suizo Christhian Lalive D'Epinay las definió como "una confesión protestante que sirve de ideología religiosa a un grupo de inmigrantes y que cumple una misión socio-cultural que fundamenta su etnia"[1].En estos casos, la congregación religiosa se transformó en un organismo que ayudaba al inmigrante a enfrentar colectivamente el choque traumático con el nuevo medio, procurando mantener los rasgos culturales originales, como las costumbres y el idioma. Esto hizo que la integración a ese nuevo medio se produjera de forma muy lenta. Dentro de esta categoría es posible incluir a los valdenses, los anglicanos, los reformados suizos y, ya en el siglo XX, los armenios, los menonitas y otros.
Por su parte, estas iglesias étnicas vivieron, en mayor o menor grado, un proceso de naturalización. Este fenómeno se fue verificando en la medida en que el grupo inmigratorio comenzó a asimilarse al país receptor y empezó a dejar de lado alguno de sus rasgos de identidad (el idioma, por ejemplo). Esta crisis de "naturalización" no fue producto, por lo tanto, de una decisión voluntaria de los miembros de la Iglesia sino una respuesta a nuevas realidades, una adaptación imprescindible para la supervivencia. Por ello mismo, no estuvo exenta de tensiones.
En efecto, ante el desafío de nuevos tiempos y nuevas realidades, en casi todos los casos surgieron opciones que se podrían caracterizar como conservadoras y renovadoras. Aquellas pretendieron mantener las viejas tradiciones - la predicación en el idioma original, el papel central de la iglesia en la vida cotidiana, determinadas conductas y comportamientos -, mientras que los renovadores apostaron a una transformación de la iglesia, una mayor inserción en el medio, un compromiso más fuerte con las realidades socio-políticas.
Recién hacia 1835-1837 es posible encontrar ministros protestantes actuando como tales en el país. Se trató de una misión enviada por la Junta de Misiones de la Iglesia Metodista Episcopal de Estados Unidos y la integraron sucesivamente los pastores Pitts, Dempster y Norris. Su tarea se desarrolló exclusivamente entre los inmigrantes de habla inglesa y no perduró más allá de 1841, año en el que la Junta de Misiones decidió retirar al pastor Norris de Montevideo.
Durante la Guerra Grande, fruto del apoyo de los ingleses al gobierno de la Defensa, se establecieron en el país los anglicanos. Pese a la oposición de la Iglesia Católica, obtuvieron autorización para levantar un templo en 1844-1845. Como en el caso anterior, los anglicanos circunscribieron su acción a los inmigrantes que adherían a esa confesión y lo mismo sucedió posteriormente cuando se instalaron - entre 1869 y 1890 - en las ciudades de Fray Bentos, Salto y en la colonia de Conchillas.
Los primeros valdenses llegados al país se radicaron en la zona de Florida, pero, a raíz de dificultades surgidas con algunos elementos católicos, en 1858 emigraron a la zona de Rincón del Rey, departamento de Colonia. Después de un período de adaptación y paulatino desarrollo, a fines de la década de 1870, comenzaron una singular y exitosa experiencia de expansión colonizadora en ese departamento y en el vecino de Soriano. Por su parte, en 1861-62 se establecieron en la misma zona colonos suizos, entre los que se destacaba una mayoría de protestantes. En ambos casos, la actividad proselitista fue prácticamente nula.
Hacia fines de la década de 1860 apareció un tipo de protestantismo misionero, con la presencia de metodistas episcopales de raíz norteamericana. En setiembre de 1868, Andrés Murray Milne, agente de la Sociedad Bíblica Americana - radicada en el país desde 1864 - y metodista, organizó reuniones para adultos y una Escuela Dominical en la Aguada. Esta última, pensada originalmente en idioma inglés, rápidamente pasó a ser en español.
A partir de la insistencia de Milne, en 1868 el pastor Juan Thomson se trasladó desde Buenos Aires y predicó el primer sermón protestante en español. El hecho resultó de tal trascendencia que con posterioridad, en más de una ocasión, se ha afirmado que con Thomson y los metodistas "el protestantismo se hizo uruguayo".En diciembre de 1869 los metodistas establecieron su primer templo y, un año más tarde, Thomson fue designado como pastor en Montevideo. La obra iniciada por este religioso fue rápidamente organizada y extendida por otro, el Reverendo Thomas Wood, quien en 1877 se instaló en el país.
Si Thompson fue, en muchos aspectos, el pionero, Wood debe ser considerado como el organizador de la obra metodista en el Uruguay. En un marco de fuerte debate filosófico-ideológico, Wood pasó a ser la figura emblemática del protestantismo uruguayo, destacándose como "uno de los polemistas más temibles...de la época"[2].Para llevar adelante sus ideas, fundó en 1877 un periódico, "El Evangelista", que se transformó en la tribuna oficiosa del protestantismo uruguayo durante diez años. Por otra parte, su preocupación por la educación lo llevó a establecer en Montevideo más de diez escuelas de carácter gratuito y laico y a colaborar de forma determinante en la fundación, en 1888, del Liceo Evangélico de Colonia Valdense, el primero en el medio rural.
En el último tercio del siglo, en el mismo momento en que se procesaba el enfrentamiento entre la Iglesia Católica y el Estado por la construcción y ocupación del espacio público, los protestantes comenzaban a tener una presencia destacada en el país. En 1890, según los datos del censo levantado en la ciudad de Montevideo, un 5% de la población (10.892 personas) de la capital se identificaban como pertenecientes a alguna iglesia evangélica. A ello se le debe agregar la expansión de la obra metodista en distintos departamentos y ciudades del interior (Trinidad, 1884; Santa Lucía, 1888; Mercedes, 1900; Salto, Durazno, etc.) y la presencia, a la que ya se ha hecho referencia, de un fuerte contingente valdense en Colonia y Soriano.
Hacia fines del siglo XIX también iniciaron su obra otros movimientos protestantes, como el Ejército de Salvación -1891- y algunos misioneros de las Sociedades Bíblicas, como el bautista Pablo Bessón y el "hermano libre" Juan Ewen -1882-. En las primeras décadas del siglo XX se establecieron otras denominaciones de tono misionero. En junio de 1908 se organizó la primera Iglesia Cristiana Evangélica, de los vulgarmente conocidos como Hermanos Libres. En 1911, por su parte, se fundó la Iglesia Evangélica Bautista. Asimismo, hacia 1906 se tiene el primer registro de protestantes adventistas, radicados en la zona de Colonia Suiza. Su expansión proselitista recién se produjo a partir de la década del '30. Por último, en 1909 se fundó la Asociación Cristiana de Jóvenes de Montevideo, que en 1913 ya contaba con 600 socios. Si bien no se definía como protestante sino como cristiana, muchos de sus cuadros dirigentes a nivel local (Monteverde, Cubiló y otros) lo eran. En la década de los '20 su actividad asumió un tono evangélico más decidido, a tal punto que mereció la condena de Mons. Juan F. Aragone, arzobispo de Montevideo.
Por su parte, las iglesias étnicas aumentaron su volumen en las primeras décadas de este siglo, tanto en base a su propio crecimiento vegetativo como a nuevos aportes inmigratorios. Así, por ejemplo, a los valdenses, reformados suizos, anglicanos, algunos luteranos alemanes, se les agregaron en la década del '20 los evangélicos armenios y, después de la Segunda Guerra Mundial, los menonitas alemanes. Surgieron, además, otros grupos misioneros como los pentecostales de la Iglesia de Dios, procedentes de Estados Unidos y radicados en 1935, y de la Asamblea de Dios, de origen sueco, establecidos en 1938
Por último, parece necesario trazar las grandes líneas de la evolución del protestantismo uruguayo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En efecto, a partir de los años '50 y, en especial, de los '60, el protestantismo uruguayo vivió una profunda transformación. Por una parte, aparecieron o se expandieron nuevas denominaciones misioneras de origen, en su mayoría, norteamericano, en las que se destacó una fervorosa militancia y un profundo hincapié en lo sobrenatural. De aquí surgieron, con los años, los grupos denominados neo-pentecostales, cuya inclusión dentro del movimiento protestante ha merecido más de una controversia. Hoy en día, el neo-pentecostalismo de procedencia brasileña, en especial la Iglesia Universal del Reino de Dios, tiene una marcada presencia en el país.
Por otro lado, las denominaciones misioneras históricas, como los metodistas, buscaron salir de su estancamiento, romper los cercos de su propio gueto, a partir de un mayor compromiso con las realidades sociopolíticas del país y de América Latina. Por último, las iglesias de inmigración vivieron sus procesos de naturalización, procurando sobrevivir más allá de la etnia que les había dado sentido originalmente. En muchos de estos casos, ese proceso implicó asumir de forma comprometida la sociedad en la que estaban desarrollando su acción.
En efecto, de la misma forma que la Iglesia Católica vivió un profundo proceso de renovación con el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, el protestantismo uruguayo también transitó por un camino similar. Hacia fines de la década de 1940 comenzaron a introducirse en América Latina las ideas de un nuevo grupo de teólogos europeos y norteamericanos (Barth, Brunner, Tillich, Nieburhr, Bonhoeffer). Esta corriente cuestionaba y trascendía los planteos del “evangelio social” y del “fundamentalismo pietista” (lo cual no quiere decir que en muchos aspectos no hayan sobrevivido en varias iglesias protestantes), a través de una revisión y renovación de la interpretación bíblica y de la eclesiología. Su influencia en las generaciones de pastores formados en la época será determinante.
En muy apretada síntesis, esta nueva postura teológica partía de la óptica de que Cristo vino al mundo no a salvar a los suyos sino a los "perdidos", no vino a transformar su grupo sino a todos. La confesión de Cristo, por lo tanto, debe hacerse en el mundo, y en consecuencia, Iglesia y creyente deben comprometerse en él y en la historia. Barth insistió en que el pensamiento cristiano debe nutrirse de dos fuentes principales: la Biblia y el periódico; el cristiano debe actuar en el medio, y por ello debe estar informado y comprometido con lo que en él sucede.
Esa renovación no fue una postura exclusiva de un grupo dentro de una iglesia en particular, sino que se apoyaba en todo un movimiento continental. En 1961 nació, luego de la Consulta de Huampaní, la ISAL (Movimiento de Iglesia y Sociedad en América Latina) que jugó un papel nada menor en estas transformaciones, proponiendo una inserción de la Iglesia en el mundo latinoamericano, no solo como observadora de los cambios sino fundamentalmente como participante de los mismos. Para culminar, de acuerdo a modernos estudios[3], operan en Montevideo veinte denominaciones protestantes, incluyendo cinco pentecostales y neo-pentecostales.
BIBLIOGRAFÍA
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ROGER GEYMONAT