ARTE RELIGIOSO EN PANAMÁ

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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MUSEO DE ARTE RELIGIOSO COLONIAL:

Lo que hoy conocemos como Museo de Arte Religioso Colonial fue por muchos años la Capilla de Santo Domingo, dedicada a la devoción de la Virgen del Rosario.
    El conjunto monumental de Santo Domingo, compuesto por una hermosa iglesia, una  capilla anexa y un convento que constaba con un amplio claustro abierto a un patio interior,  fue uno de los primeros en ser construidos en la nueva ciudad de Panamá. En 1678 ya se había construido la iglesia y el convento en la calle que llevó su nombre. Nos dice el historiador Ernesto J. Castillero que en esta Iglesia celebró el Obispo su primera Misa Pontifical en la nueva ciudad.
     El incendio que asoló la ciudad el 2 de febrero de 1737 conocido como «Fuego Grande», destruyó gran parte de las edificaciones existentes, entre ellas  el conjunto arquitectónico de Santo Domingo, siendo reconstruido más tarde por los dominicos. Un nuevo incendio, llamado «Fuego Chico», ocurrido el 21 de marzo de 1756 destruyó gran parte de la ciudad, dejando en ruinas los conventos de Santo Domingo, La Concepción, San Francisco y la iglesia de San Felipe Neri.  

El fuego afectó la iglesia, consumiendo el techo y derrumbando también la torre. Esta tenía 20 varas de ancho por 48 de largo y 15 de alto, era de una nave con ocho capillas y sus paredes de cal y canto. Los muros y arcos lograron tenerse en pie, permaneciendo hasta hace poco su famoso Arco Chato, construido para soportar el coro de madera de la Iglesia.

      La pequeña capilla adyacente servía hasta ese momento como sacristía. Sus paredes eran de cal y canto y el techo de madera y tejas. Tenía tres retablos. Sus altares y un coro pequeño eran de madera. Después de este incendio la iglesia no volvió a reedificarse y la capilla, que se hizo de mayor tamaño fue usada para celebrar el culto sagrado, en sustitución de la antigua iglesia.
    En 1821 Panamá declara su independencia de España y se une a Colombia. A lo largo de este siglo, después de la extinción de los conventos de frailes decretada en 1857,  fue autorizada la venta en subasta pública “del solar y las paredes de la extinguida iglesia y convento de Santo Domingo”.
    Estando al frente del gobierno istmeño don José de Obaldía, fue decretado por el General Tomás Cipriano Mosquera en 1860 el decomiso de los conventos como “bienes de manos muertas”, siendo puesto a remate público las ruinas de los monasterios que estaban sin reparar. El ciudadano francés Jacques Joly de Sablá obtuvo la propiedad por la suma de 2000 pesos. Theodoro Joly de Sablá, su hijo y heredero vendió posteriormente secciones de la propiedad a particulares que en ella erigieron sus residencias, reservándose la propiedad de una fracción del templo que incluía la fachada del mismo, comprendido el Arco Chato y la Capilla.  El solar y las paredes de la iglesia y el claustro fueron utilizados con fines comerciales en diversos negocios como panadería, taller de carpintería, baños públicos etc.
    Por Decreto No. 7 de 1925 expedido por el Presidente Rodolfo Chiari, prohibió la demolición y transferencia  a particulares, de lo que había quedado sin edificar de las ruinas de Santo Domingo. Mediante la Ley 68 de 1941 los restos de este conjunto fueron declarados «Monumento Histórico Nacional».

LA CAPILLA DE SANTO DOMINGO

     La Capilla, única estructura del conjunto que conservó la Curia Metropolitana, sufrió numerosas transformaciones  a partir de la independencia de Colombia, tanto en el exterior como en su interior. En la década de 1959, la Capilla se cerró al culto, debido al mal estado en que se encontraba. Para 1971, la Curia Metropolitana cedió la Capilla a la Dirección de Patrimonio Histórico del Instituto Nacional de Cultura y Deportes para su restauración y la instalación del Museo de Arte Religioso Colonial. Más adelante, tras la restauración, el antiguo templo y el claustro del Convento de Santo Domingo fueron convertidos en lugares donde se llevan a cabo diversas actividades de índole cultural, principalmente en la época de verano.  

EL MUSEO DE ARTE RELIGIOSO. La restauración de la Capilla fue el resultado del trabajo conjunto en el año de 1974 del Ministerio de Obras Públicas, el Municipio de Panamá y el Instituto Nacional de Cultura, con la asesoría de la Comisión Nacional de Arqueología y Monumentos Históricos.

    Respetando el diseño original, así como otras adiciones hechas en diversos períodos, la restauración del interior del templo se llevó a cabo de esta manera: el coro fue reemplazado por uno de madera con una balaustrada tallada en Parita; el piso original se protegió colocando una capa de felpa, cubierta por baldosas hechas en Chupampa, según la técnica colonial; el comulgatorio siguió el modelo de la Iglesia de Parita.
    El 22 de diciembre de 1974 abrió sus puertas al público el Museo de Arte Religioso Colonial, en esta capilla  anexa del antiguo Convento de Santo Domingo, que había sido “gentilmente cedida por la Curia Metropolitana para albergar un rico legado artístico y cultural, disperso hasta entonces por toda la República”, según aparece en un artículo publicado por la Revista «Senda» el 28 de febrero de 1975.
    La Dirección de Patrimonio Histórico logró reunir numerosas piezas del arte religioso colonial procedentes de iglesias del interior de la República en su mayor parte, ya que las iglesias de la capital luego de los incendios ocurridos en los siglos XVII y XIX habrían quedado poco menos que vacías. Ellas fueron sometidas a un riguroso proceso de limpieza, y restaurados en gran parte en el Centro Latinoamericano para la conservación de los bienes culturales de Churubusco, en México. También se reunieron numerosas obras que pertenecieron a diversas familias de la ciudad de Panamá y el interior del país.
    Muchas imágenes existentes en el país procedían de España, en especial de Sevilla; otras fueron importadas de Quito y de Lima. Unas son de talla completa, y otras son figuras de vestir, algunas con mascarilla de plomo. Junto a las piezas importadas existen también numerosas tallas producidas en el país por artesanos locales o extranjeros radicados en Panamá durante los siglos XVII y XVIII.
    Entre las obras de arte hemos de mencionar en primer lugar el altar mayor y la bella imagen de Nuestra Señora del Rosario, que por mucho tiempo fue llevada tradicionalmente en procesión el primer domingo de octubre.
   Otra bella imagen es la de la Purísima fundida en plomo. También destaca el Cristo procedente de Atalaya, y el pequeño San Juan Evangelista, cuidadosamente tallado.
    En el Museo, entre las esculturas, un crucifijo de marfil del siglo XVII que perteneció a la Catedral de Panamá, la Inmaculada de la ciudad de Natá, las pequeñas esculturas de la Sagrada Familia, del Señor de la Paciencia y del Buen Pastor.  De particular encanto los medallones tallados en madera y policromados de la Santísima Trinidad y San Roque.
    En los óleos de San Luis Gonzaga, Santa Bárbara y San José se puede entrever algunas influencias de la escuela quiteña. Una pieza de valor es el sillón de la iglesia del pueblo de Chepo, cuyo respaldar es un óleo del siglo XVII con la imagen de San Pedro Papa.
    Entre los objetos de platería, se exhibe un trono de plata repujada y cincelada construido en el año de 1775 que perteneció a la iglesia de Santiago de Veraguas, y una cruz procesional de plata repujada y cincelada, confeccionada en 1575, que perteneció igualmente a esta iglesia .
    Como testigos de nuestro pasado religioso, ahora enmudecidas y estáticas, están las tres campanas que pertenecieron a las iglesias de La Merced y Santa Ana y a la iglesia de la ciudad de Natá, que datan de los siglos XVII y XIX.
    Este Museo del Arte Religioso colonial  en Panamá,  junto con el patrimonio existente en las iglesias coloniales del país constituye  el núcleo de nuestro patrimonio artístico-religioso. 

EL ARTE BARROCO DE LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO DE LA MONTAÑA Orígenes históricos

El poblado de San Francisco de la Montaña, según algunos historiadores, fue fundado en 1621 por fray Gaspar Rodríguez de Valderas. Se encuentra situado al Noroeste de la Provincia de Veraguas sobre una planicie de 100 mts. de altitud, en las cercanías de los ríos Santa María y Gatú. Se cree que se formó como consecuencia de una Real Cédula de 14 de agosto de 1620 relativa a nuevas reducciones, quizá con aborígenes de San Bartolomé de Tabasará y de las encomiendas de los vecinos de Santa Fé que durante la época poblaban el sitio conocido como El Naranjal, a orillas del Río Santa María o Escoria. 
    Durante todo el siglo XVII, aún siendo un asiento indígena formado por humildes chozas de paja agrupadas alrededor de una pequeña iglesia, fue un paso forzoso hacia el norte donde se encontraban las poblaciones mineras de Concepción y Santa Fé.  En este poblado convivían con los indios algunos españoles y mulatos, que realizaban actividades relacionadas con la ganadería, agricultura y explotación de minerales de oro, que había en las vecindades.

La Iglesia

    Es la joya y el mayor atractivo del lugar. En la actualidad la iglesia presenta un aspecto diferente al primitivo. Durante la administración del Dr. Juan Demóstenes Arosemena fue reconstruida, lo que es recordado en una placa que aparece en una pared del exterior (1936-1939), sustituyéndose las paredes de ladrillo por muros de piedras. La portada oriental es la única parte que queda de la iglesia original.
    Las primitivas estructuras del siglo XVII fueron reemplazadas por un edificio con pisos de baldosas cuadradas y muros de adobes crudos. Según el presbítero Vidal Fernández de Palomeras, la fecha de construcción data de 1727. La iglesia se levantaba en el lado oriental de la plaza, mirando hacia el sur. De traza rectangular, sus muros laterales contaban, cada uno de ellos, con tres pilastras adosadas, que desempeñaban la función de contrafuertes, y tres ventanas que, abiertas a la altura superior de los mismos brindaban la iluminación que requería el interior del templo.
    La torre, de base cuadrada, fue construida en ladrillos. Contaba con cuatro cuerpos o niveles divididos por cornisas que eran elementos decorativos al mismo tiempo que constructivos.  Al primer cuerpo se subía por una escalera de espiral, hoy desaparecida, construida también en ladrillos como el resto de la torre. Con el paso del tiempo fue deteriorándose, derrumbándose por completo en la madrugada del 2 al 3 de noviembre de 1942.

El interior. El austero exterior no permite imaginar el colorido y riqueza de su interior.

    Comprende tres naves divididas por columnas. Dos elementos rompen el trazado rectangular: el pórtico sobre el que descansa el cuerpo de la torre y la sacristía en la parte posterior. Dos ligeros apéndices laterales se proyectan al exterior, a manera de pórticos formados por una prolongación del techo, el cual se apoya en dos pilastras. La cubierta es de tejas, a dos aguas, apoyada sobre armazón de madera. 

Los altares: Según el Presbítero Fernández de Palomeras, los altares datan del segundo tercio del siglo XVIII, habiendo sido construidos, parte en el lugar y parte en talleres de otras localidades.

    Los altares originales fueron restaurados entre los años 1979-80 por la Restauradora Dra. Ángela Camargo ayudada por pobladores escogidos  José Félix Pinto, Rubén Darío González, Amado Soto, y los dos carpinteros de Parita enviados por la Doctora Reina Torres de Araúz José Sergio López y Sergio José López , quienes auspiciados por el Gobierno Nacional, la OEA y la UNESCO lograron salvar este valioso patrimonio, que se encontraban en lamentable estado de conservación. Fue la Dra. Reina Torres de Araúz, entonces Directora de Patrimonio Histórico quien pudo salvar este bien cultural, interesándose en que se lograra su restauración.
    En su interior se encuentran nueve altares: El altar mayor, dedicado a San Francisco de Asís, el de la Pasión o del Santo Cristo; el de la Purísima o Inmaculada, el de San José, el de la Virgen del Carmen, el de San Antonio, el de las Ánimas del Purgatorio (hoy San Roque) el de la Virgen del Rosario y el de Santa Bárbara.  Son nueve retablos, todos en madera tallada  y policromados. La madera usada es cedro amargo y níspero. 
     Además de los retablos, de espléndida policromía, en la nave central sobresale el púlpito de madera de cedro, en el que aparecen figuras de los evangelistas y símbolos de las virtudes teologales repujadas en madera policromada, con un respaldar donde se representa la Inmaculada y una paloma como tornavoz, pieza acústica que era el micrófono de aquella época. La base o columna sobre la que se sostiene la tribuna es una cariátide con rasgos de una indígena, o indiátide, con expresión dulce y serena que mide 1.30 y también tiene lámina de oro de 23 quilates.
     De gran atractivo igualmente capilla bautismal, haciendo esquina, dentro de la cual la pila bautismal de forma redonda, tallada en dos trozos de piedra, con la fecha esculpida de 1727. Dentro de esta capilla hay una talla de San Juan Bautista bautizando a Jesús en el rio Jordán.
    Después de 27 años de la primera, fue necesario realizar nuevamente en esta iglesia trabajos de restauración, los que fueron realizados por la restauradora Ángela Camargo.
     Por ley No. 29 de enero de 1937, esta iglesia fue declarada Monumento Histórico. La Ley No. 68 de 1941 la declaró Monumento Histórico Nacional. 
    Dentro del patrimonio religioso existente cabe mencionar las iglesias coloniales de Natá, Parita, Los Santos, Las Tablas, Remedios, Alanje y numerosas capillas a lo largo del territorio nacional, sin mencionar las de factura moderna en la ciudad capital, Colón y todas las provincias.

BIBLIOGRAFIA

“Museo de Arte Religioso Colonial”, Dirección Nacional del Patrimonio Histórico.

Editora La Nación Castillero Calvo Alfredo, “El Casco Viejo de Panamá y el Convento de Santo Domingo”, Panamá, 1981, Impresora La Nación Velarde Oscar A., “El arte religioso colonial en Panamá”, Instituto Nacional de Cultura, Panamá, 1990, Impresora La Nación Folleto del Museo de Arte Religioso Colonial- INAC- Dirección Nacional del Patrimonio Histórico Revista “Senda”, febrero 28 de 1975

MANUELITA NÚÑEZ CASTILLERO