LITERATURA PANAMEÑA
La Literatura es una práctica discursiva que, a través de la oralidad y de la escritura acompaña, testimonia y recrea el camino histórico y cultural de la persona y de los pueblos. La Literatura se nutre –para decirlo con las palabras de la «Gaudium et spes», de “las alegrías y tristezas, dolores y esperanzas de los hombres”.
Quien se acerque a la literatura panameña se encontrará con un campo literario, un entramado de discursos y de temas marcado, en buena medida, por “la condición de Panamá como país de tránsito”. Por ello, nuestra literatura parece cosida a la cuestión de la memoria histórica del Istmo y su destino de «puente del mundo». Incluso la belleza y hondura de muchas de sus voces líricas tiene como telón de fondo –directa o indirectamente- esta cuestión.
Uno puede afirmar que una de las funciones «naturales» asignadas al ejercicio de las letras en nuestro país, ha sido la de resolver y consolidar la identidad nacional, afectada desde los inicios de la República por la relación problemática entre Panamá y los Estados Unidos de América.
De lo anterior da cuenta Isabel Barragán de Turner en su reciente y autorizada «Historia compendiada de la literatura panameña»:
“Con la construcción del Canal Interoceánico, nuestro papel de país de tránsito se subrayó y delineó de forma indeleble nuestra cosmovisión y nuestro temperamento y carácter. (…) La existencia del Canal Interoceánico y la consecuente relación con el poderoso país de los Estados Unidos de América ha signado, en mucha medida, el desarrollo y orientación de las letras panameñas; ya porque en nuestra sociedad predomina el signo de lo mercantil y monetario sobre el imperio del intelecto y del espíritu, ya porque esta realidad ha sido un tema de renovado interés para nuestros escritores, o porque gracias al constante tráfago de seres humanos de las más diversas culturas y Etnias, Panamá se ha convertido en un valioso mosaico pluricultural, en un auténtico exponente de la raza cósmica. Todas estas señales están presentes en la literatura panameña.”
La anterior consideración no permite asegurar, sin embargo, que la literatura panameña sea sólo el correlato estético de nuestra experiencia histórica. Por el contrario, dado que el hecho literario es un discurso construido a partir de las vivencias subjetivas de los escritores, es innegable que la literatura panameña se ha hecho eco de las insoslayables realidades existenciales del amor, la esperanza, el dolor, la soledad y la muerte. Para una aproximación a la literatura panameña en su devenir, presentaremos y comentaremos puntualmente algunas de las voces literarias destacadas, a partir de los grandes núcleos temporales y estilísticos indicados por la historiografía literaria.
Durante la literatura «colonial», Panamá se inserta en el ámbito de la cultura occidental, dándose el cultivo de las letras según las usanzas y modos literarios de la Metrópoli. Y aunque los autores de la época no puedan considerarse en rigor panameños, sí es cierto que “deben consignarse algunas obras importantes del siglo XVII como muestras del mestizaje cultural que se estaba operando en suelo panameño y como las primeras evidencias de nuestra historia literaria”. Ejemplos destacados de dichas obras son los poemas épicos «Armas antárticas» (1614) y «Alteraciones del Dariel» (1697).
Es sólo en el siglo XIX cuando empieza a perfilarse con claridad el surgimiento de una literatura de signo nacional, en la que la ligazón de la enunciación literaria con la geografía y con la historia dan ya fe de una identidad particular. De especial relevancia son, en el género «poético», las voces románticas de Gil Colunje (1831-1899) –recordado sobre todo por ser el autor de nuestra primera novela «La virtud triunfante»; Tomás Martín Feullet (1834-1862), cantor de «La flor del Espíritu Santo» y Amelia Denis de Icaza (1836-1911), nuestra primera poetisa y autora de «Al Cerro Ancón», texto germinal del corpus de la poesía patriótica, aún hoy leído en las escuelas de la República.
Otro género cuyo cultivo merece señalarse es el del «ensayo», de la mano de uno de nuestros más claros pensadores y juristas, Don Justo Arosemena (1817-1896), con su opúsculo «El Estado Federal de Panamá»; obra que le ha merecido el epíteto de “teórico de nuestra nacionalidad”. Siempre en la misma centuria, es de obligada mención la prosa modernista de Darío Herrera (1870-1914), fino y culto narrador, autor de «Horas lejanas», logrado y pulcro libro de cuentos celebrado aún hoy por la crítica especializada.
Con el surgimiento de la República de Panamá, fruto de la Separación de Colombia en 1903, la literatura evidencia su carácter de discurso fundacional y acentúa su rol como herramienta social y pedagógica en la construcción de la Nación, sin descuidar su función expresiva de la subjetividad autoral y la necesaria renovación estética de la misma escritura literaria.
Son dos las voces que, como figuras tutelares emergen y dominan en el panorama literario del siglo XX en nuestro país: Ricardo Miró (1883-1940) y Rogelio Sinán (1902-1994). Diversos en su circunstancia biográfica y temporal, pero sobre todo en su escritura, son considerados nuestros íconos literarios, deudores del posmodernismo y del vanguardismo, respectivamente.
Miró es recordado especialmente como el autor de «Patria», poema recitado por nuestras gentes casi como un segundo himno nacional. Texto neorromántico en su sensibilidad y posmodernista en su retórica y versificación, es ejemplo canónico de una escritura donde la patria aparece, más que como gesta histórica, como “experiencia afectiva” indeleble.
Sinán, por su parte, es considerado unánimemente como la figura que inaugura en Panamá el discurso de la vanguardia con un poemario juvenil de sólida factura, «Onda». Al decir de los expertos, es con su obra como se abre paso la Modernidad literaria en nuestro país. Esta contemporaneidad escritural, fruto de su sensibilidad y vasta cultura literaria, se encuentra en el resto de su obra con valiosas y originales textos tanto poéticos (vg. «Incendio», «Semana Santa en la niebla»), como narrativos, sea en el género novela («La isla mágica»), como en su excelente colección de cuentos («La boina roja»).
En el espectro que media, habita o gira entre las figuras cimeras de Miró y Sinán, debemos mencionar a poetisas de la talla de María Olimpia de Obaldía (1891-1985), la «Alondra chiricana», quien en la línea de la poesía femenina de Gabriela Mistral y de Juana de Ibarbourou, nos legó textos humanisímos como la «Oración de la Esposa» y «Ñatore may», honda composición lirica que denuncia la injusticia secular contra las mujeres indígenas.
De diverso signo ideológico e imbuida en las luchas sociopolíticas de mitad de siglo es, en cambio, Diana Morán (1929-1987), quien con un poderoso lenguaje decididamente contemporáneo, asimiladas ya las conquistas formales del vanguardismo, nos legó esa magistral elegía nacionalista que es «Soberana presencia de la patria», en la que se llora a los mártires víctimas de la agresión norteamericana del 9 de enero de 1964.
Otra voz femenina insoslayable es la de la ensayista y poeta Elsie Alvarado de Ricord. Dotada de una sólida cultura académica, lingüística y literaria, se le recuerda entre otros méritos por sus agudos estudios sobre poesía panameña y latinoamericana contemporánea, así como por su intensa poesía amorosa.
Otros poetas fundamentales son los congregados en la así llamada «Generación del 58», pléyade de poetas que tematizaron las luchas sociales, la reconquista de la Zonal de Canal –en manos norteamericanas- y la propia intimidad afectiva con un discurso poético de alto vuelo en el que cupo lo mejor del arsenal retórico del pos-vanguardismo. Destacan en esta magnífica generación literaria los maestros Pedro Rivera (1939) y Dimas Lidio Pitty (1941).
Por otro lado, en el género narrativo es necesario señalar la obra del bocatoreño Tristán Solarte (1924) y del colonense Justo Arroyo (1936). El primero, con su consagrada novela psicológica «El ahogado», y el segundo, con un sólido corpus de cuento y novela, en el cual se destaca «Vida que olvida», se muestran no sólo narradores de talla, sino profundos conocedores de los caminos y vericuetos del alma humana. Especial mención merece el cuentista y promotor cultural Enrique Jaramillo Levi (1944), por la conjugación de elementos metafísicos y metaficcionales en su escritura.
La narrativa femenina, por su parte, constituye un modo literario de feliz factura en nuestro país pues, aunque no haya sido cultivado extensamente, exhibe una madurez literaria innegable en la variedad de sus temas, en la pluralidad de sus técnicas narrativas y en la mirada aguda y desmitificadora que devela aspectos inéditos de la realidad. Ubicaríamos dentro de esta tipología textual la novela «Sin fecha fija» de Isis Tejeira (1936); la trilogía «Maramargo», de Gloria Guardia de Alfaro (1940), conformada por tres logradísimos ejemplares de nueva novela histórica («El último juego», «Lobos al anochecer» y «El Jardín de las Cenizas»), y el libro de crónicas ficcionales «Pa’na’má’ quererte», de Consuelo Tomás (1957).
Para finalizar este recorrido (personal y fragmentario) por la literatura panameña contemporánea, deben consignarse los nombres de los poetas Manuel Orestes Nieto (1951), Héctor Collado (1960) y Salvador Medina Barahona (1973). El primero constituye, actualmente, una suerte de gurú para los poetas de las generaciones más jóvenes, quienes ven en él la conjugación rotunda de la ética personal y social, la identidad nacional y la maduración de un logrado e intenso lenguaje poético. Rasgo común y original, tanto en Collado como en Medina Barahona, es el rescate lírico de las figuras materna y paterna como fundamentos existenciales para su andar humano y como cantera inspiradora de su propia expresión poética.
NOTAS
ERASTO ANTONIO ESPINO BARAHONA