EVANGELIZACIÓN: Experiencias laicales
Sumario
Experiencias de vida cristiana en la España de los siglos XV al XVII
Las experiencias de vida cristiana en la España de los siglos XV al XVII como la de los monjes, religiosos, y en general de los eclesiásticos, no resulta difícil descubrirla en el caso de su obra en los comienzos de la evangelización en el Continente americano. Lo mismo se puede afirmar en el modo de actuar y en el pensamiento de muchos laicos cristianos del momento.
Un ejemplo de la visión cristiana con que los laicos de aquel tiempo contemplaban los acontecimientos, lo podemos ver en el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo. En su narración sobre los acontecimientos ocurridos en las Indias se expresa como sigue:
“Muchas cosas se podrían decir y muy diferentes de las que están dichas, y de algunas que se van allegando a la memoria, porque no tan enteramente como son y se debrían decir se me acuerda, dejo de ponerlas aquí; pero de las que más puntualmente puedo hablar diré, así como de algunos cojijos [animalillos, bichos ] que para molestia de los hombres produce la natura, para darles a entender cuán pequeñas y viles cosas son bastantes para los ofender y inquietar, y que no se descuiden del oficio principal para que el hombre fue formado, que es conocer a su Hacedor y procurar cómo se salven, pues tan abierta y clara está la vía a los cristianos y a todos los que quisieren abrir los ojos del entendimiento.”[1]
En otra ocasión describe cómo, en un viaje que realizó por el año 1515, “una noche, estando la gente toda del navío cantando la salve, hincados de rodillas en la más alta cubierta de la nao”, él observó que una banda de peces voladores eran perseguidos en el agua por las doradas y en el aire por las gaviotas, y comenta:
“de manera que ni arriba ni abajo no tenían seguridad; y este mismo peligro tienen los hombres en las cosas de esta vida mortal, que ningún seguro hay para el alto ni bajo estado de la tierra; y esto sólo debría bastar para que los hombres se acuerden de aquella segura folganza (descanso) que tiene Dios aparejada para quien le ama, y quitar los pensamientos del mundo, en que tan aparejados están los peligros, y los poner en la vida eterna, en que está la perpetua seguridad.”[2]
Los testimonios son tanto más interesantes por cuanto sabemos que, siendo muy jovencito, Fernández de Oviedo estuvo como mozo de cámara del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, cuyo preceptor era Diego de Deza.[3]Y conviene también tener en cuenta que estos comentarios o reflexiones de tipo religioso los hace Fernández de Oviedo de pasada e indirectamente, y ello conversando por escrito con el rey-emperador Carlos I-V,[4]a quien dirige su «Sumario», para que tenga información sobre las cosas de las Indias. Lo cual da a la narración mucha más naturalidad y valor, ya que supone que los dos están en sintonía en estos temas de carácter religioso, tanto más que Oviedo estaba teniendo frecuentes conversaciones con Carlos I-V, relatándole muchas cosas de las Indias.[5]
Robert Ricard ofrece otro ejemplo de la religiosidad de la época, cuando nos dice que, en la primera boda que se celebró en México, después de la misa, la comida y el baile, “«Dichas las vísperas», según la usanza de Castilla, les hicieron presentes [regalos] a los desposados”.[6]Señala, pues, que era costumbre en Castilla incluir en la celebración de las bodas el rezo de las vísperas.
La religiosidad de los seglares de la época no era meramente emocional. El historiador americanista e hispanista Bernardino Llorca destaca la formación teológica de los seglares de aquel momento, fruto de las reformas emprendidas en España ya desde el siglo anterior, y de la influencia de los Estudios y Universidades que entonces tenían el máximo prestigio. Ello posibilitó que incluso algunos de aquellos seglares participaran activamente en las discusiones del Concilio de Trento. “Los únicos siete seglares, verdaderos técnicos en estudios de teología, que tomaron parte en estas discusiones conciliares de Trento eran españoles. ¿No es esto una excelente prueba de que, debido a la profunda reforma cristiana realizada en España por iniciativa del cardenal Francisco de Cisneros y al intenso cultivo de las ciencias eclesiásticas en las célebres universidades de Salamanca, Alcalá, Valladolid y otras y a sus insignes colegios mayores de San Bartolomé y de Oviedo, en Salamanca; San Ildefonso, en Alcalá, y la Santa Cruz, en Valladolid, y otros similares, se había llegado a un nivel de formación religiosa no igualado por ninguno de los grandes Estados católicos europeos?”[7]
También los descubridores y conquistadores participaban de este sentido cristiano y, a veces, incluso lo habían recibido o potenciado en su época de formación universitaria, como es el caso de Hernán Cortés. Se pueden indicar algunos de estos casos más relevantes, empezando por el mismo Cristóbal Colón, cuya religiosidad y aun formación bíblica es sobradamente conocida.[8]Colón ante todo y sobre todo fue un lector apasionado del Antiguo Testamento, libro que, si entonaba su ánimo proporcionándole consuelo en las horas tristes, también lo ratificaba en su misión providencial, según demuestran hasta la saciedad las citas acumuladas en el «Libro de las Profecías». El hecho es digno de meditación. De todos los grandes descubridores, el almirante fue el único que consta que poseyó una razonable biblioteca, por muy tardía que fuese su adquisición: Su espíritu, no obstante, rememoraba otros hechos que no los clásicos, y su imaginación volaba en pos de Abraham, Moisés y David, soñando con la liberación del cautiverio de los judíos, con la tierra de promisión, con la figura del rey mesiánico. Colón se halla en los antípodas del humanismo; su mundo es el de la Historia Sagrada, su anhelo la restauración del Templo de Jerusalén, su descubrimiento la isla de Tarsis y Ofir, llamada por él «Española». Y J. Gil comenta: “Cristóbal Colón se nos muestra como un hombre de conciencia todavía muy medieval, a pesar de sus latines y de sus arrogancias virreinales; este «lego marinero» acata sumiso y devoto la voluntad de Dios, que lo lleva a dar cumplimiento a las profecías de Isaías: ni más ni menos.” La religiosidad de Cortés la señala, por ejemplo, el Padre Andrés Cavo, cuando relata lo sucedido en México mientras el capitán se encontraba en la campaña de Honduras, y resultó que Salazar y Chirinos se apropiaron del gobierno durante la ausencia del propio gobernador Cortés. Al enterarse éste, “dudoso del partido que debía abrazar, como Español religioso levanta el corazón a Dios pidiéndole que lo ilumine, manda que se hagan procesiones, y oída misa del Espíritu Santo, da orden a Gonzalo de Sandoval que marche con la tropa por el camino de Quauhtemalan [Guatemala] a México, dexa en Truxillo a Saavedra, y en la misma vela que le traxo la fatal noticia se embarca para Veracruz”. Las tormentas y el desastre de la nave le hicieron regresar a puerto y, “vuelto Cortés a la ciudad hizo celebrar misas y otras públicas oraciones: y pareciéndole que la voluntad de Dios era, que en aquellas circunstancias no fuera a México, en la misma embarcación despachó a Martín Dorantes.” La religiosidad de Cortés es recogida, también, en la semblanza que de él hace su compañero de andanzas, el soldado Bernal Díaz del Castillo: “Los vestidos que se ponía eran según el tiempo y la usanza, y no se le daba nada de no tener muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima hechura, con un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María, con su hijo precioso en los brazos, y con un letrero en latín en lo que era de Nuestra Señora, y de la otra parte del joyel el Señor San Juan Bautista, con otro letrero; [...]. Era algo poeta, hacía coplas en metros y en prosa; y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con muy buena retórica, y rezaba por las mañanas en unas horas, e oía misa con devoción; tenía por su muy abogada a la Virgen María Nuestra Señora, la cual todo fiel cristiano la debemos tener por nuestra intercesora y abogada; y también tenía a Señor San Pedro, Santiago, y al Señor San Juan Bautista, y era limosnero”. Y más adelante señala: “luego que se comenzó a tomar [el juicio de residencia a Cortés] quiso Nuestro Señor Jesucristo que por nuestros pecados y desdicha cayó malo de modorra el licenciado Luis Ponce [que lo tomaba].”
El mismo Díaz del Castillo se muestra como hombre de gran sentido religioso en sus manifestaciones y en la concepción de los hechos que les acaecían. Es fácil encontrar en sus escritos expresiones como las siguientes: “Y fue esta nuestra venturosa e atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitlán, México, a 8 días del mes de noviembre, año de Nuestro Salvador Jesucristo de 1519 años. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo por todo.” Así narraba la entrada de la tropa de Cortés a la ciudad de México.
Igualmente fray Toribio de Benavente, años más tarde, en carta dirigida al rey Felipe II, fallecido ya Hernán Cortés, hará una larga descripción y alabanza de él como buen cristiano y misionero, y lo explica por sus propios hechos. Cortés había ingresado en 1525 en la Orden Militar de Santiago. También entre los encomenderos había cristianos de buen hacer religioso, como nos cuenta Fray Tomás de la Torre hablando de alguno de ellos en el «Diario» de su viaje a Chiapas; en esa crónica escribe: “Moraba en aquella quebrada que hace entre aquellas grandes sierras, junto a un río, un cristiano que se llamaba Pedro Gentil. Éste era casado con una honrada y devota mujer y entrambos tenían cédula de hermandad y eran hermanos de nuestra Orden allá en España. Como supieron de nuestra venida, aderezaron lo que supieron que habíamos menester. Viniendo nosotros cansados, y más de lo que he dicho, llegamos a unas casas sin saber lo que en ellas teníamos. Hecha oración en un devoto oratorio que entre las casillas había, llevónos luego aquel cristiano a su casa, donde fuimos alegremente recibidos de su mujer y en entrando por las puertas vimos las mesas puestas con manteles alemaniscos hasta el suelo y encima muchos vasos y porcelanas con mucho pan y muchos melones de Castilla. No os sabré decir con cuánta devoción y lágrimas nos llegamos a aquel santo altar que el Señor nos tenía en aquel desierto ya aparejado, donde nos dieron una limpísima y abundante comida y bebida, no de cacao sino de muy excelente vino de Guadacanal. Por cierto nosotros topamos lo que habíamos menester y muy menester. Comimos aquel día allí con mucha alegría, servidos de nuestros huéspedes y hermanos, que eran por cierto muy devotos y caritativos, sino que los hechó su desdicha a mala tierra para poderse salvar. Tenían cerca de allí pueblos que los servían y proveían largamente de lo que habían menester; y no sólo este día nos consoló, pero después veces muchas, andando visitando la tierra y los lugares de los indios, han aportado por allí los religiosos cansados y han hallado allí lo que este día nosotros, y los han alabado y servido en sus dolencias. Dios les dé gracia para que alcancen misericordia como se la deseamos”. Uno de los casos más elocuentes en tal sentido es el del laico Don Vasco de Quiroga, ya en su largo periodo de simple jurista, administrador y oidor de la Corona. Ya se sabe que se licenció en cánones, con toda probabilidad en la Universidad de Salamanca, y en aquella época la carrera canónica llevaba consigo aparejado el estudio, en cierta medida, de la misma teología. No consta que estuviera ordenado de órdenes menores (entrada al estado clerical), como era bastante común entonces, sobre todo entre los que hacían derecho y ejercitaban la doctrina canónica, aunque no tuvieran intención de llegar hasta el sacerdocio. Sabemos, en todo caso, que él se consideraba laico cuando fue llamado a aceptar el oficio episcopal. El sentido fundamental del cristiano como miembro activo de la vida eclesial era algo fuera de discusión. Así lo recuerda el historiador L. Lopetegui: “La Iglesia española es la que establece y consolida la de las Indias Occidentales, en el sentido que [...] es la que provee principalmente de los elementos necesarios para la evangelización, como son los sacerdotes, religiosos y aun los mismos seglares, que en la sociedad de aquel tiempo estaban tan estrechamente relacionados con el elemento espiritual y eclesiástico”.
Sentido cristiano misionero de los laicos en la obra de América
El mismo Cristóbal Colón participaba de ese espíritu misionero, convencido como estaba de que, a través de su empresa, Dios estaba acelerando el final de los tiempos por medio de la predicación del evangelio en todo el mundo. También hay que señalar que indios seglares se sumaron desde el principio, ya en la misma isla Española, a la tarea de la evangelización, como nos refiere J.J. Amate: “Los primeros tanteos de cristianización y de instrucción cultural [en América] se llevaron a cabo, como era normal, en La Española, donde en el segundo viaje de Colón llegaron doce misioneros, a cuyo frente se encontraba, como es bien sabido, fray Bernardo Boyl, el religioso catalán amigo del rey Fernando. Y también llegaron en este segundo viaje algunos indios que Colón llevó a España como testimonio de su anterior navegación, y a quienes bautizara en el extremeño monasterio jerónimo de Guadalupe.
Ellos se convirtieron en los primeros intérpretes, aunque un tanto «sui generis» y, también, en los primeros evangelizadores seglares del continente. Otra cosa distinta es que por este procedimiento no se lograse alcanzar ningún éxito notable. El padre Las Casas cuenta en su «Historia de las Indias» el parlamento que mantuvo con el Almirante un viejo cacique de la isla, gracias a la traducción llevada a cabo por los indios que llevaba.”
En la historia de la evangelización en México tuvieron un papel relevante los catequistas indígenas, incluso adolescentes, casi niños, como fue el caso de los Protomártires de Tlaxcala (1527 y 1529): Cristobalito, hijo predilecto del príncipe heredero de Axcotécalt de Atlihuetzia; Antonio, nieto de Xicontencatl, señor de Tizatlán; y Juan, natural de Tizatlán, de condición humilde. Los tres sirvieron de catequistas a los primeros frailes franciscanos y dominicos. En este terreno de la intervención de los seglares indios en la evangelización, es muy notorio también, entre otros, el episodio que refiere Lewis Hanke hablando de la primera aproximación de la fe a la tierra de Verapaz, en el proyecto ideado por Bartolomé de las Casas y sus compañeros dominicos, con vistas a la evangelización y conquista pacífica del territorio: “Una vez concluido este acuerdo con el gobernador [de Guatemala, Alonso Maldonado, por parte de Las Casas, para la evangelización pacífica de Verapaz], Las Casas y sus compañeros — los frailes Rodrigo de Andrada, Pedro de Angulo y Luis Cáncer — pasaron varios días orando, ayunando y sometidos a otras disciplinas y mortificaciones espirituales.
Planearon después cuidadosamente el método a seguir, empezando por componer algunas baladas en lengua india de la «Tierra de Guerra». Estas baladas eran virtualmente una historia del cristianismo, pues describían la creación del mundo y la caída del hombre, su expulsión del Paraíso y la vida y milagros de Jesucristo. Las Casas entonces buscó y encontró a cuatro mercaderes indios, convertidos al cristianismo, acostumbrados a comerciar en la «Tierra de Guerra», y pacientemente les enseñó de memoria todos los versos y, además, a cantarlos de «un modo agradable».”
Al fin, en agosto de 1537, marcharon los indios solos con sus mercancías, a las que Las Casas había añadido algunas baratijas españolas, como tijeras, cuchillos, espejos y campanitas, que habían demostrado ser muy populares entre los indígenas. Los mercaderes fueron directamente al gran cacique de las tribus de «Tierra de Guerra», hombre guerrero, altamente respetado y temido por todos. Después de comerciar durante aquel día, uno de los mercaderes pidió un instrumento indio, y el grupo empezó a cantar todos los versos que había aprendido. La novedad de la situación, la armonía de los instrumentos y las voces y la doctrina — especialmente la afirmación de que los ídolos que adoraban eran demonios, que los sacrificios humanos eran malos — produjeron asombro y admiración entre los indios. Durante ocho noches de éxito repitieron su función los mercaderes, contentos de acceder a las peticiones del auditorio para que cantaran una y otra vez las partes que gustaban más. Cuando los indios quisieron conocer más canciones, les dijeron que sólo los frailes se las podrían enseñar. Pero ¿quiénes eran los frailes? Se los describieron: hombres vestidos con ropas blancas y negras, solteros, con el pelo cortado de un modo especial, hombres que no querían oro, plumas ni piedras preciosas, y que día y noche cantaban alabanzas a su Dios ante bellas imágenes en las iglesias. Sólo estos santos hombres — pues ni siquiera los grandes señores de España podrían hacerlo — instruirían a los indios, y los frailes vendrían de buena gana si los invitaban. El cacique estaba contento con cuanto se le había dicho y envió a su hermano menor a pedir a los frailes que vinieran y los enseñaran. Encontramos casos parecidos de participación de los indios laicos en la obra de la evangelización a lo largo de todo el periodo colonial con la institución incluso de cargos como el de «fiscales», laicos indígenas, guardianes y responsables de templos y cofradías o hermandades en las poblaciones indígenas. Algunos, como en el caso de los fiscales zapotecas de Cajonos, Sierra de Oaxaca, morirán incluso mártires en 1700, siendo beatificados por san Juan Pablo II en el Santuario de Guadalupe el 1 de agosto de 2002, o los mártires catequistas indígenas de las misiones de los jesuitas en la región de los Tahumaras, en el siglo XVII. Ya muy en los comienzos de la presencia española en las Nuevas Tierras, ha¬bién¬do¬se¬le planteado Hernán Cortés a la Audiencia el emprender una campaña de expansión y conversión de los naturales en una región próxima a Michoa¬cán, la Segunda Audiencia de México convoca una Junta — a la que asisten fray Juan de Zumárraga, el obispo de Tlaxcala fray Julián Garcés, el prior de Santo Domingo y el guardián de San Francisco — con el fin de determinar la conveniencia y las condiciones de aquella campaña y, entre otras cosas, acuerdan que el capitán teniente de Hernán Cortés vaya al frente de la empresa. “llevará algunos mochachos, de los que se crían en los monasterios que saben la Doctrina Crystiana e algunos dellos predican lo que conviene, para el principio de Crystiandad; e así por saber la lengua, como porque verán su conversión, serán de gran efecto e fruto”. El Padre Constantino Bayle, recoge una buena muestra del sentido misionero de los laicos conquistadores y fundadores de ciudades: “la ciudad, villa o poblado significa el propósito de fijar perpetuamente la vida de España, la que embebían los conquistadores: con fe robusta y cristiandad honda, sincera, aunque a ratos se entenebreciese con nubes de pasiones alborotadas”. Este sentido de piedad y de misión es el que expresaba Balboa cuando, de rodillas ante la vista del mar Pacífico, “volvióse incontinente la cara hacia la gente, muy alegre, alzando las manos y los ojos al cielo, alabando a Jesucristo y a su gloriosa Madre la Virgen Nuestra Señora; y luego hincó ambas rodillas en tierra y dio muchas gracias a Dios por la merced que le había hecho, en le dejar descubrir aquella mar [...]. Y mandó a todos los que con él iban que asimesmo se hincasen de rodillas y diesen las mesmas gracias a Dios por ello, y le suplicasen con mucha devoción que les dejase descubrir y ver los grandes secretos e riquezas que en aquella mar y costas había y se esperaban para ensalce mayor e aumento de la fe cristiana, y de la conversión de los naturales indios de aquellas partes australes”. Alude luego Bayle al “espíritu misionero, de misión castrense, que mueve a Soto a sembrar de cruces y sermones la ruta de su malhadada expedición, y pone en los labios secos y duros del vencedor en Cajamarca la primera catequesis al Inca prisionero”. Y termina: “Bastan botones de muestra en punto tan claro, y para quien pasee los ojos por un mapa americano y lo vea cubierto de nombres de Santos y misterios de Cristo y de su Madre, con que los pobladores convirtieron en santoral media geografía del globo”. Señala más adelante Bayle que “El capitán Suárez Rendón, al asentar Tunja, alaba a Dios por depararle lugar a propósito para la conversión de los naturales, «e dixo que la advocación de la iglesia mayor desta cibdad, do se ha de celebrar el Cuerpo divino, sea Nuestra Señora de Guadalupe».” Francisco de Montejo, al fundar la ciudad de Mérida, dice: “le doy por apellido Nuestra Señora de la Encarnación, la qual tomaba por abogada, assí para que le diesse gracia y ensanchase la santa fe cathólica como para que tenga debaxo de su guardia y amparo la dicha ciudad de Mérida y los christianos que en ella moraren”. Y Pizarro funda el Cuzco “en acrecentamiento de nuestra santísima fe católica, bien y conversión de los naturales habitadores destas tierras”, y casi con las mismas palabras establece también la ciudad de Los Reyes (Lima). Almagro, compañero y rival de Pizarro, funda en el Ecuador la villa de Santiago de Riobamba, “para que más verdaderamente vengan a las paces y se conviertan a nuestra santa fe católyca”; e igualmente establece la villa de San Francisco de Quito, “porque conbyene al servicio de Su Magestad y a la paz y sosiego destas provyncias y conversión de los naturales dellas”. Es especialmente señalado el sentido misionero de Hernán Cortés. Como hace notar Juan Gil, “Pedro Mártir califica a Cortés, tan dado a predicar a los indios, como «ex iureconsulto Cortesius theologus effectus (Decades 4, f.61v)», y él mismo habla del «humanismo cristiano» de Cortés.” . Robert Ricard afirma que Cortés, no obstante sus defectos, que los tuvo, “no pudo, sin embargo, pensar en que sus súbditos fueran paganos y siempre puso esmero en llevar a realidad paralelamente la conquista religiosa con la conquista política y militar”. Y subraya que en este punto, sí que siguió las instrucciones que le había dado Velázquez: “El principal motivo que vos e todos los de vuestra conpañía habéis de llebar, es y ha de ser para que en este viaje sea Dios Nuestro Señor servido e alabado y nuestra santa fée católica anpliada [...]. Ternéis mucho cuidado de inquerir e saber [...] si los naturales [...] tengan alguna se[c]ta o creencia o rito o ceremonia, en que ellos crean o en quien adoren, o si tienen mesquitas o algunas casas de oración o ídolos o otras cosas semejantes, e si tienen personas que administren sus ceremonias, así como alfaquíes o otros ministros, y de todo muy por estenso traeréis ante vuestro escribano muy entera relación, que se le pueda dar fée. [...]: pues sabeis que la principal cosa [por la] que Sus Altezas permiten que se descubran tierras nuevas, es porque tanto número de ánimas, como de innumerable tiempo acá han estado e están en estas partes perdidas fuera de nuestra fée por falta de quien della les diere verdadero conoscimiento, trabajaréis por todas las maneras del mundo [...] para les poder informar della.” El mismo Cortés hizo constar abiertamente en sus ordenanzas que el fin primario de la expedición era extirpar la idolatría y convertir a los indígenas a la fe cristiana: “su prencipal motivo e intinción, sea apartar e desarraygar de las dichas idolatrías a todos los naturales destas partes, e reduzillos, o a lo menos desear su salvación e que sean reduzidos al conocimiento de Dios e de su Santa Fée Catholica; [...] mi prencipal intento e motivo es facer esta guerra e las otras que fiziere, por traer e rreducir a los dichos naturales al dicho conocimiento de nuestra Santa Fée e creencia”. Pero Cortés no se quedaba en teorías y normas. Él y sus compañeros, nos dice R. Ricard: “llegaron frente a Ulúa el Jueves Santo, 21 de abril de 1519, y desembarcaron el Viernes Santo. El día de Pascua hubo misa solemne. Los españoles rezaron arrodillados su rosario frente a una cruz erigida en la arena. Día a día, al toque de la campana, rezaban el ángelus ante la misma cruz. Con admiración les contemplaban los indígenas: algunos de ellos preguntaron por qué los españoles se humillaban ante aquellos dos trozos de madera. Fue entonces cuando, invitado por Cortés, el padre Olmedo les expuso la doctrina cristiana.” Bernal Díaz escribe, refiriéndose al episodio, que “se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo, que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor; y [...] les dijeron que sus ídolos son malos y que no son buenos; que huyen de donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquélla hechura padeció muerte y pasión el Señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, [...] y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercer día y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados dél; [...] que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen.” Similares acciones misioneras tendrían lugar después en Cempoala, donde Cortés dejó a un viejo soldado, Juan de Torres de Córdoba, para “que estuviese allí por ermitaño”; y en otros lugares; así como en Tlaxcala, y en Cholula. También en Tenochtitlán, la capital, adonde llegaron los españoles el 8 de noviem¬bre de 1519. Firme Moctezuma, resiste a todos los discursos y sermones del padre Olmedo, y a la charla del paje Orteguilla, aunque le había tomado gran afecto. Allí tuvieron misa diaria hasta que faltó el vino. Al fin, Moctezuma dio licencia a Cortés para que en lo alto del «cu» , apartado de los ídolos, colocara un altar con una cruz y una imagen de Nuestra Señora. El padre Olmedo cantó la misa, asistido por el licenciado Juan Díaz y un buen número de soldados españoles. Cortés puso a uno de sus hombres como custodio de aquel altar para impedir que los indios lo profanaran. Y terminó, finalmente, por apoderarse del templo por completo. Cuando tuvo que salir Cortés al encuentro de Narváez, intentaron los aztecas en su ausencia quitar la cruz y la imagen; y como no pudieron lograrlo, “lo tuvieron a gran milagro”. Después tuvo lugar el acontecimien¬to de la Noche triste y la retirada a Tlaxcala. Por fin, fray Bartolomé de Olmedo pudo bautizar al anciano cacique de Tlaxcala y al joven gobernante de Texcoco .
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
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JUAN ROBLES DIOSDADO © UVAQC 2010
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- ↑ G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Sumario de la natural historia, c.83, BAE 22, 512.
- ↑ Cf. G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general, en la introducción de Juan Pérez de Tudela, BAE 117, XVIII y XXXV.
- ↑ se usan los numerales I y V referidos a los dos títulos de Carlos: como rey de España y como emperador del Sagrado Imperio Romano-Germánico
- ↑ G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general, en la misma introducción, BAE 117, XCIX y CXXI.
- ↑ R. RICARD, La conquista espiritual, 209.
- ↑ B. LLORCA, «Participación de España en Trento», 398. Llorca remite a J. OLAZARÁN, «Primera época del Concilio de Trento (1545-47)», 51s.
- ↑ J. GIL, «Los modelos clásicos», 26.