DEFENSA Y DIGNIDAD DEL INDÍGENA EN CHILE
SITUACIÓN DURANTE EL PERIODO ESPAÑOL
La situación de Chile durante la época española fue bastante peculiar, y se expresó sobre todo, en la relación que la sociedad hispana-criolla tuvo con los pueblos indígenas. Aquí se producirá un retroceso en el ámbito de los derechos de los pueblos originarios. Varios fueron los factores que influyeron en esa situación, entre los que podemos destacar la inexistencia de culturas aborígenes con nivel de desarrollo significativo, la pobreza del territorio vista desde la perspectiva de la acumulación de metales preciosos, y la presencia de un pueblo indígena reacio a aceptar la dominación hispana.
Tres fueron los principales temas que marcaron las relaciones entre la sociedad hispana y los indios: la guerra, la libertad y el trabajo personal. Dada la pobreza de estos territorios, los pobladores hispanos trataron de sacar el mayor provecho de una de las pocas fuentes de riqueza que encontraron: la mano de obra indígena. La situación se complicó cuando trataron de utilizar ese recurso en la zona de mayor concentración de indígenas, al sur del Bíobío, pero donde éstos no estuvieron dispuestos a servir, alzándose contra la presencia hispana.
Desde muy temprano, a partir de la conquista, se plantearon aquellos problemas que se arrastrarán en el tiempo, algunos hasta fines del período español. Como había quedado en evidencia en las Antillas y México, esos temas tenían profundas implicancias éticas, y la sociedad hispana se debatía entre la subsistencia del asentamiento español, la propagación de la fe católica, y el respeto de los derechos de los pueblos originarios. La tendencia de las autoridades de gobierno y de buena parte de los pobladores hispanos, fue responder con las armas a lo que consideraba una rebelión de los indígenas, mientras en la zona pacificada se recurrió a la encomienda, en su versión más radical, para generar una renta que justificara la permanencia en estos confines.
La Iglesia, a través del clero y de sus órganos institucionales, desde la conquista jugó un papel muy importante en defensa de la población indígena que se veía afectada en su relación con los españoles, sobre todo en esos tres aspectos señalados. En Chile se revivió el tema de la justicia de la guerra, que en su momento habían planteado fray Francisco de Vitoria y Bartolomé de Las Casas.
Desde Pedro de Valdivia, los representantes de la Corona consideraron que la guerra que hacían a los indígenas era «justa» porque se habían rebelado contra el Rey, después de haber reconocido su autoridad. Por su parte, el dominico Fray Gil González de San Nicolás que había venido a Chile en la expedición de Hurtado de Mendoza, se manifestó contrario a ese argumento, y llegó a predicarles a los soldados de que caerían en pecado mortal si tomaban parte en la guerra.
Dadas las circunstancias del momento, planteamientos de ese tipo encontraran mayor acogida. En todo caso, son una muestra de la temprana preocupación de muchos religiosos por los derechos de los indios. Esto también queda en evidencia en otra intervención significativa del propio González de San Nicolás en relación con las encomiendas. En 1559 se había dictado una tasa para regularla, conocida con el nombre de «Santillán», por su redactor, y en la que se daba reconocimiento legal al servicio personal de los indios, que ya se había suprimido en el resto de América. El religioso dominico consideró ilícito ese aspecto y así lo hizo presente al Consejo de Indias. En su defensa de los indios, Fray Gil González debió hacer frente al malestar y hostilidad de los encomenderos, pero contó con el apoyo del obispo electo Rodrigo González Marmolejo.
Al mismo tiempo, una junta de eclesiásticos convocada por el obispo discutía acerca de la licitud de la guerra, la que concluyó que esa situación sería aceptable sólo si se cumplían determinados requisitos, en parte similares a los que Vitoria había expuesto años antes. El principio de la justicia de la guerra, sostenido por las autoridades, generó otro fenómeno que motivará una reacción crítica de sectores eclesiásticos. Se trató del desplazamiento y esclavitud de los indios, de cualquier sexo y edad, cogidos en operaciones militares.
El obispo de la Imperial, Antonio de San Miguel, sostenía en 1571 que la pacificación del reino pasaba por la reforma del sistema de encomiendas, pues los malos tratos que en ellas recibían los indios eran la razón de su rebeldía. Por la misma época, religiosos franciscanos hacían presente al Monarca un parecer similar. El nuevo obispo de Santiago de Chile, Diego de Medellín, conminó a los encomenderos a respetar las disposiciones reales efectuando la tasación de los tributos. Las prédicas, suplicas y apercibimientos tuvieron efecto.
El gobernador Martín Ruiz de Gamboa dictó en 1580 una nueva tasa, que eliminaba el servicio personal de los indígenas. Con todo, las presiones de los encomenderos lograron, contra la opinión de los obispos de Santiago y la Imperial, la derogación de la tasa de Gamboa, con lo que la situación se retrotraía prácticamente a la etapa inicial. El desastre de Curalaba de 1598 y la muerte del gobernador Martín García Oñez de Loyola, seguido del alzamiento general, hicieron que las relaciones con los indígenas entraran en una nueva fase.
Esta etapa coincide con el protagonismo de la Compañía de Jesús, que había llegado al país en 1593. El padre Luis de Valdivia, a pesar de la oposición del gobernador, logró que la Corona apoyara su proyecto de la guerra defensiva, que fijaba por límite al río Biobio, sostenido por una línea de fuertes para garantizar que los indígenas rebeldes no penetraron hacia el norte, mientras se evitaban acciones militares que buscaran restablecer el poder real al sur del río, el cual sólo sería campo de misiones.
En la práctica, el sistema nunca funcionó del todo. Los apoyos políticos fueron limitados e incluso contradictorios. El gobernador de Chile se mostró contrario a esa estrategia y bregaba por mayores recursos para ganar la guerra militarmente. Por otra parte, la Corona no mantuvo una política coherente, pues casi al mismo tiempo permitía la esclavitud de los indios cogidos en guerra. La experiencia de la guerra defensiva fracasó y fue oficialmente suspendida, pero la justificación centrada en el respeto de los derechos indígenas había logrado penetrar cada vez en sectores más amplios.
La motivación de fondo de los jesuitas era la evangelización del indígena, lo cual implicaba una valorización de ellos como persona. Impugnaban la idea de que eran perversos, al tiempo que hacían notar la buena disposición que mostraban para recibir el evangelio. Sus acciones violentas serían consecuencia de las injurias que se les hacían. Entre ellas, una de las de mayor trascendencia fue el de la esclavitud, que, a pesar de su derogación legal, en la práctica siguió funcionando hasta fines del siglo XVII.
Fue la Iglesia, a través de los obispos y de las órdenes religiosas, la que contribuyó a que se pusiera término a esos atropellos. Muy importante fue al respecto la labor que desempeñó el obispo Diego de Humanzoro, que en sus informes y correspondencia con las autoridades del virreinato y de la península, abogaba por la eliminación de la esclavitud de los indios cogidos en guerra.
Pero, en la lucha por el término de la esclavitud y del desarraigo al que los sometían, se destacó de manera especial la figura del jesuita Diego Rosales, que hizo llegar al Rey un manifiesto sobre los daños de la esclavitud al reino de Chile, y además envió cartas sobre el tema a diversas autoridades, incluso al Papa, las que tuvieron un resultado efectivo al servir de base a la real cédula de 20 de diciembre de 1774, que prohibió la esclavitud de los indios prisioneros de guerra y ordenó la libertad de los que estaban en esa condición. Por su parte, en 1789, se puso término definitivo al régimen de encomienda y sin duda la Iglesia, con su crítica constante a ese régimen y en la que se destacaron los obispos Pedro Felipe de Azua y Juan Manuel de Sarricolea y Olea, contribuyó a que se tomara esa determinación.
SITUACIÓN TRAS LA INDEPENDENCIA
En la etapa republicana el tema de fondo, el de los derechos y dignidad del indígena persiste, pero se expresará bajo formas distintas. El proceso de evangelización experimentó un retroceso significativo a raíz de las guerras de la Independencia. Evangelizar no sólo implicaba la enseñanza de una nueva creencia, sino que además era una expresión efectiva de la consideración como ser humano que se hacía del indígena, junto a un reconocimiento de los derechos inherentes a tal condición. Una mengua de la acción misionera afectaba, en última instancia, a la imagen que el indígena proyectaba en la sociedad chilena. Lentamente, desde la década de 1830 se inició una recuperación de la labor misionera, en la que la Iglesia contó con el apoyo oficial del Estado, que vio aquella actividad como parte del proceso civilizador e integrador del indígena al orden republicano.
Los franciscanos y los capuchinos fueron quienes asumieron la responsabilidad evangelizadora en la Araucanía, que también implicó la educación de los niños y jóvenes, para lo cual se levantaron escuelas e internados en las misiones. La labor de los religiosos fue difícil debido a que tuvieron que enfrentar situaciones muy adversas.
Por una parte estaba la escasez de recursos, a lo que se agregó el enrarecido ambiente político en la zona, como el generado por la intentona segregacionista de Olerie Antoine I y la penetración sin control de colonizadores chilenos en el territorio de Arauco, provocando tensiones por las ocupaciones y adquisiciones fraudulentas de tierras. A eso se va a agregar la incorporación de la Araucanía al Estado chileno mediante el uso de la fuerza militar. Todo ello culminó con la última gran sublevación indígena en 1881, que afectó de manera directa a las misiones, con la destrucción de varios establecimientos.
SITUACIÓN EN EL SIGLO XX E INICIOS DEL XXI
Sólo comenzará la recuperación con el arribo a fines del siglo XIX de frailes capuchinos bávaros, que revitalizarán las misiones y se ganarán la confianza de los indígenas, al suministrarles asistencia médica y enseñarles quehaceres prácticos. Importante también fue la llegada en 1901 desde Suiza de las Hermanas de la Santa Cruz, que se dedicaron a la evangelización y educación de niñas y jóvenes mapuches.
El proceso de «pacificación» y ocupación de la Araucanía por el Estado chileno fue prolongado y muy traumático, al generar todo tipo de atropellos sobre la población indígena. La desplazaron de sus tierras, y a numerosas comunidades las instalaron en reducciones. En las tierras que antes les pertenecieron, los colonos constituyeron grandes latifundios, por lo general al margen de la ley, engañando a los antiguos propietarios u ocupándolas por la fuerza.
Los religiosos capuchinos se comprometieron en una activa y tenaz defensa de los derechos de los indígenas. Recurrían a los tribunales y utilizaban a la prensa para denunciar los abusos de que eran objeto por colonos y funcionarios del Estado. Incluso no trepidaron en llevar sus denuncias ante las más altas autoridades del país. Pero los religiosos no se limitaron a la defensa de las tierras de los indios, sino que además se preocuparon de rescatar y valorar la cultura mapuche. Se esmeraron por darla a conocer a través de la prensa, destacando sus valores y refutando los juicios negativos y denigrantes que se difundían en el medio chileno. Para fortalecer la labor de la Iglesia en la Araucanía, la institucionalidad eclesiástica se fue reestructurando, lo que implicó pasar de una Prelatura Apostólica, a un vicariato en 1928, y finalmente, el 2002, a una diócesis.
La lucha por la dignidad de los pueblos indígenas que llevó adelante la Iglesia, tuvo otro hito importante en el caso de los pueblos fueguinos. Desde la consolidación de la presencia del Estado chileno en la zona austral, la Iglesia se preocupó de asistir espiritualmente y materialmente a los habitantes originarios de esas tierras. Sin embargo, la tarea encontró enormes dificultades, producto de la condición nómada de los pueblos, de la falta de clérigos, de las limitaciones económicas, e incluso de la debilidad de los apoyos político administrativos.
La situación cambiará en parte con la llegada de los salesianos, que optarán para tratar de proteger, evangelizar y educar a los indios, instalándolos en establecimientos misionales. Los salesianos, con el padre José Fagnano a la cabeza, luchaban en última instancia por la pervivencia de estos pueblos, que irremediablemente caminaban hacia su extinción. La colonización de las tierras australes, les afectó el modo de vida. Ya no pudieron subsistir de la caza del guanaco, sufrieron la persecución de los ganaderos y fueron fácil presa de las enfermedades que les trasmitieron los colonos.
Los religiosos y religiosas de las misiones, además de evangelizarlos, intentaron enseñarles oficios, instruirlos en la escritura y lectura, cuidar de su salud y subsistencia. Paralelamente se preocuparon de conocer su cultura; recogieron numerosa información sobre sus tradiciones e hicieron estudios sobre sus costumbres y lenguas. Esta labor, que desarrollaron hasta bastante avanzado el siglo XX, no siempre fue bien comprendida por las autoridades y por sectores influyentes de la sociedad magallánica.
La defensa de los derechos de los indígenas los llevó a enfrentarse con los ganaderos, que los veían como un problema para el desarrollo de sus actividades. Pero, además, para los religiosos el enorme esfuerzo que realizaban resultaba frustrante, pues los logros que obtenían con las familias y niños fueguinos se derrumbaban ante la masiva mortalidad que los afectaba y que inexorablemente los encaminaba a su desaparición.
Por su parte, los mapuches, durante la segunda mitad del siglo XX, se vieron enfrentados a situaciones contradictorias que los llevaron a pasar por momentos expectantes generados por ofrecimientos de los gobiernos de turno que decían recoger las reivindicaciones ancestrales, para caer luego en estados de frustración e incluso empeoramiento de las condiciones de vida de muchos, por la no concreción de esas expectativas, o por la aplicación de políticas que terminaban perjudicándolos.
La Iglesia chilena, inspirada en el Concilio Vaticano II y en los acuerdos de las asambleas de obispos latinoamericanos, se comprometió a bregar por el reconocimiento de su cultura, lo que la llevó a desarrollar un nuevo modelo de evangelización, que parte por reconocer la riqueza cultural de los mapuches y, en diálogo con ella, transmitir el mensaje de Cristo. Al valorar su cultura, también asume un compromiso a favor de su identidad y por ende de sus tradiciones, reivindicando al mismo tiempo sus posesiones territoriales y formas de organización y planteándose contra la discriminación.
NOTAS
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RENÉ MILLAR