DOMINICOS; Misión de Fray Vicente Valverde en Cajamarca
Actuación de fray Vicente Valverde en Cajamarca
Fue un 15 de noviembre de 1532, cuando los conquistadores asomaron a las puertas de Cajamarca. La Ciudad estaba vacía; la gente había salido en pleno a cortejar a Atahualpa, en la pampa de Pultamarca, a tres kilómetros de la ciudad. Después de un frecuente ir y venir de embajadores entre Atahualpa y Pizarro, para atraerse el uno a otro, llegó la noche, en medio de un suspenso indescriptible. Pedro Pizarro, primo del conquistador Francisco Pizarro, testigo presencial de los hechos, escribió (1571): “Yo oí a muchos españoles que, sin sentirlo, se orinaban de puro temor”.
Francisco Pizarro celebró consejo con los jefes de su ejército y acordaron que antes de poner las manos en Atahualpa, se debía cumplir con la obligación de conciencia de darle a conocer el contenido del «Requerimiento» que estaba mandado por ley. Esta difícil misión debía encomendarse a una o dos personas, religiosos o clérigos de preferencia.
La cédula del 17 de noviembre de 1526, firmada en Granada, prescribía que los conquistadores siempre debían llevar y dar a conocer dicho «Requerimiento», a gobernantes y pobladores del país que querían someter al vasallaje de su rey: “Sobre lo cual, encargamos a los dichos religiosos o clérigos, descubridores o pobladores, sus conciencias. La responsabilidad de esta difícil misión recayó en Fr. Vicente de Valverde. “Se resolvieron todos en que el padre Fr. Vicente de Valverde le hiciese formalmente la protestación que para este efecto traía del Emperador.”
El 16 de noviembre de 1532, fue un día más de embajadas que iban y venían, de Atahualpa a Pizarro y viceversa. Ya al ponerse el sol Atahualpa entró a la plaza de la ciudad, rodeado de su gente. En ese instante, escribe el cronista Francisco Jerez, «El Gobernador» [Pizarro] que esto vio, dijo a Fr. Vicente que si quería ir hablar a Atahualpa con un faraute [intérprete] y él dijo que sí.
“Fue con una Cruz en la mano y con su Biblia en la otra, y entró por entre la gente hasta donde Atahualpa estaba y le dijo por el faraute: «Yo soy sacerdote de Dios y enseño a los cristianos las cosas de Dios, y así mismo vengo a enseñar a vosotros. Lo que enseño es lo que Dios nos habló, que está en este libro, y por lo tanto, de parte de Dios y de los cristianos, te ruego que seas su amigo, porque así lo quiere Dios, y venirte a bien de ello, y ve a hablar al Gobernador que te está esperando».
Atahualpa dijo que le diese el libro para verle, y él se lo dio cerrado; y no acertando Atahualpa a abrirle, el religioso extendió el brazo para lo abrir, y Atahualpa con gran desdén le dio un golpe en el brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mismo por abrirle, lo abrió; y no maravillándose de las letras ni del papel, como otros indios, lo arrojó cinco o seis pasos de sí [...]. El religioso volvió con la respuesta al Gobernador y le dijo: lo que había pasado con Atahualpa y que había echado en tierra la Sagrada Escritura.
Luego, Pizarro se armó y con cuatro hombres que le siguieron, llegó hasta donde estaba Atahualpa y le echo mano, diciendo: ¡Santiago! ... a cuyo nombre los conquistadores que estaban ubicados en lugares estratégicos, soltaron tiros y empezó la batalla que duró poco más de media hora con un saldo de dos mil muertos y tres mil prisioneros.”.
En este mismo sentido escriben Hernando Pizarro (este era hermano de Francisco Pizarro) y Pedro Pizarro, testigos presenciales de los hechos. La actuación de Fr. Vicente se redujo solamente a cumplir con el «Requerimiento» “que legalmente y en conciencia, estaba mandado, y a dar a conocer resultado de su gestión ante Atahualpa.”
Hay quienes ponen en boca de Fr. Vicente, frases como éstas: “Venganza, cristianos...; salid a ellos que yo os absuelvo; no hiráis de tajo y revés, porque no se quiebren las espadas.” Todas estas linduras son pura patraña. La autorizada palabra de algunos historiadores peruanos contemporáneos es la mejor respuesta a cualquier malintencionada interpretación de los hechos.
Dice Raúl Porras Barrenechea: “La intervención de Fr. Vicente de Valverde ha sido descrita en forma algo dramática y haciendo representar al dominico el papel de faraute que lee un cartel de desafío. Nada de eso. La verdad llana y sencilla es ésta: Valverde se adelantó a cumplir lo que estaba prescrito en las instrucciones sobre nuevos descubrimientos, esto es, la lectura del «Requerimiento», especie de alegato en que se exhortaba a las nuevas gentes a reconocer la soberanía de los reyes de Castilla, a recibir la paz a sus enviados y a aceptar la fe que se les iba a predicar.”
Con la llegada de Diego de Almagro a Cajamarca se aceleró la muerte del Inca Atahualpa, a la cual se opuso Fr. Vicente Valverde y con él otros muchos, como Hernando Pizarro y Hernando de Soto, que pidieron fuera enviado a España. Desafortunadamente, las ambiciones e intrigas pesaron más que la sensatez y las buenas razones.
Meléndez comenta: “el P. Fr. Vicente aficionado al Inca y lastimado de tan mísera fortuna, hizo grandes diligencias, porque le enviasen a España, hasta que viendo que no tenía remedio y que había de morir acusado falsamente de un mal indio, su vasallo, de que estaba de quebrantar la prisión y matar a los españoles, acumulándole el crimen de la muerte de su hermano Huáscar Inca, trató de enviarle al cielo, y para esto instruyóle en la fe que admitió de buena gana y le bautizó de su mano.”
De la permanencia de Fray Vicente Valverde en Cajamarca y de su dedicación a la evangelización de los naturales, Pedro Salinas ha escrito: “Fue [Fray Vicente] el que instruía a los indios de parte de los gobernadores en las cosas de nuestra Santa fe Católica, al tiempo que iba a descubrir, y fue el que instruyó al Inca, Señor natural del Perú, para le convertir.”.
A su paso por el vasto y hermoso valle del Mantaro, valle fluvial interandino del Perú, formado por el río Mantaro y ubicado en el suroeste del departamento de Junín, Pizarro fundó la ciudad de Jauja, con el parecer y acuerdo de Fray Vicente. Más tarde, el lunes 23 de marzo de 1534, hizo la fundación española de la ciudad del Cuzco.
En el acta de fundación se lee: “Tomado mi acuerdo y parecer sobre ello, con el reverendo padre Fr. Vicente de Valverde, religioso de la Orden de Santo Domingo, por S. M. enviado para la conversión y doctrina de los naturales de estos reinos, y con Antonio Navarro, Contador de S. M., con ellos y con otras personas... y en señal de la dicha fundación que hago y posesión que tomo, hoy, lunes 23 de marzo de 1534.”
En esta suma de hechos está revelando nítidamente, quién era en verdad Fray Vicente de Valverde. Su nombramiento como «Protector de los indios», a pesar de la abierta oposición de los conquistadores, lo ejerció con el coraje y decisión de un auténtico misionero. En sus tantas veces citada carta del 20 de marzo de 1539, informa al rey:
“En lo de la protección de los indios que V. M. me mandó entendiese, lo que hay que decir es, que es una cosa tan importante para el servicio de Dios y de V. M. defender esta gente de la boca de tantos lobos como hay contra ellos, que creo si no hubiese quien particularmente los defendiese, se despoblaría la tierra, y, ya que no fuese así, no servirían ni tendrían sosiego los indios de ella.”
Una vez que los conquistadores españoles derrotaron al Imperio Inca, surgió una lucha encarnizada entre ellos por controlar los territorios que acababan de conquistar y por el enorme poder político y económico que esto suponía. Es lo que se conoce como las Guerras Civiles entre los conquistadores del Perú, que se extendieron entre 1537 y 1554. Y en su afán de pacificar el reino que se desangraba con las dos primeras guerras civiles entre españoles, a Fray Vicente lo mataron los indios de la Puná, en el golfo de Guayaquil (Ecuador), el año 1541, cuando iba al encuentro del gobernador Cristóbal Vaca de Castro.
Tres fueron las personas que lideraron la conquista del Imperio Inca, Francisco Pizarro; Diego de Almagro y el sacerdote Hernando de Luque. Estos tres personajes castellanos firmaron el acuerdo conocido como «Pacto de Panamá» el diez de marzo de 1526 por el cual quedaba constituida la Compañía de Levante que tenía el objetivo de realizar la conquista del vasto territorio del Incario, tras haber resultado fallido el primer intento de conquista realizado por ellos en 1524.
NOTAS
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GUILLERMO ÁLVAREZ ©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 2 (1992) 11-52