GUADALUPE; El Acontecimiento Guadalupano e Inculturación
Sumario
- 1 1. El milagro de la gracia, el milagro de un encuentro.
- 2 2. El método del encuentro, de la transformación: In Xóchitl in Cuícatl.
- 3 3. Muchos Dioses Populares.
- 4 4. Las Flores de Dios.
- 5 5. La total entrega.
- 6 6. Más allá de la muerte.
- 7 7. Nacimiento de un Pueblo.
- 8 8. "Todos tus Mandatos son estables".
- 9 9. ¿Otro recurso?
- 10 10. La Madre del arraigadísimo Dios.
- 11 11. Teomana y Amoxhua.
- 12 12. La señal española.
- 13 13. La Madre de Dios “que ruega serlo nuestra”.
- 14 NOTAS
- 15 BIBLIOGRAFIA
1. El milagro de la gracia, el milagro de un encuentro.
Toda la historia humana es historia de conflictos; también hoy, con más virulencia que ayer y con formas más destructivas. Pues bien, en los comienzos de la presencia española y europea occidental en el llamado Nuevo Mundo, sucedió en el suelo de México una reconciliación difícil: dos pueblos del todo diferentes, divididos por una incomprensión abismal al acoger el amor que les ofreció Dios a través de su Madre Santísima, se aceptaron y fusionaron tan de veras, que nació de ellos un pueblo heredero de las grandezas y miserias de los dos, pero genuinamente nuevo, síntesis y reconciliación de lo aparentemente irreconciable. Algo que el Santo Padre en persona definió como "un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada"[1].
Ahora bien, cuando hablamos de "cultura" nos referimos a "la manera peculiar en que los hombres, en un determinado pueblo, cultivan su relación con la naturaleza, consigo mismos y con Dios, a fin de alcanzar un nivel verdadera y plenamente humano"[2], e "inculturación" la expresó el Santo Padre como el "esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura en que se inserta"[3], o sea, que quienes queramos proclamar el Evangelio a gentes diversas de nosotros mismos, debemos hacer el esfuerzo que hizo Pablo al evangelizar a los gentiles: exponer y compartir nuestra Fe a partir de los conocimientos y sentimientos de los otros, no sólo de los nuestros, obteniendo así ambos un doble enriquecimiento, pues ninguno tendría que renunciar a sus propios valores y tradiciones para adoptar los del otro, sino uno y otro adoptar, asimilar y depurar los de los dos.
Esta "inculturación", este trasvasamiento, ocurrió cuando menos podía esperarse, cuando el nuevo mundo mestizo se debatía en atroces dolores de un parto que amenazaba culminar en aborto. Pero Dios, a través de su Madre Santísima, supo resolver ese insoluble problema, sin desautorizar a sus enviados españoles, sin reprobar los valores indios, sin cambiar a ninguno de los protagonistas ni a sus conflictivas circunstancias. Supo, en una palabra, confirmar la predicación de sus enviados inculturando su mensaje a la mente india. Y con esto no sólo obtuvo su conversión entusiastamente masiva e instantánea, sino que se aceptaran unos a otros tan efectivamente que nació ese pueblo nuevo, hijo y heredero de ambos: el pueblo mestizo que es hoy México y la llamada América Latina.
2. El método del encuentro, de la transformación: In Xóchitl in Cuícatl.
El mundo nahua buscaba la verdad, la veneraba a su modo, expresaba a su manera su profundo sentido religioso como nos lo testimonian los numerosos rastros poéticos de sus sabios y reyes: buscaba la eternidad, buscaba a Dios, al que llamaban Ometéotl. ¿Pero podía el hombre, limitado como es, conocer la Verdadera Realidad, conocer a Ometéotl? Sí, contestaban sus tlamatinime (sabios), podía conocerlo parcialmente a través de "las Flores y los Cantos". Para nuestra mente occidental es fácil entender el por qué de "los cantos", dado que éstos son sinónimo de poesía; pero ¿qué tienen que ver "las flores"? ¿En qué pueden contribuir a interiorizar el pensamiento humano?
En el idioma náhuatl y en la mente india, se echaba mano de elementos botánicos para expresar el concepto de "Verdad", que en náhuatl se dice "nelliliztli", y "Verdadero" = "nelli", que viene siendo: "lo que tiene raíz", "lo que está sólidamente fundamentado". Ahora bien, siendo las flores la parte más bella y visible de una planta, no pudiendo producirlas sino la que tuviere una sana raíz, y siendo Dios la "raíz" última y definitiva de toda Verdad, de toda solidez, las flores son por ello su manifestación, constituyen, en este mundo, la más delicada evidencia de su belleza y de su amor a nosotros los hombres, ya que nos deleita través de ellas , dándonos un atisbo de su propio esplendor, capacitando a la mente humana para trascender los límites materiales.
Por eso, pues, "Flor y Canto" es todo aquello que puede hacer que el pensamiento humano se eleve hasta Dios, superando nuestra radical limitación: estudio, meditación, comunión del "corazón y cuerpo de Dios" que son las flores mismas, contemplando su belleza, inhalando su perfume, ingiriendo aquellas que pueden ayudarle a superar sus límites y captar las intuiciones místico-poéticas-analógicas que le dan vislumbres de su inaccesible plenitud. A ese esfuerzo, parcial y deficiente, pero capaz de penetrar, así sea fugazmente, la de otro modo impenetrable trascendencia divina, era lo que ellos llamaban así: "Flor y Canto", "In Xóchitl in Cuícatl", o, con una sola palabra: "Xochicuícatl".
Ejemplo de esto son los muchos nombres que le dieron, todos breves síntesis de su naturaleza, tal como la concebían sus sacerdotes-filósofos, V.gr.: "Chalchiuhtlatonac", "El que hace brillar las cosas como jade". (El jade es símbolo de la belleza y de la vida. Sin metáfora, pues, quiere decir: Causa de toda vida.); "Citlallatonac - Citlalinícue", "Astro que hace brillar - La de la falda de estrellas" (Dueño del día y de la noche); pero los que más nos importan, por haberlos mencionado la Señora del Tepeyac, son: "In Tloque in Nahuaque", "Señor del cerca y del junto", "Ipalnemohuani", "Causante de toda vida", "Moyocoyani Teyocoyani", "Creador de sí y de todos", y "Totecuiyo in Ilhuicahua in Tlaltipaque in Mictlane", "Nuestro Señor, dueño del Cielo, de la Tierra y del Infierno". Un análisis atento de estos nombres en sus raíces etimológicas revela una profundidad metafísica: In tloque in Nahuaque expresa gráficamente lo que nosotros llamamos inmanencia y trascendencia de Dios. Citamos al nahuatlaco Dr. Leon Portilla, que explica muy bien estos nombres:
"Comenzando por el difrasismo «in Tloque in Nahuaque» diremos que es una sustantivación de las dos formas adverbiales tloc y náhuac. La primera (tloc) significa cerca... El segundo término (náhuac) quiere decir literalmente en el circuito de, o, si se prefiere, en el anillo.. Sobre la base de estos elementos añadiremos ahora el sufijo posesivo personal -e, que se agrega a ambas fórmulas adverbiales Tloqu(e) y Nahuaqu(e), dan ambos términos la connotación de que el estar cerca, así como en el circuito son “de él”. Podría, pues, traducirse in tloque in nahuaque como “el dueño de lo que está cerca y lo que está en el anillo o circuito”. Fr. Alonso de Molina vierte este difrasismo náhuatl, que es auténtica “flor y canto”, en la siguiente forma: “cabe quien está el ser de todas las cosas, conservándolas y sustentándolas”. Clavijero, por su parte, al tratar en su Historia de la idea que tenían los mexicanos acerca del Ser Supremo, traduce Tloque Nahuaque como “aquel que tiene todo en sí”. Y Garibay, a su vez, poniendo el pensamiento náhuatl en términos cercanos a nuestra mentalidad, traduce: “el que está junto a todo y junto al cual está todo”... ([4])
Ipalnemohuani equivale a "vivificador", pero es mucho más expresivo: "Así como in Tloque in Nahuaque apunta a la soberanía y a la acción sustentadora de Ometéotl, así Ipalnemohuani se refiere a lo que llamaríamos su función vivificante, de “principio vital”. EL análisis de los varios elementos de este título del dios dual pondrá de manifiesto su significado. Ipalnemohuani es, del punto de vista de nuestras gramáticas indo-europeas, una forma participial de un verbo impersonal: nemohua (o nemoa), se vive, todos viven. A dicha forma se le antepone un prefijo que connota causa: ipal- por él o mediante él. Finalmente al verbo nemohua (se vive) se le añade el sufijo participal -ni, con lo que el compuesto resultante ipal-nemohua-ni significa literalmente “aquel por quien se vive” "[5]. "Moyocoyani Teyocoyani", nombres a los que la mente náhuatl asociaba siempre también "Tlayocoyani", son un elocuente trifrasismo para decir "creador", pero con mucho más énfasis y exactitud, pues significan "Creador de sí mismo, de las personas y de las cosas"[6]. El último nombre: "Totecuiyo in Ilhuicahua in Tlaltipaque in Mictlane", no hace falta sino traducirlo, pues habla por sí solo: "Nuestro Señor, dueño del Cielo, de la Tierra y del Infierno". La traducción es literal, y como comentario basta confrontrarlo con la carta de Pablo a los Filipenses 2, 10.
3. Muchos Dioses Populares.
Si hay eso solo Dios, ¿quiénes son los demás "dioses"? Son sólo "flor y canto" que utiliza el hombre para comprender la infinitud de Ometéotl: ellos salieron de Ometéotl, es decir, nó de El, de su substancia, sino de la mente humana cuando lo considera tratando de entender su ininteligible grandeza y armonía. Son "flor y canto", por ser atisbo que logra el hombre de su naturaleza divina, y, siendo en parte burdamente falsos, son, al propio tiempo, sólidamente "arraigada" verdad: "Nelliliztli". Si hubiéramos podido pedirles que nos "tradujeran" eso a nuestra mente occidental, los tlamatinime (sabios), haciendo uso de la analogía filosófica y de la iluminación místico-poética, podrían habernos contestado: "-Ya sabemos que Ometéotl es uno y único, ya sabemos que no puede ser ni masculino ni femenino, pues esas limitaciones duales en El son unidad; pero nosotros, torpes como somos, sólo entendemos y apreciamos esa unidad concibiéndola dualmente, fragmentándola en diversidades, viéndolo no como el Pertecto Uno que es, sino como si fuera Ometecutli Omecíhuatl: "Señor del dos Señora del dos", como in Tonan in Tota: "Nuestra Madre, Nuestro Padre", como "padre y madre" de los "cuatro Tezcatlipocas", como "abuelo y abuela" de los "hijos" de éstos... y así, hasta este mundo cambiante, mutable y confuso que es el nuestro, donde todo parece estar dividido en antagonismos. Pero, mil y mil "dioses" que pudiera haber, y mil y mil conflictos que pudieran existir entre ellos, ni unos ni otros son reales sino para nosotros, son sólo parcializaciones que crea nuestra pobre mente, incapaz de entender la maravillosa Unidad y Armonía de Ometéotl, pero deseosa siempre de al menos captarle un aspecto."
"Los dioses eran divisibles y reincorporables. Su sustancia se dividía, permitiendo su ubicuidad. En sentido opuesto, las partes dispersas de su sustancia podían reincorporarse. Fisibles y fusibles. Eran seres complejos que podían separar sus diferentes aspectos -por ejemplo, el masculino del femenino- o descomponerse en varias personas divinas diferentes. De manera concomitante, dos o más dioses podían formar una sola divinidad, con personalidad o atributos compuestos. Esta última propiedad culminaba en la integración del Dios Supremo"[7]. En palabras más simples: los mexicanos no eran politeistas, sino monistas, o sea, adoraban a un único y verdadero Dios a través de muchos aspectos de él; pero todos eran el mismo y único Ometéotl.
4. Las Flores de Dios.
Aunque todos los "dioses" son el mismo y único Ometéotl, se ven tan diversos porque el mundo humano, el "Tlaltípac", ("Lo que está sobre la Tierra") está a 13 "cielos" de distancia de su mundo, el "Omeyocan", ("Donde está la Dualidad"), lo que equivale a decir que cuanto el hombre percibe está deformado, está falseado y engañoso. Para que algo sea auténticamente "verdadero" tiene que venir "del interior del cielo", del Omeyocan, pues sólo Ometéotl es base firme para que algo en verdad pueda arraigar total y eternamente, tiene que ser una "flor" con raíces en el cielo, una flor de Ometéotl. Es conmovedor el patetismo con que los bardos-filósofos nahuas disertaban de la engañosidad de este mundo, y su anhelo de la Nelliliztli, de la verdad auténticamente "enraizada", de las "flores y los cantos de Ometéotl":
- "Sólo te busco a tí, Padre Nuestro, Dador de la vida [..]
- Busco el deleite de tus flores,
- la alegría de tus cantos, tu riqueza!" .
- "Flores con ansia mi corazón desea,
- sufro con el canto, y sólo ensayo cantos en la tierra,
- quiero flores que duren en mis manos [..]
- ¿Yo dónde tomaré flores hermosas, hermosos cantos?
- Jamás las produce aquí la primavera..." .
- "Sacerdotes, yo os pregunto: ¿De dónde vienen las flores..?
- ¿El canto que embriaga, el hermoso canto?
- Sólo provienen de su casa, del interior del cielo,
- sólo de allá provienen las variadas flores.." .
- "¿Quién no anhela tus flores, oh Dador de la Vida?
- [..] bañadas están de sol tus múltiples flores:
- Son tu corazón, son tu cuerpo, oh Dador de la Vida!!" .
Dios es Dueño de todo y está junto a todo, pero el hombre no tiene la capacidad de captarlo, como anhelara, sino a través de esas metáforas, de esas intuiciones místico-filosóficas que son "las flores"... Pero esas "flores" humanas son frágiles y ambiguas, meras analogías que para nada sacian su sed de infinito, antes excitan un anhelo nunca satisfecho de verdad y de felicidad; quisiera nó esas flores propias, humanas, que le dejan apenas entrever a Dios, sino las flores de El, las flores divinas, que fuera Dios quien viniera al encuentro del hombre... mas eso es un imposible absoluto: el hombre no puede jamás alcanzar el Omeyocan, si acaso percibirlo por un "brevísimo instante":
".. tú compadeces y haces gracia a los hombres
por brevísimo instante a tu lado. Brotan cual esmeraldas, tus flores, oh Dador de la Vida: cual flores se robustecen, cual flores rojas abren la corola, por brevísimo instante a tu lado." .
Decididamente, esas "flores que duren en mis manos, jamás las produce aquí la primavera!!" Ya podemos desde aquí ir notando el portento de "inculturación", la magistral adaptación a la mente india que implica el que precisamente con "flores y cantos" se verifique la Aparición del Tepeyac, pero para captarla mejor, hace falta que entendamos mejor qué relación había entre el hombre y Dios en el pensamiento náhuatl.
5. La total entrega.
El verbo nahuatl macehua lleva consigo el significado de una total entrega, merecer algo dando cuanto se tiene, aun la sangre o la vida.. Aquí hay que explicar otro concepto de impecable lógica dentro de la cultura india: Para ellos -como para nosotros- la vida era el movimiento, y "movimiento" en náhuatl se dice "ollin", y su abstracto: "movilidad" es "ollotl". En su mundo, el objeto en movimiento por antonomasia era el corazón, que lleva el coherente nombre de "yollotl", es decir: "i-ollotl" = "su movilidad", y por tanto "vida" el también coherente nombre de "yolliliztli", que equivale a "la acción del corazón", a "lo que causa el corazón", a "la corazonización de los seres". También de ahí podemos entender el valor de la sangre, pues que es el fluido transmisor de ese movimiento que es la vida. Tomando eso en cuenta, si nos preguntamos ¿qué lugar ocupaba el Hombre en esa concepción de Ometéotl y su obra?, podemos contestarnos que era "Macehualli" de Dios a través de los "dioses", íntimamente cercano y familiar con ellos, pues llevaba su sangre, de ella había nacido. El lugar del hombre en el pensamiento náhuatl hemos de buscarlo entre mitos confusos y variados, pero coincidentes todos en asignarle un lugar nobilísimo: familiar y colaborador de los "dioses": ".. sus ídolos los honraban tanto que los hacían sus semejanzas y hermanos.." . Según ellos, el mundo y el hombre actuales no eran los primeros, pues antes había habido otros cuatro, terminados en desastre por incuria de sus habitantes. Este "Quinto Sol", y el hombre que vive en él, no sólo existe también por obra y voluntad de los dioses, sino porque éstos se sacrificaron para darle su vida, su sangre, y todo lo necesario para su sustento:
"Decían [nuestros progenitores]
que ellos, los dioses, son por quien se vive, que ellos nos merecieron [con su sangre] [..] Y decían [nuestros ancestros] que ellos [los dioses] nos dan nuestro sustento, nuestro alimento, todo cuanto se bebe y come..." .
Condensando el mito más importante, "Leitmotiv" de la mística guerrera de los aztecas, en un principio el mundo era estable, pues sólo existían la Tierra, "Coatlícue", el Cielo, "Ilhuícatl", y sus hijos, la Luna y las Estrellas, "Coyolxauhqui" y los "Centzonhuiznahua" . Esa estabilidad se alteró al concebir la Tierra un nuevo hijo sin intervención de su esposo; la Luna y las Estrellas, indignados, quisieron vengar la afrenta hecha a su padre matando a su madre, pero al intentarlo nació el hermanastro, que era el Sol , y los mató a todos ellos, inaugurando un orden nuevo también estable: Tierra, Cielo y Sol, sin Luna ni Estrellas, y creó a los hombres, robando para ello huesos al Señor del Averno, Mictlantecutli, y dándoles vida con su propia sangre. El nuevo orden, sin embargo, quedó nuevamente roto al recuperarse la Luna y las Estrellas y matar al Sol, quien pudo resucitar gracias a que sus hijos los hombres, le dieron su sangre, que era la misma de él, capacitándolo así para iniciar el ciclo de lucha sin cuartel que es este "Quinto Sol", en el que la sangre es esencial .
Los mexicas estaban perfectamente conscientes de que su existencia dependía de que ese conflicto se mantuviese exactamente como estaba, pues no podrían sobrevivir si el mundo fuese sólo día o sola noche, y menos aun si todo el "Quinto Sol" se despedazaba, cosa angustiosamente fácil, pues a este nivel de lejanía de la estabilidad del Omeyocan, cuanto existe es mero equilibrio provisional de fuerzas antagónicas, por lo cual con que una cualquiera se debilitase o prevaleciese sobre las demás, todo se desplomaría, como ya había sucedido con los 4 Soles anteriores. Dios, Ometéotl, estaba empíreamente por encima de esas insignificancias: mil mundos o mil dioses que fueran o vinieran, a El nada lo afectaban... pero ciertamente no era ese el caso del hombre, para quien la más leve alteración de su mundo sería su fin.
La sangre, por tanto, el "Agua Divina", era una necesidad tan imprescindible como el alimento y el aire, y debía procurarla a los dioses por un doble motivo: primero, porque "nobleza obliga", ya que de ellos la recibió: ".. los dioses se mataron a sí mismos [en favor del hombre] por el pecho, que de aquí les quedó la costumbre que después usaron de matar los hombres que sacrificaban, abriéndoles el pecho con un pedernal, y sacándoles el corazón para ofrecérselo a sus dioses.." , y, segundo, por elemental conveniencia propia, para defender el precario equilibrio de este "Quinto Sol".
6. Más allá de la muerte.
Además, para ellos la vida ultraterrena no dependía de la conducta moral observada en ésta, sino del tipo de muerte con que los dioses les hubiesen concedido salir de este mundo. Quien moría de muerte natural iba a una especie de Hades, el Míctlan, nada agradable; los niños pequeños, a una especie de limbo, el "Chichihuacualco" ("Donde está el árbol nodriza"); los muertos por algo que tuviese que ver con el agua, como ahogados o hidrópicos, al “Tlalocan” ("Donde está Tláloc", el dios del agua), paraíso lleno de flores y arroyuelos; pero los de veras afortunados eran los que morían en guerra o en sacrificio, o mujeres muertas de parto, pues se convertían en águilas y colibríes, podían libar las flores y participar con el Sol en su diaria lucha victoriosa, todo lo cual, para su mentalidad místico-guerrera, era el summum concebible de gloria y felicidad. Era lógico, pues, que no viesen el sacrificio como un asesinato, sino como privilegio: un favor de parte de quien lo ejecutaba, que venía siendo un bienhechor insigne, y una gracia para quien lo recibía.
Situándose en esa "Weltanschaung" (cosmovisión) india, ni el Politeísmo era tal, ni los sacrificios humanos un culto diabólico incompatible con la rectitud moral. Uno y otros era expresiones -todo lo erradas que se quiera, pero coherentes y válidas en su buena fe- de su incondicional entrega a Dios, que fue eso: absoluta, incondicional, desbordante, quizá el caso más completo que conoce la historia de un pueblo todo entero que se entrega tan por entero al servicio de Dios.
7. Nacimiento de un Pueblo.
Para Dios era indispensable que, -llegado el tiempo que El vió correcto- recompensase su entrega y corrigiese sus errores enviándoles la "Buena Nueva" que El, al encarnarse, les había legado desde hacía 15 siglos, pero su Encarnación exigía que lo hiciera a través de enviados humanos, y éstos fueron de hecho los españoles, los cuales, dentro de sus humanas deficiencias, le respondieron heróicamente. Así pues, a ambos, a indios y a españoles, El les debía ayudar completando lo que ellos no podían, puesto que lo que podían lo habían dado todo. Y eso fue lo que hizo por medio de nuestro Acontecimiento Guadalupano, no destruyendo, sino evangelizando y enriqueciendo su cultura, como muy atinadamente lo expresaría, cometando el hecho, el Cardenal Poupard, entonces presidente del Consejo Pontificio para la Cultura en el Sínodo de América: "Evangelizar una cultura no significa faltarle al respeto, sino, por el contrario, testimoniarle un respeto mayor llamándola, en nombre de Cristo, a su pleno desarrollo" .
8. "Todos tus Mandatos son estables".
Ya aludíamos a que en náhuatl "verdadero" es sinónimo de "estable", de "arraigado". Esto vá más allá de la metáfora: es una etimología que llega al concepto, pues "verdadero" se dice nelli, y "verdad" Nelliliztli, ambos derivados del verbo nelhuayoa, que significa "echar raíces", "afianzarse", "consolidarse" ("cimiento", "fundamento" se dice nelhuáyotl que literalmente sería algo así como "la cualidad de tener raíz", el "enraizamiento"), de modo que, en la mente india, nada que no sea estable puede ser verdadero, y toda verdad tiene que ser estable y permanente, "arraigada", "enraizada", y lo mismo vale de toda ley moral: los mexicas podían recitar de corazón el salmo 118: "Tu, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables; hace tiempo comprendí que tus preceptos los fundaste para siempre" (Ps. 118, 152) Por ello, vayamos ya notando, les era "metafísicamente" inconcebible la idea de una "nueva religión", pues nada que fuera nuevo podía ser verdadero, y tanto menos nada relacionado con la estabilidad por esencia, como es Dios.
Y ésto, por supuesto, se extiendía al plano moral: Si la verdad es sinónimo de estabilidad, nada cambiante puede ser verdadero, ni tampoco bueno, puesto que la estabilidad es también la suprema garantía de toda ley moral , por lo que la "Huehuetlamanitiliztli": "La Regla de Vida de los Ancianos" era intocable , no sólo porque ellos hubiesen decidido no cambiarla, sino porque así lo era esencialmente. Lo tradicional, lo conforme a lo que siempre se ha enseñado y se ha hecho, era lo único cierto y lo único correcto. "Yancuic", "Nuevo", venía a ser sinónimo no sólo de "falso", sino de "inmoral", y por tanto, el propio concepto de "nueva" religión era para ellos, también en ese sentido, contradictorio en sus mismos términos.
Lo que salvaba al pensamiento indio de un inmovilismo rígido y fosilizado, era su convicción de que, aunque todo lo divino era absolutamente estable, todo lo humano es parcial e incompleto. Esto permitía una actitud religiosa análoga a la de nosotros los católicos, que, al igual que ellos, contamos con seguridades irremovibles en Dogma y Moral, por ser Palabra de Dios, pero aceptamos que nuestra inteligencia humana nunca podrá comprenderlas del todo, y siempre deberemos estar revisando y readaptando nuestra peculiar forma de explicárnoslas y de aplicárnoslas en la conducta cotidiana. Los antiguos mexicanos estaban dispuestísimos a mejorar su religión, -y lo hicieron muchas veces, aun a costa de los mayores sacrificios- pero a cambiarla jamás: "..en lo que toca a nuestros dioses antes moriremos que dejar su servicio y adoración" .
Esto, pues, planteaba un problema de veras insoluble a la evangelización, ya que ningún misionero español del siglo XVI habría aceptado jamás proponer el Cristianismo sino como algo radicalmente nuevo, diverso y opuesto a la "diabólica" cultura de ellos, y ese planteamiento era inaceptable no sólo al sentimiento, sino a la propia mente india. Este problema hoy lo vemos clarísimo; entonces nadie lo veía, o siquiera lo imaginaba; pero no por ello no existía y no influía, pues, entonces como ahora, -y como siempre- era y es totalmente real, pues, como dijo muy bien Juan Pablo II, no puede haber una verdadera evangelización si no se evangeliza la cultura.
9. ¿Otro recurso?
El inextrincable nudo gordiano de la incomprensión mútua puede, a veces, cortarlo el testimonio de la verdadera caridad: aunque no se entiendan las razones, la bondad manifiesta de alguien puede ser suficiente argumento para comprender que la religión que motiva esa bondad tiene que ser buena. En el caso de México, sin embargo, la cosa era exactamente al revés, y los mismos misioneros contemporáneos lo entendieron: "Si a éstos llamáis cristianos, viviendo como viven y haciendo lo que hacen, yo me quiero ser indio como me llamáis, y no quiero ser cristiano" .
Cierto que había cristianos ejemplares, también entre los laicos y aun entre los gobernantes; pero no eran sino la excepción que confirmaba la regla del antitestimonio general. Y este problema tampoco es superficial; toca las bases mismas de la credibilidad humana, y mucho más de la eclesial: Aun en el caso de que la vida de un predicador sea irreprochablemente coherente con lo que proclama, si vemos que los que se presentan como sus seguidores viven en sistemática violación de su doctrina, es inevitable que, consciente o inconscientemente, concluyamos que ésta es ineficaz, si no es que hipócrita.
Por tanto, en rigor histórico y teológico, la conversión de los indios también por este motivo era imposible. En pocas palabras, podríamos resumir que la evangelización, vivida en perspectiva india, venía a ser algo absolutamente inicuo e inaceptable, porque de parte de los cristianos laicos, que los atacaban y explotaban, era un genocidio, y de parte de los misioneros, que los defendían y amparaban, pero que pretendían despojarlos de toda su cultura, un etnocidio. Y, si recordamos que "La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... que una fe que se situase al margen de lo humano y, por tanto, de cultura, sería una fe infiel a la plenitud de cuanto la palabra de Dios manifiesta y revela..." , podríamos preguntarnos ¿cómo iba ser posible la evangelización "más radical, global y profunda" de un pueblo, absolutamente inculturado con su religión, a través de otro que ni comprendía ni podía comprender esa cultura, y que para nada aspiraba a entenderla, sino a destruirla .
Por otra parte, su desconcierto era abrumador: Era muy cierto que habían caido en manos de los españoles, pero, para la gran mayoría, no porque éstos los hubiesen derrotado, sino porque ellos mismos se habían puesto bajo sus banderas para destruir a los dominadores de antes: los mexicas. Se sentían "traicionados" por el propio Dios, puesto que siempre le habían sido fieles: Cuando llegaron los españoles no se imaginaron que estaba enfrentando a invasores extranjeros, sino creyeron su deber recibir al benévolo dios Quetzalcóatl que retornaba a reasumir la soberanía de un reino que siempre había sido suyo, y que debían unirse a ellos contra los mexicas, porque estos pretendían que siguiese reinando su rival: Tezcatlipoca -Huitzilopochtli.
Seguros, pues, de que defendían sus leyes y tradiciones los habían ayudado, salvado, protegido, es más: erigido en sus nuevos amos, y ahora veían que habían resultado mucho peores, pues no sólo exigían mucho más en tributos y trabajos, sino que pretendían que la victoria que ellos mismos -los indios- les habían regalado, demostraba que todo en la religión india estaba mal; que no solamente los pocos sobrevientes mexicas tenían que cambiarla, sino también ellos, los vencedores; y ni siquiera empezando de cero, sino muy de bajo cero, es decir: renegando y destruyendo todo lo que siempre habían amado, porque todo era y había sido siempre malo, peor aun: diabólico. Una situación semejante a la angustia que expresa el salmo 11: "Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?" (Ps. 11, 3). Lo que vivían les parecía una auténtica traición de Dios.
Y sin embargo, pese a todas esas insuperables dificultades, a partir de 1532 "algo" pasa que los indios, todos los indios, acuden de súbito y en masa al Bautismo, y eso sin que ellos ni los españoles hubieran cambiado en nada: ni más comprensivos, ni más tolerantes... La historia, la maravillosa historia de ese "Gran Acontecimiento" la tenemos en ese librito, el Nican Mopohua.
10. La Madre del arraigadísimo Dios.
Las flores de Dios que pintan la Imagen. En el Acontecimiento Guadalupano hay un aspecto fundamental, desde el punto de vista indio, desde la mirada india y desde su mundo: Es el milagro de la flores: Juan Diego obedece el mandato de la Señora y se lleva la sorpresa de ver que el Tepeyac se había convertido en el Xochitlalpan: "el paraíso", cosa para un indio era ya un portentoso regalo de Dios: ¡Habían nacido sus flores en el mundo del Hombre!. Las cortó prontamente, la Señora "con sus manecitas las tomó"(N. m. v. 135) y le encargó que las llevara en su nombre al Obispo, (y hay que notar que, que dentro de la etiqueta india, entregar flores a nombre de alguien era el máximo honor que se podía brindar), pero también advirtiéndole que a nadie más que a él debía entregárselas.
Tras muchas esperas consiguió verlo, después de que los criados intentaron arrebatarle sus preciosas flores, pero el mismo Juan Diego y después todos los indios se dieron cuenta de que Dios no quería que nadie las tomase antes del Obispo, pues los criados no pudieron ni tocarlas. Cuando pasó ante el Obispo, le resumió, desde la primera aparición, todo lo que le había acontecido le refirió que la Virgen le había asegurado que su tío moribundo ya estaba sano, y que esas flores eran la señal que el había exigido. Al desplegar su tilma, apareció en ella la imagen dulcísima que aun tenemos.
11. Teomana y Amoxhua.
Eso es muy bonito, hermosísimo; pero lo fué mucho más para los indios, puesto que ellos consideraban tanto a la imagen como a la tilma símbolos de la persona, por lo que entregar la Reina del Cielo su propia imagen en la tilma de uno de ellos, constituía la máxima muestra de predilección que se les pudiera brindar. Además, eso resolvía un problema de otro modo insoluble: Los misioneros, aunque amaban intensamente a los indios y por ellos habían dejado patria, bienes y todo, por los prejuicios de la época, los amaban como a niños pequeños a quienes nunca querían dejar crecer, pues afirmanban textualmente que eran inmejorables, pero que tenían que ser "para siempre súbditos y discípulos no son buenos para mandar y regir, sino para ser mandados y regidos. Porque cuanto tienen de humildad y subyección en este estado (como lo habemos pintado), tanto más se engreirían y desvanecerían si se viesen en lugar alto. Y así quiero decir, que no son para maestros, sino para discípulos, ni para prelados, sino para súbditos, y para esto, los mejores del mundo" , cosa contraria a lo que Dios quiere de sus hijos: En un estado tiránico puede haber amos y criados, pero en la Iglesia de Cristo, que es "Comunión de Caridad", no, porque en ella todos somos iguales y hermanos, y, quien manda, es sólo porque, como El, es el servidor. De modo que si en la Iglesia a la que los misioneros españoles los querían, de buena fe, incorporar, iban a ser siempre inferiores, nunca iban a ser de veras Iglesia.
¿Cómo explicar eso a los indios sin desautorizar a los españoles? ¿Cómo convencerlos de que ellos, que habían sido colaboradores de sus dioses alimentando al mundo con su sangre, ganaban ahora aceptando ser nada más que "súbditos y discípulos" de gentes que los amaban, pero no los comprendían? Humanamente era imposible, pero Dios supo hacerlo con claridad inequívoca: Para ellos la máxima autoridad moral no eran los generales ni los emperadores, sino los sabios, los tlamatinime, los sacerdotes guardianes de la tradición, y entre estos los más respetados eran el teomama y el amoxhua. Teomama significa "el que lleva a Dios", porque, en efecto, toda empresa importante, toda campaña o toda peregrinación iba presidida por los sacerdotes que cargaban la imagen, y eran por ello tan venerados que se les llamaba "padres y madres de Dios" . Amoxhua significa "el dueño del amoxtli", o sea del "códice", del lienzo o libro donde se dibujaban las pinturas que plasmaban y preservaban la sabiduría de la tradición.
Al darles el inesperado don de la Imagen de la Virgen, que a ojos indios es un auténtico códice estampado en la tilma de uno de ellos, Dios hizo de Juan Diego su Teomama, pero al indicar la Virgen Santísima que esa prenda era de exclusiva pertenencia del Obispo español, hacía de éste su Amoxhua, igualándolos así a ambos en aprecio y dignidad. Ante eso ya se esfumaban todas las dificultades: los indios nunca habían temido a la muerte ni a los más penosos sacrificios, siempre habían sabido esperar siglos sin desconfiar de que Dios les cumpliría sus promesas; ya con eso, no importaba que Zumárraga y los suyos no los comprendiesen, que les pidiesen cosas muy duras, porque ya todo tenía sentido para ellos.
12. La señal española.
Eso, sin embargo, era imperceptible para los españoles; a Zumárraga no podían convencerlo unas flores y ni siquiera una imagen, por bella que fuese... pero recibió también una señal para él inequívoca: un milagro, la curacion instantánea de un moribundo. Con mucha deferencia, pero con riguroso cuidado, controló si era verdad que el tío Juan Bernardino había estado en agonía y había ya sanado, quiso incluso hablar personalmente con él, y no sólo comprobó la curación, sino que también él había visto a la Señora del Cielo y le había dicho Ella que venía a unir a los dos pueblos, pues quería que su imagen, tan manifiestamente india, llevase un nombre totalmente español: Santa María de Guadalupe .
13. La Madre de Dios “que ruega serlo nuestra”.
Zumárraga puso la imagen en su oratorio, y luego en la "Iglesia Mayor" a donde acudió a verla todo el mundo, asombrándose y arrobándose sobre todo los indios al descubrir su belleza y su mensaje, pues en ella podían ver a un nuevo sol que viene "entre nubes y entre nieblas"; hijo de una "niña" mestiza a la que nimban en perfecta paz el propio sol, la luna y las estrellas; que vestía la Xiuhtilmatli, la "tilma de turquesa", propia sólo de los emperadores, que era también el cielo nocturno con las constelaciones en el momento del solsticio de invierno; que su túnica era una tierra de montañas floridas; que se posaba "en el centro de la luna", o sea "en México" , y que estaba sostenida, como presentada o "enraizada", por un joven indio alado que con sus brazos extendidos unía al cielo con la tierra... y otros signos más que su cultura podía "leer" y que les confirmaban lo que Ella antes había dicho: que era la Madre del verdaderísimo Dios y que venía a rogarnos que le permitiéramos serlo también nuestra.
Por eso el mundo indio se convirtió al instante, corrió en avalancha a pedir el Bautismo, y por eso nacimos de ahí los mexicanos, llevando en las venas la gloria de ambas sangres. Eso fue un gran milagro, pero no fue acto mágico: disipó todas las dudas de los indios y los reconcilió con los españoles, pero no convirtió a ninguno de los dos, ni a nosotros sus descendientes, en santos ni en sabios de la Nueva Ley, porque esto hemos de lograrlo poco a poco, con nuestro esfuerzo y nuestra entrega; ni nos autoriza a jactarnos de ser favoritos de Dios, antes muy al contrario, nos compromete a compartir ese tesoro con todos los hombres, nuestros hermanos...
Llegados a este punto, se puede responder a lo que desde un principio planteábamos: ¿Qué importancia tiene, hoy este acontecimiento? El sociólogo Alvin Toffler escribía a finales del siglo XX: "Un nuevo siglo se extiende ahora ante nosotros, una centuria en la que un gran número de seres humanos puede alejarse del umbral del hambre, en la que podrá ser posible dar marcha atrás a los estragos de la contaminación de la era industrial, en la que una diversidad más rica de culturas y pueblos participará quizá en la conformación del futuro [...], un nuevo siglo donde se contenga la plaga de la guerra" .
Pero comenta en seguida que ese cuadro optimista se ve muy improbable, porque lo que comprobamos es que, "por el contrario, nos suminos en una nueva era tenebrosa de odios tribales, desolación planetaria y guerras multiplicadas por guerras. La manera en que hagamos frente a esta amenaza de violencia explosiva determinará en buena medida el modo en que nuestros hijos vivan o, tal vez, mueran. Pero muchas de nuestras armas intelectuales para el logro de la paz se hallan tan irremediablemente anticuadas como numerosos ejércitos. La diferencia estriba en que los ejércitos de todo el mundo se apresuran a abordar las realidades del siglo XXI. En cambio, la pacificación se afana tratando de aplicar métodos más adecuados para un pasado remoto que para nuestros días" .
Lo que está en juego, por tanto, no puede ser más importante: nada menos que "el modo en que nuestros hijos vivan, o, tal vez, mueran", hoy en que vivimos sumidos en continuos conflictos, en "odios tribales... desolación... guerras", y cuán inadecuados resultan todos los esfuerzos de los grandes de este mundo para que los hombres, hermanos por naturaleza, se dejen de asesinar entre sí. Pues bien, en el siglo XVI, españoles e indios de un continente nuevo para aquellos, dos pueblos separados por abismos de diferentes culturas, no sólo dejaron de matarse, sino que se fusionaron dándo el ser a un pueblo nuevo, los actuales mexicanos y luego incluyendo a otros pueblos, a los latinoamericanos, que aceptan y aman a una Madre común y que intentan con la gracia divina la experiencia de la comunión cristiana católica, experiencia que hay que conocerla en su laboriosa gestación para reconocer la capacidad de encuentro que el catolicismo siempre ha generado en la historia.
NOTAS
- ↑ JUAN PABLO II, Discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, (12 de octubre de 1992), 24: AAS 85 (1993), 826. Vuelto a citar en el domcuneto Ecclesia in America, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1999, cap. I, no. 11, pp. 19-20. 1999, no, 11.
- ↑ POUPARD Paul, Cardenal Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, Intervención en la 7a. Congregación General, presente el Santo Padre, el 20 de noviembre de 1997; en GARCIA GONZALEZ L.C. Javier, Historia del Sínodo de América, Nueva Evangelización, México 1999, p. 190.
- ↑ Discurso de S.S. Juan Pablo II a los indios en Latacunga, Ecuador, el jueves 31 de enero de 1995. Cita el Documento de Puebla, no. 405.
- ↑ LEON PORTILLA Miguel: "La Filosofía Náhuatl estudiada en sus Fuentes", U.N.A.M, Instituto de Investigaciones Históricas, IV Edición, México 1974, cap. 5, pag. 167.
- ↑ LEON PORTILLA, loc. cit.
- ↑ Esos nombres son igualmente participios de presente del verbo yucuya o yocoya: idear, forjar con el pensamiento. El primero con el sufijo reflexivo mo- (se, a sí mismo), y el segundo con el transitivo personal te- (a los otros, a la gente. Tla- significa a las cosas) Su traducción, pues, sería: "El que, pensando, se da el ser a sí mismo y a todos los demás".
- ↑ LOPEZ AUSTIN Alfredo: "LOS ROSTROS DE LOS DIOSES MESOAMERICANOS", Artículo publicado en la Revista ARQUEOLOGIA MEXICANA, Vol. IV, no. 20, Raíces, I.N.A.H., México 1996, p. 19.
BIBLIOGRAFIA
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JOSÉ LUIS GUERRERO ROSADO