ROMO GONZÁLEZ, Santo Toribio
Sumario
- 1 ROMO GONZÁLEZ, Santo Toribio. Sacerdote y mártir (Jalostotitlán, 1900 – Tequila, 1928)
- 2 Sacerdote a los 22 años, mártir a los 27
- 3 Apóstol ya desde los tiempos del seminario
- 4 Y llegó el momento más duro de la persecución
- 5 Llegó el día de su martirio
- 6 El Santo Mártir, amparo de inmigrantes, discriminados y desamparados
ROMO GONZÁLEZ, Santo Toribio. Sacerdote y mártir (Jalostotitlán, 1900 – Tequila, 1928)
El padre Toribio Romo González no había aún cumplido 27 años de edad cuando fue fusilado en una barranca ubicada en Agua Caliente, Jalisco. Llevaba cuatro como sacerdote, pues había sido ordenado muy joven, a los 22 años. Como verdadero mártir, el padre Toribio Romo ofreció su vida a Dios por la paz de la Iglesia. Consciente del grave peligro de muerte que se acercaba, permaneció firme en el lugar que le indicó su arzobispo y los verdugos lo mataron por odio a la fe.
Sacerdote a los 22 años, mártir a los 27
Nació en los Altos de Jalisco, en el rancho de Santa Ana de Guadalupe, municipio de Jalostotitlán, el 16 de abril de 1900. Hijo de campesinos, el señor Patricio Romo y la señora Juana González, fue bautizado en la parroquia de la Virgen de la Asunción al siguiente día del naci�miento. Pasó su niñez como pastor. De pequeño acudió a la escuela parroquial de su pueblo y a la edad de doce años –por los consejos de su hermana María Marcos, “Quica”, y con el apoyo de sus padres- ingresó al Seminario auxiliar de San Juan de los Lagos. Quica tuvo un papel especial en la vida del futuro sacerdote y mártir, al igual que en la de su otro hermano, José Román, quien fue también sacerdote y acompañó a su hermano mártir hasta la víspera de su muertei.
Toribio, muchacho muy jovial, pasó luego al seminario de Guadalajara donde mostró una sensibilidad especial por los problemas sociales y sindicales. Después de ocho años, el arzobispo de Guadalajara, don Francisco Orozco y Jiménez, le confirió el diaconado el 22 de septiembre de 1922, y el 23 de diciembre el sacerdocio. El neo sacerdote Toribio no había cumplido todavía los 23 años de edad.
Apóstol ya desde los tiempos del seminario
Desde seminarista había promovido la construcción de una capilla en su rancho natal. El día 5 de enero de 1923, horas antes del Cantamisa, se cerró la última bóveda de aquella capilla, en donde con mucha devoción y gran acompañamiento de familiares y vecinos celebró su primera misa el nuevo sacerdote, Toribio Romo.
Sus cuatro años de sacerdote los pasó trabajando en varias parroquias del Estado de Jalisco. Su primer destino fue Sayula; aquí comenzaron ya sus sinsabores por varias incomprensiones y dificultades. Fue trasladado a la parroquia de Tuxpan, al pie del volcán de Colima, localidad compuesta en su mayoría por una población autóctona, que trató al padre Toribio con respeto y afecto en los pocos meses que permaneció en ese lugar. Pronto lo cambiaron a Yahualica, en la región de los Altos, y no lejos de su tierra natal, donde siguió totalmente dedicado al apostolado; pero también aquí surgieron dificultades que frenaron su celo y hasta le prohibieron rezar en público el rosario y celebrar la Santa Misa.
El padre Toribio acudió al arzobispado y el resultado fue su traslado a otra parroquia, la de Cuquío, que tenía de párroco al señor cura Justino Orona, también futuro mártir. Con él “vivió una vida por demás azarosa, siempre a salto de mata y esperando de un momento a otro la muerte [...] siempre alegre y procurando cada día mayor intensidad de espíritu y constante oración por la Iglesia”ii.
El padre Toribio encontró en el padre Orona un padre bondadoso que supo comprender�lo y lo apoyó en sus iniciativas pastorales, especialmente de catequesis con los niños del pueblo y de los ranchos y en todo el ministerio sacerdotal.
Y llegó el momento más duro de la persecución
La persecución contra la Iglesia Católica enardeció los ánimos de los habitantes de Cuquío: "los que anochecían cristianos amanecían cristeros”. El 9 de noviembre de 1926 se levantaron en armas más de trescientos hombres contra la opresión del Gobierno, que perseguía a muerte a los sacerdotes. Éstos tuvieron que escapar, huyen�do de un lugar a otro, pues se les daba caza sin parar. El padre Toribio escribió en su diario:
“Pido a Dios verdadero mande que cambie este tiempo de persecución. Mira que ni la Misa podemos celebrar tus pobres Cristos; sácanos de esta dura prueba, vivir los sacerdotes sin celebrar la Santa Misa... Sin embargo, qué dulce es ser perseguido por la justicia. Tormenta de duras persecuciones ha dejado Dios venir sobre mi alma pecadora. Bendito sea Él. A la fecha, 24 de junio, diez veces he tenido que huir escondiéndome de los perseguidores, unas salidas han durado quince días, otras ocho... unas me han tenido sepultado hasta cuatro largos días en estrecha y hedionda cueva; otras me han hecho pasar ocho días en la cumbre de los montes a toda la voluntad de la intemperie; a sol, agua y sereno. La tormenta que nos ha mojado, ha tenido el gusto de ver otra que viene a no dejarnos secar, y así hasta pasar mojados los diez días. Qué penas sufro porque siendo dispensador de los dones de Dios me veo atado, sin poder hacer nada, para después saber que unos mueren pidiendo ansiosos al padre... ¡oh dolor!, hemos querido no abandonar nuestro rebañito [...]”iii.
El padre Toribio vivió así en Cuquío durante once meses; en septiembre de 1927 tuvo que dejarlo. El 6 de septiembre de 1927, en la hacienda de La Lobera, municipio de San Cristóbal de la Barranca, se encontró con su Arzobispo quien le indicó que los cristianos de Tequila estaban sin sacerdote y necesitaban sus servicios. Al preguntarle "¿Qué dices hijo?", el padre Toribio le respondió con decisión: "A mí sólo me toca obedecer y, con seguridad lo digo, lo hago con gran gusto"iv. El señor arzobispo lo bendijo conmovido.
Dejó así a su querido Cuquío. Desde el cerro de Cristo Rey lloró afligido porque tenía que dejar aquel pueblo para él ya tan querido y decir adiós a su querido párroco y futuro mártir como él. En Tequila no se vivía con mayor tranquilidad: se encontraba también en el centro de la rebelión cristera y por ello era objeto de continuas concentraciones de su población por parte del gobierno, de devastaciones, purgas y venganzas. El padre Toribio obedeció sin más, aunque presentía que allí habría de encontrar la muerte. Lo dijo claramente: "Tequila, tú me brindas una tumba, yo te doy mi corazón"v.
Por los graves peligros de la persecución el padre Toribio no podía vivir en el curato de Tequila, por lo que se hospedó en la barranca de Agua Caliente, en la casa de León Aguirre, junto a una fábrica abandonada de Tequila. Allí arregló un cuarto para oratorio y empezó con gran celo a atender el catecismo, a administrar los sacramentos de bautismo y matrimonio, a visitar por la noche a los enfermos de su parroquia y a celebrar la Eucaristía en las casas. En Cuquío, junto con su párroco, había organizado numerosos centros de formación catequética; lo mismo continuó haciendo en Tequila. Los testigos hablan de él dando una lista de cualidades y de virtudes que lo igualan a los demás mártires: fuerte espíritu de caridad, pasión por la Iglesia, amor a la Eucaristía - sobre todo se le veía esto en su manera de celebrar la Misa - y a la Virgen de Guadalupe, celo apostólico, amor a obreros y a los niños, pobreza, austeridadvi. Vivía en una zona de cristeros y sin embargo, aun comprendiendo sus motivaciones y su dolor, se mantuvo al margen de la lucha.
En diciembre de 1927 fue ordenado sacerdote su hermano menor, Román. Los superiores lo destinaron también a Tequila como vicario del padre Toribio. Entre los dos hermanos se repartieron el trabajo ministerial; a los pocos días también llegó su hermana “Quica”, para atenderlos en los trabajos de casa y ayudar en el catecismo.
El 29 de enero de 1928, con gran fiesta, hicieron la Primera Comunión más de veinte niños y el padre Toribio, en la predicación de la Misa los invitó a ofrecer su comunión por la pronta libertad de la Iglesia. Con fervor extraordinario dijo a los niños antes de comul�gar, con la Sagrada Hostia en las manos; "que cada uno reiterara su fe y su amor a Jesucristo", y él emocionado le preguntó a Jesús: "¿Aceptarás mi sangre, Señor, que yo te ofrezco por la paz de la Iglesia?"vii, y con lágrimas repitió las mismas palabras. Pronto el Señor aceptó el ofrecimiento.
Llegó el día de su martirio
El Miércoles de Ceniza, 22 de febrero, los dos hermanos sacerdotes atendieron a los grupos que bajaron hasta la barranca a los servicios religiosos de ese día. Por la noche el padre Toribio le indicó a su hermano que se preparara para ir al día siguiente a Guadalajara a arreglar asuntos de la parroquia. Le entregó una carta que no debía abrir hasta que estuviera en la ciudad. El jueves 23, antes de separarse, arrodillado le pidió al padre Román que lo oyera en confesión sacramental y le diera una larga bendi�ción. Se despidieron los dos hermanos con un fuerte abrazo y le insistió: "No vuelvas hasta que no sepas algo". Y arrodillándose de nuevo le dijo: "Padre Román, dame una bendición grande"viii.
El jueves y el viernes los pasó el padre Toribio arreglando los escritos de las actas de bautismo y matrimonio que allí se habían celebrado, porque quería dejarlo todo al corriente. A las 4 de la mañana del sábado 25 acabó de escribir; quería celebrar la Misa, pero se caía de sueño. Se fue a descansar un rato, vestido como estaba y se quedó dormido.
Los soldados lo detuvieron en su escondite el 25 de enero de 1928, gracias a una delación. Una chusma de soldados y agraristas rodearon aquella pequeña choza donde se encontraba –y que todavía hoy se puede ver- sumergida en lo profundo de la barranca entre una vegetación casi tropical y con calores asfixiantes. Tiraron la portezuela invadiendo aquella habitación de no más de tres o cuatro metros de largo por dos o tres metros de ancho. Allí reposaba el padre Toribio sobre un pobre camastro. En otro cuarto contiguo reposaba su hermana. Uno de los soldados gritó: "¡Este es el cura, mátenlo!”.
Al grito despertaron el sacerdote y su hermana. El mártir contestó sobresaltado, casi soñoliento y espantado: "Sí soy... pero no me maten"... No le dejaron decir más, porque contra él dispararon sus armas los verdugos; con pasos vacilantes y chorreando sangre se dirigió hacia la puerta de la habitación, pero una nueva descarga lo derribó. Su hermana María lo tomó en sus brazos: "Valor, padre Toribio... ¡Jesús misericordioso, recíbelo!, y ¡Viva Cristo Rey!", fueron las palabras que su heroica hermana le gritó ante los asesinosix. El padre Toribio le dirigió una mirada con sus ojos claros.
El Santo Mártir, amparo de inmigrantes, discriminados y desamparados
Los verdugos lo despojaron de su ropa y saquearon la pobre choza. Los vecinos del rancho improvisaron con palos y ramas una camilla y así condujeron el cuerpo a Tequila, en medio de la tropa que cantaban canciones vulgares y silbaban. El cadáver iba manando sangre. Detrás del cadáver iba su hermana María rezando el rosario, descalza y a pie. El camino, desde las profundidades de aquella barranca hasta la cima, fue un verdadero vía crucis pero de Sábado Santo, pues para el padre Toribio era el camino de la gloria. La comitiva tenía que pararse de vez en cuando; hoy se levantan varias estaciones de aquellas paradas por un camino de mudo dolor para su hermana Quica y para los fieles que le acompañaban. A su hermana la llevaron presa, al cuartel de los soldados, a pie y descalza hasta el poblado de La Quemada, sin permitirle dar sepultura a su hermanox. El que esto escribe pudo un día recorrer ese mismo camino acompañado por un hijo de aquella tierra y experimentar la intensidad de aquella memoria viva imaginando, en lo posible, los pormenores de aquel calvario del que había oído y leído en su proceso de Martirio.
Al llegar al pueblo tiraron el cadáver en la plaza frente a la Presidencia Municipal. La gente del pueblo quería su cuerpo, pero los militares y los masones lo impedían. La familia Plascencia consiguió con dificultades permiso de velarlo en su casa al día siguiente, con mucha gente que rezaba y lloraba. Muchos tomaban algodones y los mojaban en la sangre que aún manaba de sus heridas para guardarla como reliquia. Durante dos días la sangre permaneció fresca y sin mal olor. Todo el pueblo condujo el cadáver del mártir en silencio al cementerio, llevándolo a hombros. Era su canonización popularxi. Lo sepultaron en el panteón municipal; después pusieron sobre su tumba la inscripción: "El Buen Pastor da la vida por sus ovejas". Pasados algunos días el padre Román se acordó de la carta que era su testamento y leyó su contenido:
“Padre Román, te encargo mucho a nuestros ancianitos padres, haz cuanto puedas por evitarles sufrimientos. También te encargo a nuestra hermana Quica que ha sido para nosotros una verdadera madre... a todos, a todos te los encargo. Aplica dos misas que debo por las Almas del Purga�torio, y pagas tres pesos cincuenta centavos que le quedé debiendo al señor cura de Yahualica [...]”xii.
Sus restos actualmente se veneran en Jalostotitlán, en la capilla de Santa Ana de Guadalupe, aquella que él mismo había levantado ya cuando era seminarista y donde había celebrado su primera misa. También el que esto escribe pudo visitar aquel lugar santo, celebrar la Eucaristía sobre aquel altar y venerar sus reliquias. Aquel pequeño rancho se ha convertido hoy en uno de los lugares más fuertes de peregrinación donde centenares de peregrinos se dan cita cada semana, procedentes de todas partes. De hecho muchos, sobre todo inmigrantes a los Estados Unidos, algunos desolados y perdidos en el desierto, han experimentado de manera especial la protección y el amparo de este mártir, que misteriosamente y sin explicación humana alguna, ha guiado los pasos de muchos hacia la salvación. Por eso la gente ha visto en él el dedo de la misericordia de Dios para todos los desamparados y discriminados.
Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.