TEPEYAC
Sumario
1. El cerro del Tepeyac y Guadalupe.
El santuario de Guadalupe se levanta en las faldas del cerro llamado Tepeyac. La etimología del nombre viene de las palabras tépetl (cerro), yácatl (nariz o punta) y el locativo c: en la nariz o punta del cerro. Así se representa en los glifos, como un monte de perfil con señalada nariz. Cerca de Tlaxcala había un lugar con el mismo nombre, al que los españoles llamaban Tepeaca y que los españoles mismos bautizaron también con el nombre de Segura de la Frontera. Cuando llegan a México y se encuentran con otra localidad del mismo nombre lo van a llamar formando un diminutivo castellano: Tepeaquilla. Poco a poco abreviarán este nombre, que se convertirá sin más en Tepeyac.
El terreno es pos-terciario, formado por capas de arcilla, trípoli, toba, marga y arena. Sus campos llenos de salitre y su vegetación espontánea de cactus, ipomeas, solanáceas y algunas leguminosas. Es terreno pantanoso y fácilmente anegable en época de lluvias, por falta de corrientes. Los cerros están formados por rocas porfídicas y basálticas. El sitio tiene por coordinadas geográficas 19° 20' 09 de latitud norte y 0° 0' 58 de longitud del Meridiano de México. Su altura es de 2.267 metros sobre el nivel del mar.
El interés del cerro del Tepeyac siempre ha sido religioso, pues desde tiempos prehispánicos en él estaba situado un cu o templo pagano. No era por lo tanto un lugar desconocido para el mundo religioso mexica. Así nos lo recuerda fray Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de la Nueva España, escrita entre 1570 y 1582: “Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejas tierras. El uno de éstos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeácac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esa diosa, y venían a ella de muy lejas tierras, de más de veinte leguas, de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas; venían hombres y mujeres, y mozos y mozas a estas tierras”.
En este cerro del Tepeyac, en el antiguo margen del gran lago de México, lugar de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio chichimeca-mexica Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1531. El Nican Mopohua nos lo ha descrito con primorosa elegancia. En el Tepeyac la Virgen de Guadalupe había pedido la construcción de una capilla en su honor; de todo el contexto, también iconográfico, Ella se presenta verdaderamente como la “Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive”. María, reza el catecismo cristiano, es la Madre del “Verbo hecho carne y que ha plantado su tienda entre nosotros”, (Jn. 1, 14). Esta es la Mujer que se presenta al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Entre las traducciones de los versos del Nican Mopohua, (26-28) los antiguos traductores y con ellos León Portilla, cuya traducción escogemos, los presentan así: “Sábelo, que esté así tu corazón, hijo mío, el más pequeño, en verdad soy yo la en todo siempre doncella, Santa María, su madrecita de él, Dios verdadero, Dador de la vida Ipalnemohuani, Inventor de la gente, Teyocoyani, Dueño del cerca y del junto, Tloque Nahuaque, Dueño de los cielos, Ilhuicahua, Dueño de la superficie terrestre, Tlaticpaque. Mucho quiero yo, mucho así lo deseo que aquí me levanten mi casita divina [verso 26], donde mostraré, haré patente, entregaré a las gentes, todo mi amor, mi mirada compasiva, mi ayuda, mi protección. Porque en verdad, yo soy vuestra madrecita compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís juntos en esta tierra y también de todas las demás gentes, las que me amen, los que me llamen, me busquen, confíen en mí” [versos 27-28].
El mismo Nican Mopohua nos relata que “hospedó [a Juan Diego y a su tío Juan Bernardino] en su casa el Obispo [electo Zumárraga] unos cuantos días, en tanto que se levantó la casita sagrada de la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan Diego. Y el Señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la amada Imagen de la amada Niña Celestial” (nn.210-212). Por su parte el bachiller Miguel Sánchez en su libro sobre las apariciones guadalupanas de 1648, nos refiere de la construcción de la primera ermita “a la raíz de los montes… para que fuese al amparo de los pasajeros y caminantes, y que se animasen los fieles a costearla con sus limosnas, dejando a lo venidero su mayor lustre” , mientas tanto el obispo habría ordenado el traslado solemne de la Tilma con el icono guadalupano a la Iglesia Mayor (catedral) de México.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin se retirará luego a vivir al lado de la ermita del Tepeyac como su guardián y cuidador hasta su muerte en 1548, dato confirmado por el Códice Escalada. Así nos lo refiere el Nican Motecpana, escrito hacia 1590 y atribuido con fuerte fundamento al mestizo Don Fernando de Alva Ixtlixóchitl. Él nos dice que precisamente en aquella ermita (y según el uso corriente del tiempo), fueron enterrados Juan Diego y su tío Juan Bernardino. Según el mismo Nican Motecpana, dos años antes de las apariciones, ya había muerto la esposa de Juan Diego, María Lucía. El tío de Juan Diego, Juan Bernardino, habría muerto en 1544 según el mismo documento. También los testigos de las Informaciones Jurídicas de 1666, muchos de ellos indios paisanos de Juan Diego y que recogen la tradición oral inmediata, confirman el dato sobre la vida retirada de Juan Diego en la ermita del Tepeyac.
Ya hemos recordado cuanto escribe fray Bernardino de Sahagún sobre aquel cerro yerto . Otro interés nunca tuvo, pues el terreno es pobre y árido: “Siguiendo la calzada que está a Norte de la ciudad de México en uno de los alrededores más tristes y áridos, caminando entre nubes de polvo salitroso, contemplando las más astrosas colonias o terrenos áridos y 'tequesquistosos' en donde con dificultad nace otra vegetación que no sea el 'zacahuistle' (zacate espinoso) [...] teniendo por fondo las grises faldas de los cerros en donde sólo crecen espinas, abrojos y biznagas” ; “donde no hay aparejo de huertas ni otros regalos ningunos más allá de estar delante de Nuestra Señora en contemplación y devoción” . Desdeña el pirata Miles Philips “Hay aquí unos baños fríos... [cuya agua] ...es algo salobre al gusto”. Y reprueba fray Diego de Santa María en Carta a Felipe II: “El sitio donde está la ermita fundada es muy malo, salitral y pegado a la laguna, malsano y sin agua”.
Es necesario notar que la ciudad, siendo insular, no tenía acceso por el Este; sólo tenía calzadas por el Norte, la del Tepeyac, por el Oeste, la de Tacuba, y por el Sur, por las de Iztapalapa y Coyoacán. Quien hubiera desembarcado en Veracruz venía del Este, de manera que tenía necesariamente que escoger la calzada del Norte o la del Sur. La del Sur era más corta y pasaba por terrenos fértiles, boscosos y muy bellos; la del Norte hacía un rodeo a través de terrenos desapacibles y polvorosos. Eso no obstante, desde un principio, el Tepeyac fue la entrada y salida consagrada de todas las personalidades civiles y religiosas, incluso pernoctando en sus incómodos alojamientos, inaugurando la costumbre de “saludar” y “despedirse” de la Virgen Santísima: “siempre que los españoles pasan junto a esa iglesia, aunque sea a caballo, se apean, entran a la iglesia, se arrodillan ante la imagen”, aseguraba Philips ya en 1568. Vemos como desde 1531 el Santuario del Tepeyac tiene gran importancia, no sólo para los indígenas, sino también para los españoles, así como criollos y mestizos.
Como sabemos el primer templo fue la ermita de Zumárraga, que era muy humilde, “de adobes, sin género de cal y canto” que fueron arreglando y mejorando los indios de Cuautitlán. “Iban de este Pueblo muchos indios e indias a la labor de la dicha Hermita y a sahumarla y barrerla con más devoción los Naturales de este dicho Pueblo más que otros, respecto de que el dicho Juan Diego era de él, y quien se le había aparecido” . Hasta la llegada del Arzobispo Montúfar no pasó de “ermitilla”, como la califica el virrey Enríquez de Almansa en carta del 23 de septiembre de 1575. Montúfar inicialmente la mejoró y después construyó, en el mismo lugar, otra enteramente nueva que consagró en 1566, a la cual ya Enríquez de Almansa llama “iglesia”.
El virrey dice en su carta del 23 de septiembre de 1575 a Felipe II: “Estaba allí una ermitilla, en la qual estaba la imagen que ahora está en la iglesia” pero pese al enorme culto que tenía y buenas limosnas que recaudaba, seguía siendo modesta, hasta pobre, al menos para el gusto del jerónimo fray Diego de Santa María, quien informaba: “No está adornada y el edificio es muy pobre”.
2. Parada y acogida de los virreyes de la Nueva España en Guadalupe.
Esta historia comienza con fuerza imparable ya desde mediados del siglo XVI. Los viajeros que llegan a México alargaban su camino e incluso daban un rodeo para pasar por el cerro del Tepeyac. Siendo una de las entradas a la ciudad de México para quienes venían de Veracruz, no era ciertamente la más cómoda y hermosa pues obligaba a los viajeros a hacer un rodeo bastante largo por caminos polvorosos; no obstante esto, el Tepeyac fue la entrada y salida de todas las personalidades de la Nueva España, en torno a las cuales se creaba un ambiente de fiesta que era todo un acontecimiento para la ciudad. Los Virreyes Martín Enríquez (1568); Lorenzo Suárez de Mendoza (1580); Luis de Velasco (1589); Gaspar Acevedo y Zúñiga (1595); Juan de Mendoza y Luna (1603); Diego Fernández de Córdoba* (1612); y Diego de Pimentel* (1621) fueron recibidos en Guadalupe con toda solemnidad a su llegada a la ciudad de México. ¿Por qué? ¿Qué había detrás de todo ello?
En las faldas de aquel cerro se veneraba un cuadro de la Virgen llamada de Guadalupe. Cada vez que calamidades públicas golpeaban dramáticamente la ciudad de México la gente corría al cerro del Tepeyac, invocaba a Santa María de Guadalupe y las autoridades llevaban el cuadro en procesión hasta el corazón de la ciudad, donde permanecía hasta que pasaba la catástrofe. Así sabemos que durante la grave inundación de 1629, la gente se llevó a la Virgen en procesión a la ciudad. La inundación fue desoladora. El Arzobispo acordó realizar una procesión con el cuadro de la Señora del Tepeyac que fue trasladada a la ciudad donde permaneció en la Catedral por espacio de 4 años. La gente tenía una certeza segura acerca de la protección maternal que Guadalupe brindaba ante los peligros de las frecuentes inundaciones. Con el pasar de los años la devoción crecía cada vez más, y la gente quería tener una copia de su cuadro en casa como sucede hoy en día con todo mexicano. Tanta ansía tenía la gente de poseer una copia, que el Cabildo de México llegó a promulgar un decreto prohibiendo la reproducción de la imagen.
La gente iba en peregrinación al Tepeyac; pero no todos podían, especialmente los que vivían en poblaciones lejanas. Fue así como se comenzaron a construir, a partir de finales del siglo XVI, santuarios réplicas de Guadalupe en todos los rincones del Virreinato e incluso allende sus fronteras. Pero además, ya desde muy temprano el recibimiento de los virreyes, así como su despedida, revestía un hecho muy importante, que creaba toda una fiesta, una solemnidad, y una oficialidad en donde participaba toda la ciudad con gran ánimo. Se convertía en todo un acontecimiento para la ciudad más importante del virreinato. La importancia de este lugar se comprende por el hecho de que se eligiera al pueblo de Guadalupe, su Santuario. Así tenemos que cuando llegó Gastón de Peralta, marqués de Falces, al puerto de Veracruz, el 17 de septiembre de 1566, se realizó una soberbia ceremonia con palio de tela de oro, con flecos en oro y plata, terciopelo carmesí y decorada con los escudos con las armas de la ciudad; además se confeccionó un nuevo vestuario para las justicias, los regidores, el escribano mayor y el mayordomo.
“También se autorizó que, siempre a cuenta de los Propios, se hicieran los gastos necesarios para el hospedaje del nuevo virrey, en el pueblo de Guadalupe. Esta es la vez primera que se menciona este pueblo en conexión con las recepciones de este género. Quizá haya sido la primera vez que se escogió Guadalupe para que allí descansase el virrey de las fatigas del viaje desde Veracruz, antes de hacer su entrada a la ciudad, y así también se acordara con él los detalles de las ceremonias” . También podemos recordar cómo cuando iba llegando a México el nuevo virrey Martín Enríquez de Almansa (1568-1580), en octubre de 1568, con toda una flota de escolta, sorprendió al pirata Hawkins en costas mexicanas; ante esto, el pirata decidió abandonar en las costas del Pánuco a algunos de sus compañeros, entre los que estaba el inglés protestante Miles Philips, quien fue capturado y enviado a la Ciudad de México; gracias a que tenían la costumbre de poner por escrito sus aventuras, sabemos detalles importantes sobre cómo se encontraba el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en aquel tiempo, llamándole la atención la imagen de bulto hecha de plata sobredorada más que la venerable imagen del ayate de Juan Diego.
“A otro día narraba el pirata , de mañana, caminamos para México, hasta ponernos a dos leguas de la ciudad, en un lugar en donde los españoles han edificado una magnífica iglesia dedicada a la Virgen. Tienen allí una imagen suya de plata sobredorada, tan grande como una mujer de alta estatura, y delante de ella y en el resto de la iglesia hay tantas lámparas de plata como días tiene el año, todas las cuales se encienden en fiestas solemnes. Siempre que los españoles pasan junto a esa iglesia, aunque sea a caballo, se apean, entran a la iglesia, se arrodillan ante la imagen y ruegan a Nuestra Señora que los libre de todo mal; de manera que, vayan a pie o a caballo, no pasarán de largo sin entrar a la iglesia y orar, como queda dicho, porque creen que si no lo hicieran así, en nada tendrían ventura. A esta imagen llaman en español Nuestra Señora de Guadalupe. Hay aquí unos baños fríos que brotan a borbollones como si hirvieran el agua la cual es algo salobre al gusto, pero muy buena para lavarse los que tienen heridas o llagas, porque según dicen ha sanado a muchos. Todos los años, el día de la fiesta de Nuestra Señora, acostumbra la gente venir a ofrecer y rezar en la iglesia ante la imagen, y dicen que Nuestra Señora de Guadalupe hace muchos milagros”.
Juan Suárez de Peralta nos ofrece referencias sobre la llegada del virrey Martín Enríquez de Almansa, pasando por Guadalupe, el 5 de noviembre de 1568 . “A cada pueblo que llegaba narraba Suárez de Peralta le hazían muchos recebimientos, como se suele hazer á todos los virreyes que á la tierra vienen, y así llegó á Nuestra Señora de Huadalupe, ques una ymagen devotísima, questá de México como dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (apareciose entre unos riscos, y á esta devoción acude toda la tierra), y de ahí entró en México, y aquel día se le hizo gran fiesta de á caballo, con libreas de seda, que fue una escaramuza de muchos de á caballo, muy costosa”.
El 26 de septiembre de 1580, cuando llegó el virrey Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña, se ampliaron los festejos de bienvenida entre los que destacaba: “que se dé de comer al Muy Excelente Señor Visorrey Conde de Coruña en la casa de Nuestra Señora de Guadalupe, la cual se dé muy cumplida...” . El 26 de febrero de 1585, el rey Felipe II nombró como nuevo virrey a don Álvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villamanrique (1565-1590); cuando esta noticia se supo en México, el 29 de julio, el Cabildo se reunió y determinó bajo acta solemnizada, N° 4679, que se organizara una escaramuza en el valle de Nuestra Señora de Guadalupe en honor del nuevo virrey; se nombró una comisión para realizar todos los preparativos de bienvenida, entre los cuales estaba el realizar este acontecimiento; “por primera vez se mencionan los llanos de Guadalupe para hacer allí la escaramuza [...] Por último, que se aderezase la calzada de Guadalupe hasta Santiago. Sin embargo, en la sesión del 2 de octubre se acordó suspender todos los proyectos de fiestas en Santiago, pues que todo debía hacerse en Guadalupe, hospedado allí el Virrey, antes de su entrada”.
El 19 de julio de 1589, el rey Felipe II ordena al virrey marqués de Villamanrique entregue el poder al nuevo virrey, don Luis de Velasco, hijo (1589-1595), quien entró en la Nueva España por el mes de diciembre de 1589. Al llegar la noticia a la capital, el marqués de Villamanrique fue a recibirlo, encontrándose en Acolman, donde “estuvieron cerca de dos horas juntos, al cabo de las cuales se volvió el marqués a Texcoco, y otro día se vino don Luis hacia esta Ciudad, e hizo noche en Nuestra Señora de Guadalupe (lugar donde todos los virreyes paran, y donde les hacen algunas fiestas) y de ahí entró en esta Ciudad, y a 25 de enero fue recibido en ella” . El 24 de diciembre se informa que don Luis de Velasco había desembarcado; rápidamente se movilizaron los encargados de la comisión de bienvenida y se prepararon los pormenores para las fiestas solemnes de entrada; “también ‘se cometió al señor Baltasar Mejía Salmerón que lo aposente y reciba, y aderece la casa y cama cómoda, y lo demás en Nuestra Señora de Guadalupe, a donde ordenase esta Ciudad, en lo cual gaste lo que conviniere y es menester de Propios de esta ciudad, y se lo dé y pague de Propios de ella el Mayordomo...’ Igualmente se ordenó hacer un arco triunfal muy rico, una llave dorada que había que entregarle el Corregidor, Licenciado don Pablo de Torres. Se designó a éste, a los Alcaldes Ordinarios y al Alguacil Mayor para que tomaran las riendas del corcel y así fueran los que introdujeran al Virrey en la Ciudad de México en acto simbólico [...] Continuaron los preparativos en la sesión del 2 de enero de 1590. En ella se trató de hacer la escaramuza en Guadalupe, como la vez anterior, suprimiéndose ya en la Plaza Mayor”.
Al rey Felipe II le tocó todavía designar un virrey más para la Nueva España. El 28 de mayo de 1595 extendió el nombramiento a Gaspar Acevedo y Zúñiga, conde de Monterrey (1595-1603); mientras que a Luis de Velasco se le asignó como virrey para el Perú. El 15 de septiembre de 1595 se iniciaron los preparativos para recibir al nuevo virrey; además de designar a los comisarios encargados de la bienvenida, “no se olvidaron de las sedas para los ropones que en cada ocasión se hacían de nuevo; preparar la recepción en Guadalupe; comprar el ‘caballo aderezado con una guarnición de la brida rica para que entre el Señor Visorey desde Guadalupe’, que el arco triunfal se haga ‘aprovechándose de lo que quedó del pasado...’, aderezar toda la calle desde Santa Ana hasta Guadalupe, hacer una llave dorada para darle al conde de Monterrey en acatamiento del Ayuntamiento, el palio para el recibimiento, la infantería y la caballería para los honores militares, la farsa y la escaramuza que se ha de hacer en Guadalupe, y así también el juego de cañas [...] Con grandes fiestas fue recibido el conde de Monterrey en Guadalupe y como estaba previsto, entró solemnemente a la capital ese domingo 5 de noviembre de 1595”.
En 1602, el rey de España Felipe III había donado la suma de 20.000 ducados para dicha iglesia de Guadalupe de México. En 1603, se designó al conde de Monterrey como virrey para Perú, y en el mismo día el rey Felipe III designó al nuevo virrey para México en la persona de Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, quien en compañía de su esposa y gran número de sirvientes desembarcó en Veracruz el 5 de septiembre de 1603. Hasta el 14 de septiembre no se supo de la llegada del nuevo mandatario. Al llegar la noticia a México, hubo júbilo por el nuevo virrey, pero al mismo tiempo preocupación pues a raíz de la esplendidez de la última recepción, ya no se disponía de dinero para organizar un recibimiento como los acostumbrados, por lo que se tuvo que echar mano de otros fondos. En la sesión del 15 de septiembre se acordó en dar “dos mil pesos para reparar la casa en el pueblo de Guadalupe donde debía hospedarse la Marquesa y aderezar la calzada y los puentes del camino de México a Guadalupe, antes que saliera el conde de Monterrey. Como en las veces anteriores, la escaramuza y el juego de cañas debían hacerse en el campo del pueblo de Guadalupe [...] Al fin el 16 de octubre se informó en el Cabildo que todo estaba concluido para que el nuevo virrey llegase a Guadalupe el lunes 20 y que se preparaba para el miércoles siguiente la pomposa fiesta de su entrada en la capital”.
El virrey llegó a Guadalupe, en donde fue muy bien recibido, y como las habitaciones en donde iba a residir en la Ciudad de México aún no estaban listas, “tuvo que permanecer más tiempo en Guadalupe constantemente agasajado, y al fin el domingo 26 de octubre entró con toda solemnidad a la ciudad de México”. El 23 de enero de 1612 se nombró al nuevo virrey de México, don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar (1612-1621); para septiembre se organiza su bienvenida, “al Mayordomo de la Ciudad de México, don Hernando de Rosas, debían dársele mil quinientos pesos para los gastos de acondicionamiento de la casa, en el pueblo de Guadalupe, y las comidas que allí se les servirían al Virrey, su esposa y familiares que le acompañaban”. En esta ocasión, la Audiencia que gobernaba el virreinato quiso limitar los gastos adicionales. La orden de que no se hicieran grandes gastos en los agasajos para recibir a los virreyes permaneció, por lo que en 1621, cuando llegó el nuevo virrey don Diego de Pimentel, conde de Priego y marqués de Gelves, había ánimos y prontitud para realizar los festejos, se mantuvo la disposición de que éstos no se pagaran de los Propios ni “los gastos de la comisión de bienvenida, y menos los de hospedaje y agasajos en el pueblo de Guadalupe”.
A pesar de las protestas, hubieron de rendirse ante la evidencia de las órdenes expresas que venían incluso de la corte peninsular. A fines del siglo XVI y principios del XVII la iglesia ya resultaba pequeña para el número de fieles, y se pensó construir una nueva. Se prepararon los cimientos en 1609 y en 1622 estaba ya terminada, consagrándola el arzobispo Juan Pérez de la Serna. Este edificio, al decir del P. Francisco de Florencia, era muy rico: “por los años de mil seiscientos y veinte y dos, los mexicanos, obligados del beneficio primero, e impelidos los que cada día recibían, juntaron limosnas y fabricaron a toda costa la iglesia que hoy tiene; techada de tijera, de hermosas molduras y cortaduras de entretejidos lazos, que no se hizo, acabó y doró con cincuenta mil pesos”. La iglesia de Montúfar quedó vacía y se fue arruinando, hasta que en 1657, el clérigo Luis Lasso de la Vega la restauró, con lo que hubo ya dos iglesias en el Tepeyac.
También, como nos lo demuestra el testimonio de Thomas Gage, un fraile dominico irlandés (que apostatará de la fe católica y huirá a Inglaterra). Su testimonio lo dejó escrito ya tras su apostasía; había pasado por México, vio Guadalupe y nos dejó un testimonio en el que se constata la importancia que ya tenía el Santuario de Guadalupe. De hecho, por el momento de grave tensión que se vivía en México entre el virrey, marqués de Gelves y el arzobispo Pérez de la Serna, podemos constatar esta relevancia, ya que el 11 de enero de 1624, los magistrados del virrey sentenciaron al arzobispo a ser deportado a la Península, el arzobispo “subió a su carruaje y, en la primera etapa de su viaje rumbo a Veracruz, escoltado por un destacamento de soldados, una multitud inmensa y triste lo siguió por las calles de la ciudad de México y hasta el santuario de Guadalupe, donde él se las ingenió para entretenerse cierto tiempo; celebró misa allí y envió a su clero la orden de volver a fijar los edictos de excomunión, contra el marqués de Gelves y sus colaboradores, y de prepararse para poner en vigor la cessatio a divinis”.
El virrey hubo de entregar el poder y, poco después, se nombró a un nuevo virrey en la persona de Rodrigo Pacheco Osorio, marqués de Cerralvo, por lo que el 18 de septiembre se hablaba de restaurar el santuario de Guadalupe para que recibir al nuevo virrey, como ya era costumbre. “En septiembre de 1624 se supo en México que ya venía este nuevo Virrey. En la sesión del Cabildo celebrada el miércoles 18 de ese mes se dio a conocer la noticia y comenzaron las capitulares, a pesar de todo, a ver en qué forma podían solemnizar el recibimiento, más aún con el informe de ‘que por cuanto es forzoso que S. E. llegue a hacer noche en la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, donde es costumbre, y aquel puesto está tan indecente que conviene disponerle y recibir y hospedar a S.E. aquella noche por ser inexcusable...”.
Pero ante las tensiones y el despilfarro que en ocasiones se hacía en esta fiesta de recibimiento para agasajar al nuevo virrey, se determinó que no fuera en Guadalupe, aunque en este mismo procedimiento tenemos un dato importante, fundamentado en las Actas de Cabildo, que dice: “En la sesión del 29 de ese septiembre se continuó tratando de la recepción que se pretendía hacer con grandes demostraciones de regocijo, y como por enfermedades u otras causas habían renunciado los comisarios del recibimiento en el pueblo de Guadalupe, ‘porque aunque es así verdad que desde que se ganó a esta ciudad y se han recibido virreyes se han hospedado y recibido en aquel puesto de Guadalupe por cuenta de los Propios de esta ciudad...’, se extendieron nuevos nombramientos de comisarios, al efecto. Sin embargo, el Corregidor don Francisco Enríquez Dávila dijo: ‘que hoy don Diego de Astudillo, Camarero de S.E., le manifestó cómo el Señor Virrey le avisaba que por no estar capaz el puesto y hospedaje de Guadalupe le parecía era más a propósito el hospedaje de Chapultepec, aunque se rodease y aunque fuese descómodo de la Ciudad, le pedía se acomodase en esta parte, que desde allí pasaría a Guadalupe el día de su recibimiento para guardar en el todo la forma ordinaria’. Se acordó de conformidad”.
Posteriormente aparecen aún más datos de la importancia que tenía el Santuario de Guadalupe en el recibimiento de los virreyes. Cuando Felipe IV nombró a don García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra, el 1° de julio de 1642, el Ayuntamiento de México insistió para que “el recibimiento y entrada de los Virreyes se hiciese en el pueblo de Guadalupe* y no en el de Chapultepec, como últimamente se había implantado”. Don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, quien había sido virrey de 1653 a 1660, fue despedido él y su familia el 26 de marzo de 1661 por el nuevo virrey y su esposa. “Los acompañaron los Condes de Baños para despedirlos en la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe”. Es interesante señalar que “la idea de poner a las ciudades y pueblos bajo el patrocinio de un santo o de la Virgen, en algunas de sus advocaciones, fue práctica frecuente en Occidente desde tiempos antiguos. La ciudad de México no resultó una excepción, y aunque mucho después de concluida la Conquista contó con varios santos patronos, es significativo que a partir de mediados del siglo XVII la Guadalupana fuera considerada como la patrona más importante”.
3. Ermitas y templos en el Tepeyac.
Tras una probable y simple ermita de adobes en el Tepeyac para acoger la memoria guadalupana de las apariciones, una segunda ermita guadalupana en el Tepeyac fue construida sin duda por el segundo arzobispo de México, el dominico fray Alonso de Montúfar (1553-1572). Lo deducimos por las polémicas guadalupanas en que se vio envuelto con el provincial de los franciscanos, Bustamante, poco tiempo después de su llegada a México y por otros datos documentales importantes. Así el primer capellán que conocemos de la ermita, el portugués Freire, escribe en 1570 para la Descripción del Arzobispado de México, que se debía mandar al rey de España, indicando que el arzobispo Alonso de Montúfar había fundado y construido la ermita de Guadalupe del Tepeyac con las limosnas recibidas de los fieles, y que el arzobispo era el patrón de la misma. Esta ermita, que sustituyó probablemente a la primitiva de adobes, debió ser construida hacia 1556. Las excavaciones llevadas a cabo en lo que se llama Parroquia de Indios en el conjunto del actual Santuario de Guadalupe en el Tepeyac, muestran los restos probables de esta construcción. La existencia de la ermita la confirman algunos testigos, como el ancianísimo indio Gabriel Xuárez, uno de los testigos de las Informaciones de 1666, que recuerda de haber visitado la ermita llevado allí por sus padres cuando era muy niño, o también las descripciones que algunos viajeros nos dan de la ermita hacia 1570, como el pirata inglés prisionero Miles Philips que la pudo ver, aparece ya como una construcción noble y sólida.
Hacia 1600 la ermita de Guadalupe era ya una construcción con mayor envergadura, con capellanes y sacristanes adscritos, como se puede ver por una especie de pleito por el que un ex-sacristán pide le devuelvan el cargo. Se llamaba Juan Sanz de Veguillas, licenciado y clérigo entonces llamado de Epístola (un subdiácono), que afirma haber servido fielmente la ermita como sacristán durante siete años y deseaba volver a su antiguo servicio, también por petición de los vecinos del pueblo, pues el sacristán que había tomado su puesto no cumplía con su deber. Un cambio notable sucede a comienzos del siglo XVII cuando el Cabildo de la Catedral determina trasladar el santuario al lugar que ocupará durante más de tres siglos y medio la Basílica Barroca, hasta la construcción de la nueva moderna en los años setenta del siglo XX.
La antigua basílica alberga hoy el llamado Templo Expiatorio y en sus dependencias se encuentra el valioso Museo Guadalupano. Se colocó la primera piedra de aquella nueva iglesia el 10 de septiembre de 1600. Fue su arquitecto Alfonso de Arias, ayudado por el maestro de obras Damián de Ávila. Comienza aquí una larga historia de animación en todas las direcciones por parte de los arzobispos de México, por los Virreyes y por los devotos de Guadalupe para darle a la Virgen de Guadalupe un santuario grande y suntuoso digno de su nombre por toda la Nueva España y por el resto de los dominios del Imperio Español. El lugar salitroso y húmedo debido a la cercanía del Lago de Texcoco (México), un terreno frágil, los movimientos telúricos y terremotos frecuentes no ayudaron a edificar ni a conservar una Basílica grande. Varias veces se tenía que reconstruir lo caído. Así, en 1667 se consagró otro edificio en la cima del Tepeyac, con lo que hubo una tercera iglesia simultánea a las otras dos.
A fines del siglo XVII, siendo ya el edificio principal patentemente insuficiente, se determinó levantar otro templo más suntuoso, y se amplió el que había construido Alonso de Montúfar y reparado por el capellán Lasso de la Vega para alojar a la imagen entre tanto. Esta ampliación es el templo que se conoció luego como “parroquia”. La nueva construcción se inició en 1695, en tiempo del arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas, y se concluyó en 1709, en tiempo del Arzobispo Juan de Ortega y Montañés. Este templo tuvo culto hasta el 11 de septiembre de 1976 en que se consagró la actual Basílica de Guadalupe, dedicándose esta antigua basílica al culto del Santísimo Sacramento como “templo expiatorio”. Otra parte del edificio se acondicionó como museo. Esta antigua basílica había sido consagrada el 27 de abril de 1709, y en ese día la tilma con la Imagen de la Virgen fue trasladada desde la Parroquia de Indios cercana (lugar de la primera ermita) a la nueva iglesia. Será la Basílica Barroca, que todavía hoy se puede contemplar. Fue su arquitecto Pedro de Arrieta, autor también del Palacio de la Inquisición y de la conocida Iglesia de la Profesa en la ciudad de México.
Será el rey de España Felipe V quién se proponga erigir en Colegiata Real aquella iglesia en 1717, solicitándolo del Papa. A partir de entonces la iglesia de Guadalupe fue continuamente embellecida y galardonada con numerosas gracias por parte de los Papas y con notables privilegios por parte de los reyes de España; finalmente se logró la erección en Colegiata Real en 1725 por bula pontificia, aunque se tardó todavía hasta 1746 en tiempos del rey de España Fernando VI, por diversos motivos de ausencia de los arzobispos y por “sede vacante”. Pero la ejecución definitiva de la Colegiata se efectuará desde Madrid el 6 de marzo de 1749. El Cabildo entró en funciones el 22 de marzo de 1750. Mientras tanto ya se habían llevado a cabo toda una serie de acciones en momentos dramáticos de la vida de la ciudad azotada por la peste para solicitar la declaración de la Virgen de Guadalupe como Patrona de la ciudad de México (27 de abril de 1737) y observar como fiesta el 12 de diciembre, algo que ya había sido solicitado a Roma desde 1666. El 10 de diciembre de 1746, la Virgen de Guadalupe fue jurada como Patrona de la Nueva España. Será el papa Benedicto XIV quién concederá luego la Misa y oficios propios de la Virgen de Guadalupe el 22 de abril de 1752.
En 1777 se inició una cuarta iglesia cerca de la “parroquia”; la bella “iglesia del Pocito”, que se terminó en 1791, y antes de que estuviera concluida esta cuarta, en 1782, se inició una quinta, casi junto al santuario: la del convento de las Capuchinas, terminada también antes, en 1787, cuyo peso causó problemas al edifico, que hubo de ser reparado en 1802; estas reparaciones, sin embargo, no se terminaron sino hasta 32 años después, en 1836, por motivo de los trastornos de las guerras de independencia. En 1887 el abad Antonio Plancarte y Labastida la volvió a reparar y a ampliar.
En 1895 se levantó una sexta iglesia, la capilla de las Rosas, entre la parroquia y la del Pocito, en el lugar exacto donde la tradición colocaba la entrega de las rosas de la Virgen al vidente Juan Diego Cuauhtlatoatzin, pero fue demolida en agosto de 1968. El l2 de diciembre de 1974 se colocó la primera piedra de la monumental basílica actual, consagrada poco después, el 11 de septiembre de 1976, por el Cardenal Miguel Darío Miranda. Mientras tanto, en 1970 se había construido una basílica, conocida como “efímera” en donde se expuso el sagrado original durante las fiestas del 12 de octubre. El esplendor del culto guadalupano fue creciendo siempre desde el siglo XVI, como un río en llena, hasta nuestros días con nuevas construcciones, peregrinaciones multitudinarias y gestos de gran significado nacional para México y para todo el Continente Americano, como las cinco visitas del Papa Juan Pablo II, culminadas con la canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 31 de julio de 2002.
Guadalupe fue la que ha sin duda forjado el sentido de pertenencia de los mexicanos como un punto continuo de referencia, hasta el punto de que se suele decir en México que se puede ser todo o no ser nada en México, menos dejar de ser guadalupano. No hay ciudad o pueblo, rancho o lugar perdido en México sin su templo guadalupano, siempre edificado en la cima de un cerro o en el lugar de principal entrada en la ciudad, pueblo o rancho. Cada día llegan al Tepeyac peregrinaciones de todas partes; cada diócesis, cada ciudad, tiene su día en el año. Algunas del centro de México, como las de Querétaro, Morelia, Puebla, Toluca (por citar algunas) traen a los pies de la Virgen hasta más de cincuenta mil personas a pie, casi todos hombres, en una peregrinación que dura de 8 a 15 días según los lugares. Ese río creciente de gente hacia el cerro de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac se puede verificar ya desde mediados del siglo XVI. Por Guadalupe corre ya desde entonces la sangre en las venas vivas de México.
4. Acontecimientos singulares.
Hay numerosas referencias de que fue necesario trasladar el ayate original con la imagen de Santa María de Guadalupe debido a numerosas calamidades. Nos las ofrecen algunos de los «Anales», como el de Tlatelolco, los Anales de México y sus Alrededores, los Anales de Puebla y Tlaxcala, etc. Hay también referencias explícitas en archivos de la Basílica de Guadalupe y en el recientemente descubierto Archivo de Chimalhuacán, México. Algunos de estos traslados se llevaron a cabo desde el templo o ermita del Tepeyac a la Ciudad de México, a su Catedral. Este fue el caso, por ejemplo, de las inundaciones, que dada su situación orográfica, ocurrían periódicamente en la cuenca cerrada del valle de México. Entre estas inundaciones conocemos bien las del siglo XVII, así como la de 1602, la de 1607, la de 1627 y la de 1629; también las de 1691 y 1692, etc. Uno de los desastres de los que particularmente hay referencias de las manifestaciones de devoción hacia la tilma de Juan Diego, donde está impresa la imagen de Guadalupe, tuvo lugar el 21 de septiembre de 1629, cuando México amaneció con una terrible inundación, octava en la memoria de los indios y quinta en la de los españoles.
Gran parte de la ciudad quedó anegada y el pueblo, entre canoas y barcas, trataba de sobrevivir. El arzobispo Francisco Manso y Zúñiga, que gobernó la archidiócesis de México de 1628 a 1635, acordó realizar una procesión solemne de canoas, trasladando la imagen de la Virgen de Guadalupe en demanda de su ayuda; en esta devota acción participó el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, Marqués de Cerralvo, la Real Audiencia, ambos Cabildos, los Tribunales. El martes 25 de septiembre (de 1629), embarcados todos y seguidos de una gran muchedumbre, trasladaron la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe con gran solemnidad, entre música y oraciones, primeramente a la parroquia de Santa Catarina y luego al palacio arzobispal, y en la mañana siguiente a la catedral. Se colocó en la capilla del Santísimo en donde un sinnúmero de sacerdotes pidió permiso para poder celebrar ante la Sagrada Imagen, incluidos el mismo Cabildo y provinciales de religiosos.
A su regreso en 1634 al Tepeyac, cuyo templo había quedado dañado por la inundación, por lo que también tuvo que repararse, la imagen fue llevada en solemne procesión. Aunque la distancia era mínima, se cantaron unas “coplas”, que llevan por título “Partida de Nuestra Señora de Guadalupe desde la Metropolitana a su ermita del Tepeyac”, despidiéndola y lamentando que se ausentara de la Ciudad. Pasó el domingo 14 de mayo en la parroquia de Santa Catarina Mártir. Cayetano Cabrera narra ese momento: “llenándose las plazas y calles de vistosas danzas, bailes, prevenidos coloquios y cantares en que, como sus historias en sus cantos seculares los romanos, publicaban los indios la historia ya de un siglo, de la aparición de Ntra. Sra. de Guadalupe, y este, y otros favores que avía hecho. A la hora señalada comenzó a formarse desde la iglesia Catedral a la parroquia de Sta. Catherina Martyr la enfiorada copia de andas e imágenes de talla, de las parcialidades de indios: el batallón de estas y otras Cofradías y Hermandades, con los guiones y estandartes de sus insignias. Siguiose la milicia eclesiástica, en los respetables trozos de las Sagradas Religiones y venerable clero, coronándole el Cabildo Eclesiástico, y este de la Santísima Imagen elevada en las más ricas andas que acertó aderezar el esmero trenzáronle de plata y oro, bordándose de la pedrería conveniente”. Con esta solemnidad y muestras de amor y de fe, la procesión llega a la ermita el lunes 15. Para tal ocasión, y como manifestación de la sensible devoción del pueblo, un devoto suyo anónimo compuso unas coplas que manifiestan los sentimientos populares, en las que se ve la conciencia de la sobrenaturalidad según la tradición popular de la “tilma guadalupana”, puesto que contrasta la diferencia de las imágenes “acá pintadas de humanas manos diversas” con la “dibujada del que hizo cielos y tierra”. Las coplas son:
“De vuestra Sagrada Imagen
hay vocaciones diversas que consolar aseguran tan amarga y triste ausencia. “Confieso que toda es una y en una todas se encierra, y que se derivan todas de la original primera, “Pero son acá pintadas de humanas manos diversas, con matizados colores que humanos hombres inventan; “Vos, Virgen, sois dibujada, del que hizo cielos y tierra, cuyo portento no es mucho dé indicio que sois la misma... “Si venís de tales manos, ¿qué mucho llore la tierra una ausencia que es forzosa de un milagro que se ausenta?”
En el Libro de Cabildos se manifiesta claramente, según la percepción popular y eclesiástica, la creencia de que había sido la intercesión de la Virgen quién había salvado a la ciudad de la inundación; ello aumentó la devoción y provocó que todo el mundo deseara poseer copias de la imagen. También consta que su estancia en la Catedral durante 4 años provocó que se multiplicaran sus copias, algunas tan malas; por lo que el Cabildo publicó un edicto que fijó en la Catedral el 9 de octubre de 1637, en donde prohibía el copiarla desproporcionadamente, y exponiendo las medidas verdaderas. Cayetano Cabrera nos refiere que no todos podían tener una buena copia de la Guadalupana, y era tal el ansia de la devoción que no les importaba que las copias de la imagen fueran de muy mala calidad y desproporcionada figura, así lo narra el mismo Cayetano: “Y como no pudiesen la ansia de todos, o por lo prolijo, o costoso, tuvo lugar, o la pobreza o la codicia de engañar, y desfrutar la devoción: adulteró y amontonó tal copia de ellas, que se llenó el Reyno de engaños, y las copias que tenían cabeza, y no pies, andaban ya sin pies ni cabeza, enriqueciendo a modo de moneda corriente las grangerías indignas que las vendían por cuentas, y las mentían tocadas al Rosal de la Santa Imagen”.
El Cabildo emitió un edicto frenando estos abusos. El edicto sobre la prohibición de copiarla dice: “Habiendo entendido que estaba fijado un edicto del Señor Deán en la puerta de esta Santa Iglesia los dichos Señores mandaron a mí, el infraescripto secretario, fuese y leyese lo que contenía el dicho edicto y trajese razón, en cuyo cumplimiento salí de la sala capitular y en presencia de Juan Ruiz de Contreras pertiguero y Diego Solano clérigo de menores órdenes leí el dicho edicto y parece que dice el Doctor Don Diego Guerra Deán de la Santa Iglesia Metropolitana de México y su administrador de los bienes y rentas de Nuestra Señora de Guadalupe extramuros de la dicha ciudad por los Señores Deán y Cabildo de esta dicha Santa Iglesia sede vacante etc. a todas y cualesquier personas así eclesiásticas como seculares vecinos y moradores estantes y habitantes en esta dicha ciudad y su Arzobispado a quien lo de y uso contenido toca o tocar puede en cualquier manera. Salud y gracia en Nuestro Señor Jesucristo. Hago saber como ante mí pareció Juan Bueno mayordomo de los dichos bienes y rentas y cobrador de ellos y presentó una petición en que dijo tenía noticia de que muchas personas así en esta ciudad como fuera de ella tienen por granjería hacer cantidad de medidas diciendo son de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe son estas benditas ni tocadas a ella en lo cual menoscaban la limosna que por este camino tiene la dicha ermita y le quita la devoción a los fieles y para que no se hiciesen las dichas medidas en la dicha forma ni trasuntos de nuestra Señora de Guadalupe ni se diesen ni vendiesen más así los que tuviesen esta granjería como a las personas a quien lo encargan y encomiendan me pidió y suplicó le despachase carta de edicto en forma con penas y censuras y por mí visto el dicho pedimento le mandé despachar y di el presente por el tenor del cual en virtud de santa obediencia y pena de excomunión mayor una pro trina canónica monitione praemissa latae sententiae exhorto amonesto y mando a las tales personas y a cada una igual y cualquier de ellos que de aquí a delante no prodigan y se abstenga de semejante trato y granjería y que no pinten ni dejen pintar las dichas medidas y trasuntos ni las vendan ni den a vender a manera alguna y los que tuvieren suyos los recojan y no usen de ellos si no fuere a persona que tuviere orden y licencia expresa para ello, para que resulte que las dichas medidas y transuntos sean legítimas y verdaderas en cuanto es permitido esta santa devoción y no en otra manera, lo cual prohibo in totum a las dichas personas sin aceptar más de solamente las diputadas y nombradas para ello, y para que se cumpla y no se pretenda ignorancia mando se fije este edicto en las puertas de las iglesias y se lea y publique en ellas”.
Algunas copias de la imagen se pusieron en oratorios de diversas ciudades, como por ejemplo en el templo de la Congregación del Oratorio, en la ciudad de Puebla; también se fundaban Hermandades y Cofradías que cuidaban de su culto. ¿Qué tenía de particular aquel rudo ayate con una imagen pintada de la Virgen a la que llamaban “de Guadalupe” y que tanta atracción ejercitaba sobre indios y españoles, sobre todo de indios?