CULTURA HISPANOAMERICANA. Origen, desarrollo y características
La Hispanidad en el origen de América y de la Cultura Hispanoamericana
La realidad existente en el Continente antes del 12 de Octubre de 1492 era desconocida no solo en el «Viejo» Mundo, sino incluso por quienes habitaban el «Nuevo Mundo», en cuanto ellos conocían solo el fragmento que pisaban. América como realidad humana surgirá solo a partir de un hecho histórico concreto: el Descubrimiento de América.
Dicho «descubrimiento» fue un «proceso» gradual y progresivo que tuvo su inicio en la expedición de Cristóbal Colón, pues su arribo a las playas de Guananí no fue un simple «llegar» –como el de los vikingos que en el siglo X «llegaron» a Groenlandia sin tomar conciencia de haber «llegado» a algo «nuevo»- sino un acto de la conciencia reflexiva que «supo haber llegado» a un Mundo Nuevo, y que por lo mismo pudo transmitir a otros «lo visto». A partir de ese momento inicial se irá des-cubriendo poco a poco a los ojos de todos –incluyendo a los indígenas-, la realidad geográfica y humana del Continente.
El Descubrimiento de América no fue obra de una aventura mercantilista en busca «solo» de beneficios materiales. El descubrimiento de América fue el resultado de una acción reflexiva que buscaba «alcanzar las Indias», prioritariamente para expandir la cristiandad y secundariamente para obtener beneficios materiales. A pesar de no pocas torpezas e injusticias, la subordinación de los objetivos materiales a los espirituales será del todo evidente en la obra realizada en América por la España de los siglos XVI y XVII. Esa forma de ver y comprender la misión a realizar es lo que constituye la «Hispanidad», la cual no es una categoría étnica ni geográfica, sino eminentemente espiritual. En ella podemos incluir a la acción de Portugal en el sur del Continente. “Presintió esa unidad San Isidoro de Sevilla en el siglo VII; fue expresada claramente por el humanista André de Resende en el siglo XVI: «Hispani omnes sumus» y Camoes la perpetuó en sus versos inmortales, llamando a los portugueses «gente fortissima de España» (Os Lusíadas. Canto I, 31) (…) En la expansión marítima y la colonización evangelizadora y civilizadora –sin colonialismo-, españoles y portugueses se identificaron plenamente por los mismos ideales de la Comunidad Hispánica «al servicio de Dios», como declaraban sus soberanos. Así nacieron y se formaron las naciones del Nuevo Mundo”. Más que por España, América fue descubierta providencialmente por la Hispanidad, y por eso trascendió a lo meramente material para modelarla espiritual y culturalmente. “La Hispanidad posee una dinámica ideal, un vigor histórico… que determina en ella un concepto militante del mundo y de la vida. Esa posición, predominante en el español del siglo XVI, se manifiesta en la necesidad de conciliar la predestinación con los méritos del hombre, pues no cree que sus semejantes hayan sido concebidos para el mal y está convencido que la salvación ha de llegar a todos, pues sobre todos volcó Dios la dulzura de la esperanza con la doctrina de la Gracia.” Por estas razones debemos afirmar que «Hispanidad» no es sinónimo de «españolismo», pues éste no pasaría de ser una visión ideológica semejante al «indigenismo» e igualmente miope y distorsionador de la realidad. Más allá de las injusticias, incluso violencias injustificadas e injustificables, los españoles y portugueses que estuvieron verdaderamente imbuidos del espíritu de la Hispanidad, hicieron lo que estuvo a su alcance para integrar el Nuevo Mundo a la cultura más acabada del Viejo Mundo: la civilización occidental cristiana, y con ella la fe, el bautismo y la lengua. La Hispanidad no se quedó en la superficie, en las costas y al margen de la realidad de los indígenas–como sí lo hicieron las aventuras mercantilistas que arribaron posteriormente al norte del Continente-, sino que penetró toda la realidad precolombina para transfigurarla en un mundo nuevo, que no será ya indígena ni español sino «Hispanoamericano». Casi simultáneo a la exploración de las nuevas tierras, vino el «poblamiento», el cual es más que un mero «colonizar»; porque poblar es «fundar»; es dar lo propio a la realidad descubierta e integrarse a ella. “Fundar es poner la base, es asentar y también erigir, cimentar sólidamente. Mediante el mestizaje, la erección de ciudades, el establecimiento de instituciones de gobierno y de cultura, España «funda» sobre lo originario la originalidad del Nuevo Mundo; pero no funda ni puede hacerlo sola sino con el mundo precolombino. Esta fusión es, pues, fundación y esta fundación equivale a la fundación de América.” El descubrimiento geográfico y la integración física de Hispanoamérica Como ya señalamos, el arribo de Colón a las playas de la isla de Guanahaní el 12 de Octubre de 1492 marca el inicio del descubrimiento «gradual y progresivo» de la geografía del Continente. La expedición de los 120 integrantes que integraron ese «primer viaje» en las famosas «tres carabelas», además de la minúscula isla de Guanahaní, a la que Colón llamó «Salvador», tocó el sur de la isla de Cuba -a la que llamó «Juana»- y la isla de La Española, en cuyas playas encalló -el 25 de Diciembre- la nave capitana, la nao «Santa María», con cuyos restos construyó en ese lugar el famoso fuerte de «La Navidad» que dejó al resguardo de los tripulantes de la Santa María. Colón y el resto de la expedición regresaron a España, arribando a su puerto de salida el 15 de Marzo de 1493. En el «segundo viaje», realizado entre 1493 y 1496, la exploración realizada agregó al descubrimiento las Antillas menores y la isla de Jamaica. El «tercer viaje», de 1498 al año 1500, incorporó el hallazgo de las islas de Sotavento (Margarita y Martinica) y la costa de Venezuela. El «cuarto viaje», último de Colón, realizado de 1502 a 1504, tocó la costa de Honduras, Costa Rica y Panamá. De una manera una tanto arbitraria podemos dividir en tres «etapas» el descubrimiento gradual y progresivo de América. Los descubrimientos realizados por Cristóbal Colón y el posterior «poblamiento» de ellos constituirían la «primera etapa» del proceso, y comprendería veinticinco años: de 1492 a 1517, cuando se descubrió México. Esta etapa abarcó únicamente el descubrimiento de las islas y costas del Caribe y el sur de Centro América. En esta primera etapa, el punto principal de fundación o poblamiento fue la Ciudad de Santo Domingo en la Isla de La Española, erigida en el año 1500. Desde ahí, en 1508 se fundaron en la Isla de San Juan, las poblaciones de Puerto Rico y Villa Caparra. En 1510 se fundó la primera ciudad de tierra firme: Nuestra Señora de la Antigua del Darién, en Panamá. Un año después, en Cuba, se erigió la Ciudad de Nuestra Señora de la Asunción. Corresponden también a esta primera etapa las dos expediciones realizadas por la Corona Portuguesa que, en 1500 y 1501, exploraron las costas de Brasil, aunque en ese tiempo los portugueses no realizaron poblamiento alguno. En nuestra arbitraria clasificación, la «segunda etapa» va del descubrimiento de México en 1517, a 1532 año de la conquista del Perú. En estos quince años, la integración física abarcará obviamente a México y el Perú, así como el viaje de circunnavegación de Fernando de Magallanes que permitió conocer el tamaño del Planeta que Dios dio como habitación a la humanidad. Corresponde a esta etapa la fundación de las ciudades de Panamá (1518); Veracruz (1519); México, sobre la antigua Tenochtitlán (1521); León, en Nicaragua (1523), Santiago de los Caballeros, en Guatemala (1523), Santa Marta en Venezuela (1525); Coro en Venezuela (1527); Puebla de los Ángeles y Querétaro, ambas en México (1531).
La «tercera etapa” comprende de 1532 a 1542. En estos diez años fueron explorados e incorporados los territorios del sur con la fundación de las ciudades de Trujillo y Lima, en Perú (1535); Nuestra Señora de la Asunción, en Paraguay (1537); Santa Fe de Bogotá, en Colombia (1538), Santiago de Chile (1541), Buenos Aires, en Argentina (1542). También corresponde a esta etapa el inicio del poblamiento del Brasil por los portugueses con la fundación de San Vicente en el año de 1532. Es un hecho incuestionable que el inmenso territorio de Hispanoamérica, aislado e ignorado desde el inicio de los tiempos, fue descubierto e incorporado a la Historia en sólo cincuenta años: 1492-1542.
Algunas consideraciones sobre la Conquista «Militar» La acción de «conquistar» es una realidad inscrita en el psiquismo natural del ser humano que busca «hacer valer» algo que se juzga importante; es por tanto equivalente a «enseñorearse», lo cual le está señalado al hombre como tarea desde el principio: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y enseñoreaos de ella” (Gn. 1,28).
Partiendo del hecho de que el hombre es un ser social por naturaleza (Aristóletes), la tendencia a «enseñorearse», a conquistar, a hacerse señor, se manifiesta en todo aquello con el que el hombre se relaciona: con la naturaleza, con sus semejantes, consigo mismo, con Dios. Así se busca «conquistar» una montaña, un territorio, una justa deportiva, una persona que agrada especialmente, un derecho laboral; conquistar incluso la santidad. Y como en todo el actuar humano, la moralidad de una conquista se encuentra tanto en los «fines» buscados como en los «medios» empleados. “El objeto elegido especifica moralmente el acto de la voluntad según la razón lo reconozca y lo juzgue bueno o malo. No se puede justificar una acción mala por el hecho de que la intención sea buena. El fin no justifica los medios.” Conquistar entonces no es una acción en sí misma mala, si los medios usados en ello son justos. Sin embargo para la «leyenda negra» y la «ideología indigenista», la sola palabra «conquista» tiene una connotación exclusicamente peyorativa, y es tomada como sinónimo de imposición violenta de la civilización occidental cristiana en el Continente Americano. Por otra parte, y dada la condición social del ser humano que lo hace un «ser en relación», no debe extrañar que en las relaciones de un pueblo con otro, la conquista sea una constante y por ello la historia habla de: conquista romana de Grecia, de las Galias y de Hispania; conquista normanda de Inglaterra etc. También en la América precolombina las conquistas no fueron algo desconocido: los aztecas y sus aliados conquistaron el Señorío de Azcapotzalco, y luego a otros pueblos como los Mixtecos y Zapotecos; los Incas conquistaron a los chancas, etc. Conquistas aztecas y Conquista de los aztecas Las conquistas realizadas «por» los aztecas fueron posibles tras la alianza realizada con otros dos pueblos con quienes compartían la cuenca del Valle de México; la llamada «Triple Alianza» (Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco) se impuso a sus rivales, los pueblos de Xaltocan, Coatlinchan y Azcapotzalco en 1427. A los vencidos se les impuso pagar tributos, los cuales eran divididos de la siguiente manera: 3/6 partes para México-Tenochtitlan, 2/6 para Texcoco y 1/6 para Tlacopan. “En su más clásica forma, el tributo era recolectado sobre bases regulares (cada 80 días, semestral o anualmente) en las provincias conquistadas, y llevado a Tenochtitlan desde donde era distribuido. Los bienes dados en tributo consistían tanto en bienes manufacturados como en materias primas. Las grandes cantidades de bienes manufacturados incluían, por ejemplo, ropa, indumentaria para guerreros, sartas y mosaicos de piedras preciosas, objetos de oro y vasijas. Las materias primas eran principalmente comestibles como maíz, frijol, chile, cacao; materiales de construcción, cal y maderos; y algunos bienes suntuarios como plumas y oro en polvo.” Aún más importante fueron los seres humanos exigidos en tributo para ser destinados al sacrificio de los dioses aztecas. “La crónica del siglo XVI en «Historia de Tlaxcala» escrita por el historiador mestizo tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo contiene una leyenda de un poderoso guerrero tlaxcalteca llamada Tlahuicole, que fue capturado, pero debido a su fama como guerrero fue liberado y luego luchó junto a los aztecas contra el pueblo purépecha en Michoacán. Recibió honores, pero en lugar de regresar a Tlaxcala eligió morir como sacrificio en las ceremonias a los dioses de la religión de la cultura Azteca. Hubo ocho días de celebraciones en su honor, y luego durante los rituales mató a los primeros ocho guerreros. Aún insistiendo en ser sacrificado, luchó e hirió a 21 guerreros más, antes de ser derrotado y sacrificado a los dioses aztecas.” Pero aparte de ser obligados a pagar tributos, los vencidos no eran «integrados» al pueblo y cultura de los vencedores. Por eso los españoles no se encontraron con una nación, sino con un mosaico de naciones enfrentados entre sí, lo que permitió a Hernán Cortés conquistar con solo 580 hombres un territorio cuatro veces mayor a España. La conquista «de» los aztecas realizada por los españoles tuvo características diferentes: por lo que se refiere a las acciones «militares» tuvieron lugar durante un tiempo más o menos breve; de 1519 a 1521. En esos dos años de dieron las dos batallas de Tzompachtépetl, no contra los aztecas sino contra el ejército de Tlaxcala, después de las cuales se dio una fiel alianza entre españoles y tlaxcaltecas; luego, y ya con la colaboración de los tlaxcaltecas, la que fue llamada por los cronistas españoles «matanza de Cholula»; posteriormente la ocurrida en la «noche triste», y casi inmediatamente la batalla de Otumba. Finalmente la más larga ocurrida a lo largo del sitio de Tenochtitlán, del 28 de Abril al 13 de Agosto de 1521. Una vez concluida la conquista «militar» dio inicio una conquista «espiritual» cuyo principal (no único) objetivo fue la «integración» de los vencidos a la Cultura de los vencedores. Al analizar la conquista de la Nueva España, José Vasconcelos señala: “Lo grande del sistema español es que poseía un tesoro y lo daba, o lo imponía, por su convicción de que al hacerlo causaba un alto beneficio al sometido.” Desde luego que -como desgraciadamente ocurre en toda obra realizada por seres humanos- en la conquista y en todo el actuar de los españoles en América, hubo innumerables abusos e injusticias. “¿Qué hubo quienes explotaron al indio? Sí que los hubo. Y no pocos. Pero es necesario colocar la cuestión dentro de sus auténticos límites (…) las crueldades que se cometieron no fueron cosa nueva en el mundo, mas sí lo fue que entre los mismos españoles se alzara la voz de protesta que obtuvo al fin remedio (…) la voz que denunció los abusos y la voluntad que les puso coto, fueron tan españolas como pudo serlo la maldad que motivara la acusación. Y lo que perduró no fue ni el abuso ni la crueldad.” Por otra parte no debemos soslayar el hecho de que la disminución de la población indígena en los años inmediatamente posteriores a la conquista fue debida a las epidemias, no a la espada. El aislamiento en el que vivieron los indígenas durante siglos, fue una especie de «cuarentena» que les protegió de las epidemias que asolaron otros continentes, pero que también impidió que desarrollaran anticuerpos, y al romperse esa «cuarentena» con la llegada de los europeos, las epidemias causaron mucho más estragos entre los indígenas carentes de defensas naturales que entre los europeos. Integración política y jurídica A la integración física y poblamiento del Continente siguió la integración «política», la cual se concretó en cuatro Virreinatos (México, Perú, Nueva Granada, y La Plata) y dos Capitanías Generales (Guatemala y Chile). Así en torno a la Corona se sustituyó la atomización y disgregación de los incontables pueblos prehispánicos. Esa integración política fue manifiesta en la subsiguiente integración jurídica del Continente, concretizada en la Recopilación de las «Leyes de Indias», la cual reunió las leyes, cédulas reales y ordenanzas de derecho público y privado para las Indias que la Corona española fue promulgando de acuerdo con las necesidades que se presentaban. La primera «Recopilación» data de 1571 fue realizada por el insigne jurisconsulto Juan de Ovando; la última y definitiva fue aprobada por el Rey Carlos II en 1680, la cual estuvo integrada por 9 Libros, 218 títulos y 6377 leyes. “El contenido de la Recopilación puede dividirse en dos partes: la relativa a los Indios (Libro VI) y la relativa a los demás habitantes de los reinos de ultramar (el resto de los libros). El VI, sobre los indios, contiene lo principal de la legislación protectora que los salvó de su destrucción y promovió su incorporación a la cultura cristiana.” Integración cultural Si la ambición y la codicia -desgraciadamente siempre presentes en el actuar humano- hubieran prevalecido, una vez lograda la victoria militar los españoles no se hubieran empeñado en la integración cultural de los pueblos indígenas, tal y como fue llevada a cabo. Tal empeño fue ya explícito en las «Instrucciones» escritas dadas los primeros gobernantes de «las Indias», y reiterado frecuentemente en las Leyes que la Corona Española expidió para proteger e integrar a los indígenas. “El hombre de España no llega para integrar una casta aislada de los naturales; quiere que el natural se le iguale, para lo cual le ofrece su fe y su lengua.” La conquista militar fue sin duda un drama para los indígenas, y la historia revela que fue inevitable, pero lejos de llevar a una tragedia, permitió el surgimiento de una nueva realidad: Hispanoamérica; y una nueva cultura: la Cultura Hispanoamericana.
Características fundamentales de Hispanoamérica y su cultura La característica más relevante de Hispanoamericana es el mestizaje, y la más importante es su acendrado catolicismo. Aunque son dos características distintas y perfectamente diferenciadas, en la historia de Hispanoamérica surgieron de manera casi simultánea y con influencia recíproca, por lo que es necesario analizarlas una a la luz de la otra, para comprenderlas mejor. La Evangelización realizada por los misioneros en el siglo XVI no anuló sino «transfiguró» el mundo indígena; el mestizaje le dio su carácter. La palabra «mestizaje» (mixtum = mezcla) designa básicamente la «mezcla» entre grupos humanos de raza distinta. Sin embargo, este significado de orden biológico-racial, se extendió al ámbito cultural, y así tenemos dos aspectos a analizar: el mestizaje racial y el mestizaje cultural
El mestizaje racial Tanto la Iglesia como la Corona propiciaron desde el principio el mestizaje racial. Una «Instrucción» de los Reyes de España fechada el 29 de marzo de 1503 y dirigida al Gobernador De Ovando y Oficiales sobre el Gobierno de las Indias, indicaba: “Mandamos que el dicho Nuestro Gobernador e las personas que por él fuesen nombrados para tener cargo en las dichas poblaciones, e ansí mismo los dichos Capellanes, procuren como los dichos indios se casen con sus mujeres en haz de la Santa Madre Iglesia; en que ansí mismo procuren que algunos cristianos se casen con algunas mujeres indias e las mujeres cristianas, con algunos indios.” Continuando con la misma política, las Leyes de Indias ordenaban: “Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios, como con naturales de nuestros reinos, o españoles y que en esto no se les pongan impedimento.” En la práctica, dado que las mujeres españolas no viajaban a las Indias sino en compañía de sus maridos, inicialmente en el mestizaje racial el varón fue español y la mujer indígena. Obviamente en 1492 no existía ningún mestizo; pero en la actualidad los mestizos constituyen la mayoría de la población hispanoamericana, con la excepción de la Argentina, que nunca tuvo una población indígena significativa. Este hecho indica claramente que el mestizaje no fue algo ocasional, sino un proceso sistemático y sumamente dinámico. Las uniones español-indígena que dieron origen al mestizaje no fueron violaciones de las mujeres indígenas, como sostiene la leyenda negra para difundir la calumniosa y denigrante idea de que Hispanoamérica es producto de una «violación sistematizada». Fueron muy contados los casos en que efectivamente hubo alguna violación; en cambio fueron numerosas las uniones de concubinato que se dieron entre conquistadores e indígenas, pero éstas no pueden equiparase con «violaciones»; la noción de hidalguía tan valorada socialmente entre los españoles, les impedía tratar a la mujer como objeto. Además, en cuanto la Iglesia y las Coronas Española y Portuguesa manifestaron abiertamente una actitud recriminatoria al concubinato, éste tipo de uniones fueron disminuyendo drásticamente, si bien nunca desaparecieron del todo. No olvidemos que, entre otras cosas, se arrastraban las costumbres del mundo prehispánico, en el cual la poligamia era extensamente practicada, y que la monogamia es una realidad de cuño eminentemente cristiano. El mestizaje racial se llevó a cabo fundamentalmente a través de la formación de familias cristianas, donde la mujer es el centro y cimiento insustituible. El español amó a su compañera india, supo que había hecho de ella una cristiana y que sus hijos, mestizos, serían cristianos; uno de los primeros fue el matrimonio formado por Luisa Xicoténcatl y el capitán Pedro de Alvarado. En la mentalidad cristiana –y la mayoría de los españoles del siglo XVI lo eran profundamente-, todo el orden social depende de la fortaleza de la familia. “España enseñó a los indios que no regalaran sus hijas, que respetaran sus hogares. Forjó en ellos el sentido de la familia, en la que a la corta o a la larga se impone la mujer, dignificada por su función de madre y de esposa. Si el ser y la personalidad del hispanoamericano tienen un contenido esencial, es la fortaleza y la unidad de la familia y el respeto que en su seno se guarda a la mujer. Tal un legado de España. Nadie en Hispanoamérica es capaz de traicionarlo sin destruir conceptos esenciales del estilo de vida del Continente”. El mestizaje cultural La familia cristiana fue también centro básico del mestizaje «cultural», pues en el seno del hogar las madres enseñaron a sus hijos a hablar y rezar en castellano, idioma que dio a Hispanoamérica la unidad lingüística que hoy posee, y que vino a sustituir la «babel» que significaban las más de mil lenguas indígenas. Así mismo fue en el seno familiar donde los hispanoamericanos aprendieron a contemplar y valorar el mundo conforme a la cosmovisión que proporciona el Evangelio; es decir, desde la perspectiva de la «Buena Nueva» que produce esperanza, alegría y optimismo a quien la acepta. El mestizaje «cultural» fue –sobre todo- resultado de una extraordinaria labor educativa encabezada por las órdenes religiosas misioneras, que dieron la pauta para la acción y ejemplo de entrega, protección y caridad cristiana para con los indígenas. La labor educativa se desarrolló en dos grandes frentes: el informal y el formal. La educación «informal» buscaba abarcar a toda la población: niños y adultos, hombres y mujeres; tenía como objetivos enseñarles el catecismo y erradicar la idolatría, así como habilitarlos en algún oficio que les permitiera una forma honesta de vivir. Con un gran sentido pedagógico, además de la predicación, los misioneros inventaron diversos medios; así crearon catecismos pictográficos, obras de teatro, canciones, etc. Trabajando «para» y «con» los indígenas, les enseñaron nuevas técnicas de construcción (como la bóveda y el arco) y el uso de herramientas de acero. Trajeron de España artesanos que vinieron a enseñar a los indígenas diversos oficios como la herrería, la peluquería, o la fabricación de instrumentos musicales. Enriquecieron oficios que los indígenas ya dominaban al proporcionarles nuevos medios de fabricación (como el torno en la alfarería). Inicialmente la educación «formal» estuvo circunscrita a los niños y se impartía en escuelas elementales en las que, además del catecismo, se les enseñaba a leer y escribir, a sumar y restar, y un oficio. En las ya señaladas «Instrucciones» de 1503 dadas al Gobernador de La Española Nicolás de Ovando, se dice: “Que se hiziese hazer una casa adonde dos vezes en cada día se juntasen los niños de cada población, y el sacerdote les enseñase a leer, escribir y la doctrina cristiana, con mucha caridad.” En 1531 Vasco de Quiroga, entonces funcionario de la Audiencia y después Obispo de Michoacán, escribe al Consejo de Indias que los religiosos tenían en sus casas a numerosos muchachos indígenas “tan bien doctrinados y enseñados, que muchos dellos, además de saber lo que a buenos cristianos conviene, saben leer y escribir en su lengua, y en la nuestra y en latín.”. Esto que ocurría en la Nueva España no era un hecho aislado, sino que se replicaba a lo largo del Continente. “A fines del siglo XVI, las escuelas de niños en Nueva España eran tantas como conventos, y éstos no bajaban de doscientos, lo cual puede ser dicho del Perú, de Venezuela, de las Islas.” Sin embargo este esfuerzo era aún pequeño comparado con los millones seguían sin conocer lo que era una letra. En relativamente pocos años, el aprovechamiento logrado por muchos indígenas hizo necesaria la creación de colegios superiores, cuyo plan de estudios estaba formado por el «Curso de Latín» (gramática latina, lógica y retórica) y el «Curso de Artes» (geometría, aritmética, música y astronomía). El primer colegio del Nuevo Mundo fue el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, inaugurado el 6 de Enero de 1536. Poco después la geografía de Hispanoamérica fue tachonada con muchos otros colegios. Entre otros podemos mencionar: en la Nueva España, los colegios de Michoacán, Xochimilco, Guadalajara y Puebla; en el Perú los de Lima, Trujillo y Cuzco; en Nueva Granada, el de Santa Fe de Bogotá, y el de Quito. La obra educativa «formal» tuvo su culmen en la erección de Universidades. La primera de ellas: la Universidad de San Marcos, en Lima, creada por cédula real de Felipe II (entonces aún Príncipe Regente) fechada el 12 de Mayo de 1551 sobre la base del Colegio que en esa ciudad tenían ya los frailes dominicos. El 21 de Septiembre del mismo año fue emitida otra cédula por la cual se creaba la Universidad de México, que tuvo entre sus primeros alumnos al célebre indígena Antonio Valeriano, autor del «Nican Mopohua». En la cédula Real sobre la fundación de la Universidad de México, en nombre de su padre el rey Carlos, el príncipe heredero Felipe II decreta que “…en la dicha ciudad de Méjico se fundase un estudio e Universidad de todas las ciencias, donde los naturales y los hijos de españoles (es decir, mestizos y criollos) fuesen industriados (…) e les concedemos los privilegios y franquezas y libertades que así tienen el estudio e Universidad de la ciudad de Salamanca…” Los mismos privilegios fueron también otorgados a la Universidad de Lima en la cédula de su fundación. Haya sido por la educación formal o por la informal, la vida de los indígenas cambió radicalmente por su integración a la cultura occidental cristiana. En 1552 Francisco López de Gómara, escribe en la segunda parte de su «Historia General de las Indias»: “Diéronles bestias de carga para que no se carguen; y de lana para que se vistan, no por necesidad, sino por honestidad. Mostrárosles el uso del hierro y del candil, con que mejoran la vida. Hanles dado moneda para que sepan lo que compran y venden, lo que deben y tienen. Hanles enseñado latín y ciencias, que vale más que cuanta plata y oro les tomaron; porque con letras son verdaderamente hombres y de la plata no se aprovechan muchos ni todos. Así que libraron bien en ser conquistados y mejor en ser cristianos.”
El barroco hispanoamericano: expresión de una nueva cosmovisión El mestizaje cultural -característica fundamental de Hispanoamérica- tiene su expresión más acabada en «el barroco». El barroco es algo más que un estilo artístico; es una cosmovisión. Comunmente se entiende por «barroco» una obra artística formada por una gran cantidad de detalles, pero en la cual cada detalle es importante en el significado de la obra. La cosmovisión mítico-mágica del sustrato prehispánico, en cuanto no prescindía de los elementos individuales (lo cual impedía la abstracción y elaboración de conceptos) de alguna manera preparó el terreno cultural a la irrupción del barroco. Cuando esa cosmovisión se derrumbó por la evangelización que introdujo la noción de Creación desmitificando al cosmos (éste era obra «de» Dios, pero «no era» Dios), la nueva cosmovisión injertada en los misterios cristianos incluyó la pasión por los detalles expresados a través de la sensibilidad y habilidades artísticas de los indígenas cristianos. Por ello el barroco hispanoamericano es mestizo, y por tanto diferente al barroco español, portugués o italiano. Así la arquitectura hispanoamericana será eminentemente barroca, como lo prueban los innumerables edificios construidos a lo largo de toda su geografía. De entre ellos podemos citar la Catedral de Panamá, la Iglesia de la Compañía en Cuzco, la Universidad de San Carlos, en Antigua, Guatemala, y la Iglesia de Santa María Tonanzintla, en Puebla. El nombre de ésta última es muestra clara del mestizaje: nombre cristiano y apellido indígena; mestizaje lexicólogo que encontramos en personas, instituciones, advocaciones y poblaciones. “El barroco americano consistirá, sea en una concepción exuberante de la naturaleza, sea en su vocación sobrenatural, en un incesante movimiento. Implicaba una ruptura con la geometría clásica del Renacimiento, con sus proporciones humanistas, y se proyecta hacia la no-medida y el color, con un espíritu comprometido, militante, propagandista, persuasivo, dramático y glorificador de la creación, de la Iglesia, del Creador y Salvador”. El barroco hispanoamericano lo encontramos también en obras literarias, entre las que podemos citar las del Inca Garcilaso de la Vega, las de Sor Juana Inés de la Cruz o las de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. Aún más numerosas son las pinturas y las esculturas barrocas presentes en prácticamente todas las poblaciones de Hispanoamérica. Podemos pues afirmar que, efectivamente, la cultura hispanoamericana es barroca desde la cosmovisión, la arquitectura y el discurso, hasta la gastronomía como lo prueba el «mole poblano», para cuya preparación se requieren más de diez ingredientes distintos, mezclados en proporciones específicas, y si alguno falta o falla su proporción, el mole simplemente no sabe igual.