COMPAÑÍA DE JESUS. Supresión en España
HISTORIOGRAFÍA SOBRE LA EXPULSIÓN
Los hechos: - La expulsión se llevó a cabo entre las noches del 31 de marzo y la del 2 de abril de 1767. - La orden del Rey fue publicada a través de la «Pragmática Sanción» del 2 de abril de 1767. - El plan de su ejecución fue llevado a cabo bajo las órdenes del Conde de Aranda, primer ministro.
La historiografía La literatura del tiempo es escasa, dada la prohibición explicita de Carlos III en la «Pragmática Sanción»; a pesar de ellos se publicaron algunas justificaciones de la decisión real por parte de obispos como la larguísima pastoral del arzobispo de Burgos, José Rodríguez de Arellano, donde habla de la “perversidad de la doctrina jesuítica” y donde afirmaba que el único modo de eliminarla era el «extrañamiento» (expulsión) de la Compañía del Reino.
La temática será tratada después de 1814 y 1815, cuando la Compañía fue restaurada por Pío VII también en España. Entonces algunos estudiosos quisieron justificar el regreso de los Jesuitas, por lo que tuvieron que examinar la decisión de 1767. Muchos de esos estudiosos quisieron culpar a la masonería y a diversos enciclopedistas españoles de la época, influidos por los franceses, como enemigos de la Iglesia, y que ocupaban cargos ministeriales importantes en el gobierno de Carlos III de Borbón. Ese grupo de ministros ilustrados, no exentos de un racionalismo en mayor o de menor grado según los casos, se proponían como objetivo golpear a la Iglesia hiriendo a la Compañía. Entre los historiadores españoles fuertemente críticos de esos ilustrados hay que citar a Vicente de la Fuente. Será esta la opinión del historiador inglés Thomas Babington Macaulay al hablar de la ilustración ante el catolicismo.
En 1845 se publica un dictamen jurídico del Fiscal general del Reino, que justificaba la rehabilitación de la Compañía por parte de la monarquía española. Esta publicación suscita los ánimos en defensores y en detractores (conservadores y liberales-anticlericales). Entre los defensores emerge el polígrafo e historiador Marcelino Menéndez y Pelayo, y unánimemente todos los escritores jesuitas de la época: en 1907 el Padre Hernández S.J, publicaba un artículo en la revista jesuita «Razón y Fe» donde afirmaba que la expulsión de los Jesuitas por Carlos III fue “Una persecución religiosa en el siglo XVIII”.
En la misma línea continua la historiografía jesuítica hasta el Padre García Villoslada en su «Manual de Historia de la Compañía de Jesús» (1941) y en el artículo del mismo en «Diccionario de Historia Eclesiástica de España» (1972). Lo mismo se encuentra en obras tan importantes como en la «Historia de los Papas» de Ludwig von Pastor (1931, con ediciones posteriores hasta la década de 1960), donde parece que el argumento había sido preparado por el jesuita W. Kratz.
La renovación de los estudios históricos sobre el siglo XVIII han llevado a partir de 1950 a una importante revisión. Entre ellos hay que recordar los nombres de reconocidos historiadores como los de Corona, Baratech, Batllori, Laura Rodríguez, Olaechea, Ferrer Benimelli, Pinedo, Cejudo y Egido… que han estudiado los motivos que han empujado a Carlos III a tomar aquella decisión.
El descubrimiento y publicación después de 1977 por parte de los historiadores Jorge Cejudo y Teófanes Egido del texto del «Dictamen fiscal de la expulsión», redactado por Campomanes, fiscal general del Reino, y encontradas las cartas de su antiguo archivo, y hoy en la «Fundación Universitaria Española», y que ha sido determinante sobre el ánimo de Carlos III para llegar a la decisión, ha abierto nuevas perspectivas sobre el argumento.
Pastor afirmaba que el documento “muy importante” se había perdido. Gracias a este descubrimiento mucha historiografía sobre la expulsión de los Jesuitas y su supresión se ha repentinamente vuelto superada porque en este documento aparecen aquellas razones que Carlos III conservaba ocultas “en su real ánimo”. En 1979 Egido publica el capítulo consagrado a la expulsión en la «Historia de la Iglesia en España» (BAC), y Conrado Pérez Picón nos ofrece la «Anatomía del Informe de Campomanes», debida al famoso padre Isla (CSIC, León 1979).
Luego ha sido publicada una miscelánea de estudios que iluminan aspectos particulares sobre la expulsión, como la de Egido y Pinedo: «Las causas “gravísimas” y secretas de la expulsión de los Jesuitas por Carlos III». Además, tras la publicación del Epistolario entre Carlos III y Tanucci, y el Epistolario de Campomanes, el diario del cardenal Pirelli (sobre el Conclave donde resultó elegido Clemente XIV) resulta más comprensible el conjunto y el trasfondo político europeo de la elección del cardenal Ganganelli, el futuro Clemente XIV al pontificado.
LAS CAUSAS DE LA EXPULSIÓN
El contexto. Tras la guerra de sucesión española (1701-1714) son expulsados los jesuitas filo-austríacos de España y de sus Reinos. Parecía por ello que la Compañía quedaba así segura. La monarquía española de los Borbones se presentaba como protectora de los Jesuitas. Todavía Carlos III, hijo de Isabel de Farnesio, familia notoriamente protectora de los Jesuitas desde sus primeros pasos en Roma, asegura su protección.
Causas o trasfondo ideológico Muchas decisiones prácticas derivan ciertamente de ideas previas. En nuestro caso existe una «ideología» política y eclesiástica clara y era el «regalismo», muy bien expuesto por Campomanes en su conocido «Tratado de la regalía de amortización…», publicado en 1765. Esta era la ideología política y eclesiástica imperante alrededor de Carlos III y los otros factores de la supresión en Europa. Se trata de la defensa radical de una ideología política estatalista. Una intromisión de un sistema político de intromisión del poder civil en la esfera de los asuntos eclesiásticos.
Un sistema que en las relaciones Iglesia-Estado exagera los derechos de la Corona (Estado), apelando a argumentos históricos sobre la supremacía del poder civil sobre el eclesiástico. El origen de las tesis regalistas reside en el hecho de convertir en «derechos» innatos de la Corona (Estado) los que habían sido privilegios o «concesiones» gratuitas del pontificado a los reyes. El rey estaba convencido que podía actuar de manera unilateral, por razones de estado, y legitimado sus pretendidos derechos, contra un cuerpo eclesiástico, también si este se encontraba protegido por el derecho pontificio. El Estado se consideraba por encima de la Iglesia y no se preocupaba de sus derechos.
Causas sociales y de mentalidad: Se trata de razones socioculturales y de mentalidad hostiles a los Jesuitas que provenían ya desde lejos, y otras que se habían ido formando a lo largo de los años. Entre otras hay que recordar:
- El aislamiento de los Jesuitas de la sociedad española: con prerrogativas, exenciones, numerosos privilegios pontificios, independencia de los obispos, y un cierto orgullo de cuerpo…
- Las polémicas jurisdiccionales (exención) con los obispos: cuando serán expulsados ni un solo obispo español los defenderá; todo lo contrario de cuanto había pasado en Francia cuando el arzobispo de París, Crisóforo de Beaumont, seguido también por otros obispos, los defendió con una fuerte carta pastoral que le valió el exilio. Al contrario, en España, los obispos serán hostiles a la Compañía; algunos de manera fuerte, como el obispo de Barcelona Josep Climent, el obispo Francisco Armanyá, el arzobispo de Burgos Rodríguez de Arellano (tras su expulsión) con su conocida y larguísima carta pastoral (115 páginas, 742 parágrafos), paradigma de las acusaciones contra la Compañía, donde examina punto tras punto las razones de su expulsión desde el punto de vista de sus doctrinas filosóficas y morales.
- El resentimiento de las otras Órdenes religiosas contra los Jesuitas, acusados de arrogancia y críticas sobre sus doctrinas y métodos de apostolado. La publicación de la novela del Padre Isla, «Fray Gerundio de Campazas…», donde se ridiculizaba la decadencia, bajo tono e ignorancia de los frailes predicadores, llevó al paroxismo tal resentimiento. Se distinguieron en esta hostilidad los franciscanos, los dominicos y los agustinos. Estos últimos se distinguieron de manera especial debido a las polémicas doctrinales del agustinismo y del jansenismo. El general de los agustinos, el peruano Vázquez, era enemigo declarado de los jesuitas y entra en contraste estrecho con Roa, Azara y Moniño a partir de 1763 sosteniendo la necesidad de su supresión universal para el bien universal de la Iglesia.
- La hostilidad de todos aquellos opuestos al sistema educativo jesuítico, de los enemigos de las «escuelas de gramática», de cuanto se consideraban marginados por el «partido jesuítico» que formaban el llamado grupo de los «colegiales», odiados por el grupo contrario de los «manteístas». Pero sobre todo eran odiados por cuantos les señalaban como detentores de un monopolio sobre la enseñanza. Por otra parte hay que reconocer que el método educativo jesuita en este «siglo de las luces» permanecía todavía apegado a los antiguos esquemas, sin una renovación en el campo de las ciencias experimentales, con un inmovilismo doctrinal patente en tal campo.
Causas políticas
Algunos hablan de oposición de dos «despotismos»: el político ilustrado y regalista de los ministros de Carlos III, y el jesuítico ultramontano y defensor decidido de los derechos del Papa. Los primeros veían en los jesuitas una «quinta columna» dentro del Estado regalista. Por ello la mejor solución era la de expulsarles del Estado.
En tal contexto se sitúa el «contencioso de las fronteras» entre los territorios de España y de Portugal en América del Sur, que desembocan en la guerra guaraní por la aplicación en 1750 del tratado de los límites fronterizos entre las dos Potencias en las regiones todavía inciertas en los límites entre Paraguay y Brasil. La crisis fue aprovechada por el ministro portugués marqués de Pombal para expulsar a los jesuitas en los territorios del reino portugués. Su resonancia envenenó también la política de Madrid.
Poder también económico
Algunos señalan también los diferentes aspectos de una lucha existente en el marco de la sociedad (y no solo española) por el predominio social, político y también económico. De aquí que se acusase a los jesuitas de tener un notable poder económico. No se les acusaba tanto el que tuviesen bienes económicos, sino del hecho que estos salían del Estado (Reino), y esto rompía uno de los principios de las «regalías». De hecho, en el decreto de expulsión se indica especialmente a las «temporalidades» (bienes, muebles e inmuebles) de la Compañía. Por esto, todos los administradores de las casas jesuíticas tuvieron que quedarse en los territorios españoles durante un cierto tiempo para dar cuenta de la situación económica de las comunidades.
A estas diversas razones se suma el «motín de Esquilache» contra el ministro de Carlos III, el italiano marqués de Esquilache, Leopoldo de Gregori, y las reformas económicas y de costumbre que pretendía introducir junto con el Ministro Grimaldi (Madrid, 23 de marzo de 1766). En el «motín» la gente saqueó sus palacios y se manifestó ante el Rey, que, espantado y temeroso de ser asesinado, se trasladó al palacio real de Aranjuez, cerca de Madrid. Se buscaron a los instigadores del «motín», y se indicaron falsamente a los jesuitas como sus responsables. Prácticamente con ello estaba ya sentenciada su expulsión. Aquellos hechos llevaron al Gobierno a imitar las medidas de Portugal y de Francia contra la Compañía.
¿Cómo? La argumentación la encontramos bien expuesta en el «Dictamen fiscal» de Campomanes, que supo aprovecharse de los miedos de Carlos III, que continuaba retirado en Aranjuez. El Dictamen fiscal presenta una argumentación implacable: demostrar al rey que aquel cuerpo era criminal, porque atentaba directamente contra las bases de la monarquía. Era regicida. Había que extirparlo totalmente. ¿Cuáles eran los vicios que Campomanes achacaba a la Compañía?:
- su intervención en los “motines” de 1766;
- su forma de gobierno “monárquico y despótico”, que había creado un Estado dentro del Estado;
- sus riquezas, sobre todo en América, y particularmente en Paraguay;
- las doctrinas morales del probabilismo, que justificaba el tiranicidio;
- el ejemplo de cuanto había sucedido en Portugal y en Francia;
- la oposición de los jesuitas a las monarquías de Portugal y de España y su prevención contra los Borbones;
- el espíritu particular de la Orden, que ha expuesto el Reino (el Estado) a “cismas y discordias”:
Por estas razones, el Fiscal general pide al Consejo extraordinario que con el exilio de los jesuitas “purifique el Reino de los verdaderos enemigos de su tranquilidad y prosperidad”. No se ha podido demostrar nunca la participación de algún jesuita en los motines contra Esquilache. La «Pragmática Sanción» (Decreto de Extrañamiento) del 27 de marzo de 1767 no fue otra cosa que la consecuencia lógica del «Dictamen Fiscal».
La precisa forma organizativa con la que el ministro Aranda la llevó a cabo es su epílogo, mandando al exilio unos 5000 jesuitas de la España peninsular, de la América española y de las Filipinas. De estos solamente unos 700 pasaron al clero diocesano, como se les había propuesto o permitido; los demás permanecieron fieles a sus votos en la Compañía y tomaron el camino forzado de un exilio dramático lleno de aventuras.
Roda, ministro de Carlos III pudo entonces escribir: “Por fin se ha terminado la operación cesárea en todos los colegios y casas de la Compañía”, y escribió a su amigo el ministro francés Choiseul: “La operación nada ha dejado que desear: hemos muerto al hijo; ya no nos queda más que hacer otro tanto con la madre, nuestra Santa Iglesia Romana”.
Queda también un aspecto fundamental en esta historia dramática: la actitud personal de Carlos III, hijo de Isabel de Farnesio, de una familia tradicionalmente favorable y bienhechora de la Compañía desde sus primeros tiempos, y que habría hecho jurar a su hijo proteger a la Compañía. ¿Cómo es que rompe ahora el juramento? Hay varias hipótesis. Algo es seguro: la argumentación fundamental de Campomanes en su Dictamen tiende a hacer ver al rey el peligro que los jesuitas supondrían para su monarquía e incluso para su persona. “Han declarado por autoridad propia ser el rey hereje, fatuo, amancebado e inepto para el mando; han anunciado su muerte” (núm. 597).
El papa Clemente XIII rechazó con fuerza aquella decisión: escribe un breve a Carlos III, «Inter acerbissima», donde escribe la famosa frase clásica de César a Bruto y que aplica ahora a Carlos III: “¿tu quoque fili mi?”. El papa se negará, como Jefe de Estado que era, acoger a los jesuitas embarcados desde las costas españolas en el territorio de los Estados Pontificios. Sólo más tarde visto el viacrucis tremendo que sufrían, el Pontífice acabará abriendo las puertas de los mismos para acogerlos.
CONSECUENCIAS DE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS EN EL IMPERIO ESPAÑOL
Los sufrimientos de los jesuitas expulsados
Se conservan varias relaciones hechas por sus protagonistas: Josep Manuel Paramás (viaje de los jesuitas del Paraguay hacia los Estados Pontificios); Sebastián Puig (el desde las Filipinas), Blas Larraz (los jesuitas de la universidad de Cervera, en Aragón y Cataluña). Su periplo hacia el exilio fue verdaderamente atroz y doloroso; nadie les daba asilo y los comandantes de las naves no sabían donde desembarcarlos. Navegaban al azar hacia un destino desconocido. Finalmente, tras 4 meses de un vagabundeo marítimo doloroso, serán abandonados a su suerte en la isla de Córcega para ser más tarde, cuando la isla pasa a Francia, acogidos por fuerza en los Estados Pontificios.
La cultura italiana de los jesuitas expulsados Una consecuencia totalmente imprevista fue la llegada de los jesuitas desde el Imperio español a Italia. Su llegada constituyó un aporte cultural más que notable a Italia. Ya el historiador y polígrafo Marcelino Menéndez y Pelayo lo había hecho notar en su tiempo. Un historiador jesuita contemporáneo, Miguel Batllori, lo pondrá de manifiesto en su obra «La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos españoles, hispanoamericanos, filipinos 1767-1814» (Ed. Gredos Madrid 1966).
El Imperio español sin los jesuitas Desde 1767 a 1814 no quedó rastro de los jesuitas en el entonces vastísimo Imperio español, con su total ausencia en los campos educativos, culturales y misioneros. Tales fueron las nefastas y graves consecuencias de aquella expulsión, en unos momentos cruciales y críticos de transición histórica epocal. Se puede señalar, entre otros aspectos el fundamental para el cristianismo de la lucha sin cuartel comenzada contra la experiencia cristiana por el racionalismo ilustrado, ateo en muchos casos, y explícitamente anticristiano en otros. La lucha contra el catolicismo fue emprendida con tesón pertinaz en muchos ambientes culturales y políticos europeos y americanos. Basta señalar al proceso incoado por la Revolución francesa y que marcará el camino cultural, económico y político hostil al catolicismo y a la Iglesia en las décadas siguientes. En aquel ambiente de convulsiones culturales y políticas acontece la invasión napoleónica de España y la disolución de su Imperio; se producen en cadena las independencias de los territorios americanos; se dan los violentos epígonos de un regalismo radical y cada vez más anti romano en formas más o menos intensas, como el llamado «cisma de Urquijo» durante el reinado de Carlos IV, cuando este ministro prescinde unilateralmente del Papa en las dispensas matrimoniales.
La traumática transición en la España de comienzos del siglo XIX, sin puntos claros de referencia en el campo no solamente político y social, sino también eclesial, con una Iglesia medio adormecida e inerte en sus instituciones y en su vida religiosa. Este panorama no sólo es aplicable al Imperio español en ocaso imparable, sino que también se puede aplicar en buena parte a otros Estados o Reinos que se confesaban oficialmente católicos, y tal será la triste suerte que tocará a las nuevas Repúblicas hispanoamericanas, fragmentadas política, cultural, económica y también eclesiásticamente.
Antes de 1767, fecha de la expulsión de la Compañía del Imperio español, y de 1773 fecha de su total supresión por Clemente XIV, la presencia de los jesuitas, con todos sus límites, constituía un núcleo fuerte de presencia católica en un mundo que se encaminaba inexorablemente hacia lo que será la Revolución francesa. Lo era a través de la presencia en el corazón de la sociedad del entonces Imperio español de colegios, iglesias, instituciones y misiones, que se vieron eliminadas de la noche a la mañana, con frecuencia sin dejar rastro alguno y borrando del mapa más de dos siglos de historia cultural y misionera intensa, sin ser sustituidas por otras iniciativas que pudiesen continuar aquella obra.
La repercusión internacional de la medida de Carlos III: la ley del mimetismo, se muestra en este caso. Todos los Estados de la órbita borbónica (Nápoles y Sicilia, Parma, Malta…) siguen las huellas de Carlos III. Y, sobre todo, al final, su gobierno obtiene de Clemente XIV la supresión de forma universal. En tal sentido se ven empeñados los ministros de Carlos III, especialmente el ministro Moñino, los terrores psicológicos del papa Ganganelli (Clemente XIV), las confabulaciones de altos prelados enemigos de los jesuitas como Zelada, el cardenal De Bernis (embajador de Francia ante el papa) y muchos otros, las tratativas para la redacción del breve pontificio «Dominus ac Redemptor» de 1773, fabricando en la embajada española, y su práctica imposición, y luego la extensa publicidad que se le da.
Una reflexión sobre el porqué de todo este proceso
Si la Compañía había sufrido una transformación en su naturaleza, finalidad y medios (carisma), o al contrario fue su fidelidad a la “primigenia Instituti inspiratio” (su carisma original y desarrollo en la historia) que en los momentos dramáticos del «siglo de las luces» hace saltar al final una taimada, pero precisa persecución ideológica, cultural y religiosa contra ella. Un erudito español ilustrado, Gregorio Mayans, escribirá en 1777 a un amigo filo-jesuita de la Universidad de Cervera (Josep Finestres), dando un juicio -que bien puede ser muy discutible- sobre cuanto ya había sucedido diez años antes: “Este cuerpo que de santo se hizo sabio, de sabio político y de político nada”.
Se trata de un juicio parcial, pero en el fondo dice cosas que pueden ser verdad. En el siglo XVIII el Poder político y cultural dominante se propuso eliminar a la Compañía del cuerpo social. Al final consiguió su propósito temporalmente. Mayans expresa su pensamiento, siempre discutible. Pero la historia de la Iglesia puede siempre enseñar algo (magistra vitae).
¿Tuvieron los jesuitas un influjo en el proceso de las independencias de la América Española?
El historiador jesuita Miguel Batllori ha estudiado a fondo el caso de los jesuitas españoles expulsados de los Dominios del Imperio Español y en buena parte asentados en Italia. Algunos historiadores han estudiado el influjo de los jesuitas expulsados de la América Española, los cuales, desde el exilio, fundamentalmente en Italia, pero no sólo, han producido una literatura anti absolutista, nacionalista y favorable a las independencias. El modelo de tal literatura sería la carta del jesuita peruano Juan Bautista Viscardo y Guzman (1748-1798), expulsado y que morirá en Londres, titulada «Carta a los españoles americanos». Entregó su escrito al embajador norteamericano en Gran Bretaña, que la entregará luego a Francisco Miranda, el criollo venezolano protagonista de la independencia de Nueva Granada. De hecho, la carta tuvo una notable difusión; además fue traducida al francés y al inglés (en Filadelfia).
Algunos afirman que se puede considerar «la primera acta de la independencia» o la primera proclama de los comienzos de la independencia proclamada, en cuanto sintetiza de manera clara “de modo perfecto todo lo que entonces podía constituir la dialéctica del hombre criollo en su lucha contra la monarquía española: sueño de libertad política y económica; reivindicación e idealización del indio despojado y legítimo señor del suelo; teoría de la soberanía popular y nueva mística de la nación”. En Viscardo se ve su latente y fuerte criollismo y una débil idea de nacionalismo; no es en absoluto un «enciclopedista».
La expulsión constituyó un paso para facilitar las independencias, porque cuando desapareció la Compañía de la América española se anula uno de los elementos más válidos que mantenía la adhesión de los criollos de hispanoamericanos con la Corona española. Una vez que fueron expulsados los miembros de la Compañía, tras la supresión pontificia de la misma, darán origen a diversos tipos de historiografía que encienden y mantienen vivo el sentimiento de lo que es considerado «americano».
Examinando la amplia producción sobre la historia política, social, eclesiástica… en autores jesuitas expulsados como Clavijero, Alegre, Cabo, Velasco, Gómez Vidarrue, etc…, el padre M. Batllori S.J. observa que estos jesuitas no eran “españoles puros ni siquiera americanos puros: representaban una fase regionalista pre-nacional, en la que la nostalgia de desterrados representó el papel que el romanticismo histórico había de ejercer en las situaciones similares que en Europa conocerán, más de un siglo después, los Estados faltos de homogeneidad demográfica y lingüística”.
NOTAS
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ