SEÑORÍOS PREHISPÁNICOS. Los Altépetl mesoamericanos

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Un mundo fragmentado

¿Cómo era culturalmente el mundo mexica y sus pueblos a la vigilia de la llegada de Hernán Cortés al territorio de lo que después albergaría a la «Nueva España»? Ese territorio estaba habitado por un conjunto de pueblos, reinos, estados y tribus, cada uno con su propio ambiente y lengua, pero con predominio de la lengua náhuatl como lengua mayoritaria y franca.

Entre estos pueblos se encontraban los mexicas o aztecas, pueblo que dos siglos antes de la llegada de Cortés habían llegado al gran Lago de Texcoco, habían construido su ciudad en el centro del Lago y se habían impuesto a las otras ciudades-estado que habitaban en las márgenes del Lago y el resto del Valle de Anáhuac, creando así un centro de poder que les permitió lanzarse a dominar a otros pueblos más alejados a quienes, tras vencerlos militarmente, les exigían cuantiosos tributos, pero sin integrarlos social y culturalmente. A esa realidad los españoles le adjudicaron extra lógicamente la categoría de «imperio».

El «imperio» azteca-mexica se basaba en su fuerte convicción de ser el «Pueblo del Sol». Vamos a intentar trazar algunos rasgos de aquel mundo cultural y político, poniendo de relieve algunos elementos que crearán una propia cohesión y fuerza cultural religiosa-política.


Estados y pueblos en la danza del cosmos

La visión cósmica o «cosmovisión» que todo hombre tiene en cuanto consciente de sí mismo, es decir, el único sobre la faz de la tierra que además de existir «sabe que existe» influye y determina antes que nada el ámbito religioso, pero también las realidades históricas, sociales y políticas de un pueblo determinado.

En el caso del pueblo azteca, su convicción de ser el «pueblo del sol» le dio una fuerza de acción que avasalló a sus coterráneos. Su concepción del curso del Sol se extendía también a la vida de un imperio, comparada con un día. Un reinado se asimilaba a un «día», y por ello tenía su aurora, su crecimiento, su zenit y su ocaso; el rey crecía masculinamente y fenecía femeninamente; cuando se sentía imposibilitado para participar en las campañas militares y en las guerras, se veía ya este declive; el rey se dedicaba más al culto interno religioso, encerrándose en él, que a los combates exteriores.

Las migraciones del pueblo mexica hacia una tierra prometida habían sido dirigidas por un dios y se habían desarrollado por la noche hasta llegar a su destino, en el Sol levante, el lugar donde el águila devoraba a la serpiente, donde el nopal de la estación seca reverdecía en la laguna tras la estación de las lluvias. La mañana era el nacimiento y el ascenso del imperio mexica-azteca, la ciudad-estado (Tenochtitlán), construida en aquella laguna, que conquistaba y sometía a los reinos vecinos sedentarios; era el cenit del poder del imperio mexica-azteca. Pero llegaría inexorablemente la tarde, el ocaso. En la mente de aquellos mexicas-aztecas ese ocaso llegó con el arribo de Hernán Cortés y de los conquistadores españoles. Así, la conquista española fue vista y valorada de manera dramática y fatalista, sin poder de resistencia posible o sin capacidad para evitarla. Era el sino del tiempo, el destino del que no se podía escapar. Los conquistados mexicas-aztecas asimilarían la conquista y entrarían en otra fase de la historia temporal. Era la noche de su imperio, el final; pero también el comienzo de otro nuevo día. En el fondo, para ellos, podía ser visto como la unión de los contrarios.

El tiempo del arribo de los españoles era, en su cosmovisión, un tiempo de ocaso. En la historia de la ciudad-estado de México-Tenochtitlán, que dura más o menos dos siglos, Motecuhzoma, que asciende al trono en 1440 d. C., representa el zenit de su poder; poco después comienza el descenso hacia el ocaso. Se dice que envió emisarios a Aztlán para dar a Coatlicue nuevas de su hijo Huitzilopochtli. Sus emisarios constataron la gran decadencia en que había caído debido a sus muchas riquezas.

Después de aquel «tlatoani» (emperador) Motecuhzoma I “reinaron otros con nombres como Tlalchitonatiuh, «Sol próximo a la tierra» uno de los nombres de Tízoc , y Cuauhtémoc, «águila que cae», es decir, el Sol poniente. En 1507 d. C., sobre el famoso monumento llamado Teocalli de la Guerra Sagrada, Motecuhzoma II se hizo representar en el ocaso, barbado, con un doble (nahualli) jaguar, frente al Sol levante Huitzilopochtli. Y se dice que, a la llegada de los españoles, quiso suicidarse, huyendo al paraíso de la Luna...”.

Pero ¿cómo era el mapa político del antiguo México a la llegada de Cortés, y sobre todo, por cuáles reglas o sistemas sociales se regía? Ya hemos visto la concepción de fondo del poder político-religioso «encarnado» en el tlatoani. Pero no es todo; hay otro sentido más complejo y rico que queda por indicar para poder intuir mejor el significado del Acontecimiento Guadalupano, fundamental en la formación cristiana de México y de América en su contexto original. Nos referimos al sistema de los reinos o señoríos, el «altépetl», dentro del mapa del México precortesiano, que en parte perdura en el hispano.

Reinos y señoríos –el «altépetl»– en el mapa político del antiguo México

El mapa político prehispánico de Mesoamérica se hallaba variadamente fragmentado en reinos y señoríos independientes, que eran objeto de conquistas sucesivas y de cambios continuos. En parte aquellas demarcaciones políticas subsistirán en Nueva España bajo la figura corporativa del «pueblo de indios», el «altépetl», que ha sobrevivido en parte en el municipio moderno, en sus topónimos y en sus linderos.

Refiriéndose a estos reinos y señoríos, los historiadores suelen denominarlos como «ciudades-estado». Eran de hecho pequeños estados, más o menos independientes. En náhuatl se les llamaba altépetl, que significa «agua-cerro», término que podía expresar muy bien, en el valle del Anáhuac, su configuración geográfica. Estaban regidos por el «tlatoani», señor perteneciente a dinastías o linajes tradicionales de mando; debajo del tlatoani funcionaban otras jerarquías.

Con el tiempo varios «altepeme» (plural de altépetl) se juntarán y formarán verdaderos «estados». Es preciso aclarar que éstos son vocablos nahuas, pero que en Mesoamérica existían otras lenguas y culturas con su propia terminología además de la náhuatl, como el «nun» mixteca, el «batabil» maya, etc..., que no siempre se regían por los mismos conceptos y estructuras.

Aunque «altépetl» fue traducido también por «pueblo de indios», el concepto y su realidad era mucho más compleja de lo que la simple expresión española indica, no obstante, pueda ser entendida también como «población». Sin embargo, el altépetl no fue una población, sino una realidad socio-política, un «ayuntamiento», un «concejo» autónomo, un «señorío», con su personalidad jurídica y su territorio, que continuará en la época virreinal, con sus cabeceras y sus diversas poblaciones y vecindades.

Antes de 1521, en el valle del Anáhuac destacaban los territorios-estado de la llamada «Triple Alianza» con sus reinos, ciudades y provincias tributarias, la república de Tlaxcala y otras. Las jurisdicciones políticas de la Nueva España conservarán básicamente aquellos linderos políticos. El gobierno del Virreinato se ejercía básicamente a través de esas jurisdicciones, que se solían llamar «corregimientos» y que a mediados del siglo XVI eran casi 275.

El gobierno español del Virreinato asumía las características típicas del sistema de Castilla y las integraba con las heredadas del antiguo México, por lo que se trataba de unidades ramificadas y dispersas con sus concejos y cabildos y por lo tanto con una administración descentralizada. Las jurisdicciones del Virreinato no fueron invención española, sino que se calcaron o ajustaron a los señoríos preexistentes.

Se sustituyeron los conceptos de «altépetl» y «señorío» de «pueblo de indios» y se denominó «cacique» (palabra caribeña) al «tlatoani» y a los principales nobles. La Triple Alianza se impuso sobre los señoríos que conquistó, pero sin desmantelarlos. ¿Pero cómo era el mapa previo a la Triple Alianza precortesiana del Valle del Anáhuac?

Frecuentemente Cortés y sus contemporáneos hablan en las crónicas de «reinos» y de «señoríos». ¿Qué eran o cómo funcionaban? Estos «señoríos» son fácilmente identificables en cuanto que figuran en los testimonios de los diversos documentos históricos, desde los petroglifos y códices prehispánicos, a los documentos pictóricos de ambas épocas y a los documentos españoles, como la «Piedra de Tizoc» , los «Anales de Tlatelolco» , el «Códice Mendocino» , etc. Existen también infinidad de documentos del Virreinato que identifican fácilmente lugares, toponímicos de los ‘señoríos’. Todo ello ayuda a componer el mapa político precortesiano con relativa facilidad.

Los «señoríos» eran diferentes tanto por composición interna como por sus rasgos lingüísticos y étnicos. Había «señoríos» simples en su composición étnica y en su organización socio-política, y los había más cosmopolitas y complejos desde el punto de vista social; a veces serán producto de alianzas dinásticas o familiares, un poco como ha sucedido en todas las sociedades. Algunos habían asimilado otras poblaciones, lenguas y culturas diversas como los nahuas, otomíes, totonacos y popolocas.

Lo mismo sucederá bajo el Virreinato con la absorción de nuevas poblaciones de mestizos y de otras gentes llegadas con la población negro-africana de la «trata» caribeña. Los «señoríos» no eran por lo tanto unidades inmóviles, homogéneas y excluyentes; incluían de hecho una apertura fundamental que facilitará más tarde el mestizaje bajo los españoles, ayudado a su vez por la apertura que propiciaba el catolicismo, capaz de acoger a los diversos componentes de la sociedad humana sin censuras étnicas.

“Hacia 1520 el número de «señoríos» rondaba el millar y medio. Los mexicas, con sus aliados, habían absorbido a algunas decenas de ellos e imponían tributo y otras obligaciones a seis o siete centenares”. Muchos señoríos se encontraban englobados en unidades políticas superiores, en alianzas políticas contra otros Estados, como la república Tlaxcalteca, o junto con esta contra la Triple Alianza mexica, o en coaliciones de reinos diferentes en Yucatán o en Michoacán.

Había otros en las sierras orientales, en la costa del Pacífico, entre los Zapotecas, en Tabasco, en Chiapas y otros lugares de la rica geografía mesoamericana. Todas estas unidades políticas autónomas fueron conquistadas por españoles, entrando así a formar parte del Virreinato de la Nueva España, y a partir del siglo XIX de la realidad de la nación-estado mexicana actual.

Durante el dominio español su número disminuyó y se redujo a dos o tres centenares, debido a reducciones administrativas y a varios factores contingentes pero importantes en su evolución histórica, como las epidemias que asolaron sobre todo a las zonas bajas y costeras y a la consecuente disminución demográfica. “Hacia 1600 sólo subsistían alrededor de 1250, arrojando un promedio cercano a cinco en cada una de las 275 jurisdicciones coloniales”.

Ya desde casi los comienzos de la presencia española se constituyó en cada «pueblo de indios» un cuerpo de gobierno y de justicia conforme a un modelo inspirado en los ayuntamientos castellanos: el «cabildo», con sus cargos de gobernadores, alcaldes, regidores, alguaciles y otros funcionarios menores, que ejercían las mansiones del gobierno concejil. En los primeros tiempos de la dominación española estos cargos los siguieron ocupando los señores o caciques del lugar; con el tiempo se pasó, como en los ayuntamientos castellanos, a un nombramiento anual en el que se conjugaban la rotación y elección por parte de los vecinos.

A estos «cabildos» o «ayuntamientos» se les llamaba también «cuerpo de república» o simplemente «república», muy en consonancia con el profundo espíritu comunero y democrático que había sido siempre característica de las pueblas y ayuntamientos castellanos, y que se conjugaba perfectamente con la antigua tradición indígena india. Así, por ejemplo, en cada uno de ellos existía una «caja de comunidad», especie de tesorería que físicamente era un arcón de tres llaves donde se guardaban los fondos comunes de la corporación. En la Nueva España la palabra «comunidad» designaba específicamente la hacienda o el tesoro público, con sus propiedades muebles e inmuebles comunes; no abolía este sistema la propiedad privada de la gente que era designada con el nombre de «el común», como todavía hoy se sigue llamando en muchos lugares de Hispanoamérica. “Así pues, cada «pueblo de indios» tuvo en su república un cuerpo de gobierno y en su comunidad un conjunto de bienes corporativos. Tanto república como comunidad eran componentes del «pueblo de indios» o altépetl, y asimismo lo eran cabecera y sujetos; o cacique, principales y común”.

Estas repúblicas de indios, o comunidades “exigían de sus miembros una participación corporativa intensa y la sujeción a rígidos códigos de conducta. Eran estructuras autoritarias, pero no cerradas”. Con la presencia española y el cambio estructural social, muchas cosas cambiaron y se produjeron emigraciones y movilizaciones hacia otras ciudades españolas, reales de minas, haciendas o ranchos.

El nuevo sistema de gobierno y la nueva situación política, así como razones económicas y la necesidad, lo permitían o inducían a ello, lo cual llevaba sin duda a cortar con los viejos sistemas sociales de pertenencia; se estaba creando un sistema social complejo, no siempre fácil de definir, que iba a dar lugar a la realidad social del nuevo México, fenómeno común al resto del continente hispanoamericano.


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