PERSECUSIÓN EN DURANGO (1922-1929)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Ubicado en el noreste de la República mexicana, Durango fue colonizado desde mediados del siglo XVI bajo el nombre de Nueva Vizcaya, misma que incluía a los actuales estados de Chihuahua y Durango. El 11 de octubre de 1620 por la bula «Altitudo» del Papa Paulo V fue erigido el Obispado de Nueva Vizcaya, el cual abarcaba un inmenso territorio pues, además de Durango, Sinaloa, Sonora y Chihuahua, se adentraba a los territorios de dos de los Estados que desde 1848 forman parte de los Estados Unidos: Arizona y Nuevo México. El 23 de junio de 1891 el Papa León XIII elevó la diócesis al rango de «Arquidiócesis Metropolitana», al mismo tiempo que recortaba su territorio para erigir las diócesis de Chihuahua y Saltillo

Durante la revolución mexicana, al igual que en todo México, las tropas carrancistas asolaron los templos cometiendo infinidad de sacrilegios, clausuraron las instituciones educativas católicas y encarcelaron al Arzobispo Francisco Mendoza y Herrera, al cual exiliaron en 1913 a los Estados Unidos, sin poder regresar a México hasta 1919. La Persecución contra la Iglesia y el pueblo católico mexicano decretada en la Constitución Mexicana de 1917 en sus artículos 3°, 5°, 27° y 130°, alcanzó su clímax en los gobiernos de Álvaro Obregón (1920-1924) y Plutarco Elías Calles (1924-1928). La persecución anticatólica empezó a sentirse con mayor intensidad y fuerza en el Estado de Durango a partir de 1922.

 Dicho Obispado abarcaba el vastísimo territorio de: Durango, Sinaloa, Sonora, Arizona, Nuevo

El anticlericalismo en Durango previo a la Guerra Cristera Los primeros brotes anticlericales fueron evidentes en noviembre de 1922 cuando “llegó a la ciudad de Durango la señora Belén de Sárraga,<ref>Belén de Sárraga (1872-1951) fue una radical anarquista española cuyas actividades subversivas en España la llevaron varias veces a la cárcel. En 1895 se afilió a la masonería en Valencia en la Logia “Severidad”. En 1906, asistió al XIII Congreso Internacional de Librepensamiento celebrado en Buenos Aires Argentina, como representante de la logia masónica "Virtud de Málaga". A partir de ese Congreso con el apoyo de distintas logias masónicas chilenas, peruanas y uruguayas, empezó a viajar por Sudamérica impartiendo conferencias de un rabioso anticlericalismo. En 1907, se mudó a Uruguay. Allí creó la Asociación de Damas Liberales.
En 1911 visitó México por vez primera, y de la mano de la anarquista “Casa del Obrero Mundial” se inmiscuyó activamente en la política mexicana. Fundó la “Federación Anticlerical Mexicana”, a semejanza de lo que ya había hecho en Sudamérica. En 1926 el presidente Calles le concedió la nacionalidad mexicana. Regresó a España en 1934 para participar activamente en el Frente Popular. Al concluir la Guerra Civil Española con la derrota del bando rojo en abril de 1939, regresó a México donde falleció en 1951. A un hijo suyo le puso por nombre “Demófilo” (amigo del demonio).<ref> que en forma ostensible venía dando conferencias de carácter anticlerical” . Por tal motivo las Damas Católicas y las de la Acción Católica organizaron en Durango una campaña en su contra, haciéndose presentes en sus conferencias para cuestionarla enérgicamente impidiéndole continuar, aunque traía varios acompañante y guardaespaldas asignados por el gobierno federal. El 15 de mayo de 1923 el gobernador del Estado Jesús Agustín Castro publicó un decreto que limitaba a 25 el número de ministros de los diversos cultos religiosos. El obispo don Francisco Mendoza y Herrera giró a los sacerdotes de la diócesis una instrucción que decía: “(…) Estamos dispuestos a acatar las disposiciones de las legítimas autoridades, en todo lo que no se oponga a los derechos de la Iglesia divinamente instituida por Nuestro Señor Jesucristo (…) obedeceremos antes a Dios que a los hombres, y jamás daremos nuestra aprobación a una ley que atente contra los sagrados derechos de la Iglesia (…)”. Los ciudadanos duranguenses formaron una «comisión» que el 31 de mayo de 1923 se presentó en el Congreso del Estado para expresar su inconformidad con el proyecto de ley enviada por el gobernador Castro; pero los diputados del Congreso de Durango hicieron lo que dos años después repetirían los diputados del Congreso Federal cuando en 1925 aprobaron la tristemente célebre «Ley Calles»: desecharon las objeciones y se burlaron de la Comisión. Afuera del Congreso se fue aglutinando una gran cantidad de personas para apoyar a la Comisión que intentaba dialogar con los diputados. Un poco después se presentó la policía a disolver la manifestación; y sin que nadie lo esperara, empezaron a escucharse disparos. Por el saldo de varias personas fallecidas, ese acontecimiento fue llamado en Durango el «jueves rojo». Persecución y Martirio en Durango El 28 de julio falleció el arzobispo de Durango Francisco Mendoza; en su lugar el Papa Pío XI nombró al obispo auxiliar José María González y Valencia, ilustre prelado que habría de destacarse como uno de los pastores más enérgicos en la defensa de la Iglesia en México. El 15 de agosto de 1924 en la catedral de Durango, José María González y Valencia recibió el «Palio Episcopal» de manos de su primo hermano, Antonio Guízar y Valencia, Obispo de Chihuahua. El 1° de diciembre de ese año llegó a la Presidencia de la República Plutarco Elías Calles y con él la persecución alcanzó su clímax, no solo por medio de la violencia asesina, sino también jurídica e incluso con el intento de formar una iglesia cismática. Ante tales hechos los obispos mexicanos decidieron informar al Papa con todo detalle la gravedad de la situación y nombraron una «comisión» que fuera a Roma con ese propósito. Esa «comisión» fue presidida por Monseñor José María González y Valencia, quien fue acompañado por el obispo de León, Mons. Emeterio Valverde y por el obispo de Tehuantepec, Mons. Jenaro Méndez. Durante la estadía de la comisión en Roma, la persecución en México subía de intensidad, y en lo referente a Durango, en septiembre de 1926 en el pueblo de Santiago Bayacora se dio por primera vez el grito de ¡Viva Cristo Rey¡. De ahí en adelante los campos de Durango se ensangrentaron, y durante tres años el pueblo de Durango, trabajador y católico, estuvo ayudando con su grano de arena a los que en el campo luchaban por la defensa de la libertad religiosa. Desde Roma Mons. José María González y Valencia dirigió a sus feligreses una Carta Pastoral fechada el 11 de febrero de de 1927 que decía entre varias cosas: “Desde que por disciplina tuvimos que abandonaros para venir a esta Santa Ciudad (Roma), nuestro pensamiento y nuestro corazón han estado siempre con vosotros. Hemos estado perfectamente al tanto de todo lo que hacéis en defensa de vuestra fe y de lo que por ella sufrís; llevamos cuenta exacta de todos y cada uno de vuestros sufrimientos. Vuestras privaciones, vuestras cárceles y vuestras torturas, todo lo llevamos como punzante espina dentro del corazón. En medio de la continua evocación de vuestras desolaciones, miramos destacarse la figura de nuestros amados sacerdotes maltratados, encarcelados, deportados todos como malhechores por el delito, que les merece plena gloria, de haber querido separarse de la Sede de Pedro, y haber preferido obedecer a Dios antes que a los hombres. Entre esas mismas víctimas contemplamos a los párrocos mártires Don Luis Bátis y don Pedro López, que colmando el precepto del amor, dieron la vida por sus ovejas. (…) Esa carta concluye dirigiéndose a los cristeros en armas: “Nos nunca provocamos este movimiento armado. Pero una vez que, agotados los medios pacíficos, ese movimiento existe, a nuestros hijos católicos que anden levantados en armas por la defensa de sus derechos sociales y religiosos, después de haberlo pensado largamente ante Dios, y de haber consultado a los teólogos más sabios de la ciudad de Roma, debemos decirles: estad tranquilos en vuestras conciencias y recibid nuestras bendiciones.” Los mártires de la Arquidiócesis de Durango. Como aconteció a lo largo y ancho de la República Mexicana, los mexicanos que derramaron su sangre en defensa de su fe durante la persecución religiosa desde 1914 hasta 1940, son incontables. Como lo señalaba el Papa Juan Pablo II en 1994, “Al término del segundo milenio la Iglesia ha vuelto a ser Iglesia de Mártires (…) con frecuencia desconocidos, casi «mili ignoti» (soldados ignorados) de la gran causa de Dios.” Durango no fue la excepción. Sin embargo, a algunos de los fieles de la Arquidiócesis se les ha podido seguir algún proceso de beatificación que ha permitido conocer con detalle su martiro. Tal es el caso de el Padre Luis Bátis Sáenz, cuyo martirio era sabido y pudo ser señalado en la carta pastoral del Arzobispo González y Valencia pues ocurrió el 15 de agosto de 1926, es decir, a los pocos días de entrada en vigor la inicua «Ley Calles». Sin bien, en la división política la población de Chalchihuites se encuentra en el Estado de Zacatecas, eclesiásticamente su territorio pertenece al Arzobispado de Durango. Con el Padre Bátiz fueron también sacrificados tres de sus feligreses: Manuel Morales, David Roldán Lara y su primo Salvador Lara Puente. Los cuatro fueron canonizados en Roma el 21 de mayo del año 2000 por el Papa Juan Pablo II. Por lo que se refiere a Mons. José María González y Valencia, si bien no se le puede inscribir como «mártir» pues en la persecución no derramó su sangre y esto constituye una de las condiciones básicas para declarar a una persona «mártir», si se le puede considerar como mártir «de corazón», pues por sus escritos que tanto reconfortaron a los cristeros, el gobierno perseguidor puso como una de las condiciones para los «arreglos de 1929», que el Arzobispo de Durango, en Europa desde 1926, no regresara al país. Mons. José González Y valencia permaneció varios años en el destierro en Texas, pero después, de manera semi-clandestina regresó a su Arquidiócesis. Falleció en 1959.

DHIAL. Voz tomada de la Tesis de EDGAR GERARDO MORENO CERVANTES presentada en la Pontificia Universidad Gregoriana. Roma, 2010