CONQUISTA Y EVANGELIZACIÓN: El encuentro de los dos mundos
Sumario
Perspectivas historiográficas diversas
Al tratar el tema de la conquista se pueden proyectar muchas perspectivas. Aquí vamos a fijarnos en uno de los presupuestos que se deben tener en cuenta al tratar el tema de la relación entre el tema de la conquista y el de la evangelización llevada a cabo por el mundo católico.
El anuncio de la fe cristiana coincide con una acción de conquista y la subsiguiente colonización. Esta coincidencia es un problema espinoso y que ofrece un amplio campo de debate y sospechas de un matrimonio consumado entre la espada y la cruz. Una objeción de algunas historiografías es que la cristianización fue un instrumento para dominar a los pueblos del Nuevo Mundo, y para llevar a cabo una explotación sin escrúpulos y por ello se acusa al catolicismo y a la Iglesia como cómplices en tal empresa.
Dentro de una historiografía que se podría llamar «católica» en el sentido de que ha sido sostenida desde siempre por corrientes historiográficas de matriz confesional católica, encontramos dos posiciones contrapuestas: a) Una optimista: “En la Corona española y en su acción se mantuvo genuinamente la intención evangelizadora”. b) Otra pesimista: “Se ideologizó el Evangelio y la Iglesia se prestó a ser instrumentalizada”. Estas dos posiciones desarrollan luego un abanico de posiciones diferenciadas y a veces radicalizadas. ¿Qué parecer se podría dar ante posiciones tan opuestas y polémicas?
1.- Sobre la sospecha: no se puede defender a priori un presupuesto basado sólo sobre una mera sospecha o pre-juicio. Es imposible dialogar históricamente mientras se califique el hecho religioso de alienante, como presupone la historiografía dialéctica marxista, o como la historiografía ilustrada-liberal que niega la posibilidad de que el hecho religioso pueda constituir un factor positivo y razonable, al negar la visión de la trascendencia como elemento también determinante en los hechos históricos. Es decir, si se censuran los factores constitutivos del sentido religioso fundamental del hombre: realismo (es el objeto el que dicta el método de acercamiento a la realidad, y no el juicio a priori del sujeto que impone forzadamente su criterio), racionalidad (que es el recto uso de la razón aplicada al estudio de los acontecimientos históricos, más allá de los pre-juicios y de los mitos asumidos), y la moralidad (en cuanto que en el actuar de las personas, se dan cita numerosos factores que superan una concepción matemática y experimental racionalista a la hora de valorar el comportamiento humano y su psicología). 2.- En cuanto a las posiciones de una historiografía que se quiere definir a partir de presupuestos sólo trascendentales, hay que aclarar que las solas intenciones no son objeto de la historia. Deben acreditarse con los hechos y estar basados en el realismo, la racionalidad y la moralidad. La autenticidad de una acción evangelizadora se descubrirá teniendo en cuenta varios criterios: - si las obras (en este caso la actividad evangelizadora) no esconden segundas intenciones; - si tales obras (en la evangelización) por su frecuencia, indican que responden a la intención primaria fundamental, y pueden ser demostrativas de su finalidad fundamental contra segundas intenciones no dichas; - si la prehistoria de España, en este caso, lleva coherentemente a afirmar una intención evangelizadora positiva; - si hay un buen número de historiadores que, prescindiendo de su fe religiosa, lo afirman en un estudio documentado de las fuentes históricas. - Este análisis histórico no excluye la presencia de contaminaciones y de ambigüedades en la historia de la evangelización, como en cualquier otro tipo de historia. En el caso de la historia de la evangelización católica del Continente Latinoamericano, hay que notar que se trata de una acción que fue conjunta: por parte de la Iglesia católica y de las Coronas, española y portuguesa. 3) En cuanto al papel de la Iglesia católica se deber notar: - que no se puede pedir a la Iglesia más de lo que puede dar teniendo presente la contextualización histórica, sin caer en posiciones de carácter arcaico exigiendo actitudes y consecuencias propias del pensamiento actual, queriéndolas aplicar a momentos históricos precedentes, o criticando actuaciones que en otros momentos de la historia se encontraban comúnmente aceptadas y que sólo el pensamiento desarrollado, a veces con fatiga, ha ayudado a superar. Ejemplos de este tipo se pueden ver en la historia del reconocimiento de las libertades y derechos fundamentales de la persona como la libertad religiosa, los derechos de los trabajadores, el reconocimiento de procesos judiciales respetuosos de la persona humana, la condena de todo tipo de tortura o de violencia en los procesos judiciales, el derecho a ser juzgado conforme a normas de derecho, donde el presunto acusado tiene derecho a una defensa adecuada, y nunca podrá ser condenado por delitos de opinión o por presupuestos o prejuicios de cualquier tipo, religiosos, raciales, sociales o políticos, y un largo etcétera. - Además hay que preguntarse si existe alguna ley general de evangelización químicamente pura, y si siempre y todos los agentes de la evangelización podían ser conscientes de la posibilidad o realidad de instrumentalizaciones que entonces se podían dar en la actividad evangelizadora, además de la estrecha unión de hecho entre la actividad evangelizadora y el poder social y político de la Europa cristiana medieval y de la primera modernidad (siglos XV-XVIII) - Históricamente se puede constatar que a pesar de aquella unión de hecho entre la evangelización, la conquista y la ocupación de inmensos territorios por las Potencias cristianas europeas de la época, sí hubo reacciones a nivel de reflexión y de conduc¬ta que excluyen la generalización de las posibles objeciones propuestas. - Tales reacciones de hecho y de pensamiento manifestado en abundantes escritos de carácter teológico y jurídico, también elevadas antes las autoridades tanto eclesiásticas como civiles de entonces, fueron frecuentes y afectaron en nuestro caso la conciencia de la España católica de entonces. El Nuevo Mundo fue evangelizado a través de mediaciones sumamente concretas: los españoles y portugueses, y de otros misioneros generalmente bajo los dominios de aquellos nuevos Estados ibéricos de los siglos XVI al XVIII, con sus varias fases evolutivas en el pensamiento teológico, político y social y legal. Tales españoles, portugueses y otros europeos procedentes de territorios generalmente bajo la Corona Española, en determinado momento de la historia de España, de Portugal y de Europa, fueron los protagonistas activos de la evangelización. La acción evangelizadora se encuadró en circunstancias que por una parte ofrecieron grandes ventajas, aunque también, por otra, muchos inconvenientes. Es necesario por ello ofrecer un marco general de las condiciones que, por parte de España y Portugal, como de los Territorios bajo la Corona española del tiempo, socialmente católicos (formaban explícitamente una «Christianitas» social) acompañaron y, en cierto modo, determinaron la empresa evangelizadora.
El cuadro de las mediaciones concretas
1. Los principales agentes evangelizadores. Se debe tener presente quiénes fueron principalmente los fautores de la evangelización: las órdenes religiosas, sus misioneros, los grandes obispos, la Corona española, muchos de los mismos españoles conquistadores, colonizadores y criollos, que tenían una clara conciencia católica a pesar de sus límites y miserias; “cristianos pecadores” escribe Paolo Taviani refiriéndose al caso de Cristóbal Colón) . Y como también escribe: “Indios apóstoles de los indios, a pesar de los malos cristianos, un pueblo apostólico y misionero, una España católica”. Para la evangelización de las Indias, Dios formó en la España del XVI un pueblo fuerte y unido, que mostraba una rara densidad homogénea de cristianismo. Y es que, como escribe Mario Hernández Sánchez-Barba, “en la historia del Cristianismo hay épocas en las que el creyente es cristiano con naturalidad y evidencia... Esta es la situación clave para la mayoría de los hombres de la sociedad cristiana latina occidental, durante la Edad Media y siglos después. El individuo crece en un ambiente cristiano unitario y en él «inmerge» totalmente su personalidad... Este es el concepto eclesial vigente en la época del Descubrimiento (1480-1520) y de la Conquista (1518-1555)” (AV, Evangelización 675). Si la España del XVI floreció en tantos santos, éstos no eran sino los hijos más excelentes de un pueblo profundamente cristiano. Alturas como la del Everest no se dan sino en las cordilleras más altas y poderosas. Los santos del Continente Latinoamericano son numerosos. Esta España, peninsular y americana, que floreció en tantos santos, es la que, con Portugal, evangelizó las Indias. En Hispanoamérica entonces, como ahora, había de todo en cada uno de los grupos. Ya conocemos qué clase de hombres eran en el XVI aquellos españoles, en su mayoría andaluces, extremeños, castellanos y vascos, que pasaron a las Indias. Había entre ellos santos y pecadores, honrados trabajadores y pícaros de fortuna, pero lo que puede afirmarse de todos ellos sin dudas, es que formaban un pueblo de profunda convicción de fe cristiana, y que fueron capaces de transmitir su fe a los naturales de las Indias. Ellos eran más cristianos que nosotros. Ellos, por ejemplo, creían en la posibilidad de condenarse en el infierno para siempre, y muchos pensaban, siquiera a la hora de la muerte, que era necesario estar a bien con Dios”. Se puede ver, recordando testamentos y restituciones. “Y por otro lado los españoles en América no sólo temían a Dios, sino también al Rey. La autoridad de la Corona, sobre todo en el XVI y primera mitad del XVII, es decir, cuando se realizó la evangelización fundamental, no era cosa de broma. Las Indias, ciertamente, estaban muy lejos de la Corte, pero el brazo del Rey era muy largo, y no pocos españoles pagaron duramente sus crímenes indianos”. f2. Obstáculos y enemigos de la evangelización. Fueron algunos conquistadores por sus comportamientos ambiguos o contradictorios con la fe que profesaban en teoría; lo mismo se puede aplicar a algunos encomenderos; y también los malos eclesiásticos, que no se distinguían de los vicios y relajación de sus colegas clérigos europeos en momentos en los que, por otra parte, concilios y sínodos en la vieja Europa acusaban tales vicios y propoían continuos programas de reforma del clero tanto secular como religioso; es la época en la que abundan las reformas de las órdenes religiosas y la vuelta a las fuentes carismáticas fundacionales de muchas de ellas: los «reformados», los «recletos», los «descalzos»...). Todas estas categorías negativas se encuentran retratadas en la obra gráfica y sociológica de Guamán Poma de Ayala. 3. La emigracion española: quiénes, cuántos, y cómo llegaron al Nuevo Mundo 3.1. Política de la Corona: La política de la Corona en relación a la emigración hacia el Nuevo Mundo es metropolitana. No se fuerza a nadie, ni puede pasar al Nuevo Mundo el que quiera. Hay una regulación a lo largo del siglo XVI. La «Casa de Contratación» (ubicada en Sevilla) estaba encargada de fomentar, proponer, escoger, y limitar la emigración al Nuevo Mundo. La Real Casa de la Contratación de Indias fue una institución que se estableció en 1503, creada para fomentar y regular el comercio y la navegación con los territorios españoles en Ultramar. Estableció un asiento que dio como fruto un monopolio de comercio español con las Indias. En algunos períodos entre el siglo XVI y el XVIII, llegaba a recibir 270 000 kilos de plata y 40 000 kilos de oro al año. Hubo periodos de liberalización en la facultad concedida de viajar a ultramar, y otros en los que las restricciones y controles fueron mayores. Algunas estadísticas bastante seguras debido a los controles de estudios hechos a propósito, nos dan algunos datos bastante significativos: desde 1492 a 1600: pasaron al Nuevo Mundo unos 300,000 «españoles»; desde 1600 a 1700: unos 450,000. Una media de unos 4000 por año. En 1493 pasaron 15 buques con unos 1200 hombres (pertenecen fundamentalmente al elemento que podría considerarse militar). En 1502 pasan 30 buques con o¬tros 1200. ¿De dónde venían? En el siglo XVI: el 90% son andaluces, extremeños y castellanos. Por lo menos la tercera parte, andaluza; ¿por qué hay menos vascos y menos gallegos? Como escribe Moerner, hay que tener en cuenta las fuerzas de atracción y repulsión ha¬cia la patria. Andalucía, Extremadura, León y las dos Castillas, constituían entonces el 65% de toda la población española: unos cinco millones sobre unos 9 millones de toda la España de entonces. Pero sólo 8 «provincias» (Sevilla, Huelva, Badajoz, Cáceres, Toledo; Valladolid, Salamanca), que apenas representan el 30% de la población de Espa¬ña, proporcionan el 60% de la emigración antes de 1580. Toledo y Madrid son el 50% de «Castilla la Nueva», y sin embargo dan el 70% de la emigración antes de 1570. Los campesinos de señoríos seculares y de Ordenes militares, y que son los mejor tratados, emigran en mayor número que los de señoríos eclesiásticos. Hay, pues, dificultad en apreciar las causas de atracción y repulsión. Mirando a la procedencia de los emigrados al Nuevo Mundo en este primer periodo histórico, se ve claramanete que procedían fundamentalmente del Reino de Castilla-León. Sí que hay casos de aragoneses y catalanes (Reino de Aragón) pero constituyen casos aislados y no forman la tónica general. Sobre la composición social existen divergencias entre los historiadores. Por ejemplo Friede y otros propenden a la versión «populista» [del pueblo común]. Céspedes a la «hidalguista» [de la clase de los hidalgos]. Los hidalgos darían la tónica general de la emigración. Para Konetzke habría llegado una masa que, más o menos, represen¬taba el conjunto del pueblo español. Le parece arbitrario decir que llega en los comienzos la hez de España, como algunos historiadores arbitrariamente insinúan. El caso de los presidiarios y sus consecuencias podría explicar también algunos indignos comportamientos. En concreto, más o menos entre 1540 y 1580 uno de cada 18 emigrantes registrados por investigadores, e-ran comerciantes y mercaderes. Muchos artesanos, al llegar a América, querían subir de categoría social por su propia cuenta (llegar a ser hidalgos). Por tanto: motivaciones del viaje y la conducta posterior se explican a partir de esta ambición. Un poco, como en todos los fenómenos emigratorios buscaban labrarse una mejor vida. En España con el tiempo se cuñan expresiones elocuentes como “ir a hacer la América”; “esto vale un Perú”, “esto vale un Potosí” [lugar de las minas de plata en el virreinato del Perú], “no creas que esto es Jauja” [en el Perú andino, símbolo de abundancia y riqueza]… o por el estilo. 3.2. La primera experiencia Algunos se expresan de manera extraordinariamente idílica y llenos de estupor cuando describen las Nuevas Tierras y sus habitantes, como el mismo Colón escribiendo a la vuelta de su primer viaje. Pero también enseguida nacen versiones tremendamente negativas y totalmente imaginadas y novelescas, de carácter antropológico sobre los habitantes de aquellas Nuevas Tierras, como las del filósofo escocés John Mair (Johannes Majoris, 1467–1550) que estudió en Cambridge y en Paris y ejerció un notable influjo sobre algunos filósofos, teólogos y juristas del tiempo: “Viven hombres bestiales, como dice Tolomeo, y así esto se ha comprobado”. Pero estas barbaridades antropológicas son contestadas inmediatamente por otros contemporáneos y además testigos en las Nuevas Tierras, como el dominico fray Antonio de Remesal, que las califica como “diabólica opinión”, inventada para exterminar a los indios. Algunos hablan que a la llegada de los españoles a las Antillas, las poblaban medio millón de indígenas; y que en 1514 se habían reducido a unos 3200, repartidos en casi 700 encomiendas. Cifras verdaderamente escalofriantes, como indica Céspedes . De esta trágica situación habría nacido la traída de mano de obra negro-africana, y la trata sistemática de los esclavos del África negra, opinión combatida hoy por algunos estudiosos como el dominico Isacio Pérez. Los primeros intentos de colonización fueron muy problemáticos desde todos los puntos de vista: desde la aclimatización biológico – psicológica de los colonos recién llegados, hasta la contaminación a los nativos de muchas enfermedades que trajeron tanto los colonos como los animales domésticos, como caballos, cerdos, vacas y otros más, desconocidos en las Nuevas Tierras, y que enseguida causaron estragos entre la población nativa, que carecía de anticuerpos y defensas biológicas, produciendo epidemias de todo tipo; aparte de las víctimas de malos tratos, pesados trabajos forzados. Todo ello fue reduciendo la población nativa a números muy exiguos hasta hacerla casi desaparecer. La primera organización antillana fue de carácter «semimilitar». No se encontró el oro ansiado y buscado y se lo remplazó por los indios esclavos, empleados sobre todo en trabajos domésticos, en granjas y en trabajos agrícolas y en algunas primeras explotaciones mineras. Este método de explotación de la población nativa ya fue llamado por algunos españoles, sobre todo misioneros, entonces como “la escuela de Satanás”. Los frailes misioneros, sobre todo, comenzaron muy pronto sus tremendas acusaciones (basta recordar el célebre sermón del dominico Antonio de Montesinos el IV domingo de adviento de 1511, y muy pronto la reacción positiva de un clérigo como Bartolomé de Las Casas). Paralelamente surgen los tributos a pagar en oro, algodón, cosechas para los colonos de las factorías, además de los tributos que había que mandar a la Corona. La frustración de aquellos primeros colonos emigrantes, “individualistas, orgullosos, que van por otras razones y no para obedecer a Colón”, y que no encuentran lo que pretendían, lleva a conceder la búsqueda del oro por iniciativa privada y para poblar. Es esta iniciativa privada la que sí encuentra oro. Aquì entra precisamente la introducción de la esclavitud del indio. El indio “holgazán” (como se le comienza despectivamente a llamar por parte de algunos colonos) es obligado a trabajar; pero aquel duro trabajo, por las razones ya apuntadas, pronto se extingue. Se crean los repartimientos, luego las encomiendas y se des¬truye el “mundo original del indio”. Allí es donde nace o empieza a surgir la protesta de la conciencia cristiana, la legislación de la Corona en pro del indígena, y las sucesivas iniciativas y Leyes de Indias. 3.3. Dificultades de apreciación No abundan los estudios del aspecto positivo de los españo¬les, conquistadores y colonos, “buenos cristianos” que honraron su presencia en Indias. Lo re¬conoce, por ejemplo el mismo Las Casas (al referirse a los experimentos de Vera-Paz); igualmente los misioneros de la Nueva España (México), como los de franciscanos, dominicos, agustinos y de eminentes juristas como Don Vasco de Quiroga y sus “pueblos hospitales”, comenzados ya tempranamente tras la conquista de México (en la década de los años de 1530). En la Crónica (ya más tardía) del inca peruano¬ Guamán Poma De Ayala hay referencias positivas sobre el tema. También un buen número de americanistas juzgan el fenómeno subrayando los aspectos positivos y hablan del “alma cristiana del conquistador español”. Lo que ha pasado principalmente a la historiografía, sobre todo, tras los rastros de aquella comenzada por Theodor de Bry, Benzoni y otros, y luego seguida literalmente por muchos ilustrados, liberales, y de cuantos se han inspirado dialécticamente en la llamada historiografía dialéctica de cuño marxista, o la más reciente de cuño «indigenista» etc., ha sido el aspecto negativo de atropellos y de abusos sin cuento. Pero hay un hecho significativo, los españoles del tiempo (misioneros y muchos cronistas y funcionarios y administradores) mandaron continuas relaciones, memoriales, acusaciones, denuncias a la Corona, que intervino sin cesar en tales situaciones, a veces con decisiones, incluso criticadas o no aceptadas por muchos de los colonos, criollos y sobre todo por los encomenderos e interesados en la explotación de aquellas tierras. Permanece aún la «Leyenda negra», de cuyo origen se acusa a fray Bartolomé De Las Casas. “Sólo un completo desconocimiento del alma española del siglo de oro puede ca¬lificar todo esto [la violencia de los conquistadores] de farsa que el tenebroso espíritu de aquella época hizo indispensable. Los conquistadores españoles, como muchos españoles de su tiempo eran de una religiosidad sin hipocresía, aunque poco acrisolada”.
4. El significado de la conquista La historia europea del momento estaba animada por una mentalidad generalizada y agresiva de la Europa de los nuevos estados nacionales, los que se estaban formando. Además, ya la vieja historia anterior, desde tiempos muy antiguos, estaba poblada de luchas de conquista de tierras, de creaciones de feudos y de invasiones. Desde el mismo Imperio Romano y luego de las invasiones de los pueblos bárbaros que se sucedieron sin parar a lo largo de varios siglos –desde el V al XI al menos-, siguiendo con las invasiones y las conquistas árabes que invadieron y destruyeron el reino de los visigodos en España, y el Imperio Bizantino de Oriente (Medio Oriente, Europa Oriental Meridional, todo el norte de África desde Egipto hasta las costas atlánticas del actual Marruecos). A estas invasiones y conquistas, siempre violentas como una especie de terremoto devastador en sus primeros momentos, siguieron contraposiciones y un espíritu de lucha continua y de avasallamientos de pueblos. También, ya en tiempos más recientes, las mismas cruzadas, aunque en su origen se comenzaron con razones de carácter religioso (recuperar la Tierra Santa arrebatada por los musulmanes), con el tiempo se vieron contaminadas por muchos intereses bastardos, que poco tenían que ver con el espíritu original de “una peregrinación armada”, como algunos las llamaban. Ya en el siglo XV y con mayor fuerza a partir del XVI, la política de los nacientes «estados nacionales» lleva dentro de sí un espíritu guerrero y de conquista de los mismos territorios europeos, donde el derecho pertenece al más fuerte, que lo impone y sanciona con tratados, premisa de nuevas guerras de conquista o de revancha. En todo este asunto, la economía y los intereses de grupos oligárquicos están en su base y alimentan aquellos conflictos en cadena. Es la ley dominante del imperialismo moderno con el avasallamiento de los sometidos. La misma palabra «conquista» mereció ya en sus comienzos en las Américas, el calificativo de “vocablo digno de mahometanos, inicuo, tiránico, infernal”, como lo llama Las Casas, y recuerda el historiador Konetzke ya citado. Pero hubo principios que presidieron el hecho de la conquista: conversión a la fe, trato humano que se debía dar a los indios; obtención de máximas ventajas para la Corona. Todo bajo un fuerte centralismo administrativo. La Ley 6ª, Tit. 10, Lib. 40 de la “Recopilación de Leyes de Indias” habla de la “pacificación”. Algún historiador, como Friede, llama a esto “cinismo”, pero pierde totalmente el sentido objetivo, tanto de su origen como de sus disposiciones que en aquella época eran únicas, y que la historia sucesiva de un mundo occidental, que se considera defensor de los derechos humanos, los ha plasmado en leyes, con frecuencia ignoradas en una buena parte de los países del mundo, incluso en pleno siglo XXI. El historiador no ignora que a partir del siglo XVI, sobre todo Europa, se va a convertir en un campo casi ininterrumpido de batallas de los Estados nacionales nacientes para ensanchar sus dominios. Las continuas paces selladas fueron casi siempre premisas de nuevas guerras de revancha, y de alianzas estratégicas incluso entre países antiguamente enemigos convertidos en amigos de conveniencia. Esta política de alianzas en clave defensiva y de revancha y conquista, que llegará a imponerse en Europa con la paz de Westfalia (1648) que puso fin a la sangrienta «Guerra de los 30 años», sanciona los criterios que regirán los tratados y alianzas de las Potencias europeas a partir de entonces: 1) la concepción autárquica del Estado que se cosidera a sí mismo como fuente de derecho único en todo el ámbito de la moral cívica, sin alguna referencia al Misterio sobrenatural, por lo que es bueno cuanto sea util para el crecimiento del Estado y su poder; 2) la política del equilibrio entre las Potencias, donde niguna debería prevalecer sobre las demás; 3) la exclusión explicita del factor religioso en los tratados y alianzas (“cuius regio et illius et religio”), el Estado impone a cuales religiones dar carta de autorización dentro de su territorio, reconociendo en aquel entonces tres religiones toleradas según cada Estado: catolicismo, luteranismo y calvinismo, con exclusión de las otras. Entre las consecuencias de aquellos principios profesados en Westfalia encontramos el de la relativa tolerancia religiosa según los criterios de cada Estado y el relativismo consecuente, así como la explicita marginación de la Iglesia Católica representada por la Santa Sede o Papado en el ámbito de la política internacional. Esta política aprobará por lo tanto y sancionará toda la historia del colonialismo imperialista, y será la base de los continuos reajustes de fronteras según los intereses de los Estados hasta los tiempos actuales. Hay que recordar que el Derecho Internacional se inspira ya en el teorema del jurista calvinista holandés Grozio, según el cual el derecho, también el internacional, se debe ajustar a principios naturales separados de toda dimensión trascendental: “sicut Deus non est” (“como si Dios no existiese”). Las consecuencias tremendas y trágicas se han vivido cruelmente desde entonces hasta el día de hoy. En este contexto queda patente que el maltrato a las personas por motivos de caracter económico, o de mentalidad racista declarada y la trata de los esclavos, pasó de ser una práctica de hecho tolerada a una práctica justificada, que generaba a las compañías comerciales esclavistas un beneficio económico mucho mayor incluso que el beneficio de conquistas de tierras y otros tipo de comercio, como se demostrará con el tratado de Utrech de 1714 cuando Inglaterra, una de las Potencias vencedoras en la Guerra de Sucesión española, se adjudicará el monopolio del comercio de la trata de esclavos, además del dominio de nuevos territorios restados al antiguo Imperio español de Ultramar. 5. «Maltratamiento» «Maltratamiento» fue le expresión consagrada paro designar el trato da¬do a los indios. Una cierta opinión de que muchos habitantes de América no eran hombres sino “homines ferini”, (hombres bestiales), en expresión de John Mair, refutada enérgicamente por fray Antonio de Remesal: “Esta diabólica opinión tuvo principio en la Isla Española y fue gran parte para agotar los antiguos moradores della, y como toda la gente que se repartía para este mundo nuevo pasaba primeramente por aquella Isla, era, en este punto, entrar en una escuela de Satanás para aprender este parecer y sentencia del Infierno”.
Una secuencia de atropellos se da seguidamente desde los comienzos. Se horrorizan hasta los propios cronistas, como Gonzalo Fernández de Oviedo. Es un exterminio realizado por cristianos. El insigne visitador y teólogo de Salamanca, Pedro de La Gasca, escribía: si las obras de los cristianos son tales, su fe no puede ser mejor. En el caso de Perú el asesinato de Atahualpa es paradigmático. El cacique Hartuey en Puerto Rico prefiere ir al infierno antes que al cielo con los españoles. En el Perú, todo son “trampas de beneficios y cosas de Indias […] y se me hiele la sangre en mentándomelas... Nos consideran un género de abominación”, escribe en 1569 un jesuita a San Francisco de Bor¬ja. También en Perú, los indios no quieren ir al cielo “porque mejor los tratarían los demonios en el Infierno que [los españoles] en el cielo si están con ellos; y aún más atrevidos y desesperados han dicho que no quieren creer en Dios tan cruel como el que sufre a los cristianos”. En México: “No quiero ser cristiano ni indio, porque lo de los indios es burla y lo de los cristianos bellaquería”.
Estas dramáticas verdades hay colocarlas también en el marco de una historia con aspectos que van justamente examinados y apreciados. No debe olvidarse que cierta historiografía insiste en el aspecto negativo de la conducta de los «españoles», y con una actitud sectaria porque los «españoles» eran católicos. Son efectos de la «Leyenda negra». La lectura de estas atrocidades particularmente señaladas, puede dar la sensación de que estos graves pecados de los españoles fueran más graves por ser de «católicos» y «españoles», según tal lectura de la «Leyenda negra». 6. La esclavitud de los indios y la condena de la conciencia cristiana. ¿Cómo vieron los indios la conquista? Tenemos como obra gráfica, verdadera interpretación sociológica y antropológica, la del inca peruano, Guamán Poma de Ayala, titulada “El Primer Crónica y Buen Gobierno”. ¿Cómo la veía Don Felipe Guamán Poma de Ayala, quien alcanzó a vivir dentro de la civilización incaica la situación del indio a fines del siglo XVI y principios del XVII? Su obra, dirigida al Rey de España, tenía también un propósito de reivindicación de sus pretendidos derechos como sucesor de los Incas. De todos modos son evidentes sus fuertes denuncias sobre los maltratamientos. En uno de sus textos con relativos dibujos (folio 694 de su obra, mezcla de castellano y de quechua), en el primer folio escribe: “Pobre de los Indios – De seis animales que come que temen los pobres de los indios en este rreyno –corregidor-cierpe…tigre-españoles del tambo… león-comendero… zorra-padre de la doctrina… rraton-cacique principal… gato-escribano… vistos dichos animales que no teme a Dios desuella a los pobres indios en este rreyno no ay remedio… pobre de Jesucristo…” El indio arrodillado habla en quechua y en castellano: “Ama-llalallay que llatanahuaycho por amor de Dios rayio [¿?]”. En la segunda ilustración: también las civilizaciones prehispánicas, por ejemplo la inca (a partir del siglo XIII), tenían expresiones de enorme crueldad con los enemigos. Leyenda de la ilustración, donde se ve como le arrancan los ojos a un cautivo: “El segundo capitán Topa Amaro Inga…”. No sería exacto decir que los europeos introdujeron la esclavitud en el Nuevo Mundo. Tal institución ya existía, y en formas brutales, dentro de las civilizaciones amerindias. Sistemas análogos de servidumbre se han dado en los cinco continentes; en el mundo occidental en la antigua Grecia y en Roma, y luego a lo largo de la Edad Media europea. Como escribe Hoeffner: “Desde Granada hasta los Urales el sistema feudal de prestaciones personales y de servidumbre dominaba en multitud de matices y variantes”. Ello no disculpa su praxis por parte de ninguna civilización, pero es uno de los hechos más trágicos, aberrantes y lamentables de la historia de la humanidad, que solamente con lentitud, culturas y civilizaciones han ido superando, gracias sobre todo al cristianismo. Escribía el arzobispo (y más tarde cardenal) Dominique F J. Mamberti, citando el ejemplo de Santo Tomás Moro: “el concepto mismo de «derechos humanos» ha nacido en un contexto cristiano, [Santo Tomás Moro] al precio de su misma vida ha demostrado que los cristianos son aquellos que realmente, iluminados por la razón y en virtud de su libertad de conciencia, rechazan todo violento dominio. El lazo entre el cristianismo y la libertad es por ello original y profundo. Ese ahonda sus propias raíces en las enseñanzas del mismo Cristo, encontrando luego en San Pablo uno de sus más convencidos y geniales promotores. La libertad es parte intrínseca del cristianismo, porque, como dice San Pablo, «Cristo nos ha liberado para que seamos libres». El Apóstol se refiere primeramente a la libertad interior del cristiano, pero tal libertad interior tiene naturalmente también consecuencias sociales. Este año [2013] se recuerda el mil setecientos aniversario del Edicto de Milán, que marca la coronación de la extensión social de la libertad interior afirmada por San Pablo. Al mismo tiempo, desde el punto de vista histórico y cultural, el Edicto señala el comienzo de un camino que ha caracterizado la historia europea y del mundo entero y que ha llevado a lo largo de los siglos a la definición de todos los derechos humanos y a la afirmación de la libertad religiosa como «el primero de todos los derechos humanos». Si Constantino intuyó que el desarrollo del Imperio dependía de la posibilidad de que cada uno profesase libremente su propia fe, la historia demuestra que se da un círculo virtuoso entre la apertura al trascendente característica del ánimo humano y el desarrollo social. Es suficiente considerar el patrimonio artístico mundial, y no sólo aquel de matriz cristiana, para comprender la bondad de tal vínculo. [...] En este punto es necesario evitar un equívoco en el que es fácil caer, en cuanto la palabra «libertad» puede ser interpretada en muchos modos. Ella no puede reducirse al mero libre arbitrio, ni ser entendida negativamente como ausencia de lazos, como por desgracia sucede en la cultura actual [...]. El correcto ejercicio de la libertad religiosa no puede prescindir de la mutua interacción de razón y fe [...]. Ello constituye al mismo tiempo la barrera contra el relativismo, como también contra aquellas formas de fundamentalismo religioso, que ven, exactamente como el relativismo, en la libertad religiosa una amenaza para la propia afirmación ideológica. Cuando el Concilio Vaticano II ha afirmado el principio de la libertad religiosa no ha propuesto una doctrina nueva. Al contrario, ha reiterado una experiencia humana común, o sea que todos [...], en cuanto personas, es decir, dotadas de razón y de voluntad libre y por lo mismo llenos de responsabilidad personal, están obligados por su propia naturaleza a buscar la verdad [...]. Y en la verdad, vista, no tanto como absoluto que ya poseemos, sino más bien como posible objeto de conocimiento racional y relacional que encontramos la posibilidad de un sano ejercicio de la libertad. Y es precisamente en tal sentido que encontramos la posibilidad de un sano ejercicio de la libertad. Y es precisamente en tal nexo que encontramos la auténtica dignidad de la persona humana”.
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
Cf. la bibliografía indicada en las notas y además: - BAYLE,C., Ideales misioneros de los Reyes católicos, en Missionalia Hispanica 9 (1952) 209-231. - BORGES, P., El sentido trascendente del descubrimiento y conversión de Indias, en Missionalia Hispanica 13, pp. 141.177. - CARBlA, R., Historia de la leyenda negra hispanoamericana, Buenos Aires, 1943. - CESPEDES DEL CASTILLO,G., Las Indias en el reinado de los Reyes Católicos (Historia social y económica de España y Améri¬ca, dir. VICENS VIVES) II; Id, La sociedad colonial americana en los siglos XVI y XVII, o.c., III. - CHAUNU, P., L’expansion europeenne au XVIe siècle (trad. española: Nueva Clio, 26bis). - GUILLÉN, E, Visiòn inca de la conquista, Lima 1974. - KONETZKE, R., América Latina. La Época colonial. Moerner, M., Spa¬nish migration, en First Images of America (ed.Chiappelli) II, Los Angeles 1976, 737-782. Publicado en castellano en Anuario de Estudios Americanos bajo el títtulo: "La emigración española al Nuevo Mundo antes de 1810. Un informe del estado de la investigación", 32(1975) 4-3-131. - LEÒN PORTILLA, M., El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, México 1974. - LETURIA, P., Relaciones de Hispanoamérica (etc. ) vol. I. - POMA DE AYALA, HUAMAN, El Primer Nueva Crónica y Buen Gobierno: unión de dos textos: El Primer Nueva Crónica (c. 1600), compendio de la historia preincaica de Perú y de su continuación, Buen gobierno (c. 1615). - SEJOURNEE, L., América Latina. Antiguas culturas pre¬colombinas (Colecc. Siglo XXI) Madrid 1976, 2-84 (no es catòlica). - VELASCO, B., El alma cristiana del conquistador español, en Missionalia Hispanica, vols. 21, 22, 24.
EDUARDO CÁRDENAS GUERRERO / FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ