PERSECUSIÓN A LA IGLESIA EN IBEROAMÉRICA
Sumario
- 1 El «siglo liberal» ante la Iglesia católica: denominadores generales comunes
- 2 La fragmentación de Hispanoamérica y los nuevos grupos de poder
- 3 Un nuevo «criollismo» ideológico al margen de la antigua tradición católica
- 4 La difusión de la masonería militante
- 5 Bajo el influjo del positivismo ideológico
- 6 NOTAS
- 7 BIBLIOGRAFÍA
El «siglo liberal» ante la Iglesia católica: denominadores generales comunes
Cuando a comienzos del siglo XIX Iberoamérica se separó de España y Portugal, su unanimidad católica era indiscutible. Este dato se da en todos los nuevos países independientes. A finales del siglo XIX el hecho apenas había sufrido una ligera modificación. Sería todavía así hasta mediados del siglo XX. En 1940, para una población de 126 millones de habitantes el número de cristianos no católicos era solamente de 600 mil (el 0.4 por ciento).[1]
Pero un cambio notable en tal unidad católica, un proceso de «descatolización» había comenzado y se había desarrollado a lo largo de aquel siglo «liberal» por obra de las clases dirigentes, tanto las políticas como las intelectuales. Pero católica y tradicional quedaba fundamentalmente todavía la gran masa popular, y quedaba católica gracias sobre todo al notable papel desarrollado por la mujer y por los «abuelos» como guardianes y transmisores de una tradición que había dejado marcadas sus huellas en el pueblo.
El siglo «liberal» iberoamericano comienza ya en las vísperas de los movimientos de independencia en los albores del siglo XIX, y seguramente se dilata en el decenio de 1820 en que se consolidan las independencias de los pueblos hispanoamericanos y se establece el imperio del Brasil. Tal «siglo» penetra en profundidad todavía el siglo XX hasta acabada la Primera Guerra Mundial (1918) y el comienzo de la «postmodernidad».[2]
Aquel «siglo» es por ello un largo, atormentado y pesado siglo de conflictos. A pesar de notables diferencias, se da en el Continente Iberoamericano una cierta homogeneidad que se refleja en sus etapas históricas. La primera etapa, de luchas entre «liberales» y «conservadores», se desarrolla a lo largo del siglo XIX. La segunda etapa corresponde a los primeros 40 años del siglo XX.
Las independencias de Iberoamérica se producen inicialmente con fluctuantes unidades distintas, que responden “a los núcleos inflados de la época colonial”.[3]Fuera de este accidental factor histórico, debía de ser muy difícil a cualquier iberoamericano del siglo XIX definir o describir con exactitud en qué consistía la identidad de su propia patria.[4]Con la fragmentación de las independencias, Iberoamérica no es una sino en el mapa.
Con el correr de los años van apareciendo factores artificiales y negativos de definición nacionalista, como las numerosas guerras civiles, pronunciamientos militares y desórdenes políticos que asolan las tierras latinoamericanas. Lo único que indicaba su homogeneidad era la cultura indo-ibérica católica y los filones del mundo afroamericano incrustados en tal sociedad en algunas regiones del Continente y de sus Islas. El elemento católico y el lingüístico constituían su unidad o cohesión. Lo que acabamos de indicar se vive trágicamente en los cinco países en que se fragmentará América Central.
Ante la unidad de fondo precedente, lentamente pero con fuerza se impone en las clases dirigentes la mentalidad liberal y la positivista con pretensiones mesiánicas y proyectos de transformación y de progreso, con la convicción de la necesidad de una progresiva descatolización y de una «protestantización» cultural del Continente. La cultura liberal se instala en todos los espacios de la vida política, social económica y religiosa, aunque con medidas e intensidades distintas según los lugares.
Un primer elemento común es el hecho del «criollismo», verdadero protagonista y actor de las independencias, y la existencia de una mayoría indígena-india pasiva y al margen del proceso. Un segundo elemento es la realidad mayoritaria de la pertenencia social de la población a la Iglesia católica, y de la presencia activa de ésta en la vida de los nuevos Estados.
Si bien varían las relaciones entre la Iglesia y los nuevos Estados independientes a lo largo del «largo siglo liberal» y de país a país, no cambian los intentos de fondo que son iguales en todas partes, porque beben de la misma matriz de pensamiento político y filosófico.
Tampoco el liberalismo decimonónico latinoamericano es unívoco o igual en todas partes en manera sincrónica. En un primer momento «ser liberal» no equivale a «ser anticatólico», ni «ser conservador» equivale a ser fielmente católico practicante. Podía darse el caso que en ambos bandos o partidos militasen trasversalmente personajes afiliados a una obediencia masónica y otros afines a un cierto estilo de clericalismo.
Frecuentemente convivían dicotómicamente en la misma persona los principios asimilados de la ilustración francesa o de la Revolución, y los que había mamado de sus madres de la tradición católica. Esta dicotomía se refleja en las actitudes políticas y en las decisiones legislativas. A veces encontramos una clara clerofobia y al mismo tiempo gestos de devoción popular en un mismo político.
Esta es una de las muchas paradojas de la historia latinoamericana. Muchos políticos a veces eran una cosa en la vida pública y otra muy distinta en la familiar. Incluso algunos políticos distinguían entre clericalismo y catolicismo, justificando su actitud anticlerical y reafirmando la católica. Este confuso sincretismo ideológico y práctico aparece en toda la geografía humano-política latinoamericana de los siglos del XIX al XXI.
Tal confusión de ideas y de praxis explica el hecho de que estos liberales golpean con frecuencia duramente a la Iglesia sin querer alejarse de ella. Pero encaminándose el siglo XIX hacia el XX –y luego a lo largo de éste- presenciamos otra actitud creciente: el anticlericalismo se convierte en anticatolicismo. La hostilidad anticatólica se encuentra en la base de muchas de las decisiones de estos políticos, que pretenden desterrar a la Iglesia de la vida social y familiar.
La fragmentación de Hispanoamérica y los nuevos grupos de poder
En todo el siglo XIX, y todavía a lo largo de buena parte del siglo XX, nos encontramos que la escena iberoamericana está dominada por una clase media muy limitada de origen «criollo» y un proletariado embrionario, con Estados teóricamente liberales, pero con estructuras fuertemente conservadoras. El liberalismo y el positivismo pretendían transformar la sociedad, pero las masas, sobre todo de antiguas raíces indígenas, no se benefician. Todo queda en una palabrería ideológica.
Los dos siglos XIX y XX latinoamericanos, son siglos controlados por grupos minoritarios de terratenientes y de caudillos, de latifundismo y de burguesía criolla, de grupos de poder y de plutócratas de nueva creación.[5]Todos están dominados en gran parte por las ideas liberales, pero sus ideas sociales son reaccionarias. Viven en una verdadera alienación cultural del resto del pueblo.
Son una minoría que controla todas las esferas del Estado y de la vida social. Escribe José Luis Romero que “las burguesías criollas, atadas a sus viejos esquemas iluministas [ilustrados], e indecisas ante la nueva sociedad que emergía, se trasmutaron en contacto con los nuevos grupos de poder que aparecieron, y de estos y de aquellos surgió el nuevo patriciado, entre urbano y rural, entre iluminista y romántico, entre progresista y conservador. A él le correspondió la tarea de dirigir el encabezamiento de la nueva sociedad dentro de los nuevos e inciertos estados y en rigor fue, en el ejercicio de esta tarea, como se constituyó».
En esta sociedad, los indígenas, los mestizos, y los afroamericanos donde los había, sobre todo en los países del Caribe, continuaron estando al margen de todo. Por ello es necesario tener en cuenta la variedad de composición de América Latina en general y de cada nuevo Estado en particular desde un punto de su población y de sus sensibilidades.
“La llamada América Latina casi no es una sino en el mapa y poco más...Por eso la peligrosidad e inexactitud de las generalizaciones. Problemas planteados en base de estadísticas, sin matizaciones y soluciones de conjunto, no son aceptables sino con muchísima reserva”. Por ello a lo largo del siglo XIX se delinean varias «Latino-américas» y varias realidades sociales y étnicas contrapuestas con perfiles diversos de acuerdo con su composición dentro de cada Estado.
El antiguo continente «hispanoamericano» es también un continente fragmentado al máximo, mucho más de cuanto lo era bajo la dominación española. El caso de América Central es uno de los casos más significativos y dramáticos. El continente «hispanoamericano» comienza su camino independiente bajo el signo de una utopía soñada por algunos como Bolívar, que ven un continente «hispanoamericano» unificado y concretizado en una serie de grandes estados; como México con sus casi cuatro millones de kilómetros cuadrados, una América Central unida, una gran Colombia formada por Venezuela, Colombia y Ecuador ; una república boliviano-peruana, y un Cono Sur unificado; todo en una imponente federación de pueblos indo-hispánicos: una gran democracia de estados más brillante que la de los incipientes Estados Unidos de Norteamérica.
Para ello hubiese bastado seguir geopolíticamente las trazas de las demarcaciones de la dominación española. Desgraciadamente no fue así, y lo impidieron los celos y los intereses de los grupos oligárquicos de cada país, creado sobre todo por los grupos de criollos, y los intereses neocoloniales de los Estados Unidos, Inglaterra y más tarde Francia.
El continente, ya dividido por los intereses señalados, se encuentra también más incomunicado que en la época española. La falta de una comunicación interna determina también una lejanía de intereses y de iniciativas comunes en todos los campos. Como consecuencia de la escasa iniciativa gubernamental por la falta casi absoluta de capitales y la ausencia de una industria metalúrgica de base, el impulso ferrocarrilero fue muy tardío, insuficiente y en buena parte promovido por intereses extranjeros que tendían las líneas en razón de sus intereses.
El gran momento del desarrollo ferrocarrilero iberoamericano se sitúa entre 1880-1914. En 1914 el conjunto iberoamericano posee apenas 85.000 kilómetros de vías férreas, mientras que los Estados Unidos, para una superficie tres veces menor, tiene 420.000 kilómetros. En general existen enormes vacíos, lo cual paraliza, prácticamente el crecimiento de regiones enteras.
Aunque el juicio hay que aplicarlo para finales del siglo XIX y comienzos del XX, se puede bien aplicar a todo el siglo que acababa y en gran medida al nuevo que empezaba. Esta falta de comunicación incide también sobre la vida de la Iglesia. En la década de 1830 el internuncio de Río de Janeiro, Pietro Ostini, llegó a proponer que la sede de la representación pontificia se trasladara a Londres que sería más accesible a los obispos de Sudamérica que la misma capital del imperio brasileño.
Cuando al terminar el siglo León XIII convoca el Concilio Plenario Latinoamericano y deja a los obispos decidir sobre la ciudad en que debería celebrarse, la mayor parte prefirió Roma, entre otros motivos, porque resultaba más cómodo viajar de cualquier parte de América a Roma que a cualquier otro punto del Continente Latinoamericano.
Un nuevo «criollismo» ideológico al margen de la antigua tradición católica
Por todo esto, el siglo XIX en el conjunto y en cada uno de los nuevos Estados independientes, es un siglo de dolorosas y traumáticas rupturas en todos los sentidos. Ante todo, se intenta borrar o romper con la historia anterior, lo que equivale querer eliminar de cuajo la tradición o las raíces católicas traídas también con la tradición católica hispana e injertadas en aquella cristiandad indiana.
El fenómeno había dado lugar al mestizaje y al nacimiento de la tradición «indiana» . Como escribe M. Aguirre Elorriaga, la “hispanofobia de la Enciclopedia con su puje de dicterios condiciona las mentes con la aceptación de la «leyenda Negra», como si el origen de las desventuras de Hispanoamérica radicara en su ancestro español y católico.
Se acepta por lo tanto el liberalismo, ya sea de matriz francesa o de matriz angloamericana, como fuente de progreso positivo. La nueva clase dirigente repudia lo católico y lo hispánico y se abre a la cultural liberal e ilustrada, francesa o angloamericana, y adopta aquella actitud que muchos llaman «herodiana».
Esta clase dirigente criolla impone por la fuerza al pueblo estas rupturas legalmente. La clase política intenta imponer un régimen que perpetúe las mismas posiciones del antiguo Patronato Regio ibérico de control de la Iglesia. En este sentido es curioso verificar la existencia de una solapada tendencia regalista-republicana de control de la vida de la Iglesia.
Así los gobiernos republicanos se aferran a un supuesto «derecho» en la designación de los obispos y otras pretensiones jurídicas del antiguo Patronato Regio como sus naturales sucesores jurídicos. Se codifica la teoría de la «soberanía del Estado». Estos gobiernos se entrometen así en todas las esferas de la vida eclesial.
Crean una barrera entre los obispos y la Sede Apostólica; insisten en ser ellos quienes dieran el «nihil obstat» y «el exequatur» a las disposiciones pontificias. Se dan así continuas injerencias en todos los ámbitos de la vida eclesial, aún durante los periodos de liberalismo mitigado.
Todas estas repúblicas conceden la libertad de cultos y se presentan como religiosamente tolerantes; pero son ellas las que marcan los límites de tal libertad religiosa y tolerancia, casi como un derecho concedido por el Poder estatal a las personas o la Iglesia dentro de unos límites bien precisos marcados por el Estado. Esta actitud es común a los liberales radicales y a loa conservadores. Es la aplicación de la doctrina de la «soberanía nacional» en todos los campos.
Se abren así periodos de persecuciones contra la Iglesia, a la que con frecuencia privan de su libertad y de sus bienes (desamortizaciones); se suprimen las corporaciones religiosas (supresión y expulsión de las órdenes) y las obras educativas o caritativas de la Iglesia; se establece el matrimonio civil como el único reconocido por el Estado y otras disposiciones legales comunes a todos los regímenes liberales de la época.
La difusión de la masonería militante
Las expresiones ideológicas de esta ruptura son muchas, dirigidas casi siempre por la masonería de cada lugar, con sus centros impulsadores principalmente en Estados Unidos, en París o en Londres, según las diversas, y a veces opuestas, obediencias.
Como escribe el historiador colombiano E. Cárdenas “la masonería se filtra desde nuestros preludios republicanos, y se fortalece en el proceso subsiguiente con su carga deísta y racionalista. Atrae y conquista los altos estratos plutocráticos, culturales y políticos. En el decenio de 1820 influyen en México merced al trabajo del embajador norteamericano Joel R. Poinssett y las logias yorquinas. El presbítero J. I. Victor Eyzaguirre observó que en Argentina, Perú y Ecuador se asentaba con alardes efectistas de beneficencia y de filantropía. N. Auza cita un almanaque masón de 1876 según el cual existían en Iberoamérica 10.000 afiliados masones. En Venezuela se afianza durante los regímenes presididos por Guzmán Blanco (1870-1877)”.
En Argentina la masonería se encontraba infiltrada fuertemente en todas las clases dirigentes y profesionales del país. En 1877 su gran maestro José Fernández, propuso un programa específico de emancipar al niño de la influencia “perniciosa de la superstición y el fanatismo” con un proyecto anticatólico y agresivo que abarcaba toda clase de tácticas y de pasos para descristianizar el país.
En Brasil la masonería contaba incluso con muchos clérigos entre sus filas. Por todo ello, en 1876 Pío IX se vio obligado a poner en guardia al Brasil y al resto de Iberoamérica con la encíclica «Exortae in ista ditione» (abril de 1876) para aclarar el equívoco de que no había movimientos masónicos que no chocaran con la conciencia católica.
“La eficacia del liberalismo anticatólico dependió sobre manera del equipo humano que lo adoptó como ideología y como programa. A diferencia de los Estados Unidos, la Iglesia católica iberoamericana dependió de hombres políticos que determinaron su suerte”, y por ello sigue los humores, la suerte de estos hombres y de sus regímenes políticos. En cada país podemos señalar a hombres bien precisos que han sido determinantes para la historia católica del país. Frecuentemente nos encontramos también con camarillas ideológicas que empujan a determinados «caudillos» a hostilizar a la Iglesia, y que imponen un programa de descristianización de los ciudadanos. No es tampoco raro, sobre todo en el siglo XIX, encontrarse también con clérigos saturados de ideas liberales acatólicas, y que con frecuencia, son los más exaltados en tales programas.
En la segunda parte del siglo XIX el liberalismo toma un cariz tan radicalmente masón y anticatólico que la mayor parte de los clérigos, anteriormente atraídos por el primitivo liberalismo, considerado progresista y libertario, se aleja tardíamente de su pertenencia ideológica. La raíz de tal confusión en el clero estuvo en la falta de seminarios adecuados para su formación, muy descuidada en aquellos tiempos tan azarosos, y en la mala selección y preparación de los candidatos al sacerdocio.
Andando el siglo, aunque lentamente, los mismos obispos se mostraban más cautos en la selección de los candidatos al sacerdocio y en la fundación de seminarios. No les son fáciles tales fundaciones, ya que los gobiernos liberales hostiles a la Iglesia habían incautado o suprimido la mayor parte de los antiguos seminarios, y prohibido o restringido la erección de nuevos.
Los obispos, además, tampoco disponían de sacerdotes debidamente preparados para encargarse de la formación de sus sacerdotes. Tampoco las antiguas órdenes religiosas, en franca decadencia o suprimidas por aquellos gobiernos, les podían dar una mano en la formación del clero. Nos encontramos con un panorama desolador. Por ello Pio IX funda en Roma el Pontificio Colegio Latinoamericano.
Bajo el influjo del positivismo ideológico
En la segunda parte del siglo la fisonomía política de los países latinoamericanos camina decididamente bajo la tutela del positivismo ideológico importado sobre todo de Francia. «Ordem y Progresso», reza el lema del Brasil en su bandera. Son positivistas, todos, incluso los dictadores más enraizados, como Porfirio Díaz en México.
Son la expresión de la burguesía «afrancesada» o «norte-americanizada» que domina por doquier e impone las modas de las nuevas metrópolis de la ciencia y del progreso. Se lee a Darwin, Spencer, Comte y se mira, como a un espejismo, a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. La burguesía viaja a estos países, copia sus modas, su arquitectura, su estilo de vida, sus estructuras políticas.
Se decía en algunos ambientes liberales de esta época: “El clericalismo es el cadáver del pasado y nosotros somos el espíritu liberal, es decir, el obrero del futuro”. Este espíritu se refleja en la educación y en las leyes que quieren arrancar a la Iglesia todo influjo social y familiar.
El siglo XIX es un siglo donde la nueva clase dirigente burguesa de los nuevos países trabaja incansablemente por emancipar a la sociedad iberoamericana de las raíces de la antigua tradición católica. Se trabaja por la laicización de todas las estructuras sociales. Algunos Estados se declaran todavía católicos o confesionales en sus constituciones, pero estas declaraciones no inciden sobre la vida y la trayectoria social emprendida por los gobiernos y por los grupos de poder político, económico e intelectual.
Andando el «largo siglo liberal» mientras se impone férreamente el dominio político de los grupos señalados y una población mayoritaria cada vez más marginada, sobre todo de campesinos, y de núcleos urbanos, este crecimiento no es proporcional al aumento del clero ni a la creación de nuevas diócesis.
Las circunscripciones eclesiásticas en todo el continente pasan de 49 en 1810 a 113 en 1900, pero ocupan territorios inmensos que los obispos no pueden ni visitar ni conocer adecuadamente ni asistir con sus sacerdotes. Por ejemplo, las estadísticas de 1902 daban los datos siguientes para Guatemala: 1,422 933 católicos; 2 254 protestantes; otros 1146; sin religión declarada 5113. La única diócesis, Guatemala, también archidiócesis, abarcaba toda la nación, contando con 120 sacerdotes seculares y 12 regulares.
También la llegada masiva de inmigrantes europeos y asiáticos al Continente latinoamericano, como en Argentina, Brasil, Perú e incluso Guatemala, va a ser determinante en un proceso muy contradictorio: por una parte se asiste a una descristianización creciente, dada la frialdad religiosa o la ignorancia de muchos de estos inmigrantes que pierden sus raíces, y por otra serán campo fértil de vocaciones y por lo tanto determinarán una nueva composición de su clero que con frecuencia viene de las filas de estos nuevos inmigrantes procedentes de España, de Italia o de otros países europeos.
Estos datos nos muestran cómo el proceso emancipador y la etapa liberal subsiguiente afectaron gravemente a la Iglesia iberoamericana; en el caso de Centroamérica y en concreto de Guatemala revistió características dramáticas.
NOTAS
- ↑ N. SANCHEZ ALBORNOZ, La población de Latino América desde los tiempos precolombinos hasta el año 2000, Madrid 1977².
- ↑ El concepto de «postmodernidad» lo acuñaba ya fundamentalmente el filósofo-teólogo alemán Romano Guardini en sus “Cartas desde el lago de Como” (1923-1925). Desarrolla la idea en “El fin de la modernidad” (traducción en español PPC, Madrid 1996).
- ↑ J. L. ROMERO, Latinoamérica, Las ciudades y las ideas, México 1976².
- ↑ Cf. E. CARDENAS GUERRERO, S.J, “La vida Católica en América Latina”, en QUINTIN ALDEA - E. CARDENAS, Manual de Historia de la Iglesia, X, Herder, Barcelona 1987, 560-564.
- ↑ Cf. L. ISLAS GARCIA, Apuntes para el estudio del caciquismo en México, Ed. Jus, n. 111, México D.F. 1962; E. KRAUZE, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), Tusquets Ed., México D.F. 1994.
BIBLIOGRAFÍA
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SANCHEZ ALBORNOZ N., La población de Latino América desde los tiempos precolombinos hasta el año 2000, Madrid 1977
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ