PERSECUSIÓN EN GUATEMALA; La Iglesia y la justicia social
Promoción renovada de la justicia social por la Iglesia
Con las encíclicas de Juan XXIII «Mater et Magistra» y «Pacem in Terris», las de Pablo VI «Populorum Progressio» y «Evangelii Nuntiandi», y los documentos de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano (CELAM) celebradas en Medellín (1968) y en Puebla (1979), la Iglesia renovó con ímpetu la promoción de la justicia social.
La situación social de Guatemala en manos de poderosos terratenientes distaba mucho de la Doctrina Social de la Iglesia. Los obispos guatemaltecos se fueron percatando de las causas que producían las tremendas situaciones de injusticia social imperantes en su País. Por otra parte, la instauración del comunismo en Cuba en 1959 con el triunfo de la revolución castrista preocupó mucho al gobierno norteamericano y a los demás gobiernos latinoamericanos controlados por los Estados Unidos. Se hicieron análisis de sus causas y sobre todo de la falta de apoyo popular durante la invasión anticastrista en la bahía de Cochinos.
Luego el Concilio Vaticano II (1962-1965) abrió nuevos cauces de pensamiento teológico con un fuerte influjo en todos los campos de la vida de la Iglesia. Aquel renovado espíritu eclesial causó una reacción negativa en los tradicionales círculos del poder socio-económico en muchos países de América Latina, incluida Guatemala, donde hasta entonces se consideraba a la Iglesia como un fuerte baluarte del anticomunismo.
Por su parte un sector del mundo católico, especialmente entre los eclesiásticos, fue abrazando actitudes cada vez más críticas con los sistemas dominantes de poder. Algunos clérigos –realmente muy pocos - llegaron incluso a militar en grupos notoriamente cercanos a posiciones marxistas, pero los medios de comunicación se encargaron de ampliar aquellas contadas adhesiones con fines de propaganda anticomunista y justificar su reprensión, confundiendo con frecuencia a quienes luchaban por la justicia social con los movimientos violentos y subversivos.
Tal fue el caso de los países de América Central, entre ellos Guatemala, donde además comenzaban a nacer movimientos revolucionarios de guerrilla filo-marxista. Fue a partir de finales de la década de 1970 y a lo largo de las dos siguientes, que la Iglesia de Guatemala escribió páginas de doloroso martirio con las persecuciones y asesinatos de un número relevante de sacerdotes y catequistas comprometidos en la defensa de los derechos fundamentales de los indígenas maltratados, de campesinos y desheredados por parte de oligarquías de poder que pretendían enriquecerse apropiándose de sus tierras o reducirlos a una depravada servidumbre.
La Iglesia no calló ante tamañas injusticias, exponiendo firmemente la Doctrina Social de la Iglesia por medio de sus miembros: obispos, sacerdotes y catequistas, y denunciando los atropellos a la dignidad humana a través de sus organismos organizados, ya fueran las diócesis y las parroquias; pero sobre todo por medio de la Conferencia Episcopal de Guatemala (CEG).
La Iglesia católica no podía dejar la promoción humana como parte integrante de su misión pastoral. San Juan Pablo II lo testificó en varias ocasiones en sus discursos al pueblo y a los obispos guatemaltecos. Así durante la visita «ad limina» de 1983, dijo a los obispos:
“Sé que, fieles al Evangelio, veis justamente la misión propia de la Iglesia en el anuncio de Cristo y de su obra de redención; pero a la vez no olvidáis los aspectos integrantes e inseparables de esa misión, que se refieren a la defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos, a la causa de la promoción del hombre, a la denuncia de los abusos cometidos contra él, a la defensa de la justicia, a la hermandad entre los diversos grupos sociales y razas, a la ayuda del bien común, ante todo en favor de los más pobres. De ellos os ocupasteis oportunamente en vuestra pastoral colectiva «Confirmados en la fe», del 22 de mayo de este año».
Al pueblo pobre del Guatemala se le había mantenido en la ignorancia y se le había marginado de la educación formal, como un medio para mantenerlo sometido. Por eso, inmediatamente, los grandes de la economía y el poder en Guatemala vieron en la educación que propiciaban la Acción Católica, las escuelas y los centros educativos católicos, un verdadero peligro para su sistema de explotación.
El Coronel Artemio González Rivera, (conocido por el pueblo como «Coronel Veneno»), Gobernador de El Quiché en tiempos del gobierno militar de Enrique Peralta Azurdia (1963-1966), decía con claridad y cínico descaro que había que poner un freno a las actividades educativas de la Iglesia, “porque el día en que los indios salgan de la ignorancia, se van a levantar y acabar con nosotros”.
En El Quiché, con más de un 90 por ciento de analfabetismo, la educación se programó a través de agentes multiplicadores, los catequistas, que además de la educación religiosa, promovieron la educación formal a través de programas de construcción de escuelas, de castellanización, y educación de adultos, como instrumentos para liberarse de la ignorancia y la opresión.
En su acción evangelizadora, la Iglesia, ante los amplios sectores de pobreza de la población y la gran masa mayoría de la población constituida por bautizados católicos, la obligaban a una evangelización que incluía todos los aspectos de promoción humana y cristiana integral; entre ellos la enseñanza a leer y escribir a una población rural donde el analfabetismo alcanzaba el 80%, a enseñar normas de higiene, de técnicas agrícolas y de cría de ganado, y a promover todas aquellas iniciativas que podían cooperar en la elevación de la vida social de las poblaciones, como dar facilidades para la adquisición de semillas y de ganado que ofrecía «Caritas» para evitar la usura crónica.
Al mismo tiempo se acompañaba la formación catequética fundamental y las iniciativas para el crecimiento de las comunidades eclesiales; experiencias para una recta celebración de la Palabra de Dios, y programas de formación a partir de los documentos del Vaticano II y de las Conferencias del CELAM sobre la promoción integral del hombre.
Por ello la Iglesia fue duramente perseguida por las bandas que apoyaban al ejército, que en el fondo tenían solamente el interés de apoderarse de las tierras del campesinado indígena. Estas bandas acusaban a la Iglesia de organizar grupos guerrilleros bajo la apariencia de formar catequistas. El trabajo de la Iglesia se proponía la salvación de toda la persona humana. No se pensaba solamente en salvar las almas, sino la persona completa, imagen y semejanza de Dios. Los Centros de formación daban cursos de alfabetización, catequesis, historia de la Iglesia, derechos humanos, promotores de salud, etc. El trabajo más fuerte era el de los Delegados de la Palabra o Catequistas, que atendían pastoralmente sus comunidades, celebrando la Palabra de Dios todos los domingos, ante la escasez de sacerdotes que pudieran llevar la Eucaristía, por haber descubierto su compromiso de cristianos y la misión cristiana recibida en el Bautismo. Así la Iglesia llegaba hasta la última aldea del mundo rural indígena, rompiendo el aislamiento en que lo tenían encerrado, y fomentando en su población una conciencia sobre su dignidad y derechos.
En este sentido el trabajo de «Caritas» fue particularmente importante, sobre todo promoviendo el trabajo de la tierra en los terrenos comunales o se compraban fincas, que eran administradas cooperativamente. Entonces los grupos militares o paramilitares emprendieron una actividad represiva, encarcelando a los campesinos y acusándoles de usurpación de la propiedad privada, porque aparecieron unos supuestos «dueños» de aquellas tierras, que desde hacía siglos habían sido propiedad indiscutible del mundo indígena. También, y en la misma línea, después del terremoto que azotó Guatemala el 4 de Febrero de 1976, se construyeron colonias con casas, mercados y salones de usos múltiples para las familias más afectadas y necesitadas. Dentro de todo este trabajo de Evangelización integral se inscribe la persecución a la Iglesia y el martirio de sacerdotes, religiosos/as y muchos catequistas y miembros de las comunidades. Es cierto también que algunos de los catequistas que promovieron la Acción Católica fueron claudicando por distintos motivos con el paso de los años. Alguno que otro creció económicamente y pronto cayó en la tentación de crearse una propia comunidad; por ello alguno incluso fundó una propia «iglesia» o secta, abandonando la Iglesia Católica, como fue el caso del fundador de la Iglesia «Príncipe de Paz» de Chichicastenango, o se unieron a las sectas recién llegadas de los EUA, ante las amenazas y la persecución que sufrían los fieles católicos. La «teología de la liberación»: su contexto La preocupación de actualizar la teología adaptada a la realidad latinoamericana llevó a algunos clérigos latinoamericanos a formular un nuevo tipo de teología que será conocida como «teología de la liberación». La pretensión era de formular el contenido cristiano usando las categorías de la filosofía de la dialéctica marxista.
Al encontrarse con la pobreza material como una plaga crónica y extendida en todo el continente, y la injusticia social como el mal que generaba tal pobreza en una buena mayoría de la población, esa «teología de la liberación» se proponía partir de un análisis de tales hechos como instrumento hermenéutico a la hora de reflexionar y presentar el dato revelado.
Ello significaba tomar la injusticia social en su conjunto, examinándola en sus aspectos políticos y sociales, insistiendo sobre la necesidad de cambios estructurales en el mapa social. La Iglesia, afirmaban, tiene un papel moral y educativo. Parte de su misión esencial, que deriva de su deber de anunciar el Evangelio, es la denuncia de las «estructuras de pecado». El núcleo central de la praxis propuesta por esta «teología de la liberación» era que Cristo había venido a librar al hombre de la esclavitud, de toda esclavitud, también de aquella física y social.
Todos los creyentes estarían llamados a comprometerse en el proceso de liberación del hombre en todos los aspectos. Para algunos, tal compromiso no se podía separar de una acción de carácter sociopolítico. Esta «teología de la liberación» subrayaba la urgencia de cambios estructurales de fondo para una sociedad petrificada o anclada en una organización social capitalista y burguesa, propia del «largo siglo liberal burgués» de los siglos XIX y XX.
Una toma de posición semejante tocaba los intereses de los terratenientes y de las compañías multinacionales. La «teología de la liberación» tomó varias y diversas tendencias, dependiendo de las posiciones de sus distintos pensadores. La ideología marxista y los agudos problemas de la pobreza y de la justicia social llevaron a propuestas y reflexiones diversas con un lenguaje semejante al usado por los marxistas.
La carta pastoral de la CEG del 14 noviembre 1981 se expresa así: “Una de ellas [teología de la liberación], ajena al pensamiento cristiano, ha utilizado un método y una ideología extraños al cristianismo para analizar la realidad latinoamericana y luego ha querido una etiqueta cristiana. Concretamente la ideología que ha sido utilizada es el marxismo. Haciendo una distinción entre el materialismo dialéctico que sería el que llega a la negación de Dios, y el materialismo histórico, que se presenta como un método para establecer la justicia a través de la lucha de clases, rechaza el primero y adopta el segundo como medio para conseguir la desaparición de la injusticia”.
La CEG exprime su parecer negativo sobre este trabajo, pero añade (n. 988): “Mucha mayor fuerza ha adquirido en la conciencia colectiva de los católicos latinoamericanos la reflexión que, partiendo de un serio análisis científico de la realidad por la experiencia de una profunda intimidad con Dios y de un abnegado trabajo con aquellos que el mundo considera «más despreciables», impulsa a vivir con mayor intensidad la Palabra de Dios y, en consecuencia, a luchar porque el amor se haga presente en todas las realidades”.
Los sostenedores de la «seguridad nacional» vieron en la «teología de la liberación» -en cualquiera de sus diferentes expresiones- una aliada del comunismo y por ello el peligro de perder a las masas. Ya lo decía un llamado «Documento de Santa Fe» (USA), elaborado en esa localidad norteamericana dando las líneas para combatir el comunismo en el Continente: “La política exterior de Estados Unidos debe empezar a contrarrestar (no a reaccionar en contra) la teología de la liberación, tal como es utilizada en América Latina por el clero a ella vinculado. El papel de la Iglesia en América Latina es vital para el concepto de libertad política. Desafortunadamente, las fuerzas marxista-leninistas han utilizado a la Iglesia como un arma política en contra de la propiedad privada y del capitalismo productivo, infiltrando la comunidad religiosa con ideas que son menos cristianas que comunistas”.
La persecución contra la Iglesia católica: motivaciones de los perseguidores
En los años de 1970 y sobre todo en la década siguiente, la Iglesia católica en Guatemala sufrió una cruenta persecución. En un discurso a los obispos de Guatemala durante su visita «ad limina», el Papa Juan Pablo II recordó cómo “La Iglesia en Guatemala ha pagado con la sangre y con la opresión un grande tributo a la violencia”. Ninguno sabrá con exactitud el número de víctimas.
Se han señalado una serie de razones que provocaron esta violenta persecución, que ya venía fomentada por el anticlericalismo masónico, tradicional en Guatemala desde el siglo XIX; por intereses personales económicos de una burguesía liberal emergente; y por la política de represión por parte de los grupos oligárquicos en el poder. A estos factores se sumó la doctrina de la «seguridad nacional» propiciada por los Estados Unidos en su lucha contra los regímenes filocomunistas durante la «guerra fría».
En tal lucha de represión fue tomada como «cabeza de turco» la Iglesia católica, acusada de apoyar los movimientos revolucionarios filocomunistas. Se quería cancelar la enseñanza evangélica y de la Doctrina Social de la Iglesia sobre temas como: la justicia, el respeto a la persona humana y la inviolabilidad de la vida humana. La política por parte de los gobernantes de comprometer a la Iglesia en la protesta de los civiles contra el poder estatal, comenzó tras la matanza de Panzos.
Las autoridades gobernativas acusaron a algunas religiosas dominicas de incitar a la violencia con sus enseñanzas; pero la acusación era una calumnia fabricada con el propósito de desviar las responsabilidades de aquella matanza. Ya antes se habían dado matanzas en la zona de Ixcán. Fueron asesinados un centenar de campesinos que protestaban porque habían sido expulsados de las tierras heredadas de sus abuelos.
Mons. Gerardo Humberto Flores escribe en su testimonio-deposición en el Proceso sobre el martirio del padre franciscano Tulio Marzano y su catequista Luis Obdulio Arroyo: “Mi permanencia en Izabal fue del 7 de Junio del 1969 al 17 de Diciembre de 1977. Ya había sombras muy negras en el horizonte y los primeros zarpazos de la represión comenzaron a caer; pero la gran violencia llego poco después de mi salida de Izabal. Esta la empecé a vivir desde el 29 de Mayo de 1979, fecha histórica de la «Masacre de Panzos», que para mí marca el inicio de la enorme «negra noche» o «larga pasión» que vivimos los guatemaltecos”.
El verdadero motivo fue el descubrimiento de unos yacimientos petrolíferos en la zona comprendida por el norte de Huehuetenango, Quiché, Alta Verapaz e Izabal. Los jefes militares y políticos luchaban entre sí para apropiarse de aquellas tierras, pobladas por indígenas y que cultivaban las tierras poseídas en común y heredadas de sus antepasados desde hacía siglos.
“Entre 1976 y 1978 la represión se mantuvo a un ritmo intensivo, pero todavía en forma selectiva, hasta que la masacre de Panzos el 29 de Mayo de 1978 dio la señal del nuevo modelo represivo que habría de seguir el Gobierno del General Fernando Romeo Lucas García, el cual, teniendo sus propios intereses económicos en la Franja Transversal del Norte, buscaba destruir totalmente los proyectos autónomos de colonización, al mismo tiempo que promovía el establecimiento y fortalecimiento de proyectos paralelos militares”.
Pero la represión venía de tiempo atrás, de las presidencias de Lucas García y Enrique Peralta Azurdia, que estaban implicados en los mismos intereses. Los indígenas nunca se habían preocupado por registrar jurídicamente aquellas propiedad ancestral ante los nuevos gobiernos liberales de la Guatemala independiente. Era unas propiedades indiscutiblemente pertenecientes a los indígenas, y respetadas a lo largo de los siglos, especialmente bajo la tutela de la legislación española.
El derecho tradicional había sido siempre respetado y aplicado sin más. Quien ahora se oponía a este latrocinio de tierras era acusado de comunista y guerrillero, por lo que justificándose en la doctrina de la Seguridad Nacional tenía que ser eliminado. Los que más sufrieron fueron los campesinos, que intentaron defender sus derechos con la ayuda de diversas organizaciones católicas; las más comprometidas en ello fueron la Acción Católica, los delegados de la Palabra o catequistas, y Caritas.
En muchos ranchos y poblaciones las únicas personas con una cultura elemental eran los catequistas, que por ello se convirtieron en el blanco principal de la represión. Los agentes del Gobierno querían alejar a los misioneros católicos de las zonas de las que pretendían adueñarse, de modo que no hubiese en ella testigos incómodos de sus injustas apropiaciones y de la represión subsiguiente.
Entre los misioneros católicos presentes se encontraban los norteamericanos de Maryknool en la zona de Ixcan-Huehuetenango, donde habían trasladado en avioneta algunas familias para colonizar algunas de aquellas tierras ganadas a la selva. La avioneta fue derribada por el ejército, provocando a la muerte de algunos sacerdotes y hermanas religiosas que fueron acusados calumniosamente de trabajar para los guerrilleros.
En Guatemala fueron muy raros los casos de sacerdotes que se unieron a las guerrillas, o que hiciesen referencias explicitas a aquellos hechos. En general la acción de la Iglesia católica fue la de proclamar los valores de la enseñanza católica, los mandamientos y la defensa fundamental de los derechos humanos. Era el contenido del mensaje evangélico lo que los perseguidores intentaban eliminar con la violencia, reduciendo así la Iglesia al silencio.
La actitud de la Conferencia Episcopal de Guatemala
La Conferencia Episcopal de Guatemala (CEG) no se inhibió en esos momentos tan delicados. Una prueba de ello son sus numerosos documentos y comunicados oficiales, a pesar de las continuas amenazas y violencias intimidatorias. El 6 de agosto de 1981 ya eran 12 los sacerdotes asesinados o desaparecidos, sin contar a los delegados de la Palabra y catequistas asesinados.
Examinando los documentos desde el 15 de mayo de 1980 al 30 de enero de 1982 se puede afirmar que la CEG indicó los siguientes hechos y aspectos:
1. La persecución pertinaz contra la Iglesia católica
A causa de la violencia generalizada en todas sus formas: institucionalizada, subversiva o represiva, el homicidio, la venganza, el secuestro y desaparición de personas, la tortura, el ataque indiscriminado a las poblaciones, etc.., los obispos constatan una actitud de rechazo del plan de Dios sobre los hombres:
“Como cristianos, iluminados por el Evangelio que predicamos y tratamos de vivir, volvemos ahora nuestra mirada a la realidad actual de nuestra Patria y, con profundo dolor, encontramos en la misma una situación que evidencia un rechazo del plan amoroso de Dios» .
Los documentos de la CEG afirman que se trata de un clima y de una persecución contra la Iglesia católica, en las instituciones eclesiales y en las personas de sus catequistas, delegados de la Palabra, obispos, sacerdotes, religiosas, asambleas litúrgicas, instituciones de beneficencia, instituciones educativas y de manera especial, Caritas. Escriben:
“La Iglesia Católica es hoy víctima de injustos ataques y de violentas agresiones. La Iglesia sufre persecución por su fidelidad en cumplir la misión que Cristo le ha confiado. Es el caso concreto y presente de Guatemala, además del asesinato o desaparición de 12 sacerdotes (siete de ellos solamente en lo que va del año 1981) y de la muerte violenta de numerosos catequistas y miembros de nuestras comunidades cristianas, es de todos conocido que, en los últimos días, se ha desatado una campaña publicitaria que tiende a desacreditar ante sus hijos a la Iglesia, que es Madre y Maestra. La fe nos hace comprender que la Iglesia en Guatemala está viviendo una hora de gracia y de positiva esperanza. La persecución ha sido siempre una señal evidente de la fidelidad a Cristo y a su Evangelio. La sangre de nuestros mártires será semilla de nuevos y numerosos cristianos y nos consuela el constatar que estamos aportando nuestra parte de sufrimiento «a lo que falta a la pasión de Cristo» (Col 1,24) para la redención del mundo. Por eso en nosotros los católicos guatemaltecos no hay lugar para el temor o el desaliento”.
Y en otro comunicado escribían los obispos: “La Iglesia, como Madre, siente en lo más vivo de su corazón el dolor del pueblo guatemalteco. Más aun, ella misma está participando de este dolor, pues, sufre desde hace tiempo los embates de la persecución y ha perdido a muchos de sus hijos. Nuestra fe nos enseña que cuando sufrimos persecución, calumnias, amenazas y aun la misma muerte por causa de la justicia, estamos participando más plenamente en el magisterio pascual de Cristo, en su cruz y en su resurrección”.
Los obispos reconocen que la Iglesia católica se encuentra sumergida en la espiral de la violencia que golpea a la población. “Creemos que pocas veces en la historia de nuestra patria se han vivido días tan amargos ... la violencia cobra cada día un alarmante número de víctimas: secuestros, torturas, asesinatos…”.
Pero ante tan graves delitos, la respuesta de la CEG fue oponerse a toda violencia y defender las instituciones caritativas y educativas de la Iglesia y a los agentes de la pastoral católica, reprobando claramente a quienes tomaron el camino de la subversión socialista. Así escriben: “Lamentamos profundamente que un sacerdote haya optado por el camino de la violencia subversiva para lograr la solución de los ingentes problemas del país, contraviniendo así clarísimas normas de la Iglesia Católica [...]; juzgamos equivocada esta opción [...]. Es falso que los obispos latinoamericanos, basándose en la doctrina del Concilio Vaticano II, hayan pretendido en Medellín y en Puebla encauzar a la Iglesia por el camino de la violencia subversiva con el fin de propiciar la implantación de un sistema socialista [...].
Tampoco podemos aceptar como válida la aseveración de que la labor promocional de la Iglesia [...] sea como «un primer piso» sobre el cual posteriormente se edifique el segundo piso de la subversión. No es cierto que hayan sido sacerdotes desorientados los que iniciaron en Centroamérica el movimiento de Delegados de la Palabra de Dios. Este método de apostolado, nacido de la más pura entraña del Concilio Vaticano II, ha sido organizado por la Jerarquía, que reconociendo «el sagrado derecho y deber» que tienen los seglares de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, les confía una tarea específica en el campo del apostolado seglar bajo la vigilancia de párrocos y obispos.
Como pastores de la Iglesia damos nuestro total apoyo a las instituciones aludidas en las declaraciones del p. Pellecer y que a primera vista quedan afectadas. En primer lugar, manifestamos nuestra aprobación y palabras de aliento a los Delegados de la Palabra de Dios. Nos vemos obligados a reconocer la ayuda que instituciones de la Iglesia Católica, como Caritas, han brindado en favor de Guatemala [...]; es inadmisible considerar esta institución benemérita como plataforma a la estructuración de un sistema comunista.
El hecho, a todas luces lamentable, de que algunos sacerdotes y religiosos hayan optado por el camino de subversión, no justifica en forma alguna el asesinato de numerosos sacerdotes y catequistas y la persecución a que la Iglesia se ha visto sometida en diversas regiones de nuestra Patria”.
Se creó un clima de desconfianza entre el clero católico y el gobierno de Guatemala. El ministro de educación el día 5 de agosto de 1981 había declarado: “Todos los sacerdotes y religiosos del País serán investigados por el gobierno para determinar si no tienen vinculación con grupos extremistas”. Los obispos respondieron con un comunicado del 6 de agosto 1981: “No tememos a esta investigación, si es objetiva y veraz, pero la consideramos altamente ofensiva a la Iglesia Católica, pues con ella se pretende colocarla en un plano de ilegalidad”.
2. La misión de la Iglesia incluye el compromiso por el hombre, y el amor preferencial por los pobres
La CEG expone la misión de la Iglesia precisando que no puede limitarse a la esfera espiritual, es decir a la relación personal Dios-hombre, y encerrando la acción de la Iglesia en «las sacristías»; tiene que ver todo el hombre, sus relaciones con las cosas y con las personas.
“Es Cristo mismo quien envía la Iglesia a todos los hombres y a todas las sociedades con un mensaje de salvación. Esta misión de la Iglesia se realiza en dos perspectivas: la perspectiva escatológica que considera al hombre como un ser cuyo destino definitivo es Dios; y la perspectiva histórica, que mira este mismo hombre en su situación concreta, encarnada en el mundo de hoy. Este mensaje de salvación es un mensaje de amor y fraternidad, de justicia y de solidaridad en primer lugar para los más necesitados. En una palabra, es un mensaje de paz y de un orden social justo”.
La Iglesia se compromete con el hombre y por el hombre en una promoción integral que no puede excluir la obra en favor de un orden social justo.
“Dios nuestro Señor quiere que los guatemaltecos vivamos en un orden social justo y fraternal. Somos peregrinos hacia la eternidad de Dios, pero esta peregrinación debe caracterizarse porque está fundada sobre la verdad, la justicia y el amor. El Concilio Vaticano II enseña que el orden social «hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, y vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano» (Gaudium et Spes 26). La misma paz; fruto de la justicia y del amor, solo será posible si se procede a un cambio profundo de los espíritus de las estructuras. Todo cristiano debe comprometerse, si quiere ser fiel al mensaje de Cristo, a crear un clima de comprensión y diálogo, que permita emprender con mayor eficacia las reformas sociales, urgentes y necesarias para lograr una convivencia más conforme a la voluntad de Dios”.
La opción de la Iglesia por el hombre y su amor preferencial por los pobres no fue dictada por intereses, cálculos políticos o motivaciones demagógicas, sino que brotó de la fidelidad al Evangelio.
“Y si la Iglesia, fiel a su misión se hace presente en el campo de la promoción y defensa de los derechos fundamentales del hombre, lo hace en virtud de la verdad revelada que posee de ese mismo hombre y no por oportunismo o afán de novedades, sino por un auténtico compromiso evangélico. No es por oportunismo ni por afán de novedades que la Iglesia es defensora de los derechos humanos. Es por un auténtico compromiso evangélico, el cual, como sucedió en Cristo, es compromiso con los más necesitados”.
Los obispos de Guatemala escribían reiteradamente: “Para el cristiano es fundamental el aprecio y valoración del hombre completo, tal como existe. Hay estructuras injustas, mantenidas por grupos interesados, que impiden a muchos el acceso a la cultura, a la participación en la política y a la mejor repartición de los bienes de la tierra. Por eso Medellín denuncia esta realidad, que califica como situación de pecado y condena la violencia institucionalizada que contiene, exigiendo un cambio radical de las estructuras. En Medellín, la Iglesia se compromete a la liberación de todo el hombre y de todos los hombres, lo cual pertenece a la esencia de su misma misión como continuadora de la obra salvadora de Cristo, que vino a liberamos del pecado y de sus consecuencias”.
Y continúan: “La Iglesia no está ni en contra de las riquezas ni en contra de los diversos sistemas económicos. Lo que propugna únicamente es que todo esté al servicio del hombre y no al contrario. Que todo sirva para que el hombre sea más y no solo tenga más”.
Sobre este punto los documentos de la CEG citan con frecuencia la exhortación apostólica de Paulo VI «Evangelii Nuntiandi» (nn. 29-31,36-37) y otros de Juan Pablo II como el siguiente:
“Con su opción por el hombre latinoamericano visto en su integridad, con su amor preferencial pero no exclusivo por los pobres, con su aliento a una liberación integral de los hombres y de los pueblos, Medellín, la Iglesia allí presente, fue una llamada de esperanza hacia metas más cristianas”.
En otro texto reafirmaban los obispos citando también a Juan Pablo II: “No pueden disociarse anuncio del Evangelio y promoción humana, pero para la Iglesia aquél no puede confundirse ni agotarse, como algunos pretenden en ésta última. La Iglesia, experta en humanidad, fiel a los signos de los tiempos, y en obediencia a la invitación apremiante del último Concilio, quiere hoy continuar su misión de fe y de defensa de los derechos humanos. Invitando a los cristianos a comprometerse en la construcción de un mundo más justo, humano y habitable, que no se cierra a sí mismo, sino que se abre a Dios”.
“La Iglesia ha aprendido en éstas y otras páginas del Evangelio que su misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre y que entre evangelización y promoción humana hay lazos muy fuertes de orden antropológico, teológico y caridad ...”
Tal compromiso de la Iglesia con la promoción del hombre integral, y por los cambios estructurales de una sociedad justa, obedece a una elección precisa del colegio episcopal de toda América Latina, de cada una de las conferencias episcopales y del magisterio pontificio de la Iglesia católica. Lo demuestran los documentos colectivos del CELAM de Medellín, de Puebla y luego de Santo Domingo y de Aparecida. Numerosas cartas y documentos de las diversas conferencias episcopales, especialmente en los años de 1970 y 1980, insisten sobre lo mismo.
Intervenciones específicas de Juan Pablo II sobre el tema de la justicia social dirigidas al episcopado y al pueblo latinoamericano son, entre otros, su discurso de apertura de la Tercera Conferencia del CELAM en Puebla, y los discursos a los trabajadores en casi todas sus visitas a los países latinoamericanos.
En la apertura de la reunión del CELAM en Santo Domingo expone con claridad la Doctrina Social de la Iglesia en los temas más vivos de los derechos de las personas, y de la problemática civil y política de las sociedades actuales. Semejante actitud por parte de la Iglesia y su consecuente acción pastoral no fueron recibidas sin contrastes y oposición por determinados sectores de la sociedad.
En Guatemala produjeron acusaciones a la Iglesia católica de colaborar con los grupos de extrema izquierda, con la expresa acusación de ser expresión de una ideología «comunista». Así se expresan los obispos guatemaltecos ante tales acusaciones: “Nos vemos obligados a reconocer la ayuda que instituciones de la Iglesia Católica, como Caritas han brindado en favor de Guatemala. Es inadmisible considerar esta institución benemérita como plataforma a la estructuración de un sistema comunista. El hecho, a todas luces lamentable, de que algunos sacerdotes y religiosos hayan optado por el camino de subversión, no justifica en forma alguna el asesinato de numerosos sacerdotes y catequistas y la persecución a que la Iglesia se ha visto sometida en diversas regiones de nuestra Patria”.
En otra intervención los obispos escriben: “Frecuentemente se acusa a la Iglesia de ser vehículo del comunismo ateo. La Iglesia Católica, que funda sus enseñanzas en la verdad del Evangelio, tiene un mensaje que está muy por encima de cualquier ideología humana y jamás podrá favorecer ningún sistema que lesiona la dignidad del hombre. Más aun, en numerosas ocasiones ha condenado el materialismo ateo, sea de corte marxista o capitalista y la ideología de la seguridad nacional. Todas estas campañas de desprestigio y difamación en contra de la Iglesia Católica han provocado una situación de confusión en algunos sectores del Pueblo Católico. Hay quienes incluso piensan equivocadamente que, atentando y financiando la persecución en contra los cristianos, defienden la integridad de la fe y alejan el peligro del comunismo” .
Y en otro: “Es frecuente oír que la Iglesia, al defender al pobre, fomenta con ello la lucha de clases o se convierte en vehículo del comunismo”.
3. El derecho de la Iglesia de anunciar el Evangelio
Los documentos de la CEG reafirman el derecho de la Iglesia de anunciar el Evangelio y de denunciar las situaciones de pecado, precisamente como hizo Jesucristo: “Para cumplir su misión en esta doble perspectiva, la Iglesia, fiel al mensaje de Jesús, anuncia el reino de Dios y no puede callar por temor o comodidad ante las injusticias y atropellos cometidos contra el hombre, que impiden en este mundo la plena realización del plan de Dios. No se entromete en política ni se sale de su misión cuando anuncia integralmente el evangelio de Cristo. En todo ello, la Iglesia sigue el ejemplo de Cristo, que, al anuncio gozoso del Reino de Dios, añadió también una clara denuncia del pecado de su tiempo. Como a Cristo mismo, también a la Iglesia el cumplimiento de esta misión provoca conflictos, críticas injustificadas, calumnias y persecución. Son ya numerosos los sacerdotes, religiosos y catequistas que han pagado con su vida la fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al hombre”.
La indicación de principios no puede prescindir de la situación real y concreta en la que se vive y anuncia el Evangelio. “Dios nos habla a través de los acontecimientos, pues es el Señor de la Historia. En la crisis actual tenemos que dejamos interpelar por la Palabra de Dios, enjuiciar a la luz de la fe en el momento conflictivo en que vivimos, para dar una respuesta en fe a esa interpelación concreta que Dios nos hace”.
En un ambiente y periodo en el que la violencia se encuentra generalizada, los grupos de población en condiciones de vida subhumanas constituyen un porcentaje muy elevado, la justicia es mínima y el Estado de Derecho no existe. La CEG pasa a subrayar algunos aspectos. La elección de la vía de la no violencia para actuar las reformas es una indicación precisa del episcopado en momentos en los que algunos caían en la tentación de escogerla.
El hombre no tiene el poder de suprimir la vida humana. La CEG expone ante todo el valor de la persona humana a la luz de la Revelación: “Hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza. El hombre no solo es creatura de Dios sino objeto privilegiado de su amor. Dios coloca al hombre en la cumbre de la creación y lo pone todo bajo su mando. Por amor al hombre, para salvarlo, el Hijo de Dios se hizo hombre, adquiriendo la condición de esclavo para que fuéramos hechos hijos de Dios. De esta verdad se puede valorar la dignidad verdadera de todo hombre. No nos debe extrañar, por eso mismo, que el magisterio de la Iglesia, infinidad de veces, exalte y defienda la dignidad del hombre. Por lo tanto, el más humilde de los guatemaltecos, el más explotado y marginado, el más enfermo e ignorante, vale más que todas las riquezas de la Patria y su vida es sagrada e intangible. En toda convivencia humana bien organizada y fecunda, se debe colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona [...]; y por tanto de esa misma naturaleza nacen al mismo tiempo derechos y deberes, que por ser universales e inviolables, son también absolutamente inalienables (Pacem in Terris 9). Tomando en cuenta la dignidad de la persona humana la Iglesia proclama por ello que «todo atropello al hombre es también atropello al mismo Dios de quien es imagen» (Puebla 306)”.
De aquí se siguen dos principios: “El primer principio fundamental: la superioridad de la persona humana sobre la sociedad. El hombre no está hecho para la sociedad, sino ésta para el hombre. No se puede aducir un bien social para conculcar un derecho humano. El segundo principio fundamental es el bien común tan importante, que la razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo no en el bien de algunos privilegiados, de una clase social, de un partido político o de un sector determinado de la sociedad, sino en el bien de la colectividad”.
A la luz de la Revelación la vida humana pertenece a Dios, y el hombre no puede apelarse a motivaciones válidas para suprimirla. “Nadie tiene derecho de atentar contra la vida de su hermano ya que la vida es un don sagrado que no se puede mancillar impunemente. Ni el temor al comunismo ni el ansia exasperada de cambiar las actuales e injustas estructuras, pueden ser pretexto o justificación para asesinar al hermano”.
Se condena el asesinato y la supresión de las poblaciones indígenas, que se quiere justificar en nombre de la lucha al comunismo; detrás de esta acusación se escondía el miedo a la promoción de los grupos étnicos indígenas, que se quería impedir al ver amenazados sus propios intereses personales y económicos. Esto sucedía en todos los niveles, incluido el mismo ejército.
El grupo étnico formado por los ladinos o mestizos, en su mayoría nutre una aversión hacia el grupo indígena de los indios. En el ejército de Guatemala una buena parte de los militares de alto grado son ladinos, mientras buena parte de los soldados rasos son indios, sometidos a una real discriminación: “Es doloroso y condenable el asesinato de numerosos jóvenes indígenas que, con increíble esfuerzo, habían logrado destacarse por su preparación intelectual y estaban asumiendo con justicia un importante liderazgo en sus comunidades”.
4. Otros valores La CEG pasaba luego a subrayar otros valores de la persona humana o en función de ella, como la familia y la vida político-social del hombre. Si por una parte la CEG se quejaba de una campaña de difamación contra las instituciones eclesiásticas y de denigración de su trabajo pastoral, por otra parte lamentaba la pasividad de los fieles ante el asesinato indiscriminado de agentes de pastoral: “Sería muy triste y vergonzoso que los fieles cristianos permanecieran insensibles, mientras son perseguidos y vilipendiados los sacerdotes, las religiosas y los catequistas que luchan por ellos y entregan cada día la vida por servirles”.
En la base de esta carnicería, la CEG veía la perfidia de algunas personas del poder contra las opciones de la Iglesia en favor de los pobres: “Una aclaración especial exige la opción preferencial por los pobres, que a nadie excluye ni es exclusiva. Esta se sitúa en la misma línea del Evangelio y de su Divino Fundador, que en su vida demostró un amor de predilección por los enfermos, por los inválidos y por los desheredados de la tierra. Querer hacer de esta opción evangélica una acusación falsa de que con ello se fomenta la lucha de clases o se favorece la ideología comunista no pasa de ser una manifestación evidente de ignorancia que, sin embargo, ha costado ya la vida a muchos agentes de pastoral”.
Por esto la CEG se vio autorizada a hablar de persecución contra la Iglesia católica. La Iglesia optó por el hombre y por los pobres, elección que nace de la fidelidad al Evangelio, es decir: opción el mensaje y la persona de Jesucristo, que coinciden: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. (Juan 14,6). Tal elección se encuentra sostenida por el magisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia.
La fidelidad a esta elección, lejana de alianzas o compromisos con grupos extremistas, tuvo que pagar un alto precio de sangre derramada. La Iglesia católica en Guatemala tiene total derecho a considerarse perseguida por su fidelidad al Señor Jesucristo por predicar el mensaje que Él le confió para ser anunciado a todas las gentes.