TALAMANTES FRAY MELCHOR DE; Promotor de la independencia Novohispana

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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LOS SUCESOS POLITICOS DE ESPAÑA Y SU REPERCUSION EN MEXICO

En julio de 1808 llegaron a México las noticias de la grave situación creada en España por las abdicaciones de Carlos IV y de Fernando VII en favor de Napoleón, y del nombramiento del mariscal francés Joaquín Murat,[1]como lugarteniente del reino español y de la circular del Consejo Real pidiendo ser reconocido.

Lo ocurrido en la Península se hizo de dominio público en la Nueva España, a través de la «Gaceta de México» del sábado 16 de julio, provocando una trascendental crisis al saberse “que ya no había rey ni gobierno legítimo metropolitano”. En calles y plazas de la ciudad de México, tanto en público como en privado, no se hablaba de otra cosa. Talamantes se mezcló aquel día en los animados corrillos del portal de mercaderes para comentar y discutir, “sosteniendo con ardor y empeño que no admitía (otra) interpretación la literal explicación de la Gazeta”.[2]

Las reacciones en México fueron diversas y confusas. Por aquel entonces existían dos posiciones bien definidas: por un lado, el partido europeo representado por la Audiencia, autoridades y demás peninsulares, y por otro, el partido criollo, constituido por los miembros del Ayuntamiento e hijos de españoles nacidos en el país.

Para los criollos del Ayuntamiento mexicano la situación era excepcional. Pues, no existiendo ya la legítima autoridad real, tampoco existía la autoridad del gobierno en la Nueva España, por ser simple participación de aquella; por tanto, era urgente el modo de proveer a su revalidación. Por lo cual, sabedor de la organización de las «juntas» regionales de gobierno en las diversas provincias de España, el Ayuntamiento, como institución representativa del pueblo, tomó la iniciativa de promover la celebración de una «Junta General en la Nueva España», que desembocaría sencillamente en la independencia.

Dos regidores, los licenciados Francisco Primo Verdad y Ramos,[3]y Juan Francisco Azcárate Lezama,[4]fueron los encargados de encauzar esta iniciativa del Ayuntamiento. Pero con éstos y detrás de ellos estaba fray Melchor Talamantes, amigo de ambos, y con muchas simpatías en el sector criollo. Los historiadores reconocen que el mercedario fue el alma y cerebro e inspirador de este movimiento. El historiador español Lafuente Ferrari dice que “el alma de toda la trama, no por oculta menos efectiva, fue el inquieto mercedario fray Melchor de Talamantes”.[5]Para el mexicano Genaro García fue Talamantes quien “más influencia tuvo acaso”, y quien formuló las bases de la Junta General afirmando que ésta “debía traer en sí mismo la semilla de la independencia, sólida, durable, y que pueda sostenerse sin dificultad y sin efusión de sangre”.[6]

Impulsado por los mencionados regidores, el Ayuntamiento celebró sesiones los días 15 y 16 de julio de 1808. Pero por las discrepancias que hubo en la última sesión el asunto quedó pendiente. Es interesante señalar que Talamantes, tal vez motivado por las «discrepancias» entre los regidores, y para darles luces, según su propia confesión, el mismo 16 de julio comenzó a escribir su «Congreso Nacional» para concluirlo el 23 de julio.

En la sesión del Ayuntamiento de 19 de julio fue aprobado el texto de una representación de tres puntos, redactado por Azcárate para ser entregada al Virrey. En él punto 2° se declaraba que el Ayuntamiento asumía la representación del reino hasta que éste se pronunciase por sí o por sus procuradores. (Aquí se apuntaba ya al Congreso Nacional propuesto por Talamantes). El mismo 19 de julio por la tarde, el Ayuntamiento se dirigió en forma solemne al palacio del Virrey para hacer entrega de su representación.

En el pedimento leído por el regidor Azcárate, entre otros puntos decían al Virrey: 2o que por la ausencia o impedimento de los legítimos herederos, residía la soberanía representada en todo el reino; y 3o, en consecuencia, la ciudad de México, en representación de todo el reino, sostendría los derechos de la casa reinante. Y que el Virrey continuase provisionalmente encargado del Gobierno. A todo lo cual el Virrey manifestó su plena conformidad. Como afirma Lucas Alamán, todo se hizo en la forma convenida de antemano entre el Virrey y Azcárate.

El mismo día el Virrey pasó la representación en consulta al Real Acuerdo. Este puso el grito en el cielo oponiéndose rotundamente a la actitud y pretensiones del Ayuntamiento. Pese a esta reacción, el alcalde de corte Jacobo Villaurrutia, criollo, amigo de Talamantes y uno de los destinatarios de su «Congreso Nacional», en vista de que no existía una autoridad legítima, apoyando la propuesta del religioso, abogó por que “se estableciese una Junta Representativa en todo el Reino, que declarase al Virrey la autoridad suprema en lo necesario”.

En sesión del 21 de julio, el Real Acuerdo preparó su respuesta con la fundamentación del caso, quedando así planteada definitivamente la divergencia entre la Audiencia y el Ayuntamiento. El 23 de julio el Ayuntamiento volvió a visitar al Virrey con el objeto de conocer la opinión dé la Audiencia sobre su representación. Ante la presión de los regidores y la posibilidad de que llegara, en cualquier momento, un nuevo virrey nombrado por el francés Joaquín Murat, el virrey Iturrigaray[7]convino en la necesidad de llamar a Junta.

Afirma Lafuente Ferrari que él mismo 23 de julio Talamantes dirigió al Ayuntamiento una carta bajo seudónimo, pero escrita de su puño y letra, instándolo a prohijar la idea del Congreso, “púes de no hacerlo así caería el gobierno en manos de la Audiencia”. Días después el religioso insistió que la celebración del Congreso Nacional “es el único arbitrio que nos resta”. Por su parte, Gabriel de Yermo,[8]ejecutor de la destitución del Virrey la noche del 15 de septiembre de 1808, en su «Manifiesto» dice que Iturrigaray seguía “los consejos del artificioso Padre Talamantes”.

TALAMANTES Y LAS JUNTAS GENERALES DE MEXICO

El 9 de agosto de 1808, en el Salón del palacio virreinal, convocadas por el Virrey, se reunieron en la primera Junta General todas las autoridades de la Ciudad. En asamblea solicitada con tanto interés por el Ayuntamiento. El primer orador, el síndico del común el Lic. Verdad, propuso la necesidad de un gobierno provisional, afirmando “que la soberanía estaba y había recaído en el pueblo americano”. Lo cual provocó la inmediata reacción de la oposición, representada por los fiscales y la Audiencia.

Entre tanto el Virrey seguía con interés el planteamiento de los regidores, y al mismo tiempo “con manifiesto desafecto el sentir del Real Acuerdo”. En esta primera Junta no hubo ninguna votación.

Por su parte, Talamantes, “el alma de aquel movimiento” (Lafuente Ferrari), seguía de cerca y se mantenía al tanto de cuanto ocurría en esta asamblea. Pero en el ánimo del religioso hubo un cambio y una reacción ante el resultado de esta Junta, porque él esperaba que, como consecuencia de dicha asamblea, el Virreinato hubiese quedado en manos de una Junta Gubernativa.

Precisamente estas ansias de Talamantes se ven corroboradas por la carta que, entre el 9 y 13 de agosto, dirigió al brigadier Roque Abarca, gobernador intendente de Nueva Galicia, para decirle que la ocasión que se vivía era para hacer sin dilación lo que se había practicado en todas las provincias de España, esto es, poner a este Reino bajo las disposiciones de una Junta Gubernativa.

Le manifestaba que las personas sensatas e instruidas clamaban por la convocación de un Congreso Nacional; y que con el fin de combatir a los que pensaban que aún no había llegado el tiempo, había escrito su obra «Congreso Nacional», que le adjuntó a fin de que tuviese conocimiento de los objetivos del congreso y tomase por su parte el empeño en solicitar su convocación. Al final le instaba al gobernador Abarca con estas palabras: “pertenece a V.S., como gobernador más antiguo después del actual Virrey, obligar a éste a que verifique dicha junta, conminándolo a hacérsela V.S. por sí mismo, si él no lo determinase así prontamente”.[9]

Un tanto desilusionado con el resultado de la primera Junta, Talamantes insiste en influir en el Ayuntamiento a través de los regidores de su mayor confianza, presentándoles en forma pública y abierta su escrito «Congreso Nacional», ya concluido desde el 23 de julio y “dedicado al Excelentísimo Ayuntamiento”. Para ello se vale del regidor Manuel Cuevas Guerrero Monroy y Luyando, a quien, con nota de 24 de agosto, le hace llegar el escrito, con el ruego de “presentarlo oportunamente a mi nombre y de pedir que se lea”.

Mediante atento oficio, el religioso hace está viva instancia al Ayuntamiento: “V. Excia, se revista, en tiempo, de toda la energía y entereza que le son propias, a fin de que se celebre con la debida solemnidad el Congreso Nacional en los términos y bajo el Plan presente en la Obra, para que se organice el Reino y se consulte a su conservación y felicidad”.[10]Efectivamente, en sesión del 26 de agosto el escrito Congreso Nacional fue presentado al Ayuntamiento en pleno.

A la llegada a México de los comisionados de la Junta de Sevilla, con el propósito de pedir su reconocimiento, el Virrey convocó a una junta para el 31 de agosto, en la que, con la oposición de los criollos, se aprobó por mayoría el reconocimiento a la Junta de Sevilla. Pero en esto Iturrigaray recibió unos pliegos enviados por la Suprema Junta de Asturias pidiendo también ser reconocida. Entonces el Virrey llamó a una reunión a las autoridades para el 1° de setiembre. Es cuando, siguiendo la opinión de los fiscales, se dejó en suspenso el reconocimiento de la Junta de Sevilla, y se acordó además no reconocer por ahora a ninguna de las juntas de España.

Acaso con el fin de neutralizar la fuerte oposición de la Audiencia con la presencia mayoritaria de los criollos como diputados de los Ayuntamientos, el Virrey decidió finalmente convocar un congreso general, dirigiendo a tal efecto, el mismo día 1° de septiembre, una circular a los Ayuntamientos para que procediesen a la designación de sus apoderados, y que los elegidos se trasladasen a México a la mayor brevedad.

Es en relación a este momento que Lafuente Ferrari escribe: “Marchaban, pues, viento en popa los proyectos de los regidores y los de su inspirador el fraile Talamantes. Se marchaba hacia el «Congreso Nacional», tan defendido por el mercedario”.[11]

Efectivamente, quien dirigía el movimiento hacia un congreso y canalizaba las aspiraciones de los criollos, era nada menos que un religioso, un hombre de convento: el Padre Talamantes. Desde el 23 de julio tenía su escrito «Congreso Nacional del reino de Nueva España», donde explicaba los motivos de su urgente celebración, el modo de convocarlo, los individuos que debían intervenir, y el asunto de sus deliberaciones.

José María Luis Mora dice: “Entre los que más influjo tenían en el partido mexicano se hallaba un fraile de la Merced cuyo nombre era Melchor Talamantes. Este hombre, de una vasta instrucción y de ideas bastante liberales para su época y estado, insistió mucho en que no se hicieran grandes cambios, aconsejando que todas las cosas quedasen en el estado, en que se hallaban, especialmente los Ayuntamientos que debían ser el punto de apoyo del nuevo gobierno. El reunir un congreso y el que éste fuera compuesto de personas afectas a la independencia era a su juicio la necesidad del momento, lo demás debía dejarse para más tarde y así lo exigía la prudencia”.[12]

El 9 de septiembre se realizó la Junta, y se desarrolló en medio de obstrucciones y desconfianzas de parte de los oidores. Se concluyó sin que algo se hubiese resuelto de modo definitivo. En cambio, se había profundizado más el distanciamiento entre los oidores y el Virrey; tampoco se hizo efectiva la insinuada renuncia de éste. Desde entonces los oidores, heridos en su orgullo por no haber podido imponerse como siempre lo habían hecho en todo, empezaron a tramar el modo de deshacerse del Virrey en forma violenta.

Talamantes, una vez superado el desaliento causado por que los resultados de la primera junta no hubiesen salido conforme a sus planes, seguía el curso de los hechos con igual interés y actividad. Al haberse comprometido el alcalde de crimen, Jacobo Villaurrutia, en la Junta del 9 de setiembre a fundamentar por escrito el voto que diera en las dos anteriores, esa misma noche el religioso fue a su casa para ofrecerle que sobre el particular ya tenía un trabajo hecho.

Y al día siguiente ya estaba sobre el escritorio del alcalde una copia de «Congreso Nacional». Las visitas de Talamantes a la casa de Villaurrutia se repitieron los días 10, 11 y 14 de setiembre, en relación sin duda alguna con el escrito que preparaba para fundamentar la realización del próximo Congreso del reino.

A partir de la Junta del 9 de septiembre, en un clima de tensa calma, hubo gran actividad en el seno de ambos bandos: los españoles, sigilosamente, tramaban la destitución del Virrey, y los criollos, muy esperanzados, no pensaban en otra cosa que en el Congreso general del reino. A su vez, el Ayuntamiento, el 12 de setiembre pidió a Iturrigaray aplazase la junta que debía celebrarse en esos días, para conocer el escrito de Villaurrutia.

Además, porque el síndico, por encargo del Ayuntamiento, trabajaba un papel sobre el mismo asunto. Y Talamantes, por su parte, el mismo 12 de septiembre escribía sus célebres «Advertencias reservadas», con indicaciones precisas de las medidas previas que debía tomar el Virrey en la celebración del Congreso.[13]

ESCRITOS POLITICOS DE TALAMANTES

Al ser preguntado el Padre Talamantes por los jueces de su causa sobre los motivos que tuvo para escribir su obra «Congreso Nacional», respondió sin vacilaciones que, al saber que varios regidores trataban “este punto con mucho ardor, pero sin los debidos conocimientos ni principios” [...], juzgó “un servicio considerable a la Patria dar luces que podían dirigir en esa empresa, y ofrecer el medio menos arriesgado y expuesto para la celebración del Congreso”.[14]

A su vez, los jueces de la causa, al elevar a la Audiencia concluido el proceso de Talamantes, dirán en su informe, el 22 de marzo de 1809:

“La crisis peligrosa en que los dominios de España se hallaron por la invasión pérfida dé los franceses, abrió un dilatado campo al Padre fray Melchor Talamantes para desplegar sus luces, planes y designios, respecto a la suerte política que preveía o deseaba en Nueva España. Toma entonces la pluma, escribe, medita, resuelve, vacila luego y se fija por último en que este Reino debe celebrar un Congreso General de Villas y Ciudades: quiere que haya una Representación Nacional, a la cual sea consiguiente el ejercicio de la soberanía”.[15]

Efectivamente, entre el 16 y 23 de julio fray Melchor escribió su “Congreso Nacional del Reino de Nueva España. Expónense brevemente los graves motivos de su urgente celebración, el modo de convocarlo, individuos que deben componerlo, y asunto de sus deliberaciones. Dedicado al Excelentísimo Ayuntamiento de la M.N.M.L.I. e imperial Ciudad de México, Capital del Reino. Por Yrsa, verdadero patriota.”

En la introducción el autor habla de los motivos que tuvo para intervenir en el asunto, entre otros, el desvanecer la idea de algunos ministros que opinaban no haber llegado todavía el caso de convocar este Congreso; convencer “de la grave necesidad en que nos hallamos de no perder un momento, y de tenerlo prevenido todo con anticipación, ocurriendo a un Congreso nacional, cuya autoridad es la única que puede liberarnos de los embarazos que nos cercan”.[16]

Entre los fines del Congreso Nacional el religioso señala: la organización del Reino “para llenar los huecos que se originan en una nación de la anarquía o de la falta de la autoridad monárquica”. Dice que nada se perderá en la celebración de este Congreso, “tan combatido por unos pocos, y tan justamente deseado por todos”; pues, él ha de componerse de las autoridades constituidas, “en quienes debe tenerse la mayor confianza”.

El Congreso Nacional constituye todo un plan de acción: con indicaciones de quienes deben formar parte del Congreso, y sobre todo los asuntos que deben tratarse. El escrito supone en el autor profundo conocimiento e información acerca del funcionamiento del gobierno y de la administración pública.

El otro escrito político de Talamantes tiene por título: «Representación nacional de las colonias. Discurso filosófico», dedicado también al Ayuntamiento de la ciudad de México. Según confesión propia, comenzó a escribir el 11 de agosto de 1808 y lo concluyó en tres o cuatro días. La finalidad de esta obra era “corroborar más las especies de la primera (Congreso Nacional), con la cual tenía conexión”. Efectivamente, viene a ser el fundamento doctrinal de aquel histórico acto proyectado en «Congreso Nacional».

El opúsculo consta de dos partes: I. ¿Si las colonias tienen o pueden tener representación nacional?; II. Casos en que las colonias pueden legítimamente separarse de sus Metrópolis; y una Conclusión. Se trata de un verdadero discurso filosófico donde predomina el manejo de los principios de filosofía política, aplicados a la circunstancias de la Nueva España de aquellos días. Además, revela en el autor un profundo conocimiento de la realidad de las colonias españolas en sus múltiples aspectos.

En su obstinación por la realización del Congreso, Talamantes recomienda a todos la unión, como indispensable para “aspirar con suceso a la salud y defensa de la Patria, que es el primer paso de la Representación Nacional”. A los miembros del Ayuntamiento les recuerda con claridad la no existencia de facto de los vínculos con la metrópoli: “Desde el punto mismo en que se nos hizo saber que los reyes de España se habían cedido a una potencia extranjera, [...] se han roto del todo para nosotros los vínculos con la metrópoli; las leyes coloniales que nos unían a ella y nos tenían dependientes, han cesado enteramente, y no subsisten para dirigimos sino las leyes puramente regionales”.[17]

Concluyendo dice: “Hemos demostrado hasta aquí, con toda evidencia, que las colonias pueden tener representación nacional y organizarse a sí mismas; hemos indicado también y probado con las razones más sólidas todos los casos en que ellas pueden legítimamente usar de ese derecho”.[18]

Entre los escritos menores de Talamantes tienen especial importancia sus «Advertencias reservadas», las que vienen a ser como el núcleo de su pensamiento y causa de sus trajines independentistas. En la segunda de ellas dice con toda claridad: “que el congreso que se forme lleve en sí mismo, sin que pueda percibirse de los inadvertidos, las semillas de esa independencia sólida, durable y que pueda sostenerse sin dificultad y sin efusión de sangre”.[19]

Entre el 25 de agosto y primeros días de setiembre de 1808, Talamantes hizo circular copias de sus obras, “estrechó más su amistad y comunicó sus luces con aquellas personas que o presumió tenían influencia en el gobierno o supo que opinaban como él: en una palabra, sus escritos y pasos caminaban uniformes hacia el Congreso deseado”.[20]

Por su parte, el ya mencionado Gabriel de Yermo afirmó que los planes de Talamantes “anduvieron de mano en mano entre la secta de los insurgentes, mentados o no mentados en esta historia”.[21]Un historiador moderno dice al respecto: “De estos escritos hizo circular copias con profusión entre los Ayuntamientos del reino, contribuyendo así poderosamente a difundir ideas y principios que preparaban los ánimos a desear un cambio radical de la colonia”.[22]

Tuvieron en su poder los escritos de Talamantes, los leyeron o mostraron interés por conocerlos: los regidores [todos criollos] Manuel Luyando y Francisco Azcárate, el síndico Verdad, el alcalde de corte Jacobo Villaurrutia, el Fiscal en lo civil Ambrosio Zagarzurrieta, el ex oficial real de Guadalajara José de Irigoyen, el presbítero Juan Ignacio Villaseñor, el canónigo Ciro Villaurrutia, el subdelegado de Chalco Juan Ignacio Bejarano, el coronel José González, y otros.

PRISION Y PROCESO DE TALAMANTES

Se había llegado a un estado de grave enfrentamiento entre el Virrey, apoyado por los criollos, contra la Audiencia y los españoles residentes en México. La situación se había agudizado a partir de la última Junta General de 9 de septiembre de 1808. Eran los días en que, al decir del Virrey a la Junta de Sevilla, “por diversos medios se proclamaba sorda pero peligrosamente la independencia y el gobierno republicano”, y no se hablaba de otra cosa que de “la soberanía del pueblo”.[23]

Los criollos, ilusionados, trabajaban por el ya inminente Congreso Nacional, a cuyo fin el Virrey, mediante una circular de 1° de setiembre, había instruido a los Ayuntamientos para que envíen a sus apoderados. Entre tanto, los españoles, en medio de temores y vacilaciones, ultimaban los detalles para sacar al Virrey, como el único medio de salvar el reino de inminente pérdida.

Al mismo tiempo circulaban los más extremos rumores que comprometían al Virrey, y pasquines de tono independentista contribuían a caldear más el ambiente, presagiando como algo inminente el giro de nuevos acontecimientos. Ante semejante situación, los españoles, que temían por sus vidas y sus haciendas, decidieron finalmente la separación del cargo del Virrey don José de Iturrigaray.

Para este cometido se fijaron en la persona de Gabriel de Yermo, rico hacendado, de carácter decidido y de sentido práctico, y con gran ascendencia entre los comerciantes españoles. Quien -se dice- guardaba también antiguos resentimientos hacia el Virrey. Yermo preparó la conspiración buscando gente entre los comerciantes de la Ciudad y planificando con gran meticulosidad y dentro del mayor secreto.

Llegado el momento, la noche entre el 15 y 16 de septiembre, Yermo a la cabeza de unos 300 hombres, con la pasiva complicidad de los centinelas de palacio -quienes, según algunos, recibieron dinero por la pacifica entrega del Virrey- rompiendo las puertas de las alcobas del palacio, se apoderaron del anciano Virrey y de su familia. Iturrigaray, con sus dos hijos mayores, fue conducido a la Inquisición, y su esposa, doña Inés Jáuregui y sus hijos menores, al convento de monjas de San Bernardo.

Acto seguido, en plena noche, por disposición de Yermo, fueron convocadas de urgencia a una reunión extraordinaria en palacio las principales autoridades de la Ciudad. “Dócilmente se reunieron los altos personajes y asintieron a todo, sin que les detuviera la consideración de que carecían de facultades para llevar a cabo unos actos de tamaña entidad, particularmente la deposición del Virrey, que prohibía una ley expresa”.[24]

Allí mismo designaron como nuevo Virrey a don Pedro Garibay (16 de septiembre de 1808 a 19 de julio de 1809), anciano militar retirado, que de inmediato tomó posesión del cargo. Luego, mediante un manifiesto, dieron a conocer que «el pueblo» había pedido «imperiosamente» la separación del Virrey y que “la necesidad no está sujeta a las leyes comunes”.

Se ordenó el inmediato arresto de los regidores don Francisco Primo Verdad y Ramos, don Juan Francisco Azcárate, y de fray Melchor de Talamantes, por ser cabecillas visibles del independentismo y promotores del Congreso Nacional. También fueron arrestadas otras personas por ser amigos del Virrey y próximos a él. Todos los aprehendidos fueron conducidos a las cárceles que con antelación se les había señalado.

A las 5 de la mañana, en la casa donde vivía, fue sorprendido el Padre Talamantes por tres hombres del comercio y conducido al Colegio de San Fernando, de los franciscanos. El mismo día por la noche fue trasladado a la cárcel del Arzobispado y días después a las cárceles de la Inquisición. Presumiblemente se tomó esta medida para facilitar el largo proceso a que sería sometido en dicho tribunal. Al momento de su arresto le fueron secuestrados a Talamantes cuantos papeles y escritos y documentos encontraron en su casa y llevaron al Real Acuerdo.

Se dice que para el 4 de octubre casi todos los detenidos habían sido puestos en libertad, quedando en la cárcel sólo el Lic. Azcárate y el P. Talamantes. El Lic. Verdad falleció el 4 de octubre en la cárcel del Arzobispado. Iturrigaray y su familia, el 6 de diciembre de 1808, fueron embarcados con destino a Cádiz a bordo del navío San Justo. Sus bienes quedaron embargados en México.

En la península tuvo que afrontar dos causas: una por infidencia, sobreseída después, y otra de residencia en la cual fue condenado a pagar 435,413 pesos, en castigo por el delito de peculado. El ex virrey murió en Madrid en 1815. Mientras tanto, en México los causantes de la desgracia del Virrey esperaban encontrarle pruebas contundentes de infidencia entre sus papeles, que justificasen su destitución. Pero no hubo nada en su contra.

Ante esta situación, a la Audiencia le urgía dar a los hechos consumados un sustento legal. Y para esto nada más a propósito que Talamantes, “cogido con las manos en la masa, con todos sus planes y papeles revolucionarios, y convencido, por tanto, plenísimamente de reo de alta traición”, como escribió Yermo.[25]Esto mismo es afirmado por Lafuente: “Los papeles encontrados al fraile suministraban pruebas de que se preparaba la independencia y de que Talamantes había actuado como incitador del Ayuntamiento, con el que había estado en comunicación, remitiéndole sus escritos y proyectos. Aquellas notas de fray Melchor eran una acusación de sus trabajos por la emancipación de Nueva España”.[26]

El proceso

El 19 de septiembre de 1808 fue constituido un tribunal mixto encargado de juzgar a Talamantes: el nuevo Virrey nombró juez al oidor decano don Ciríaco González Carvajal, y el Arzobispo, por su parte, designó a don Pedro de Fonte, su provisor y vicario general. El mismo día fueron nombrados el escribano y auxiliares. El acusado no tuvo abogado defensor y todo el tiempo del proceso se le tuvo en la incomunicación más absoluta.

Ante los dos jueces se practicó el examen minucioso de los papeles y manuscritos del religioso; los autógrafos sobre asuntos políticos, como cuerpo del delito, quedaron en poder de los jueces, en tanto que los otros documentos o libros fueron devueltos a sus lugares de procedencia.

Llenados los trámites de ley, se inició el proceso instructorio en el siguiente orden. En primer lugar, la declaración preparatoria desde el 26 de setiembre al 4 de octubre de 1808, en que el acusado tuvo que responder a 120 cargos o preguntas; luego, la deposición de 28 testigos, del 10 de octubre al 3 de noviembre; en seguida, la confesión del acusado en 14 sesiones, desde el 19 de diciembre de 1808 al 8 de marzo del año siguiente, y finalmente la sentencia.

El 26 de setiembre de 1808, en una de las salas de la Inquisición, se dio inicio a las declaraciones. En el curso del proceso responderá con gran habilidad, rapidez mental y aplomo. Afrontó las preguntas más insidiosas “con serenidad de espíritu y con un tono de superioridad que impresiona”. Admitió haber firmado sus escritos políticos con nombres como Toribio Marcelino Fardanay, José Antonio, Ciudadano Patriota e Yrsa.

Como era de esperar, las preguntas más incisivas de los jueces giraron en torno a los escritos políticos del religioso: las causas y motivos de su composición, el número de copias que hizo sacar, las personas que pudieron conocerlos etc. Talamantes reconoció ser el autor de los escritos políticos, los que, por otra parte, estaban escritos de su puño y letra.

A propósito del ejemplar de «Representación Nacional de las colonias. Discurso filosófico», devuelto por el alcalde del crimen, don Jacobo Villaurrutia, en su declaración manifestó el mercedario que fuera de éste, “a ninguna persona, absolutamente, ha dicho de palabra, ni por cartas particulares, las reflexiones, argumentos, especies, sofismas que contiene dicho papel; que, por lo tanto, debiendo esta obra entrar en clase de los simples pensamientos, de los cuales no puede ser reconvenido por juez alguno, pues, aun Dios mismo sólo hace cargo de los pensamientos consentidos, se creía en derecho para no contestar sobre tales papeles que el declarante ha tenido para su uso particular; pero que, sin embargo, ha querido hacerlo para que, en cumplimiento de la protesta de franqueza que ha hecho, se vea la bondad de sus pensamientos”.[27]

Protestó asimismo Talamantes que no se le debía hacer por ellos el menor cargo, y que si se tratase de juzgarlo, no fuese “por unos papeles tomados contra su voluntad y violando el secreto de su retiro, sino por la conducta que haya observado hasta el momento de su prisión”.[28]

Las simples declaraciones de Talamantes y sobre todo el examen de sus escritos dieron materia suficiente a los jueces para formular los puntos de acusación, que, contenidos en un extracto o «Idea de la causa», presentaron a la Audiencia el 8 de octubre de 1808. Para los jueces fray Melchor era reo de:

- “Haber turbado la tranquilidad pública induciendo a la independencia, de cuyo delito se le debe hacer cargo.
- Con sus escritos.
- Con los medios que promovía para conseguir el fin.
- Con las reprobadas ofertas que se atrevía a exponerles.
- Con la falta de la verdad y contradicciones que se notan en su declaración.
- Con la culpable ocultación de las personas que tenían ideas de la independencia y clamaban por ella.
- Con las expresiones seductoras, falsas y sediciosas, que quería divulgar y divulgó; en el hecho de remitir su obra primera al Ayuntamiento, haber sacado copias de la segunda y delineado otros planes, que no tuvo tiempo de verificar.
- Resultado de todo, que el Padre Talamantes, ansioso de la independencia, solicitaba con cuantos medios pendían de su arbitrio la celebración de un Congreso Nacional de Nueva España, para preconizarla independiente de la antigua”.[29]

Informados del estado de la causa, el mismo 8 de octubre los oidores resolvieron se prosiguiese con la misma y se remitiese a Madrid, a modo de informe, el citado extracto.

La confesión de Talamantes

El 19 de diciembre de 1808 se dio inicio a la confesión judicial del inculpado. Preguntado si se ratificaba en sus declaraciones anteriores, respondió que tenía que exponer “cosas muy esenciales” a la causa, la cual no podía “correr legalmente sin el debido conocimiento, que aún no se tiene, de la persona a quien se juzga”; para lo cual pidió papel de 20 pliegos y un plazo de 12 ó 14 días.

Y al día siguiente hizo la recusación formal del juez Ciríaco González para seguir viendo esta causa, por haber recibido de éste “pruebas de enemistad positiva, y tenerlas también de su colusión con enemigos y perseguidores acérrimos del declarante”. La Audiencia, el 25 de enero de 1809, por “frívola y maliciosa”, no admitió la recusación ni la excusa del recusado. Por su parte, Talamantes reiteró se le diese papel para fundamentar la recusación; al serle también denegado, protestó la violencia que se le hacía al no querer oírle los motivos de la recusación.

Continuando con la confesión, los jueces le formularon las preguntas más incisivas sobre sus dos escritos: el «Congreso Nacional» y el «Discurso filosófico». Al cargo de haber compuesto la primera obra, dijo “que es verdad que las leyes no han reconocido dicho congreso, pero que tampoco previeron ni pudieron prever jamás el caso insólito e inesperado en que nos hemos encontrado”.[30]

Luego manifestó su opinión particular no expuesta a persona alguna: “Faltando el rey a la monarquía, oprimida la metrópoli por una dominación extranjera, y remitiéndose las Américas a reconocerla, es absolutamente necesario en el reino de Nueva España un Congreso Nacional con ejercicio de soberanía”[31]. Y agregó que el asunto del Congreso debería regirse no por las leyes, que no las había para el preciso caso en que se hallaban, “sino por las reglas de prudencia y los principios generales del derecho público”.

A la insistencia de los jueces sobre la difusión de sus escritos, Talamantes, a modo de conclusión, dijo que “si los demás habitantes de México no fueron culpables en haber hablado y defendido la necesidad del Congreso, al declarante no se le puede acriminar porque lo mismo que se hablaba públicamente lo pusiese por escrito, consultando con ello, como verdadero hijo de la Patria y fiel a su Nación, a presentarle los verdaderos y sólidos principios, rectificar las ideas y cortar las consecuencias perniciosas que podrían traer unas disputas y pretensiones mal dirigidas”.[32]

Reconvenido por el contenido de sus «Advertencias reservadas», dijo que se trataba de simples ocurrencias sobre una hipótesis, “que la verosimilitud no es la verdad misma; que la posibilidad de una cosa no es su existencia; que las intenciones no son actos externos sujetos al juicio humano”.[33]

Al cargo de haber dado a conocer a otros su «Discurso filosófico», hizo referencia al asalto violento, las afrentas y deshonras que se le hacían en su carácter de “un hombre de letras”. Reiteró el carácter de mero artificio del mencionado escrito; que “aun cuando se quiera suponer independiente al declarante, su independencia no habrá sido práctica y civil, sino cuando mucho filosófica y especulativa”.[34]

Dijo también que en el citado discurso había la semilla de dos consecuencias: una filosófica, que se deducía de aquellos principios, y es que había casos en que podía legitimarse la independencia de las Américas; y otra práctica, según la cual en el tiempo en que se escribió aquel discurso no convenía en las Américas una independencia que las cubriría de males y de ignominias.[35]

Al cargo de que el «Discurso filosófico» era seductor y sedicioso: respondió “que la naturaleza cría los venenos, pero no los prodiga, sin que por esto pueda decirse destructora de los vivientes”. Ni la formación, ni la retención de un discurso sedicioso hace sedicioso al individuo, sino el divulgar y comunicar las ideas de este género. Añadió luego: “Por lo que toca al «Discurso filosófico», el declarante está persuadido y repite que él es sedicioso, considerada su independencia filosófica o especulativa, pero no lo es en su total aplicación, en que se imprueba la independencia política”.[36]

En respuesta a las declaraciones hechas en su contra, respondió Talamantes que ello “debía atribuirse a que los espíritus acomodados a la nueva situación de las cosas dirigen sus tiros contra aquellos contra quienes pueden hacerlo impunemente, para sacar alguna pequeña y miserable gloria de la acriminación ajena”.[37]


SENTENCIA Y MUERTE DE TALAMANTES

Una vez concluida la confesión, el 22 de marzo de 1809 elevaron el proceso a la Audiencia, acompañado de una «Consulta Instructiva» o síntesis de los cargos. Los jueces consideraban a Talamantes como:

I. Religioso díscolo, insubordinado y escandaloso. II. Omiso en desempeñar la Comisión que el gobierno le dio, con auxilios de que ha abusado. III. Turbador de la quietud pública con sus producciones escritas y diligencias que practicó para divulgarlas. IV. Y fecundo en subterfugios para cubrir con ellos la enormidad y castigo de sus delitos.

El 23 de marzo Pedro de Fonte comunicaba al Arzobispo la conclusión de la causa y le proponía la sentencia que debía de dársele. Le decía que debe “procederse a su pronto exterminio, con arreglo al derecho y leyes de Indias”. Pero como “Ejecutarla en estos dominios pudiera ser origen de funestas consecuencias, pues el mayor número de sus habitantes tiene deferencia y profundo respeto al estado sacerdotal, [...] produciría en estas circunstancias escándalos y daños al bien público”; en consecuencia, propuso “se remitiese a España el reo y su causa, para que S.M. dispusiera lo que hallare por conveniente”.

El Arzobispo, de su parte, se conformó con la propuesta de Fonte, y en tal sentido le comunicó al Virrey el 28 de marzo. El 6 de abril el Real Acuerdo, con asistencia del Virrey, aprobó por unanimidad la sentencia propuesta por el Arzobispo; dispuso que, “con las precauciones que demanda la seguridad de un reo de Estado”, fuese conducido al Castillo de San Juan de Ulúa, en Veracruz, y que de allí sea embarcado para España, bajo partida de registro, a disposición de la Suprema Junta Central.

Tomadas todas las medidas del caso, el 10 de abril se hizo entrega de la persona de fray Melchor de Talamantes al sargento mayor de la plaza, Juan de Noriega. Esa misma noche, el coche, con el mercedario a bordo, conducido por el alférez de dragones José Villamil, “bajo las más estrechas prevenciones y encargos de seguridad”, tomó el camino de Veracruz.

El 25 de abril los jueces entregaron al Virrey la causa original y los duplicados sacados para su remisión a España. A su vez, el Virrey, por oficio de 12 de mayo de 1809, comunicó a la Junta Central la remisión, en el navío San Francisco de Paula, de fray Melchor Talamantes como reo y autor de papeles “seductores, sediciosos y perturbadores del orden público”. Se dice que el navío señalado para conducir a Talamantes con destino a la Península llevó a Veracruz la fiebre amarilla, epidemia que hizo estragos entre la tripulación y alcanzó con fuerza a los habitantes del puerto.

El debilitado organismo de fray Melchor, encerrado en uno de los calabozos del Castillo de San Juan de Ulúa, fue presa fácil del mal. Así, este iniciador y promotor de la independencia de México murió, víctima de los malos tratos y de la fiebre amarilla, a las 5 de la mañana de 9 de mayo de 1809. Historiadores mexicanos como Bustamante, Mier, Genaro García y Alamán, afirman que al momento de expirar Talamantes tenía los grillos puestos.


CONCLUSION

Con motivo de las fiestas conmemorativas del primer centenario del proceso de la independencia de México, el historiador Luis González Obregón, en 1909, escribió de Talamantes: “Pocas líneas en nuestros anales; muchas diatribas difamatorias en los folletistas de la época, fueron el único recuerdo que de él se conservó durante un siglo, pero en el primer Centenario de su muerte, la reivindicación es justa, oportuna y definitiva. Se elevará sencillo monumento, en donde fue sepultado. La casa en que vivió y laboró el atrevido pensamiento, será modesto santuario de enseñanza”.[38]

Efectivamente, ese año 1909 el gobierno de Porfirio Díaz erigió, en el Castillo de San Juan de Ulúa, un obelisco para honrar la memoria de este héroe pensador de la independencia y soberanía de los pueblos. Asimismo, en el monumento a la libertad erigido en 1910 en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, con ocasión del primer centenario de la independencia, el nombre de Talamantes fue grabado junto al de otros artífices y precursores mexicanos de la misma. En el patio principal de la fortaleza de San Juan de Ulúa, donde murió el mercedario peruano, fue colocada en 1960 una placa de bronce con esta inscripción:

“A FRAY MELCHOR DE TALAMANTES
EN EL CL ANIVERSARIO
DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL,
CON LA GRATITUD DE LOS MEXICANOS.
EL GOBIERNO DE LA REPUBLICA
Y EL GOBIERNO DEL ESTADO.
H. VERACRUZ, MAYO 9 DE 1960”.


NOTAS

  1. Murat colaboró desde 1795 con Napoleón y realizó el traslado de la familia real española a Bayona, donde Carlos IV abdicó en favor de Napoleón. Es conocido por su actuación represiva como jefe del ejército tras el levantamiento del pueblo madrileño el 2 de Mayo de 1808.
  2. DHM, VII, 113.
  3. Francisco Primo de Verdad y Ramos (Ciénaga del Rincón, Jalisco, junio de 1760- Ciudad de México, 4 de octubre de 1808) Abogado, Político y precursor de la Independencia de México
  4. Juan Francisco Azcárate y Lezama (Ciudad de México, 11 de junio de 1767-ídem, 31 de enero de 1831): abogado criollo, regidor del ayuntamiento de la Ciudad de México, y promotor de la creación de la Junta de Gobierno.
  5. ENRIQUE LAFUENTE FERRARI, El Virrey Iturrigaray y los orígenes de la independencia de México, Madrid, C.S.I.C., 1941, 91.
  6. GENARO GARCÍA, El plan de independencia de la Nueva España en 1808, México, Imprenta del Museo Nacional, 1903, 9.
  7. José Joaquín Vicente de Iturrigaray y Aróstegui (Cádiz 1742; Madrid, 1820) Virrey de Nueva España (1803-1808)
  8. Gabriel Joaquín de Yermo y de la Bárcena (10 de septiembre de 1757- 1813) terrateniente criollo, que se convirtió en líder del movimiento anti independentista y del Golpe de Estado que derrocó al virrey José de Iturrigaray.
  9. DHM, VII, 445-8
  10. DHM, VII, 440
  11. LAFUENTE FERRARI, El Virrey Iturrigaray, 211
  12. JOSÉ MARÍA LUIS MORA, México y sus revoluciones, II, México, 1950, 287.
  13. DHM, VII, 483-484
  14. Ibíd., 281
  15. Ibíd., 304
  16. Documentos Históricos Mexicanos, VII, 409.
  17. DHM, VII, 456
  18. DHM, VII, 476-7
  19. Ibíd., 483-4
  20. Ibíd., 306
  21. British Museum, Londres, Ms. Dept, Add. 13.978, f. 401v.
  22. JULIO ZÁRATE, La guerra de independencia en México a través de los siglos, III, Dir. VICENTE RIVA PALACIO, (México s.a.) 67.
  23. GENARO GARCÍA, El plan de independencia de la Nueva España en 1808, México, 1903, 38.
  24. GENARO GARCÍA, El plan de independencia, 58.
  25. British Museum, Ms. Depto., Add. 13.978, f. 342.
  26. LAFUENTE FERRARI, El Virrey Iturrigaray, 275.
  27. DHM, VII, 30
  28. DHM. VII, 19
  29. Ibíd., VII, 507-508
  30. Ibíd., VII, 231
  31. Ibíd., VII 232
  32. Ibíd., VII, 251
  33. Ibíd., VII, 254
  34. DHM, VII, 269
  35. Ibíd., VII, 271
  36. Ibíd., VII, 273
  37. Ibíd., VII, 295
  38. LUIS GONZÁLEZ OBREGÓN, Fray Melchor de Talamantes. Biografía y escritos póstumos, p. XXXV.


SEVERO APARICIO, O. DE M.

[Obispo Auxiliar del Cuzco]

[©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 4 (1995) 169-196]