NIEVES CASTILLO Fray Elías del Socorro

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Yuriria, 1882 – Cortázar, 1928) Mártir, Religioso, Beato

Infancia y juventud En la isla de San Pedro situada en la Laguna de Yuriria, Guanajuato, nació Elías Nieves García el 21 de septiembre de 1882, en el seno de una humilde familia de campesinos. Su padre, Ramón Nieves, para completar los escasos ingresos que obtenía de las labores agrícolas, aceptó un trabajo de cartero. Durante su niñez, aparte de las estrecheces económicas Elías padeció tuberculosis y una ceguera temporal. Con solo 13 años se vio obligado a dejar sus estudios y hacerse cargo de su madre Rita y sus hermanos, pues su padre fue asesinado mientras desempeñaba su trabajo de cartero. En 1904 y ya con 22 años solicitó a los padres agustinos que lo admitieran en el Colegio que tenían en Yuriria, donde confirmó la vocación religiosa que descubrió de adolescente. Ingresó a la Orden de San Agustín, recibiendo el hábito en 1911. Al pronunciar sus votos perpetuos manifestó su devoción a la Santísima Virgen en su advocación del Socorro adoptando el nombre de «Elías del Socorro».

Actividad apostólica El 9 de abril de 1916 Fray Elías fue ordenado sacerdote en Aguascalientes. En 1921 los superiores de la Orden le encomendaron la Vicaría de Cañada de Caracheo, Estado de Guanajuato, cuya Parroquia erigida en 1891 era atendida por los frailes agustinos, siendo Fray Elías el octavo vicario. tomando posesión el 2 de diciembre de ese mismo año de 1921. A pesar de que en ese tiempo la población de Cañada de Caracheo difícilmente alcanzaba los tres mil habitantes incluyendo las rancherías, el antecesor de Fray Elías había iniciado la construcción de un gran templo parroquial de 32 metros de largo por 12 de ancho, con dos torres de 23 metros de altura y una cúpula de estilo plateresco, las que resaltan contrastadas con el hermoso paisaje del Cerro de Culiacán que se contempla detrás. Cuando llegó Fray Elías a Cañada el 2 de diciembre de ese año de 1921, el templo estaba inconcluso: había que cerrar las bóvedas y levanta la cúpula, edificar el altar mayor y poner el piso, además de decorar todo el interior. Para obtener los fondos necesarios, Fray Elías pedía cada semana cooperaciones de puerta en puerta, lo mismo en la población que en las rancherías, y sus feligreses le daban cinco o diez centavos. En solo dos años pudo concluir el templo, y en noviembre de 1923 el Arzobispo de Morelia Leopoldo Ruiz y Flores acudió a bendecirlo y consagrar el Altar. Contemplando el templo en su paisaje, Mons. Ruiz dijo “es un joyel de arte incrustado una joya de Dios”. En 1925 Fray Elías aún pudo completar los trabajos del templo, colocando en su exterior un reloj que marca las horas con campanadas que resuenan en el eco de la montaña. Sobre todo Fray Elías se caracterizó por el trato siempre amable que tenía con todos sus feligreses a quienes conocía no solo por su nombre sino también por su carácter, y por el interés que tuvo para atenderlos en sus necesidades materiales y espirituales. De él podía decirse que era realmente un vicario que hacía recordar la parábola del Buen Pastor: “conozco mis ovejas, y ellas me conocen a mi” (Jn.10,14). Vientos de Persecución En diciembre de 1924 tomó posesión de la Presidencia de México el general Plutarco Elías Calles, quien intensificó enormemente la persecución anticatólica iniciada en 1914 por la revolución carrancista. Jacobino furibundo y fanático, el Presidente Calles “dedica a la Iglesia un odio mortal y aborda la cuestión con espíritu apocalíptico; el conflicto que empieza en 1925 es para él la lucha final, el combate decisivo entre las tinieblas y la luz.” En febrero de 1925, a solo dos meses de asumir la Presidencia, Calles y el líder obrero Luis Napoleón Morones intentaron crear una iglesia cismática que, separada de Roma, canalizara la religiosidad de los mexicanos hacia la Revolución. Ésta estrategia había sido ya propuesta en 1916 durante las sesiones del Congreso Constituyente; ahora el gobierno contaba para su puesta en práctica con un exsacerdote apóstata afiliado a la masonería: Joaquín Pérez Budajar, quien aceptó desempeñar el papel de «Papa» de la «Iglesia católica apostólica mexicana». El gobierno entregó a esta «iglesia» el Templo parroquial de La Soledad en la ciudad de México, para que fuera su «vaticano». Pero lejos de captar adeptos, la iglesia cismática del «patriarca Pérez» encontró un firme y enérgico rechazo de parte de la población; el «patriarca» tuvo que ser protegido por la policía y los bomberos para evitar su linchamiento. Pero como “una iglesia no se funda como un sindicato”, el intento cismático emprendido por Calles y Morones terminó en un rotundo fracaso. En su empecinamiento anticatólico y ante el fracaso de su «iglesia», el Presidente Calles envió entonces al Congreso una iniciativa de ley para incluir en el Código Penal las violaciones a los artículos antirreligiosos de la Constitución, señalando para cada una penas de multa y cárcel. La «ley Calles» fue aprobada el 2 de julio de 1926 por un Congreso formado exclusivamente por diputados sumisos al Presidente, señalando el 1° de agosto como la fecha en que entraría en vigor. Suspensión del culto «público» Agotados todos los intentos de diálogo, los obispos mexicanos se decidieron por un gesto único e inédito en la historia de la Iglesia: ¡suspender el culto «público» en toda la Nación! Esta decisión del Episcopado mexicano fue comunicada a sacerdotes, religiosas y fieles de México mediante una «Carta Pastoral Colectiva» fechada el 25 de julio de 1926 en la cual explicaban: “Colocados en la imposibilidad de ejercer nuestro sagrado ministerio sometido a las prescripciones de ese decreto (la «ley Calles»), tras haber consultado a nuestro Santo Padre, Pío XI, que ha aprobado nuestra actitud, ordenamos que, a partir del 31 de julio del año en curso, y hasta nueva orden, todo acto de culto público que exija la intervención de un sacerdote quede suspendido en todas las iglesias de la República.” Conocida la decisión, largas filas de fieles se formaron en las iglesias para recibir alguno de los sacramentos, especialmente el de la reconciliación. A las doce de la noche del día 31 de julio “después de la celebración del último oficio, las luces se apagaron, el Santísimo Sacramento fue retirado de todas las iglesias de la república. Esas fueron horas de angustia para mucha gente. Al día siguiente el gobierno mandó notarios y gendarmes para sellar las puertas de los templos…La gente se amotinó en muchos lugares, la sangre corrió, surgieron entonces levantamientos espontáneos”. La defensa de la libertad religiosa por medio de las armas no fue resultado algún plan o estrategia; surgió de manera espontánea, dispersa y desorganizada, provocada por los excesos de la represión gubernamental contra algunas de las poblaciones católicas del medio rural. El primer grupo que se levantó en armas fue el de Pedro Quintanar tras el asesinato del padre Luis Batis y tres de sus feligreses ocurrido el 15 de agosto de 1926 en la pequeña población de Chalchihuites en el estado de Zacatecas. El día 29 de agosto, al frente de treinta hombres y al grito de «¡Viva Cristo Rey!», Quintanar cayó sobre la guarnición militar de Huejuquilla el Alto, Jalisco, derrotándola y tomando la plaza. Iniciaba así la guerra de los cristeros, llamada también la «Cristiada». Ante la ausencia de garantías y las amenazas para la integridad de los sacerdotes, los obispos los dejaron elegir entre ponerse a salvo, o permanecer entre sus fieles arriesgando su seguridad para darles clandestinamente asistencia espiritual, dado que la suspensión decretada por el Episcopado no incluía el culto «privado». La mayoría de los sacerdotes optó por la permanencia en su territorio parroquial o cerca de él. El gobierno desató entonces una cacería de sacerdotes, especialmente entre quienes ejercían su apostolado en el medio rural. Cuando un sacerdote era sorprendido celebrando un sacramento (un bautismo, una boda, una misa) en la casa de alguna familia, o en una choza, eran encarcelados, torturados, y en muchos casos asesinados. La Iglesia empezó a engalanarse con los hermosos testimonios de la fe «hasta el extremo» de cientos de mártires; testimonios “que constituyen los archivos de la verdad escritos con letras de sangre”.

El Martirio de Fray Elías Fray Elías bien pudo haberse refugiado en las ciudades de mayor población cercanas a su Parroquia (Celaya, Cortázar, o Salvatierra), donde hubiera tenido más seguridad y garantías, y desde ahí seguir atendiendo a sus feligreses. Pero, como buen pastor “que da su vida por sus ovejas” (Jn. 10, 11), decidió no abandonarlas y se refugió en un cueva grande situada en el rancho «El Leñero», propiedad de la familia Sierra. Dentro de la cueva Fray Elías instaló un altar, siempre ornamentado con flores silvestres, y donde oficiaba la Eucaristía a sus fieles, los que se habían distribuido en siete grupos para que cada uno de ellos pidiera participar en la Santa Misa un día de la semana. Cada grupo empezaba a llegar a la cueva desde la madrugada y por distintas veredas. Al atardecer del día 7 de marzo de 1928 llegó a la población de Cañada el capitán Manuel N. Márquez al mando de 35 soldados federales, queriendo ocupar el Curato y el Templo como cuartel. Unos vecinos se presentaron ante el capitán para pedirle que respetara el Templo, dándoles como respuesta la aprensión de dos de los vecinos: Gregorio López y Nicolás Bernal. A las diez de la noche los habitantes de Cañada quisieron recuperar el Templo y se suscitó una refriega con el resultado de un soldado herido. Al amanecer del día 8 la tropa huyó de la población, no sin antes asesinar a los dos prisioneros en el atrio. Los militares tomaron el camino que conduce a Cortázar, pasando por el rancho de la familia Sierra. El capitán Márquez descubrió al fraile que, disfrazado de campesino, había bajado esa madrugada al rancho. Sospechando el capitán le preguntó si era sacerdote, a lo que Fray Elías contestó que si lo era. De inmediato fue apresado junto con dos de los hijos varones de la familia Sierra: José Dolores y José de Jesús. Los tres fueron atados para llevarlos a Cortázar Desde las nueve de la noche hasta las cuatro de la madrugada del día 9, el capitán Márquez estuvo discutiendo con Fray Elías sobre temas espirituales y religiosos. En la mañana del día 10 de marzo (que era Viernes Santo), ya casi llegando a Cortázar, el capitán Márquez ordenó fusilar a los hermanos Sierra, sin que sirvieran para nada las súplicas de Fray Elías para librarlos de la muerte. Entonces ambos recibieron del sacerdote la absolución y se despidieron de él con entereza cristiana gritando «¡Viva Cristo Rey!» Poco más adelante, el capitán dijo con sarcasmo a Fray Elías: “ahora le toca a usted, a ver si morir es decir misa”, a lo que el fraile agustino contestó: “has dicho, hijo, una gran verdad, porque morir por la religión es un sacrificio; acepto a Dios.” Fray Elías le pidió unos minutos para orar, se arrodilló y luego se levantó diciendo al oficial: “Estoy listo, hijo”. El capitán le preguntó la hora y el sacerdote sacó su reloj diciéndole que faltaban 5 minutos para las 3 de la tarde, entregándole el reloj como regalo. Mandó Márquez que se formara el pelotón de fusilamiento frente a Fray Elías quien dijo a los soldados: “antes de disparar arrodíllense para darles mi bendición en señal de perdón”. Al mismo tiempo que el sacerdote pronunciaba estas palabras, Márquez dio la orden de ¡fuego! Pero los soldados obedecieron al Padre y no al Capitán, quien encolerizado exclamó: “yo no necesito de bendiciones de curas, me basta mi pistola”, disparándole entonces a la cabeza de Fray Elías en el momento en que su mano trazaba la señal de la Cruz. Eran exactamente las tres de la tarde del Viernes Santo de 1928.


NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

González Fernández Fidel. Sangre y corazón de un pueblo. Tomo II, Arzobispado de Guadalajara, 2008 González Fernández Fidel. México, Tierra de mártires. Ed. San Pablo, Tlaquepaque, 2002 López Beltrán Lauro, La persecución religiosa en México. Ed. Tradición, México, 1987 Louvier Calderón Juan. Con letras de sangre. Testimonio de mártires mexicanos. Ed. UPAEP, Puebla, 2005 Meyer Jean. Historia de los cristianos en América Latina. Ed. Vuelta, México, 1982 Meyer Jean, La Cristiada, Ed. Siglo XXI, Tres Vol. México, 1975

JUAN LOUVIER CALDERÓN