CULTURAS ABORÍGENES DEL URUGUAY
Al abordar a las sociedades indígenas del actual territorio uruguayo, debe señalarse, como aclaración previa, la ineludible necesidad de inscribir los procesos a reseñar, en un territorio que excede las actuales y recientes fronteras políticas. En tal sentido, la información hoy disponible revela que el poblamiento de la región por grupos de cazadores, numéricamente reducidos y con alta movilidad, ocurrió hace unos 12.000 años. Este hecho implica que los procesos socioculturales involucrados estén relacionados con entornos biogeográficos radicalmente diferente a los actuales.
El arribo y poblamiento inicial se produjo a finales de la última glaciación y, desde entonces, los ocupantes debieron adaptarse a entornos diferentes, lo que implicó necesariamente ajustes significativos a las pautas y estructuras existentes. A partir de 5000 a.C., el clima se hizo más cálido y húmedo, provocando transformaciones drásticas tanto a nivel de la flora como de la fauna. Se operaron cambios significativos en lo tecnológico y social, con indicios de un crecimiento demográfico considerable. Hacia el 500 a.C., grupos ceramistas cazadores – pescadores se ubicaron a lo largo de los grandes ríos y región atlántica. Poco antes de la llegada de los europeos, grupos de floresta tropical se expandieron por la región atlántica primero y por los ríos Uruguay y Bajo Paraná más adelante. Estos grupos, además de la caza y de la pesca, desarrollaron una horticultura variada, a la vez que una organización socio-política de tipo tribal.
A la llegada del europeo, en el siglo XVI, se puede trazar el siguiente mapa etnográfico para la región: 1) Pueblos “tupiguaraní”, que alcanzaron el Río de la Plata, debido a su dispersión por buena parte de la América del Sur. Sus manifestaciones culturales se focalizan, en la región de estudio, en dos áreas: a) la zona litoral sobre los ríos Bajo Paraná y Uruguay y el área déltica, y b) la región atlántica sur-brasileña en la que alcanzaron hasta por lo menos los 29º de latitud sur, ejerciendo influencia en el este del actual territorio uruguayo. Estos frentes de expansión comprendieron a dos ramas distintas del tronco tupiguaraní, con arribos también en épocas diversas. La expansión tupí hacia el este, siguiendo la costa atlántica, habría arribado al sur del territorio brasileño hacia el 900 o el 1.000 d.C., mientras que el avance por los grandes ríos hasta el Plata se habría producido poco antes de la llegada del conquistador europeo, entre los siglos XIII y XIV.
La economía de estos pueblos incluía la horticultura de roza con diferentes cultivos: maíz, mandioca, batata dulce, frijoles, calabaza, los que habrían variado según las condiciones climáticas del área de ocupación. La dieta se complementaba con pesca, caza y recolección. Sus aldeas, con grandes casas comunales o “malocas”, contaban con defensas (empalizadas), dadas las frecuentes actividades bélicas. La práctica de la antropofagia ritual constituye otro de los elementos distintivos de la parcialidad. Tanto los tupíes de la costa atlántica (Santa Catalina), como aquellos del delta del Paraná prestaron importantes servicios a los conquistadores, oficiando de intérpretes o proporcionando información, alimentos y mano de obra.
2) “Protopobladores”, al decir de Susnik, sobrevivían en áreas periféricas a las zonas ocupadas por los tupiguraní, generándose entre ambos grupos un intenso intercambio, pacífico o no, que generó complejos procesos de aculturación. Estos procesos se observan tanto en la zona litoral oeste, a través de grupos pescadores-cazadores canoeros, como los “Chaná”, como en el litoral atlántico donde se ubicaban grupos con diferentes denominaciones, que suelen englobarse bajo la designación genérica de “Tapuyos”, en los que el proceso de “guaranización” había alcanzado niveles significativos. En el medio y ajo Paraná y en el bajo Uruguay se ubicaban grupos canoeros con economía basada en la pesca complementada con caza y recolección, fuertemente adaptados al área ribereña. En las crónicas más tempranas aparecen mencionados como “Chaná”, “Chaná Beguá”, “Chaná Thimbu”, entre otros.
Por otro lado, al oeste de las últimas aldeas tupí en la costa atlántica, en un territorio caracterizado por humedales con amplias lagunas, en el siglo XVI se ubicaban parcialidades indígenas no guaraníes pero que mostraban un fuerte proceso de aculturación, habiendo perdido incluso, según algunas crónicas, su propia lengua. Las crónicas los muestran como horticultores que complementaban su dieta con pesca, caza y recolección, que habitaban en aldeas semipermanentes en el interior del territorio, pero explotando también los recursos de la costa oceánica. Entre estos “Tapuyos” encontramos diferentes denominaciones con carácter regional, de las que la más frecuente, en relación con los territorios de las grandes lagunas, es la de “Arachanes”.
3) Los pueblos de cazadores de las llanuras. En las áreas intermedias -las regiones llanas centrales de la antigua Banda Oriental-, se localizaban bandas nómadas o semi-nómadas de cazadores de tipo pampeano, que a partir del Río de la Plata se extendían hacia el norte por las amplias llanuras: Charrúas, Minuanes, Güenoas, Yaros y Bohanes. Entre éstos, se destacan por ocupar las áreas litorales de mayor contacto durante el siglo XVI, a los “Charrúa”. Estos pueblos compartían con los grupos pampeanos propiamente dichos, y con grupos chaqueños, pautas culturales comunes aunque mostrando muchas veces adaptaciones ambientales e influencias culturales locales, relacionadas con su ubicación geográfica o con los procesos socioculturales desarrollados localmente. Permanecieron inicialmente alejados del proceso desencadenado con el «descubrimiento» y pudieron sobrevivir más tiempo, al menos hasta una segunda etapa de «conquista» que implicaría la ocupación real y directa del territorio, ya en el siglo XVIII.
En función de los cambios socio económicos introducidos en la región, estos distintos pueblos, en contacto con el conquistador, sufrieron transformaciones, unas veces lentas, otras vertiginosas, desencadenándose dinámicos procesos socioculturales, que en todos los casos suponen una más o menos rápida deculturación. Los intereses de la conquista y las políticas que se generaron en tal sentido marcarían los ritmos de aculturación, incorporación y exterminio de las sociedades indígenas nativas. Hacia mediados del siglo XVI, al transformarse el Plata en un mero territorio de pasaje hacia el corazón del continente americano, siendo Asunción del Paraguay el centro motor de los intereses del momento, se asiste a dos procesos. Por un lado, desparecen los grupos Tupiguaraní, rápidamente absorbidos por el proceso colonizador y, por otro, se inicia el aniquilamiento de los grupos “guaranizados” del este atlántico, los que sufren un masivo comercio de “rescates” (esclavista) desarrollado por los colonos portugueses desde San Vicente primero y San Paulo después.
En general, durante los primeros tiempos, los relacionamientos entre europeos e indígenas fueron pacíficos, a pesar del frecuente acoso soportado por los pobladores nativos, ya sea para obtener recursos alimenticios para el conquistador, ya sea por las indagaciones sobre la existencia de metales preciosos en la región. A pesar del escaso contacto, las poblaciones locales sufrieron disminuciones notorias por epidemias que diezmaron principalmente a aquellos grupos que habitaban en aldeas más próximas a los lugares de morada de los europeos. El uso de mujeres indígenas como concubinas y de jóvenes y niños como personal de servicio o en tareas de cultivo, resultó muy frecuente, constituyendo otro factor importante de desintegración social, aunque afectó por entonces, áreas muy localizadas.
Hacia la segunda mitad del siglo XVI, una vez establecidos algunos centros poblados en las costas atlánticas del Brasil, la situación cambió radicalmente, al menos para buena parte de la región. En 1532 ya se había fundado, sobre el límite entre los imperios español y portugués, la ciudad portuguesa de San Vicente, alcanzando ciertos niveles de prosperidad como cabeza de capitanía. Su fundador, Martim Alfonso de Souza, introdujo desde la isla de Madeira el cultivo de la caña de azúcar, que luego prosperaría sobre todo en el norte, constituyendo un motor fundamental en los procesos socioculturales desarrollados en la costa atlántica brasileña.
En 1554 se fundó Sao Paulo, centro urbano que se transformaría en el asentamiento más importante de la región de Piratininga. San Vicente evolucionó, por diferentes factores ambientales y políticos, hacia una economía de subsistencia basada en la mano de obra indígena. El disponer mano de obra en gran número era fundamental para atender a las actividades económicas, a la guerra y a la defensa de los habitantes locales, lo que reclamaba fuertes contingentes de naturales, provenientes inicialmente de las poblaciones próximas a San Pablo y San Vicente, y luego de territorios alejados, que se extendieron hasta la región de Castillos, en el este uruguayo.
Dada la disminución constante y vertiginosa de los indígenas, a causa de la desintegración social generada por las epidemias y los trabajos forzados, se promovió la expansión hacia el oeste de las relaciones comerciales con fines de captura. Así se alcanzaron áreas distantes y se utilizó a las poblaciones locales en un comercio básicamente costero, que hizo sentir sus consecuencias, profundamente, en el continente. Las relaciones comerciales entre el Río de la Plata y la costa sur del Brasil, que alcanzaron un ritmo singular durante las últimas décadas del siglo XVI, facilitó el desarrollo de un vasto comercio de contrabando, que habría contribuido a desplazar aún más los “rescates” hacia el oeste.
No pocas veces, el indígena fue incluido, en forma explícita o no, como un producto más de la tierra y manejado en las relaciones de transacción comercial o de contrabando. Las poblaciones indígenas sufrieron pues, un proceso de desintegración intenso, quedando de hecho a merced de los empresarios lusitanos, a través del comercio de "rescate". El término "rescate", llegó a tener un uso amplio, designando no solo la mercancía misma, su precio, el acto de vender o comprar, sino que "su sentido predilecto en el lenguaje del tiempo, familiar, histórico, jurídico, fue el de comprar indios esclavos a los mismos indios".
La desintegración primero demográfica y luego social fue notoria y, hacia comienzos del siglo XVII, alcanzó un ritmo vertiginoso. Hacia fines del primer tercio de este siglo, los territorios próximos a la costa atlántica lucían prácticamente despoblados. El conquistador manipuló las situaciones sociales existentes, ahondando las crisis estructurales puestas de manifiesto. A partir de 1680 comenzó la ocupación directa del territorio y la explotación de su riqueza ganadera, generada recientemente. Los indígenas sobrevivientes -Charrúas, Minuanes, Güenoas, Yaros y Bohanes- vieron transformado su hábitat y poco a poco sus pautas culturales. El territorio, sin interés mercantilista, pasó a tener interés económico.
Las disputas por ese territorio transformaron a la Banda Oriental en un área de “frontera”, en la que lentamente se daría la penetración efectiva de la colonización europea. Los grupos indígenas como Charrúas y afines, ya ecuestres, vieron redimensionados sus patrones culturales e intentaron, mediante la asimilación de los nuevos elementos introducidos, enfrentar al conquistador. La movilidad natural de estos grupos se incrementó, tomaron contacto con áreas distantes y ocuparon nuevos territorios que, en el caso del área atlántica este, ya habían sufrido las aludidas transformaciones poblacionales. La nueva fauna introducida -vacuna y caballar- se transformó rápidamente en el factor clave de la economía de los grupos aborígenes.
Era la “Edad del cuero” y en ese mundo particular -indio-mestizo-europeo- se gestó el producto humano que respondería a ese nuevo orden económico-social: el gaucho. Mientras tanto el indígena sobreviviente, unas veces como “mano de obra” en la caza o en los arreos de ganado, otras como mero factor de intercambio de “chuzas” de hierro, tabaco y aguardiente por cueros, se incorporó lentamente a las nuevas pautas sociales sin incorporarse, sin embargo, en forma integrada a las mismas. Las políticas fueron, en general, muy laxas. Los bienes explotados eran “del común” por lo que la competencia en un mundo “despoblado” era mínima. Recién en el siglo XIX, se vivió la ocupación directa y permanente del territorio y los bienes entrarían lentamente dentro de un régimen de propiedad individual. El ganado pasó a tener “marca” y la tierra a tener dueño. El indígena sobreviviente sería unas veces perseguido, otras veces incorporado como mano de obra transitoria o como factor de comercio o intercambio en un proceso creciente de aculturación.
Al comienzo del siglo XIX, la población indígena se encontraba notoriamente disminuida y aculturada e integraba el conglomerado étnico de las zonas rurales, marginal a los centros de dominio español, dedicado a actividades “ilegales” de contrabando, cuereadas y arreos clandestinos de ganado. Sólo sobrevivían Minuanes y Charrúas, ambas parcialidades en franco proceso de fusión. La desintegración, lenta pero efectiva, a lo largo de estos siglos, implicó para el indígena, unas veces la incorporación a los estratos más bajos de la sociedad colonial, otras la migración hacia zonas menos pobladas o, simplemente, el exterminio y la muerte.
Alcanzada la independencia y luego de veinte años de anarquía, se planteó la vieja necesidad de “pacificar los campos” mediante un ordenamiento jurídico que contemplara las propiedades y heredades del anterior régimen. Los principales problemas estaban dados por la falta de recursos, dadas las guerras prolongadas y por la necesidad de recuperar la riqueza ganadera, francamente disminuida a causa del uso indiscriminado. Las miras se centraron nuevamente para hacendados, caudillos y gobernantes, en el indígena como responsable de la anarquía de los sistemas de producción. Entre los primeros actos de gobierno de la nueva república, estuvo, en 1831, el exterminio de los pocos grupos indígenas sobrevivientes.