SANTO TOMÁS FRAY DOMINGO DE: Cartas a Felipe II

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Presentación general

Entre los documentos relativos a los comienzos de la evangelización en los territorios que conformaron la antigua diócesis de Charcas, con sede en la ciudad de La Plata, dentro de la Audiencia de Charcas, en la actual Bolivia, destacan las cartas del obispo dominico Fray Domingo de Santo Tomás al Rey Felipe II, todas ellas prácticamente inéditas. La tarea de transcripción fue ardua en cuanto la escritura se presentaba, a veces, con características muy cercanas a la denominada escritura gótica. Estas cartas suman un total de diecisiete misivas, todas ellas dirigidas al rey Felipe II, excepto una, que lo fue al gobernador del Perú, Lic. Lope García de Castro.

El formato de todos estos documentos es de tamaño folio, con dimensiones de 29 x 20 cm. La escritura, como se advierte en un primer examen, no es uniforme, es decir, no todos estos documentos fueron escritos por la misma mano. Pero, ciertamente, sí está en ellos la escritura de Fray Domingo de Santo Tomás. Las cartas con toda seguridad autógrafas son cuatro de las dirigidas al Rey de España (cf. Docs. 1, 5, 9, 11). Hay otra autógrafa que destinó al gobernador del Perú, el mencionado Licenciado Lope García de Castro (cf. Doc. 8).

Se ha de aclarar que las diecisiete cartas tienen una parte «autógrafa», puesto que todas están firmadas de su puño y letra. Además, añade invariablemente una frase de despedida, que puede ser: «Menor capellán y vasallo de Vuestra Alteza», «Servidor de Vuestra Magestad», «Menor vasallo y capellán de Vuestra Alteza», «Muy poderoso Señor, besa las reales manos de Vuestra Alteza, su menor vasallo y capellán», «Besa los pies de Vuestra Alteza su menor vasallo y capellán».

Los escritos se muestran bastante bien conservados; son muy escasas las roturas, que sí se hallan en algún caso en los márgenes, incluyendo alguna mancha. El nombre del legajo donde se encuentran nuestros documentos es: «Charcas N° 135». Dentro del mismo pueden consultarse: «Cartas y expedientes de los obispos y arzobispos de Charcas», que abarcan los años 1560 a 1658. La primera de las diecisiete es del 25 de octubre de 1564 y, la última, del 6 de junio de 1569.

Desconocemos los nombres de los amanuenses de que se sirvió en los documentos que no son autógrafos; quizá algún eclesiástico del entorno. Podría afirmarse que uno de ellos fue el presbítero Juan de Losa, quien era su secretario y el notario apostólico; ya que varias de las cartas tienen la forma de su escritura; pudo colaborar también Diego Gutiérrez, escribano público, que estuvo a su servicio por algún tiempo, como él mismo menciona: “Por estar y tenerle yo al presente en esta ciudad bien ocupado”. (Doc. 8)

En la transcripción de estas cartas adoptamos la acentuación moderna donde corresponde; pero, también respetamos la puntuación original de los manuscritos, así como la escritura de las palabras, muchas veces mezcladas las minúsculas y las mayúsculas.

Temática general de las cartas

Las cartas abarcan un período de seis años, de 1564 a 1569, coincidente con el tiempo de su gobierno de la diócesis de La Plata. Salta a la vista que se trata de un momento eclesial de gran importancia. La Iglesia había cerrado en 1563 el concilio de Trento, y comenzaba a extenderse el conocimiento de sus decretos y, con mayor o menor rapidez, a dar pasos para llevarlos a la práctica. El 9 de diciembre de 1565 murió el Papa Pío IV; le sucedió el 7 de enero de 1566 San Pío V, que impulsó decididamente la aplicación del concilio. Murió en mayo de 1572 . A partir de estos datos es evidente que las cartas corresponden al pontificado de San Pío V, de la Orden de Predicadores.

La temática que aparece en las cartas está relacionada con la organización de la diócesis, la pastoral y lo social. Temas muy importantes en la consolidación de la Iglesia de Charcas, después de diez años de vacante desde su creación en 1552, y que en aquel momento abarcaba una gran parte de América del Sur, el actual territorio de Bolivia, Chile, Argentina y parte del Perú.

Las cartas que tuvieron la suerte de ser conservadas, de entre las tantas que escribió, son documentos de gran importancia para la historia de la evangelización en sus primeros pasos en esta basta región americana, conocida en aquel entonces como Charcas.

Para Fray Domingo de Santo Tomás, la gran responsabilidad que tenía, como primer obispo residente, de construir la iglesia charquense no fue nada fácil; en la carta que escribió el 18 de enero de 1565, él mismo reconocía que era una carga pesada, por los inconvenientes que se le presentaron y las enfermedades que le aquejaban. Se daba cuenta que las dificultades venían por el mismo hecho de fundar o poner los cimientos nuevos para edificar su diócesis; pero también, por los celos y los obstáculos que ponían algunos miembros del Cabildo para no perder los privilegios de los que habían gozado hasta entonces.

Fray Domingo al informar al rey que había recibido las bulas y todos los despachos antes de su aceptación del encargo, le recordaba que aceptó por la necesidad que había en la iglesia de Charcas de una persona que asumiera el cargo, y por la petición de las personas preocupadas por ella y por la conversión de los naturales, que le decían que no debía huir, pero, que ahora sentía la carga más de lo que había pensado.

El «cabildo catedral», que había sido constituido al ser erigida la catedral en 1553 por su predecesor Fray Tomás de San Martín, fue una de sus preocupaciones constantes; en varias de sus cartas informaba al rey de la situación de ella, que el cabildo se encontraba con varias vacantes por el regreso de algunos de los cabildantes, y por la ausencia de otros que nunca se habían presentado a pesar de estar proveídos.

Entre las dignidades que menciona estaban el deán Juan Rodríguez de Cisneros, el chantre García de Velázquez, el maestrescuela Lic. Antonio de Vallejos, el tesorero Pedro Martínez, el canónigo bachiller Alonso de Arzeo, el canónigo bachiller Hernando de Palacio Alvarado, el canónigo Miguel Serra y el doctor Francisco de Urquizo, que era el maestrescuela de Lima y, que posteriormente llegó a ocupar el deanazgo de La Plata; lo mismo que el bachiller Palacio fue promovido a la dignidad de arcediano. La mayoría de ellos fueron nombrados explícitamente por Fray Domingo de Santo Tomás; conocemos otros nombres por diferentes documentos.

Fray Domingo de Santo Tomás quiso corregir los abusos o faltas que encontró en el cabildo, cosa que no le resultó fácil por la oposición acérrima de parte de varios miembros del cabildo, que enviaron una carta al rey para desacreditarlo con una sarta de falsedades. A pesar de su buena voluntad y deseo, no pudo hacer mucho; además de no contar con el apoyo de las autoridades civiles; sin embargo, hizo lo posible para llenar las vacantes, con la provisión de nuevos clérigos mejor cualificados. Solicitó al rey que proveyera los que faltaban y también pidió cédulas para que él mismo pudiese proveerlas.

Era habitual que muchos de los prebendados, luego de amasar fortuna se regresaran a España. Para viajar acudían a estratagemas como el pedir una licencia para ausentarse por algún tiempo, pero, normalmente, ya no volvían; mientras tanto seguían gozando de las prebendas sin renunciar, cobrando por medio de otras personas, en perjuicio de la desatención de sus funciones pastorales y el abandono de los fieles.

Frente a todos estos males y habida cuenta de la necesidad de tener un clero mejor formado, Fray Domingo, quiso que el maestrescuela cumpliese con su función de enseñar la gramática latina y las ciencias eclesiásticas; en el fondo, buscaba la preparación y la formación de un clero nativo y propio para la diócesis de La Plata. Con este motivo solicitó la dotación de los solares reales para construir al lado de la catedral el claustro general para estudio.

En tal centro podrían también recibir la enseñanza de la doctrina cristiana los niños indígenas, mestizos, y los hijos de españoles; aprenderían, naturalmente, a leer y escribir; la enseñanza de las primeras letras y de la doctrina cristiana era práctica habitual entre los dominicos del Perú, que habían establecido en diversas partes más de sesenta escuelas con semejante finalidad. La formación estaba relacionada con la catequesis en las «doctrinas», de ahí que para Fray Domingo fue una preocupación que la catequesis que se impartía, se unificara en el método y en el contenido.

La finalidad de las doctrinas era justamente para la evangelización y catequización de los indígenas, y estaban situadas normalmente en los pueblos de indios. Sin embargo, en las ciudades principales, existían también parroquias para indios. Para atender en las doctrinas trató de proveer de doctrineros libres de todo compromiso con los encomenderos, a pesar de que éstos pretendían continuar con el privilegio de dotarse de sus propios doctrineros, buscando sus propios intereses.

Para la atención de los españoles estaban establecidas las parroquias en las ciudades o pueblos principales a cargo de clérigos diocesanos. Y para una mejor atención de éstos buscó dotar de suficientes sacerdotes, como es el caso de Potosí, donde hacían falta al menos tres o cuatro sacerdotes para atender en la matriz o vicaría de aquella ciudad.

Dentro de su acción pastoral no estaba ausente el de velar y cuidar por la ortodoxia de la doctrina católica, y como obispo usó de su facultad para entablar proceso inquisitorial contra dos personajes controvertidos de la época, el gobernador de Tucumán, Francisco de Aguirre y el presbítero prebendado, Francisco de Herrera. El primero estaba acusado de errores doctrinales, y el segundo de haber acudido a los hechiceros y de permanecer en el error.

Por las cartas que escribió, se sabe también que Fray Domingo se ocupó de la construcción de iglesias y templos dignos y apropiados para el culto divino, principalmente en las ciudades como La Plata, Potosí y La Paz; aunque estas ciudades ya habían contado con iglesias muy pequeñas, pero que en aquel momento prácticamente se encontraban en ruina; así la iglesia de La Plata ya estaba por caerse, y las de Potosí y La Paz se habían caído ya.

Se necesitaban con urgencia nuevos templos más amplios. La ciudad de La Plata, donde se asentaba la sede episcopal, no contaba aún con una verdadera catedral; la que existía era apenas una pequeña iglesia de cuando todavía era una parroquia. Para responder a esta necesidad buscó los medios necesarios, sobre todo acudió a la ayuda de la Corona, para esto pidió al rey Felipe II el apoyo económico necesario y el cumplimiento de las normas emanadas para la construcción de catedrales e iglesias.

Como obispo realizó la visita pastoral de algunos sectores de su jurisdicción, que él conocía muy bien, como se sabe; antes de ser nombrado obispo recorrió desde Lima hasta La Plata a lo largo de casi todo el año de 1562, para tratar con los caciques sobre la compra de la perpetuidad de las encomiendas. Posteriormente, hizo este mismo trayecto unas tres veces, camino para posesionarse en su sede episcopal a principios de 1564, después en 1567 de ida al II Concilio Limense y, por último, en 1568 a su regreso de dicho concilio.

Aprovechó estos recorridos para tratar directamente con sus diocesanos, así se sabe por la datación de sus cartas, que permaneció algunos meses en la ciudad de La Paz al regresar del II Concilio Limense. Pero realizaba también visitas valiéndose de personas que nombraba para recorrer la diócesis e inspeccionar las iglesias, tratar con los párrocos, doctrineros y fieles en general; debían corregir los errores e impulsar la evangelización de manera organizada y responsable, precautelando que los libros de cuentas y de registros sacramentales, como los de bautismos y de matrimonios, estuvieran bien compuestos.

Las visitas también dejaron al desnudo las dificultades que existían en la relación del obispo con algunos religiosos doctrineros, porque éstos se resistían a someterse a la jurisdicción del ordinario, ya que no permitían que el obispo o su visitador revisasen los libros parroquiales, y así no daban cuenta ni razón de su labor catequística y pastoral en las doctrinas que estaban a su cargo.

Como religioso que era, Fray Domingo no se olvidó de las necesidades de sus hermanos los frailes dominicos. En una carta breve y escrita posiblemente en 1566, le agradecía al rey por todo el apoyo que había recibido para el transporte de los religiosos dominicos que él mismo había reclutado y organizado para traerlos al Perú; pero, a la vez, le pedía el envío de un visitador con el fin de despertar del aletargamiento a algunos religiosos y de nuevo para inyectarles a todos el fervor misionero.

Un dato importante que nos da a conocer en sus cartas es la confirmación de su asistencia al II Concilio Limense (1567-1568), realizado en la ciudad de Los Reyes, dentro del pontificado del papa dominico San Pío V (1566-1572). Sin dar mayores detalles, menciona la asistencia y participación de los obispos de las diócesis sufragáneas o de sus representantes, pero también da a conocer la ausencia de algunos obispos de las sedes vacantes; y asimismo manifiesta su preocupación para que la Corona nombrase los obispos para las sedes faltas de obispo.

La «dimensión social» es otro tema que sobresale en las cartas de Fray Domingo de Santo Tomás. Su sensibilidad hacia el mundo de los pobres y los indígenas fue grande, pues, en su contacto frecuente, iba descubriendo las necesidades imperiosas para su bienestar, y por supuesto los abusos y la explotación de que eran objeto por parte de encomenderos, doctrineros, corregidores y el mismo gobernador del Virreinato del Perú. Por esta situación, las quejas y denuncias de Fray Domingo ante el rey fueron constantes.

Las autoridades y encomenderos que mantenían vínculos muy estrechos, como las alianzas matrimoniales entre sus hijos, usaban a los indígenas como servidores totalmente a su servicio y utilidad; por eso les cargaban de trabajos y tributos. Por ello los indígenas se escondían o abandonaban sus familias y comunidades de origen, apareciendo en otros lugares como extranjeros, libres de las obligaciones anteriores; en consecuencia, muchas sociedades andinas originarias quedaban despobladas.

En las «minas de Potosí», uno de los lugares más importantes por la explotación de la plata, que hizo que los indios acudiesen para trabajar y poder pagar los tributos a los encomenderos, en un principio, antes de la restitución en 1572 por parte del virrey Toledo del sistema de trabajo obligatorio por turnos, conocida como la «mit’a», acudían a trabajar los indios casi de manera «libre y voluntariamente». El trabajo en la minería implicaba el abandono de sus familias y sus sementeras, pues tenían que alejarse por un largo tiempo; algunos ya no regresaban a sus comunidades, pues preferían quedarse en el lugar por decisión propia, o por la muerte, enfermedad o accidentes que se producían en los socavones de las minas.

Unido a la minería estaba la agricultura, la producción y el comercio de la «hoja de coca», de la que pronto se apropiaron algunos colones españoles por las jugosas ganancias que generaban su comercio, y para el consumo de los indígenas que trabajaban en las minas. También, esta realidad fue objeto de denuncia por parte de Fray Domingo de Santo Tomás, al menos en dos de sus cartas, por todas las consecuencias negativas que implicaba; ya que era una de las cosas más perjudiciales y que iba consumiendo poco a poco a los naturales, por el clima adverso y diferente en comparación al medio ambiente de donde procedían ellos; a consecuencia de esto, la mortandad de los indígenas era alta. Y a pesar de la oposición y reclamos del Obispo, continuó la producción y comercio de la hoja de coca; y también a pesar de las provisiones reales que mandaban la cesación del trabajo de los indios en estos quehaceres, las autoridades muchas veces no hacían cumplir estas provisiones.

Al tratar del tema de la hoja de coca, Fray Domingo refiere también la costumbre arraigada entre los indígenas de mascar dichas hojas, que usaban para aliviar el hambre y sobrellevar el cansancio en las jornadas duras de trabajo. La acción de mascar las hojas de la coca, el Obispo lo atribuía, por su falta de conocimiento y los prejuicios religiosos de su tiempo, a la superstición para buscar la imaginación que según él causaba el demonio.

Pero también la sensibilidad de Fray Domingo frente a los pobres y los enfermos le movió a preocuparse en la mejora y el mantenimiento de los «hospitales» existentes, tanto en la ciudad de La Plata como de la ciudad de Potosí, y sobre todo de éste último por encontrarse en un asiento minero, lugar donde con frecuencia se producían accidentes de trabajo; buscó darles sustento económico necesario y sólido para continuar con la atención de los enfermos, y no sólo en la parte corporal sino también en lo espiritual. Sabemos que también hizo lo mismo con el hospital de la ciudad de La Paz.

Como parte de su acción social, el tema de las mujeres tampoco estaba ausente de sus preocupaciones. Al ver tantas niñas abandonadas a su suerte, en su mayoría mestizas, y algunas niñas hijas de españoles muertos durante las guerras civiles, se preocupó de su educación y formación humana y cristiana. Para esto Fray Domingo trató con las autoridades de la Audiencia de Charcas de establecer una «casa de recogimiento» para todas ellas, a cargo de una o dos españolas de vida ejemplar y de virtud.

En donde vivirían en «policía», es decir aprenderían entre otras cosas a vivir como cristianas, labrar, coser y saber gobernar una casa; cuya finalidad no era otra cosa que prepararlas para el rol que debían cumplir en el futuro, como mujeres, esposas y madres de familia. Esta institución a favor de la mujer fue uno de los logros de Fray Domingo de Santo Tomás; llevó el nombre de «Casa de Recogimiento de Santa Isabel». De las cartas se desprende también el tema de la «relación del obispo con las autoridades civiles»; se trataba de una relación muy estrecha y a veces también conflictiva. Así, por ejemplo, con el Rey mantenía una constante comunicación, le escribía con frecuencia para informarle de la situación y de las necesidades religiosas y civiles de su diócesis, con la finalidad de solicitar la atención debida de la Corona y proveer aquello que era necesario para el buen gobierno y el bienestar de todos, pero, sobre todo de los indígenas.

Sus denuncias contra los abusos y la no aplicación de las leyes y provisiones fue una constante en sus cartas enviadas al Rey. Por este mismo hecho, sus relaciones con el gobernador del Virreinato del Perú, Lic. Castro, y con las autoridades de la Audiencia de Charcas fueron también conflictivas, por ejemplo, en el tema del nombramiento de los corregidores de indios, por el excesivo número de ellos, que Fray Domingo veía como una pesada carga para los indígenas, y además de los reclamos constantes de éstos, y otras normas promulgadas que eran contrarias a los intereses de los indígenas.

Así también, no encontró el apoyo necesario de parte de la Audiencia en su búsqueda de disciplina del cabildo y clero en general, ni en el cumplimiento de las normas establecidas para la construcción de la iglesia catedral de La Plata. Pero, a pesar de esta situación, veía positivamente la creación de la Audiencia de Charcas en la ciudad de La Plata, para sentar la presencia de la autoridad frente a las revueltas que a veces surgían.

NOTAS

REFERENCIAS DE FUENTES

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