UNIVERSIDAD EN CRISIS Y EL POSITIVISMO EN ARGENTINA
LA SIMA DE LA DECADENCIA UNIVERSITARIA
Las universidades contemporáneas padecen una progresiva decadencia del espíritu académico, cuyas causas más remotas habría que buscarlas con anterioridad a la mitad del siglo pasado, pero las más próximas pueden resumirse en pocas líneas. Un olvido progresivo de lo que «es» la Universidad como tal, y el simultáneo vuelco de la misma hacia la actividad práctica con menosprecio de la teoría; este movimiento, que ha sido siempre signo de decadencia de la comunidad universitaria, estaba natural y lógicamente aliado con el avance de un positivismo materialista y agnóstico de segunda mano, y con un liberalismo cerrado y anticlerical.
Esta situación produjo la supremacía del profesionalismo sobre el espíritu académico; los focos de verdadera vida universitaria -representada por sus mejores profesores, algunos de los cuales eran pensadores ilustres- no tenían la fuerza ni quizá la lucidez histórica para recuperar la «institución universitaria». Este debilitamiento de la comunidad académica y el predominio del menosprecio por la contemplación (que es el alma misma de la Universidad) habían preparado el ambiente para una intromisión no-universitaria en la venerable Academia. Y por eso, con la invasión de la actividad y agitación política, la Universidad se acercaba cada vez más a su propia disolución.
Muchos y de diversa naturaleza fueron los hechos que prepararon esta disolución, pero, en el ambiente general, ejercieron notable influencia tres circunstancias: la conmoción producida por la Guerra Mundial (1914-1918), el triunfo de la revolución comunista en Rusia (1917) y la agitación e inquietud políticas que acompañaron el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen.
En su «Historia de Córdoba», dice Efraín Bischoff: "La política del gobierno nacional, tuvo eco en el de la provincia, y era favorecer a las clases populares. Bien pronto, sin embargo, esa vía era aprovechada por quienes sentíanse insuflados por el ideario marxista. La violencia en las calles se hizo presente con el estallido de las bombas, en tanto que se presionaba agresivamente por una demanda de aumentos de salarios, y bajaba la producción. El ambiente era de gran convulsión y se reiteraron las huelgas en Córdoba, como en otras provincias argentinas, llegando algunos exaltados a copiar actitudes propias de los revolucionarios bolcheviques, que acababan de triunfar en Rusia (1917)".
Si a estas tres circunstancias -sin enumerar muchas otras menos importantes- se le agrega aquel progresivo avance del profesionalismo sobre lo académico, cierto estancamiento repetitivo en "apuntes" y manuales, se tendrá un cuadro bastante exacto de la situación universitaria. Para que la agitación política arrasara con el poco espíritu académico que quedaba, era suficiente un detonante.
El detonante fue, como de costumbre, un hecho pequeño: la supresión del internado en el Hospital Nacional de Clínicas a fines de 1917, que desató una huelga general en marzo de 1918 y la consiguiente clausura de la Universidad de Córdoba. Si, por ahora, me limito a los hechos desnudos, diré entonces que la retórica más bombástica y romanticoide alimentaba los manifiestos ditirámbicos y los mítines en los cuales se creía "contagiar al Pueblo", el gran ausente real de todos los populismos. Lo cierto es que el gobierno nacional, cuyos miembros simpatizaban con la revuelta, dispuso la intervención a la Universidad que puso en manos de José Nicolás Matienzo –positivista tardío que concebía, con Spencer, la política argentina al modo de la biología- quien procedió a reformar los estatutos de acuerdo con las exigencias de los huelguistas.
Las autoridades debían surgir de la asamblea de los, profesores. Los profesores liberales escogieron como su candidato al doctor Enrique Martínez Paz y los católicos y conservadores llevaron cada uno su candidato: los doctores Antonio Nores y Alejandro Centeno. Mientras tanto, los profesores eran hablados y presionados uno por uno, con una táctica por demás conocida, y luego de ganar las elecciones parciales en las Facultades, se aprestaban a ganarlas en la elección de Rector. Fueron al acto, como confiesa "democráticamente" uno de los actores, con "la firme resolución de impedir en toda forma la derrota".
Como era lógico, al final las candidaturas de católicos y conservadores se unieron en la única de Antonio Nores, la cual resultó vencedora por 23 votos contra 19. Estalló la revuelta, se destruyeron los cuadros del Salón de Grados, entre ellos el de fray Fernando de Trejo; se atacó a los jesuitas (que nada tenían que ver con la Universidad desde hacía 151 años) y se proclamó que la causa de los reformistas "era ya la causa del pueblo".
El rectorado del doctor Nores duró desde el 17 de junio hasta el 7 de agosto, cuando el rector tuvo noticias de que el gobierno nacional volvía a intervenir la Universidad. Mientras tanto, en el mes de julio se reunió el llamado «Primer Congreso Nacional de Estudiantes», cuyas exigencias pueden resumirse en pocas líneas: participación de los estudiantes en las asambleas en igual proporción que los profesores (gobierno tripartito), docencia libre y la periodicidad de la cátedra; a lo cual es menester agregar "el ideal extra-universitario", como dice uno de sus líderes, que no era otro que un socialismo revolucionario que consideraba a la Universidad como la "república universitaria" cuyo "demos" es el estudiantado, depositario de la "soberanía". El 23 de junio se dio a publicidad el ditirámbico «manifiesto a los hombres libres de Sud América», y el 9 de setiembre los reformistas tomaron el edificio de la Universidad, asumieron "la dirección" de la misma, hicieron "designaciones" y' cada uno de los tres alumnos que dirigían el grupo fueron designados "decanos".
La farsa era completa. El interventor, que era el propio ministro José Salinas, dio su adhesión incondicional al grupo reformista. Uno de los usurpadores del gobierno universitario pronunció un discurso haciéndole entrega de la Universidad y luego del acto, el señor Salinas concurrió al local de los reformistas, firmando allí el libro de adherentes. Con el gobierno "de los tres Estados de la República Universitaria", se designó rector al doctor Eliseo Soaje. Cuando el interventor hizo entrega de la Universidad a "esa dorada juventud" (son sus palabras textuales) les dijo: "Quedáis en posesión de la Universidad de Córdoba, reconstruida”
Tales, los hechos. Veamos ahora cual era, si la tuvo, su «ideología» y cuáles fueron los resultados concretos para la Universidad: y para la especulación teórica. Me permitiré inmediatamente algunas reflexiones críticas.
LA "IDEOLOGÍA" DE LA REVUELTA DE 1918 Es lamentable tener que detenerme en este tema; pero es necesario para estar en posesión de un conocimiento adecuado de las circunstancias de 1918 y poder valorar el posterior renacimiento de la filosofía y de la cultura en Córdoba, Intentar el conocimiento de alguna doctrina más o menos sistemática de la revuelta es un imposible y luego de recorrer miles de páginas retóricas, el fracaso es seguro, como ya le pasó a Ernesto Palacio.
Un lenguaje increíblemente retórico apenas oculta la orfandad doctrinaria reducida a dos o tres ideas trasnochadas; ninguna de ellas tiene nada que ver con lo que es o debe ser la Universidad. Aquella retórica de los jóvenes hijos de los representantes del liberalismo del año 80 que eran un grande grupo de profesores, no se cansaron de vociferar (con un dejo de krausismo en la frase) sobre "la fuerza incontrastable del ideal", el "espíritu bravío ", la "inspiración creadora" de la juventud pues "ella misma es la patria". Ella representa "el tropel 'impetuoso y rugiente de la nueva generación, marchando a pleno sol hacia la meta de su gran destino".
La retórica huera alcanza una suerte de clímax en el «Manifiesto liminar» (uno no sabe bien por qué se llamó “liminar”) en el cual se proclama: "acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica (¡ .. ,!) Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos; las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una Revolución, estamos viviendo una hora americana". Se proclama que la Juventud "es desinteresada, es pura, no se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros". Otro "líder", para referirse a la Bastilla -o sea a la Universidad de Córdoba- en la cual acaba de librar combates en nombre del movimiento "que es un exceso de pensamiento puesto al servicio de un exceso de voluntad”, “¡vengo de la hoguera!”.
Este es el lenguaje. ¿Contra qué se combatía, cuál era el "enemigo oculto agazapado en la sociedad de Córdoba y sus viejas "estructuras" medievales"? Dejémosles que nos lo digan: el "alma mater" la "trisecular", la "casa de Trejo" que "se enquistó en su primitivo plasma vital, dejó pasar los siglos a través de sus estrados ( ... ) en el santuario secreto (sic) que sólo abría sus puertas a los adeptos de Trejo (sic) su fundador. Su espíritu era, pues, conservador, unilateral y reaccionario".
El gran pecado de la Universidad era haber enseñado "la filosofía espiritualista, la ciencia dogmática y el derecho de las XII tablas" (sic). La Universidad (la casa de Muriel y de Peramás, de Funes y de del Corro, de Pizarro y de Cortés) nunca había sido "brújula que mienta", función "que no pudo desempeñar la "Casa de Trejo" hasta 1918" (sic). Había, pues, que destruir el "sistema jesuítico", en fin, "la Corda Fratres en la Universidad de Córdoba" (¡ay con la "cultura" de "aquellos admirables muchachos"!).
Claro que, muy pronto, los "tres estados" han de traducirse en las clases sociales en lucha y la Federación Universitaria será colateral de la Federación Juvenil Comunista. Tras aquella retórica y este "secular enemigo", la ideología queda reducida a pocas ideas, después asumidas en la dialéctica marxista que le conferirá su eficacia táctica para la futura conquista del poder.
Pero entonces, las ideas eran pocas: la ya vieja idolatría del progreso heredada del iluminismo y el positivismo de sus padres y profesores: "la necesidad imperativa del progreso" que se supone contrario a toda tradición; detrás de esta idolatría "hay un liberalismo científico -proclaman- que es el que dirige las acciones de la juventud" contra los prejuicios cristianos; en otra declaración de adhesión al movimiento se dice que se trata de "la lucha del racionalismo progresista", y en el grandilocuente «Manifiesto liminar» por tres veces se habla de "la Ciencia", con mayúscula, denunciando el fondo cientificista que le anima.
A esto debe agregarse el mito del Pueblo: "queremos entrar de nuevo en ella (la Bastilla, es decir, la Universidad) triunfantes con el pueblo, porque a él le pertenece esa casa"; este movimiento lo es también -proclama uno de sus líderes- de "los gremios y partidos obreros"; es decir, el "socialismo y sus derivaciones extremas" (y) "todas las asociaciones liberales de cultura".
Como es natural, los grandes enemigos son el Catolicismo y la tradición cristiana: en uno de los mítines del 18, algún orador sentenciaba: "Los viejos dioses cristianos (sic) han perecido en el corazón de los hombres y el milagro del fantasma resucitado (sic) no se reitera para redimir al pueblo de tanta injusticia". Más adelante el delirante expositor ataca "al Cristianismo ya caduco y vacilante" y buen repetidor de sus maestros positivistas, anuncia que, en el futuro, "no entreveo otra cosa que una lucha intensa y sorda entre religión y ciencia”. Y para que no queden dudas, anuncia, proféticamente, "la irreligión del porvenir". Esta era, pues, la "ideología" del movimiento.
INDICACIONES CRÍTICAS El interventor Salinas, cuando hizo entrega de la Universidad no a sus depositarios naturales sino a "la dorada juventud", "desinteresada" y "pura", les dijo que les devolvía la Universidad «reconstruida». Si les hubiese dicho que se las dejaba "«disuelta»" o «desquisiada» habría dicho la verdad. Nadie y menos quien escribe, puede disimular los vicios y los alarmantes signos de decadencia de la Universidad finisecular que acarreó la lenta muerte de la Facultad de Filosofía y la transformación de la casa en una fábrica de "profesionales".
Pero la "reforma" del 18, lejos de ser remedio alguno, era la eclosión lógica y natural del mismo proceso negativo y destructor de la comunidad académica. Todo se redujo a cambios en los Estatutos (sobre todo en el régimen de gobierno) que acabaron de «disolver» la Universidad; el profesionalismo se agravó en virtud de la misma "ideología" reformista que rechaza la contemplación y exalta el activismo; en este sentido, los "muchachos" del 18 llevaran a la práctica las ideas de la generación anterior, llamada del 80, y el tránsito del positivismo al marxismo era bastante común y lógico (como son los casos de Juan B. Justo y José Ingenieros entre otros).
De ahí que no se hiciera una sola demanda estrictamente universitaria. Todas las "exigencias" fueron radicalmente políticas. Todo esto estaba abonado, además, por una inconmensurable ignorancia. En los escritos reformistas (¡que son tantos y tan retóricos siempre!) se evidencia que nadie sabía lo que la Universidad «es». Se la vio solamente como un baluarte a conquistar en una lucha típicamente política. La "reforma", insisto, fue un lógico fruto de las ideas de la generación del 80, es decir, las consecuencias de aquellas premisas.
La "revolución" se expandió por otros países de América. Este hecho fue lógico pues la situación de las Universidades hispanoamericanas era inmensamente peor que la de las argentinas y tuvo, en ellas, consecuencias aún más desastrosas desde el punto de vista académico. La revuelta del 18 que, como se ve, no fue ni "reforma" ni "universitaria ", sino conmoción política orientada hacia la revolución social, no corrigió sino que agravó los males de la Universidad.
La desquició como institución y lo que es peor, terminó de disolver el espíritu académico. Fue la anti- universidad entronizada en la comunidad académica. A comienzos de 1984, cuando el resultado electoral ponía nuevamente en el poder a aquella "dorada juventud" y yo debí retirar apresuradamente los originales de mi obra «Historia de la Filosofía en Córdoba» ya terminada de la imprenta de la Universidad, la revista Calicanto me hizo un reportaje sobre la "reforma" "universitaria". Reproduzco aquí el párrafo final de aquellas declaraciones porque tienen plena actualidad:
"Tanto por su origen como por su naturaleza, su fin no fue universitario (tampoco sabían lo que es la Universidad) sino político. Así, pues, desde el punto de vista histórico, la llamada "reforma universitaria" no fue reforma ni fue universitaria. Desde el punto de vista doctrinal el tema es más grave: en los innumerables y siempre retóricos documentos "reformistas" (desde 1918 hasta 1984) se aprecian bien los propósitos políticos (la revolución social) pero brilla por su ausencia el conocimiento serio de lo que es la Universidad y sus exigencias científicas fundamentales.
Si por nuestra parte sostenemos que la Universidad es el cuerpo vivo de profesores y estudiantes que por la investigación y la comunicación docente se ordena a la contemplación de la verdad (o del problema abierto) (cf. mi libro «La Universidad», p. 57, Univ. de Córdoba, 1963), es evidente que quien debe tener la dirección del movimiento hacia la unidad del saber es aquel que' se supone que sabe (el profesor). De análogo modo, el "egresado" es el que sale fuera del cuerpo académico y deja de formar parte de él, salvo cuando vuelve como docente.
Por eso, el llamado "gobierno tripartito" es contrario a la naturaleza o esencia de la Universidad. Así, desde el punto de vista doctrinal, la llamada "reforma universitaria" no fue ni reforma ni universitaria, sino natural resultado de un período de decadencia, hoy agravada por el fortalecimiento de viejos mitos y crónicos vicios. Me duele ver destruida una Casa de tan larga y fecunda tradición. Lejos estoy de propugnar una imposible -por antinatural- asepsia política.
Pero sí digo que la Universidad no es una comunidad política sino académica y que el único modo que tiene de servir de veras a la sociedad es ser verdadera Universidad; es decir, ser la mejor Universidad posible. Por todo lo dicho estoy convencido que la "reforma" "universitaria" ha fracasado hace mucho tiempo. Podrá "ganar" políticamente, dominando por algún tiempo la Universidad y quizá el país, demostrando así lo que siempre fue: una ideología (no una doctrina) política.
Pero como "reforma" "universitaria" ya fracasó, como dije hace mucho tiempo. En lo único que no ha fracasado es en la total destrucción de la Universidad. Porque, en efecto, hoy, gracias en gran parte a la "reforma", como cuerpo académico la Universidad ha muerto. Los verdaderos universitarios seguirán trabajando en el silencio abnegado y en la hostil soledad a la que están habituados, allí donde se pueda resucitar a la Universidad y contribuir de veras al futuro del país”.
Es interesante comprobar quede entre aquellos jóvenes, los que se orientaron a los estudios humanísticos y se destacaron, llegaron a posiciones doctrinarias completamente distintas y hasta opuestas a los "ideales" retóricas del 18. De entre ellos: Saúl Taborda concluyó en un nacionalismo comunalísta de fuerte orientación tradicionalista e hispánica; Raúl Orgaz, influido más tarde por la escuela de Marburgo y la fenomenología, se dedicó a una lúcida reflexión sobre el ser nacional; Leopoldo Lugones, que en su momento dio su adhesión a la revuelta, concluyó intelectualmente convertido al Catolicismo. Otro adherente de la revuelta, Carlos Astrada, aunque mantuvo hasta el fin de su vida su rechazo de toda trascendencia, repudió poco más tarde la "reforma" a la que consideraba un mito y un fracaso.
EL REFLUJO DE UN POSITIVISMO TARDÍO
Los «dogmas» positivistas El ambiente descrito se prolonga y los "ideales" de un neo-romanticismo positivista que en todos los casos se reduce a la repetición de libros de segunda mano, se siguen reiterando. Para un buen núcleo de profesores universitarios han pasado inadvertidas las reacciones críticas representadas por la vuelta al kantismo como camino viable para superar la estrechez del materialismo; no se han enterado del vitalismo historicista de Dilthey o del intuicionismo de Bergson, entre los de lengua española, sólo literariamente conocen a Unamuno, nada saben de Amor Ruibal o de Ramiro de Maeztu, y mucho menos tienen noticia de la reciente fenomenología.
Por eso a este positivismo, ya del siglo XX bien avanzado, le llamo positivismo «tardío» para diferenciarlo de la primera influencia del positivismo, casi contemporánea con el europeo que proviene del siglo XIX. Este positivismo tardío, más desarrollado en Buenos Aires que en Córdoba, es especulativamente débil y se adhiere a diversos "dogmas" que considera intangibles.
Un buen ejemplo de ello es el discurso del rector Francisco J. de la Torre (que estuvo frente a la Universidad de Córdoba entre los años 1921 y 1923) pronunciado en el acto de recepción de los nuevos profesores contratados Jorge Nicolai en Fisiología y Alfonso Goldschmidt en ciencias económicas. El rector cree que las especulaciones teóricas "deben ceder lugar a los hechos positivos, a los hechos materiales, que los laboratorios, gabinetes, clínicas e institutos de investigación nos proporcionan".
No existe otro camino que el "de las verificaciones" que surgen "de la materialidad" ofrecida por los fenómenos. Cualquier otro procedimiento nada vale y "conduce al caos tan confuso de las abstracciones". Por eso, con una evidente alusión a la historia de la Universidad, éste es el camino "para iniciarse en la liberación del yugo que el dogmatismo religioso o filosófico le había impuesto (a la Universidad) por tres siglos". Las "reflexiones metafísicas" no son "fuente de verdad" y las investigaciones positivas son más importantes "que las discusiones metafísicas, insolubles." El resto del discurso es una repetición de lugares comunes del materialismo positivista y aunque mala filosofía, es filosofía a pesar de las intenciones antifilosóficas del expositor.
Un biologismo delirante El profesor Jorge Nicolai también filosofa contra la filosofía, y luego de descalificar toda explicación del fenómeno de la vida que trascienda el orden de la materia, pontifica: "Es una maquinaria tan complicada por mil condiciones eléctricas y químicas, mecánicas y calóricas, por tal tensión de superficie, por influencias nerviosas y secretorias, que parecen tanto más eficaces que el protoplasma en su desarrollo... ". Este es el camino del saber experimental "que tiene la ventaja de no descaminar jamás" y que espera, al final, la "verdad misteriosa".
Nicolai, además de sus obras publicadas en Alemania, editó en Córdoba los dos volúmenes de La base biológica del relativismo científico. En esta obra, confusa, adocenada, en la cual siempre se van superponiendo los diversos planos científicos sin coherencia alguna, el autor pretendía "demostrar que estudiando las bases biológicas de nuestras nociones de tiempo y espacio, masas y fuerzas, se llega a conclusiones que, aunque no tengan la precisión de la fórmula, pueden dar nueva luz a la teoría de la relatividad".
Nicolai cree que hay en el mundo algo más de lo que es sensorialmente representable y no bajando desde un esquema matemático sino "partiendo del mundo sensorial"; es decir, por un "análisis fisiológico" podemos llegar a lo mismo. No se le ocurre pensar a Nicolai que ese "algo más" irrepresentable sensorialmente, pueda tener explicación metafísica (negada por principio); bástale con sostener que "nuestros conceptos intuitivos del mundo, basados sobre los sentidos, no corresponden en lo más mínimo al mundo real ", pero jamás explica en qué consiste esa no-correspondencia y por referencia a qué lo sostiene.
No es un Absoluto, aunque para Nicolai, que no se detiene en menudencias filosóficas, absoluto es el mundo mismo, ya sea el mundo vivo o ese "mundo muerto" que se presenta indirectamente a la inteligencia. 7. Créame el lector que no es necesario que le haga recorrer conmigo toda la obra de Nicolai. Bástele saber que al final, luego de afirmar sentencias inverosímiles sobre Aristóteles, Platón y Kant, sostiene que "la filosofía no suele -y hoy en día ya no puede- ser otra cosa que una transcripción más o menos correcta de lo que las ciencias naturales descubrieron anteriormente".
Transformista sin matices, cree que el pensamiento (único pecado original de la raza) nació de "consecuencias cerebrales". Dicho de otro modo: "este éxodo de los árboles a la tierra fue muy oportuno, pues nuestra raza tiene su origen en este momento memorable". El hombre comenzó a pensar porque tuvo miedo y toda su obra proviene del inconsciente de los instintos transpuestos más tarde al orden de la ciencia: "La ciencia es la humilde continuación directa de las facultades instintivas de los animales".
En este punto se desatan afirmaciones delirantes que hacen referencia al peso del cerebro, a la armonía animal, a los humores, a la combinación de las sensaciones, a las ideas instintivamente preconocidas en el hombre-mono. De este fondo han salido los temas de la filosofía -que tenemos por herencia-; cuando todo esto se nos hace consciente y por la renuncia kantiana a toda solución particular, "la filosofía adquiere sólo un 'interés literario y artístico".
A partir de semejante conclusión, debemos renunciar a "las morales particulares" -fáciles de cumplir pues responden a nuestros más secretos deseos y optar por "la moral absoluta de la especie". Y aunque "la ley de la humanidad no es notoria todavía" -aunque algún día lo será- "sólo que nadie (salvo Nicolai) ha pensado hasta ahora en la posibilidad de sacar una moral absoluta de la humanidad real". Así llegaremos a la moral absoluta en la cual recuperaremos la seguridad que tiene en los animales.
Este profesor, importado de Alemania quizá pensando que representaba la última novedad de la ciencia, apenas si exponía un biologismo fundado en los instintos (entre nosotros lo había hecho mucho mejor Carlos Octavio Bunge). En el prólogo de su obra cordobesa, se deshace en ditirámbicas alabanzas a "la docta Córdoba" y llega a decir: "apenas alcanzo a imaginarme en cual otra ciudad del mundo hubiese podido terminar estas páginas de apacible reflexión", cuyo ambiente y Universidad le recuerdan "esas pequeñas universidades de Alemania de antaño, tan propicias a la meditación".
Cuando dos años después le fue rescindido el contrato -lo cual levantó protestas en el campo marxista y socialista- juntó cuantos agravios pudo para lanzarlos contra Córdoba y su Universidad y los publicó en la Revista de Filosofía de José Ingenieros. El "profesor", un producto descartable de la Alemania del 18 importado por los "reformistas", en el término de veinticuatro meses invirtió su juicio sobre Córdoba en un giro de 180 grados! El diario El País relató el acto de despedida a Nicolai, de estridentes contornos políticos, en el cual hablaron los principales líderes de la "reforma".