FERNANDEZ DE SANTA CRUZ Y SAHAGÚN, Manuel
(Palencia, 1637 - Tepeojuma, 1699) Obispo
Penúltimo prelado en dirigir la Diócesis de Puebla en el período de los Austria, se mantuvo al frente de la misma durante 23 años (1676-1699), convirtiéndose en el décimo tercer obispo de la Angelópolis.
Para octubre de 1676, se le nombra Obispo de la Puebla de los Ángeles, en razón de la muerte de Juan Sáenz de Mañozca, arribando a la capital poblana en enero del año siguiente.[1]Para 1679 realiza una elocuente defensa de los colegios tridentinos que fundó Palafox, frente a la inconformidad de la Universidad de México,[2]argumentando incluso que la educación impartida en la Angelópolis es superior incluso a la de la Capital del Reino de la Nueva España, criticando severamente a la Universidad y su idea de no aceptar la graduación en teología de los egresados de los seminarios tridentinos, de los que han egresado en la visión del Obispo, los mejores sujetos y catedráticos de la Nueva España, y en los que además se educa desde lo básico como leer y escribir, con once maestros que se esforzaban día a día por preparar a sus estudiantes.[3]
En 1680 y como al parecer se iba convirtiendo en una costumbre novohispana, Manuel Fernández de Santa Cruz, sería nombrado Arzobispo de México, pero rehusó el cargo tal como lo harían sus predecesores. Por el mismo tiempo, el Obispo de Puebla en una carta al Rey (15 de julio de 1680, AGI) informa respecto a la administración de justicia , defensa de pobres, envío de misioneros y remedio de daños, con una especial referencia y alarma al tema del pulque, y la manera en la que principalmente indios, negros, mulatos y mestizos se embriagan con el mismo, desembocando posteriormente en escándalos diversos, señalando como principal problema que dicha bebida se vende gracias a la “interesada permisión de los administradores de su impuesto”, provocando la aparición de homicidas o repentinas muertes en las plazas públicas.
Es de resaltar que durante el pontificado de Monseñor Fernández, hubo una notoria ausencia de problemas relacionados con las órdenes religiosas, reportando el Obispo de Puebla al Rey (25 de julio de 1680 AGI), que las mismas cumplían de manera adecuada con sus deberes. Los Alcaldes Mayores serían sujetos a una mayor regulación por las leyes de Indias; sin embargo, y pese a las acusaciones realizadas por Palafox, y ahora Fernández de Santa Cruz, con base en lo observado en la Sierra Mixteca y en la Costa del Pacífico, poco hizo el Consejo de Indias, respecto a los Alcaldes Mayores, sino hasta la Visita de Gálvez en el siglo XVIII.
Es de destacar que el Obispo de Puebla enviaría en 1690, bajo el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, una misiva a Sor Juana Inés de la Cruz aconsejándole con notoria suavidad, el ocuparse más en los quehaceres espirituales, con base en una Cédula Real de 29 de septiembre de 1682, informando Fernández de Santa Cruz al Rey, que en los conventos son especialmente observantes de las obligaciones religiosas, y que él (el Obispo) se encuentra atento a cualquier descuido.
Un aspecto muy particular que el prelado tuvo que enfrentar, fue el referente a la seguridad de las costas novohispanas, dado el saqueo y captura de esclavos y mujeres que sufrió el Puerto de Veracruz por los piratas Grammont y Lorencillo en 1683, informando el Obispo a las autoridades reales del peligro latente, frente a otros enemigos, situación que también fue aprovechada por Fernando de Haro en el Juicio de Residencia del Virrey Don Antonio de la Cerda, para señalar la inseguridad de las costas de la Nueva España, en las que era notoria la carencia de pólvora y la mala organización en el Baluarte de San Juan de Ulúa. Este acontecimiento tuvo también efectos negativos en el Gobernador de Veracruz, quien fue sujeto a proceso por el Virrey Marqués de Laguna, siendo remitido a España.
En el Obispado de Fernández de Santa Cruz existían siete conventos de monjas , los cuales fueron reportados por el prelado al Rey el 20 de marzo de 1689 (AGI) como parte de una relación solicitada por las autoridades reales al Obispo en ejercicio del Real Patronato, añadiendo Don Manuel comentarios respecto a la situación económica de los mismos conventos, los cuales, a diferencia de los pertenecientes a órdenes religiosas de varones, no contaban con bienes inmuebles suficientes para mantenerse.
Entre los años de 1690 y 1700, la Nueva España se enfrentaría a una hambruna, que gracias a las gestiones del Obispo de Puebla, no afectó tan severamente a la Angelópolis como a otros centros urbanos, ya que desde 1680 el Obispo presionó para la fundación de la Alhóndiga, tal como se muestra en el Acuerdo de Cabildo de 27 de mayo de 1680 (AGI). Pero los problemas no terminaron para la Angelópolis, ya que en 1693 una epidemia azotó la región y el Cabildo ante la desesperación de la sociedad poblana, solicitó nuevamente el apoyo a su prelado, para que realizara una procesión con la imagen de Jesús Nazareno de la Iglesia de San José, posiblemente para reforzar el espíritu de los pobladores. El problema del hambre de extendió hasta 1695, al que se adicionó el de la carencia de agua y en el que también se solicitó a Monseñor Fernández su opinión, conforme se muestra en el Acuerdo de Cabildo de 27 mayo de 1695 (AGI).
En el mismo año, Monseñor Fernández de Santa Cruz informaba a la Corona, los abusos y excesos del Tribunal del Santo Oficio, que multiplicaron sus ministros en pueblos de indios, junto con el escándalo de Juan Valera, Comisario de Tepeaca, quien removió las cruces que los indígenas veneraban en las estaciones y cementerios, por una mala interpretación de un edicto del Santo Oficio. Otros aspectos religiosos que el prelado tuvo que atender, fueron los relacionados con las herejías inglesas, que buscaban difundir al anglicanismo y luteranismo, negando la virginidad de María o a la fornicación como pecado, y que fueron denunciadas por el licenciado Alonso Muñiz, cura de San José.
Finalmente la muerte sorprendería a este gran prelado el 1° de febrero de 1699, en el pueblo de Tepeojuma, mientras realizaba una de sus visitas pastorales al inmenso territorio de su Obispado, habiendo presenciado la actuación de siete virreyes novohispanos, defendido a su grey contra el hambre y falta de agua, socorriendo a los necesitados y combatido la corrupción de su época. “Con monseñor Fernández de Santa Cruz, se cierra el ciclo de grandeza de los obispos poblanos (virreyes y arzobispos de México), iniciado por Palafox y continuado por Osorio”.