LEY LARRAÑAGA; o de las Nueve Cátedras
El presbítero Dámaso Antonio Larrañaga fue una de las grandes figuras intelectuales del Uruguay en las primeras décadas del siglo XIX. La educación fue una de sus grandes preocupaciones. Entre sus escritos se encuentran varios dedicados a esta temática, y también incidió en proyectos pedagógicos como la Escuela Lancasteriana y la creación de la Universidad Mayor.
“Todas estas iniciativas y realizaciones culturales y pedagógicas de Larrañaga están imbuidas de un sentido nacional y americanista a la vez, de que quizás no haya parangón entre sus contemporáneos de comienzos del siglo pasado en Hispanoamérica.”[1]Un ejemplo de esta afirmación es un informe de 1820 sobre el plan educativo presentado ante el Cabildo de Montevideo por Camilo Henríquez. En dicho informe, Larrañaga busca instaurar una educación universal en la que tienen cabida desde el latín a las ciencias físicas y naturales, pasando por la filosofía. Asimismo, denota la importancia que para Larrañaga tiene formar a los jóvenes en la apreciación de los valores propios de «lo americano».[2]
Asimismo, se destaca su preocupación por la educación pública, otro rasgo del espíritu ilustrado. Acerca de este tema, en un escrito sin fecha sobre educación, establece el tipo de educación necesaria para la vida democrática. La democracia es el régimen de gobierno en el que es más necesario “generalizar y perfeccionar las luces” a fin de prevenir “la peor de las desigualdades” que es la de diferencia de educación entre los miembros de la sociedad. Eso haría que la clase pobre no cayera en la miseria y el vicio, y los ricos se conviertan en opulentos y afectos a falsos conocimientos, y ambos se acercarían así, al amor al orden, al trabajo, a la justicia.[3]
El proyecto que, como senador de la República, presentó en 1832 era de amplio alcance. Mencionaba la fundación de un colegio para niños y jóvenes, educación en las áreas comerciales y de idiomas a cargo del Consultado de Comercio, en las áreas de matemática y construcción a cargo de la Academia Militar y, finalmente, la instalación de cátedras de filosofía, jurisprudencia, teología y medicina.
La ley aprobada el 11 de junio de 1833, en base a este proyecto, autorizaba al Poder Ejecutivo a crear nueve cátedras: latinidad (ya en funcionamiento), filosofía, jurisprudencia, dos de medicina, dos de teología, una de matemática y una de economía política. Se establecía, además que: “La Universidad será erigida por el Presidente de la República luego que el mayor número de las cátedras referidas se hallen en ejercicio, debiendo dar cuenta a la Asamblea General con un proyecto relativo a su arreglo”.[4]
Se inició entonces la puesta en práctica de la ley y se volvió a recurrir a Larrañaga para estructurar el plan de estudios. Este se elaboró teniendo en cuenta planes de instituciones de Buenos Aires y otros lugares de América. Se organizaron varias cátedras que llegaron, en 1836, al número de cinco: latín, filosofía, matemáticas, preparatorias de las Facultades de Teología y Jurisprudencia. Por tradición se dio a este conjunto de cátedras el nombre de «Casa de Estudios Generales» o «Casa de Estudios».
En cumplimiento de la ley de 1833, el presidente Manuel Oribe dictó el decreto del 27 de mayo de 1838, que asignó a la Casa de Estudios Generales, el carácter de Universidad Mayor de la República. La Guerra Grande impidió que la Universidad comenzara a funcionar hasta 1849.
Por decreto del 14 de julio de 1849, el gobierno del presidente Joaquín Suárez ordenó la inmediata instalación de la Universidad de la República. El 18 de julio de ese mismo año, la Universidad fue solemnemente inaugurada en la Iglesia de San Ignacio y se invistió como primer rector al vicario apostólico Lorenzo Fernández.
Arturo Ardao afirma que aunque la institución universitaria no se pudo organizar en 1838 y Larrañaga no llegó a ser rector, “ejerció, sin embargo, un indiscutido rectorado de los esfuerzos de distinto orden que en la década del 30 gestaron la Universidad”. Fue la figura “fundadora de la cultura universitaria nacional, tanto por su excepcional participación en las tareas gubernativas en la materia, como por la jerarquía y autenticidad de su obra científica en que dicha participación se cimentó”.[5]
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
ACEVEDO, Eduardo, Anales históricos del Uruguay, I y IV, Montevideo, 1933-1934
ARDAO, Arturo, “Larrañaga y la Universidad” en La Universidad de Montevideo. Su evolución histórica, Montevideo, 1950
CASTELLANOS, Alfredo, “Prólogo” a LARRAÑAGA, Dámaso A. Selección de escritos, Montevideo, 1965, VII-XLI
LARRAÑAGA, D. A., Selección de escritos, Montevideo, 1965
ODDONE, Juan Antonio y PARIS DE ODDONE, Blanca, Historia de la Universidad de Montevideo. La Universidad vieja (1849–1885), Montevideo, 1963.
BÁRBARA DÍAZ KAYEL