MONARQUIA ESPAÑOLA. Su política de integración en América
El verdadero protagonista de la historia española en América fue el indígena.
La Monarquía Hispana tendió a integrar al indígena en lo individual y en lo comunitario como su vasallo predilecto en el Nuevo Mundo, y dirigió el conjunto de su política ordenadora en ese sentido. Esto generó un cuadro enorme de variantes de convivencia, en cuya interpretación ha predominado lo negativo para los españoles como fundamento casi único de tales relaciones.
Los españoles introdujeron en América la civilización más avanzada de la Europa de su tiempo. Para la Corona y sus más directos colaboradores en la casa de la Contratación de Sevilla y en el Consejo de Indias, el indio era una persona oprimida y acostumbrada a servir y obedecer humildemente a los altos dominadores y, en general estableció dos categorías perfectamente diferenciadas: los indios adscritos al trabajo agrícola, la carga y el servicio; y los denominados «bárbaros», pertenecientes al horizonte de caza-pesca-recolección, que actuaban fuera del contexto urbano y cuya condición estaba más metida en su estado de naturaleza. Estos últimos estaban situados en los límites de lo indiano, pero no en el concepto de débiles.
Los mismos conquistadores otorgaron el título de «don» a los señores y principales y caciques como señal de respeto. Estos señores fueron privados de su poder político y colocados bajo la soberanía del Rey y la autoridad inmediata de los conquistadores. El concepto de «indio» se refirió muy particularmente a los situados en los estratos más bajos de la sociedad, y tuvo su continuidad en la nueva sociedad española que se fue creando en América.
El indio común seria, frecuentemente representado como un ser sin voluntad, siempre débil, pobre, fácil para la enfermedad y, en consecuencia, cristalizó socialmente la idea de que debía ser amparado por los sectores mejor situados en la sociedad. En consecuencia, fue revestido de una idea persistente, en el sentido de ser una persona que no podía defenderse por sí mismo. La condición de miserable fue consustancial como causa de la compasión por parte de la Corona, la cual estableció importantes regulaciones jurídicas e institucionales para llevar a cabo una línea política de protección.
La Ley de Indias y los Cedularios son las fuentes disponibles más importantes para conocer al alcance de la política de la Corona española en su esfuerzo por organizar a estas poblaciones en el contexto de la sociedad política americana. La idea era conciliar, y consistía en conciliar mundos políticos y sociales enfrentados.
La legislación dirigida a los indios surge de la resistencia y la protesta de la Corona para los españoles a los que metía en una uniformidad en el conjunto de la misma sociedad. La legislación surgía como consecuencia de denuncias, de choques entre eclesiásticos y civiles. Las relaciones de la Corona con los indios americanos se desenvolvieron durante algo más de trescientos años. Unos grupos entraron muy rápido en contacto con los españoles, y otros lo hicieron más tardíamente, esto convirtió el proceso integrador en un proceso asimétrico. También resulta muy evidente que el progresivo afianzamiento de las instituciones españolas produjo simultáneamente un debilitamiento de las tradiciones culturales indígenas.
A través de la legislación puede advertirse una continuidad en las intenciones de la Corona para crear el sistema único al que aspiraba. Se puede comprobar científicamente que en esos trescientos años se produjo un mundo indígena americano, considerablemente dinamizado, en varias dimensiones de su quehacer vital y social, en sus procesos de inculturación y en sus trasformaciones sociales internas; sobre todo en su identificación católica.
La protección del indio.
El Consejo de Indias fue la institución clave del gobierno de América; adoptó una actitud concordante con esa línea y produjo la legislación que debe considerarse respuesta a cada uno de los problemas que suscitaba la convivencia de españoles e indígenas, y posteriormente con negros y otras castas. En esto se siguió estrictamente la orientación y la intención de la Corona, que había sido y muy explícita desde los Reyes Católicos Isabel y Fernando y durante todo el siglo XVI. La Evangelización fue también una función trinitaria de la Corona. Los monarcas se convertían de hecho en protectores supremos de los indios.
La enorme dispersión de los españoles por el gigantesco continente americano produjo la aparición de comportamientos incontrolados. Los eclesiásticos se oponían mediante la condena moral a las actitudes personales incontroladas. La primera provisión de estabilidad fue confiada a la Iglesia misionera.
La idea fundamental de la legislación giraba en torno a que la paz social dependía del trato que se diera a los indios, rechazando enérgicamente los malos tratos, por ser contrarios al bien común. La Monarquía mantuvo una constante y enérgica actitud de defensa del indio. Establecía castigos para quienes hiciesen objetos de insultos e injurias... aunque estos fueran eclesiásticos.
La dependencia estructural de los indios respecto a los españoles de América llevó a la necesidad de introducir en beneficio de los naturales una figura política especial, denominada «Protector de indios». Su principal obligación y cometido radicaba en averiguar cómo se cumplían leyes y provisiones dadas a favor de los indios. En muchos casos esta protección se improvisó quedando en manos de frailes y clérigos. Pero conforme se iban afianzando la administración, la responsabilidad la ejercieron los funcionarios y sobre todo la estructura de la justicia. La Corona expresa la constancia de su decidida voluntad, tanto a través de leyes como la creación institucional necesaria.
Los protectores de los indios fueron todos los funcionarios con puestos de gobierno, administración y justicia, actuando como representantes legales de la Corona. Los pleitos de tierra fueron una constante en los conflictos. Con el uso y la práctica de tales relaciones de justicia, el indio se sintió cada vez más intensamente parte de la nueva sociedad dentro de tan original método de inculturación.
En el plano gubernamental propiamente dicho, la integración de los indios se pretendió efectuar de un modo gradual, a partir de las reducciones, que tenían un propósito muy concreto: el mayor control posible sobre la conversión del indio al catolicismo, su caracterización como súbdito de la Corona y la organización de su capacidad de trabajo.
La autoridad más decisiva en las reducciones fue la de los «caciques».[1]Desde 1538 la Corona dispuso que a los caciques no se les llamara «señores» de pueblos, sino principales y gobernadores. Inevitablemente, las instituciones económicas aportaban una fuerte demanda de trabajo, que actuaba como una lanzadera rompiendo todas las defensas de la estructura social indígena.
La cristianización del indio
El gran hispanista Roberto Ricard,[2]dio a la cristianización de América el término «conquista espiritual» del Nuevo Mundo. Los puntos de vista del profesor Pedro Borges,[3]nos inclinan más a pensar que la evangelización de América supuso una gigantesca labor de hispanización del indio. Podríamos añadir sin titubeos, que tal como se ha reconocido recientemente, se trata de la más grande e importante Evangelización de todo un continente en la época moderna y contemporánea.
Este efecto de adoctrinamiento de los indios apareció desde los principios nítidamente en las órdenes de la Corona, así como en su decidido propósito de liberación de todos los indios que pudiesen estar bajo condición de esclavitud, debiéndose entregar en los conventos de franciscanos y dominicos para su adoctrinamiento.
La conversión de los indios no era nada fácil, pues a la considerable dificultad de la comunicación se añadía el de la transmisión de un mensaje intelectual radicalmente extraño a las tradiciones religiosas indígenas. Las fuertes obsesiones económicas de los españoles representaron un serio inconveniente para el desenvolvimiento de la Evangelización. Los gastos aportados para la Evangelización del indígena americano, fueron constantes y muy considerables; supuso una partida enorme, que ocupaba, en mucho, el primer lugar en la contabilidad de la Real hacienda.
La primera gran experiencia de cristianización tuvo un carácter multitudinario, por medio de grandes convocatorias, movilizadas por los caciques a instancias de los mismos españoles, lo cual hace pensar en un método misionero basado en la aplicación en los sistemas de autoridad y prestigio. Ello produjo la hispanización del indio progresivamente, manteniendo amplias zonas de aculturación. La realidad fue que el proceso de asimilación del catolicismo por los indios, fue lento y nunca llegó al grado de perfección que el formalismo de los misioneros exigía.
El planteamiento definitivo de los métodos misioneros en América constituye la esencia de la obra de Pedro Borges, que debemos considerar un hito de primera importancia en el tratamiento sistemático de la cristianización del continente americano en el triple aspecto, es decir, evangelización, cristianización, cura pastoral. Ofreciendo el núcleo básico del fundamento de la experiencia inmediata y directa.
La etapa 1520-1556 no debe considerarse en este aspecto la más importante, sino la más decisiva, la que registra una mayor intensidad en la acción misionera y la que anuncia una primera posibilidad de hablar de una Iglesia americana.
Retrata, en definitiva, del nacimiento de una doctrina de extraordinaria originalidad y cuyos objetivos coincidían con los de la Monarquía, en orden a la constitución y el desarrollo de una comunidad que cumpliese los tres órdenes específicos de la relación vital, social e ideal, formando parte de la monarquía española. Esta triple actitud de los misioneros fue la principal promotora de una importante actitud de síntesis cultural, que puede apreciarse en los libros que escribieron, alcanzando una dimensión de modernidad extraordinaria, al poner las bases para la elaboración de una antropología cultural, basada sobre todo en una actitud conciliadora y de síntesis cultural de los misioneros franciscanos, entre los cuales hemos de destacar cuatro de enorme importancia: Fray Bernardino de Sahagún, Fray Toribio de Benavente, Fray Jerónimo de Mendieta y Fray Diego de Landa.
El franciscano Bernardino de Sahagún (en el siglo: Bernardino de Rivera, Ribera o Ribeira), pronto se distinguió por la rapidez de aprendizaje de la lengua náhuatl. Comprendió que para una más eficaz labor Evangelizadora resultaba muy importante conocer los estratos profundos de la cultura, sistemas religiosos, tradiciones y mentalidades indígenas de tal manera que el mensaje cristiano pudiese expresarse en términos más asequibles para ellos y, en consecuencia, más fructíferos para los próximos misioneros. En Tlatelolco tuvo la oportunidad de conocer y estudiar la obra recopiladora de Fray Andrés de Olmos, especialmente la colección de textos y pláticas de los ancianos. Su obra monumental fue «Historia general de las cosas de la Nueva España».
Aprovechó el método de aprender de manera oral y la memorización para salvar el pensamiento, las tradiciones, las creencias y los sistemas social, político y económico de la cultura nahua, que, de otro modo, se hubiese perdido irremisiblemente. Los ejemplos de síntesis cultural religiosa supuesta por la aportación de los franciscanos en América, ofrecen una visión particularísima de uno de los aspectos más importantes de la Iglesia española en América, que tuvo en el franciscanismo una de las más particulares características.
En una primera etapa, en los pueblos de indios, siguiendo la tradición prehispánica del trabajo comunitario, estos colaboraron en la construcción de los edificios eclesiásticos, contribuyendo la Corona generosamente a su dotación y mantenimiento. Desde 1566 se mandaba que los monasterios e iglesias de los pueblos encomendados a la Corona debían hacerse con cargo a la Real Hacienda y, en caso de ser encomiendas privadas, se harían a terceras partes por la Corona, españoles de la encomienda e indios habitantes de pueblos de indios de la misma.
Pero la verdadera estrategia de la implantación eclesial entre los indios, se centró en el cuidado y atención a los niños para su cristianización mediante la catequesis, introduciéndose de ese modo en una ortodoxia, reforzando la sacralidad de su existencia, que los indios concebían desde los tiempos prehispánicos, reforzándose de ese modo los condicionamientos humanos de la religión católica.
Esta iglesia era fundamentalmente de indios, pues estos eran demográficamente mucho más numerosos que los españoles, los criollos y los mestizos, como todavía resultaba visible al final del siglo XVIII. La conversión de los indios al cristianismo se basaba, sobre todo, en la ejemplaridad de los españoles.
El Rey insistía cerca de las autoridades eclesiásticas para que atendiesen con eficacia en la vigilancia y cuidado de los curas y doctrineros en actos de moral, sobre todo con el objeto de impedir cualquier relajación en sus costumbres de relación, que pudiesen inhibir la disposición favorable de los indios hacia la religión católica. Parece indudable que este fue uno de los principales objetivos del establecimiento de la Inquisición en América.
La ley con implacable severidad que quienes siendo curas incurrían en vicios y malos ejemplos, además de ser fulminantemente expulsados de los pueblos donde los cometiesen, debían ser castigados de acuerdo con los sagrados cánones. A través del análisis de las Leyes de Indias, fueron muy numerosos los casos de coacción personal contra los indios por parte de muchos españoles de diferentes posiciones y niveles sociales.
Las leyes ordenadas por la Corona y expedidas por el Consejo de Indias tenían como principal objetivo atajar la corrupción moral sobre todos aquellos que incidían en los puntos más vulnerables de la creencia popular de escasa formación, que era la relativa a los niveles de ejemplaridad. No se olvide que el dominico Francisco de Vitoria, profesor en la Universidad de Salamanca, proclamó como uno de los más importantes y sagrados derechos humanos: el derecho al desarrollo de la inteligencia.
«Hispaniarum et Indiarum Rex»: La Monarquía Atlántica de Felipe II
La monarquía heredada por Felipe II de su padre el rey-emperador Carlos I-V en 1556 está constituida por un conjunto de Reinos europeos y americanos que, con la incorporación de Portugal y sus posesiones americanas, africanas y asiáticas, la convierten en un espacio universal en el cual se centra un factor político preponderantemente del Occidente europeo.
Su padre se preocupó de proporcionarle una educación concorde con su alta misión: una educación de base humanista, basada en instancias éticas y políticas dentro de las tradiciones culturales españolas. En consecuencia, la educación de Felipe II fue enteramente española y estuvo dirigida personal y directamente por su padre hasta su fallecimiento. El profundo cambio de orientación rumbo al reformismo católico, que a1canzó su cumbre hasta 1570, estará marcando el significado del reinado americano y español de Felipe II.
El revisionismo jurídico de Felipe II en América
Felipe II convocaba prudentemente a Madrid una junta, la cual estuvo reunida durante cinco meses, estudiando sistemáticamente la cuestión americana en íntima y directa conexión con el Consejo de Indias. La junta puso soluciones en orden a las relaciones con las diferentes instituciones que formaban la Nueva España. Un segundo bloque de medidas se refiere al aspecto económico y revelan un especial esfuerzo por conseguir el aumento del valor de producción, bien por el incremento de la minería.
En tercer lugar se propusieron una serie de reformas inspiradas en el objetivo de conseguir una amplia autonomía virreinal, dotandola de órganos administrativos propios y con una evidente superioridad sobre las Audiencias. El monto de los gastos asignados durante el reinado de Felipe II al ejército de tierra fue, entre 1557 y 1590, de 3.525.736 ducados, cantidad a la que deben añadirse los gastos ocasionados para sufragar las campañas, sostenidas por créditos extraordinarios. Los gastos asignados anualmente a las armadas sobrepasaban anualmente el millón de ducados.
El comercio se vio afectado por motivos surgidos de la propia América. Por ejemplo, la epidemia de 1576 en Nueva España produjo una caída de la población india entre 40% y el 50% de sus efectivos, lo cual produjo una considerable debilidad de la fuerza disponible de trabajo. Por su parte la aportación mexicana de metales preciosos sufrió una caída muy importante, obteniendo después grandes resultados, con un aumento del 50% en su volumen. En 1590, el comercio americano volvió a adquirir su vigor y su ritmo.
El gobierno de la Monarquía atlántica
Felipe II fue prácticamente un Rey nacional, cuya administración fue sedentaria y centralizada en Madrid. Al no visitar los reinos fuera de España, los gobernó por medio de representantes, cuyas acciones vigilaba en sus más mínimos detalles, manteniéndose en constante contacto y exigiendo a sus embajadores, virreyes y demás funcionarios, informes y memorias cuyo contenido asimilaba por medio de su excepcional memoria.
Felipe II prefería escribir antes que hablar. Los esfuerzos de la administración y del estado fueron heroicos. Tenía un pequeño grupo en cuyos integrantes confiaba para las tareas más importantes del ámbito propiamente nacional, en calidad de secretarios. En cambio, los consejeros regionales, que controlaban la administración de los reinos, estaban plenamente profesionalizados, sobre todo el Consejo de Indias. Estos consejos desempeñaban no sólo funciones ejecutivas, sino también legislativas y judiciales.
Felipe II estableció la costumbre de construir Juntas «ad hoc» que estudiaban específicamente aquellos asuntos que el Rey les encomendaba expresamente. Con el reordenamiento administrativo llevado a cabo por Felipe II, que culminó en 1573 con la reorganización del Consejo de Indias, y de los virreinatos de la Nueva España y del Perú, el gobierno americano se polariza en dos grandes conjuntos.
La triple concurrencia étnica configura el triángulo racial básico de la sociedad hispanoamericana, sobre la cual recayó el gobierno de la Monarquía: la sociedad blanca, la población negra y mestiza y la población indígena que ocupaba el 96.58%. En tiempos de Felipe II las mentalidades más firmemente establecidas fueron las de los funcionarios, los eclesiásticos y los comerciantes. El fraile es el segundo polo humano del modelo castellano en América. Las Órdenes Religiosas- franciscanos, dominicos, agustinos y más tarde la llegada de los jesuitas en l568 y 1572, se constituyeron desde el principio en firmes defensores del indio ante su manifiesta inferioridad frente a los españoles pobladores, desmedidos buscadores de altas ventajas económicas y políticas.
La estrategia de seguridad atlántica de Felipe II
Fue un decidido propósito de Felipe II el de llegar a disponer de estructuras de seguridad permanentes. Ayudó en este aspecto la vanguardia de los estudios náuticos que produjeron un desarrollo científico inigualable en el mundo, puntualizando todos los problemas existentes todavía en el campo de la navegación. La política naval que emprendió Felipe II fue con fuerza y con eficacia.
La defensa del tráfico marítimo con América constituyó una de las misiones principales de esta armada o de las escuadras anteriores existentes. Una de las principales disposiciones de Felipe II al asumir su corona fue la de aumentar la capacidad defensiva de las naves capitana y almiranta, eligiéndolas entre las de mayor tonelaje, dotándolas del mayor número de piezas de artillería y tropa de guerra.
NOTAS
- ↑ Cacique era el nombre con la cual los taínos del Caribe designaban a sus jefes. Los españoles la adoptaron para referirse a cualquier autoridad indígena (Nota del DHIAL)
- ↑ Robert Ricard (1900-1984), historiador francés, hispanista, empleó el término conquista espiritual, tomado del libro del padre Ruiz Montoya (1639), refiriéndose a la Evangelización en la Nueva España, que se realizó luego de la conquista militar. Su área de estudio fue la Nueva España, influenciado por Marcel Bataillon. Fue elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Su tesis La conquista espiritual de México, Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572 fue defendida en la Universidad de la Sorbona en 1933 ante Henri Hauser y publicada en México por primera vez en 1947. Es obra fundamental de consulta sobre la obra misional en México de las órdenes mendicantes y punto de partida para investigaciones posteriores.
- ↑ Pedro Borges (1929-2008) es uno de los más fecundos historiadores españoles sobre la historia de la presencia española en América, sobre todo en relación a la historia de la evangelización, con una producción literarias de docenas de libros y artículos de indudable valor científico. Entre ellos destaca la obra por el dirigida: Historia de la Iglesia en Hispanoamerica y Filipinas (siglos XV-XIX). Vol.2, Aspectos regionales, Biblioteca de Autores Cristianos, 1992. ISBN 84-7914-075-5.